juanitorisuelorente -

jueves, 16 de febrero de 2012

CELOSÍA (RESTO DE LA NOVELA CORTA)

(POR SI HAY INTERESADOS EN SEGUIR LA NOVELA Y PARA QUE ESTO NO SE PAREZCA A ARRAYÁN (SERIE DE CANAL SUR QUE ANDARÁ POR EL CAPÍTULO 10.000) HE DECIDIDO PONER AL COMPLETO EL RESTO DE LA NOVELA CORTA, TOTAL YA SÓLO SON 60 PÁGINAS DE NADA. GRACIAS)

4

Arrebolaba el sol los colores muertos y flameaba las siluetas del paisaje. Un paisaje difuminado por su atmósfera brumosa como un esbozo a carboncillo.  Emergía y un haz de luz  acuchillaba sin compasión una  vieja persiana de madera. Dentro, Nicolás estaba despierto y mantenía sin esfuerzo una erección.
Es viernes, son casi las nueve y Leticia, su amada colombiana, debe estar a punto de
llegar. Esta noche no ha dormido reviviendo y reviviendo lo vivido con ella, que no ha sido mucho, cuatro horas  donde apenas cruzaron algunas palabras. No hacían falta porque el amor está plagado de silencios, cree. Siente en su pecho una fuerte presión al recordarla y está seguro que, aunque desea acostarse con ella sin mediar una sola palabra, también está enamorado. Hoy va a decírselo, no sabe exactamente qué ni cómo. Tiene algunas frases preparadas pero sabe que no logrará recordarlas. Deberá improvisar. Algo acerca de sus ojos tiernos, de sus labios sedosos, de su acento peculiar. Está idiotizado y no le importa reconocerlo porque entiende que esto es un elemento indispensable para  fraguar el cimiento del amor. Amor, amor, no puede creer que esa palabra la pronuncien sus labios. Se ve raro. Y no se fía. Pero pisa firme la tierra. Ha restado, incluso, el espejismo que pueda crear el deseo y no alcanza un tanto por ciento relevante. Está seguro, seguro. Ama a ese ser de inmensa menudencia, de robusta fragilidad, de casta lujuria. Nadie como ella roció su piel de tantos besos. No puede ser otra cosa que no sea amor, amor, amor, puro amor, aunque sólo follaron y follaron hasta caer muertos. “Soy de Colombia”, “Trabajo desde hace cinco años en España”, recuerda que dijo entre algún leve respiro, también, cómo no, que le prestase tres mil euros para un problema que tenía, dinero, “por Dios”, que le reintegraría sin falta este mismo viernes. Cómo iba a negarse. Ni siquiera pensaba en ello aunque es un rácano reconocido. Pero rácano para otras cosas, para los buitres que acechan, para la vida innecesaria, no para el amor, ¿cómo iba a serlo para el amor? Sería como segar a patadas un brote que florece, algo, en su caso, hermoso como jamás había vivido, el calor de un cuerpo de mujer, algo que ni el más contumaz de sus sueños, así,  le había revelado.
Está eufórico, más cuando la llave gira en la vieja puerta de madera. La erección se mantiene y corre, desnudo, a esconderse detrás de la puerta. Lo tiene pensado. La cogerá por detrás, sin mediar palabra y la penetrará allí mismo. Se estremece de pensarlo. La puerta cruje y chirría al abrirse. La mujer gruñe y la golpea como puede. A Nicolás el ansia le ciega. Está a punto de correrse. “Cojones con la dichosa puerta”, oye en perfecto español. Está expectante. La mujer muestra la línea de su silueta en su lucha con la puerta y ve que hoy lleva falda. Espera a que le de la espalda y se ponga a tiro su trasero para agarrar con la mano esas frondosas pelambreras. Cierra los ojos.
Ascensión, por el contrario, está luchando con la puerta. Abre lo justo para pasar y se agacha para subirla y poder cerrarla cuando nota una fuerte presión en sus partes íntimas como si la hubiese mordido un perro. Se gira asustada, con la rapidez que le permiten su obesidad mórbida y sus piernas y grita como una loca al ver el pene erecto de Nicolás. Éste acaba de darse cuenta que no es el trasero ni el cuerpo que estaba esperando.
No tiene tiempo de reaccionar, tampoco de pensar  mientras Ascensión grita como una posesa en la calle con los brazos abiertos. Sabe que la ha cagado y bien, que ha metido la pierna hasta la ingle pero está hecho. Y ahora tiene que apechugar con las consecuencias. En la calle se oyen otras voces, también un tumulto que crece. Cierra la puerta y corre a vestirse. Su corazón es una pelota de goma, su cabeza un torbellino y las preguntas se disparan: “¿Qué hacía aquí mi vecina Ascensión?” (por cierto, sesentona, recién enviudada y madre de diez hijos), “¿Y mi amada Leticia?”  “No puedo negar que tiene un coño monstruoso”, sonríe entre el caos, “¡Dios!, íntima amiga de mi madre, que en paz descanse”,  se enroca ahora al miedo y a la vergüenza. “Fui al entierro de su marido hace una semana”, se lamenta una y otra vez golpeándose la cabeza con las palmas de sus manos, “¿qué voy a hacer, qué va a pasar ahora?
Por lo pronto responden a su pregunta unos puños en la puerta. Oye gritos, barbaridades, un golpeo insistente en los cristales de la ventana. Conoce las voces de sus vecinas y de algún vecino. Está muy asustado y tiene claro que por nada del mundo abrirá la puerta. “¿Qué ha pasado?, soy inocente”, piensa, “es un malentendido muy difícil de explicar, ¿quién va a creerme?, una mujer viuda y un soltero son un cóctel explosivo para las mentes retorcidas, nadie va a creerme. ¿Y si digo que me ha provocado?, que ha sido ella, no, no, me da pena la pobre mujer, es tan recta, tan buena, sería echarme más basura encima. Debo contar la verdad, sí, ¿pero a quién?
Al rato una voz recia  tras la puerta volvió a contestar a su pregunta:
-         Abre a la Guardia Civil. Abre o echamos la puerta abajo
 Reconoce la voz del cabo Felipe, un buen amigo de su padre. Abre la puerta y la pareja de la benemérita son su escudo para la multitud que parece querer lincharle.
Felipe entra y frena a su joven compañero que pretende, pistola en ristre, seguirle al asalto.
-         Voy a entrar solo
-         Puede ser peligroso, mi cabo
-         No digas jilipolleces
 Felipe cierra la puerta  con esfuerzo y al encararle y sin avisar le arrea un guantazo.
-         ¡Pero hombre, Nico, si podría ser tu madre!, ¿es que no hay putas para eso?  
-         No es lo que parece, Felipe, déjame explicarte...
-         Anda, tontorrón, siéntate y cuéntamelo todo



5

“Limpiezas San José” a pintura negra en fondo de cal puede leerse en la fachada de la nave si se tiene paciencia y se siguen todas las palabras en vertical  (algunas letras infladas, otras casi imperceptibles),  y por riguroso orden. Nicolás las deletrea, absorto,  al bajarse del coche y Felipe le empuja para que se deje de coñas. La nave está oscura y sucia y huele a lejía y jabones. En un rincón, una pequeña oficina acristalada está cerrada a cal y canto hacinando el frescor del aire acondicionado. Dentro, Matías mira la tele con los pies sobre la mesa y hojea un Interviú.
Felipe entra sin llamar y Matías se incorpora de un salto.
-         Joder, Felipe, ¿qué os trae por aquí? Hola, Nico
-         Buscamos a una trabajadora tuya. Una colombiana llamada Leticia – dice Felipe en tono severo
-         ¿Cómo...?,¿colombiana...?, ¿Leticia...? , no, no, no me suena
-         No escurras el bulto. Hoy no me interesa saber si tiene o no tiene papeles. Es otro el asunto
-         ¡Que no, que no, que no tengo a nadie que se llame así!
Felipe sabe como tiene que hablarle a este vividor.
-         ¿Quieres que te cierre el chiringuito?
-         ¿Por qué...?, ¿qué he hecho?
-         Todos sabemos que sólo tienes dada de alta a tu mujer, que estará en tu casa con el chichi al fresco
-         ¿Y qué pasa con esa Leticia?, ¿qué ha hecho esa loca? – cede, al fin, Matías
-         Le ha robado a Nico tres mil euros. El martes
-         Vaya, vaya. No sé nada de ella desde el miércoles
-         ¿Tienes su dirección?
-         No tengo ni idea
Felipe se vuelve a Nicolás y le da varias palmadas en la cara.
-         Has empezado tarde, Nico, pero ya empiezas a conocer a las mujeres
Nicolás no puede creerlo y le suplica a Matías.
-         Lo siento amigo – le responde – esas van y vienen. Hoy están aquí y mañana no se sabe
-         No me importa el dinero – llora sin lágrimas – quiero encontrarla
-         Vamos, tontorrón – corta Felipe la sensiblería – no llores por esa fulana o te arreo una hostia. Tú tampoco te quedaste descalzo, ¿no cobraste tu parte?
Es en el coche, antes de bajarle en la puerta de su casa, cuando Felipe agarra a Nicolás del cuello para grabarle un último consejo:
-         Escucha, cretino, no puedo hacer más por ti. Has tenido suerte de que Ascensión no ponga una denuncia aunque en este pueblucho eso no hace falta. Lo vas a tener crudo chaval – deja de apretarle y le da un abrazo – llámame si necesitas algo

Gira la llave y su golpeo seco atrae a algunas vecinas que le increpan. Sus gritos le resbalan, sabe que no es un marrano ni un violador ni otras lindezas que le escupen a la cara. No debe responder y para qué preocuparse. Le preocupa más poner en orden la situación y los posibles flecos que deriven de ella. Sabe que ahora estará más solo si cabe pero qué es estar más solo cuando se está solo. Qué le importa ese elenco de brujas catódicas que esperan una andanada de mierda para revolcarse en ella, ellas y sus abnegados correveidiles.
 Piensa en Leticia. Aún no asimila que le abriera su alma sólo para satisfacer su instinto animal, que sus besos sólo fuesen otra espita del placer, un orificio sin alma. Le amó sin amor y le robó sin ningún escrúpulo. Y él picó como un pardillo. Le hubiera dado más si le hubiera pedido. Y ahora no quiere volver a verla. No la ha denunciado, ¿para qué?, ¿qué hará si la tiene enfrente? Su mente rabia, su pene se despereza de pensarlo.




6

La ciudad despierta. Estira sus huesos. Despereza su atonía y continúa su verborrea. Por si alguien aún no se ha enterado. A la pobre Ascensión la embarazan de su onceavo hijo y nadie había advertido que el sádico Nicolás tiene orejas puntiagudas y se alimenta de sangre humana.
 Luis oye atónito el relato de las bocas de su madre y su hermana sin llegar a creer que su buen amigo haya revolcado a ese rinoceronte: “Pero mamá”, “Ni na, ni na, como vuelvas a juntarte con ese te echo de la casa, tú verás”.
 Por otras zonas más alejadas va para peor porque apretó en su garganta un cuchillo de cocina  mientras le hacía todas las guarrerías inimaginables.
 Sus cuñadas ya se lo decían a sus hermanos: “Ya os decíamos que no nos fiábamos de ir por la casa. Bien nos podía haber pasado a nosotras”.
A los oídos de Leticia – encerrada en un cuartucho, esperando la llamada de una amiga en otra ciudad para salir pitando – llegan las hazañas de un violador en serie que a saber cuantas ancianitas tendrá enterradas Dios sabe donde.
Todo esto a espaldas de Nicolás que duerme con la placidez de los inocentes.  Claro que, al despertar, su cielo raso se tiñe de un gris tormentoso. Ni siquiera recuerda que convalece de la espalda porque eso es de una nimiedad insultante. Hay otros temas de más actualidad. Y se imponen los polvos a Leticia. Y se calma como puede. Cuando el corazón vuelve a su tam-tam lógico piensa que es una mujer lo que necesita. Alguien con cuerpo de mujer y que cumpla unos requisitos mínimos: “Que me quiera, que acompañe mi soledad”.  Lo tiene claro. Nada de borracheras ni de fijarse en las exultantes y las explosivas. Debe escudriñar en los rincones, buscar animales heridos, seres apaleados que como él se agarren a la rama de la esperanza. Aún no es tarde ni es un viejo y aunque su carácter tiene visos de acero pues piensa que habrá que taladrarlo. Sabe lo que es estar con una mujer y quiere volver a repetirlo. Y nada de follar y “adiós o muy buenas” sino hacer el amor y susurrar: “Hola, o cariño, o te quiero”. ¿Por qué no va a intentarlo si lo desea con todas sus fuerzas? Antes no quería lo que no sabía y ahora sabe lo que quiere. Arranca y frena. ¿Y lo otro, qué pasa con lo otro? La vida es implacable, ofrece la miel y la sal. Y  a la vez no pueden tragarse. “¿Y por qué no?, yo no he hecho nada”. Desayuna y se viste. No va a quedarse en casa como un gallina. Las cosas tienen que enfrentarse y ésta con más celeridad. Demostrar valentía para que no crezcan las voces. Se viste con rapidez y sale a la calle.
Prefiere andar. Caras de asco acompañan su caminar ligero y alguna boca sucia que escupe una ordinariez. No le importan. Dibuja de color los esbozos de su ciudad bajo el cielo inmaculado que brilla y azulea. Nunca le ha importado el paisaje, ni la nueva ola imparable que ha remozado casas, calles y plazas. Vagaba ausente, de puntillas, sin hacer ruido, con el parabién en los labios, sumergido en sí mismo, creyéndose autosuficiente, y al abrir el ángulo descubre cosas, sentido, y olvida los recuerdos, patea el pasado, remoza de alegría a su espíritu viejo. “Se acabó”, se dice respirando hondo.
   Su calle es larga y estrecha y no ha llegado al final cuando un coche la enfila marcando los neumáticos en el asfalto. Son hijos de Ascensión. Nicolás no hace ningún gesto de huir ni de defenderse. Sin mediar palabra saltan como monos a zarandearle, le apalean pisoteándole como a un animal. Queda despanzurrado en el suelo y un hilo de sangre serpentea en la cuesta. Está un buen rato consciente y oye voces a su alrededor pero nadie se agacha a recogerle.



7

-         ¿Vienes?
-         No, claro que no
Los dos amigos salen de la discoteca y suben la Avenida con parsimonia, respirando los gemidos de la noche.
-         Son más de las doce – sigue Luis – mañana es lunes y me esperan once horas de remover ladrillos – se para y le señala los moratones y cortes en la cara y los brazos  -  Además, que no sé cómo puedes. Estás hecho un Cristo
-         Necesito hacerlo. Tú no lo entiendes
-         Entiendo que debes irte a la cama y recuperarte
-          ¿De qué? Duelen más otras cosas, el tiempo que pasa como una flecha, amigo y hay que frenarlo. Esto no importa, ha sido un justo castigo, le agarré el coño a su madre, es lógico que me pegaran
-         ¿Cómo es un coño, Nico?
-         ¿El de la vieja?, como una lata de grasa – ríe para ponerse muy serio – el de Leticia una puerta a otro sitio, a otra manera de vivir y sentir. No soy el mismo después de eso, puedes creerme
-         ¿Y follar...?
-         ¡Follar, follar! – suspira – Follar es como volar contemplando la inmensidad del mar, descender a las profundidades de la Tierra y ascender erupcionando fundido a la lava de un volcán, soldar tu piel a otra piel, tus huesos a otros huesos…
-         Ya veo que te ha afectado
-         Debes hacerlo, Luis, no debes tener miedo a las mujeres
-         Sí, pero a quién. Ya has visto como nos miraban esas guarras en la discoteca, sobre todo a ti
-         Esas no me sirven. Son las de siempre y yo busco a alguien distinto aunque ahora necesite consolarme con una puta
-         Pues ten cuidado que ya has visto lo que buscaba esa Leticia
-         No entiendes nada, amigo. Los tres mil euros no me importan tanto como las horas que pasé con ella
-         Estás como una cabra. Esa tontería te va a costar cincuenta euros
-         No estoy loco, Luis. Quiero a una mujer, quiero a alguien que me quiera y no voy a parar hasta lograrlo
Se despiden y Nicolás acelera el paso hasta su casa para coger la Mobylette.

 La moto se lanza en los llanos y las bajadas y le pide que pedalee mostrándole su sofoco en las cuestas. Le da una pena enorme  pero es un fleco que debe pulir sin demora.
El club está a seis kilómetros de la ciudad y al saltar la última rasante ya ve destellar las luces de colores. Está tranquilo. Pretende elegir sin prisas y disfrutarlo hasta el último segundo. Aparca la moto entre una maraña de coches y aprieta la cartera al pantalón en la que no lleva documentación, sólo dinero para un whisky y un polvo.
No reclama que el whisky es garrafón ni por los quince euros que le cobran y se resigna a una rubia de piernas largas y buenas tetas. Dice llamarse Claudette y le ofrece, incandescente, su cuerpo de hielo. Es lógico pues que, tras el sofoco, acabe tan frío como ella. De ese cuerpo esbelto y hermoso que simula calor y deseo no retiene nada y le escuece en el alma tener que pagarle. Lo ha hecho, ¿y qué? Sus necesidades no van por ese camino que no llena el vacío que dejó Leticia aunque fuese tan puta como esta Claudette. Pero acaricia los extremos que ya es algo, estas bifurcaciones  del núcleo que busca y que no encontrará encerrado en su casa.
Se aleja de allí con el pene enrojecido y la mente intacta, ondeando un perfil de mujer pero sin una cara que le permita soñar. Son la una y media y no le apetece dormir ni piensa en el trabajo porque cuando lo hace el dolor de espalda parece despabilarse. Le apetece otro whisky envuelto de música estridente. Detiene la moto en un pub. No tiene dinero pero conoce al dueño y sabe que va a fiarle. Está oscuro y hay poca gente, la mayoría son parejas que se revuelcan en los mullidos sillones. No está el dueño y le dice a Ambrosio, el camarero, que está tieso. No hay problema y le vuelca la botella en un vaso de tubo atiborrado de hielo dedicándole una mirada pícara.
-         Es mentira todo eso que cuentan – le aclara Nicolás
-         Lo supongo  conociéndote, hombre
El fornido camarero se acerca a susurrarle al oído:
-         He oído que te robaron...
-         Por ahí sí van los tiros
-         No te preocupes. Los chismorreos pasaran en una semana
-         Eso espero
Entra en el pub una patulea variopinta y la mayoría, con descaro, le señalan y se mofan. Nicolás piensa en liarla, le hierve la sangre pero se centra en el whisky y en sus pensamientos e ignora  a estos chiquiliquatres. Una joven veinteañera, con la cara adornada de pearcing como un virus granuloso, se desmiembra del grupo y se le acerca. Está bebida y le muestra su físico rechoncho y desmadejado. Nicolás la conoce para su pesar.
-         Eres un cabrón
-         Vete a la mierda
-         Viólame a mí si tienes cojones, hijo de puta
-         Yo no violé a tu madre. Puedes preguntárselo
-         Sé lo que le hiciste y lo que le hubieses hecho si hubieses podido
-         Por Dios, Ángela, fue una equivocación
-         ¿Una equivocación y la esperabas con la picha tiesa?
-         Esperaba a otra persona
-         ¿Tú?, tú no tienes a nadie, cabrón. ¿Quién va a querer hacerlo contigo?
El camarero hace de escudo y se interpone. Los ánimos están caldeados y no le haría bien a Nicolás darle un bofetón a la niña. Se lo merece, él mismo se la daría pero es mejor dejarla. Le aconseja que se vaya. Y eso hace después de apurar el whisky.
Por la madrugada pulula una brisa gratificante. Nicolás se mece en ella y la respira con insistencia. Lo olvida todo. No merece la pena mosquearse por esa mocosa. Ni por esa ni por nadie. Tiene un firme propósito y esto, en cierto modo, le resbala. Quiere a una mujer. Quiere una mujer con todas sus fuerzas, a gritos, quiere una mujer con toda su alma. Una mujer y va a pregonarlo a los cuatro vientos si es necesario. “Joder, estaría loco si lo hiciera”. Esa idea pasa por su cabeza y ríe de pensarlo. Proclamarlo a los cuatro vientos, vuelve a pensar, ¿y por qué no? Cientos , miles se reirían pero sólo busca a una, sólo a una que no se ría y conecte con esa idea de mujer que busca, ¿qué puede perder? Podrían añadirle un nuevo adjetivo a esos otros, siniestros, que le han espetado, ¿qué importa? Conoce a la mayoría de las mujeres de esta ciudad pero no a todas. Una, solo una es lo que busca y puede estar aletargada, como él hasta hace unos días, mirando la vida sin ser vista.
Sube a la moto y piensa en ello por el camino, llega a su casa y no puede dormir en toda la noche.




8

Cuando las sombras aún se enfrentan a una mañana vigorosa, Nicolás arruga una tras otra las hojas de una libreta. “No debo bramar un rollo en un papel. Debe ser algo claro que reclame la curiosidad”. Una y otra va borrando palabras.  “Ni mucho menos poner mi nombre ni mi dirección, ¿quién va a animarse a responder a un violador de viejas?”, “¿Y si?, claro, claro, es una posibilidad”. Las sombras se alejan y su luz brilla como la mañana. “No deben saber quién soy”, piensa, nadie, quizá Luis porque debe ayudarme pero  nadie más. Tengo que hacerlo bien, rápido y no tener ninguna prisa”. Calcula el coste. “¿Qué importa el dinero?” No le importa pero la racanería tiene bien cimentadas sus raíces y barre para adentro lo que puede, “¿Y si lo hago yo?, claro, ¿cómo no había caído?” Da un salto felino de la cama y se pone manos a la obra. Pero lo números asustan. En una ciudad de unas quince mil personas supone que habrá más de mil familias habitando más de mil viviendas. Es un disparate hacerlo por correo. Y levantaría la liebre. ¿Y si él repartiese las cartas? Podrían verle y suponerlo, además de tener que comprar los sobres. Son demasiados. Cualquier despiste sería como un reguero de pólvora. También cree que su amigo Luis no debe saberlo. Ni él ni nadie. La sorpresa primero y la curiosidad después  son las armas para que esto filtre luz  a la oscuridad de un alma acorralada. Piensa. Piensa. No es necesario una por domicilio. Con tres o cuatro en cada calle parece suficiente. Quién sea que la reciba correrá como una loca a contarlo y el efecto será el mismo.  Doscientas o trescientas a lo sumo. Y esa cantidad se compromete a sembrarla en la ciudad en una noche. Un golpe maestro. Todo en una sola noche. Y a esperar. Es el principio. Otro importante es abrir un apartado de correos y otro ineludible, un gasto inútil, un ordenador y una impresora. Es la única manera, ¿quién va a saberlo? Las palpitaciones se aceleran, está tenso y ansioso al tiempo, con un miedo terrible al ridículo y con la dulce incertidumbre que le ofrece este canto a la esperanza. Mira el reloj y aún son las siete y media de la mañana. Demasiado temprano para salir a la calle. Ríe. Si pudiese empujar el tiempo lo haría. “Sólo hasta las nueve”, matiza, “después desearía que fuese hacia atrás”. Piensa en tantos años arrojados por la borda de los que no guarda un recuerdo digno. “Los cuarenta y cinco bien pueden ser un principio hermoso, para qué amargarme”. Bulle por todo, todavía por nada. Deambula por la casa. No sabe qué hacer. No tiene hambre ni sueño. Vuelve a tenderse en la cama y coge la libreta para intentar simplificar el texto.
Un texto turbio y espeso que relee: “Delicada rosa que por ti suspira, esta alma parada que al fin camina sumergida en tu olor..., Tengo cuarenta y cinco años, soy soltero, de buen ver, solvente y mi fin contigo es serio. Si tienes entre treinta y cincuenta años escríbeme al apartado de correos nº  .  Responderé a todas las cartas.”. El poema de cabecera tenía más de veinte versos y sigue mermando. Le parece zafia o blandengue cada palabra que tacha, tachones que son pilares de una estructura que se derrumba sin remedio. Su musicalidad inicial deriva en esputos agudos e intermitentes. “Insulso, irrelevante, zafio, pueril”, grita con un cabreo tremendo.  No sabe qué hacer, rabia mientras arruga otra hoja en sus manos con más genio que nunca. “Soy un idiota, divaga, esto debe ser un puñal que penetre por los ojos hasta el alma. Debo pensar, relajarme.” Eso hace y le pide a su corazón que le dicte. Eso sí lo tiene claro y la mano se desliza con soltura. “Joven, ardiente, busca hembra en celo para follar, follar y follar hasta caer muertos. Abstenerse putas y viejas. P.D.: por favor sean respetuosas con las demás y guarden su riguroso orden en la fila”. Ríe a carcajadas. Y agradece a su corazón la confidencia.  Su pene se despereza. “¿En realidad es eso lo que busco?” No tiene más remedio que responderse que sí aunque matiza que eso debe ser consecuencia de lo otro. ¿Lo otro, y qué es lo otro? “No sé, se responde, supongo que el tiempo que transcurre entre polvo y polvo” -  ríe de nuevo - “Tengo que recuperar el tiempo perdido - se defiende - bueno, ahora a coger al toro por los cuernos”. Apela al sentido común y la mano avanza firme en la hoja pero con una lentitud exasperante: “Hombre de cuarenta y cinco años, soltero, buena presencia…, ¿buena presencia? – aquí se desmelena - ¿qué quiere decir buena presencia?, humm…, buena herramienta – ríe – no, no, …bien desarrollado físicamente, quizá por ahí…, mejor decir: agraciado físicamente, pueden pensar que ofrezco un cuerpo bello ,  un cuerpo escultural y cómo no, también pueden intuir que Dios ha pensado en ellas, bien, bien, agraciado físicamente me gusta,…veinte millones a plazo fijo  – vuelve a troncharse de la risa  – esto sí sería la bomba, tal vez lo único que logre importarles de veras, vale, vale, …sin problemas económicos, y ahora lo real e importante,…busca una mujer…,¿qué mujer?, cualquier mujer con coño y tetas – se parte el culo para ponerse serio – Leticia era un retaco y me volvió loco pero reconozco que no me gusta una larguirucha como Claudette aunque se movía como una bicha. Puro artificio profesional. Bueno, una mujer, coño y tetas, ya digo,…busca una mujer de treinta a…, ¿Por qué no menor?, a nadie le amarga lo tierno, claro que sólo lo digo por la carne pero no, no, nada de una mocita que patalee sus manías,…de treinta a cincuenta años porque para viejas sí es cierto que no estoy y más con esos coños monstruosos donde se hunde mi mano, ¡qué asco! ¿Qué queda? ¡ah, sí!,…para fines serios. Abstenerse putas y…, bueno, no me importaría que, tras una aparente candidez, fuese un poco puta pero ardorosa y no como esa Claudette iceberg, o sea que lo de putas va por las Claudettes, eso que quede claro,… y casadas…, nada, nada, piano, piano, que sólo me faltaría una trouppe de maridos cabreados. Bueno, en resumen…, ¿y si alguna tiene hijos?, en eso no había pensado. Y es algo muy importante que debo recalcar, niños “ni el de la bola”. Yo sólo cuidaré a los míos y ya tendré cuidado que esa desgracia no me ocurra. Sólo me faltaba un diablillo trotando por la casa y pidiendo por esa bocaza, generando protagonismo, nada, nada, bien clarito, …sin cargas, libre como un pájaro. ¿Y bien?” Mira la hoja rasgada de tachaduras y recoge las palabras que se han salvado de la quema. Como él quería es un mensaje conciso, directo y apremiante, como una orden:
“Hombre de cuarenta y cinco años,
soltero,
agraciado físicamente,
sin problemas económicos,
busca una mujer,
sin cargas,
 de treinta a cincuenta años,
para fines serios.
Abstenerse putas y casadas.
Mi dirección es: apartados de correos nº     ”

Lee y relee y le gusta. Cierra la libreta y sus tapas prensan las dos o tres hojas que se han salvado. Mira el reloj y es hora de moverse. El sueño pica pero debe esperar no así el hambre que acucia y va a calmarla.
Escalona el orden en su mente: Desayunar, ir a Correos, comprar doscientas hojas tipo A-4  y el dichoso ordenador, veinte mil duros, al menos, que volaran sin remedio.
Son casi las nueve cuando sale de su agujero, decidido, con la mente clara y su fogosa entrepierna tranquila tras haberse masturbado.



9

Son las cuatro de la tarde y Nicolás preferiría que fueran las nueve de la noche. Está muerto y se arrojaría a la cama de cabeza como a una piscina. Pero tiene hambre y espera al chico de la tienda (a las cinco) para que le explique el funcionamiento del trasto que tiene delante. Fríe dos huevos fritos que acompaña con un chorizo frío que le sobró de ayer y una Cruzcampo. Acaba en un santiamén ayudado por la ansiedad que le embarga y vuelve al salón a mirar y remirar el ordenador por si ve algo anormal que no le guste. El plástico del monitor está amarillento y le han asegurado que eso no es problema, en el teclado han desaparecido dos letras por el desgaste y están repintadas a rotulador. El resto parece estar bien, de aspecto porque de tripas no entiende. Se fija en la marca: STREHSERG e intenta pronunciarla con acento extranjero. Ni tiene ni idea de donde ha salido esto  (en la tele desde luego ni rastro) aunque le han dicho en la tienda que no debe preocuparse por las marcas, que eso es lo de menos. Treinta mil duros para un trasto que habrán rozado mil manos, marca la pava, “Porque nuevo quién se atreve”. Trescientas cincuenta mil ha sido el presupuesto ofertado más barato en su peregrinaje por las cinco tiendas de la ciudad y, por suerte, tropezó con esta oferta algo más digerible. “Treinta mil duros para un trabajo ínfimo”, se lamenta una y otra vez, “Todo sea por la causa”. La impresora es como un baúl y ni la mira, “Espero que aguante”. No se atreve a enchufarlo por si aquello hierve o estalla y, encima, tenga que tragárselo. El ansia le ahoga pero tiene que esperar. Mientras, hace memoria y recuerda los pasos que seguía su amigo Luis cuando algunos sábados se encerraban en el cuarto de su hermana  para ver fotos o videos porno en su ordenador, “Parece fácil. Teclear y mover la flechita del ratón, bah, está chupado”.
Se sienta en un sillón sin dejar de mirarlo  y se queda patidifuso un rato, con la mente alejada, flotando, sin detenerla en ningún sitio en particular, como atrapada en el vacío de una burbuja invisible que bota y rebota en las personas o en las cosas, interfiriéndose, más o menos como es su vida, mirándolo todo sin ser visto o mostrándose pero sin que a nadie le importe. Algo que, cuando regresa a este mundo, sabe que está a punto de cambiar porque acaricia las puntas de unos dedos, dedos de un brazo extendido, brazo adherido a un cuerpo vaporoso y del que huele su cercanía. “¿Dónde estás, mujer, quién eres?, la llama, ¿por qué no te muestras de una jodida vez?” El sueño le vence y le despiertan unos golpes insistentes en la puerta. Mira el reloj y son casi las seis. Es el chico de la tienda, un mocetón espigado con flequillo proa de barco y pecas, que intenta, desde la puerta, inyectarle su pragmatismo cuanto antes para salir de allí cagando leches. Acaba y repite y repite y Nicolás no se entera de casi nada lo que despabila su histeria. Al fin entiende que la solución es escribirle los pasos a seguir de lo único que le interesa: teclear un texto  y que lo alumbre la impresora. Nicolás asiente con la cabeza, se concentra y no ve ningún problema. El chico al fin respira cómodo, le reza para sí un responso y se marcha. Nicolás resopla. Al fin solo y con todo lo necesario. Se pone en marcha. Su intención es tenerlo todo a punto cuanto antes, dormir hasta reventar y repartirlo la noche del martes. Busca la libreta para teclear el texto aunque lo sabe de memoria. Pone manos de pianista y escribe en Works la sentencia. Dos veces en la misma hoja para cortarla con las tijeras y que sean dos. Doscientas  hojas A-4 que se convertirán en cuatrocientas. “Y ni una más”, se dice convencido. Se decanta por las mayúsculas y añade el nº 111 al apartado de correos. Teclea los pasos para imprimir y la impresora arranca. Nace la primera hoja, la segunda…. “Esto marcha”, aplaude enfebrecido.



10

Es martes, son cerca de las nueve de la mañana, cuando un R-6, rotulado en  ambos laterales a letras grandes con tosco pincel, frena en la calle Cervantes nº 94. Desciende una rolliza y corpulenta mujer negra y los muelles del sufrido coche lo agradecen, también sus dos compañeras del asiento trasero que se desparraman en el espacio libre.
-         Ten cuidado, Yoli, con el follaviejas – gesticula una de ellas con todo lujo de detalles
Yoli hincha sus músculos y aprieta el puño simulando tener al lobo como un sumiso cordero y ríe. El coche arranca y Yoli busca en el bolsillo el manojo de llaves. No puede evitar fijarse en la acera empercudida de trozos del encalado, en el polvo de la vieja puerta de madera. La puerta se resiste y le deja caer el hombro. Un batiburrillo de olores nauseabundos  huye a la calle. Hace un gesto agrio. Recorre el entorno: el suelo parece cubierto por una lámina pegajosa, los bajos de las paredes tienen la pintura desconchada o cuarteada por la humedad y el salitre, los muebles y las sillas carcomidos y desolladas, dos o tres cuadros con fotos de bodas, un Cristo en una cruz sin una pierna… El paisaje es desolador pero no le preocupa. Avanza unos pasos hasta el salón y se fija en la mesa atiborrada de hojas, en un ordenador a juego con el mobiliario y en un dormitorio al fondo, ve, aparente dormido, a un hombre estirado en la cama con sus vergüenzas al aire.  Motivo de peso para que ésta mujer corra sin mirar atrás pero Yoli no es de esas. Sabe bien a donde y a qué ha venido. La han advertido. ¡Pero qué diablos!, tiene la oportunidad de trabajar por primera vez desde que desembarcó en un acantilado de Málaga hace tres largos meses, dinero y comida y la posibilidad, aún remota, de integrarse a un país de ensueño y no va a desaprovechar ni la más repelente oferta. No hace ruido. El tío parece dormido de veras. Y algo tendrá que hacer porque así, pasmada, no va a quedarse. Se acerca a la mesa y coge una hoja. Parecen todas iguales. Intenta leerla pero no entiende una palabra de español, sólo palabras sueltas aunque más bien por el gesto o la intención de quién la pronuncia pero nada de letra impresa. La suelta sobre el cerro de hojas y se escurre al otro lado de la mesa. Está a punto de caerse al suelo y al querer cogerla golpea la mesa con una pierna y un buen número caen al suelo.
Nicolás está sumergido en un sueño de héroes y jóvenes desvalidas cuando un ruido seco se interfiere vagamente y le siguen unos quejidos intermitentes y onerosos, nada relacionado con la presa tierna que ha cedido a su encanto y desciende a la realidad entre cabreado e intrigado a ver qué ocurre. Abre los ojos y ocurre que ve en el salón a una gran, gran señora negra, en pompa, recogiendo sus amados papelitos desperdigados por el suelo. Entonces se levanta y grita.
Yoli endereza con energía su figura y al ver aquel hombre, con la boca abierta y los ojos fuera de orbita, no se inmuta y emite sólo un gruñido intermitente y grumoso.
Nicolás se frota los ojos. No, no está dormido y aquello es una mujer. Una mujer monstruosa y negra, negra como el carbón. Clama al cielo por si esto es un halo divino. Espera que no aunque esa mole tiene un papelito en la mano y le mira con cierta intención. Tiene un tic nervioso y el badajo golpea en sus piernas. En un flash relámpago recuerda que debía haber añadido algo en el papel sobre color, altura y volumen. Pero está hecho. Su grito, sin aire, pierde fuelle y es un gorgorito y sus manos suben y bajan a cubrir su boca o sus partes íntimas. Revive la escena con Leticia aunque no en todos sus conceptos, en parte porque esta rolliza señora no es su amada Leticia, no tiene aldabas por donde agarrarla, ni enerva una sola gota de su sangre y, lo que es peor, ni siquiera muestra el más mínimo interés. Toma brío y respira lo que puede. Piensa. Es martes y supone que será otra limpiadora. Tenía que haber llamado a Matías pero como iba a suponer que alguna se atrevería a venir. La tiene delante y recorriendo su estructura no le extraña su osadía. Merma sin remedio frente a aquel mastodonte. Una desbordante figura que le mira con fijeza y sin mover un músculo. Son instantes de protagonismo exagerado para los ojos. Pero algo hay que decir.
-         ¿Quién es usted, qué hace aquí, cómo se llama? – pregunta Nicolás sin pensar y como una moto
Yoli no entiende una palabra y responde al tuntun en un tono impropio:
-         Yoli
Nicolás reacciona y entra al dormitorio a vestirse. Recoge del suelo los calzoncillos, sus bermudas marrones con rayas blancas y las chanclas. Cuando sale ve que Yoli ha abierto la despensa y barre como si no ocurriese nada. Observa su envite enérgico y con detenimiento que de la meseta en sus hombros cae la bata por los perfiles de su carne sin un resalte, y toma nota que para su idea de mujer, así,  nada de nada, que todo no vale.
Mira el cerro de hojas desperdigadas sobre la mesa y se apresura a recogerlas. Alguna caída la airea la escoba y Yoli se agacha y se la da en mano simulando una sonrisa. Nicolás se siente ridículo. No le agrada que esta mujer conozca su secreto. Es mujer y hacia ella va dirigida, sí, pero no aquí ni así. Podría haber estado en sus manos mañana y no sabría quién coño es el pedigüeño. Ahora la ha leído y lo tiene delante. Puede juzgar de primera mano. Qué importa si es negra, si su estructura es tubular, si tiene que mirarla a la cabeza para saber si está de frente o de espaldas. Es una mujer y su opinión cuenta. Y su sonrisa es elocuente. La sigue con la mirada y cree que debe preguntarle. Sólo por simple curiosidad, ¿qué puede perder?
Yoli está relajada pero no se fía ni un pelo de este follaviejas. Tiene los brazos preparados para darles aire y las manos saben lo que tienen que agarrar en caso de necesidad. Sonríe mientras trabaja y piensa que este no da el perfil para violar ni a una mosca y que sí es seguro que está un poco loco para escribir tantos papelitos con las mismas palabras. Le cree un pobre hombre al que la madre naturaleza le ha dado un hermoso regalo, blanco como la harina, ríe al recordar, y que no podrá usar siempre que le urja la necesidad.  Y su tema con la vieja bien pudo ser un arrebato o la mala suerte, qué le importa. Pero tampoco se fía un pelo porque ha visto a demasiados mosquitas muertas convertirse en tigres y sin venir a cuento. Lo ve acercarse y se enrosca firme a la escoba para mirarle fijamente a la cara. Surte efecto y Nicolás recula. “Vale, vale. No sé qué teme con esas murallas”. Pisa sus pasos, agarra una silla y se sienta apoyándose en la mesa, uniendo los dos montones de papeles como una sola baraja, golpeando sus cantos, formando una figura geométrica perfecta. Las aprieta con ambas manos sin perder de vista el ir y venir de Yoli haciendo su trabajo, absorto en desnudar algún resquicio o coyuntura. Su sangre es un remanso de paz, lo que indica que no siente nada, pero nada de nada. Lo que acrecienta su cacao mental porque es una mujer, una mujer joven que supone tendrá de todo bajo esa armadura. El papel arde por la presión de sus manos. “Esto es una llamada a la selva, ríe con sarcasmo, y puede atraer a cualquier cosa, a una temerosa gacela o a un rinoceronte”. Imagina qué sería su vida con Yoli en casa y tiembla pero, al tiempo, sin dejar de observarla, la estiliza a su medida y pone cara de bobo. Entre escobadas y baile de fregona le pasan las cuatro horas en un soplo y no se ha movido de la silla. No se ha aseado ni ha desayunado y se le abre la boca como a un galgo. Pero prefiere esperar. Llega la hora y Yoli aprieta los utensilios de limpieza en la despensa, le hace una mueca risueña y va a marcharse. Nicolás siente un fuerte impulso y la llama:
-         ¿Puedes hacerme un favor?
Yoli no entiende lo que dice y gesticula.
-         Por favor, no se lo digas a nadie
Ella no dice nada y hay silencios que confortan. Este eleva el ánimo de Nicolás a un palmo del suelo lo que ya es mucho. Lo necesita para la empresa que acomete. Por lo pronto le agradece a ella con la mirada su complicidad. La ve alejarse, abrir sin esfuerzo la vieja puerta de madera, salir a la  calle a esperar a que la recojan. Respira ahora que puede pensar.  Sería absurdo obviar que conocerla le ha servido de grata experiencia  para saber qué es lo que no quiere. Que la palabra mujer es un vasto e infinito territorio y él, que cabalga jocoso, no cree tener espaldas para aupar según qué cosa, que a sus cuarenta y cinco cumplidos, con más de media vida a cuestas, no debe ser un gato y miar a un león. Añora una Leticia, unos hermosos ojos que le miren hacia arriba, una cintura que abarquen sus brazos, un interior moldeable. Yoli suspende con un cero rotundo y frena su euforia. Debe discernir, cribar con aro fino las respuestas y no dejarse cegar por las alegrías de la carne. Para eso hay que esperar. Tiene buena parte del día por delante, un resto vacío, sin alma, algo hermoso que no le sirve. Un paréntesis inútil y desaborido. 



11

Es jueves y por segundo día consecutivo renueva el aire de la caja 111.
Silba y disimula. Tras el mostrador, dos sexagenarios ociosos y una cincuentona con visos de arpía y preocupada por sus uñas, aparcan su atonía y no le pierden ni un gesto. Nicolás se fija en la mujer buscando algún síntoma y recoge un revoltillo silencioso de asco y pena. Desagraciadamente tiene que pasar por esto y porque un reducido grupo le identifique. Peor hubiera sido escribir su dirección y teléfono. Es lo menos malo. Sale de allí algo abatido, consolándose al transigir un margen al tiempo y decide pasear sin rumbo por una ciudad casi desierta. Hace calor y le pica la espalda. Recuerda, entonces, su supuesta enfermedad. Supuesta porque desde el primer día no ha vuelto a notarse nada, ni ha vuelto al hospital, ni se hizo la radiografía. No tiene partes de baja para la empresa ni falta que le hacen. Vive un dulce sueño y nada es más importante.
Se dirige al centro y provoca algún corro de cotillas y salida de cabezas a su espalda por puertas y ventanas. Conoce a gentes y pocos, mejor decir casi nadie, le saludan. Simulan estar ocupados o, al cruzarse, mirar algo que les distrae. Las miradas son huidizas y sobre todo con las mujeres. Ellas las lanzan a la lejanía y como un boomerang regresan a clavarse en su espalda. Nicolás lo nota  sin fijarse en nadie en particular. Intenta disfrutar su paseo aunque se siente incómodo. Alguien, a veces, le trae todo al pairo y le pregunta y eso le anima.
-         ¿Qué, Nicolás, no trabajas?
-         Estoy de baja
Se acerca a la plaza del Ayuntamiento acrecentándose el ambular de gentes. La calle se estrecha como un embudo y presiona más si cabe una situación embarazosa. Las mismas calles que le acogieron con afable nocturnidad le hieren sin ningún escrúpulo. No es nada nuevo y ahora al menos le señalan. Cree que no debería sentirse mal. Nunca ha importado a nadie y eso lo tiene claro. Los saludos secos y distantes siempre han sido poco menos que nada. Tampoco ha tenido apego a sus hermanos que le doblaban la edad y le veían como a un incordio, como a un chivato enviado por sus padres para estar al tanto de sus tropelías. Tuvo mala suerte y quizá su arisca timidez tampoco le ayudó a integrarse. Ni a su grupo de amigos que no contaban con él para nada serio o trascendente. Siempre corriendo tras ellos para no perderles el paso, al lado de Luis, claro. Y nada preocupa cuando estás convencido que así es como eres y que eso es lo que quieres. Pero ya no. Y ahora integrarse es poco menos que una utopía. Está fuera de juego, en un camino alejado del que regresar al cruce implica un corte radical de dudosa soldadura. Es lo que hay. Qué remedio. Distiende el tubo de acero que taladra sus vértebras y se relaja lo que puede. Sabe por qué está caminado y pasando por esta ignominia. No tiene lógica que se ofusque y pase por alto alguna señal reveladora que pueda desvincularse de lo ruin, repelente o sedicioso. Claro que es un riesgo porque la profundidad de una mirada azora y lleva a otras conclusiones no deseadas y a veces es defendida y origina enfrentamientos con algún fugaz advenedizo. La cosa tiene bemoles. Todas las actitudes le llevan a un precipicio que también de paso le ofrece un paisaje infinito y un cielo inmaculado. En resumen, una hermosa e inmensa soledad. Retrocede e insiste en una lucha cuerpo a cuerpo perdida de antemano. “Tengo que mirar a alguna parte, se defiende ante algunos, no puedo andar con los ojos cerrados, joder”. Llega a la plaza y se sienta en un banco a la sombra temblorosa de un arbolillo frente a un sol de escándalo. Cruza las piernas y apoya sus brazos extendidos en el espaldar metálico con una amplia perspectiva y dominio de la situación. Desnuda una conclusión obvia: la ciudad ha crecido, los edificios han cambiado salvo alguno que resiste como un jabato, las gentes han remozado su atuendo. Y ahora supone: las gentes han acrecentado su prisa, también, y sin saberlo, su soledad. La suya es evidente y se vanagloriaba de ella pero, está convencido, cuantas no habrá sumergidas en la más espantosa comedia. Él aúlla como un lobo solitario pero cuantos ocultan su lamento con el rabo entre las piernas. Ausculta, desde su punto fijo, miradas que se rebelan del hermetismo y la frialdad de los gestos, miradas que piden socorro a gritos como alguien dentro de otro alguien, preso y maniatado. Claro que a la vez circunda los perfiles de toda buena hembra que osa cruzarse, algo que incluso le permite ocuparse de su dudoso interior. Se ha colado en primera fila de una escena procelosa y no pasa inadvertido para los actores en liza que le dedican algunos diálogos. “Bah, que se jodan. Soy dueño de mis ojos”. Se mantiene inerte pero con el cuello bien engrasado y la mañana crece sin notarlo. Una brizna de aire huye a ninguna parte y refresca el sudor, también mueve un papel pisoteado que conoce muy bien. Se levanta a recogerlo lamentando su rastrero destino. Medio sesgado aún recoge la síntesis de un lamento inocuo. Es evidente que anduvo abigarrado a unas manos soeces y a un corazón insensible. Sin ánimo de compartir o debatir su plurivalencia. Es mejor arrojarlo al suelo y patearlo si a uno no le sirve. Rabia y sueña el destino de los demás y su consecuencia.   
El tránsito ha aflojado, presumiblemente por la hora y el calor, y se aburre. Además de sudar como un cerdo. La sombra del arbolillo se ha reducido a un aro en las baldosas alrededor de un tronco pubescente y vigoroso y le ha dejado frente a frente con ese refulgente opresor sibilino. Algo parecido en su batalla diaria con la hormigonera pero no es lo mismo, allí interpone un sombrero de paja y se mueve, además de tener cerca el botijo con el agua fresca. Pero se siente a gusto en su trono de rey y aguanta con una estoicidad absurda y una imbecilidad extrema. Siempre ha sido muy cabezón, algo que en la edad se acrecienta porque no transpira y la soledad no ayuda ni el sentido común alerta, ni hay nadie cerca que desbarate el encantamiento, y la tozudez desbarra, como simbología sediciosa. Pero el calor no le anda a la zaga y aprieta. La ciudad es un helado de frambuesa y caen las casas a la calle formando una masa viscosa y dulce.  Y Nicolás aguanta por nada, aguanta y aguanta para nada. Su piel erupciona como un volcán mientras reconoce su parte de culpa en las cosas que le han pasado y le pasan. La tozudez es un bloqueo o una desbarrada irrefrenable y la soledad inaccesible muralla. Provocó la desbandada y atesoró lo que pudo y la familia no perdona, más cuando la situación de sus hermanos bordea la indigencia. Genera odio que no puede pulirse, odio que parió indiferencia. Es una espina clavada que sólo ahonda el recuerdo y soporta el dolor aunque se sabe inocente. El sol que prensa aborta la ofensiva y lo agradece. Se queda en blanco y nota que hierve la caldera de sus sesos, que le sube un sudor frío. Es momento de dejarse de coñas y nivelar su temperatura a la temperatura ambiente, aunque ésta  ronde los cuarenta grados.
 En un ángulo de la plaza hacen cola unos niños alrededor de la fuente de agua potable. Se tira a ella como un oso. Bebe y apaga el incendio de su cabeza. Con los ojos vaporosos busca a los niños para disculparse y allí no ha quedado ni un alma.
-         No te da vergüenza, Nicolás, asustar a los niños – le recrimina Salvador, un octogenario sentado a la sombra
Su mujer, Rogelia, casi ahogada por la calina, ruge sin mirar a nadie:
-         ¡Qué vergüenza quieres que tenga un sinverguenza!
Qué puede responder. Haga lo que haga no le cae bien a nadie. Da igual que esté asfixiado, aunque haya sido su gusto, o que estuviera arrojando espuma por la boca, que se hubiera muerto. Y antes no le importaba pero ya no, antes no necesitaba a nadie, ahora quiere algo de ellos y ser un poco como ellos, aunque no sepa en el fondo qué ni cómo. El calor ahoga de nuevo la retórica.  Recorre la plaza con la mirada y está casi desierta. Algunas personas la cruzan y sólo la pareja de abuelos aguantan impertérritos cociéndose al baño María. Se despide de ellos y no le hacen mucho caso. Pone rumbo a su casa y recuerda que tiene que comprar algo en la tienda de su esquina.  
Por el camino se cruza con Maruja, cuarentona casada y algo guarrilla según las voces, y le saluda con una sonrisa escondida como temerosa o anhelosa. Parecía indicar algo que no supo percibir, un acto reflejo o un síntoma sutil, o nada. Maruja está casada y no cumple su exigencia pero está muy buena. Mejor no pensar en ella aunque le apetece. No descarta que no conozca el suscriptor del papelito y sólo le mueva el morbo por su intentona fallida de violador. Pensar esto le acelera y el deseo vaporiza toda opción lógica. Y el zurullo zangolotea. Se vuelve para seguirla pero la calle es una postal de acuarela. Sin una muestra racional con falda corta y escote de barco, ni movimiento, salvo un perro que hurga en una bolsa. Hierve y trina y nota una ventisca interior que airea la neuralgia. Se queda un momento pensativo. No es el mismo. Nada será igual después de aquello. Necesita una mujer. Le urge. La necesidad afila sus garras. Pero no así. Soportará el periplo exigido aunque tenga que encerrarse. Nunca convertirse en una alimaña. Sabe que es un solterón obcecado y cavernoso, entre mucho, pero no un animal. Y esto alienta algo incontrolable con una premura eruptiva y facciosa. Tiene que controlarse, armarse de paciencia y saber esperar, visitar si no hay más remedio la casa de putas de nuevo, elegir a alguien más cercano al trópico. “Negra como Yoli”, ríe y recuerda a una africana bajita y abundosa. Debate y camina. Olvida las miradas pero para nada los cuerpos rotundos que mecen su alegría. Para ellos su repaso comparativo y su número en el escalafón ante un hipotético, no imposible aunque sí improbable, tumulto postal. Rozan el ridículo sus plantes y estilo con un capote invisible adornado de silencios y alguna se revuelve a escupirle cuatro verdades a la cara. Tiene que tragarlas sin pelar pero no renquea. Saca pecho, lo que nunca ha hecho. Aquella complejidad que las relegó cara a cara a la indiferencia ha roto en pedazos su celosía y muestra lo que hay. Sin medias tintas ni verdades a medias. Es el nuevo Nicolás que bulle por fuera y por dentro.
A trancas y barrancas llega a la tienda de José, sesentón gordo y tierno, y compra algo de comida y el pan del día.
   -     Apunta, José, mañana te pago
José humedece la punta del lápiz con los labios y busca un hueco en la libreta con la oreja puesta en un extremo del mostrador donde está apoyada su mujer y dos viejas remolonas. Su mujer se llama Ramona y arranca a primera hora de la mañana la locomotora de su lengua para un recorrido transiberiano. Su tienda es un lugar reconocido de culto al cotilleo, con contraste exhaustivo de fuentes y copyright. “Si lo dice la Ramona”, es un sello fidedigno. Ahora airea un papelito, que Nicolás reconoce al vuelo, y anda loca con el retrato robot del osado gañán de semejante paparruchada.
-         ¿Y el hijo de la Remedios? – dice una de las viejas, enlutadas hasta el cogote
-         ¿No sabes que es maricón? – replica la otra
Ramona lleva dos días pateando mentalmente las calles, una a una, vareando árboles genealógicos y no cae el pájaro. Por supuesto que descartó a Nicolás desde un primer momento. Le conoce desde que nació y hay cosas obvias que no deben ni siquiera plantearse. Incluso cree que lo de Ascensión tuvo que ser un producto de algunas desagradables coincidencias. Nicolás no pudo tirarse a ese mamut por mucho que ella lo firme.  Le aprecia, aún recuerda con dolor la ausencia de su madre, Adelina, una santa, su amiga desde niña, madre de tres hijos, cosa que a ella le fue negado, por eso, en cierto modo, con Nicolás hace de madre, en la sombra, claro está.
  Nicolás se marcha  y le saluda con una sonrisa de oreja a oreja.
-         Oye, Ramona – dice una de las viejas con la cara iluminada por una confidencia divina - ¿Y por qué no le preguntas a la Julica, la que trabaja en Correos?



12

El sol, como cada tarde, se despeña tras el cerro de arcilla  y tras un rato de dudas y miedos salen a festejarlo ráfagas de viento y a honrar su muerte turbas de nubes negras. Nicolás la vela, apoyado en el quicio de su puerta, con la mirada fundida en la lejanía alfombrada con la perspectiva de su larga calle en descenso. Ha pasado la tarde quejoso. Ha comido mal y no ha pegado ojo en la siesta. Está esperando que anochezca para irse. Tiene pensado pasear entre El Paseo, la calle El Santo y  Las Palmeras y rematar la faena en los pub hasta que le flojeen las piernas.
Ramona le ve pasar por la ventana de la tienda y la conciencia maternal encoge su estómago. Tiene la bomba en sus manos y sólo tiene que prender la mecha. No se lo ha dicho a nadie, tampoco a José. Quizá no tarden mucho en enterarse pero se dice que no será por ella, con todo el dolor de su alma. Y está que trina porque no le entiende. ¿Por qué ahora?, ¿por qué así?. Tapa su boca y ahoga todas las palabras que osan rebelarse. Al contrario. Debe ayudarle. No sabe cómo pero piensa. Será un hazmerreír y más con ese sambenito de violador. “Pobre chico, ¿para qué querrá una mujer?”. Despachurrada sobre el mostrador apoya la barbilla en la palma de una mano y la mece. No ve sentido. Es un disparate. Dios le ha regalado una vida monacal, sí, pero sin cargos y con suficiencia. Las mujeres lo enredan todo y a él van a enredarle. Es frágil, su aplomo bambolea y lo que es peor: sólo sabe estar solo. Y tiene dinero. Un delicioso canapé para una lagarta. “¿Qué persona de bien va a acercarse?”. Hace memoria. “¿Y mi Encarni?”  (es su sobrina, treinta y cinco años y cumple porque está soltera): “No. Sería un castigo, es medio idiota, la pobre”. Eleva su vista de águila. ¿Y Rosa…, María…, Luisa…, Encarna?: No, no, no, no. Una se pasa, otra no llega, una pica, otra gallea. La soltería es otro mundo. Soterrado, hermético, adornado de indescifrables máscaras. Y los cincuenta son una mala edad para casarse si antes no se ha estado casado. “¿Y viuda?”. Se le abre un amplio abanico. Y a muchas las conoce y a alguna la precariedad le puede hacer  abrirse. Sólo tiene que cribar. Viudas sin hijos o con hijos casados y sin viejos puntillosos. El abanico se cierra. Pero algo hay. Pulula.
No se ha dado cuenta que lleva un rato en la tienda Alfonsa, su dúo para el palique. La visita por las mañanas y a última hora de la tarde. Ella recoge y le trae y Ramona cierne, lava, peina y viste de fiesta para que su buena amiga  pasee el resultado por esas calles y plazas. Son uña y carne. Por eso Alfonsa sabe que su abstracción debe ser por algo gordo. Algo que ella no le ha dicho.
-         ¡Uy, no te había visto! – exclama Ramona dándose un buen susto
-         ¿Tan fina soy? – pregunta Alfonsa con retintín
Ramona endereza con ahogo su cuerpo serrano y lo recalca.
-         Desde luego que bien hermosas sí estamos
Las dos se carcajean de lo que no tiene réplica ni visos de enmienda pero el chiste no tarda en  renquear y  Alfonsa va directa al grano.
-         ¿Sabes que Felisa ha discutido con Antonio y se ha ido con los niños a casa de su madre?
-         ¡Noooo me digas!



13

Nicolás  ha dado dos vueltas al circuito entre la calle “Real” y el Paseo Las Palmeras  rodeado de parejas, de grupos de zagales y chicas. Viejos solos o en grupo están sentados al fresco en las aceras de la cuesta de la calle El Santo y les saluda con recalco por cuarta vez y tampoco le responden. Vuelve a fumar después de diez años. Ducados negro. Tuvo que dejarlo porque tosía y gargajeaba como un tísico. Esta noche los encadena y la ansiedad se los come. No les coge el sabor y le escuece la garganta pero tiene una mano en el bolsillo y la otra ocupada en sostenerlo además de su boca en soplar el humo a los cuatro vientos. Por otra parte nada especial. Recorre los mismos lugares  que a sus veinte y pocos años, arropado, entonces, de un tropel de amigos que caían uno tras otro en las fauces de las chicas. Recuerda las carreras tras ellas y las de algunos como él y Luis tras la cerveza fría y el tapeo. Eran buenos tiempos, otros tiempos. Hoy no conoce a nadie y sólo le suenan algunas caras como hijos de amigos o conocidos. Le escuece el humo en la garganta además de otras cosas. Pero no hay remedio. El tiempo pasa y jamás regresa a remediar nada, si acaso a estropearlo. Porque nada consigue con esto salvo amargarse y pagarlo después con el whisky. Entra a un pub en El Paseo y no hay nadie. Se sienta en un taburete apegado a un ventanal con buena vista a la plaza. El camarero es joven y no le conoce. No se le ocurre comentarle nada y se centra en la calle, trago a trago, en las gentes que pasan, en los coches que pasan.



14

A Ramona, por un resquicio, se le ha escapado el gato a la calle. Está compungida, parece que de corazón.
     -      ¡Por Dios, Alfonsa, que es como un hijo!
     -      ¡¡¡Mujer!!!
Alfonsa hincha la barriga y pone boca de pato. Nunca lo hubiera imaginado de Nicolás. Intenta calmar a Ramona y le da el parabién en lo de buscarle una mujer a semejante monstruo. “¡Ni de coña!”.  “¡Faltaría más!”, piensa. Tras esa oferta cándida sabe que se esconde una alimaña, una bestia que quiere actuar impune. No, no, a eso no va  ayudarla aunque se lo ha jurado por la gloria de su madre.
-         Tenemos que ayudarle – suplica Ramona - ¿Tú crees que María Antonia le vendría bien?. Podrías, tú que tienes tacto, hablar con ella…, el chico tiene dinero…, ya sabes
-         Esa…, no sé – le sigue la corriente – va para los sesenta y es muy recta…, no creo yo que…
-         ¿Y Angelines?
-         ¿La de Madrid?. ¡Mujer, pareces tonta!, no sabes que está liada con su primo
-         ¿Pero todavía…?
-         ¡Digo!
-         Di tú que alguna debe haber. El chico es bueno y no se va a quedar con ese disgusto
Alfonsa hace como que piensa y que no se le ocurre nada. Desde luego no va  a poner la carne en su puerta, se reafirma con rotundidad, “A ese lo que hay que hacer es cortársela y así se acaba el problema”. “Benditas mujeres y malditos marranazos”, gruñe por dentro poniéndole a la cara de Nicolás la de su Mariano, en su peor gesto y en plena tajada. “Los hombres son todos unos cerdos”, muerde  sus entrañas
-         No sé, Ramona, así y tan de repente…
-         Pues piensa en ello esta noche que mañana tenemos que solucionarlo. Tú y yo, bonita, selladas como unas tumbas
Alfonsa ríe con nervio y recuerda que tiene que irse.
Son casi las nueve y su mente cavila: En casa de María estarán a punto de irse las costureras. Si llega tarde irá a la tertulia en el patio  de Felipa, quizá mejor a la calle El Agua, que a esta hora estarán todas en las puertas. Se da prisa.

José estaba viendo la tele pero al sentirlas hablar puso la oreja y se ha empapado. No le cae mal el chico y le jode que su mujer sea más inocente que un piojo.
-         No sabes sujetar la lengua, mujer. Mañana lo sabrá toda la ciudad, eso si no se entera esta misma noche. Si tantas ganas tenías de hablar podrías haber confiado en mí
Ramona sopla poniendo el mismo gesto que un niño pillado en una travesura a la vez que abre los ojos a la realidad dándose cuenta de lo que ha hecho.
-         Ha sido sin querer – susurra intentado convencerse
José tiene una voz infantil que le hace parecer, con razón, blando como la mantequilla. Y grandes dosis de ternura que almacena con vana esperanza en un cuarto oscuro. No es infeliz, sin embargo.
-         Si tienes interés de corazón ve a hablar con la viuda de Fausto
-         ¿Mercedes?
-         Mercedes
-         ¿Y su hijo? – se pregunta Ramona poniéndole cara a un chico de dieciocho o diecinueve años
-         Está sola. Está harta de decirlo en la tienda. Además está de alquiler y no tiene un duro
-         ¡Vaya, Mercedes! – suspira - ¿Y no está mal de aspecto, verdad?
-         No está mal, no está mal



15

Nicolás enfila al fin su calle, por el centro, que es por donde tiene más espacio para moverse. Se detiene y resopla. Sus piernas, en ángulo obtuso, hacen de puente y aguantan. Sólo tiene que aplomarse, fijar el alquitrán a un plano recto en el suelo que es donde debe estar. No lo logra del todo y se cabrea. Para colmo las casas ondean y las luces van y vienen, suben y bajan. “¡Pero, por favor!”. No está para juegos. Quiere a su cama. Está casi al final de la calle y sólo le quedan tres pasos. Pero hay que darlos. Vacila. La cabeza gira y es imprescindible frenarla. Nivelar la mirada. Anda en ello y cuando parece estar la lanza con un garfio a un punto fijo: su casa y tensa firme la cuerda. Lo peor está hecho. Ahora a cerrar la tijera y que obedezcan las piernas. Trastabillan los primeros pasos pero coge la onda para trotar como un potrillo. Babea y la lengua oscila en la barbilla. Se acerca. Ya llega. Busca en el bolsillo la llave y mete un ojo y medio cuerpo delante de ella por el ojo de la cerradura.



16

Yoli  da de lado y sigue la reguera de vómitos hasta la escupidera a pié de la cama. Blanca y moteada por algunos restos tiene en su perímetro cúmulos fluorescentes y está empercudida la sabana y los bajos de las paredes. Rasca un borde con la punta de la chancla y está seco y duro como el cemento. Frunce el ceño pero mira a Nicolás y distiende el gesto. Está dormido, vestido, con los labios adornados de restos granulosos, como un bendito. Le mira con detenimiento. Tiene buen tipo, no es feo, además de eso que ya sabe. Tampoco le parece demasiado mayor, ni mala persona. Y esta casa le gusta aunque pida a gritos unas buenas manos.  Ni le disgusta la ciudad que es tranquila y su racismo parece soportable. Es un buen lugar y un momento idóneo de frenar su viaje a ninguna parte. Sería bonito. Piensa y sueña algo que no le importaría, un pensamiento y un sueño utópico, aunque, por si acaso, hoy vista curvando su silueta, luzca unos coquetos rizos y haya pintado y repintado de rojo sus labios. Sabe que no levanta pasiones y a menudo más bien lo contrario. No por fea sino por gorda y por negra. Pero de eso no dice nada el papelito, sonríe y recuerda que lo reconoció al enseñárselo una compañera y que después de traducirle su contenido no ha contado su secreto a nadie. “Tengo treinta años y soy una mujer”, piensa en su idioma, también en un afrancesado español. Sin hacerse ilusiones tiene pensado dejarse llevar por la corriente, no forzar nada y esperar. Sabe que una colombiana se enfangó con él, que el sexo es su punto débil y que ella no desdeña aunque debe ser cauta. Sólo se lo pondrá en bandeja si le sirve de algo, si ve algún atisbo aún sea lejano. Por lo pronto se va a dedicar a su trabajo, no muy agradable. Hace calor y la sudor gotea. Nicolás tiene puestos los zapatos y los calcetines y sigue el impulso de quitárselos. Los pone bajo la cama. Él ni se ha movido. Se centra en lo suyo. Coge el cepillo y el recogedor de la despensa y mira por si ve una espátula. Pero su cabeza está en otra parte. Va a prepararle café y lo suelta todo para ir a la cocina. Llega y se frena. El fregadero está atestado de cacharros y hay paños sucios por los pollos y la mesa. El hule tiene asentamientos de todos los colores. La placa de gas parece blanca bajo los salpicones de grasa. ¿Qué hacer?, ¿por donde meter mano?. Suerte que a su jefe le ha dicho que no la recoja y sólo tiene dos horas en otra casa a partir de las cinco. Porque la cocina tiene una mañana. Y para una que no sea tonta. Comienza por lo imprescindible para hacer café por si despierta Nicolás. Manos a la obra. Tiene que rascar la placa, el cazo…, la taza…, el plato…
Nicolás despierta con la boca seca como un ripio. Con el regusto amargo de la nausea y a ver la estela de porquería adherida al suelo le sube otra andanada y escupe lo que puede. No queda nada. Se levanta y busca las zapatillas en el armario y levita pisando los bordes de la porquería con la nariz cogida. Oye ruido en la cocina y se acerca.
-         Buenos días, Yoli
Yoli se gira y arquea sus labios pintados. Le señala el cazo.
-         ¿Café?
-         ¡Ah, si, gracias!
Toca el cazo y está frío. Busca las cerillas y se apresura a calentarlo.
Nicolás se ha quedado quieto y bascula los ojos entre las curvas de Yoli y el color primitivo de la cocina. Todo es nuevo para él aunque no le impresiona. Es significativo, sin más. Yoli le señala una silla y coloca con cuidado la taza y el azúcar sobre la mesa. Los ojos se unen a veces y preguntan. Nada relevante. Nicolás escurre las palmas de sus manos por el hule. Le gusta la limpieza y reconoce que es un poco dejado. Por uno u otro motivo lo pospone y las cosas se amontonan para aflojar más si cabe el ánimo. Y verlo resurgir le gusta. Mucho más en otras manos.  Manos que también le preparan café, parece que con agrado. Algo ha cambiado en la actitud de Yoli y sigue sus movimientos con curiosidad. Recorre sus amplias espaldas, circunda su hermoso trasero. Y al girarse su abierta sonrisa además de sopesar el buen volumen de sus pechos. No es su tipo de mujer. Para nada. Pero no le desagrada. No sabe el porqué.
-         Anoche cogí una buena tajada
-         ¿Quoi?
-         ¡Eh?
Nicolás ríe emulando cualquier gesto que anoche nacía del alma. Yoli le entiende y con la mano le recrimina y se coge la nariz.
-         Eso non est bien
-         No te apures que yo te ayudaré a recogerlo
El cazo humea y lo vuelca con cuidado a la taza.
-         ¿Y tú, no quieres?
Yoli le mira dilatando los ojos.
-         ¿Café? – insiste Nicolás
-         ¿Moi?
-         Pues claro
Los vasos, en su estante, están limpios y bien alineados. Los platos ordenados en el platero. Se sirve y se sienta frente a él algo nerviosa.
-         ¿De donde eres?
-         ¿Quoi?
-         África…, país…, ¿de qué lugar…?
-         Nigeria
Nicolás supone cosas que es mejor no preguntar. Se siente a gusto aunque la resaca está en su apogeo. Su sonrisa y su mirada clara le confortan. Es su segundo día y prefiere asentarse en este apacible terreno neutral. Sin preguntas ignominiosas. Pero el silencio es áspero y punzante.
-         ¿Tienes a alguien?
Nota que no le entiende y continúa:
-         ¿Sola? – pregunta  gesticulando - ¿Tú, sola?
-         Oui, si, sola – responde Yoli con un triste brillo en los ojos  y susurra escurriendo alguna lágrima – non hombre, non fils
-         ¡Eh, no, no! – Nicolás se levanta y le aprieta el hombro acongojado – por favor, perdona Yoli
-         Non Yoli, je suis Amina
-         Me gusta Yoli – sonríe Nicolás y la hace sonreír
Vuelve a sentarse y mira con fijeza su cara grande y tierna. Coge su mano y frota la grosura de sus dedos.
-         Te llamaré Yoli
Ella encoge los hombros y levanta el vaso instando a Nicolás a hacer lo mismo.
-         Se refroid
El silencio ahora es blando y sedoso, también inquieto, con un aleteo incesante de palabras que rozan los labios. Nicolás se desliza a un lugar extraño y comienza a evadir la mirada y a ponerse algo serio. Yoli lo nota y se levanta. Es hora de seguir el trabajo y el verdadero camino. Siente algo de rabia que disimula. No puede haber nada, sabe que no hay nada donde nota algo. Algo que libera lastre y dibuja de color un paisaje yermo, casi desértico. Ha sido un espejismo este momento bonito y nada ha perdido con disfrutarlo. Se da cuenta que el papel no va dirigido a ella pero está aquí y no ve, aún,  a nadie cerca. Le gusta. El chico merece la pena sin ninguna duda. Lástima. Probaría de corazón si él se lo pide. No ha tenido nada suyo desde que decidió abandonar aquella chabola, desde que la abandonó su marido y murió su hijo. Sus dos hermanos embarcaron para acá y no sabe nada de ellos. Está sola y se siente terriblemente sola, con una aglomeración de ternura que erupciona día a día para nadie. Ni siquiera se lo ofrece a los recuerdos porque no le sirven. Los enterró en su orilla, antes de subir a la barca con treinta o cuarenta sin nombre y jurarse que volvía a nacer en aquella noche agitada y oscura. Está aquí, la llaman Yoli y nada ha ocurrido antes que merezca la pena contarse. Nada que importe a nadie.
Su sonrisa no flaquea  mientras termina de arreglar la cocina y bromea con Nicolás raspando la vomitera.
-         Quelle boison est-il? – pregunta simulando empinar el codo
-         ¿Eh?, whisky
-         ¿Un bon whisky?
-         Dyc
-         N´importe quoi sauf ça
-         ¿Eh?
Los dos están agachados y ríen con ganas. El vómito se ha adherido a las baldosas de barro y hay que frotar con fuerza. Nicolás, a veces, sólo a veces, oscila sus ojos al vaivén de sus pechos. Se rozan sin querer y frenan para mirarse  susurrándose palabras que no obtienen respuesta. Pero su cuerpo espanta. Y se levanta alejándose. Nicolás no entiende nada. Vive una sensación hermosa que da luz a un espacio negrísimo en su corazón y sale de allí de malos modos y cerrándole la puerta. “Soy un imbécil, un perfecto imbécil, Yoli no, Yoli no”.  
Sobre las tres  Yoli se prepara para irse. Nicolás está sentado en el salón y mira la tele aunque en realidad la mira a ella. Guarda los arreos en la despensa y al pasar por su lado le saluda con la mano y se dirige a la calle. El corazón de Nicolás se acelera. No quiere hacerlo pero la llama.
-         Yoli
La emoción aflora en su cara al girarse, al verle levantarse y dirigirse a ella, elevarse de puntillas a besarla en la mejilla.
-         ¿Te apetecen unos huevos fritos?
-         ¿Quoi?
-         ¡Coño, no te vas a ir de aquí sin comer!



17

Yoli se ha marchado y cualquier pensamiento nimio flota en torno a ella. Está confuso, no en el fondo, testarudo, sino por la sensibilidad que cosquillea la superficie. Su vacío parece haber  vaciado un océano dejando a la intemperie su ansia como peces muertos. Sabe que es lo que quiere, lo que necesita, lo que desea pero no con ella. Quiere sentir lo mismo pero con otra mujer aunque hunde los ojos arrastrando todo lo hermoso vivido pero no es suficiente. Falta lo que verdaderamente le interesa ahora: Hervir. Y  con ella está frío por dentro.  Su mente intenta en vano desnudarla y el respeto la viste. Esto, cree, es un fleco del amor que deberá aparecer en otra después de y no como aquí que ha llegado antes. Si fuese más joven podría anteponerlo pero no con casi cincuenta años  y sin haberse comido una rosca. Le da igual si invierte el orden. Primero follar y luego respetarse, y hablar, y lo que haga falta. Con Yoli intuye que puede alterar el orden pero algo le frena que no es precisamente abrirla de piernas como a cualquier otra. Ocurre algo que no sabe porque de estas cosas no entiende. No es normal. Ni lógico. Ni siquiera quiere masturbarse aunque le apetece. Pasa la tarde estirado en el sillón con la tele de compañía intermitente imaginando a Yoli de aquí para allá como  un fantasma. Y cuando el sol se aleja sale al patio y se queda petrificado mirando un paisaje extenso de patios y tejados hasta que se desdibujan y desaparecen.
Esa noche duerme a ráfagas y al despertar le duele la cabeza. Recuerda que no cenó. Desmenuza dos magdalenas en una taza de leche fría como bálsamo inmediato tostando al tiempo unos trozos de pan duro que unta con mantequilla. Yoli se pasea por su mente como un esbozo que a ratos colorea. No logra alejarla. Pero emerge con fuerza el recuerdo de la caja en Correos y que ayer olvidó por completo. Y quién sabe. El destino puede depararle algo y no debe cegarse. Hay que esperar. Cuarenta y cinco años no se arreglan en una semana. Necesita tiempo y paciencia, algo demasiado lento y fastidioso. De todos modos aún es temprano. Y el frigorífico está pelado. Tiene tiempo de hacer recuento de provisiones y comprarlas junto con el pan del día.

-         Buenos días, José
Nicolás despliega la hoja con los apuntes. Ramona está despachurrada en su extremo del mostrador cuchicheando con una mujer que Nicolás conoce como la joven viuda de Fausto, un tejero que engulló una trituradora. Las saluda y sigue  a lo suyo. Pero Ramona llama su atención.
-         ¿Conoces a Mercedes?
En su tono pícaro percibe la oferta. Un escalofrío despega como un cohete erizándole. Se gira y las miradas que cruzan son como hachazos luminosos. La conoce pero nunca se ha fijado en ella. Menuda, pelirroja, proporcionada, no alcanza ningún límite significativo y sin embargo los roza todos. Una belleza prudente de voluptuosidad justa. La sangre se despereza aumentando el ritmo y los nervios juegan a la comba.
-         Claro – responde
Los tiernos tenderos babean. Intentan ayudar con burdo chalaneo e incordian. La pareja que se mira no necesita oír sus explicaciones superfluas y atajan a un espacio privado e insonoro. Donde cualquier argucia les sirva para alejarse.
-         Me han dicho que buscas a alguien para limpiar la casa - susurra Mercedes – si te parezco bien…
-         Estupenda – Nicolás se ciega en la respuesta y se da cuenta que los viejos están boquiabiertos – Pero debes verla…, la casa…
-         Claro – responde Mercedes abriéndole unos ojos inmensos  

El calor encierra a las gentes en sus casas y la calle está desierta. Mercedes  va delante y rota el culo a cada paso con solvencia despegándose una y otra vez del cuello su media melena vocalizando con tontura “eh, oh, uf” . Nicolás exhuma todos sus restos y los prepara para la guerra. Porque esto no puede tener otro significado. Se adelanta al llegar y la puerta se resiste. Arrastra como nunca. Y se cierra con estrépito. Está nervioso y no puede evitar que le  tiemblen las manos y las piernas.
 Mercedes respira satisfecha al entrar a la casa. Tantas veces de paso y nunca hubiera imaginado que podría ser suya. La vida es caprichosa y gira y gira. Quita y ofrece. Y el chico no desentona. “Un hombre al fin y al cabo”. Entra delante de Nicolás y camina desnudándose lentamente, sin decir una palabra, sin girarse, a la vez que analiza el entorno. Al entrar al salón ve la cama al fondo y cuando llega a ella está completamente desnuda y su ropa dispersa por el suelo como la estela a seguir.  Se tiende con calma y abre los brazos y las piernas.
-         Tómame, hombretón, si esto es lo que quieres
Nicolás aún está en la entrada al salón y no da crédito a la escena que vive. Está patidifuso aunque su pene reacciona. No le deja pensar. La vellosidad rosada que corona los muslos de ésta hermosa mujer le azora. Cada paso que acerca al encuentro le ofrece  de ese reducto una perspectiva más sinuosa y eléctrica, ancla de un cuerpo exquisito, con algún detalle que elude - su barriga pulposa, la selva húmeda en sus axilas - porque desgrana sus pechos medianos erguidos y punzantes, blancos como la leche. Salta de júbilo. Es justo el cuerpo que andaba buscando, que dibujó su mente en cada línea del papel. Emerge un grito ahogado que convulsiona hasta su más recóndito refugio. “¡Dios, de la a A la Z!”. El pene oprime y estira como si quisiera adelantarse y no le da chance. Arroja la ropa, trapo tras trapo, al aire y le muestra a Mercedes su rotunda algarabía. Más que sorpresa promueve su instintiva defensa que cede poco a poco al vaivén de este potro salvaje, bruto y fogoso. Ella se queda inmóvil, sin mover un músculo, dejándose morder y apretujar, golpear sus entrañas hasta lugares que nadie, jamás, había rozado antes. No participa y sin embargo, en algún instante, jadea tenues vocales hiposas. Siempre ha sido pasiva y el tiempo cristaliza las actitudes crónicas. Cree que estarse quieta es lo que debe hacer. Así la enseñaron, quizá para no parecer una de esas.  Por el contrario, Nicolás la monta eufórico e imprime ritmo. Elude los paréntesis y empalma tres polvos como si tuviera veinte lejanos años. Termina exhausto y ella casi ahogada por la presión. Sudan como si se hubieran duchado. Ella calla. Nicolás sopla, sopla, sopla. Leticia aleja su encanto y su influencia. Pero no. La frena. Éste cuerpo trémulo le parece fragoso y algo que comienza a devanar: enigmático. Apagado el incendio el monte humea. Y sin una triste flor o retallo que aliente un gesto o una palabra. Siguen desnudos, sin rozarse, como figuras difusas. Nicolás mira las cascarillas que penden del techo pensando que hace menos de una hora no se conocían, que la tiene aún abierta y dispuesta como una muñeca hinchable. Ha sido un polvo de película pero ha follado solo. ¿Y qué importa eso?. Lo que le ocurra a ella es cosa de ella. Él lo ha hecho, le ha gustado y espera tomar aire un rato para atacar de nuevo. Su sexo sigue dispuesto y los pechos son dos deliciosos dulces de merengue. Esperan su regreso  y esto es lo que quería, esto es lo que buscaba, sin duda. Y ella está calladita. Aunque mirar sus grandes ojos abiertos, fijos en algún punto del techo, aturde. Y  asusta cuando gira la cabeza sin moverse para decirle en tono severo:
-         ¿Has terminado?
-         ¿Eh? – su resurrección le eriza los pelos como escarpias y balbucea – no, no, quiero seguir. Espera…, sólo un momento
Ella vuelve la mirada al techo hablando en un tono abúlico señalándole con un dedo sus partes íntimas.
-         Eso lo tienes muy grande, diría que demasiado
-         ¿Qué?, ¿grande? – pone sin querer cara de bobo - ¿No es así como la tienen todos?. No sé…, mi amigo Luis…, y en todas las películas que he visto…
-         Es muy, muy grande
-         ¿Y eso es malo? – pregunta sobrecogido
-         Nooo – maulla
Mejor, piensa Nicolás. Nada peca por exceso si puede restringirse, porque ¿qué se puede meter si no hay?. Hace memoria y recuerda  el jolgorio de Leticia en derredor  como si fuese una flauta mágica y la sorpresa inicial de Claudette. Y él sin saber qué celaban sus piernas. Pensar en su inesperado exceso de hombría le arma y se gira a Mercedes que sólo tiene que respirar hondo. La exprime como a un limón y revienta pasados más de diez minutos rugiendo como un tigre. Aquello es demasiado aunque vuelve a joderle  que lo hace solo. Ella ha vuelto a quedarse muda e inmóvil como pensando en otras cosas. Vuelve, entonces, a regresar Leticia y aquella pasión que entrelazaba espasmos. Se imagina al lado de este bombón, años y años, como si se la metiese a una maceta o al agujero de un tabique. No le gusta nada y es algo urgente que debe cambiar. Hablará con ella y deberán zanjar el asunto. Por lo demás lo tiene todo, un cuerpo justo, perfecto para su gusto y además es calladita, cosa de agradecer. Recuerda el Ducados. Es un buen momento para fumarse uno. Saborearlo como a otra mujer.
-         ¿A dónde vas? – se inquieta Mercedes
-         Voy a por un cigarro
-         ¡Ah. no, no, no! – pone los codos en la almohada y eleva medio cuerpo – ¡De eso nada. Por ahí no paso. Esa es una condición que tienes que cumplir!
-          ¿Condición? – babea Nicolás
-         No se lo consentí a mi difunto marido y tú no vas a ser menos
-         Me iré al patio
-         No, no, no, ni al patio ni nada. Eso se acabó
-         Pero…
Ella vuelve a tenderse y se abre como una flor en primavera.
-         No, no, ahora no – dice Nicolás sin perderle ojo
Entonces se sienta en la cama, estira sus huesos y se levanta contoneándose a la caza de su ropa. Nicolás la mira como pensativo pero sin pensar en nada. Le gusta, sin más. Falta descorchar su cabeza y ver su ebullición. Es ahora cuando por primera vez  ve brillar sus bonitos y grandes ojos, cree que marrones.
Mercedes aletea por la casa brincando como una chiquilla  soñando a boca abierta.
-         Lo primero que haremos será pintar la casa, de amarillo, me gusta. La habitación de mi hijo de azul, azul celeste. Después la fachada, pediremos presupuesto aun albañil y le pondremos azulejos y una bonita puerta de hierro con unos preciosos dibujos de forja – se vuelve - ¿verdad, cariño?
-         ¿Eh?
-         El suelo está asqueroso. Lo cambiaremos y también algunos muebles…
Se acerca de puntillas a él y le abraza con fuerza.
-         ¿Cuándo nos casaremos, amor?
-         ¿Cómo?
-         Tenemos que ir a la notaría a arreglar los papeles…, y al banco
-         ¿Papeles…, banco?
-         Lo compartiremos todo. Lo mío será tuyo…y viceversa, pichurrín
La puñalada trapera ha abierto una buena brecha y sujeta sus tripas. “¿Qué insinúa esta buena señora?”, devana al tiempo que retuerce su dolor. Está claro. Ve nítido su futuro panorama: va a clavársela como un idiota a una muerta muy viva. Leticia se llevó un pellizco pero al menos sudó su parte. Esta pretende llevárselo todo sin un traqueteo. Hasta Claudette achuchaba aunque actuara robotizada. ¿Qué pretende?. “Bien pensado he sentido lo mismo que cuando se la metía a la almohada”. Empieza a pensar que acostarse sin más no ha sido una buena idea, que tenían que haber hablado antes. Habría descubierto sus intenciones y echado a patadas. Mejor así. Otra que apoya en el barandal. No está mal en poco más de una semana.  Y otra que le ha salido rana. Que gime de alegría en su regazo como si no hubiera roto un plato. Metiendo su pierna fofa y blanquecina en terreno vedado hasta la ingle.
-         Tengo que pensarlo – le suelta Nicolás como quién suelta las cabras al monte
La apática ovejita muta en una hiena, sin cortarse un pelo. Nicolás torea sus envites con ceremonia.
-         ¡Si Ramona me dijo…!
-         ¿Ramona?
-         ¡¡Ella me dijo que estaba todo arreglado, que tú y yo…,!!
-         ¿Yo?
-         ¡¡¡Eres un marrano. Te has callado para forzarme!!!
-         ¿Forzarte?
-         ¡¡¡¡Voy a gritarle a todo el mundo lo que me has hecho!!!!
-         Yo sólo probé el plato que pusiste sobre la mesa
-         ¡¡¡¡¡Esto tendrás que pagarlo, embustero!!!!!
-         Vale. Creo que el precio ronda los cincuenta euros
Ella vocaliza con presión y airea como un pulpo los brazos y las piernas. Está histérica pero agarra el billete que Nicolás le muestra. Asunto zanjado. Sólo queda mostrarle el camino de la puerta. Queda sordomudo al cerrarla, a salvo de una deliciosa pesadilla, un cóctel macabro, dulce y virulento. ¿Qué hubiera ocurrido si sus argucias las cubre con una fogosa tela de araña?. Lo habría anestesiado con una mínima dosis, sin duda. Abre los ojos al abismo que separa el sexo del amor, al tortuoso sendero que  une dos puntos que parecen rozarse, a la gruesa y destrenzada maroma que pende del camino más corto. Empieza a vislumbrar el arma de doble filo, un cepo con un buen trozo de queso untado en aceite para un ratoncito idiota y hambriento. Con Mercedes ha evaluado un nuevo curso con un aprobado justito. Ha tenido suerte porque de nuevo baraja las cartas y tiene incluso opción de plantarse aunque atisba  murmullos de esperanza. El amor es una piedra invisible y común de los mortales golpearse en ella. Va a tientas y espera darse de bruces con el cuerpo de Mercedes, la fogosidad de Leticia, la mirada sensual de su negra Yoli. No cree pedir demasiado. “¿Es que de eso no hay?...” – pregunta a quién corresponda y de paso se mira a un hipotético espejo – “así…,alguien normal…, como yo”- ríe el mea culpa y se asegura en voz alta: “Que lo bueno o lo malo ya está hecho”. Es una roca, él mejor que nadie para saberlo. “Una roca porosa – matiza y vuelva a reír como un tarado – con algún lugar adiposo, flácido, a ratos”. Lo pasa bomba. Escurre alguna lágrima jubilosa, incluso. Pero no es plan. El deber apremia. Ve el reloj marcar casi las once y viaja a su caja para asegurarse que rebosa de cartas como una palmera, para vivir en primicia el aclamo  de los abuelos y la vieja arpía al sacarle una saca con las que no han podido atascar dentro. ¡Qué hermosa posibilidad!, postula. En realidad se conformaría con una. Si es la buena. Por lo pronto va a ducharse para quitarse restos viscosos de Mercedes que el calor es pegajoso y no tardará en comenzar a rascarse. Suena el teléfono. Da un respingo porque hace años que no oye su sirena rugosa. Trabaja una sola vez a la semana para quedar con su amigo Luis y el resto decora con realismo una pared abstracta. Le estremece su convulsa procacidad. Y su gesto maniatado. El pantalón aún anda por el suelo y busca en sus bolsillos el tabaco y el mechero mientras aquello suena sin parar. Lo enciende y tras dar la primera calada responde, muy nervioso, con la oreja como el pabellón de un gramófono.
-         ¿Nicolás?
Fluye una voz de mujer, machorra, con siseos gaseosos.
-         ¿Si?
-         Soy Tauro
-         ¿Tauro… – ríe porque el animalito parece venirle al pelo - …qué tauro?    
-         No quiero decir mi nombre
-         Ah.., bueno…
-         He leído el papel y me interesa
-         ¡Vaya! – suspira mientras busca escudo y lanza para la defensa
-         Te conozco y tú me conoces a mí
-         ¿En serio?.., ¿y quién…, cómo eres?
-         Tengo cuarenta. Estoy soltera…, soy morena, algo rellenita, no demasiado, con un pecho muy llamativo.  Tuviste problemas por él hace tiempo. Eres muy descarado
Pone el cerebro en marcha: ¿Pecho?, ¿Problemas?.
-         No caigo
-         Sé que voy a gustarte. Tú a mí me gustas
-         Mejor
-         Siempre me has gustado
-         ¿Tendremos que vernos?...para opinar bis a bis…, ¿entiendes?
-         Lo estoy deseando
-         ¿Y bien?. ¿Dónde?. ¿Cómo?. ¿Cuándo?
Nicolás comienza a desnudar a un cuerpo rudo, entrado en carnes, con unos pechos enormes. Pero la voz turgente parece desinflarse y titubea.
-         Hay…algo…que debes hacer antes
-         Bueno. Dime qué y lo hago
-         Pues… tienes que hablar con mi padre… y con mis hermanos
-         ¿He oído que tienes cuarenta…?
-         Y unos meses
-         ¿Entonces?
-         Estamos muy unidos
-         Sí, pero…
-         No me dejarán irme si no lo haces. Estoy segura
-         No tienes que irte – esgrime Nicolás – primero nos vemos y probamos por si algo no funciona
-         ¿¿Probar??. ¡¡No me tocarás un pelo si no estamos casados!!
Se queda mudo. Demasiadas trabas para estrujar una gordita con buenas tetas. Continúa escuchando aunque solo por curiosidad.
-         Perdona – disculpa su subida de tono – Lo tendrás todo cuando tú quieras, sólo que …sé que a ellos no les gustaría
-         ¿Y cuantos…, cuantos son ellos?
-         Mi padre es viudo y tengo cuatro hermanos solteros… además de otros dos casados
Nicolás rebobina y de una sucesión de imágenes detiene una con escalofrío.
-         ¿Tu padre se llama José…, tú eres Gloria?
Su silencio se apresura a responderle.
-         ¡Joder, joder, joder y joder!
Las imágenes se suceden y en una de ellas está su cara con un buen puñetazo en un ojo y las narices reventadas. Da un grito y cuelga el teléfono. Tirita recordando aquello y la supuesta relación con esa familia le deja un buen rato con un temblor compulsivo. Gloria está muy buena y nadie ha tenido güevos a acercarse. A él, con veinte y tantos, por quedarse embobado en sus tetas le partieron la cara. No es una base halagüeña. Por primera vez se nota depresivo ante la cruzada que acomete, es una lucha baldía en la búsqueda de una utopía, buscando una pieza para un puzzle acabado. Sacude esa idiotez. Sólo quiere mantenerse en guardia. No va a arrugarse por unos cuantos tropezones. Visto desde el lado positivo empieza a tener cola, algo inimaginable, protagonista indiscutible sólo en sus sueños. Y quedan mujeres en el mundo. Puede que alguna plegada en una carta, cuasiahogada en la oscuridad más absoluta, esperando su rescate. Sería un crimen dejarla allí por más tiempo. Vuelve a sonar el teléfono y no piensa por nada del mundo cogerlo. Se pone la ropa y sale a la calle pitando. Al pasar por la tienda lo llama Ramona por la ventana. No le hace ni caso. Ya le ajustará las cuentas por arrojarlo sin piedad a los leones. “Eso no se le hace al hijo de una fraternal amiga, como ella proclama. Podría haber tenido más tacto, ella que conoce lo más íntimo de cada buen o mal nacido”. Busca en la sombra  algún grado que serene la calina y no tarda en percibir, en general, nuevos indicios en los gestos. En los hombres guasa pero una guasa sana que no pincha el ánimo, en las mujeres una curiosidad puñetera, sin duda desnudando la hipótesis. El cambio ha sido drástico. Ha pasado en un santiamén de ser un desalmado a un perfecto idiota, piensa. No debe quejarse. Esa etiqueta es más fugaz y moldeable. Y de él depende. Por lo pronto ha invertido los polos e imana. Ahora debe  no cegarse para no pasarse de rosca, posar firme y algo ausente y que sean ellas las que juzguen aunque pase por engreído. Sin embargo algún monumento no merece tamaña ruindad y le dedica el tiempo que se merece, optando, según baremo, por el chalaneo o la chifladura. La euforia es una escala efímera que debe vivirse y eso hace hasta sus últimas consecuencias. Nunca le ha visto la cara y ahora se muestra, ¡que demonios!. ¿Preferían al Nicolás que hundía la mirada en el asfalto?. Piensa que no. “Mejor este que alegra el patio”.
 En Correos los dos abuelos dormitan sobre sus legajos y la arpía da un saltito al verle para volver a acomodarse vocalizando las contracciones y mirarle por encima de las gafas. Una brizna de silencio abre un paréntesis. Que el acople metálico de la llave cierra. El corazón se desvincula de su atonía y abre sus compuertas, las manos alcanzan un grado sísmico inquietante, los ojos  son dos esferas autónomas. La puerta de chapa gruñe como una vieja chocha. Nada. Palpa su exiguo interior y está limpio como una patena, ni una mota de polvo que indique una señal. No lo esperaba o sí, para qué engañarse. Soñar es hermoso y la realidad demasiado cruda. Baja los brazos pero respira ánimo para al menos salir de allí sin remover el fango que le cubre. Se gira y los abuelos parecen posar para una foto, en cambio la vieja arpía le sigue mirando por encima de sus gafas y sujeta con un dedo un papel sobre el mostrador. Le chista para que se acerque.
-         Es mi sobrina – le susurra – ahí está su dirección
Sus murallas que caían como una estructura de naipes se construyen a velocidad de vértigo con piedras y argamasa. La arpía, venida a menos, sonríe. Nicolás coge el papel y ella recula dedicándose al vello y las uñas. La inyección de adrenalina tiñe su palidez de un rojo intenso. Y la energía regresa con todas sus huestes. “Gracias”, le lanza y sale de allí con zapateo, arqueando los brazos y las piernas. “Adelina, calle Burgos, 50”. Guarda con mimo el papel en la cartera. “¡Adelina. ¿Quién eres, cómo eres!”, suspira romántico y más agudo: “¿Dónde demonios está esa calle?”.
 En una esquina ve a Lucas, el municipal y al preguntarle hace visos de detenerle, dice que por alterar el orden público. Es broma y le desea ánimo en su cruzada y suerte. 
Tiene que dar una buena caminata a un barrio periférico. Conoce el barrio El Pilar. Y hoy más que otras veces le parece como una mosca en la sopa. Un mastodonte carcelario sin rejas ni guardia, donde curiosamente es imposible escaparse. Donde no todo es malo, donde lo bueno lo parece y lo malo se sabe. En su aspecto nada es ocioso, incluso su guiño atávico a la arquitectura de vanguardia, y es que nada debe prosperar, nada que no sea plausible.
El barrio crece paso a paso con tizne brumoso impuesto por los hornos de leña de dos cerámicas interurbanas que se han dado la mano en prenderlos y expandir un cielo nuevo, negrísimo, que ameriza ante los ojos de Nicolás como una cortina siniestra. Su paseo deriva a una carrera a la búsqueda de aire respirable con la boca cerrada y la nariz cogida. Mira atrás con sofoco y la ciudad ha desaparecido, asfixiada en su propia desidia. No merece ni un instante de compasión y da la cara a un sol bravucón y a un viento jocoso que le burla a ráfagas.
 Al barrio le precede un parque donde no juega nadie. Aquí parece no haber niños porque los que hay no lo son. Se adentra en una avenida que lo circunda  y analiza la postal de la primera calle: tres jóvenes gitanos a la sombra trastean una moto, un mulo está atado a una ventana y buenos modelos de coches están cubiertos con sábanas o mantas. La calle Burgos es la segunda y los números le indican que el cincuenta estará casi al final, en la parte derecha, dando cara a este sol de justicia. Una vieja enlutada, con un pañuelo en la cabeza, cruza de acera a acera dejando tras de sí la calle desierta. Es una calle clónica con casas como perfectos cortes simétricos, diferenciadas por el número sobre las puertas.
 Nicolás está frente a la casa y espanta una y otra vez a una mosca cansina. Está cerrada a cal y canto con todas las persianas bajadas y duda. “Esto es una lotería. ¿Qué habrá tras esa puerta?”. Imagina que Adelina, pero ¿cómo, quién, qué va a ofrecerle, qué misterio encierra?. Pasa un R-12 con una caterva de gitanos y le miran con cara de pocos amigos. El coche frena en mitad de la calle y se decide a tocar con rapidez. El timbre despereza el interior y oye ruido de chancletas acercarse a la puerta.
-         ¿Quién es? – pregunta una voz con tono esperanzador
-         Soy Nicolás
-         ¿Nicolás?
La puerta se abre hasta ajustarse al tope de una cadena y unos profusos ojos verdes resaltan en una cara pálida.
-         Su tía me dio su dirección…, la que trabaja en Correos
Entorna los párpados y vacila antes de abrir.
-         Me has pillado ocupada. Estoy con la niña
-         ¿Tienes una hija?
-        
La puerta se abre. Añade un cuerpo mediano oculto en una camisola holgada.
-         Me llamo Adelina
-         Soy Nicolás
Se dan la mano y ella sale disparada a un cuarto diciéndole que pase y se acomode. El  bebe gimotea. Cierra la puerta algo confundido. La chica no le parece mal, no tendrá más de veinticinco años pero un bebe es un lastre, un bichito con la edad propia de dar la lata. Entra de un corto pasillo a un salón y enciende la luz. Los muebles parecen buenos, son modernos pero su decoración es excesiva. Están atiborrados de libros y figuras  y las paredes de cuadros y floripondios. Una rimbombante lámpara de diez brazos (que cuenta), cuelga sobre la mesa. Recuerda que hace poco más de cinco años introdujo en la hormigonera toda la arena y el cemento necesario para este entresijo de tabiques y revestimientos.  Las conoce y esta le parece con distinta distribución a simple vista, incluso el suelo granuloso de terrazo es ahora un vistoso gres porcelanaico. Y son distintas las puertas. No es esta la casa de alguien necesitado por lo que se quita un peso de encima. Aunque el bebé hunde la balanza. Pero no debe adelantarse, está aquí y nada pierde con ver qué pasa. Se acerca a los libros. En su juventud le apasionaban, ahora nada aunque el gusanillo roe. Ve Ulises de Joyce y viaja a sus quince años y a lo imposible de seguirlo tras más de cien páginas, La Montaña Mágica, su periplo durante meses, bastantes clásicos, uno en particular: Viaje al centro de la tierra, regalo de su abuelo a sus ocho años,  alguna novela rosa de Steel, dos tomos encuadernados de Mortadelo y Filemón. En ellos se detiene y los ojea. Pasa un rato e inmerso en sus desmanes y no oye llegar a Adelina.
-         A mi tía le apasionan. Yo prefiero la literatura. ¿Te gusta leer?
-         Me gustaba…, y me gusta pero lo he dejado, no sé aún el porqué
Se gira y penetra un instante en sus hermosos ojos verdes. Cautivan dejando el resto pequeño. Pero de reojo advierte que se ha cambiado de ropa apretando su cuerpo menudo con un short vaquero y una camiseta adornada de un paisaje playero, también que sus piernas son delgadas y sinuosas.
-         Creo que no ha sido buena idea que vengas. Mi tía es muy cabezona
Nicolás se encoge de hombros.
-         ¿Quieres tomar algo? – sigue ella
-         No, bueno, agua, quizá. Hace mucho calor
-         En la salita hay aire acondicionado. Vamos a sentarnos allí
La sigue y piensa que la chica vale, que le gusta, claro que reconoce que últimamente le gustan todas.  La salita es pequeña y la temperatura idónea para sentarse sin ninguna prisa. Lo hace en un sillón mullido frente a ella y juega a verla tras el vaso de agua que ha puesto sobre la mesa. Bebe y lo ladea. Sonríen. Tiene los labios finos como dos trazos a lápiz, una nariz pequeña y respingona. Y parece retraída, como él.
El silencio cede paso a  las miradas y no es nada molesto.
-         ¿Cuál es tu situación? – lo irrumpe Nicolás algo nervioso
-         Estoy soltera. Mi hija tiene ocho meses. Su padre está casado y no me importa lo que haga ni yo le importo a él – relata concisa
La respuesta ha ido directa a la cara y escuece. Le alivia su soltería aunque el niño es suficiente lastre para no sopesar siquiera otras cuestiones. A priori no ve factible ningún vínculo serio salvo el sexo, nada desdeñable.
-         Ahora estoy tranquila – sigue ella – mi hija requiere mucho tiempo… y la casa. No me aburro, te lo aseguro
-         Pero además de eso…
-         Ya sé, ya sé. Por eso insiste mi tía
-         Te quiere bien. Con tu edad no debes encerrarte
-         No he tenido suerte, me han hecho daño. Comprenderás que sea arisca
-         Todos no somos lo mismo
-         No, pero todos queréis lo mismo
-         Pues yo no…
-         ¿Estás seguro?
   Arrumba las voces ilusas que pugnaban por el sexo como único vínculo. No cree que eso ocurra, es más, está convencido. Y le trae sin cuidado. Asumido  esto se relaja. Está a gusto y la chica es guapa, cree que con un trasfondo agradable. Y puede estar con ella como quién charla con alguien, tomando una copa, sin más. Algo a lo que no está acostumbrado.
-         Según el papel buscas algo serio – dice ella
-        
-         Con visos de boda
-         Claro
-         Y no te da un poco de miedo unirte a alguien sin conocerle, quiero decir sin tratarle, sin conocer sus manías
-         He oído que hay que ceder por ambas partes, yo estoy dispuesto a hacerlo
-         A cierta edad dejamos de ser moldeables
-         No he estado nunca con una mujer, no he tenido una pareja estable, no he estado novio ni casado pero supongo que será como le ha ocurrido a todo el mundo…, en su primera vez, ¿no crees?
-         No. A mí ya no me seducen las palabras ni un buen físico, soy una mujer difícil, cerrada a cal y canto
-         Estar solos nos hace duros
-         Sí, y más si eso es lo que quieres
-         ¿Entonces?
-          Ya te dije que ha sido mi tía
-         Yo, en cambio, quiero una mujer, de eso estoy seguro
-         Puede que estés confundido. La pasión puede confundirte…, más cuando se siente por primera vez
-         ¿Cómo sabes que hubo una primera vez?
-         ¡Qué pregunta!, ¿es cierto que violaste a esa mujer mayor?
-         No, no, para nada
-         Lo sabía. Quería oírtelo decir aunque estaba segura que era una patraña, mucho más cuando leí tu propuesta. Eso denota tu valentía y a lo mejor tu lado más vulnerable
-         No creas que resultó fácil. A cierta edad cuesta hacer cosas que no se han hecho. No, no fue fácil. Tuve que desvincularme de mí mismo y nació el papel como pudo hacerlo cualquier otra cosa. Parece algo ridículo pero no, no me arrepiento
-         Arrojaste tu voz al viento…
-         Por ella estoy aquí
-         Una voz silenciosa que gritó a todo el mundo sus deseos íntimos...
-         Con respeto  – ruge Nicolás
-         Carnaza para las chismosas
-         Un buen motivo para que no se aburran – ríe
Adelina ríe con él. Tiene una risa infantil muy contagiosa que despierta y convulsiona su atonía. Nicolás despierta, no sabe disimularlo.
-         Me gustas – dice ella poniéndose algo seria – pero sólo como amigo
-         La amistad puede ser un bonito principio
-         No te hagas ilusiones. No creo que conmigo consigas lo que buscas
-         No me importa



18

Regresa inmerso en una burbuja de imágenes y voces. Camina ausente. Esto no ha sido sino una  amalgama que aprieta más si cabe sus pensamientos confusos para no dejarles ni resollar. Adelina le ha seducido pero ¿merece la pena tamaño sacrificio?, ¿arrastrar en ello a una criatura de otro?. Adelina es un ángel, un ángel que defiende su soledad a tortas, Nicolás un demonio a la búsqueda de un resquicio por donde entrar a saco. Su amistad requiere tacto, paciencia y por consiguiente tiempo, nada que calme el fuego que atesora. Sin embargo le estremece pensar en ella, en los ojos que clava al son de sus palabras. No desdeña volver a intentarlo pero mira al frente de nuevo. Está a medio camino, en la carretera que separa el barrio de la ciudad, cruzando las alfarerías, y el humo, ahora gris, trenza sus hilos al infinito y es más soportable. La ciudad brilla al sol del mediodía a la vez que se ahoga en su propia catarsis. Nicolás no lo nota aunque sude y le cueste respirar, supone que como todo el mundo aquí. Esto es así y para qué preocuparse, piensa resignado. Tiene hambre y eso sí es acuciante, y sed, mucha sed. Se para en la taberna de Manuel y de un trago se tira al pecho un botellín fresquito ante la mirada atenta de dos abuelos casi anestesiados por el vino peleón y la de Manuel que le pone un trozo de pan y aceite cubierto con un arenque sobre el mostrador. Manuel se deja caer estudiando la faena como buen maestro.
-         ¿Cómo va el negocio, campeón?. ¿Hay bulla?
-          Algo hay, Manuel
-         Ya sabes que si tienen comida y cama te cosen la pana. No olvides eso nunca
-         Claro, claro
-         ¿Y el trabajo?
-         Estoy de baja
Se bebe otro botellín en tres tragos y apura un buen plato de sangre con tomate mientras Manuel pregunta sin tomar aire. Con el último bocado sin tragar sale de aquel garito y se deja caer por la empinada cuesta de esta travesía de su calle. Eructa satisfecho. En estas tabernas con el tapeo se come y por cuatro duros va satisfecho y dispuesto a echar una buena siesta. Ha sido una mañana completa y sus piernas lo notan. Gira para su calle como un coche en punto muerto. La pendiente es ascendente y el ímpetu ayuda. Pero se frena. Un coche de la Guardia Civil arranca de su puerta. Apega el cuerpo a una fachada pero al ver las luces de marcha atrás desiste. Acelera el paso y ve bajarse al cabo Felipe, ajustarse los pantalones y la gorra, además de la pistola y hacer gestos de matarife. No entiende nada.
-         ¿Qué pasa, Felipe?
-         ¿Que qué pasa, que qué pasa? – grita como un loco y se gira a su compañero - ¡Tú no te muevas del coche! – y sigue increpando a Nicolás - ¡Abre esa maldita puerta!. ¿Dónde estabas?
-         He salido a dar una vuelta
-         ¿Y el trabajo? – está fuera de sí y sólo le falta  que alguien le haga cara para liarse  a tortas - ¡He estado en la obra y me han dicho que llevas dos semanas sin acudir!
-         Estoy de baja
Zapatea mientras gira la llave y empuja a Nicolás para adentro impaciente. Cierra la puerta de una patada y tiembla a la vez que airea la mano a la cara de Nicolás pero se ladea a tiempo.
-         ¡Escucha, idiota, me tienes hasta los huevos!. ¿Tú qué tienes con la familia Rodríguez?. ¿Eres tonto del culo?
Nicolás piensa.
-         Nada, nada, Felipe. ¡Pero si yo no he visto a nadie!
-         ¿Quieres entonces explicarme qué hacía Manolón aporreando tu puerta y diciendo que si no te casas con su hermana te revienta la cabeza?. ¿Pero qué has hecho también a esa, desgraciado?. ¿Es que te has vuelto loco?. ¿Acaso quieres que te maten?
-         ¿A Gloria?
Nicolás empieza a alterarse.
-         ¿Es que no hay mujeres en el mundo, es que no hay putas en el mundo, desgraciado?. ¿Sabes siquiera la puerta que has tocado? ¡Tendrás que casarte con ella, eso como mínimo!
-         ¿Yo?. ¿Casarme?. ¡Qué dices!
-         ¡Pues tú verás cómo lo arreglas!. ¿Cómo voy a ayudarte si no te casas?. ¿Sabes quién es esa chusma?. ¡Pero hombre, a quién se le ocurre!. ¡Y esa historia del papelito!, ¿pero tú eres tonto?. ¡Con lo que yo daría por estar como tú!
-         Cálmate, Felipe, y siéntate, te cuento, que esto no es lo que parece

Felipe se ha ido y a regañadientes le ha prometido que se pasará por la casa de esos tarados a intentar calmarles. Sopla y por fin ve viable la siesta. Su cama es como el premio gordo de un sorteo. Se quita la ropa y se coloca sus bermudas negras con rayas blancas  (ya no se fía de acostarse en pelotas) para tirarse de cabeza a las sábanas cuando golpean a la puerta. ¡Los Rodríguez!, piensa y los pelos se le ponen tiesos. Pero el golpeo es suave y no las patadas de un elefante. Y armónico por lo que descarta a esos animales. “¿Quién será?”
-         ¿Quién es? – pregunta con la oreja apegada a la madera de la puerta
-         Soy Luisi – susurran al otro lado
“¿Luisi, Luisi, Luisi, Luisi, Luisi ?”, piensa ametrallado
-         ¿Qué Luisi?
-         Tu vecina Luisi
-           ¿Mi vecina Luisi?
-         Tu vecina de enfrente, Nicolás. Abre, que no quiero que me vean
Nicolás, mientras abre, atrae a una imagen sesentona de cuerpo estirado y enlutada hasta el cogote y de cara, bueno…, hace demasiado tiempo que no la ve y no sabe perfilar sus rasgos. La puerta se abre y corrobora la edad y el atuendo, adornado con un mandil,  y no le defrauda la cara. Lo que no acaba de digerir es el motivo de esta visita inesperada. Luisi se cuela de lado, con la puerta a medio abrir, y se pone frente a él, firme, frotándose las manos muy, muy nerviosa.
-         Quiero hablar contigo
-         Pase usted al salón y nos sentamos. Estoy molido
La sigue y recuerda que su marido era un buen hombre, tejero, muerto de cáncer hace algunos años, que sus dos hijos tendrán más o menos su edad, que no habla con ella desde antes de morir su madre.  Tal vez el motivo verse sobre sus hijos, ambos varones y casados, sí, pero qué, piensa.
Luisi declina sentarse aunque Nicolás se tira patiabierto a un sillón. Sus manos humean de frotarse.
-         Le he dado muchas vueltas a venir, tú verás si no es para pensarlo pero me he dicho: Luisi, estás muy cerca y lo tienes más fácil que otras. Si el chico necesita algo pues con cruzar la calle, arreglado
-         Sí, pero no entiendo bien que…
-         Joer, Nicolás, ¿tú no buscas una mujer?
-         Sí, Luisi, pero además de para eso pues para otras cosas...
-         Ya lo sé, hombre, no soy tonta
Se queda rígido mientras nota un frío polar nacer en los pies y subir hacia arriba. No puede evitar al tiempo mirarla de distinto modo y hurgar en sus perfiles. A ella los nervios le sueltan la lengua.
-         No creas que no sé lo que estás pensando pero tu madre tenía quince años más que yo y que aunque me veas algo estropeadita pues la esencia la conservo. A mí de joven me decían unos piropos que te mueres y yo nada, siempre he sido fiel, yo nunca he estado con nadie, ni ahora lo haría si no fuese porque estoy sola y mis hijos no acuden y las necesidades aprietan que yo estoy cobrando de paga una miseria, Nicolás, y tiro como puedo y me he dicho: …, porque no voy a casarme, ¡Dios me libre!, pero puedo estar para cuando eso y tenerte la casa como un palmito y sin ningún cargo por tu parte, hombre, que de lo otro nadie iba a enterarse que ya tendría yo cuidado…
-         Luisi, yo…
-         No si ya sé lo que me quieres decir, que tienes a la negra esa y que te has tirado a esa loba de la Mercedes, que menos mal que la echaste a patadas porque puedo contarte cosas de ella que te caerías de espaldas, de la negra no porque no la conozco pero ¡qué valor tienes!, si es un monstruo y bien es verdad que parece una buena mujer que la veo barrer la puerta
-         La verdad es que no…
-         Ya sé, ya sé que cuesta pero no hables sin ver lo que hay porque los trapos confunden, a mi Manolo lo tenía loco y nunca, ni una sola vez le dije que no, bueno, siempre que había ocasión que los hombres siempre estáis dispuestos. Si ya te lo noto a ti también, pillino, si es normal y de ley tener que hacer algo que esas cosas pues...
Nicolás no ha podido evitar empalmarse aunque busca desesperado las palabras adecuadas para echarla, pero balbucea y se queda mudo cuando se quita el mandil y comienza a desabotonarse la camisa negra sin dejar de hablar.
-         Que digo yo que pobrecito, no sé como has podido, que mujeres hay y tú no eres feo, ni viejo, no que digamos pero muy bien para como están otros… – pone la camisa sobre la mesa y muestra una considerable talla de sujetador blanco. Sigue con la falda - …que estos son cinco minutos y luego puedes seguir tu vida y yo la mía, te echo una o dos horas en la casa todos los días, cobro mi dinerito, hombre, lo normal que se cobre que yo no quiero… y esto… - pone la falda sobre la mesa y se señala el lugar velludo que abulta las bragas blancas - …pues lo que tú quieras. Podemos hablarlo y no habrá problema. Ah, y eso que hacen las jovencitas de ahora pues no me gusta pero vamos que si tú quieres, no sé…
A Nicolás el bermudas le ha crecido un palmo y su cabeza es un ciclón que no se detiene en nada coherente. Frente a él tiene a un cuerpo de vértigo, entiende que batallado pero exultante y terriblemente acogedor, nada comparado a nada de lo que sabe. Y la oferta merece, al menos, análisis. No sería descabellado aunque  sólo lo piensa porque quiere tirarse a ella como un oso. Pero por su cabeza aún ventea el amor y un cuerpo por venir. ¿Qué hacer?. Mientras tanto ella, que lo ve dudar, airea estorbos y muestra su cálida desnudez, la aureola de sus senos y su sexo, también luctuoso. Mirarla enerva la razón. Sus muslos suben con armonía a una entrepierna plana y copiosa, sus pechos apabullan la mirada. Quiere levantarse pero se contiene. Desea hacerlo y después mandarla a hacer gárgaras. “¿Será eso posible, anudaré algún vínculo?”. Ella se contonea con cierta soltura y se acerca.
       -    No te apures, Nicolás, que ya imagino que tendrás que probar antes de decidirte



19

Abre los ojos bien entrada la mañana. Y desata el caos. Quince horas sin mover un párpado, ensoñando chorradas, y la realidad regresa como un naufrago ante a una tormenta. Martillea su corazón y él boga, sí, pero ¿hacia quién, hacia donde?. Hacia Luisi por cercanía pero ¿y las otras?. Hasta ahora todo son retazos aunque algunos le abruman. Ha sido un miércoles para enmarcar porque no está en su ánimo superarlo. Giran por su cabeza rostros y nombres, cuerpos desnudos, su amigo Luis, sentimientos que brotan de un erial, pasiones fuera de contexto. Es para volverse loco. Divina locura, piensa Nicolás aunque es hora de dilucidar un tema escabroso. Luisi quedó en volver a las doce, son las once y tiene que pensar. Aunque no puede centrarse. “La pasión confunde, recuerda que dijo Adelina,  El sexo es lo único que persigue el amor, cuando no es amor”. Ese es el verdadero problema porque Luisi ha dinamitado el resto. Después de estar con ella no aspira a acostarse con nadie. No imaginaba que ese cuerpo acogedor es lo que andaba buscando, éste cuerpo suelto y lanoso, cálido, como de una madre. Ni Leticia llegó a tanto. Aquello fue vasto y animal, esto profundo y confortable, sin excesos ni prisa, con ceremoniosa cadencia. Un principio reticente y un final intenso y mejorable. Por eso espera con ansia su llegada, también la teme. Es lo máximo para él pero después no hay nada, es más incluso le molesta su presencia. Va a volver a hacerlo hasta hartarse y luego le pedirá que se vaya, ¿merece eso?. Pero no puede quedarse no debe quedarse. Ni a ratos como ella quiere porque está seguro que él se acomodaría. Y volvería a estar, en el fondo, solo. No, no, para nada. Pero va a volver a hacerlo, una sola vez más, y la grabará a fuego en su memoria aunque luego pase por ser un infame o un cerdo. Sigue la espiral de imágenes y detiene la mirada de su negra Yoli. Y subyace con ella. Y le llega al alma su voz de niña traviesa. Nada que ver con Luisi pero es un retazo de mujer que quiere, además de la ingenua sensualidad de Adelina aunque para nada la momia de Mercedes y su gruta perenne. Con las tres sería tan fácil, tan simple. Es tan duro beber la vida a tragos. Por qué no puede soldarlas y soldarse a ellas.
Golpean a la puerta. Son las once y cuarto y no puede ser uisa, pero sí, se acerca y la oye murmurar su nombre y que abra sin demora. Salta como una gacela al interior y se pone frente a él con sonrisa picarona.
-         Que digo que no había nadie en la calle y me he dicho mejor ahora no sea que luego salga alguna a cotillear y tenga que esperarme. ¿Qué, has dormido bien?, yo como una recién casada, vamos nada de nada, y es que una cosa como esa ni por la tele, hijo mío, que mi Manolo, a ver, demasiado, el pobre, bueno no nos quedaremos en la puerta
-         No, no, pase, pase usted
-         Pues eso que una cree que lo ha vivido todo y madre mía, vamos que todavía me cosquillean las piernas, que mi Manolo con uno ya andaba sobrado y tú, hijo, madre de Dios, vamos que no he venido antes por si estabas dormido que si no…
Nicolás la ayuda a desnudarse y la achucha con celeridad a su cuarto. Luisi le frena.
-         No tengas prisa, hombre, que hay tiempo para todo. Acuéstate tú primero y estate quieto que ahora me toca a mí moverme, que ya está bien de hacer de santa y tonta, que esto, vamos, que merece la pena que se ponga una un poco así, aunque no lo sea, hombre, que yo solo voy a estar contigo  pero lo que se haga si se hace bien pues eso que se le pega al cuerpo, ¿tú qué dices?
-         Por favor, Luisi, cállese



20

Nicolás sopla, hasta desinflarse, el humo de un Ducados. Luisi  está boca arriba a su lado y parece que duerme. El humo entra avasallando y sale con calma, con infinita calma. Nicolás está henchido entre satisfecho y emocionado. Remira el cuerpo de Luisi y lo pinta  algo desgarbado, blando, quizá vulgar pero lo rotula de una viveza avasalladora y voluptuosa. Su apariencia cándida  esconde un volcán y le place hasta lo inimaginable. No sabría explicarlo. No tiene palabras.
 Tiene la mano de ella sobre la barriga y comienza a moverla acariciándole. Nicolás gira la cabeza y la ve mirarle con unos profundos y brillosos ojos abiertos.
-         Estoy, ¡uf! – sopla –  me tiemblan las piernas. Estoy flojita, flojita, flojita
-         No me extraña – dice Nicolás
-         Yo de esto no tenía ni idea – susurra con lentitud – puedes creerme. En más de treinta años de casada no he sentido nada igual, vamos ni en los días mejores que alguno también había. Tengo cincuenta y nueve y como esto, ni parecido. Sentía algo pero, Dios mío, ésta calor que sube en mi vida la he sentido. Yo, vamos, no sé, a lo mejor no me crees pero había venido a lo que estoy acostumbradita, al chin pun en dos minutos y luego a dar cuatro escobadas y fregonazos para ayudar un poquillo a la paga pero esto, esto se me ha salido de madre, Nicolás, vamos que ya no me importa limpiar, ni la casa, ni el dinero, ni nada, vamos que si me preguntas que lo único que quiero es hacerlo, hacerlo y volver a hacerlo y no me tomes por lo que no soy que ya te he dicho que yo nunca he estado con nadie, ni de novios y esto, joer, que me sube una cosa para arriba , una calor así como muy grande, como que me lo llena todo , y me deja loca, con lo que yo soy, vamos que es como si…, como…, bueno, no sé explicarlo pero yo me entiendo, es algo que tenemos que volver a repetir, Nicolás, hombre que no digo yo que sea hoy que ya te has portado, joer, pero que digo que si todos los días…, si no más menos, pues…, ¿no?
-         Tengo que pensar, Luisi. A mí también me gusta pero tengo que pensarlo
-         Ya, si te entiendo, que a lo mejor la edad influye…
-         No es por la edad. Yo no soy un niño ni usted es vieja
-         ¿Es que no te gusta como lo hago…?
-         Me encanta follar con usted
-         No seas guarro, Nicolás
-         A las cosas por su nombre
-         Sí, pero no, que me da rabia oír palabras feas, vamos que parece que lo que hacemos es una cochinada y no, que yo creo que es algo hasta bonito, para guardarlo pero para una que estas cosas no se le pueden contar a nadie, Jesús, si mis hijos se enteraran no sé, pero ¡qué te crees!, hasta eso me da igual porque ninguno estamos engañando a nadie, ni yo te estoy cobrando que eso tampoco estaría bien, al menos de la manera que han pasado las cosas parecen bonitas, y dime ¿con las otras ha sido lo mismo o qué ha pasado?
-         No ha habido tantas y no, la verdad es que no ha sido lo mismo. Usted me llena mucho
-         ¿Entonces que es lo que tienes que pensar, bueno si me lo puedes decir que yo tampoco quiero…?
-         Me gustaría enamorarme
-         ¿Enamorarte?, bueno, yo con el tiempo llegué a querer a ni Manolo y a lo mejor es  eso lo que tú quieres decir
-         No de ese modo
-         Pues no sé yo entonces, porque enamorarse qué es, estar con una persona a gusto, ¿no?, o bueno, y tenerle cariño, quererle, y hacer lo que puedas por él, cuidarle y tenerle como un rey, que vamos, si es eso yo…
Nicolás busca en sus ojos los de su negra Yoli.
-         Ni yo lo sé, Luisi, ni yo sé qué es. Sé que entra por la mirada y atonta y no es nada parecido a lo que siento con usted
-         Enamorarse – suspira – suena bien, mejor que esa palabrota que has dicho antes, es más…, mucho más…, donde va a parar
-         Pueden complementarse pero sólo si no se invierte el orden
-         ¿Qué?, yo de eso no me entero, bueno, nosotros estamos haciendo esa cosa que hace todo el mundo sólo que un poquito mejor, eso me has dicho antes, entonces, si lo hacemos tan bien pues podemos seguir haciéndolo y si tú quieres enamorarte pues no sé…, ¿y a lo mejor es con la negra esa?. Desde luego Nicolás que tienes estómago, hijo mío, pero vamos que allá tú que mala mujer no parece
-         No sé, Luisi, no es sólo por ella. Lo que me ha enseñado usted, sin darte cuenta, es que esto no es solo lo que busco en una mujer aunque me gusta a reventar. Su cuerpo me vuelve loco, Luisi, y estaría haciéndolo hasta morirme pero prefiero buscar el amor aunque no exista, aunque solo sea una ilusión pasajera, por eso le pido por favor que mañana viernes no venga porque me sería desagradable tener que pedirle que se fuera
-         ¿No me digas que no nos veremos hasta el sábado? – patalea – pero, Nicolás, eso es mucho, ¿cómo voy a aguantar hasta el sábado?. Mas adelante cuando esté un poco más…, pues eso, bueno, pero ahora no, hombre, por Dios, que no se puede enseñar estas cosas y de golpe…
-         Déjeme recuperarme y vuelva esta noche
-         ¿Esta noche?
-         Después de la cena, más o menos
-         Sí, porque ahora no…
-         No, mujer, ahora no
-         Bueno, vale. Cuando vea que en la calle…, a las diez o las once…
-         Cuando usted quiera, mujer


Luisi se ha marchado para su alivio. Está fundido y al tembleque añade el tostón de su machacona verborrea. No es que le moleste, que si la mujer es así no va a intentar cambiarla para un rato que está con ella, son maneras de ser y no hay quién las mueva, y mostrarle pesar o algún síntoma de desagrado sólo lograría cortarla y que no se involucre tan ciegamente como lo hace. Para eso la quiere, sin menospreciarla que es buena mujer, que conste, y si habla pues que hable. Nicolás reconoce, mientras se estira en la cama, lo variopinto de la naturaleza humana y en lo que ahora le concierne que son las mujeres, y es que no hay dos que se parezcan. Mejor, más ha probado bueno y malo debiendo calzar los pies de plomo. Se queda dormido y le despierta el teléfono. De nuevo los nervios a flor de piel. Se encoge como si el timbre martilleara en sus huesos y tras dudar hasta el límite se decide a cogerlo.
-         ¿Nicolás?
-         ¿Sí?
Su nerviosismo se convierte en pánico al oír una voz de mujer madura y potente, muy bruta.
-         Mira, Nicolás, soy Balbina. Llamo por lo del papel – la mujer deletrea las sílabas como si estuviese leyendo - ¿Oye?, mira, soy viuda, tengo cincuenta y tres años, soy bajita, ni gorda ni fina, sé guisar muy bien y hacer todo lo de la casa...
-         Perdone... – la interrumpe Nicolás
-         Dime, dime
-         Que mire usted, que el puesto ya está ocupado, que...
-         ¡Vaya por Dios!. Le dije a mi hija de llamar ayer..., y digo yo, ¿y mi hija?, tiene treinta y ...
-         Lo siento, señora, le agradezco su interés pero es que ya tengo...
-         Bueno, ¡vaya por Dios!,  qué se le va a hacer, adiós, Nicolás, hijo, adiós
Nicolás sopla incrédulo. Tantos años de soltería clamando por una mujer y ahora le salen de debajo de las piedras. Vuelve a sonar el teléfono. ¿Otra?, grita antes de cogerlo.
-         ¿Nico?
Es su amigo Luis.
-         Sí, dime, Luis
-         Tío, ¿no decías que no hablabas con nadie por teléfono?, te he llamado dos veces y estabas comunicando
-         Hablaba con una señora
-         Vaya la que estás liando, cacho mamón. Lo del papel ha sido una pasada y no he podido aguantar al sábado para saber cómo va eso, que si hay algo
-         Ya te contaré, capullo
Nicolás concibe una idea no del todo descabellada.
-         Oye, Luis, este sábado vente a mi casa a las cinco
-         ¿Para qué?
-         Tú ven que no saldrás perdiendo
No quiere desvelar nada y tras un rato de tira y afloja cuelga. No ha perdido la cama de su ángulo de visión. Va directo a ella cuando de nuevo le frena el dichoso timbre del teléfono. Es para joderse.
-         ¿Qué cojones quieres otra vez, capullo? – grita sin pensar
-         ¿Nicolás?, soy Fermín, ¡Ya era hora que dejaras de estar comunicando!. ¿Cómo va esa enfermedad, estas mejor? 
-         Sí, dime, Fermín, perdona, bien, bien
-         Escúchame. Hemos estado aguantando con los peones sobrantes porque la tarea era floja pero el lunes comenzamos a solar los pisos y si no te incorporas tendremos que contratar a otro en tu puesto. No podemos...
-         ¿El lunes?
-         El lunes, el lunes
-         Vale. No hay problema. Allí estaré
-         Eso quería oír, campeón. Bueno, un saludo
Tenía que llegar, no con esta prontitud pero hay que ganarse la vida. No es mal trabajo el que tiene ahora, firmaría por seguir haciéndolo, que terminando más cansado, si cabe, al menos está a la sombra. “Si me pagasen aguantaría”, ríe el jodido. Deja mejor regusto el coño de Luisi que la boca de la hormigonera, piensa siguiendo la juerga. “Bueno, a lo que vamos”. Va directo a la cama. Toca soñar y olvidarse, tomar fuerza para hacer frente a la leona que no tardará en rugir encima y quiere disfrutarlo como si fuera la última vez. La compra espera, y el pan, ya para dos días pero por no ver a la Ramona se enfría aparte de no tener ganas de moverse.



21

Sobre las siete de la tarde aparca la Mobylette en la puerta de Adelina. Lo piensa mejor y le echa la cadena a la reja de una ventana. Mira varias veces el amarre y la soledad de la calle. Toca la puerta dudoso. Esa moto es lo que tiene y le gusta aunque últimamente le ha cogido manía. No le gustaría perderla. No cree que por la edad cualquiera se enamore más que nada porque las piezas estarán para el arrastre.
 Le trae a este mundo una voz del interior.
-         Soy Nicolás – responde
Abre la puerta Julia, la vieja arpía, que, sin pintura y en bata, entra de otra manera por los ojos. Incluso se presta a besarle.
-         Vengo a hablar con su sobrina
-         Pasa, pasa, que ya la llamo – se vuelve – por cierto, me llamo Julia
En realidad no sabe a qué ha venido. Apenas ha dormido, casi no ha comido y aún debe complacer a Luisi a la vez que a sí mismo. Quizá un impulso, la necesidad de hablar o pedir consejo acerca de no sabe qué, de volver a verla y respirar un rato su abierta transigencia, sin olvidar su inocente ternura, socavar su desconcierto, sin duda, y algo tan simple como mirarla de nuevo. Julia lo lleva al cuarto de estar y enciende al aire acondicionado. Repara, mientras está solo, en algunas fotos familiares reconociendo sin duda a Adelina incluso en una siendo bebé donde resaltaban su nariz respingona y sus ojos verdes.
-         Ahí estoy en brazos de mi padre
-         Estás desnuda como un cochinillo
-         Eres un marrano
Nicolás la mira con agrado. Incluso nota como un cosquilleo recorre sus tripas y que atribuye a la ansiedad unida al desconcierto. Adelina se queda un instante apoyada en el marco de la puerta mirándole profundamente, después arranca y se acerca a besarle en la mejilla.
-         No esperaba que volvieras – dice
-         Me gustas y soy muy cabezón – le susurra Nicolás
Adelina suelta una carcajada. Nicolás se recrea en sus dientes blanquísimos, pequeños y puntiagudos, sin perder ojo a su figura sumergida, de nuevo, en la camisola.
-         No sé por qué he venido – sigue Nicolás – creo que sólo quiero verte
Se sientan en los mismos lugares que la última vez y se miran como entonces. Vuelve el silencio a mostrarse para ser de nuevo húmedo y viscoso. Ambos sonríen.
-         No se me ocurre decirte nada – intenta justificarse, al rato, Nicolás
-         - No importa – dice ella – no hace falta
Por la cabeza de Nicolás pululan caras, cuerpos y situaciones, entre ellas Adelina y el influjo que le tiene maniatado. ¿Qué quiere de ella?. Sexo no, eso seguro, sin desestimar el convencimiento de que con ella sería muy distinto a lo que ya sabe porque sólo sería consecuencia de lo otro. Lo otro. Una sana amistad ahora, luego quizá amor. Por ahora sólo podría asegurar que está muy a gusto con ella.
-         ¿Tu hija…?
-         Mi tía está con ella
-         ¿Es guapa..?, me refiero a la niña – ríe la tontería
El brillo que arrebola en sus ojos le responde. Le parece que Adelina está algo callada, puede que nerviosa.
-         A mi tía le caes muy bien. Está encantada contigo
-         Espero no defraudarla – sonríe y vuelve a hundirse en sus ojos - ¿Y tú?
-           Ya te dije que puedes venir siempre que quieras. Sigo pensando lo mismo
-         ¿Y no tienes nada nuevo acerca de eso?
-         Tienes mucha prisa, Nicolás. Las cosas no son así. Siento que me gustas pero eso aún no quiere decir nada
-         Si supiera…, sin dudarlo me esperaría
-         El corazón bebe los sentimientos gota a gota aunque a veces nos parezca lo contrario. Tú no eres una excepción
-         Tienes que perdonarme porque yo jamás he estado enamorado. Percibo cosas que me confunden y otras que tengo muy claras
-         ¿Por ejemplo?
-          Que el sexo sólo es sexo. Que hay cosas que también dan placer
-         ¿Sí?
-         Mirarte. Estar aquí contigo
-         ¿No has tenido suerte en lo que buscas? – elude ella el tema con sarcasmo
-         No seas mala. He tenido mucha suerte, demasiada suerte. Por eso sé lo que no quiero

Pasan dos horas en un suspiro, hablando del presente, de inquietudes, también de literatura. Julia corta la animada charla porque llora la niña. Se despiden con un sonoro beso en la mejilla y un sentido hasta mañana.
-         Mejor por la tarde y así mi tía puede quedarse con la niña

Ruge a la par de la moto y la monta aguileño. Está feliz, muy feliz. Pero tiene flecos que pulir. El más reciente, Luisi, que estará al acecho cuando le oiga abrir la puerta. Por primera vez, en su corto periplo, no le apetece acostarse con una mujer. Está fresca en su mente Adelina y sería como darle una puñalada, sería ruin, impropio de un sentimiento que brota. Después de lo de hoy, sin ser nada, sabe que no puede. No podría volver a mirarla y quiere volver a navegar en sus ojos verdes sin ser ni sentirse un cerdo. Empieza a entender el porqué de su visita esta tarde. Ha despejado alguna duda, sobre todo para lo que le espera mañana porque el tema de Luisi solo va a acelerarlo.

Callejea con soltura y llega a la casa de su amigo Luis. Le abre su hermana, una solterona agria, y como espera le pone una infinita cara de asco.
-         ¡Luis! – grita al interior – ¡Está aquí tu amigo ese!
Cierra la puerta en sus narices y se marcha. No tarda en llegar Luis, algo alterado.
-         ¿Qué pasa, pasa algo?
-         Nada, hombre. He comprado un ordenador y me gustaría que fueras a verlo
-         ¿Ahora?. Puedo verlo el sábado. Me dijiste que…
-         ¿Qué podemos tardar?. Es temprano
-         Será para ti, yo tengo que agarrarme a las seis y media
-         No seas tonto, vamos
-         Tengo la bici en el patio y están mi madre y mi hermana por medio
-         Te llevo en la moto. En un rato estaremos de vuelta
-         ¿Esto podrá con los dos?
-           Esto es una fiera




22

Luis no puede creer, conociendo la racanería de su amigo Nicolás, que le hayan engañado como a un chino.
-         Tío, si esto es una patata
El ordenador le parece un trasto infumable, sobre todo la impresora que parece un tanque.  Pero no es a eso a lo que ha venido y Nicolás ya empieza a pincharle.
-         ¿De verdad que todavía no has echado un polvo?
Le relata con todo lujo de detalles sus aventuras amorosas y en especial la última, recalcándole que la buena señora está abierta a todo. Luis tiembla de pensarlo.
-         ¿Pero qué dices, estás loco?
-         Tienes que empezar alguna vez. – le grita - ¡Tienes cuarenta y cuatro años!
Tocan a la puerta y Luis quiere irse o como mal menor esconderse. Nicolás le empuja a un dormitorio y cierra la puerta.
Luisi entra eufórica y se extraña que Nicolás cierre con llave.
-         No voy a escaparme – susurra comenzando a desabotonarse
Ella intenta morderle y él se retira. No percibe nada extraño y se encamina al dormitorio tirando la ropa por el camino. A su espalda Nicolás oye forcejear en la puerta y sonríe. Luisi se tiende en la cama y le pide que apremie.
-         Tengo que decirle algo – no puede evitar estar tenso aunque se supera ya que está muy convencido – Es algo embarazoso. No puedo volver a acostarme con usted
-         ¿Qué, cómo? – la pobre mujer cambia de color
-         ¿Recuerda que le dije que quería enamorarme?. Pues es eso
Ella no puede aguantarse y grita, también patalea.
-         Luisi, no se altere. Tengo un amigo…
-         ¿Qué, qué?
-         No notará la diferencia. Él sólo busca lo que usted. No se mueva. Por favor
Luisi está emberrinchada, también fogosa. ¿Un amigo?, ¿pero qué se ha creído?, rabia, también duda, quiere irse, también esperar, ver qué demonios ocurre.
Nicolás, mientras tanto, está con Luis y agotado el dialogo no ve más salida que imponerse como un padre.
-         ¡Te voy a hinchar a hostias, maricón! – le grita como si perdiera los papeles - ¿Tienes a una tía abierta de piernas esperándote y tú quieres irte?, ¡antes te rompo la cara!. ¡Si no cumples como un hombre, míralo – jura sobre un dedo – ten por seguro que te pateo!. ¿Quieres ser virgen toda tu vida? – le ve pensar y afloja - ¡Escucha, capullo, la tía lo merece, está buenísima y no tienes que hacer nada. Te estás quieto y deja que ella  haga todo. Ya está, ¿ves qué fácil, no lo entiendes?
Luis está a punto de llorar.
-         Escucha, capullo, te quitas la ropa o te la quito yo
Luis siempre ha ido a remolque y este no parece el momento oportuno de gallear. Pero le parece asqueroso, así, de esta manera. Nicolás intuye lo que piensa.
-         Es sólo un polvo, Luis, no pasa nada. Nadie va a enterarse
Logra que se desnude aunque forcejea para quitarle los calzoncillos. Nicolás desdobla su mirada al pene y a Luisi. El pene está encogido y Luisi no se ha movido. Puede ser una bonita historia, piensa y sonríe para sí. Pero se sigue resistiendo. Tiene que arrastrarle al dormitorio y al fin dentro, sopla y cierra la puerta.
Se sienta en un sillón a esperar y el ruido que oye le gusta. Es momento de relajarse, resoplar, recordar la voz de Adelina.

La puerta se abre sobre las once, hora y media más tarde. Nicolás mira en la tele un concurso haciéndose un poco el loco mientras se ponen a su altura algo reticentes. La cara de su amigo brilla y no menos la de Luisi. Eso hace que él esté feliz por triple motivo. Es Luisi, tras un momento de dudas entre ellos, la que toma la palabra.
-         Que digo que, ¿no te importa que nos sigamos viendo en tu casa?
Nicolás ahonda en la mirada de Luis.
-         No, no, para nada
-         ¿Mañana a las diez? – le dice Luisi a Luis besándole
-          Sí, si – le responde




23

En sus manos deja el asunto. No cree mayor virtud que el temblor de la inexperiencia para ciertos menesteres, más cuando la parte contraria se implica y de qué manera. Y es que Luisi en tres clases ha hecho carrera. Eso le cuenta su amigo Luis, entre otras cosas y casi a gritos, en la Mobylette camino de su casa, nada que no sepa de primera mano. También, como no, que la buena señora habla hasta descuajarse y eso, insiste Luis porque Nicolás no da crédito, le ayuda a relajarse. Está encantado y con visos de enamoramiento. La pasión confunde, vuelve a recordar de Adelina, ¿Qué va a decirme este advenedizo que no sepa, con quién cree que habla?. Pero bueno, eso es terreno que no debe pisarse. Hizo lo que debía, clamaba al cielo su abstinencia y había que empujarle aunque fuera de malos modos y ahora es tarea suya el rumbo que tome en éste horizonte todavía ínfimo. El de Nicolás, en cambio, verdea, otea espacio, nada de paredes y puertas cerradas como antaño, ve su horizonte plano y diáfano, con dos caras al fondo como montañas esperando su llegada. ¿Qué debo hacer?, se pregunta para responderse: “nada más fácil que esperar y vivir intensamente los momentos que esté con ellas, después será mi corazón quién tome la palabra. Se acabó mi intenso y corto ambular”.
Las emociones de este jueves han superado con creces a un miércoles de órdago y cree que merece un whisky como ofrenda. Dilata hasta el éxtasis su agonía. Eso hace y regresa a casa con la mente limpia y agradecida y el sueño al acecho.

Sentado en el patio, disfrutando un Ducados tras otro, vive el albor de la mañana. Sigue la huida de las sombras en los tejados, el ascenso del astro, de nuevo rabioso. Aguanta un rato su influjo hasta que el sudor le baña y recula para adentro. Cree que debe ducharse, de todos modos huele las sobaqueras por si puede escaquearse. No debe. El agua reconforta y lo agradece. “Nunca me he duchado tantas veces como ahora”, gruñe. Mirar el reloj le hace centrarse: “Es el momento de Yoli”. Se mete en la cocina. “Funesto, asqueroso lugar”, reconoce entre otras lindezas. Busca los cacharros para preparar el desayuno. Ha entrado poco o nada desde el martes y la labor armoniosa de Yoli está desperdigada por las repisas y el fregadero. Vuelve a ser una cochambrera. Pero da por sentado que no va a emular a Yoli. Es un marrano convencido y a mucha honra. Sólo que cree que sería bonito, como un detalle por su parte, devolverle el favor del otro día y de paso asentar alguna base para que la sensibilidad pueda expandirse y desde ahí aflore en los sentidos hasta la última gota de esencia que busca. Piensa en ella. Duda, no de todo. Por eso quiere aprovechar el tiempo. Ha decidido, incluso, que si suaviza dos o tres circunstancias adversas la invitará a quedarse. Ocho horas salteadas en la semana no son suficientes para mantener vivo algo si en verdad merece la pena. Sólo si no está seguro esperará para seguir jugando, mientras tanto, a dos bandas. “Yoli, mi negra Yoli”, suspira. Atrae sus gestos sumido en las ondas del agua que quiere romper a hervir. Roza, entonces, sus pechos oscilantes y nota algo que fluye en su interior como una mezcla vaporosa. Le gusta, es un buen síntoma. El agua rebosa a la placa y apaga la llama. Es un desastre. Cree que sabrá perdonarle estos desmanes, de todos modos hoy no le permitirá que haga su trabajo. La quiere sólo para él, para estar con ella y hablar y hablar aunque no le entienda una palabra. “¿Lograré decir alguna vez te quiero de corazón a alguien?, sueña a boca abierta, ¿lograré que eso ocurra?”. “Oh, Yoli, Yoli, te quiero, ¡es tan fácil, tan sencillo de pronunciar!”. Simula estar abrazado a ella y baila sorteando los muebles. Busca las galletas. Quedan pocas y están húmedas. Tampoco tiene pan. “Bueno, qué remedio. Un vaso de café caliente acompañado de penetrantes miradas”. Mira el frigorífico y está pelado. “De hoy no pasa reponer”, se recuerda.

A las nueve está sentado en la mesa de la cocina, frente a la puerta, expectante. Dos vasos de café  humean encima de un hule de estreno. Recuerda que no se ha peinado. Da un salto y aprovecha para rociarse de colonia antes de volver a sentarse. La puerta cruje y su corazón bombea. Lo oye aporrear su pecho sin ningún escrúpulo. “Estar nervioso es un buen síntoma”, sonríe.

Josefina empuja la dichosa puerta y no hay manera. Le deja caer el hombro y logra abrir una rendija por la que se cuela. Tiene las manos ocupadas con el manojo de llaves y la bata y lo deja todo sobre una silla para investigar el problema de la dichosa puerta: tiene que levantarla para lograr que gire. Lo hace  y la luz inunda el interior.

Nicolás despega los labios hasta formar una o mayúscula. “¿Pero, pero qué, pero qué demonios?”, berrea. Conoce a esta esquelética señora: cuarentona y madre de seis hijos, al menos, casada con Pepito, alter ego de su grupo de amigos y el primero, recuerda, en caer en los deberes de la familia y como consecuencia apremiante en las solaneras de los tejares. Hace años que no habla con ella pero la conoce de sobra. La llama Pepa.
-         ¿Pero, Pepa, qué haces tú aquí?
-         A ver, hijo mío, no sabes los chicos que boca tienen. ¿Y tú, como estás?
-         No me quejo, bien, bien
-         ¿Y como va el tema ese de las mujeres?
-         Nada serio todavía, Pepa
-         Jolín, chico, cómo tienes la casa. Está de pena, en fin, haré lo que pueda
Se coloca la bata encima de la ropa y busca la despensa con la mirada, donde le han dicho que tiene todo lo necesario. Nicolás la frena.
-         ¿Y Yoli? – dice como sin darle importancia
-          ¿La negra?
-         Venía a limpiar la casa ...
No quiere parecer interesado pero ella lo nota.
-         ¡Pero, Nicolás!, ¡Madre de Dios!, ¿otro?. Decía mi madre, que en paz descanse, que más vale ir solo que a la sombra de nadie. ¿Pero tú sabes, esa lagarta?, porque eso es lo que es, una lagarta, ¿no sabes lo que ha hecho? – Nicolás niega – pues ya verás, ¿conoces al Jerónimo?..., sí, hombre, vive en la calle Jardines, por en medio, su mujer se llamaba Casimira..., que estaba gordísima, con una tetas así para arriba...
-         Ah – recuerda con el ánimo en descenso alarmante
-         Pues ese, ¡con más de setenta años!. Y dicen, vamos, no te lo puedo asegurar pero la Ramona..., bueno, que si no se han casado está al caer, eso seguro. ¡Tú te imaginas al pobre hombre, que le queda un telediario, al lado de ese bicharraco y además negro como un tizón, Madre mía!. Resulta que iba a limpiar su casa y claro, como tiene la cartera boyante, ¡Cielo santo!. Desde luego que no sé lo que tenéis los hombres en la cara porque ojos, vamos, vamos. A mí, que se haya ido, me ha venido de perlas, ¿no sabías que mi Pepico está de baja?, está el pobre partido de la cintura y esto es poco pero algo ayuda.
Nicolás hace rato que no la oye. Está abstraído, en otro mundo. Josefina, que no es tonta, lo deja con su pena y se gira a empezar lo suyo que no es poco dedicándole un último gesto revuelto de incomprensión y lástima.




24

Dos meses, más o menos, más tarde, un domingo de un fin de semana cualquiera, sobre las siete u las ocho de la tarde, en casa de Nicolás, como cada día, los dos amigos suelen jugar a la brisca, a veces al tute, incluso a las siete y media. Si es interesante ven algún programa en la tele y otras veces, las menos, hablan. Hoy parece ser uno de esos días raros. Además, afuera llueve. Es la primera lluvia fuerte de este otoño seco y aporrea con estrépito los cristales.
-         No hay cosa que más me joda que trabajar con el chubasquero – dice Nicolás – me da dentera. Además que la arena se moja y pierdes la medida al agua, y hay que andar cubriendo el cemento, y las mangueras, que están de pena, chispean. No hay nada como el verano, tío
-         ¡Y un cuerno! – replica Luis – Yo prefiero esos días nublados en los que no cae una sola gota, ¿por qué no puede ser así siempre?
-         Si fuéramos médicos o maestros la lluvia sería bonita
-         No hemos estudiado y tendremos que jodernos – ríe Luis
-          Alguien tiene que hacer el trabajo duro – le acompaña Nicolás
-         Visto del lado bueno con la lluvia el polvo de la explanada se asienta y limpia algo la atmósfera
-         Y nos crece el pelo
Los dos amigos alejan la mirada por la cortina de agua. Comienza a oscurecer.
-         Este invierno nos llevan a Jaén a terminar cincuenta casas – dice Nicolás con pesar – nos van a poner un piso y vendremos sólo los fines de semana
-         En mi tejar falta gente. Puedes hablar si no quieres irte
-         ¿En un tejar?, tú estás loco, tío. Es lo último que haría
-         Bueno, pues nos veremos, entonces, como antes, sólo los fines de semana
-         ¡Qué remedio!
-         ¿Quieres venir a cenar ésta noche con nosotros?
-         No, otro día
-         Me has prometido que vendrás alguna vez
-         Sí, joder
Los dos amigos se miran. Luis mantiene la mirada y Nicolás la rehuye.
-         ¿De verdad que esto es lo que quieres? – pregunta Luis sin mover un músculo
-         ¿Qué quieres decir?
-         Lo sabes.
-         Estaba equivocado. Yo no necesito a nadie
-         ¿Y esa chica..., Adelina?
-         Bah, sólo quiere hablar y hablar y yo cada vez menos. No tengo paciencia, no, tío, eso se acabó
-         Me dan ganas de pegarte, cabrón. Fíjate en mí. Mi vida ha cambiado. Al lado de Luisi soy feliz. Ella ha roto con su familia y le da igual, yo he roto con la mía y no me importa. Esto es algo muy grande, mamón
-         Yo no soy como tú
-         ¿No?, lo que ocurre es que tienes miedo. ¿Si me has enseñado a no tenerlo por qué ahora no eres capaz?
-         ¿Y yo que sé?
Luis lo conoce más que nadie en ésta vida y sabe que es cabezón tanto para lo malo como para lo bueno. Está convencido de que no tiene arreglo y insistir sólo enrarecería el ambiente. Algo que no le apetece hacer.
-         Lo que no te perdonaría jamás – ríe – es que te rajes en lo de ser mi padrino
-         ¿Ya estás otra vez, mamón?
-         Tengo conversaciones secretas con mi hermana. Me ha dado casi el sí pero el problema es que aún no le he dicho que tú y ella ..., no sé, no sé
-         El señor me pille confesado – ríe Nicolás con yuyu
-         ¿Sabes que en el fondo  hacéis buena pareja?


Luis se marcha sobre las nueve. Nicolás va a levantarse para preparar algo de comer pero desiste porque no tiene hambre. Enciende un cigarro y se distrae oyendo caer la lluvia en la oscuridad del patio.

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