Nadie sabe
ni lograría entender nunca
lo que parece verse
y logra ser suspiro,
palabra ilesa,
rasgo comparable,
apenas.
Entre el bosque de mis huesos
rugía el volcán,
su memoria,
tanto espacio no vivido,
afuera la máscara mudable
que seguía buscando
palabras sin prisa,
miradas que entiendan
si no ven.
Hasta que una mujer
me llamó por mi nombre.
Me rompió el corazón,
y al arrojarlo al fuego
de la evidencia
me obligó a vomitar las dudas
y sus cenizas.
Sin poder evitarlo
huyó libre hacia la luz,
fijado a mi rostro,
sólo mi ser más inexplicable.
Espero que esa mujer que te rompió el corazón haya recapacitado y haya sido capaz de juntar los trozos.
ResponderEliminarUn abrazo Juan.
He sido toda mi vida, sigo siendo, una caja de sorpresa, y tras una apariencia que no lo delata. De comerme el mundo y de que él no me coma a mí tiene culpa esa mano que me guió a su vera. Aquellos trozos de locura juvenil quedaron bien pegados aunque bulla aún en ellos la rebeldía.
ResponderEliminarUn abrazo Elena