4
Arrebolaba el sol los colores
muertos y flameaba las siluetas del paisaje. Un paisaje difuminado por su
atmósfera brumosa como un esbozo a carboncillo. Emergía y un haz de luz acuchillaba sin compasión una vieja persiana de madera. Dentro, Nicolás
estaba despierto y mantenía sin esfuerzo una erección.
Es viernes, son casi las nueve
y Leticia, su amada colombiana, debe estar a punto de
llegar. Esta noche no ha dormido reviviendo y reviviendo lo vivido con ella, que no ha sido mucho, cuatro horas donde apenas cruzaron algunas palabras. No hacían falta porque el amor está plagado de silencios, cree. Siente en su pecho una fuerte presión al recordarla y está seguro que, aunque desea acostarse con ella sin mediar una sola palabra, también está enamorado. Hoy va a decírselo, no sabe exactamente qué ni cómo. Tiene algunas frases preparadas pero sabe que no logrará recordarlas. Deberá improvisar. Algo acerca de sus ojos tiernos, de sus labios sedosos, de su acento peculiar. Está idiotizado y no le importa reconocerlo porque entiende que esto es un elemento indispensable para fraguar el cimiento del amor. Amor, amor, no puede creer que esa palabra la pronuncien sus labios. Se ve raro. Y no se fía. Pero pisa firme la tierra. Ha restado, incluso, el espejismo que pueda crear el deseo y no alcanza un tanto por ciento relevante. Está seguro, seguro. Ama a ese ser de inmensa menudencia, de robusta fragilidad, de casta lujuria. Nadie como ella roció su piel de tantos besos. No puede ser otra cosa que no sea amor, amor, amor, puro amor, aunque sólo follaron y follaron hasta caer muertos. “Soy de Colombia”, “Trabajo desde hace cinco años en España”, recuerda que dijo entre algún leve respiro, también, cómo no, que le prestase tres mil euros para un problema que tenía, dinero, “por Dios”, que le reintegraría sin falta este mismo viernes. Cómo iba a negarse. Ni siquiera pensaba en ello aunque es un rácano reconocido. Pero rácano para otras cosas, para los buitres que acechan, para la vida innecesaria, no para el amor, ¿cómo iba a serlo para el amor? Sería como segar a patadas un brote que florece, algo, en su caso, hermoso como jamás había vivido, el calor de un cuerpo de mujer, algo que ni el más contumaz de sus sueños, así, le había revelado.
llegar. Esta noche no ha dormido reviviendo y reviviendo lo vivido con ella, que no ha sido mucho, cuatro horas donde apenas cruzaron algunas palabras. No hacían falta porque el amor está plagado de silencios, cree. Siente en su pecho una fuerte presión al recordarla y está seguro que, aunque desea acostarse con ella sin mediar una sola palabra, también está enamorado. Hoy va a decírselo, no sabe exactamente qué ni cómo. Tiene algunas frases preparadas pero sabe que no logrará recordarlas. Deberá improvisar. Algo acerca de sus ojos tiernos, de sus labios sedosos, de su acento peculiar. Está idiotizado y no le importa reconocerlo porque entiende que esto es un elemento indispensable para fraguar el cimiento del amor. Amor, amor, no puede creer que esa palabra la pronuncien sus labios. Se ve raro. Y no se fía. Pero pisa firme la tierra. Ha restado, incluso, el espejismo que pueda crear el deseo y no alcanza un tanto por ciento relevante. Está seguro, seguro. Ama a ese ser de inmensa menudencia, de robusta fragilidad, de casta lujuria. Nadie como ella roció su piel de tantos besos. No puede ser otra cosa que no sea amor, amor, amor, puro amor, aunque sólo follaron y follaron hasta caer muertos. “Soy de Colombia”, “Trabajo desde hace cinco años en España”, recuerda que dijo entre algún leve respiro, también, cómo no, que le prestase tres mil euros para un problema que tenía, dinero, “por Dios”, que le reintegraría sin falta este mismo viernes. Cómo iba a negarse. Ni siquiera pensaba en ello aunque es un rácano reconocido. Pero rácano para otras cosas, para los buitres que acechan, para la vida innecesaria, no para el amor, ¿cómo iba a serlo para el amor? Sería como segar a patadas un brote que florece, algo, en su caso, hermoso como jamás había vivido, el calor de un cuerpo de mujer, algo que ni el más contumaz de sus sueños, así, le había revelado.
Está eufórico, más cuando la
llave gira en la vieja puerta de madera. La erección se mantiene y corre,
desnudo, a esconderse detrás de la puerta. Lo tiene pensado. La cogerá por detrás,
sin mediar palabra y la penetrará allí mismo. Se estremece de pensarlo. La
puerta cruje y chirría al abrirse. La mujer gruñe y la golpea como puede. A
Nicolás el ansia le ciega. Está a punto de correrse. “Cojones con la dichosa
puerta”, oye en perfecto español. Está expectante. La mujer muestra la línea de
su silueta en su lucha con la puerta y ve que hoy lleva falda. Espera a que le
de la espalda y se ponga a tiro su trasero para agarrar con la mano esas frondosas
pelambreras. Cierra los ojos.
Ascensión, por el contrario,
está luchando con la puerta. Abre lo justo para pasar y se agacha para subirla
y poder cerrarla cuando nota una fuerte presión en sus partes íntimas como si
la hubiese mordido un perro. Se gira asustada, con la rapidez que le permiten
su obesidad mórbida y sus piernas y grita como una loca al ver el pene erecto
de Nicolás. Éste acaba de darse cuenta que no es el trasero ni el cuerpo que
estaba esperando.
No tiene tiempo de
reaccionar, tampoco de pensar mientras
Ascensión grita como una posesa en la calle con los brazos abiertos. Sabe que
la ha cagado y bien, que ha metido la pierna hasta la ingle pero está hecho. Y
ahora tiene que apechugar con las consecuencias. En la calle se oyen otras
voces, también un tumulto que crece. Cierra la puerta y corre a vestirse. Su
corazón es una pelota de goma, su cabeza un torbellino y las preguntas se
disparan: “¿Qué hacía aquí mi vecina Ascensión?” (por cierto, sesentona, recién
enviudada y madre de diez hijos), “¿Y mi amada Leticia?” “No puedo negar que tiene un coño
monstruoso”, sonríe entre el caos, “¡Dios!, íntima amiga de mi madre, que en
paz descanse”, se enroca ahora al miedo
y a la vergüenza. “Fui al entierro de su marido hace una semana”, se lamenta
una y otra vez golpeándose la cabeza con las palmas de sus manos, “¿qué voy a
hacer, qué va a pasar ahora?
Por lo pronto responden a su
pregunta unos puños en la puerta. Oye gritos, barbaridades, un golpeo insistente
en los cristales de la ventana. Conoce las voces de sus vecinas y de algún
vecino. Está muy asustado y tiene claro que por nada del mundo abrirá la
puerta. “¿Qué ha pasado?, soy inocente”, piensa, “es un malentendido muy
difícil de explicar, ¿quién va a creerme?, una mujer viuda y un soltero son un
cóctel explosivo para las mentes retorcidas, nadie va a creerme. ¿Y si digo que
me ha provocado?, que ha sido ella, no, no, me da pena la pobre mujer, es tan
recta, tan buena, sería echarme más basura encima. Debo contar la verdad, sí,
¿pero a quién?
Al rato una voz recia tras la puerta volvió a contestar a su
pregunta:
-
Abre a la Guardia Civil. Abre
o echamos la puerta abajo
Reconoce la voz del cabo Felipe, un buen amigo
de su padre. Abre la puerta y la pareja de la benemérita son su escudo para la
multitud que parece querer lincharle.
Felipe entra y frena a su
joven compañero que pretende, pistola en ristre, seguirle al asalto.
-
Voy a entrar solo
-
Puede ser
peligroso, mi cabo
-
No digas
jilipolleces
Felipe cierra la puerta con esfuerzo y al encararle y sin avisar le
arrea un guantazo.
-
¡Pero hombre,
Nico, si podría ser tu madre!, ¿es que no hay putas para eso?
-
No es lo que
parece, Felipe, déjame explicarte...
-
Anda, tontorrón,
siéntate y cuéntamelo todo
5
“Limpiezas San José” a pintura
negra en fondo de cal puede leerse en la fachada de la nave si se tiene
paciencia y se siguen todas las palabras en vertical (algunas letras infladas, otras casi imperceptibles),
y por riguroso orden. Nicolás las
deletrea, absorto, al bajarse del coche
y Felipe le empuja para que se deje de coñas. La nave está oscura y sucia y
huele a lejía y jabones. En un rincón, una pequeña oficina acristalada está
cerrada a cal y canto hacinando el frescor del aire acondicionado. Dentro,
Matías mira la tele con los pies sobre la mesa y hojea un Interviú.
Felipe entra sin llamar y
Matías se incorpora de un salto.
-
Joder, Felipe,
¿qué os trae por aquí? Hola, Nico
-
Buscamos a una
trabajadora tuya. Una colombiana llamada Leticia – dice Felipe en tono severo
-
¿Cómo...?,¿colombiana...?,
¿Leticia...? , no, no, no me suena
-
No escurras el
bulto. Hoy no me interesa saber si tiene o no tiene papeles. Es otro el asunto
-
¡Que no, que no,
que no tengo a nadie que se llame así!
Felipe sabe como tiene que
hablarle a este vividor.
-
¿Quieres que te
cierre el chiringuito?
-
¿Por qué...?,
¿qué he hecho?
-
Todos sabemos que
sólo tienes dada de alta a tu mujer, que estará en tu casa con el chichi al
fresco
-
¿Y qué pasa con
esa Leticia?, ¿qué ha hecho esa loca? – cede, al fin, Matías
-
Le ha robado a
Nico tres mil euros. El martes
-
Vaya, vaya. No sé
nada de ella desde el miércoles
-
¿Tienes su
dirección?
-
No tengo ni idea
Felipe se vuelve a Nicolás y
le da varias palmadas en la cara.
-
Has empezado
tarde, Nico, pero ya empiezas a conocer a las mujeres
Nicolás no puede creerlo y le
suplica a Matías.
-
Lo siento amigo –
le responde – esas van y vienen. Hoy están aquí y mañana no se sabe
-
No me importa el
dinero – llora sin lágrimas – quiero encontrarla
-
Vamos, tontorrón
– corta Felipe la sensiblería – no llores por esa fulana o te arreo una hostia.
Tú tampoco te quedaste descalzo, ¿no cobraste tu parte?
Es en el coche, antes de
bajarle en la puerta de su casa, cuando Felipe agarra a Nicolás del cuello para
grabarle un último consejo:
-
Escucha, cretino,
no puedo hacer más por ti. Has tenido suerte de que Ascensión no ponga una
denuncia aunque en este pueblucho eso no hace falta. Lo vas a tener crudo
chaval – deja de apretarle y le da un abrazo – llámame si necesitas algo
Gira la llave y su golpeo
seco atrae a algunas vecinas que le increpan. Sus gritos le resbalan, sabe que
no es un marrano ni un violador ni otras lindezas que le escupen a la cara. No
debe responder y para qué preocuparse. Le preocupa más poner en orden la
situación y los posibles flecos que deriven de ella. Sabe que ahora estará más
solo si cabe pero qué es estar más solo cuando se está solo. Qué le importa ese
elenco de brujas catódicas que esperan una andanada de mierda para revolcarse
en ella, ellas y sus abnegados correveidiles.
Piensa en Leticia. Aún no asimila que le
abriera su alma sólo para satisfacer su instinto animal, que sus besos sólo
fuesen otra espita del placer, un orificio sin alma. Le amó sin amor y le robó
sin ningún escrúpulo. Y él picó como un pardillo. Le hubiera dado más si le
hubiera pedido. Y ahora no quiere volver a verla. No la ha denunciado, ¿para
qué?, ¿qué hará si la tiene enfrente? Su mente rabia, su pene se despereza de
pensarlo.
6
La ciudad despierta. Estira
sus huesos. Despereza su atonía y continúa su verborrea. Por si alguien aún no
se ha enterado. A la pobre Ascensión la embarazan de su onceavo hijo y nadie
había advertido que el sádico Nicolás tiene orejas puntiagudas y se alimenta de
sangre humana.
Luis oye atónito el relato de las bocas de su
madre y su hermana sin llegar a creer que su buen amigo haya revolcado a ese
rinoceronte: “Pero mamá”, “Ni na, ni na, como vuelvas a juntarte con ese te
echo de la casa, tú verás”.
Por otras zonas más alejadas va para peor
porque apretó en su garganta un cuchillo de cocina mientras le hacía todas las guarrerías
inimaginables.
Sus cuñadas ya se lo decían a sus hermanos:
“Ya os decíamos que no nos fiábamos de ir por la casa. Bien nos podía haber
pasado a nosotras”.
A los oídos de Leticia –
encerrada en un cuartucho, esperando la llamada de una amiga en otra ciudad
para salir pitando – llegan las hazañas de un violador en serie que a saber
cuantas ancianitas tendrá enterradas Dios sabe donde.
Todo esto a espaldas de
Nicolás que duerme con la placidez de los inocentes. Claro que, al despertar, su cielo raso se
tiñe de un gris tormentoso. Ni siquiera recuerda que convalece de la espalda
porque eso es de una nimiedad insultante. Hay otros temas de más actualidad. Y
se imponen los polvos a Leticia. Y se calma como puede. Cuando el corazón
vuelve a su tam-tam lógico piensa que es una mujer lo que necesita. Alguien con
cuerpo de mujer y que cumpla unos requisitos mínimos: “Que me quiera, que
acompañe mi soledad”. Lo tiene claro.
Nada de borracheras ni de fijarse en las exultantes y las explosivas. Debe
escudriñar en los rincones, buscar animales heridos, seres apaleados que como
él se agarren a la rama de la esperanza. Aún no es tarde ni es un viejo y
aunque su carácter tiene visos de acero pues piensa que habrá que taladrarlo.
Sabe lo que es estar con una mujer y quiere volver a repetirlo. Y nada de follar
y “adiós o muy buenas” sino hacer el amor y susurrar: “Hola, o cariño, o te
quiero”. ¿Por qué no va a intentarlo si lo desea con todas sus fuerzas? Antes
no quería lo que no sabía y ahora sabe lo que quiere. Arranca y frena. ¿Y lo
otro, qué pasa con lo otro? La vida es implacable, ofrece la miel y la sal.
Y a la vez no pueden tragarse. “¿Y por
qué no?, yo no he hecho nada”. Desayuna y se viste. No va a quedarse en casa como
un gallina. Las cosas tienen que enfrentarse y ésta con más celeridad.
Demostrar valentía para que no crezcan las voces. Se viste con rapidez y sale a
la calle.
Prefiere andar. Caras de asco
acompañan su caminar ligero y alguna boca sucia que escupe una ordinariez. No
le importan. Dibuja de color los esbozos de su ciudad bajo el cielo inmaculado
que brilla y azulea. Nunca le ha importado el paisaje, ni la nueva ola
imparable que ha remozado casas, calles y plazas. Vagaba ausente, de puntillas,
sin hacer ruido, con el parabién en los labios, sumergido en sí mismo, creyéndose
autosuficiente, y al abrir el ángulo descubre cosas, sentido, y olvida los
recuerdos, patea el pasado, remoza de alegría a su espíritu viejo. “Se acabó”,
se dice respirando hondo.
Su calle es larga y estrecha y no ha llegado
al final cuando un coche la enfila marcando los neumáticos en el asfalto. Son
hijos de Ascensión. Nicolás no hace ningún gesto de huir ni de defenderse. Sin
mediar palabra saltan como monos a zarandearle, le apalean pisoteándole como a
un animal. Queda despanzurrado en el suelo y un hilo de sangre serpentea en la
cuesta. Está un buen rato consciente y oye voces a su alrededor pero nadie se
agacha a recogerle.
7
-
¿Vienes?
-
No, claro que no
Los dos amigos salen de la
discoteca y suben la Avenida
con parsimonia, respirando los gemidos de la noche.
-
Son más de las
doce – sigue Luis – mañana es lunes y me esperan once horas de remover
ladrillos – se para y le señala los moratones y cortes en la cara y los
brazos -
Además, que no sé cómo puedes. Estás hecho un Cristo
-
Necesito hacerlo.
Tú no lo entiendes
-
Entiendo que
debes irte a la cama y recuperarte
-
¿De qué? Duelen más otras cosas, el tiempo
que pasa como una flecha, amigo y hay que frenarlo. Esto no importa, ha sido un
justo castigo, le agarré el coño a su madre, es lógico que me pegaran
-
¿Cómo es un coño,
Nico?
-
¿El de la vieja?,
como una lata de grasa – ríe para ponerse muy serio – el de Leticia una puerta
a otro sitio, a otra manera de vivir y sentir. No soy el mismo después de eso,
puedes creerme
-
¿Y follar...?
-
¡Follar, follar!
– suspira – Follar es como volar contemplando la inmensidad del mar, descender
a las profundidades de la
Tierra y ascender erupcionando fundido a la lava de un
volcán, soldar tu piel a otra piel, tus huesos a otros huesos…
-
Ya veo que te ha
afectado
-
Debes hacerlo,
Luis, no debes tener miedo a las mujeres
-
Sí, pero a quién.
Ya has visto como nos miraban esas guarras en la discoteca, sobre todo a ti
-
Esas no me
sirven. Son las de siempre y yo busco a alguien distinto aunque ahora necesite
consolarme con una puta
-
Pues ten cuidado
que ya has visto lo que buscaba esa Leticia
-
No entiendes
nada, amigo. Los tres mil euros no me importan tanto como las horas que pasé
con ella
-
Estás como una
cabra. Esa tontería te va a costar cincuenta euros
-
No estoy loco,
Luis. Quiero a una mujer, quiero a alguien que me quiera y no voy a parar hasta
lograrlo
Se despiden y Nicolás acelera
el paso hasta su casa para coger la Mobylette.
La moto se lanza en los llanos y las bajadas y
le pide que pedalee mostrándole su sofoco en las cuestas. Le da una pena enorme
pero es un fleco que debe pulir sin
demora.
El club está a seis kilómetros
de la ciudad y al saltar la última rasante ya ve destellar las luces de
colores. Está tranquilo. Pretende elegir sin prisas y disfrutarlo hasta el
último segundo. Aparca la moto entre una maraña de coches y aprieta la cartera
al pantalón en la que no lleva documentación, sólo dinero para un whisky y un
polvo.
No reclama que el whisky es
garrafón ni por los quince euros que le cobran y se resigna a una rubia de
piernas largas y buenas tetas. Dice llamarse Claudette y le ofrece,
incandescente, su cuerpo de hielo. Es lógico pues que, tras el sofoco, acabe
tan frío como ella. De ese cuerpo esbelto y hermoso que simula calor y deseo no
retiene nada y le escuece en el alma tener que pagarle. Lo ha hecho, ¿y qué? Sus necesidades no van por ese camino que no llena el vacío que dejó Leticia
aunque fuese tan puta como esta Claudette. Pero acaricia los extremos que ya es
algo, estas bifurcaciones del núcleo que
busca y que no encontrará encerrado en su casa.
Se aleja de allí con el pene
enrojecido y la mente intacta, ondeando un perfil de mujer pero sin una cara
que le permita soñar. Son la una y media y no le apetece dormir ni piensa en el
trabajo porque cuando lo hace el dolor de espalda parece despabilarse. Le
apetece otro whisky envuelto de música estridente. Detiene la moto en un pub.
No tiene dinero pero conoce al dueño y sabe que va a fiarle. Está oscuro y hay
poca gente, la mayoría son parejas que se revuelcan en los mullidos sillones.
No está el dueño y le dice a Ambrosio, el camarero, que está tieso. No hay
problema y le vuelca la botella en un vaso de tubo atiborrado de hielo
dedicándole una mirada pícara.
-
Es mentira todo
eso que cuentan – le aclara Nicolás
-
Lo supongo conociéndote, hombre
El fornido camarero se acerca
a susurrarle al oído:
-
He oído que te
robaron...
-
Por ahí sí van
los tiros
-
No te preocupes.
Los chismorreos pasaran en una semana
-
Eso espero
Entra en el pub una patulea
variopinta y la mayoría, con descaro, le señalan y se mofan. Nicolás piensa en
liarla, le hierve la sangre pero se centra en el whisky y en sus pensamientos e
ignora a estos chiquiliquatres. Una
joven veinteañera, con la cara adornada de pearcing como un virus granuloso, se
desmiembra del grupo y se le acerca. Está bebida y le muestra su físico
rechoncho y desmadejado. Nicolás la conoce para su pesar.
-
Eres un cabrón
-
Vete a la mierda
-
Viólame a mí si
tienes cojones, hijo de puta
-
Yo no violé a tu
madre. Puedes preguntárselo
-
Sé lo que le
hiciste y lo que le hubieses hecho si hubieses podido
-
Por Dios, Ángela,
fue una equivocación
-
¿Una equivocación
y la esperabas con la picha tiesa?
-
Esperaba a otra
persona
-
¿Tú?, tú no
tienes a nadie, cabrón. ¿Quién va a querer hacerlo contigo?
El camarero hace de escudo y
se interpone. Los ánimos están caldeados y no le haría bien a Nicolás darle un
bofetón a la niña. Se lo merece, él mismo se la daría pero es mejor dejarla. Le
aconseja que se vaya. Y eso hace después de apurar el whisky.
Por la madrugada pulula una
brisa gratificante. Nicolás se mece en ella y la respira con insistencia. Lo
olvida todo. No merece la pena mosquearse por esa mocosa. Ni por esa ni por
nadie. Tiene un firme propósito y esto, en cierto modo, le resbala. Quiere a
una mujer. Quiere una mujer con todas sus fuerzas, a gritos, quiere una mujer
con toda su alma. Una mujer y va a pregonarlo a los cuatro vientos si es
necesario. “Joder, estaría loco si lo hiciera”. Esa idea pasa por su cabeza y
ríe de pensarlo. Proclamarlo a los cuatro vientos, vuelve a pensar, ¿y por qué
no? Cientos , miles se reirían pero sólo busca a una, sólo a una que no se ría
y conecte con esa idea de mujer que busca, ¿qué puede perder? Podrían añadirle
un nuevo adjetivo a esos otros, siniestros, que le han espetado, ¿qué importa? Conoce a la mayoría de las mujeres de esta ciudad pero no a todas. Una, solo
una es lo que busca y puede estar aletargada, como él hasta hace unos días,
mirando la vida sin ser vista.
Sube a la moto y piensa en
ello por el camino, llega a su casa y no puede dormir en toda la noche.
8
Cuando las sombras aún se
enfrentan a una mañana vigorosa, Nicolás arruga una tras otra las hojas de una
libreta. “No debo bramar un rollo en un papel. Debe ser algo claro que reclame
la curiosidad”. Una y otra va borrando palabras. “Ni mucho menos poner mi nombre ni mi
dirección, ¿quién va a animarse a responder a un violador de viejas?”, “¿Y si?,
claro, claro, es una posibilidad”. Las sombras se alejan y su luz brilla como
la mañana. “No deben saber quién soy”, piensa, nadie, quizá Luis porque debe
ayudarme pero nadie más. Tengo que
hacerlo bien, rápido y no tener ninguna prisa”. Calcula el coste. “¿Qué importa
el dinero?” No le importa pero la racanería tiene bien cimentadas sus raíces y
barre para adentro lo que puede, “¿Y si lo hago yo?, claro, ¿cómo no había
caído?” Da un salto felino de la cama y se pone manos a la obra. Pero lo
números asustan. En una ciudad de unas quince mil personas supone que habrá más
de mil familias habitando más de mil viviendas. Es un disparate hacerlo por
correo. Y levantaría la liebre. ¿Y si él repartiese las cartas? Podrían verle
y suponerlo, además de tener que comprar los sobres. Son demasiados. Cualquier
despiste sería como un reguero de pólvora. También cree que su amigo Luis no
debe saberlo. Ni él ni nadie. La sorpresa primero y la curiosidad después son las armas para que esto filtre luz a la oscuridad de un alma acorralada. Piensa.
Piensa. No es necesario una por domicilio. Con tres o cuatro en cada calle
parece suficiente. Quién sea que la reciba correrá como una loca a contarlo y
el efecto será el mismo. Doscientas o
trescientas a lo sumo. Y esa cantidad se compromete a sembrarla en la ciudad en
una noche. Un golpe maestro. Todo en una sola noche. Y a esperar. Es el
principio. Otro importante es abrir un apartado de correos y otro ineludible,
un gasto inútil, un ordenador y una impresora. Es la única manera, ¿quién va a
saberlo? Las palpitaciones se aceleran, está tenso y ansioso al tiempo, con un
miedo terrible al ridículo y con la dulce incertidumbre que le ofrece este
canto a la esperanza. Mira el reloj y aún son las siete y media de la mañana.
Demasiado temprano para salir a la calle. Ríe. Si pudiese empujar el tiempo lo
haría. “Sólo hasta las nueve”, matiza, “después desearía que fuese hacia
atrás”. Piensa en tantos años arrojados por la borda de los que no guarda un
recuerdo digno. “Los cuarenta y cinco bien pueden ser un principio hermoso,
para qué amargarme”. Bulle por todo, todavía por nada. Deambula por la casa. No
sabe qué hacer. No tiene hambre ni sueño. Vuelve a tenderse en la cama y coge
la libreta para intentar simplificar el texto.
Un texto turbio y espeso que
relee: “Delicada rosa que por ti suspira, esta alma parada que al fin camina
sumergida en tu olor..., Tengo cuarenta y cinco años, soy soltero, de buen ver,
solvente y mi fin contigo es serio. Si tienes entre treinta y cincuenta años
escríbeme al apartado de correos nº . Responderé a todas las cartas.”. El poema de
cabecera tenía más de veinte versos y sigue mermando. Le parece zafia o
blandengue cada palabra que tacha, tachones que son pilares de una estructura que
se derrumba sin remedio. Su musicalidad inicial deriva en esputos agudos e
intermitentes. “Insulso, irrelevante, zafio, pueril”, grita con un cabreo
tremendo. No sabe qué hacer, rabia
mientras arruga otra hoja en sus manos con más genio que nunca. “Soy un idiota,
divaga, esto debe ser un puñal que penetre por los ojos hasta el alma. Debo
pensar, relajarme.” Eso hace y le pide a su corazón que le dicte. Eso sí lo
tiene claro y la mano se desliza con soltura. “Joven, ardiente, busca hembra en
celo para follar, follar y follar hasta caer muertos. Abstenerse putas y
viejas. P.D.: por favor sean respetuosas con las demás y guarden su riguroso
orden en la fila”. Ríe a carcajadas. Y agradece a su corazón la confidencia. Su pene se despereza. “¿En realidad es eso lo
que busco?” No tiene más remedio que responderse que sí aunque matiza que eso
debe ser consecuencia de lo otro. ¿Lo otro, y qué es lo otro? “No sé, se
responde, supongo que el tiempo que transcurre entre polvo y polvo” - ríe de nuevo - “Tengo que recuperar el tiempo
perdido - se defiende - bueno, ahora a coger al toro por los cuernos”. Apela al
sentido común y la mano avanza firme en la hoja pero con una lentitud
exasperante: “Hombre de cuarenta y cinco años, soltero, buena presencia…,
¿buena presencia? – aquí se desmelena - ¿qué quiere decir buena presencia?, humm…,
buena herramienta – ríe – no, no, …bien desarrollado físicamente, quizá por
ahí…, mejor decir: agraciado físicamente, pueden pensar que ofrezco un cuerpo
bello , un cuerpo escultural y cómo no,
también pueden intuir que Dios ha pensado en ellas, bien, bien, agraciado
físicamente me gusta,…veinte millones a plazo fijo – vuelve a troncharse de la risa – esto sí sería la bomba, tal vez lo único que
logre importarles de veras, vale, vale, …sin problemas económicos, y ahora lo
real e importante,…busca una mujer…,¿qué mujer?, cualquier mujer con coño y
tetas – se parte el culo para ponerse serio – Leticia era un retaco y me volvió
loco pero reconozco que no me gusta una larguirucha como Claudette aunque se
movía como una bicha. Puro artificio profesional. Bueno, una mujer, coño y
tetas, ya digo,…busca una mujer de treinta a…, ¿Por qué no menor?, a nadie le
amarga lo tierno, claro que sólo lo digo por la carne pero no, no, nada de una
mocita que patalee sus manías,…de treinta a cincuenta años porque para viejas
sí es cierto que no estoy y más con esos coños monstruosos donde se hunde mi
mano, ¡qué asco! ¿Qué queda? ¡ah, sí!,…para fines serios. Abstenerse putas y…,
bueno, no me importaría que, tras una aparente candidez, fuese un poco puta
pero ardorosa y no como esa Claudette iceberg, o sea que lo de putas va por las
Claudettes, eso que quede claro,… y casadas…, nada, nada, piano, piano, que
sólo me faltaría una trouppe de maridos cabreados. Bueno, en resumen…, ¿y si
alguna tiene hijos?, en eso no había pensado. Y es algo muy importante que debo
recalcar, niños “ni el de la bola”. Yo sólo cuidaré a los míos y ya tendré
cuidado que esa desgracia no me ocurra. Sólo me faltaba un diablillo trotando
por la casa y pidiendo por esa bocaza, generando protagonismo, nada, nada, bien
clarito, …sin cargas, libre como un pájaro. ¿Y bien?” Mira la hoja rasgada de
tachaduras y recoge las palabras que se han salvado de la quema. Como él quería
es un mensaje conciso, directo y apremiante, como una orden:
“Hombre de cuarenta y cinco años,
soltero,
agraciado físicamente,
sin problemas económicos,
busca una mujer,
sin cargas,
de treinta a
cincuenta años,
para fines serios.
Abstenerse putas y casadas.
Mi dirección es: apartados de correos nº ”
Lee y relee y le gusta.
Cierra la libreta y sus tapas prensan las dos o tres hojas que se han salvado.
Mira el reloj y es hora de moverse. El sueño pica pero debe esperar no así el
hambre que acucia y va a calmarla.
Escalona el orden en su mente:
Desayunar, ir a Correos, comprar doscientas hojas tipo A-4 y el dichoso ordenador, veinte mil duros, al
menos, que volaran sin remedio.
Son casi las nueve cuando
sale de su agujero, decidido, con la mente clara y su fogosa entrepierna
tranquila tras haberse masturbado.
9
Son las cuatro de la tarde y
Nicolás preferiría que fueran las nueve de la noche. Está muerto y se arrojaría
a la cama de cabeza como a una piscina. Pero tiene hambre y espera al chico de
la tienda (a las cinco) para que le explique el funcionamiento del trasto que
tiene delante. Fríe dos huevos fritos que acompaña con un chorizo frío que le
sobró de ayer y una Cruzcampo. Acaba en un santiamén ayudado por la ansiedad
que le embarga y vuelve al salón a mirar y remirar el ordenador por si ve algo
anormal que no le guste. El plástico del monitor está amarillento y le han
asegurado que eso no es problema, en el teclado han desaparecido dos letras por
el desgaste y están repintadas a rotulador. El resto parece estar bien, de
aspecto porque de tripas no entiende. Se fija en la marca: STREHSERG e intenta
pronunciarla con acento extranjero. Ni tiene ni idea de donde ha salido
esto (en la tele desde luego ni rastro)
aunque le han dicho en la tienda que no debe preocuparse por las marcas, que
eso es lo de menos. Treinta mil duros para un trasto que habrán rozado mil
manos, marca la pava, “Porque nuevo quién se atreve”. Trescientas cincuenta mil
ha sido el presupuesto ofertado más barato en su peregrinaje por las cinco
tiendas de la ciudad y, por suerte, tropezó con esta oferta algo más digerible.
“Treinta mil duros para un trabajo ínfimo”, se lamenta una y otra vez, “Todo
sea por la causa”. La impresora es como un baúl y ni la mira, “Espero que
aguante”. No se atreve a enchufarlo por si aquello hierve o estalla y, encima, tenga
que tragárselo. El ansia le ahoga pero tiene que esperar. Mientras, hace
memoria y recuerda los pasos que seguía su amigo Luis cuando algunos sábados se
encerraban en el cuarto de su hermana
para ver fotos o videos porno en su ordenador, “Parece fácil. Teclear y
mover la flechita del ratón, bah, está chupado”.
Se sienta en un sillón sin
dejar de mirarlo y se queda patidifuso
un rato, con la mente alejada, flotando, sin detenerla en ningún sitio en
particular, como atrapada en el vacío de una burbuja invisible que bota y
rebota en las personas o en las cosas, interfiriéndose, más o menos como es su
vida, mirándolo todo sin ser visto o mostrándose pero sin que a nadie le
importe. Algo que, cuando regresa a este mundo, sabe que está a punto de
cambiar porque acaricia las puntas de unos dedos, dedos de un brazo extendido,
brazo adherido a un cuerpo vaporoso y del que huele su cercanía. “¿Dónde estás,
mujer, quién eres?, la llama, ¿por qué no te muestras de una jodida vez?” El
sueño le vence y le despiertan unos golpes insistentes en la puerta. Mira el
reloj y son casi las seis. Es el chico de la tienda, un mocetón espigado con
flequillo proa de barco y pecas, que intenta, desde la puerta, inyectarle su
pragmatismo cuanto antes para salir de allí cagando leches. Acaba y repite y
repite y Nicolás no se entera de casi nada lo que despabila su histeria. Al fin
entiende que la solución es escribirle los pasos a seguir de lo único que le
interesa: teclear un texto y que lo
alumbre la impresora. Nicolás asiente con la cabeza, se concentra y no ve
ningún problema. El chico al fin respira cómodo, le reza para sí un responso y
se marcha. Nicolás resopla. Al fin solo y con todo lo necesario. Se pone en
marcha. Su intención es tenerlo todo a punto cuanto antes, dormir hasta
reventar y repartirlo la noche del martes. Busca la libreta para teclear el texto
aunque lo sabe de memoria. Pone manos de pianista y escribe en Works la
sentencia. Dos veces en la misma hoja para cortarla con las tijeras y que sean
dos. Doscientas hojas A-4 que se
convertirán en cuatrocientas. “Y ni una más”, se dice convencido. Se decanta
por las mayúsculas y añade el nº 111 al apartado de correos. Teclea los pasos
para imprimir y la impresora arranca. Nace la primera hoja, la segunda…. “Esto
marcha”, aplaude enfebrecido.
10
Es martes, son cerca de las
nueve de la mañana, cuando un R-6, rotulado en
ambos laterales a letras grandes con tosco pincel, frena en la calle
Cervantes nº 94. Desciende una rolliza y corpulenta mujer negra y los muelles
del sufrido coche lo agradecen, también sus dos compañeras del asiento trasero
que se desparraman en el espacio libre.
-
Ten cuidado,
Yoli, con el follaviejas – gesticula una de ellas con todo lujo de detalles
Yoli hincha sus músculos y
aprieta el puño simulando tener al lobo como un sumiso cordero y ríe. El coche
arranca y Yoli busca en el bolsillo el manojo de llaves. No puede evitar
fijarse en la acera empercudida de trozos del encalado, en el polvo de la vieja
puerta de madera. La puerta se resiste y le deja caer el hombro. Un batiburrillo
de olores nauseabundos huye a la calle.
Hace un gesto agrio. Recorre el entorno: el suelo parece cubierto por una
lámina pegajosa, los bajos de las paredes tienen la pintura desconchada o
cuarteada por la humedad y el salitre, los muebles y las sillas carcomidos y
desolladas, dos o tres cuadros con fotos de bodas, un Cristo en una cruz sin
una pierna… El paisaje es desolador pero no le preocupa. Avanza unos pasos
hasta el salón y se fija en la mesa atiborrada de hojas, en un ordenador a
juego con el mobiliario y en un dormitorio al fondo, ve, aparente dormido, a un
hombre estirado en la cama con sus vergüenzas al aire. Motivo de peso para que ésta mujer corra sin
mirar atrás pero Yoli no es de esas. Sabe bien a donde y a qué ha venido. La
han advertido. ¡Pero qué diablos!, tiene la oportunidad de trabajar por primera
vez desde que desembarcó en un acantilado de Málaga hace tres largos meses, dinero
y comida y la posibilidad, aún remota, de integrarse a un país de ensueño y no
va a desaprovechar ni la más repelente oferta. No hace ruido. El tío parece
dormido de veras. Y algo tendrá que hacer porque así, pasmada, no va a
quedarse. Se acerca a la mesa y coge una hoja. Parecen todas iguales. Intenta
leerla pero no entiende una palabra de español, sólo palabras sueltas aunque
más bien por el gesto o la intención de quién la pronuncia pero nada de letra
impresa. La suelta sobre el cerro de hojas y se escurre al otro lado de la
mesa. Está a punto de caerse al suelo y al querer cogerla golpea la mesa con
una pierna y un buen número caen al suelo.
Nicolás está sumergido en un
sueño de héroes y jóvenes desvalidas cuando un ruido seco se interfiere vagamente
y le siguen unos quejidos intermitentes y onerosos, nada relacionado con la
presa tierna que ha cedido a su encanto y desciende a la realidad entre
cabreado e intrigado a ver qué ocurre. Abre los ojos y ocurre que ve en el
salón a una gran, gran señora negra, en pompa, recogiendo sus amados papelitos
desperdigados por el suelo. Entonces se levanta y grita.
Yoli endereza con energía su
figura y al ver aquel hombre, con la boca abierta y los ojos fuera de orbita,
no se inmuta y emite sólo un gruñido intermitente y grumoso.
Nicolás se frota los ojos.
No, no está dormido y aquello es una mujer. Una mujer monstruosa y negra, negra
como el carbón. Clama al cielo por si esto es un halo divino. Espera que no
aunque esa mole tiene un papelito en la mano y le mira con cierta intención.
Tiene un tic nervioso y el badajo golpea en sus piernas. En un flash relámpago
recuerda que debía haber añadido algo en el papel sobre color, altura y
volumen. Pero está hecho. Su grito, sin aire, pierde fuelle y es un gorgorito y
sus manos suben y bajan a cubrir su boca o sus partes íntimas. Revive la escena
con Leticia aunque no en todos sus conceptos, en parte porque esta rolliza
señora no es su amada Leticia, no tiene aldabas por donde agarrarla, ni enerva
una sola gota de su sangre y, lo que es peor, ni siquiera muestra el más mínimo
interés. Toma brío y respira lo que puede. Piensa. Es martes y supone que será
otra limpiadora. Tenía que haber llamado a Matías pero como iba a suponer que
alguna se atrevería a venir. La tiene delante y recorriendo su estructura no le
extraña su osadía. Merma sin remedio frente a aquel mastodonte. Una desbordante
figura que le mira con fijeza y sin mover un músculo. Son instantes de
protagonismo exagerado para los ojos. Pero algo hay que decir.
-
¿Quién es usted,
qué hace aquí, cómo se llama? – pregunta Nicolás sin pensar y como una moto
Yoli no entiende una palabra
y responde al tuntun en un tono impropio:
-
Yoli
Nicolás reacciona y entra al
dormitorio a vestirse. Recoge del suelo los calzoncillos, sus bermudas marrones
con rayas blancas y las chanclas. Cuando sale ve que Yoli ha abierto la despensa
y barre como si no ocurriese nada. Observa su envite enérgico y con
detenimiento que de la meseta en sus hombros cae la bata por los perfiles de su
carne sin un resalte, y toma nota que para su idea de mujer, así, nada de nada, que todo no vale.
Mira el cerro de hojas
desperdigadas sobre la mesa y se apresura a recogerlas. Alguna caída la airea
la escoba y Yoli se agacha y se la da en mano simulando una sonrisa. Nicolás se
siente ridículo. No le agrada que esta mujer conozca su secreto. Es mujer y hacia
ella va dirigida, sí, pero no aquí ni así. Podría haber estado en sus manos
mañana y no sabría quién coño es el pedigüeño. Ahora la ha leído y lo tiene
delante. Puede juzgar de primera mano. Qué importa si es negra, si su
estructura es tubular, si tiene que mirarla a la cabeza para saber si está de
frente o de espaldas. Es una mujer y su opinión cuenta. Y su sonrisa es
elocuente. La sigue con la mirada y cree que debe preguntarle. Sólo por simple
curiosidad, ¿qué puede perder?
Yoli está relajada pero no se
fía ni un pelo de este follaviejas. Tiene los brazos preparados para darles
aire y las manos saben lo que tienen que agarrar en caso de necesidad. Sonríe
mientras trabaja y piensa que este no da el perfil para violar ni a una mosca y
que sí es seguro que está un poco loco para escribir tantos papelitos con las
mismas palabras. Le cree un pobre hombre al que la madre naturaleza le ha dado
un hermoso regalo, blanco como la harina, ríe al recordar, y que no podrá usar
siempre que le urja la necesidad. Y su
tema con la vieja bien pudo ser un arrebato o la mala suerte, qué le importa. Pero
tampoco se fía un pelo porque ha visto a demasiados mosquitas muertas
convertirse en tigres y sin venir a cuento. Lo ve acercarse y se enrosca firme
a la escoba para mirarle fijamente a la cara. Surte efecto y Nicolás recula.
“Vale, vale. No sé qué teme con esas murallas”. Pisa sus pasos, agarra una
silla y se sienta apoyándose en la mesa, uniendo los dos montones de papeles
como una sola baraja, golpeando sus cantos, formando una figura geométrica
perfecta. Las aprieta con ambas manos sin perder de vista el ir y venir de Yoli
haciendo su trabajo, absorto en desnudar algún resquicio o coyuntura. Su sangre
es un remanso de paz, lo que indica que no siente nada, pero nada de nada. Lo
que acrecienta su cacao mental porque es una mujer, una mujer joven que supone
tendrá de todo bajo esa armadura. El papel arde por la presión de sus manos.
“Esto es una llamada a la selva, ríe con sarcasmo, y puede atraer a cualquier
cosa, a una temerosa gacela o a un rinoceronte”. Imagina qué sería su vida con
Yoli en casa y tiembla pero, al tiempo, sin dejar de observarla, la estiliza a
su medida y pone cara de bobo. Entre escobadas y baile de fregona le pasan las
cuatro horas en un soplo y no se ha movido de la silla. No se ha aseado ni ha
desayunado y se le abre la boca como a un galgo. Pero prefiere esperar. Llega la
hora y Yoli aprieta los utensilios de limpieza en la despensa, le hace una
mueca risueña y va a marcharse. Nicolás siente un fuerte impulso y la llama:
-
¿Puedes hacerme
un favor?
Yoli no entiende lo que dice
y gesticula.
-
Por favor, no se
lo digas a nadie
Ella no dice nada y hay
silencios que confortan. Este eleva el ánimo de Nicolás a un palmo del suelo lo
que ya es mucho. Lo necesita para la empresa que acomete. Por lo pronto le
agradece a ella con la mirada su complicidad. La ve alejarse, abrir sin
esfuerzo la vieja puerta de madera, salir a la
calle a esperar a que la recojan. Respira ahora que puede pensar. Sería absurdo obviar que conocerla le ha
servido de grata experiencia para saber
qué es lo que no quiere. Que la palabra mujer es un vasto e infinito territorio
y él, que cabalga jocoso, no cree tener espaldas para aupar según qué cosa, que
a sus cuarenta y cinco cumplidos, con más de media vida a cuestas, no debe ser
un gato y miar a un león. Añora una Leticia, unos hermosos ojos que le miren
hacia arriba, una cintura que abarquen sus brazos, un interior moldeable. Yoli
suspende con un cero rotundo y frena su euforia. Debe discernir, cribar con aro
fino las respuestas y no dejarse cegar por las alegrías de la carne. Para eso
hay que esperar. Tiene buena parte del día por delante, un resto vacío, sin
alma, algo hermoso que no le sirve. Un paréntesis inútil y desaborido.
11
Es jueves y por segundo día
consecutivo renueva el aire de la caja 111.
Silba y disimula. Tras el
mostrador, dos sexagenarios ociosos y una cincuentona con visos de arpía y
preocupada por sus uñas, aparcan su atonía y no le pierden ni un gesto. Nicolás
se fija en la mujer buscando algún síntoma y recoge un revoltillo silencioso de
asco y pena. Desagraciadamente tiene que pasar por esto y porque un reducido
grupo le identifique. Peor hubiera sido escribir su dirección y teléfono. Es lo
menos malo. Sale de allí algo abatido, consolándose al transigir un margen al
tiempo y decide pasear sin rumbo por una ciudad casi desierta. Hace calor y le
pica la espalda. Recuerda, entonces, su supuesta enfermedad. Supuesta porque
desde el primer día no ha vuelto a notarse nada, ni ha vuelto al hospital, ni
se hizo la radiografía. No tiene partes de baja para la empresa ni falta que le
hacen. Vive un dulce sueño y nada es más importante.
Se dirige al centro y provoca
algún corro de cotillas y salida de cabezas a su espalda por puertas y
ventanas. Conoce a gentes y pocos, mejor decir casi nadie, le saludan. Simulan
estar ocupados o, al cruzarse, mirar algo que les distrae. Las miradas son
huidizas y sobre todo con las mujeres. Ellas las lanzan a la lejanía y como un
boomerang regresan a clavarse en su espalda. Nicolás lo nota sin fijarse en nadie en particular. Intenta
disfrutar su paseo aunque se siente incómodo. Alguien, a veces, le trae todo al
pairo y le pregunta y eso le anima.
-
¿Qué, Nicolás, no
trabajas?
-
Estoy de baja
Se acerca a la plaza del Ayuntamiento
acrecentándose el ambular de gentes. La calle se estrecha como un embudo y
presiona más si cabe una situación embarazosa. Las mismas calles que le
acogieron con afable nocturnidad le hieren sin ningún escrúpulo. No es nada
nuevo y ahora al menos le señalan. Cree que no debería sentirse mal. Nunca ha
importado a nadie y eso lo tiene claro. Los saludos secos y distantes siempre
han sido poco menos que nada. Tampoco ha tenido apego a sus hermanos que le
doblaban la edad y le veían como a un incordio, como a un chivato enviado por
sus padres para estar al tanto de sus tropelías. Tuvo mala suerte y quizá su
arisca timidez tampoco le ayudó a integrarse. Ni a su grupo de amigos que no
contaban con él para nada serio o trascendente. Siempre corriendo tras ellos
para no perderles el paso, al lado de Luis, claro. Y nada preocupa cuando estás
convencido que así es como eres y que eso es lo que quieres. Pero ya no. Y ahora
integrarse es poco menos que una utopía. Está fuera de juego, en un camino
alejado del que regresar al cruce implica un corte radical de dudosa soldadura.
Es lo que hay. Qué remedio. Distiende el tubo de acero que taladra sus
vértebras y se relaja lo que puede. Sabe por qué está caminado y pasando por
esta ignominia. No tiene lógica que se ofusque y pase por alto alguna señal
reveladora que pueda desvincularse de lo ruin, repelente o sedicioso. Claro que
es un riesgo porque la profundidad de una mirada azora y lleva a otras
conclusiones no deseadas y a veces es defendida y origina enfrentamientos con
algún fugaz advenedizo. La cosa tiene bemoles. Todas las actitudes le llevan a
un precipicio que también de paso le ofrece un paisaje infinito y un cielo
inmaculado. En resumen, una hermosa e inmensa soledad. Retrocede e insiste en
una lucha cuerpo a cuerpo perdida de antemano. “Tengo que mirar a alguna parte,
se defiende ante algunos, no puedo andar con los ojos cerrados, joder”. Llega a
la plaza y se sienta en un banco a la sombra temblorosa de un arbolillo frente
a un sol de escándalo. Cruza las piernas y apoya sus brazos extendidos en el
espaldar metálico con una amplia perspectiva y dominio de la situación. Desnuda
una conclusión obvia: la ciudad ha crecido, los edificios han cambiado salvo
alguno que resiste como un jabato, las gentes han remozado su atuendo. Y ahora
supone: las gentes han acrecentado su prisa, también, y sin saberlo, su
soledad. La suya es evidente y se vanagloriaba de ella pero, está convencido,
cuantas no habrá sumergidas en la más espantosa comedia. Él aúlla como un lobo
solitario pero cuantos ocultan su lamento con el rabo entre las piernas.
Ausculta, desde su punto fijo, miradas que se rebelan del hermetismo y la
frialdad de los gestos, miradas que piden socorro a gritos como alguien dentro
de otro alguien, preso y maniatado. Claro que a la vez circunda los perfiles de
toda buena hembra que osa cruzarse, algo que incluso le permite ocuparse de su
dudoso interior. Se ha colado en primera fila de una escena procelosa y no pasa
inadvertido para los actores en liza que le dedican algunos diálogos. “Bah, que
se jodan. Soy dueño de mis ojos”. Se mantiene inerte pero con el cuello bien
engrasado y la mañana crece sin notarlo. Una brizna de aire huye a ninguna parte
y refresca el sudor, también mueve un papel pisoteado que conoce muy bien. Se
levanta a recogerlo lamentando su rastrero destino. Medio sesgado aún recoge la
síntesis de un lamento inocuo. Es evidente que anduvo abigarrado a unas manos
soeces y a un corazón insensible. Sin ánimo de compartir o debatir su
plurivalencia. Es mejor arrojarlo al suelo y patearlo si a uno no le sirve.
Rabia y sueña el destino de los demás y su consecuencia.
El tránsito ha aflojado,
presumiblemente por la hora y el calor, y se aburre. Además de sudar como un
cerdo. La sombra del arbolillo se ha reducido a un aro en las baldosas
alrededor de un tronco pubescente y vigoroso y le ha dejado frente a frente con
ese refulgente opresor sibilino. Algo parecido en su batalla diaria con la
hormigonera pero no es lo mismo, allí interpone un sombrero de paja y se mueve,
además de tener cerca el botijo con el agua fresca. Pero se siente a gusto en
su trono de rey y aguanta con una estoicidad absurda y una imbecilidad extrema.
Siempre ha sido muy cabezón, algo que en la edad se acrecienta porque no
transpira y la soledad no ayuda ni el sentido común alerta, ni hay nadie cerca
que desbarate el encantamiento, y la tozudez desbarra, como simbología
sediciosa. Pero el calor no le anda a la zaga y aprieta. La ciudad es un helado
de frambuesa y caen las casas a la calle formando una masa viscosa y dulce. Y Nicolás aguanta por nada, aguanta y aguanta
para nada. Su piel erupciona como un volcán mientras reconoce su parte de culpa
en las cosas que le han pasado y le pasan. La tozudez es un bloqueo o una
desbarrada irrefrenable y la soledad inaccesible muralla. Provocó la desbandada
y atesoró lo que pudo y la familia no perdona, más cuando la situación de sus
hermanos bordea la indigencia. Genera odio que no puede pulirse, odio que parió
indiferencia. Es una espina clavada que sólo ahonda el recuerdo y soporta el
dolor aunque se sabe inocente. El sol que prensa aborta la ofensiva y lo
agradece. Se queda en blanco y nota que hierve la caldera de sus sesos, que le
sube un sudor frío. Es momento de dejarse de coñas y nivelar su temperatura a
la temperatura ambiente, aunque ésta ronde los cuarenta grados.
En un ángulo de la plaza hacen cola unos niños
alrededor de la fuente de agua potable. Se tira a ella como un oso. Bebe y
apaga el incendio de su cabeza. Con los ojos vaporosos busca a los niños para
disculparse y allí no ha quedado ni un alma.
-
No te da
vergüenza, Nicolás, asustar a los niños – le recrimina Salvador, un octogenario
sentado a la sombra
Su mujer, Rogelia, casi
ahogada por la calina, ruge sin mirar a nadie:
-
¡Qué vergüenza
quieres que tenga un sinverguenza!
Qué puede responder. Haga lo
que haga no le cae bien a nadie. Da igual que esté asfixiado, aunque haya sido
su gusto, o que estuviera arrojando espuma por la boca, que se hubiera muerto.
Y antes no le importaba pero ya no, antes no necesitaba a nadie, ahora quiere
algo de ellos y ser un poco como ellos, aunque no sepa en el fondo qué ni cómo.
El calor ahoga de nuevo la retórica. Recorre
la plaza con la mirada y está casi desierta. Algunas personas la cruzan y sólo
la pareja de abuelos aguantan impertérritos cociéndose al baño María. Se despide
de ellos y no le hacen mucho caso. Pone rumbo a su casa y recuerda que tiene
que comprar algo en la tienda de su esquina.
Por el camino se cruza con
Maruja, cuarentona casada y algo guarrilla según las voces, y le saluda con una
sonrisa escondida como temerosa o anhelosa. Parecía indicar algo que no supo
percibir, un acto reflejo o un síntoma sutil, o nada. Maruja está casada y no
cumple su exigencia pero está muy buena. Mejor no pensar en ella aunque le
apetece. No descarta que no conozca el suscriptor del papelito y sólo le mueva
el morbo por su intentona fallida de violador. Pensar esto le acelera y el
deseo vaporiza toda opción lógica. Y el zurullo zangolotea. Se vuelve para
seguirla pero la calle es una postal de acuarela. Sin una muestra racional con
falda corta y escote de barco, ni movimiento, salvo un perro que hurga en una
bolsa. Hierve y trina y nota una ventisca interior que airea la neuralgia. Se
queda un momento pensativo. No es el mismo. Nada será igual después de aquello.
Necesita una mujer. Le urge. La necesidad afila sus garras. Pero no así. Soportará
el periplo exigido aunque tenga que encerrarse. Nunca convertirse en una
alimaña. Sabe que es un solterón obcecado y cavernoso, entre mucho, pero no un
animal. Y esto alienta algo incontrolable con una premura eruptiva y facciosa.
Tiene que controlarse, armarse de paciencia y saber esperar, visitar si no hay
más remedio la casa de putas de nuevo, elegir a alguien más cercano al trópico.
“Negra como Yoli”, ríe y recuerda a una africana bajita y abundosa. Debate y
camina. Olvida las miradas pero para nada los cuerpos rotundos que mecen su alegría.
Para ellos su repaso comparativo y su número en el escalafón ante un
hipotético, no imposible aunque sí improbable, tumulto postal. Rozan el ridículo
sus plantes y estilo con un capote invisible adornado de silencios y alguna se
revuelve a escupirle cuatro verdades a la cara. Tiene que tragarlas sin pelar
pero no renquea. Saca pecho, lo que nunca ha hecho. Aquella complejidad que las
relegó cara a cara a la indiferencia ha roto en pedazos su celosía y muestra lo
que hay. Sin medias tintas ni verdades a medias. Es el nuevo Nicolás que bulle
por fuera y por dentro.
A trancas y barrancas llega a
la tienda de José, sesentón gordo y tierno, y compra algo de comida y el pan
del día.
-
Apunta, José, mañana te pago
José humedece la punta del
lápiz con los labios y busca un hueco en la libreta con la oreja puesta en un
extremo del mostrador donde está apoyada su mujer y dos viejas remolonas. Su
mujer se llama Ramona y arranca a primera hora de la mañana la locomotora de su
lengua para un recorrido transiberiano. Su tienda es un lugar reconocido de
culto al cotilleo, con contraste exhaustivo de fuentes y copyright. “Si lo dice
la Ramona ”, es
un sello fidedigno. Ahora airea un papelito, que Nicolás reconoce al vuelo, y
anda loca con el retrato robot del osado gañán de semejante paparruchada.
-
¿Y el hijo de la Remedios ? – dice una de
las viejas, enlutadas hasta el cogote
-
¿No sabes que es
maricón? – replica la otra
Ramona lleva dos días
pateando mentalmente las calles, una a una, vareando árboles genealógicos y no
cae el pájaro. Por supuesto que descartó a Nicolás desde un primer momento. Le
conoce desde que nació y hay cosas obvias que no deben ni siquiera plantearse.
Incluso cree que lo de Ascensión tuvo que ser un producto de algunas
desagradables coincidencias. Nicolás no pudo tirarse a ese mamut por mucho que
ella lo firme. Le aprecia, aún recuerda
con dolor la ausencia de su madre, Adelina, una santa, su amiga desde niña,
madre de tres hijos, cosa que a ella le fue negado, por eso, en cierto modo,
con Nicolás hace de madre, en la sombra, claro está.
Nicolás se marcha y le saluda con una sonrisa de oreja a oreja.
-
Oye, Ramona –
dice una de las viejas con la cara iluminada por una confidencia divina - ¿Y
por qué no le preguntas a la
Julica , la que trabaja en Correos?
12
El sol, como cada tarde, se
despeña tras el cerro de arcilla y tras
un rato de dudas y miedos salen a festejarlo ráfagas de viento y a honrar su
muerte turbas de nubes negras. Nicolás la vela, apoyado en el quicio de su
puerta, con la mirada fundida en la lejanía alfombrada con la perspectiva de su
larga calle en descenso. Ha pasado la tarde quejoso. Ha comido mal y no ha
pegado ojo en la siesta. Está esperando que anochezca para irse. Tiene pensado
pasear entre El Paseo, la calle El Santo y
Las Palmeras y rematar la faena en los pub hasta que le flojeen las
piernas.
Ramona le ve pasar por la
ventana de la tienda y la conciencia maternal encoge su estómago. Tiene la
bomba en sus manos y sólo tiene que prender la mecha. No se lo ha dicho a
nadie, tampoco a José. Quizá no tarden mucho en enterarse pero se dice que no
será por ella, con todo el dolor de su alma. Y está que trina porque no le
entiende. ¿Por qué ahora?, ¿por qué así?. Tapa su boca y ahoga todas las
palabras que osan rebelarse. Al contrario. Debe ayudarle. No sabe cómo pero
piensa. Será un hazmerreír y más con ese sambenito de violador. “Pobre chico,
¿para qué querrá una mujer?”. Despachurrada sobre el mostrador apoya la
barbilla en la palma de una mano y la mece. No ve sentido. Es un disparate.
Dios le ha regalado una vida monacal, sí, pero sin cargos y con suficiencia.
Las mujeres lo enredan todo y a él van a enredarle. Es frágil, su aplomo
bambolea y lo que es peor: sólo sabe estar solo. Y tiene dinero. Un delicioso
canapé para una lagarta. “¿Qué persona de bien va a acercarse?”. Hace memoria.
“¿Y mi Encarni?” (es su sobrina, treinta
y cinco años y cumple porque está soltera): “No. Sería un castigo, es medio
idiota, la pobre”. Eleva su vista de águila. ¿Y Rosa…, María…, Luisa…,
Encarna?: No, no, no, no. Una se pasa, otra no llega, una pica, otra gallea. La
soltería es otro mundo. Soterrado, hermético, adornado de indescifrables
máscaras. Y los cincuenta son una mala edad para casarse si antes no se ha
estado casado. “¿Y viuda?”. Se le abre un amplio abanico. Y a muchas las conoce
y a alguna la precariedad le puede hacer
abrirse. Sólo tiene que cribar. Viudas sin hijos o con hijos casados y
sin viejos puntillosos. El abanico se cierra. Pero algo hay. Pulula.
No se ha dado cuenta que
lleva un rato en la tienda Alfonsa, su dúo para el palique. La visita por las
mañanas y a última hora de la tarde. Ella recoge y le trae y Ramona cierne,
lava, peina y viste de fiesta para que su buena amiga pasee el resultado por esas calles y plazas.
Son uña y carne. Por eso Alfonsa sabe que su abstracción debe ser por algo
gordo. Algo que ella no le ha dicho.
-
¡Uy, no te había
visto! – exclama Ramona dándose un buen susto
-
¿Tan fina soy? –
pregunta Alfonsa con retintín
Ramona endereza con ahogo su
cuerpo serrano y lo recalca.
-
Desde luego que
bien hermosas sí estamos
Las dos se carcajean de lo
que no tiene réplica ni visos de enmienda pero el chiste no tarda en renquear y Alfonsa va directa al grano.
-
¿Sabes que Felisa
ha discutido con Antonio y se ha ido con los niños a casa de su madre?
-
¡Noooo me digas!
13
Nicolás ha dado dos vueltas al circuito entre la calle
“Real” y el Paseo Las Palmeras rodeado
de parejas, de grupos de zagales y chicas. Viejos solos o en grupo están
sentados al fresco en las aceras de la cuesta de la calle El Santo y les saluda
con recalco por cuarta vez y tampoco le responden. Vuelve a fumar después de
diez años. Ducados negro. Tuvo que dejarlo porque tosía y gargajeaba como un
tísico. Esta noche los encadena y la ansiedad se los come. No les coge el sabor
y le escuece la garganta pero tiene una mano en el bolsillo y la otra ocupada en
sostenerlo además de su boca en soplar el humo a los cuatro vientos. Por otra
parte nada especial. Recorre los mismos lugares
que a sus veinte y pocos años, arropado, entonces, de un tropel de
amigos que caían uno tras otro en las fauces de las chicas. Recuerda las
carreras tras ellas y las de algunos como él y Luis tras la cerveza fría y el
tapeo. Eran buenos tiempos, otros tiempos. Hoy no conoce a nadie y sólo le
suenan algunas caras como hijos de amigos o conocidos. Le escuece el humo en la
garganta además de otras cosas. Pero no hay remedio. El tiempo pasa y jamás
regresa a remediar nada, si acaso a estropearlo. Porque nada consigue con esto
salvo amargarse y pagarlo después con el whisky. Entra a un pub en El Paseo y
no hay nadie. Se sienta en un taburete apegado a un ventanal con buena vista a
la plaza. El camarero es joven y no le conoce. No se le ocurre comentarle nada
y se centra en la calle, trago a trago, en las gentes que pasan, en los coches
que pasan.
14
A Ramona, por un resquicio,
se le ha escapado el gato a la calle. Está compungida, parece que de corazón.
-
¡Por Dios, Alfonsa, que es como un hijo!
-
¡¡¡Mujer!!!
Alfonsa hincha la barriga y
pone boca de pato. Nunca lo hubiera imaginado de Nicolás. Intenta calmar a
Ramona y le da el parabién en lo de buscarle una mujer a semejante monstruo. “¡Ni
de coña!”. “¡Faltaría más!”, piensa.
Tras esa oferta cándida sabe que se esconde una alimaña, una bestia que quiere
actuar impune. No, no, a eso no va
ayudarla aunque se lo ha jurado por la gloria de su madre.
-
Tenemos que
ayudarle – suplica Ramona - ¿Tú crees que María Antonia le vendría bien?.
Podrías, tú que tienes tacto, hablar con ella…, el chico tiene dinero…, ya
sabes
-
Esa…, no sé – le
sigue la corriente – va para los sesenta y es muy recta…, no creo yo que…
-
¿Y Angelines?
-
¿La de Madrid?.
¡Mujer, pareces tonta!, no sabes que está liada con su primo
-
¿Pero todavía…?
-
¡Digo!
-
Di tú que alguna
debe haber. El chico es bueno y no se va a quedar con ese disgusto
Alfonsa hace como que piensa
y que no se le ocurre nada. Desde luego no va
a poner la carne en su puerta, se reafirma con rotundidad, “A ese lo que
hay que hacer es cortársela y así se acaba el problema”. “Benditas mujeres y
malditos marranazos”, gruñe por dentro poniéndole a la cara de Nicolás la de su
Mariano, en su peor gesto y en plena tajada. “Los hombres son todos unos
cerdos”, muerde sus entrañas
-
No sé, Ramona,
así y tan de repente…
-
Pues piensa en
ello esta noche que mañana tenemos que solucionarlo. Tú y yo, bonita, selladas
como unas tumbas
Alfonsa ríe con nervio y
recuerda que tiene que irse.
Son casi las nueve y su mente
cavila: En casa de María estarán a punto de irse las costureras. Si llega tarde
irá a la tertulia en el patio de Felipa,
quizá mejor a la calle El Agua, que a esta hora estarán todas en las puertas.
Se da prisa.
José estaba viendo la tele
pero al sentirlas hablar puso la oreja y se ha empapado. No le cae mal el chico
y le jode que su mujer sea más inocente que un piojo.
-
No sabes sujetar
la lengua, mujer. Mañana lo sabrá toda la ciudad, eso si no se entera esta
misma noche. Si tantas ganas tenías de hablar podrías haber confiado en mí
Ramona sopla poniendo el
mismo gesto que un niño pillado en una travesura a la vez que abre los ojos a
la realidad dándose cuenta de lo que ha hecho.
-
Ha sido sin
querer – susurra intentado convencerse
José tiene una voz infantil
que le hace parecer, con razón, blando como la mantequilla. Y grandes dosis de
ternura que almacena con vana esperanza en un cuarto oscuro. No es infeliz, sin
embargo.
-
Si tienes interés
de corazón ve a hablar con la viuda de Fausto
-
¿Mercedes?
-
Mercedes
-
¿Y su hijo? – se
pregunta Ramona poniéndole cara a un chico de dieciocho o diecinueve años
-
Está sola. Está
harta de decirlo en la tienda. Además está de alquiler y no tiene un duro
-
¡Vaya, Mercedes!
– suspira - ¿Y no está mal de aspecto, verdad?
-
No está mal, no
está mal
15
Nicolás enfila al fin su
calle, por el centro, que es por donde tiene más espacio para moverse. Se
detiene y resopla. Sus piernas, en ángulo obtuso, hacen de puente y aguantan.
Sólo tiene que aplomarse, fijar el alquitrán a un plano recto en el suelo que
es donde debe estar. No lo logra del todo y se cabrea. Para colmo las casas
ondean y las luces van y vienen, suben y bajan. “¡Pero, por favor!”. No está
para juegos. Quiere a su cama. Está casi al final de la calle y sólo le quedan
tres pasos. Pero hay que darlos. Vacila. La cabeza gira y es imprescindible
frenarla. Nivelar la mirada. Anda en ello y cuando parece estar la lanza con un
garfio a un punto fijo: su casa y tensa firme la cuerda. Lo peor está hecho.
Ahora a cerrar la tijera y que obedezcan las piernas. Trastabillan los primeros
pasos pero coge la onda para trotar como un potrillo. Babea y la lengua oscila
en la barbilla. Se acerca. Ya llega. Busca en el bolsillo la llave y mete un
ojo y medio cuerpo delante de ella por el ojo de la cerradura.
16
Yoli da de lado y sigue la reguera de vómitos hasta
la escupidera a pié de la cama. Blanca y moteada por algunos restos tiene en su
perímetro cúmulos fluorescentes y está empercudida la sabana y los bajos de las
paredes. Rasca un borde con la punta de la chancla y está seco y duro como el
cemento. Frunce el ceño pero mira a Nicolás y distiende el gesto. Está dormido,
vestido, con los labios adornados de restos granulosos, como un bendito. Le
mira con detenimiento. Tiene buen tipo, no es feo, además de eso que ya sabe.
Tampoco le parece demasiado mayor, ni mala persona. Y esta casa le gusta aunque
pida a gritos unas buenas manos. Ni le
disgusta la ciudad que es tranquila y su racismo parece soportable. Es un buen
lugar y un momento idóneo de frenar su viaje a ninguna parte. Sería bonito.
Piensa y sueña algo que no le importaría, un pensamiento y un sueño utópico,
aunque, por si acaso, hoy vista curvando su silueta, luzca unos coquetos rizos
y haya pintado y repintado de rojo sus labios. Sabe que no levanta pasiones y a
menudo más bien lo contrario. No por fea sino por gorda y por negra. Pero de
eso no dice nada el papelito, sonríe y recuerda que lo reconoció al enseñárselo
una compañera y que después de traducirle su contenido no ha contado su secreto
a nadie. “Tengo treinta años y soy una mujer”, piensa en su idioma, también en un
afrancesado español. Sin hacerse ilusiones tiene pensado dejarse llevar por la
corriente, no forzar nada y esperar. Sabe que una colombiana se enfangó con él,
que el sexo es su punto débil y que ella no desdeña aunque debe ser cauta. Sólo
se lo pondrá en bandeja si le sirve de algo, si ve algún atisbo aún sea lejano.
Por lo pronto se va a dedicar a su trabajo, no muy agradable. Hace calor y la
sudor gotea. Nicolás tiene puestos los zapatos y los calcetines y sigue el
impulso de quitárselos. Los pone bajo la cama. Él ni se ha movido. Se centra en
lo suyo. Coge el cepillo y el recogedor de la despensa y mira por si ve una
espátula. Pero su cabeza está en otra parte. Va a prepararle café y lo suelta
todo para ir a la cocina. Llega y se frena. El fregadero está atestado de
cacharros y hay paños sucios por los pollos y la mesa. El hule tiene
asentamientos de todos los colores. La placa de gas parece blanca bajo los
salpicones de grasa. ¿Qué hacer?, ¿por donde meter mano?. Suerte que a su jefe
le ha dicho que no la recoja y sólo tiene dos horas en otra casa a partir de
las cinco. Porque la cocina tiene una mañana. Y para una que no sea tonta.
Comienza por lo imprescindible para hacer café por si despierta Nicolás. Manos
a la obra. Tiene que rascar la placa, el cazo…, la taza…, el plato…
Nicolás despierta con la boca
seca como un ripio. Con el regusto amargo de la nausea y a ver la estela de
porquería adherida al suelo le sube otra andanada y escupe lo que puede. No
queda nada. Se levanta y busca las zapatillas en el armario y levita pisando
los bordes de la porquería con la nariz cogida. Oye ruido en la cocina y se
acerca.
-
Buenos días, Yoli
Yoli se gira y arquea sus
labios pintados. Le señala el cazo.
-
¿Café?
-
¡Ah, si, gracias!
Toca el cazo y está frío.
Busca las cerillas y se apresura a calentarlo.
Nicolás se ha quedado quieto
y bascula los ojos entre las curvas de Yoli y el color primitivo de la cocina.
Todo es nuevo para él aunque no le impresiona. Es significativo, sin más. Yoli
le señala una silla y coloca con cuidado la taza y el azúcar sobre la mesa. Los
ojos se unen a veces y preguntan. Nada relevante. Nicolás escurre las palmas de
sus manos por el hule. Le gusta la limpieza y reconoce que es un poco dejado.
Por uno u otro motivo lo pospone y las cosas se amontonan para aflojar más si
cabe el ánimo. Y verlo resurgir le gusta. Mucho más en otras manos. Manos que también le preparan café, parece que
con agrado. Algo ha cambiado en la actitud de Yoli y sigue sus movimientos con
curiosidad. Recorre sus amplias espaldas, circunda su hermoso trasero. Y al
girarse su abierta sonrisa además de sopesar el buen volumen de sus pechos. No
es su tipo de mujer. Para nada. Pero no le desagrada. No sabe el porqué.
-
Anoche cogí una
buena tajada
-
¿Quoi?
-
¡Eh?
Nicolás ríe emulando
cualquier gesto que anoche nacía del alma. Yoli le entiende y con la mano le
recrimina y se coge la nariz.
-
Eso non est bien
-
No te apures que
yo te ayudaré a recogerlo
El cazo humea y lo vuelca con
cuidado a la taza.
-
¿Y tú, no
quieres?
Yoli le mira dilatando los
ojos.
-
¿Café? – insiste
Nicolás
-
¿Moi?
-
Pues claro
Los vasos, en su estante,
están limpios y bien alineados. Los platos ordenados en el platero. Se sirve y
se sienta frente a él algo nerviosa.
-
¿De donde eres?
-
¿Quoi?
-
África…, país…,
¿de qué lugar…?
-
Nigeria
Nicolás supone cosas que es
mejor no preguntar. Se siente a gusto aunque la resaca está en su apogeo. Su
sonrisa y su mirada clara le confortan. Es su segundo día y prefiere asentarse
en este apacible terreno neutral. Sin preguntas ignominiosas. Pero el silencio
es áspero y punzante.
-
¿Tienes a
alguien?
Nota que no le entiende y
continúa:
-
¿Sola? – pregunta
gesticulando - ¿Tú, sola?
-
Oui, si, sola –
responde Yoli con un triste brillo en los ojos
y susurra escurriendo alguna lágrima – non hombre, non fils
-
¡Eh, no, no! –
Nicolás se levanta y le aprieta el hombro acongojado – por favor, perdona Yoli
-
Non Yoli, je suis Amina
-
Me gusta Yoli –
sonríe Nicolás y la hace sonreír
Vuelve a sentarse y mira con
fijeza su cara grande y tierna. Coge su mano y frota la grosura de sus dedos.
-
Te llamaré Yoli
Ella encoge los hombros y
levanta el vaso instando a Nicolás a hacer lo mismo.
-
Se refroid
El silencio ahora es blando y
sedoso, también inquieto, con un aleteo incesante de palabras que rozan los
labios. Nicolás se desliza a un lugar extraño y comienza a evadir la mirada y a
ponerse algo serio. Yoli lo nota y se levanta. Es hora de seguir el trabajo y
el verdadero camino. Siente algo de rabia que disimula. No puede haber nada,
sabe que no hay nada donde nota algo. Algo que libera lastre y dibuja de color
un paisaje yermo, casi desértico. Ha sido un espejismo este momento bonito y
nada ha perdido con disfrutarlo. Se da cuenta que el papel no va dirigido a
ella pero está aquí y no ve, aún, a
nadie cerca. Le gusta. El chico merece la pena sin ninguna duda. Lástima.
Probaría de corazón si él se lo pide. No ha tenido nada suyo desde que decidió
abandonar aquella chabola, desde que la abandonó su marido y murió su hijo. Sus
dos hermanos embarcaron para acá y no sabe nada de ellos. Está sola y se siente
terriblemente sola, con una aglomeración de ternura que erupciona día a día
para nadie. Ni siquiera se lo ofrece a los recuerdos porque no le sirven. Los
enterró en su orilla, antes de subir a la barca con treinta o cuarenta sin
nombre y jurarse que volvía a nacer en aquella noche agitada y oscura. Está
aquí, la llaman Yoli y nada ha ocurrido antes que merezca la pena contarse.
Nada que importe a nadie.
Su sonrisa no flaquea mientras termina de arreglar la cocina y
bromea con Nicolás raspando la vomitera.
-
Quelle boison
est-il? – pregunta simulando empinar el codo
-
¿Eh?, whisky
-
¿Un bon whisky?
-
Dyc
-
N´importe quoi
sauf ça
-
¿Eh?
Los dos están agachados y ríen
con ganas. El vómito se ha adherido a las baldosas de barro y hay que frotar
con fuerza. Nicolás, a veces, sólo a veces, oscila sus ojos al vaivén de sus
pechos. Se rozan sin querer y frenan para mirarse susurrándose palabras que no obtienen
respuesta. Pero su cuerpo espanta. Y se levanta alejándose. Nicolás no entiende
nada. Vive una sensación hermosa que da luz a un espacio negrísimo en su
corazón y sale de allí de malos modos y cerrándole la puerta. “Soy un imbécil,
un perfecto imbécil, Yoli no, Yoli no”.
Sobre las tres Yoli se prepara para irse. Nicolás está
sentado en el salón y mira la tele aunque en realidad la mira a ella. Guarda
los arreos en la despensa y al pasar por su lado le saluda con la mano y se
dirige a la calle. El corazón de Nicolás se acelera. No quiere hacerlo pero la
llama.
-
Yoli
La emoción aflora en su cara
al girarse, al verle levantarse y dirigirse a ella, elevarse de puntillas a
besarla en la mejilla.
-
¿Te apetecen unos
huevos fritos?
-
¿Quoi?
-
¡Coño, no te vas
a ir de aquí sin comer!
17
Yoli se ha marchado y
cualquier pensamiento nimio flota en torno a ella. Está confuso, no en el
fondo, testarudo, sino por la sensibilidad que cosquillea la superficie. Su
vacío parece haber vaciado un océano
dejando a la intemperie su ansia como peces muertos. Sabe que es lo que quiere,
lo que necesita, lo que desea pero no con ella. Quiere sentir lo mismo pero con
otra mujer aunque hunde los ojos arrastrando todo lo hermoso vivido pero no es
suficiente. Falta lo que verdaderamente le interesa ahora: Hervir. Y con ella está frío por dentro. Su mente intenta en vano desnudarla y el
respeto la viste. Esto, cree, es un fleco del amor que deberá aparecer en otra
después de y no como aquí que ha llegado antes. Si fuese más joven podría
anteponerlo pero no con casi cincuenta años y sin haberse comido una rosca. Le da igual si
invierte el orden. Primero follar y luego respetarse, y hablar, y lo que haga
falta. Con Yoli intuye que puede alterar el orden pero algo le frena que no es
precisamente abrirla de piernas como a cualquier otra. Ocurre algo que no sabe
porque de estas cosas no entiende. No es normal. Ni lógico. Ni siquiera quiere
masturbarse aunque le apetece. Pasa la tarde estirado en el sillón con la tele
de compañía intermitente imaginando a Yoli de aquí para allá como un fantasma. Y cuando el sol se aleja sale al
patio y se queda petrificado mirando un paisaje extenso de patios y tejados
hasta que se desdibujan y desaparecen.
Esa noche duerme a ráfagas y
al despertar le duele la cabeza. Recuerda que no cenó. Desmenuza dos magdalenas
en una taza de leche fría como bálsamo inmediato tostando al tiempo unos trozos
de pan duro que unta con mantequilla. Yoli se pasea por su mente como un esbozo
que a ratos colorea. No logra alejarla. Pero emerge con fuerza el recuerdo de
la caja en Correos y que ayer olvidó por completo. Y quién sabe. El destino
puede depararle algo y no debe cegarse. Hay que esperar. Cuarenta y cinco años
no se arreglan en una semana. Necesita tiempo y paciencia, algo demasiado lento
y fastidioso. De todos modos aún es temprano. Y el frigorífico está pelado. Tiene
tiempo de hacer recuento de provisiones y comprarlas junto con el pan del día.
-
Buenos días, José
Nicolás despliega la hoja con
los apuntes. Ramona está despachurrada en su extremo del mostrador cuchicheando
con una mujer que Nicolás conoce como la joven viuda de Fausto, un tejero que
engulló una trituradora. Las saluda y sigue
a lo suyo. Pero Ramona llama su atención.
-
¿Conoces a
Mercedes?
En su tono pícaro percibe la
oferta. Un escalofrío despega como un cohete erizándole. Se gira y las miradas
que cruzan son como hachazos luminosos. La conoce pero nunca se ha fijado en
ella. Menuda, pelirroja, proporcionada, no alcanza ningún límite significativo
y sin embargo los roza todos. Una belleza prudente de voluptuosidad justa. La
sangre se despereza aumentando el ritmo y los nervios juegan a la comba.
-
Claro – responde
Los tiernos tenderos babean.
Intentan ayudar con burdo chalaneo e incordian. La pareja que se mira no
necesita oír sus explicaciones superfluas y atajan a un espacio privado e
insonoro. Donde cualquier argucia les sirva para alejarse.
-
Me han dicho que
buscas a alguien para limpiar la casa - susurra Mercedes – si te parezco bien…
-
Estupenda –
Nicolás se ciega en la respuesta y se da cuenta que los viejos están
boquiabiertos – Pero debes verla…, la casa…
-
Claro – responde
Mercedes abriéndole unos ojos inmensos
El calor encierra a las
gentes en sus casas y la calle está desierta. Mercedes va delante y rota el culo a cada paso con
solvencia despegándose una y otra vez del cuello su media melena vocalizando
con tontura “eh, oh, uf” . Nicolás exhuma todos sus restos y los prepara para
la guerra. Porque esto no puede tener otro significado. Se adelanta al llegar y
la puerta se resiste. Arrastra como nunca. Y se cierra con estrépito. Está
nervioso y no puede evitar que le
tiemblen las manos y las piernas.
Mercedes respira satisfecha al entrar a la
casa. Tantas veces de paso y nunca hubiera imaginado que podría ser suya. La
vida es caprichosa y gira y gira. Quita y ofrece. Y el chico no desentona. “Un
hombre al fin y al cabo”. Entra delante de Nicolás y camina desnudándose
lentamente, sin decir una palabra, sin girarse, a la vez que analiza el
entorno. Al entrar al salón ve la cama al fondo y cuando llega a ella está
completamente desnuda y su ropa dispersa por el suelo como la estela a seguir. Se tiende con calma y abre los brazos y las
piernas.
-
Tómame,
hombretón, si esto es lo que quieres
Nicolás aún está en la
entrada al salón y no da crédito a la escena que vive. Está patidifuso aunque
su pene reacciona. No le deja pensar. La vellosidad rosada que corona los
muslos de ésta hermosa mujer le azora. Cada paso que acerca al encuentro le ofrece de ese reducto una perspectiva más sinuosa y
eléctrica, ancla de un cuerpo exquisito, con algún detalle que elude - su
barriga pulposa, la selva húmeda en sus axilas - porque desgrana sus pechos
medianos erguidos y punzantes, blancos como la leche. Salta de júbilo. Es justo
el cuerpo que andaba buscando, que dibujó su mente en cada línea del papel. Emerge
un grito ahogado que convulsiona hasta su más recóndito refugio. “¡Dios, de la
a A la Z !”. El pene
oprime y estira como si quisiera adelantarse y no le da chance. Arroja la ropa,
trapo tras trapo, al aire y le muestra a Mercedes su rotunda algarabía. Más que
sorpresa promueve su instintiva defensa que cede poco a poco al vaivén de este potro
salvaje, bruto y fogoso. Ella se queda inmóvil, sin mover un músculo, dejándose
morder y apretujar, golpear sus entrañas hasta lugares que nadie, jamás, había
rozado antes. No participa y sin embargo, en algún instante, jadea tenues
vocales hiposas. Siempre ha sido pasiva y el tiempo cristaliza las actitudes
crónicas. Cree que estarse quieta es lo que debe hacer. Así la enseñaron, quizá
para no parecer una de esas. Por el
contrario, Nicolás la monta eufórico e imprime ritmo. Elude los paréntesis y
empalma tres polvos como si tuviera veinte lejanos años. Termina exhausto y
ella casi ahogada por la presión. Sudan como si se hubieran duchado. Ella
calla. Nicolás sopla, sopla, sopla. Leticia aleja su encanto y su influencia.
Pero no. La frena. Éste cuerpo trémulo le parece fragoso y algo que comienza a
devanar: enigmático. Apagado el incendio el monte humea. Y sin una triste flor
o retallo que aliente un gesto o una palabra. Siguen desnudos, sin rozarse,
como figuras difusas. Nicolás mira las cascarillas que penden del techo
pensando que hace menos de una hora no se conocían, que la tiene aún abierta y
dispuesta como una muñeca hinchable. Ha sido un polvo de película pero ha
follado solo. ¿Y qué importa eso?. Lo que le ocurra a ella es cosa de ella. Él
lo ha hecho, le ha gustado y espera tomar aire un rato para atacar de nuevo. Su
sexo sigue dispuesto y los pechos son dos deliciosos dulces de merengue.
Esperan su regreso y esto es lo que
quería, esto es lo que buscaba, sin duda. Y ella está calladita. Aunque mirar
sus grandes ojos abiertos, fijos en algún punto del techo, aturde. Y asusta cuando gira la cabeza sin moverse para
decirle en tono severo:
-
¿Has terminado?
-
¿Eh? – su
resurrección le eriza los pelos como escarpias y balbucea – no, no, quiero
seguir. Espera…, sólo un momento
Ella vuelve la mirada al
techo hablando en un tono abúlico señalándole con un dedo sus partes íntimas.
-
Eso lo tienes muy
grande, diría que demasiado
-
¿Qué?, ¿grande? –
pone sin querer cara de bobo - ¿No es así como la tienen todos?. No sé…, mi
amigo Luis…, y en todas las películas que he visto…
-
Es muy, muy
grande
-
¿Y eso es malo? –
pregunta sobrecogido
-
Nooo – maulla
Mejor, piensa Nicolás. Nada
peca por exceso si puede restringirse, porque ¿qué se puede meter si no hay?.
Hace memoria y recuerda el jolgorio de
Leticia en derredor como si fuese una
flauta mágica y la sorpresa inicial de Claudette. Y él sin saber qué celaban
sus piernas. Pensar en su inesperado exceso de hombría le arma y se gira a
Mercedes que sólo tiene que respirar hondo. La exprime como a un limón y
revienta pasados más de diez minutos rugiendo como un tigre. Aquello es
demasiado aunque vuelve a joderle que lo
hace solo. Ella ha vuelto a quedarse muda e inmóvil como pensando en otras
cosas. Vuelve, entonces, a regresar Leticia y aquella pasión que entrelazaba
espasmos. Se imagina al lado de este bombón, años y años, como si se la metiese
a una maceta o al agujero de un tabique. No le gusta nada y es algo urgente que
debe cambiar. Hablará con ella y deberán zanjar el asunto. Por lo demás lo
tiene todo, un cuerpo justo, perfecto para su gusto y además es calladita, cosa
de agradecer. Recuerda el Ducados. Es un buen momento para fumarse uno.
Saborearlo como a otra mujer.
-
¿A dónde vas? –
se inquieta Mercedes
-
Voy a por un
cigarro
-
¡Ah. no, no, no!
– pone los codos en la almohada y eleva medio cuerpo – ¡De eso nada. Por ahí no
paso. Esa es una condición que tienes que cumplir!
-
¿Condición? – babea Nicolás
-
No se lo consentí
a mi difunto marido y tú no vas a ser menos
-
Me iré al patio
-
No, no, no, ni al
patio ni nada. Eso se acabó
-
Pero…
Ella vuelve a tenderse y se
abre como una flor en primavera.
-
No, no, ahora no
– dice Nicolás sin perderle ojo
Entonces se sienta en la
cama, estira sus huesos y se levanta contoneándose a la caza de su ropa.
Nicolás la mira como pensativo pero sin pensar en nada. Le gusta, sin más.
Falta descorchar su cabeza y ver su ebullición. Es ahora cuando por primera vez ve brillar sus bonitos y grandes ojos, cree
que marrones.
Mercedes aletea por la casa
brincando como una chiquilla soñando a
boca abierta.
-
Lo primero que
haremos será pintar la casa, de amarillo, me gusta. La habitación de mi hijo de
azul, azul celeste. Después la fachada, pediremos presupuesto aun albañil y le
pondremos azulejos y una bonita puerta de hierro con unos preciosos dibujos de
forja – se vuelve - ¿verdad, cariño?
-
¿Eh?
-
El suelo está
asqueroso. Lo cambiaremos y también algunos muebles…
Se acerca de puntillas a él y
le abraza con fuerza.
-
¿Cuándo nos
casaremos, amor?
-
¿Cómo?
-
Tenemos que ir a
la notaría a arreglar los papeles…, y al banco
-
¿Papeles…, banco?
-
Lo compartiremos
todo. Lo mío será tuyo…y viceversa, pichurrín
La puñalada trapera ha
abierto una buena brecha y sujeta sus tripas. “¿Qué insinúa esta buena señora?”,
devana al tiempo que retuerce su dolor. Está claro. Ve nítido su futuro
panorama: va a clavársela como un idiota a una muerta muy viva. Leticia se
llevó un pellizco pero al menos sudó su parte. Esta pretende llevárselo todo
sin un traqueteo. Hasta Claudette achuchaba aunque actuara robotizada. ¿Qué
pretende?. “Bien pensado he sentido lo mismo que cuando se la metía a la
almohada”. Empieza a pensar que acostarse sin más no ha sido una buena idea,
que tenían que haber hablado antes. Habría descubierto sus intenciones y echado
a patadas. Mejor así. Otra que apoya en el barandal. No está mal en poco más de
una semana. Y otra que le ha salido
rana. Que gime de alegría en su regazo como si no hubiera roto un plato.
Metiendo su pierna fofa y blanquecina en terreno vedado hasta la ingle.
-
Tengo que
pensarlo – le suelta Nicolás como quién suelta las cabras al monte
La apática ovejita muta en
una hiena, sin cortarse un pelo. Nicolás torea sus envites con ceremonia.
-
¡Si Ramona me
dijo…!
-
¿Ramona?
-
¡¡Ella me dijo
que estaba todo arreglado, que tú y yo…,!!
-
¿Yo?
-
¡¡¡Eres un
marrano. Te has callado para forzarme!!!
-
¿Forzarte?
-
¡¡¡¡Voy a
gritarle a todo el mundo lo que me has hecho!!!!
-
Yo sólo probé el
plato que pusiste sobre la mesa
-
¡¡¡¡¡Esto tendrás
que pagarlo, embustero!!!!!
-
Vale. Creo que el
precio ronda los cincuenta euros
Ella vocaliza con presión y
airea como un pulpo los brazos y las piernas. Está histérica pero agarra el
billete que Nicolás le muestra. Asunto zanjado. Sólo queda mostrarle el camino
de la puerta. Queda sordomudo al cerrarla, a salvo de una deliciosa pesadilla,
un cóctel macabro, dulce y virulento. ¿Qué hubiera ocurrido si sus argucias las
cubre con una fogosa tela de araña?. Lo habría anestesiado con una mínima
dosis, sin duda. Abre los ojos al abismo que separa el sexo del amor, al
tortuoso sendero que une dos puntos que
parecen rozarse, a la gruesa y destrenzada maroma que pende del camino más
corto. Empieza a vislumbrar el arma de doble filo, un cepo con un buen trozo de
queso untado en aceite para un ratoncito idiota y hambriento. Con Mercedes ha
evaluado un nuevo curso con un aprobado justito. Ha tenido suerte porque de
nuevo baraja las cartas y tiene incluso opción de plantarse aunque atisba murmullos de esperanza. El amor es una piedra
invisible y común de los mortales golpearse en ella. Va a tientas y espera
darse de bruces con el cuerpo de Mercedes, la fogosidad de Leticia, la mirada
sensual de su negra Yoli. No cree pedir demasiado. “¿Es que de eso no hay?...”
– pregunta a quién corresponda y de paso se mira a un hipotético espejo – “así…,alguien
normal…, como yo”- ríe el mea culpa y se asegura en voz alta: “Que lo bueno o
lo malo ya está hecho”. Es una roca, él mejor que nadie para saberlo. “Una roca
porosa – matiza y vuelva a reír como un tarado – con algún lugar adiposo,
flácido, a ratos”. Lo pasa bomba. Escurre alguna lágrima jubilosa, incluso.
Pero no es plan. El deber apremia. Ve el reloj marcar casi las once y viaja a
su caja para asegurarse que rebosa de cartas como una palmera, para vivir en
primicia el aclamo de los abuelos y la
vieja arpía al sacarle una saca con las que no han podido atascar dentro. ¡Qué
hermosa posibilidad!, postula. En realidad se conformaría con una. Si es la
buena. Por lo pronto va a ducharse para quitarse restos viscosos de Mercedes
que el calor es pegajoso y no tardará en comenzar a rascarse. Suena el
teléfono. Da un respingo porque hace años que no oye su sirena rugosa. Trabaja
una sola vez a la semana para quedar con su amigo Luis y el resto decora con
realismo una pared abstracta. Le estremece su convulsa procacidad. Y su gesto
maniatado. El pantalón aún anda por el suelo y busca en sus bolsillos el tabaco
y el mechero mientras aquello suena sin parar. Lo enciende y tras dar la
primera calada responde, muy nervioso, con la oreja como el pabellón de un
gramófono.
-
¿Nicolás?
Fluye una voz de mujer,
machorra, con siseos gaseosos.
-
¿Si?
-
Soy Tauro
-
¿Tauro… – ríe
porque el animalito parece venirle al pelo - …qué tauro?
-
No quiero decir
mi nombre
-
Ah.., bueno…
-
He leído el papel
y me interesa
-
¡Vaya! – suspira
mientras busca escudo y lanza para la defensa
-
Te conozco y tú
me conoces a mí
-
¿En serio?.., ¿y
quién…, cómo eres?
-
Tengo cuarenta.
Estoy soltera…, soy morena, algo rellenita, no demasiado, con un pecho muy
llamativo. Tuviste problemas por él hace
tiempo. Eres muy descarado
Pone el cerebro en marcha:
¿Pecho?, ¿Problemas?.
-
No caigo
-
Sé que voy a
gustarte. Tú a mí me gustas
-
Mejor
-
Siempre me has
gustado
-
¿Tendremos que
vernos?...para opinar bis a bis…, ¿entiendes?
-
Lo estoy deseando
-
¿Y bien?.
¿Dónde?. ¿Cómo?. ¿Cuándo?
Nicolás comienza a desnudar a
un cuerpo rudo, entrado en carnes, con unos pechos enormes. Pero la voz turgente
parece desinflarse y titubea.
-
Hay…algo…que
debes hacer antes
-
Bueno. Dime qué y
lo hago
-
Pues… tienes que
hablar con mi padre… y con mis hermanos
-
¿He oído que
tienes cuarenta…?
-
Y unos meses
-
¿Entonces?
-
Estamos muy
unidos
-
Sí, pero…
-
No me dejarán
irme si no lo haces. Estoy segura
-
No tienes que
irte – esgrime Nicolás – primero nos vemos y probamos por si algo no funciona
-
¿¿Probar??. ¡¡No
me tocarás un pelo si no estamos casados!!
Se queda mudo. Demasiadas
trabas para estrujar una gordita con buenas tetas. Continúa escuchando aunque
solo por curiosidad.
-
Perdona –
disculpa su subida de tono – Lo tendrás todo cuando tú quieras, sólo que …sé
que a ellos no les gustaría
-
¿Y cuantos…,
cuantos son ellos?
-
Mi padre es viudo
y tengo cuatro hermanos solteros… además de otros dos casados
Nicolás rebobina y de una
sucesión de imágenes detiene una con escalofrío.
-
¿Tu padre se
llama José…, tú eres Gloria?
Su silencio se apresura a
responderle.
-
¡Joder, joder,
joder y joder!
Las imágenes se suceden y en
una de ellas está su cara con un buen puñetazo en un ojo y las narices
reventadas. Da un grito y cuelga el teléfono. Tirita recordando aquello y la
supuesta relación con esa familia le deja un buen rato con un temblor
compulsivo. Gloria está muy buena y nadie ha tenido güevos a acercarse. A él,
con veinte y tantos, por quedarse embobado en sus tetas le partieron la cara.
No es una base halagüeña. Por primera vez se nota depresivo ante la cruzada que
acomete, es una lucha baldía en la búsqueda de una utopía, buscando una pieza
para un puzzle acabado. Sacude esa idiotez. Sólo quiere mantenerse en guardia.
No va a arrugarse por unos cuantos tropezones. Visto desde el lado positivo
empieza a tener cola, algo inimaginable, protagonista indiscutible sólo en sus
sueños. Y quedan mujeres en el mundo. Puede que alguna plegada en una carta,
cuasiahogada en la oscuridad más absoluta, esperando su rescate. Sería un
crimen dejarla allí por más tiempo. Vuelve a sonar el teléfono y no piensa por
nada del mundo cogerlo. Se pone la ropa y sale a la calle pitando. Al pasar por
la tienda lo llama Ramona por la ventana. No le hace ni caso. Ya le ajustará
las cuentas por arrojarlo sin piedad a los leones. “Eso no se le hace al hijo
de una fraternal amiga, como ella proclama. Podría haber tenido más tacto, ella
que conoce lo más íntimo de cada buen o mal nacido”. Busca en la sombra algún grado que serene la calina y no tarda en
percibir, en general, nuevos indicios en los gestos. En los hombres guasa pero
una guasa sana que no pincha el ánimo, en las mujeres una curiosidad puñetera,
sin duda desnudando la hipótesis. El cambio ha sido drástico. Ha pasado en un
santiamén de ser un desalmado a un perfecto idiota, piensa. No debe quejarse.
Esa etiqueta es más fugaz y moldeable. Y de él depende. Por lo pronto ha invertido
los polos e imana. Ahora debe no cegarse
para no pasarse de rosca, posar firme y algo ausente y que sean ellas las que
juzguen aunque pase por engreído. Sin embargo algún monumento no merece tamaña
ruindad y le dedica el tiempo que se merece, optando, según baremo, por el
chalaneo o la chifladura. La euforia es una escala efímera que debe vivirse y
eso hace hasta sus últimas consecuencias. Nunca le ha visto la cara y ahora se
muestra, ¡que demonios!. ¿Preferían al Nicolás que hundía la mirada en el
asfalto?. Piensa que no. “Mejor este que alegra el patio”.
En Correos los dos abuelos dormitan sobre sus
legajos y la arpía da un saltito al verle para volver a acomodarse vocalizando
las contracciones y mirarle por encima de las gafas. Una brizna de silencio
abre un paréntesis. Que el acople metálico de la llave cierra. El corazón se
desvincula de su atonía y abre sus compuertas, las manos alcanzan un grado
sísmico inquietante, los ojos son dos
esferas autónomas. La puerta de chapa gruñe como una vieja chocha. Nada. Palpa su
exiguo interior y está limpio como una patena, ni una mota de polvo que indique
una señal. No lo esperaba o sí, para qué engañarse. Soñar es hermoso y la
realidad demasiado cruda. Baja los brazos pero respira ánimo para al menos
salir de allí sin remover el fango que le cubre. Se gira y los abuelos parecen
posar para una foto, en cambio la vieja arpía le sigue mirando por encima de
sus gafas y sujeta con un dedo un papel sobre el mostrador. Le chista para que
se acerque.
-
Es mi sobrina –
le susurra – ahí está su dirección
Sus murallas que caían como
una estructura de naipes se construyen a velocidad de vértigo con piedras y
argamasa. La arpía, venida a menos, sonríe. Nicolás coge el papel y ella recula
dedicándose al vello y las uñas. La inyección de adrenalina tiñe su palidez de
un rojo intenso. Y la energía regresa con todas sus huestes. “Gracias”, le
lanza y sale de allí con zapateo, arqueando los brazos y las piernas. “Adelina,
calle Burgos, 50” .
Guarda con mimo el papel en la cartera. “¡Adelina. ¿Quién eres, cómo eres!”, suspira
romántico y más agudo: “¿Dónde demonios está esa calle?”.
En una esquina ve a Lucas, el municipal y al
preguntarle hace visos de detenerle, dice que por alterar el orden público. Es
broma y le desea ánimo en su cruzada y suerte.
Tiene que dar una buena
caminata a un barrio periférico. Conoce el barrio El Pilar. Y hoy más que otras
veces le parece como una mosca en la sopa. Un mastodonte carcelario sin rejas
ni guardia, donde curiosamente es imposible escaparse. Donde no todo es malo,
donde lo bueno lo parece y lo malo se sabe. En su aspecto nada es ocioso,
incluso su guiño atávico a la arquitectura de vanguardia, y es que nada debe
prosperar, nada que no sea plausible.
El barrio crece paso a paso
con tizne brumoso impuesto por los hornos de leña de dos cerámicas interurbanas
que se han dado la mano en prenderlos y expandir un cielo nuevo, negrísimo, que
ameriza ante los ojos de Nicolás como una cortina siniestra. Su paseo deriva a
una carrera a la búsqueda de aire respirable con la boca cerrada y la nariz
cogida. Mira atrás con sofoco y la ciudad ha desaparecido, asfixiada en su
propia desidia. No merece ni un instante de compasión y da la cara a un sol
bravucón y a un viento jocoso que le burla a ráfagas.
Al barrio le precede un parque donde no juega
nadie. Aquí parece no haber niños porque los que hay no lo son. Se adentra en
una avenida que lo circunda y analiza la
postal de la primera calle: tres jóvenes gitanos a la sombra trastean una moto,
un mulo está atado a una ventana y buenos modelos de coches están cubiertos con
sábanas o mantas. La calle Burgos es la segunda y los números le indican que el
cincuenta estará casi al final, en la parte derecha, dando cara a este sol de
justicia. Una vieja enlutada, con un pañuelo en la cabeza, cruza de acera a
acera dejando tras de sí la calle desierta. Es una calle clónica con casas como
perfectos cortes simétricos, diferenciadas por el número sobre las puertas.
Nicolás está frente a la casa y espanta una y
otra vez a una mosca cansina. Está cerrada a cal y canto con todas las
persianas bajadas y duda. “Esto es una lotería. ¿Qué habrá tras esa puerta?”.
Imagina que Adelina, pero ¿cómo, quién, qué va a ofrecerle, qué misterio
encierra?. Pasa un R-12 con una caterva de gitanos y le miran con cara de pocos
amigos. El coche frena en mitad de la calle y se decide a tocar con rapidez. El
timbre despereza el interior y oye ruido de chancletas acercarse a la puerta.
-
¿Quién es? –
pregunta una voz con tono esperanzador
-
Soy Nicolás
-
¿Nicolás?
La puerta se abre hasta
ajustarse al tope de una cadena y unos profusos ojos verdes resaltan en una
cara pálida.
-
Su tía me dio su
dirección…, la que trabaja en Correos
Entorna los párpados y vacila
antes de abrir.
-
Me has pillado
ocupada. Estoy con la niña
-
¿Tienes una hija?
-
Sí
La puerta se abre. Añade un
cuerpo mediano oculto en una camisola holgada.
-
Me llamo Adelina
-
Soy Nicolás
Se dan la mano y ella sale
disparada a un cuarto diciéndole que pase y se acomode. El bebe gimotea. Cierra la puerta algo confundido.
La chica no le parece mal, no tendrá más de veinticinco años pero un bebe es un
lastre, un bichito con la edad propia de dar la lata. Entra de un corto pasillo
a un salón y enciende la luz. Los muebles parecen buenos, son modernos pero su
decoración es excesiva. Están atiborrados de libros y figuras y las paredes de cuadros y floripondios. Una
rimbombante lámpara de diez brazos (que cuenta), cuelga sobre la mesa. Recuerda
que hace poco más de cinco años introdujo en la hormigonera toda la arena y el
cemento necesario para este entresijo de tabiques y revestimientos. Las conoce y esta le parece con distinta
distribución a simple vista, incluso el suelo granuloso de terrazo es ahora un
vistoso gres porcelanaico. Y son distintas las puertas. No es esta la casa de
alguien necesitado por lo que se quita un peso de encima. Aunque el bebé hunde
la balanza. Pero no debe adelantarse, está aquí y nada pierde con ver qué pasa.
Se acerca a los libros. En su juventud le apasionaban, ahora nada aunque el
gusanillo roe. Ve Ulises de Joyce y viaja a sus quince años y a lo imposible de
seguirlo tras más de cien páginas, La Montaña Mágica , su periplo durante meses,
bastantes clásicos, uno en particular: Viaje al centro de la tierra, regalo de
su abuelo a sus ocho años, alguna novela
rosa de Steel, dos tomos encuadernados de Mortadelo y Filemón. En ellos se
detiene y los ojea. Pasa un rato e inmerso en sus desmanes y no oye llegar a
Adelina.
-
A mi tía le
apasionan. Yo prefiero la literatura. ¿Te gusta leer?
-
Me gustaba…, y me
gusta pero lo he dejado, no sé aún el porqué
Se gira y penetra un instante
en sus hermosos ojos verdes. Cautivan dejando el resto pequeño. Pero de reojo
advierte que se ha cambiado de ropa apretando su cuerpo menudo con un short
vaquero y una camiseta adornada de un paisaje playero, también que sus piernas
son delgadas y sinuosas.
-
Creo que no ha
sido buena idea que vengas. Mi tía es muy cabezona
Nicolás se encoge de hombros.
-
¿Quieres tomar
algo? – sigue ella
-
No, bueno, agua,
quizá. Hace mucho calor
-
En la salita hay
aire acondicionado. Vamos a sentarnos allí
La sigue y piensa que la
chica vale, que le gusta, claro que reconoce que últimamente le gustan
todas. La salita es pequeña y la
temperatura idónea para sentarse sin ninguna prisa. Lo hace en un sillón
mullido frente a ella y juega a verla tras el vaso de agua que ha puesto sobre
la mesa. Bebe y lo ladea. Sonríen. Tiene los labios finos como dos trazos a
lápiz, una nariz pequeña y respingona. Y parece retraída, como él.
El silencio cede paso a las miradas y no es nada molesto.
-
¿Cuál es tu
situación? – lo irrumpe Nicolás algo nervioso
-
Estoy soltera. Mi
hija tiene ocho meses. Su padre está casado y no me importa lo que haga ni yo le
importo a él – relata concisa
La respuesta ha ido directa a
la cara y escuece. Le alivia su soltería aunque el niño es suficiente lastre
para no sopesar siquiera otras cuestiones. A priori no ve factible ningún
vínculo serio salvo el sexo, nada desdeñable.
-
Ahora estoy
tranquila – sigue ella – mi hija requiere mucho tiempo… y la casa. No me
aburro, te lo aseguro
-
Pero además de
eso…
-
Ya sé, ya sé. Por
eso insiste mi tía
-
Te quiere bien.
Con tu edad no debes encerrarte
-
No he tenido
suerte, me han hecho daño. Comprenderás que sea arisca
-
Todos no somos lo
mismo
-
No, pero todos
queréis lo mismo
-
Pues yo no…
-
¿Estás seguro?
Arrumba las voces ilusas que pugnaban por el
sexo como único vínculo. No cree que eso ocurra, es más, está convencido. Y le
trae sin cuidado. Asumido esto se
relaja. Está a gusto y la chica es guapa, cree que con un trasfondo agradable. Y
puede estar con ella como quién charla con alguien, tomando una copa, sin más.
Algo a lo que no está acostumbrado.
-
Según el papel
buscas algo serio – dice ella
-
Sí
-
Con visos de boda
-
Claro
-
Y no te da un
poco de miedo unirte a alguien sin conocerle, quiero decir sin tratarle, sin
conocer sus manías
-
He oído que hay
que ceder por ambas partes, yo estoy dispuesto a hacerlo
-
A cierta edad
dejamos de ser moldeables
-
No he estado
nunca con una mujer, no he tenido una pareja estable, no he estado novio ni
casado pero supongo que será como le ha ocurrido a todo el mundo…, en su
primera vez, ¿no crees?
-
No. A mí ya no me
seducen las palabras ni un buen físico, soy una mujer difícil, cerrada a cal y
canto
-
Estar solos nos
hace duros
-
Sí, y más si eso
es lo que quieres
-
¿Entonces?
-
Ya te dije que ha sido mi tía
-
Yo, en cambio,
quiero una mujer, de eso estoy seguro
-
Puede que estés
confundido. La pasión puede confundirte…, más cuando se siente por primera vez
-
¿Cómo sabes que
hubo una primera vez?
-
¡Qué pregunta!,
¿es cierto que violaste a esa mujer mayor?
-
No, no, para nada
-
Lo sabía. Quería
oírtelo decir aunque estaba segura que era una patraña, mucho más cuando leí tu
propuesta. Eso denota tu valentía y a lo mejor tu lado más vulnerable
-
No creas que
resultó fácil. A cierta edad cuesta hacer cosas que no se han hecho. No, no fue
fácil. Tuve que desvincularme de mí mismo y nació el papel como pudo hacerlo
cualquier otra cosa. Parece algo ridículo pero no, no me arrepiento
-
Arrojaste tu voz
al viento…
-
Por ella estoy
aquí
-
Una voz
silenciosa que gritó a todo el mundo sus deseos íntimos...
-
Con respeto – ruge Nicolás
-
Carnaza para las
chismosas
-
Un buen motivo
para que no se aburran – ríe
Adelina ríe con él. Tiene una
risa infantil muy contagiosa que despierta y convulsiona su atonía. Nicolás
despierta, no sabe disimularlo.
-
Me gustas – dice
ella poniéndose algo seria – pero sólo como amigo
-
La amistad puede
ser un bonito principio
-
No te hagas
ilusiones. No creo que conmigo consigas lo que buscas
-
No me importa
18
Regresa inmerso en una
burbuja de imágenes y voces. Camina ausente. Esto no ha sido sino una amalgama que aprieta más si cabe sus
pensamientos confusos para no dejarles ni resollar. Adelina le ha seducido pero
¿merece la pena tamaño sacrificio?, ¿arrastrar en ello a una criatura de otro?.
Adelina es un ángel, un ángel que defiende su soledad a tortas, Nicolás un
demonio a la búsqueda de un resquicio por donde entrar a saco. Su amistad
requiere tacto, paciencia y por consiguiente tiempo, nada que calme el fuego
que atesora. Sin embargo le estremece pensar en ella, en los ojos que clava al
son de sus palabras. No desdeña volver a intentarlo pero mira al frente de
nuevo. Está a medio camino, en la carretera que separa el barrio de la ciudad,
cruzando las alfarerías, y el humo, ahora gris, trenza sus hilos al infinito y es
más soportable. La ciudad brilla al sol del mediodía a la vez que se ahoga en
su propia catarsis. Nicolás no lo nota aunque sude y le cueste respirar, supone
que como todo el mundo aquí. Esto es así y para qué preocuparse, piensa
resignado. Tiene hambre y eso sí es acuciante, y sed, mucha sed. Se para en la
taberna de Manuel y de un trago se tira al pecho un botellín fresquito ante la
mirada atenta de dos abuelos casi anestesiados por el vino peleón y la de
Manuel que le pone un trozo de pan y aceite cubierto con un arenque sobre el
mostrador. Manuel se deja caer estudiando la faena como buen maestro.
-
¿Cómo va el
negocio, campeón?. ¿Hay bulla?
-
Algo hay, Manuel
-
Ya sabes que si
tienen comida y cama te cosen la pana. No olvides eso nunca
-
Claro, claro
-
¿Y el trabajo?
-
Estoy de baja
Se bebe otro botellín en tres
tragos y apura un buen plato de sangre con tomate mientras Manuel pregunta sin
tomar aire. Con el último bocado sin tragar sale de aquel garito y se deja caer
por la empinada cuesta de esta travesía de su calle. Eructa satisfecho. En
estas tabernas con el tapeo se come y por cuatro duros va satisfecho y
dispuesto a echar una buena siesta. Ha sido una mañana completa y sus piernas
lo notan. Gira para su calle como un coche en punto muerto. La pendiente es
ascendente y el ímpetu ayuda. Pero se frena. Un coche de la Guardia Civil
arranca de su puerta. Apega el cuerpo a una fachada pero al ver las luces de
marcha atrás desiste. Acelera el paso y ve bajarse al cabo Felipe, ajustarse
los pantalones y la gorra, además de la pistola y hacer gestos de matarife. No
entiende nada.
-
¿Qué pasa,
Felipe?
-
¿Que qué pasa,
que qué pasa? – grita como un loco y se gira a su compañero - ¡Tú no te muevas
del coche! – y sigue increpando a Nicolás - ¡Abre esa maldita puerta!. ¿Dónde
estabas?
-
He salido a dar
una vuelta
-
¿Y el trabajo? –
está fuera de sí y sólo le falta que
alguien le haga cara para liarse a
tortas - ¡He estado en la obra y me han dicho que llevas dos semanas sin
acudir!
-
Estoy de baja
Zapatea mientras gira la
llave y empuja a Nicolás para adentro impaciente. Cierra la puerta de una
patada y tiembla a la vez que airea la mano a la cara de Nicolás pero se ladea
a tiempo.
-
¡Escucha, idiota,
me tienes hasta los huevos!. ¿Tú qué tienes con la familia Rodríguez?. ¿Eres
tonto del culo?
Nicolás piensa.
-
Nada, nada,
Felipe. ¡Pero si yo no he visto a nadie!
-
¿Quieres entonces
explicarme qué hacía Manolón aporreando tu puerta y diciendo que si no te casas
con su hermana te revienta la cabeza?. ¿Pero qué has hecho también a esa,
desgraciado?. ¿Es que te has vuelto loco?. ¿Acaso quieres que te maten?
-
¿A Gloria?
Nicolás empieza a alterarse.
-
¿Es que no hay
mujeres en el mundo, es que no hay putas en el mundo, desgraciado?. ¿Sabes
siquiera la puerta que has tocado? ¡Tendrás que casarte con ella, eso como
mínimo!
-
¿Yo?. ¿Casarme?.
¡Qué dices!
-
¡Pues tú verás
cómo lo arreglas!. ¿Cómo voy a ayudarte si no te casas?. ¿Sabes quién es esa
chusma?. ¡Pero hombre, a quién se le ocurre!. ¡Y esa historia del papelito!,
¿pero tú eres tonto?. ¡Con lo que yo daría por estar como tú!
-
Cálmate, Felipe,
y siéntate, te cuento, que esto no es lo que parece
Felipe se ha ido y a
regañadientes le ha prometido que se pasará por la casa de esos tarados a
intentar calmarles. Sopla y por fin ve viable la siesta. Su cama es como el
premio gordo de un sorteo. Se quita la ropa y se coloca sus bermudas negras con
rayas blancas (ya no se fía de acostarse
en pelotas) para tirarse de cabeza a las sábanas cuando golpean a la puerta.
¡Los Rodríguez!, piensa y los pelos se le ponen tiesos. Pero el golpeo es suave
y no las patadas de un elefante. Y armónico por lo que descarta a esos
animales. “¿Quién será?”
-
¿Quién es? –
pregunta con la oreja apegada a la madera de la puerta
-
Soy Luisi –
susurran al otro lado
“¿Luisi, Luisi, Luisi, Luisi,
Luisi ?”, piensa ametrallado
-
¿Qué Luisi?
-
Tu vecina Luisi
-
¿Mi vecina Luisi?
-
Tu vecina de
enfrente, Nicolás. Abre, que no quiero que me vean
Nicolás, mientras abre, atrae
a una imagen sesentona de cuerpo estirado y enlutada hasta el cogote y de cara,
bueno…, hace demasiado tiempo que no la ve y no sabe perfilar sus rasgos. La
puerta se abre y corrobora la edad y el atuendo, adornado con un mandil, y no le defrauda la cara. Lo que no acaba de digerir
es el motivo de esta visita inesperada. Luisi se cuela de lado, con la puerta a
medio abrir, y se pone frente a él, firme, frotándose las manos muy, muy
nerviosa.
-
Quiero hablar
contigo
-
Pase usted al
salón y nos sentamos. Estoy molido
La sigue y recuerda que su
marido era un buen hombre, tejero, muerto de cáncer hace algunos años, que sus
dos hijos tendrán más o menos su edad, que no habla con ella desde antes de
morir su madre. Tal vez el motivo verse
sobre sus hijos, ambos varones y casados, sí, pero qué, piensa.
Luisi declina sentarse aunque
Nicolás se tira patiabierto a un sillón. Sus manos humean de frotarse.
-
Le he dado muchas
vueltas a venir, tú verás si no es para pensarlo pero me he dicho: Luisi, estás
muy cerca y lo tienes más fácil que otras. Si el chico necesita algo pues con
cruzar la calle, arreglado
-
Sí, pero no
entiendo bien que…
-
Joer, Nicolás,
¿tú no buscas una mujer?
-
Sí, Luisi, pero
además de para eso pues para otras cosas...
-
Ya lo sé, hombre,
no soy tonta
Se queda rígido mientras nota
un frío polar nacer en los pies y subir hacia arriba. No puede evitar al tiempo
mirarla de distinto modo y hurgar en sus perfiles. A ella los nervios le
sueltan la lengua.
-
No creas que no
sé lo que estás pensando pero tu madre tenía quince años más que yo y que
aunque me veas algo estropeadita pues la esencia la conservo. A mí de joven me
decían unos piropos que te mueres y yo nada, siempre he sido fiel, yo nunca he
estado con nadie, ni ahora lo haría si no fuese porque estoy sola y mis hijos
no acuden y las necesidades aprietan que yo estoy cobrando de paga una miseria,
Nicolás, y tiro como puedo y me he dicho: …, porque no voy a casarme, ¡Dios me
libre!, pero puedo estar para cuando eso y tenerte la casa como un palmito y
sin ningún cargo por tu parte, hombre, que de lo otro nadie iba a enterarse que
ya tendría yo cuidado…
-
Luisi, yo…
-
No si ya sé lo
que me quieres decir, que tienes a la negra esa y que te has tirado a esa loba
de la Mercedes, que menos mal que la echaste a patadas porque puedo contarte
cosas de ella que te caerías de espaldas, de la negra no porque no la conozco
pero ¡qué valor tienes!, si es un monstruo y bien es verdad que parece una
buena mujer que la veo barrer la puerta
-
La verdad es que
no…
-
Ya sé, ya sé que
cuesta pero no hables sin ver lo que hay porque los trapos confunden, a mi
Manolo lo tenía loco y nunca, ni una sola vez le dije que no, bueno, siempre
que había ocasión que los hombres siempre estáis dispuestos. Si ya te lo noto a
ti también, pillino, si es normal y de ley tener que hacer algo que esas cosas
pues...
Nicolás no ha podido evitar
empalmarse aunque busca desesperado las palabras adecuadas para echarla, pero
balbucea y se queda mudo cuando se quita el mandil y comienza a desabotonarse
la camisa negra sin dejar de hablar.
-
Que digo yo que
pobrecito, no sé como has podido, que mujeres hay y tú no eres feo, ni viejo,
no que digamos pero muy bien para como están otros… – pone la camisa sobre la
mesa y muestra una considerable talla de sujetador blanco. Sigue con la falda -
…que estos son cinco minutos y luego puedes seguir tu vida y yo la mía, te echo
una o dos horas en la casa todos los días, cobro mi dinerito, hombre, lo normal
que se cobre que yo no quiero… y esto… - pone la falda sobre la mesa y se
señala el lugar velludo que abulta las bragas blancas - …pues lo que tú
quieras. Podemos hablarlo y no habrá problema. Ah, y eso que hacen las
jovencitas de ahora pues no me gusta pero vamos que si tú quieres, no sé…
A Nicolás el bermudas le ha
crecido un palmo y su cabeza es un ciclón que no se detiene en nada coherente.
Frente a él tiene a un cuerpo de vértigo, entiende que batallado pero exultante
y terriblemente acogedor, nada comparado a nada de lo que sabe. Y la oferta
merece, al menos, análisis. No sería descabellado aunque sólo lo piensa porque quiere tirarse a ella
como un oso. Pero por su cabeza aún ventea el amor y un cuerpo por venir. ¿Qué
hacer?. Mientras tanto ella, que lo ve dudar, airea estorbos y muestra su
cálida desnudez, la aureola de sus senos y su sexo, también luctuoso. Mirarla
enerva la razón. Sus muslos suben con armonía a una entrepierna plana y
copiosa, sus pechos apabullan la mirada. Quiere levantarse pero se contiene.
Desea hacerlo y después mandarla a hacer gárgaras. “¿Será eso posible, anudaré
algún vínculo?”. Ella se contonea con cierta soltura y se acerca.
-
No te apures, Nicolás, que ya
imagino que tendrás que probar antes de decidirte
19
Abre los ojos bien entrada la
mañana. Y desata el caos. Quince horas sin mover un párpado, ensoñando
chorradas, y la realidad regresa como un naufrago ante a una tormenta.
Martillea su corazón y él boga, sí, pero ¿hacia quién, hacia donde?. Hacia
Luisi por cercanía pero ¿y las otras?. Hasta ahora todo son retazos aunque
algunos le abruman. Ha sido un miércoles para enmarcar porque no está en su
ánimo superarlo. Giran por su cabeza rostros y nombres, cuerpos desnudos, su
amigo Luis, sentimientos que brotan de un erial, pasiones fuera de contexto. Es
para volverse loco. Divina locura, piensa Nicolás aunque es hora de dilucidar
un tema escabroso. Luisi quedó en volver a las doce, son las once y tiene que
pensar. Aunque no puede centrarse. “La pasión confunde, recuerda que dijo
Adelina, El sexo es lo único que
persigue el amor, cuando no es amor”. Ese es el verdadero problema porque Luisi
ha dinamitado el resto. Después de estar con ella no aspira a acostarse con
nadie. No imaginaba que ese cuerpo acogedor es lo que andaba buscando, éste
cuerpo suelto y lanoso, cálido, como de una madre. Ni Leticia llegó a tanto.
Aquello fue vasto y animal, esto profundo y confortable, sin excesos ni prisa,
con ceremoniosa cadencia. Un principio reticente y un final intenso y
mejorable. Por eso espera con ansia su llegada, también la teme. Es lo máximo
para él pero después no hay nada, es más incluso le molesta su presencia. Va a
volver a hacerlo hasta hartarse y luego le pedirá que se vaya, ¿merece eso?.
Pero no puede quedarse no debe quedarse. Ni a ratos como ella quiere porque
está seguro que él se acomodaría. Y volvería a estar, en el fondo, solo. No,
no, para nada. Pero va a volver a hacerlo, una sola vez más, y la grabará a
fuego en su memoria aunque luego pase por ser un infame o un cerdo. Sigue la
espiral de imágenes y detiene la mirada de su negra Yoli. Y subyace con ella. Y
le llega al alma su voz de niña traviesa. Nada que ver con Luisi pero es un
retazo de mujer que quiere, además de la ingenua sensualidad de Adelina aunque
para nada la momia de Mercedes y su gruta perenne. Con las tres sería tan
fácil, tan simple. Es tan duro beber la vida a tragos. Por qué no puede
soldarlas y soldarse a ellas.
Golpean a la puerta. Son las
once y cuarto y no puede ser uisa, pero sí, se acerca y la oye murmurar su
nombre y que abra sin demora. Salta como una gacela al interior y se pone
frente a él con sonrisa picarona.
-
Que digo que no
había nadie en la calle y me he dicho mejor ahora no sea que luego salga alguna
a cotillear y tenga que esperarme. ¿Qué, has dormido bien?, yo como una recién
casada, vamos nada de nada, y es que una cosa como esa ni por la tele, hijo mío,
que mi Manolo, a ver, demasiado, el pobre, bueno no nos quedaremos en la puerta
-
No, no, pase,
pase usted
-
Pues eso que una
cree que lo ha vivido todo y madre mía, vamos que todavía me cosquillean las
piernas, que mi Manolo con uno ya andaba sobrado y tú, hijo, madre de Dios,
vamos que no he venido antes por si estabas dormido que si no…
Nicolás la ayuda a desnudarse
y la achucha con celeridad a su cuarto. Luisi le frena.
-
No tengas prisa,
hombre, que hay tiempo para todo. Acuéstate tú primero y estate quieto que
ahora me toca a mí moverme, que ya está bien de hacer de santa y tonta, que
esto, vamos, que merece la pena que se ponga una un poco así, aunque no lo sea,
hombre, que yo solo voy a estar contigo
pero lo que se haga si se hace bien pues eso que se le pega al cuerpo,
¿tú qué dices?
-
Por favor, Luisi,
cállese
20
Nicolás sopla, hasta
desinflarse, el humo de un Ducados. Luisi
está boca arriba a su lado y parece que duerme. El humo entra
avasallando y sale con calma, con infinita calma. Nicolás está henchido entre
satisfecho y emocionado. Remira el cuerpo de Luisi y lo pinta algo desgarbado, blando, quizá vulgar pero lo
rotula de una viveza avasalladora y voluptuosa. Su apariencia cándida esconde un volcán y le place hasta lo
inimaginable. No sabría explicarlo. No tiene palabras.
Tiene la mano de ella sobre la barriga y
comienza a moverla acariciándole. Nicolás gira la cabeza y la ve mirarle con
unos profundos y brillosos ojos abiertos.
-
Estoy, ¡uf! –
sopla – me tiemblan las piernas. Estoy
flojita, flojita, flojita
-
No me extraña –
dice Nicolás
-
Yo de esto no
tenía ni idea – susurra con lentitud – puedes creerme. En más de treinta años
de casada no he sentido nada igual, vamos ni en los días mejores que alguno
también había. Tengo cincuenta y nueve y como esto, ni parecido. Sentía algo
pero, Dios mío, ésta calor que sube en mi vida la he sentido. Yo, vamos, no sé,
a lo mejor no me crees pero había venido a lo que estoy acostumbradita, al chin
pun en dos minutos y luego a dar cuatro escobadas y fregonazos para ayudar un
poquillo a la paga pero esto, esto se me ha salido de madre, Nicolás, vamos que
ya no me importa limpiar, ni la casa, ni el dinero, ni nada, vamos que si me
preguntas que lo único que quiero es hacerlo, hacerlo y volver a hacerlo y no
me tomes por lo que no soy que ya te he dicho que yo nunca he estado con nadie,
ni de novios y esto, joer, que me sube una cosa para arriba , una calor así
como muy grande, como que me lo llena todo , y me deja loca, con lo que yo soy,
vamos que es como si…, como…, bueno, no sé explicarlo pero yo me entiendo, es
algo que tenemos que volver a repetir, Nicolás, hombre que no digo yo que sea
hoy que ya te has portado, joer, pero que digo que si todos los días…, si no
más menos, pues…, ¿no?
-
Tengo que pensar,
Luisi. A mí también me gusta pero tengo que pensarlo
-
Ya, si te
entiendo, que a lo mejor la edad influye…
-
No es por la
edad. Yo no soy un niño ni usted es vieja
-
¿Es que no te
gusta como lo hago…?
-
Me encanta follar
con usted
-
No seas guarro,
Nicolás
-
A las cosas por
su nombre
-
Sí, pero no, que
me da rabia oír palabras feas, vamos que parece que lo que hacemos es una
cochinada y no, que yo creo que es algo hasta bonito, para guardarlo pero para
una que estas cosas no se le pueden contar a nadie, Jesús, si mis hijos se
enteraran no sé, pero ¡qué te crees!, hasta eso me da igual porque ninguno
estamos engañando a nadie, ni yo te estoy cobrando que eso tampoco estaría
bien, al menos de la manera que han pasado las cosas parecen bonitas, y dime
¿con las otras ha sido lo mismo o qué ha pasado?
-
No ha habido
tantas y no, la verdad es que no ha sido lo mismo. Usted me llena mucho
-
¿Entonces que es
lo que tienes que pensar, bueno si me lo puedes decir que yo tampoco quiero…?
-
Me gustaría
enamorarme
-
¿Enamorarte?,
bueno, yo con el tiempo llegué a querer a ni Manolo y a lo mejor es eso lo que tú quieres decir
-
No de ese modo
-
Pues no sé yo
entonces, porque enamorarse qué es, estar con una persona a gusto, ¿no?, o
bueno, y tenerle cariño, quererle, y hacer lo que puedas por él, cuidarle y
tenerle como un rey, que vamos, si es eso yo…
Nicolás busca en sus ojos los
de su negra Yoli.
-
Ni yo lo sé,
Luisi, ni yo sé qué es. Sé que entra por la mirada y atonta y no es nada parecido
a lo que siento con usted
-
Enamorarse –
suspira – suena bien, mejor que esa palabrota que has dicho antes, es más…,
mucho más…, donde va a parar
-
Pueden
complementarse pero sólo si no se invierte el orden
-
¿Qué?, yo de eso
no me entero, bueno, nosotros estamos haciendo esa cosa que hace todo el mundo
sólo que un poquito mejor, eso me has dicho antes, entonces, si lo hacemos tan
bien pues podemos seguir haciéndolo y si tú quieres enamorarte pues no sé…, ¿y
a lo mejor es con la negra esa?. Desde luego Nicolás que tienes estómago, hijo
mío, pero vamos que allá tú que mala mujer no parece
-
No sé, Luisi, no
es sólo por ella. Lo que me ha enseñado usted, sin darte cuenta, es que esto no
es solo lo que busco en una mujer aunque me gusta a reventar. Su cuerpo me
vuelve loco, Luisi, y estaría haciéndolo hasta morirme pero prefiero buscar el
amor aunque no exista, aunque solo sea una ilusión pasajera, por eso le pido
por favor que mañana viernes no venga porque me sería desagradable tener que
pedirle que se fuera
-
¿No me digas que
no nos veremos hasta el sábado? – patalea – pero, Nicolás, eso es mucho, ¿cómo
voy a aguantar hasta el sábado?. Mas adelante cuando esté un poco más…, pues
eso, bueno, pero ahora no, hombre, por Dios, que no se puede enseñar estas
cosas y de golpe…
-
Déjeme recuperarme
y vuelva esta noche
-
¿Esta noche?
-
Después de la
cena, más o menos
-
Sí, porque ahora
no…
-
No, mujer, ahora
no
-
Bueno, vale.
Cuando vea que en la calle…, a las diez o las once…
-
Cuando usted quiera,
mujer
Luisi se ha marchado para su
alivio. Está fundido y al tembleque añade el tostón de su machacona verborrea.
No es que le moleste, que si la mujer es así no va a intentar cambiarla para un
rato que está con ella, son maneras de ser y no hay quién las mueva, y mostrarle
pesar o algún síntoma de desagrado sólo lograría cortarla y que no se involucre
tan ciegamente como lo hace. Para eso la quiere, sin menospreciarla que es
buena mujer, que conste, y si habla pues que hable. Nicolás reconoce, mientras
se estira en la cama, lo variopinto de la naturaleza humana y en lo que ahora
le concierne que son las mujeres, y es que no hay dos que se parezcan. Mejor,
más ha probado bueno y malo debiendo calzar los pies de plomo. Se queda dormido
y le despierta el teléfono. De nuevo los nervios a flor de piel. Se encoge como
si el timbre martilleara en sus huesos y tras dudar hasta el límite se decide a
cogerlo.
-
¿Nicolás?
-
¿Sí?
Su nerviosismo se convierte
en pánico al oír una voz de mujer madura y potente, muy bruta.
-
Mira, Nicolás,
soy Balbina. Llamo por lo del papel – la mujer deletrea las sílabas como si
estuviese leyendo - ¿Oye?, mira, soy viuda, tengo cincuenta y tres años, soy
bajita, ni gorda ni fina, sé guisar muy bien y hacer todo lo de la casa...
-
Perdone... – la
interrumpe Nicolás
-
Dime, dime
-
Que mire usted,
que el puesto ya está ocupado, que...
-
¡Vaya por Dios!.
Le dije a mi hija de llamar ayer..., y digo yo, ¿y mi hija?, tiene treinta y
...
-
Lo siento,
señora, le agradezco su interés pero es que ya tengo...
-
Bueno, ¡vaya por
Dios!, qué se le va a hacer, adiós,
Nicolás, hijo, adiós
Nicolás sopla incrédulo.
Tantos años de soltería clamando por una mujer y ahora le salen de debajo de
las piedras. Vuelve a sonar el teléfono. ¿Otra?, grita antes de cogerlo.
-
¿Nico?
Es su amigo Luis.
-
Sí, dime, Luis
-
Tío, ¿no decías
que no hablabas con nadie por teléfono?, te he llamado dos veces y estabas
comunicando
-
Hablaba con una
señora
-
Vaya la que estás
liando, cacho mamón. Lo del papel ha sido una pasada y no he podido aguantar al
sábado para saber cómo va eso, que si hay algo
-
Ya te contaré,
capullo
Nicolás concibe una idea no
del todo descabellada.
-
Oye, Luis, este
sábado vente a mi casa a las cinco
-
¿Para qué?
-
Tú ven que no
saldrás perdiendo
No quiere desvelar nada y
tras un rato de tira y afloja cuelga. No ha perdido la cama de su ángulo de
visión. Va directo a ella cuando de nuevo le frena el dichoso timbre del
teléfono. Es para joderse.
-
¿Qué cojones
quieres otra vez, capullo? – grita sin pensar
-
¿Nicolás?, soy
Fermín, ¡Ya era hora que dejaras de estar comunicando!. ¿Cómo va esa
enfermedad, estas mejor?
-
Sí, dime, Fermín,
perdona, bien, bien
-
Escúchame. Hemos
estado aguantando con los peones sobrantes porque la tarea era floja pero el
lunes comenzamos a solar los pisos y si no te incorporas tendremos que
contratar a otro en tu puesto. No podemos...
-
¿El lunes?
-
El lunes, el
lunes
-
Vale. No hay
problema. Allí estaré
-
Eso quería oír,
campeón. Bueno, un saludo
Tenía que llegar, no con esta
prontitud pero hay que ganarse la vida. No es mal trabajo el que tiene ahora,
firmaría por seguir haciéndolo, que terminando más cansado, si cabe, al menos
está a la sombra. “Si me pagasen aguantaría”, ríe el jodido. Deja mejor regusto
el coño de Luisi que la boca de la hormigonera, piensa siguiendo la juerga. “Bueno,
a lo que vamos”. Va directo a la cama. Toca soñar y olvidarse, tomar fuerza
para hacer frente a la leona que no tardará en rugir encima y quiere
disfrutarlo como si fuera la última vez. La compra espera, y el pan, ya para
dos días pero por no ver a la
Ramona se enfría aparte de no tener ganas de moverse.
21
Sobre las siete de la tarde aparca
la Mobylette
en la puerta de Adelina. Lo piensa mejor y le echa la cadena a la reja de una
ventana. Mira varias veces el amarre y la soledad de la calle. Toca la puerta
dudoso. Esa moto es lo que tiene y le gusta aunque últimamente le ha cogido
manía. No le gustaría perderla. No cree que por la edad cualquiera se enamore
más que nada porque las piezas estarán para el arrastre.
Le trae a este mundo una voz del interior.
-
Soy Nicolás –
responde
Abre la puerta Julia, la
vieja arpía, que, sin pintura y en bata, entra de otra manera por los ojos. Incluso
se presta a besarle.
-
Vengo a hablar
con su sobrina
-
Pasa, pasa, que
ya la llamo – se vuelve – por cierto, me llamo Julia
En realidad no sabe a qué ha
venido. Apenas ha dormido, casi no ha comido y aún debe complacer a Luisi a la
vez que a sí mismo. Quizá un impulso, la necesidad de hablar o pedir consejo
acerca de no sabe qué, de volver a verla y respirar un rato su abierta
transigencia, sin olvidar su inocente ternura, socavar su desconcierto, sin
duda, y algo tan simple como mirarla de nuevo. Julia lo lleva al cuarto de
estar y enciende al aire acondicionado. Repara, mientras está solo, en algunas
fotos familiares reconociendo sin duda a Adelina incluso en una siendo bebé
donde resaltaban su nariz respingona y sus ojos verdes.
-
Ahí estoy en
brazos de mi padre
-
Estás desnuda
como un cochinillo
-
Eres un marrano
Nicolás la mira con agrado.
Incluso nota como un cosquilleo recorre sus tripas y que atribuye a la ansiedad
unida al desconcierto. Adelina se queda un instante apoyada en el marco de la
puerta mirándole profundamente, después arranca y se acerca a besarle en la
mejilla.
-
No esperaba que
volvieras – dice
-
Me gustas y soy
muy cabezón – le susurra Nicolás
Adelina suelta una carcajada.
Nicolás se recrea en sus dientes blanquísimos, pequeños y puntiagudos, sin
perder ojo a su figura sumergida, de nuevo, en la camisola.
-
No sé por qué he
venido – sigue Nicolás – creo que sólo quiero verte
Se sientan en los mismos
lugares que la última vez y se miran como entonces. Vuelve el silencio a
mostrarse para ser de nuevo húmedo y viscoso. Ambos sonríen.
-
No se me ocurre decirte
nada – intenta justificarse, al rato, Nicolás
-
- No importa –
dice ella – no hace falta
Por la cabeza de Nicolás
pululan caras, cuerpos y situaciones, entre ellas Adelina y el influjo que le
tiene maniatado. ¿Qué quiere de ella?. Sexo no, eso seguro, sin desestimar el
convencimiento de que con ella sería muy distinto a lo que ya sabe porque sólo
sería consecuencia de lo otro. Lo otro. Una sana amistad ahora, luego quizá
amor. Por ahora sólo podría asegurar que está muy a gusto con ella.
-
¿Tu hija…?
-
Mi tía está con
ella
-
¿Es guapa..?, me
refiero a la niña – ríe la tontería
El brillo que arrebola en sus
ojos le responde. Le parece que Adelina está algo callada, puede que nerviosa.
-
A mi tía le caes
muy bien. Está encantada contigo
-
Espero no
defraudarla – sonríe y vuelve a hundirse en sus ojos - ¿Y tú?
-
Ya te
dije que puedes venir siempre que quieras. Sigo pensando lo mismo
-
¿Y no tienes nada
nuevo acerca de eso?
-
Tienes mucha
prisa, Nicolás. Las cosas no son así. Siento que me gustas pero eso aún no
quiere decir nada
-
Si supiera…, sin
dudarlo me esperaría
-
El corazón bebe
los sentimientos gota a gota aunque a veces nos parezca lo contrario. Tú no
eres una excepción
-
Tienes que
perdonarme porque yo jamás he estado enamorado. Percibo cosas que me confunden
y otras que tengo muy claras
-
¿Por ejemplo?
-
Que el sexo sólo es sexo. Que hay cosas que
también dan placer
-
¿Sí?
-
Mirarte. Estar
aquí contigo
-
¿No has tenido
suerte en lo que buscas? – elude ella el tema con sarcasmo
-
No seas mala. He
tenido mucha suerte, demasiada suerte. Por eso sé lo que no quiero
Pasan dos horas en un
suspiro, hablando del presente, de inquietudes, también de literatura. Julia
corta la animada charla porque llora la niña. Se despiden con un sonoro beso en
la mejilla y un sentido hasta mañana.
-
Mejor por la
tarde y así mi tía puede quedarse con la niña
Ruge a la par de la moto y la
monta aguileño. Está feliz, muy feliz. Pero tiene flecos que pulir. El más
reciente, Luisi, que estará al acecho cuando le oiga abrir la puerta. Por
primera vez, en su corto periplo, no le apetece acostarse con una mujer. Está
fresca en su mente Adelina y sería como darle una puñalada, sería ruin,
impropio de un sentimiento que brota. Después de lo de hoy, sin ser nada, sabe
que no puede. No podría volver a mirarla y quiere volver a navegar en sus ojos
verdes sin ser ni sentirse un cerdo. Empieza a entender el porqué de su visita
esta tarde. Ha despejado alguna duda, sobre todo para lo que le espera mañana
porque el tema de Luisi solo va a acelerarlo.
Callejea con soltura y llega
a la casa de su amigo Luis. Le abre su hermana, una solterona agria, y como
espera le pone una infinita cara de asco.
-
¡Luis! – grita al
interior – ¡Está aquí tu amigo ese!
Cierra la puerta en sus
narices y se marcha. No tarda en llegar Luis, algo alterado.
-
¿Qué pasa, pasa
algo?
-
Nada, hombre. He
comprado un ordenador y me gustaría que fueras a verlo
-
¿Ahora?. Puedo
verlo el sábado. Me dijiste que…
-
¿Qué podemos
tardar?. Es temprano
-
Será para ti, yo
tengo que agarrarme a las seis y media
-
No seas tonto,
vamos
-
Tengo la bici en
el patio y están mi madre y mi hermana por medio
-
Te llevo en la
moto. En un rato estaremos de vuelta
-
¿Esto podrá con
los dos?
-
Esto es una fiera
22
Luis no puede creer,
conociendo la racanería de su amigo Nicolás, que le hayan engañado como a un
chino.
-
Tío, si esto es
una patata
El ordenador le parece un
trasto infumable, sobre todo la impresora que parece un tanque. Pero no es a eso a lo que ha venido y Nicolás
ya empieza a pincharle.
-
¿De verdad que
todavía no has echado un polvo?
Le relata con todo lujo de
detalles sus aventuras amorosas y en especial la última, recalcándole que la
buena señora está abierta a todo. Luis tiembla de pensarlo.
-
¿Pero qué dices,
estás loco?
-
Tienes que empezar
alguna vez. – le grita - ¡Tienes cuarenta y cuatro años!
Tocan a la puerta y Luis
quiere irse o como mal menor esconderse. Nicolás le empuja a un dormitorio y
cierra la puerta.
Luisi entra eufórica y se
extraña que Nicolás cierre con llave.
-
No voy a
escaparme – susurra comenzando a desabotonarse
Ella intenta morderle y él se
retira. No percibe nada extraño y se encamina al dormitorio tirando la ropa por
el camino. A su espalda Nicolás oye forcejear en la puerta y sonríe. Luisi se
tiende en la cama y le pide que apremie.
-
Tengo que decirle
algo – no puede evitar estar tenso aunque se supera ya que está muy convencido
– Es algo embarazoso. No puedo volver a acostarme con usted
-
¿Qué, cómo? – la
pobre mujer cambia de color
-
¿Recuerda que le
dije que quería enamorarme?. Pues es eso
Ella no puede aguantarse y
grita, también patalea.
-
Luisi, no se
altere. Tengo un amigo…
-
¿Qué, qué?
-
No notará la
diferencia. Él sólo busca lo que usted. No se mueva. Por favor
Luisi está emberrinchada,
también fogosa. ¿Un amigo?, ¿pero qué se ha creído?, rabia, también duda,
quiere irse, también esperar, ver qué demonios ocurre.
Nicolás, mientras tanto, está
con Luis y agotado el dialogo no ve más salida que imponerse como un padre.
-
¡Te voy a hinchar
a hostias, maricón! – le grita como si perdiera los papeles - ¿Tienes a una tía
abierta de piernas esperándote y tú quieres irte?, ¡antes te rompo la cara!.
¡Si no cumples como un hombre, míralo – jura sobre un dedo – ten por seguro que
te pateo!. ¿Quieres ser virgen toda tu vida? – le ve pensar y afloja -
¡Escucha, capullo, la tía lo merece, está buenísima y no tienes que hacer nada.
Te estás quieto y deja que ella haga
todo. Ya está, ¿ves qué fácil, no lo entiendes?
Luis está a punto de llorar.
-
Escucha, capullo,
te quitas la ropa o te la quito yo
Luis siempre ha ido a
remolque y este no parece el momento oportuno de gallear. Pero le parece
asqueroso, así, de esta manera. Nicolás intuye lo que piensa.
-
Es sólo un polvo,
Luis, no pasa nada. Nadie va a enterarse
Logra que se desnude aunque
forcejea para quitarle los calzoncillos. Nicolás desdobla su mirada al pene y a
Luisi. El pene está encogido y Luisi no se ha movido. Puede ser una bonita
historia, piensa y sonríe para sí. Pero se sigue resistiendo. Tiene que
arrastrarle al dormitorio y al fin dentro, sopla y cierra la puerta.
Se sienta en un sillón a
esperar y el ruido que oye le gusta. Es momento de relajarse, resoplar,
recordar la voz de Adelina.
La puerta se abre sobre las
once, hora y media más tarde. Nicolás mira en la tele un concurso haciéndose un
poco el loco mientras se ponen a su altura algo reticentes. La cara de su amigo
brilla y no menos la de Luisi. Eso hace que él esté feliz por triple motivo. Es
Luisi, tras un momento de dudas entre ellos, la que toma la palabra.
-
Que digo que, ¿no
te importa que nos sigamos viendo en tu casa?
Nicolás ahonda en la mirada
de Luis.
-
No, no, para nada
-
¿Mañana a las
diez? – le dice Luisi a Luis besándole
-
Sí, si – le responde
23
En sus manos deja el asunto.
No cree mayor virtud que el temblor de la inexperiencia para ciertos menesteres,
más cuando la parte contraria se implica y de qué manera. Y es que Luisi en
tres clases ha hecho carrera. Eso le cuenta su amigo Luis, entre otras cosas y
casi a gritos, en la
Mobylette camino de su casa, nada que no sepa de primera
mano. También, como no, que la buena señora habla hasta descuajarse y eso,
insiste Luis porque Nicolás no da crédito, le ayuda a relajarse. Está encantado
y con visos de enamoramiento. La pasión confunde, vuelve a recordar de Adelina,
¿Qué va a decirme este advenedizo que no sepa, con quién cree que habla?. Pero
bueno, eso es terreno que no debe pisarse. Hizo lo que debía, clamaba al cielo
su abstinencia y había que empujarle aunque fuera de malos modos y ahora es tarea
suya el rumbo que tome en éste horizonte todavía ínfimo. El de Nicolás, en
cambio, verdea, otea espacio, nada de paredes y puertas cerradas como antaño, ve
su horizonte plano y diáfano, con dos caras al fondo como montañas esperando su
llegada. ¿Qué debo hacer?, se pregunta para responderse: “nada más fácil que
esperar y vivir intensamente los momentos que esté con ellas, después será mi
corazón quién tome la palabra. Se acabó mi intenso y corto ambular”.
Las emociones de este jueves
han superado con creces a un miércoles de órdago y cree que merece un whisky
como ofrenda. Dilata hasta el éxtasis su agonía. Eso hace y regresa a casa con
la mente limpia y agradecida y el sueño al acecho.
Sentado en el patio,
disfrutando un Ducados tras otro, vive el albor de la mañana. Sigue la huida de
las sombras en los tejados, el ascenso del astro, de nuevo rabioso. Aguanta un
rato su influjo hasta que el sudor le baña y recula para adentro. Cree que debe
ducharse, de todos modos huele las sobaqueras por si puede escaquearse. No
debe. El agua reconforta y lo agradece. “Nunca me he duchado tantas veces como
ahora”, gruñe. Mirar el reloj le hace centrarse: “Es el momento de Yoli”. Se
mete en la cocina. “Funesto, asqueroso lugar”, reconoce entre otras lindezas. Busca
los cacharros para preparar el desayuno. Ha entrado poco o nada desde el martes
y la labor armoniosa de Yoli está desperdigada por las repisas y el fregadero.
Vuelve a ser una cochambrera. Pero da por sentado que no va a emular a Yoli. Es
un marrano convencido y a mucha honra. Sólo que cree que sería bonito, como un
detalle por su parte, devolverle el favor del otro día y de paso asentar alguna
base para que la sensibilidad pueda expandirse y desde ahí aflore en los
sentidos hasta la última gota de esencia que busca. Piensa en ella. Duda, no de
todo. Por eso quiere aprovechar el tiempo. Ha decidido, incluso, que si suaviza
dos o tres circunstancias adversas la invitará a quedarse. Ocho horas salteadas
en la semana no son suficientes para mantener vivo algo si en verdad merece la
pena. Sólo si no está seguro esperará para seguir jugando, mientras tanto, a
dos bandas. “Yoli, mi negra Yoli”, suspira. Atrae sus gestos sumido en las
ondas del agua que quiere romper a hervir. Roza, entonces, sus pechos
oscilantes y nota algo que fluye en su interior como una mezcla vaporosa. Le
gusta, es un buen síntoma. El agua rebosa a la placa y apaga la llama. Es un
desastre. Cree que sabrá perdonarle estos desmanes, de todos modos hoy no le
permitirá que haga su trabajo. La quiere sólo para él, para estar con ella y
hablar y hablar aunque no le entienda una palabra. “¿Lograré decir alguna vez
te quiero de corazón a alguien?, sueña a boca abierta, ¿lograré que eso
ocurra?”. “Oh, Yoli, Yoli, te quiero, ¡es tan fácil, tan sencillo de
pronunciar!”. Simula estar abrazado a ella y baila sorteando los muebles. Busca
las galletas. Quedan pocas y están húmedas. Tampoco tiene pan. “Bueno, qué
remedio. Un vaso de café caliente acompañado de penetrantes miradas”. Mira el
frigorífico y está pelado. “De hoy no pasa reponer”, se recuerda.
A las nueve está sentado en
la mesa de la cocina, frente a la puerta, expectante. Dos vasos de café humean encima de un hule de estreno. Recuerda
que no se ha peinado. Da un salto y aprovecha para rociarse de colonia antes de
volver a sentarse. La puerta cruje y su corazón bombea. Lo oye aporrear su
pecho sin ningún escrúpulo. “Estar nervioso es un buen síntoma”, sonríe.
Josefina empuja la dichosa
puerta y no hay manera. Le deja caer el hombro y logra abrir una rendija por la
que se cuela. Tiene las manos ocupadas con el manojo de llaves y la bata y lo
deja todo sobre una silla para investigar el problema de la dichosa puerta:
tiene que levantarla para lograr que gire. Lo hace y la luz inunda el interior.
Nicolás despega los labios
hasta formar una o mayúscula. “¿Pero, pero qué, pero qué demonios?”, berrea.
Conoce a esta esquelética señora: cuarentona y madre de seis hijos, al menos,
casada con Pepito, alter ego de su grupo de amigos y el primero, recuerda, en
caer en los deberes de la familia y como consecuencia apremiante en las
solaneras de los tejares. Hace años que no habla con ella pero la conoce de
sobra. La llama Pepa.
-
¿Pero, Pepa, qué
haces tú aquí?
-
A ver, hijo mío,
no sabes los chicos que boca tienen. ¿Y tú, como estás?
-
No me quejo,
bien, bien
-
¿Y como va el
tema ese de las mujeres?
-
Nada serio
todavía, Pepa
-
Jolín, chico,
cómo tienes la casa. Está de pena, en fin, haré lo que pueda
Se coloca la bata encima de
la ropa y busca la despensa con la mirada, donde le han dicho que tiene todo lo
necesario. Nicolás la frena.
-
¿Y Yoli? – dice
como sin darle importancia
-
¿La negra?
-
Venía a limpiar la
casa ...
No quiere parecer interesado
pero ella lo nota.
-
¡Pero, Nicolás!,
¡Madre de Dios!, ¿otro?. Decía mi madre, que en paz descanse, que más vale ir
solo que a la sombra de nadie. ¿Pero tú sabes, esa lagarta?, porque eso es lo
que es, una lagarta, ¿no sabes lo que ha hecho? – Nicolás niega – pues ya
verás, ¿conoces al Jerónimo?..., sí, hombre, vive en la calle Jardines, por en
medio, su mujer se llamaba Casimira..., que estaba gordísima, con una tetas así
para arriba...
-
Ah – recuerda con
el ánimo en descenso alarmante
-
Pues ese, ¡con
más de setenta años!. Y dicen, vamos, no te lo puedo asegurar pero la Ramona.. ., bueno, que si
no se han casado está al caer, eso seguro. ¡Tú te imaginas al pobre hombre, que
le queda un telediario, al lado de ese bicharraco y además negro como un tizón,
Madre mía!. Resulta que iba a limpiar su casa y claro, como tiene la cartera boyante,
¡Cielo santo!. Desde luego que no sé lo que tenéis los hombres en la cara
porque ojos, vamos, vamos. A mí, que se haya ido, me ha venido de perlas, ¿no
sabías que mi Pepico está de baja?, está el pobre partido de la cintura y esto es
poco pero algo ayuda.
Nicolás hace rato que no la
oye. Está abstraído, en otro mundo. Josefina, que no es tonta, lo deja con su
pena y se gira a empezar lo suyo que no es poco dedicándole un último gesto
revuelto de incomprensión y lástima.
24
Dos meses, más o menos, más
tarde, un domingo de un fin de semana cualquiera, sobre las siete u las ocho de
la tarde, en casa de Nicolás, como cada día, los dos amigos suelen jugar a la
brisca, a veces al tute, incluso a las siete y media. Si es interesante ven
algún programa en la tele y otras veces, las menos, hablan. Hoy parece ser uno
de esos días raros. Además, afuera llueve. Es la primera lluvia fuerte de este
otoño seco y aporrea con estrépito los cristales.
-
No hay cosa que
más me joda que trabajar con el chubasquero – dice Nicolás – me da dentera. Además
que la arena se moja y pierdes la medida al agua, y hay que andar cubriendo el
cemento, y las mangueras, que están de pena, chispean. No hay nada como el
verano, tío
-
¡Y un cuerno! –
replica Luis – Yo prefiero esos días nublados en los que no cae una sola gota,
¿por qué no puede ser así siempre?
-
Si fuéramos
médicos o maestros la lluvia sería bonita
-
No hemos
estudiado y tendremos que jodernos – ríe Luis
-
Alguien tiene que hacer el trabajo duro – le
acompaña Nicolás
-
Visto del lado
bueno con la lluvia el polvo de la explanada se asienta y limpia algo la
atmósfera
-
Y nos crece el
pelo
Los dos amigos alejan la
mirada por la cortina de agua. Comienza a oscurecer.
-
Este invierno nos
llevan a Jaén a terminar cincuenta casas – dice Nicolás con pesar – nos van a
poner un piso y vendremos sólo los fines de semana
-
En mi tejar falta
gente. Puedes hablar si no quieres irte
-
¿En un tejar?, tú
estás loco, tío. Es lo último que haría
-
Bueno, pues nos
veremos, entonces, como antes, sólo los fines de semana
-
¡Qué remedio!
-
¿Quieres venir a
cenar ésta noche con nosotros?
-
No, otro día
-
Me has prometido
que vendrás alguna vez
-
Sí, joder
Los dos amigos se miran. Luis
mantiene la mirada y Nicolás la rehuye.
-
¿De verdad que
esto es lo que quieres? – pregunta Luis sin mover un músculo
-
¿Qué quieres
decir?
-
Lo sabes.
-
Estaba
equivocado. Yo no necesito a nadie
-
¿Y esa chica...,
Adelina?
-
Bah, sólo quiere
hablar y hablar y yo cada vez menos. No tengo paciencia, no, tío, eso se acabó
-
Me dan ganas de
pegarte, cabrón. Fíjate en mí. Mi vida ha cambiado. Al lado de Luisi soy feliz.
Ella ha roto con su familia y le da igual, yo he roto con la mía y no me
importa. Esto es algo muy grande, mamón
-
Yo no soy como tú
-
¿No?, lo que
ocurre es que tienes miedo. ¿Si me has enseñado a no tenerlo por qué ahora no
eres capaz?
-
¿Y yo que sé?
Luis lo conoce más que nadie
en ésta vida y sabe que es cabezón tanto para lo malo como para lo bueno. Está
convencido de que no tiene arreglo y insistir sólo enrarecería el ambiente. Algo
que no le apetece hacer.
-
Lo que no te
perdonaría jamás – ríe – es que te rajes en lo de ser mi padrino
-
¿Ya estás otra
vez, mamón?
-
Tengo
conversaciones secretas con mi hermana. Me ha dado casi el sí pero el problema
es que aún no le he dicho que tú y ella ..., no sé, no sé
-
El señor me pille
confesado – ríe Nicolás con yuyu
-
¿Sabes que en el
fondo hacéis buena pareja?
Luis se marcha sobre las
nueve. Nicolás va a levantarse para preparar algo de comer pero desiste porque
no tiene hambre. Enciende un cigarro y se distrae oyendo caer la lluvia en la
oscuridad del patio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario