Julián se confiesa a Mariano. (Mariano es ese personaje que
le ha inspirado infinitas veces, portavoz de infinitos cambios de ánimo, de
infinitas historias reales y no tanto, propias y ajenas).
Julián se confiesa a Mariano, también está al margen como no
queriendo involucrarse, pisando terreno pantanoso sin manchar de barro sus
zapatos, abriendo su alma pero guardando algo por si acaso.
//////////////////////
-
¿Crees, Mariano, que baste con arrepentirme?
-
De arrepentidos ya está el mundo harto, Julián, pero algo es algo – me contesta enfundado en
un rol que aún no he pensado
-
¿Con contar todo lo que ya sabes?
-
Que yo sepa todavía no sé nada
Me mira, le miro, no sé qué decirle.
////////////////////////
Cree de ley asomarse a una postal de su ciudad, “no hay que
renegar de las raíces”, se recuerda siempre, aunque sea un lastre para una
literatura de masas, un trasfondo nada sugerente para cualquier trama
efectista. Es un lugar monótono y nada romántico, un lugar rugoso y abrasivo,
baúl sin embargo de sus deseos, de su memoria.
///////////////////////
-
¿Recuerdas el caso de las aceitunas? - le digo
-
Fue uno de mis mejores, sin duda
-
Por ahí quiero entrar, ahora sería incapaz , no sé el
porqué
-
La edad limita el trasiego y la mente va a remolque
-
Ya sé, ya sé
////////////////////////
Julián salta la reja sin dar cuenta a nadie y sube de dos en
dos la escalera circular que le lleva al campanario de ésta iglesia centenaria.
Mariano, que le espera arriba, ríe de verle con la lengua a rastras.
-
Ya no estás para estos trotes, Julián
-
No me toques los güevos, Mariano – le responde casi
ahogado
La ciudad se transforma, esconde su cara acicalada y muestra
su plano diáfano de guirnaldas, sus reductos más íntimos y desaliñados. Al
fondo los cerros rotos, los primeros olivos, borde de un manto verde, infinito.
////////////////////////////
-
¿Ves, Mariano?, en aquella casa de dos plantas
encontraste el cadáver de la rubia, y allí, ¿ves?, en una esquina de aquella
plazoleta, está tu oficina
-
No la reconozco, la verdad
-
Haz memoria, conoces palmo a palmo la ciudad, sólo
tienes que retroceder medio siglo, descender la calle Silera desde tu casa y en
la esquina con la calle Colón verás el cartel de tu zapatería sobre la puerta
de cristales: ZAPATERÍA MEDINA, una tapadera perfecta para tu gran pasión,
investigador privado
-
Ahórrate los detalles, sólo digo que ahora no la
reconozco
-
La ciudad ha
cambiado, yo he cambiado – suspiro con hondura
-
Y yo rondaré probablemente los 118 años – ironiza
Mariano con una pregunta obligada en sus labios
-
¿Que qué estás haciendo aquí?, pronto te pondré al
corriente, ningún caso que reclame tu perspicacia o sí, quizá sí
-
¿Y no podrías traer a María?, me aburres
-
No seas gilipollas
////////////////////////////
Un monaguillo rubio, espigado y pecoso, aparece en el
campanario y le da a Julián un susto de muerte. Ha subido la escalera,
presuntamente, al galope y no puede casi articular palabra.
-
¿Qué hace usted aquí? – tartajea entre profundas
aspiraciones y espasmos
-
No te asustes, chico – Julián intenta calmarle todavía
con el corazón agitado - sólo estoy
mirando la ciudad y hablando con mi amigo
-
¿Con quién? – aúlla el rubio rotando la mirada una y
otra vez en aquella superficie de poco más de dos metros de diámetro
Mariano se da cuenta de la metedura de pata y sonríe
mientras Julián intenta justificarse. El rubio duda entre enfrentar la
situación o bajar las escaleras de cuatro en cuatro.
-
Me ha dicho el cura que baje usted – acierta a decir
con claridad – para subir hay que pedirle permiso
-
Dile que me perdone, por favor pídele permiso en mi
nombre – dice Julián con solemnidad – no, no, mi intención no es tirarme, ¿eso
cree?, dile mejor que necesito inspirarme, que sólo necesito este maravilloso
paisaje para inspirarme
El rubio recula y está a punto de despeñarse. Julián intenta
cogerle y sólo logra que salga como perseguido por el diablo.
//////////////////////////////
-
No he escogido éste lugar al azar, Mariano. Aquí, hace
tiempo, viví un sueño muy revelador. ¿Crees en la reencarnación?
-
¡Hombre!, dadas las circunstancias, pues sí, no me
queda otro remedio
-
¿Ves?, en esa
escuela frente al ayuntamiento estaba el castillo, ¿recuerdas a Pepón? – divago
sin ton ni son
-
¡Hombre!,
“Pepón” me soplaba mucha información a espaldas de “Cohete”. Es mi mejor
amigo. ¿Qué le ha ocurrido?
-
Nada, no te preocupes, sigue vivo y coleando en mi
memoria
-
Te hemos dado mucho chance juntos, podrías traerle, él
era realmente quién...
-
No, no, vendrá en cierto modo. Tú asumirás su papel. Yo
haré el tuyo, por una vez yo seré yo
-
¿Vas a quitarte la máscara?, ¿para qué?, ya me tienes a
mí para eso
-
No sé quién soy, Mariano, llevo años viviendo perdido.
Creo que hubo un tiempo en que fui normal, una persona como tú
El cielo es como un pliego azul, sin una mancha; el perfil
de los cerros, garabatos de un niño.
-
¿Sabes que mi mujer está a punto de dejarme..., que
quizá ya se haya ido..., que va a llevarse a la niña?..., ¿sabes que amigos
quedan pocos..., que ya no me quedan?
-
¿Cómo voy a saberlo, Julián?. Estoy soltero, no sabría
aconsejarte y de amigos, ya sabes
-
Estoy cerrado, Mariano, tanto que no logro verme; me he
cegado con mis libros y lo he pateado todo alrededor, lo de mi mujer no tiene
solución, ya viene de lejos, me importa aunque sabré superarlo pero no logro
centrarme, no sé qué escribir y eso no, eso sí que no
-
Has escrito demasiado, Julián, demasiado sobre lo mismo.
Tienes tu público pero también existen otras cosas. Tú no me sacaste de ésta
ciudad pero me enseñaste a estrujar los libros, el mundo está en ellos, un
mundo que no se está quieto, que es como una bola de nieve que no para de rodar
y crecer
///////////////////////
Julián lo sabe pero le cuesta reconocerlo; Mariano ha sido
una mina a cielo abierto, un hallazgo tan poco imaginativo como efectivo en las
ventas. Toda su literatura ha girado en torno a él y cuando quiere evitarlo no
puede o no sabe hacerlo. A lo mejor nunca ha sido un buen escritor y lo
descubre ahora que necesita demostrárselo a sí mismo.
//////////////////////
Miro a lo lejos sin mirar nada.
-
Tengo un encargo – digo con gravedad – bueno, no
realmente un encargo, es un reto, quizá no demasiado importante después de lo
que hemos vivido juntos pero sí muy importante por eso mismo. Es diferente,
algo que no disfruto, o sí, porque me hace pensar. Lo nuestro nacía sin
esfuerzo, sin guión previo, pensaba en ti, recreaba mi pueblo de niño y
desvirtuaba a mi antojo cualquier suceso que aparecía en El Caso. Era fácil,
como un fruto que sólo tienes que agacharte a cogerlo. Esto no, hay un patrón
pero no es una historia, hay que crearla y no logro dar un paso firme, es otra
época, reciente pero que no he vivido, y personajes reales, tres personajes
como tres caminos a seguir, también una mujer – suspiro - un personaje anónimo, enigmático
Mariano queda pensativo. Yo resoplo, liberada parte de mi
carga, y enfoco un paisaje distorsionado para centrarme en la densa humareda de
dos cerámicas que se entrecruza creando
divertidas formas. Río y espabilo a Mariano de su hipnosis.
-
No sé qué hago aquí – susurra pesaroso – no te diré
nada que no sepas
-
Para empezar me das compañía y eso no puedo
pagártelo
Sé lo que le ocurre, le conozco bien, no le gusta verse
relegado, pero yo me cuestiono y me aguanto, cada palo que aguante su vela.
-
¿Y qué es eso, esa base de la que debes partir? – me
dice, sé que sin ganas
-
Una foto, Mariano, una foto
////////////////////////////
Julián oye un tropel de voces y pisotones en el hueco de la
escalera y se asoma.
Mediada la subida ve varias manos aferrándose a la baranda
de obra y una de ellas con la inconfundible manga negra. Es Don Manuel, el
cura, que grita y los monaguillos que detrás de él le empujan ayudándole a subir.
Don Manuel está gordo, muy gordo. Se le sale el corazón
cuando cruza de punta a punta el plano a nivel de la iglesia y en ésta escalera
de caracol, claustrofóbica, de cincuenta escalones sin un sólo rellano, está a
punto de saltarle en pedazos.
Julián le conoce, le casó, bautizó y dio la comunión a sus
hijos, tuvo una estrecha relación hace años cuando censuró abiertamente uno de
sus libros en que Mariano desvelaba el enigma de las decenas de nichos de
recién nacidos que hay en los sótanos de la iglesia, poniéndole nombre y
apellidos a las madres, ficticio claro, y a algún padre, es un cascarrabias, está anclado al tronco
más radical de la institución, y lo
demostró de la manera más inexplicable: voceando en su púlpito como un
verdulero.
Al final se dieron la mano, una mano fría y fofa, y se
ofrecieron una falsa sonrisa. El libro estaba publicado y tuvo que tragar
aunque siguió alentando a los fieles a apretujarlo al ostracismo. Logró el
efecto contrario porque la fibra más sensible y a la vez punzante de la gente está
en el morbo y, como en este caso, en destapar la olla de un pasado vergonzoso.
La novela fue un éxito aunque no ha sido, ni de lejos, uno
de sus mejores casos.
////////////////////////////
En el bolsillo de la camisa tengo doblada la carta.
Saco el folleto del interior, lo abro y vuelvo a leer las
bases del certamen, vuelvo a mirar la foto impresa, observando gestos, a la
modelo, impávida, cabizbaja, hermosa, a los pintores, expectantes, pacientes
ante su amigo, un maestro en plasmar la
sencillez más realista. Me recreo en el claroscuro del estudio, en el diván, en
los trajes de época, en la fijeza del maestro buscando el plano perfecto, y
pienso en el maravilloso doble sentido de la foto, en esa foto que muestra los
entresijos de la verdadera foto para ser ella en sí el más importante y valioso
documento histórico. Entonces vuelvo a pensar en el verdadero motivo que me ha
traído aquí, a éste campanario de ésta ciudad, mi ciudad, que a lo mejor no es
la que debiera ser pero sí la que siempre ha sido y quiero que siga siendo.
Mariano frena en la modelo, le encantan las mujeres, siempre
ha sido un salido, por eso no le he casado, bueno, reconozco que también porque
yo ya sé lo que es estar casado.
-
El tiempo se detiene en el estudio del pintor
granadino Jose María Mezquita mientras
observa junto a Jose Mª Rodríguez Acosta como Arturo Cerdá, inclinado tras su
cámara fotográfica a la modelo; ella posa sentada en un diván, desnuda,
cubierta con unos velos ... – lee y se eclipsa de nuevo – ... me recuerda a
María
-
Quizá lo sea..., puede serlo... – me animo al verle
involucrarse
-
¿Para qué? – me corta – que diga me recuerda no quiere
decir que desee que sea ella en otras circunstancias
-
Podría ser otro bonito principio para una historia;
ella podría ser tu hermana, una vecina, o un amor platónico como consecuencia
de las sesiones de pintura y fotos en el estudio de tu maestro Jose María,
donde trabajaste hasta los doce años
Me estoy mintiendo y sonrío.
-
¿Eso es lo que tienes?, joder, Julián, no logro
digerirlo. Quieres quitarme de en medio pero no me sueltas, quieres huir de mí
y te acercas con los brazos abiertos; yo te ayudaría, ya sabes, por ti haría lo
que fuera, te lo debo todo, pero tengo mi prestigio, no puedo exponerlo en una
aventurilla sin ninguna garantía de éxito
-
El acomodo es un cáncer siniestro – resoplo
-
El acomodo es una cama tras un largo viaje, como un
botín de guerra, un tesoro para el conquistador. Yo me lo he ganado, ¿qué
sentido tiene volver a andar lo andado?
-
La disyuntiva es la misma, yo tampoco lo deseo pero sí
lo necesito
-
Es un terreno farragoso..., no tienes por qué hacerlo
Espero. Estoy un momento en silencio antes de continuar.
-
Tengo la historia, he pensado mucho en ello, no una
historia al uso ni esa tontería que te acabo de decir, ni necesito tu presencia
en ella, y sí la mía. Es una historia sobre los entresijos de una historia,
como la foto, como plasmar la cotidianidad, lo natural o absurdo que conlleva a
veces crear una historia
-
Vas a volverme loco
-
Cerdá fue un genio en eso, en plasmar la cruda realidad,
mostrarla sin palabras. Sus fotos hablan, no hay paisajes hermosos y
deshabitados, hay personas en ellos, familiares, amigos, personas laboriosas y
empobrecidas, todas amoldadas a su suerte, retratos fidedignos, sin poses
risueñas; él percibía la belleza en el devenir cotidiano de las gentes y lo
copiaba sin interferirse, pero no en ésta foto y es lo que me hace pensar, no
sé si me entiendes
-
Pues no, la verdad
-
Tengo la historia y de algún modo estoy presente en
ella, por eso debo escribirla, y debo estar presente, quizá sólo como escritor,
tal vez como protagonista indirecto, eso espero, y contigo Mariano, mi buen y
único amigo cerca, sólo por si acaso
-
¿Y quién necesita verte?, un escritor es lo que
escribe, ¿a quién le importa el resto,
tus problemas, si te abandona tu mujer, si estás deprimido y solo, si no
tienes a nadie?
-
Algo tira de uno y obliga a regresar a esa puerta que
quedó cerrada
-
Lo pasado pasado está para lo bueno o lo malo
-
Aún no lo entiendes, busco un clavo ardiendo, un motivo
que me haga desistir de la idea macabra que ronda en mi cabeza, también del
deber que me he impuesto, y necesito
verme, ver si queda algo que salvar, mostrar la bondad o la miseria que
encierro, crear mi aciago personaje, vivirlo o mostrarlo, intentar averiguar qué o quién soy, en qué me
he convertido, si mi vida merece la pena
-
Creo que has olvidado vivir. Vivir, Julián, así de
simple y de terrible – dice mirándome
con una pena muy honda – vivir, Julián, vivir
/////////////////////////
Don Manuel asciende al campanario bufando como un toro. El
monaguillo rubio que está blanco y ojeroso después de dos subidas extenuantes
se escuda en él porque no ve el tema muy
claro, por el contrario el otro, un jovenzuelo moreno y pequeñajo, ríe
tomándolo a guasa.
Don Manuel acompaña cada sílaba de una ventisca disonante y
un genio de mil demonios.
-
¡No, no, no lo harás en mi iglesia!
Julián percibe el color amoratado de sus párpados, la cara
roja como un tomate e intenta calmarle. Intuye que está a punto de darle un síncope.
Ha dejado de gritar y es mala señal. Julián agarra sus brazos abiertos y le
abraza para sentarle. Forcejean y el rubio huye escaleras abajo temiendo lo
peor. El moreno mira y calla. Mariano tampoco dice una palabra. Al fin logra
sentarle y le abanica con la carta. No es suficiente. Parece algo serio.
-
Corre y avisa al médico – le dice al chico moreno
-
Don Manuel ha avisado a los municipales – grita el
rubio a una distancia prudente – no tardarán en llegar
-
No, el médico, el medico – grita Julián
-
No vas a hacerlo en mi iglesia, en mi iglesia no, en mi
iglesia no – sigue resoplando el cura
El monaguillo moreno sale a la carrera, el rubio mira de lejos.
-
¿En serio has subido aquí para tirarte? – le pregunta
Mariano
-
No - responde
Julián – eso sólo era un posibilidad, un último recurso; también un reclamo
-
¿Cómo dices? – pregunta el cura con un hilo de voz
-
No le hablo a usted, es a Mariano
-
¿Mariano, qué Mariano?
-
Sí, Mariano. Le conoce. Fue quién destapó el tomate, el personaje de
todas mis novelas, hoy mi mejor y único amigo
Don Manuel apoya la cabeza en la baranda de piedra y afloja sus brazos, el rubio baja unos
cuantos escalones más por si acaso.
///////////////////////
-
De todos los
ingredientes sólo falta la historia – me insiste Mariano
-
La historia, sí, claro – digo regresando a lo mío – La
tengo aunque no sé, no sé..., por otra parte ¿qué puedes decirme para que no
intente lo que quizá también he venido a hacer?
-
Ya sabes que no me gustan los finales tristes. Que yo
recuerde a ti tampoco
-
Te mentiría si no te dijera que tengo un as en la
manga, que al mismo tiempo estoy a verlas venir
-
¿Lías más la madeja?, ¿estás sin estar, quizá lo hagas
sin hacerlo, tienes una historia que no es una historia?
-
Sí, tranquilízate. ¿Conociste a tu padre?
-
¿Mi padre? – se desespera - no recuerdo que ese dato haya aparecido, o
sí, sí, levemente en la primera o la segunda novela, decías que era un
maltratador, que destrozó la vida a mi
madre, que marcó mi agrio carácter y mi aversión a la figura del padre, de
cualquier padre
-
Algo así. Creo que es hora de conocerle. A él no te
importará cederle el puesto
-
Sigues sin alejarte de mí
-
¿Acaso crees que puedo?, ¿crees que no lo intento?, no
es fácil, ese es el verdadero problema, has sido todo para mí, tanto que cuando he regresado a mí no logro
centrarme, estoy tan disperso que no logro unir mis trozos
-
¿Y quieres tirarte para que alguien ponga cara a tu
nombre?
-
Por una vez yo podría ser yo aunque ya he dicho que
sólo es una posibilidad y que tiene un doble sentido
-
Y bien, mi padre, ¿qué pasa con mi padre?
-
Tu padre es el personaje central de ésta historia, el
personaje para el que construiré una trama, una trama real, una historia real
que sólo bulle por el subconsciente, una historia intemporal, hermosa, absurda,
terriblemente hermosa y absurda
/////////////////////////
Lápiz y Bolilla hacen buena pareja. Quince años pateando las
calles han logrado, como en la obra cumbre cervantina, que dos físicos tan
dispares y atípicos sea imposible imaginarlos por separado. Ambos son solteros
e inseparables en su vida privada para
mayor énfasis en el concepto pareja.
Julián les conoce desde siempre, por eso no le
sorprende sino le alegra – ya le había
avisado el rubio – ver a Lápiz entrar en
escena dando un salto como un galgo al coronar el campanario mientras
Bolilla anda por los primeros escalones
resoplando.
Lápiz no es tan efusivo con Julián y frunce el ceño al ver
K.O. a Don Manuel sopesando al tiempo sus dos facetas posibles, y acorrala e intenta reducirle antes de que
también le ponga a él patas arriba.
-
¿El cura está vivo o muerto? – grita con la mano
hurgando en la funda de la pistola – ¿El cura está vivo o muerto?, ¡Eh, eh, eh!
-
No te equivoques, Lápiz – gruñe Julián intentando en
vano zafarse de aquel esqueleto con uniforme
-
No ha sido él, le ha dado un ataque – dice el
monaguillo rubio y pecoso asomando la cabeza pero con el cuerpo mirando para el
otro lado
Lápiz frena su ímpetu, mira con algo de asco a Julián – el
normal – y se acerca a auscultar al cura. Don Manuel tiene los ojos abiertos y
no puede mover un músculo.
-
¡Joder, joder, joder! – grita Lápiz dando dos o tres
vueltas sobre sí mismo - ¡Un médico, un médico!
-
Ya, ya, ha ido a avisar el monaguillo – le dice Julián
dándole unos golpecitos en el hombro - ¿Y Bolilla?
Bolilla está llegando pero de qué manera. El rubio le ayuda
a coronar, saluda acongojado y maniobra para sentarse al lado del cura. Tiene
los párpados amoratados, la cara roja como un tomate; quiere hablar pero sólo
sopla, sopla, sopla...
-
¡Otro médico..., un médico, joder, Bolilla, joder,
joder!, ¿tú también? – se desespera Lápiz y corre escaleras abajo porque no se
fía del monaguillo moreno que es su primo y sabe que se emboba en el escaparate
de la esquina mirando los juegos para la Play
El monaguillo rubio recula.
-
Dios mío, Julián – revienta Mariano – esto es para
partirse el culo
////////////////////////////
Apoyo los codos en la baranda de piedra, saco medio cuerpo fuera meciéndome, mirando a
plomo la alfombra empedrada donde podría estampar mis sesos si llegara el caso.
Mariano se acerca y me codea.
-
No lo hagas, Julián, morir es demasiado fácil – me suplica
-
No sería capaz – digo volviendo adentro, a pisar
terreno firme – creo que sólo lo he dicho como acicate para lo otro, ya sabes,
tenía que asustarme por si movía algún resorte oxidado
-
No lo necesitas, donde ha habido algo quedará
-
¿Tú crees?
-
¡Hombre!, eres Julián Sánchez, el creador de Mariano
Medina, ciento diez novelas que se han vendido como rosquillas, a lo mejor no
en el ámbito deseado pero sí a pie de calle, en el boca a boca, sin artificio,
anegando la comarca, la imprenta de Manolo sin parar de hacer ediciones y
Josico, el loco, vendiendo de puerta en puerta, y de eso, Julián, no puede
presumir cualquier escritor por muy bueno que sea. Se escribe para vender y les
has dado un buen baño
-
Si, ya, pero...
-
Quieres enterrarte y regresar reencarnado en no sé qué
cosa, no puedes, Julián. Julián Sánchez sólo puede ser Julián Sánchez, no
engañarías a nadie
-
Ya veo que yo tampoco he picado el anzuelo....,
¿entonces, tu padre...?
-
Déjale, era un maltratador, mejor no resucitarle
-
Pero no puedo. No me place resucitar a los muertos pero
en éste caso no tengo otro remedio, todo está relacionado, todos estamos
involucrados, pero ¿qué hacer?, tengo dos opciones, una ligada al azar, y otra
que no quiero ni pensarla
-
El número ciento once me gusta, hace tres meses que no
publicas nada, piensa, no te será difícil, para qué marearte
-
No. Voy a alejarme de ti por un tiempo pero no me iré
del todo, estarás sin remedio cuando hurgue en mi pasado, no es fácil destapar
el pasado para nadie, más si es doloroso, por eso necesitaba pensar,
encontrarme contigo, buscar un motivo para atraer a mis principales personajes,
a los reales porque es a la realidad a la que debo enfrentarme
-
¿Quiénes?, ¿éste guirigay?
-
Os necesitaba; pobláis el intríngulis de mi vida, la
necesitaba incluso a ella, a ese amor enigmático, ese amor que aún hoy
cosquillea en mi corazón
-
¿Viva?, ¿está viva? – pregunta jubiloso
-
No te alteres, sólo en cierto modo
////////////////////
Bolilla parece despabilarse.
Bolilla es la antítesis de Lápiz. Es un tipo tranquilo,
afable, bonachón, defensor del orden si se deja; recto, íntegro, inflexible en
su profesión en la medida en que pueda
serlo pero sin meterse con nadie, pasando siempre de soslayo, sin
profundizar en los temas que de eso ya se encarga Lápiz y su afán belicista. Es
feliz y procura hacer a la gente feliz para así ser, si cabe, más feliz.
Sólo a veces es
gruñón y tiene fobia a los curas aunque Don Manuel sea caso aparte, “Éste tiene
de cura lo que yo de municipal”, suele decir cuando llega su hermana
Felisa cachonda del confesionario (dos o
tres veces por semana). Le aprecia aunque sólo sea por ver a su hermana, “La Machorra ”, la llama con
cariño, un ratito feliz.
Por eso da un respingo al ver la sotana, pero se relaja al
ver quién la habita.
-
¿Qué le ocurre? – le pregunta a Julián – tiene la boca
torcida
-
No sé, han llamado al médico
-
¿Y tú, qué haces aquí? – pregunta comenzando a recordar
el motivo de su nefasta escalada – nos llamaron diciendo que pensabas tirarte
-
No, no, eso era antes, ya no
-
Mejor, despanzurrarse es absurdo, debes tener
paciencia, todo llegará por su propio pie –
dice con cachazas, luego pone cara de alucine y pregunta: ¿Y para cuando
la próxima novela?, ya he desollado la última, amigo, las he comprado todas,
bueno, sin más remedio que hay que ver lo pesado que se pone “Josico el loco”,
no, en serio, me gustan
-
Gracias
-
Aunque para los municipales más tontos de la galaxia,
“Cohete y Pepón”, sé quienes te hemos servido de modelo, y sé que a Don Antonio
el cura le tengo aquí sentado a mi lado, y que Mariano Medina eres tú calcado,
vamos, sin dudarlo, y María, ¿María?, ahí es donde no me cuadra..., porque ella
no es tu mujer ni de coña
-
María, María – suspira Julián alejándose por el
matorral de la memoria
-
¿No será aquella de la foto, aquella que me enseñaste
hace años, que no se le adivinaba la cara, que estaba desnuda y de buena que te
cagas?
-
La foto, la foto – recuerda Julián extasiado, perdido
en el horizonte – esa foto, Bolilla, que me enseñó mi padre antes de morir.
Estaba solo con él en su lecho de muerte y me pidió que abriera su cartera y se
la mostrara, quería verla por última vez, me dijo que estaba enamorado de ella
-
¡Vaya con Don Anselmo!
-
Era un amor platónico del que no pudo o no quiso
zafarse, esa foto, me dijo, era como una alfombra mágica que le llevaba a los
recónditos lugares de sus sueños. Se obsesionó con ella aunque nunca intentó
averiguar quién era, aunque nunca supo su nombre. Mi padre fue un maltratador, Bolilla, un hijo
de puta que obligó a mi madre a suicidarse, quién marcó mi vida para siempre,
aquel a quién mato en cada entrega, a quién pateo las tripas en cada novela. Ahora
debo resucitarle, resucitar un amor que también a mí me ha hechizado..., que
sigue vivo en mí, un amor que no pasa ni un solo día en que no le dedique un
pensamiento
-
Curiosa herencia – apostilla
-
¡Mi padre, mi
padre!, ¡joder!, y para colmo me juró que había amado mucho a mi madre, supongo
que a su manera. Me dijo que eran dos amores diferentes, que no se
interfirieron nunca
Julián abre su cartera y saca una foto destrozada por el
tiempo.
-
La llamé María, tu eres el primero en saberlo
Luego abre la carta y le muestra emocionado la foto del folleto.
-
Es ella, Bolilla, es María, mi María, estoy seguro
Bolilla coteja las fotos y mueve la cabeza corroborándolo.
-
¿Vas a escribir realmente sobre ella?
-
¿Crees que debo despertar de mi hechizo?
-
Desde luego. Y
no lo harás por tu padre, te lo debes a ti mismo
Vuelve a saltar Lápiz a escena. Lanza una mirada felina a
Julián, entrañable a Bolilla y se centra en Don Manuel y en el médico, Don
Luciano, y su ayudante Manolín que andan renqueando por el último tramo.
Don Luciano corona sus más de cien kilos soplando con el
corazón desbocado mientras Manolín se
vanagloria de su juvenil vitalidad.
Le da una pastilla con rapidez a la vez que grita a los
camilleros, dos nenes a los que parece pesarles el culo. Suben al fin y
arrastran a los dos monaguillos con ellos.
El monaguillo moreno ríe, el rubio
por nada del mundo se acerca a Julián aunque allí nadie puede moverse
porque ya no coge ni un alma. Al cura hay que bajarle pero la camilla no puede
abrirse.
-
¡Una manta, le bajaremos con una manta! – grita Don
Luciano y salen los monaguillos a la carrera
a buscarla y Lápiz tras ellos con un afán encomiable
Al sacristán, que ha subido a ayudar y asoma la cabeza como
una bicha, le empujan en la carrera y cae escaleras abajo. Es un caos. A los
gritos de Lápiz y la algarabía de los monaguillos, el lamento del sacristán que
cree haberse roto una pierna, se une el vozarrón de Don Luciano y el cacareo de
Bolilla. Julián mira y calla, y sisea a Mariano para que guarde algo de
compostura.
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