juanitorisuelorente -

viernes, 3 de febrero de 2012

LA FOTO


Julián se confiesa a Mariano. (Mariano es ese personaje que le ha inspirado infinitas veces, portavoz de infinitos cambios de ánimo, de infinitas historias reales y no tanto, propias y ajenas).
Julián se confiesa a Mariano, también está al margen como no queriendo involucrarse, pisando terreno pantanoso sin manchar de barro sus zapatos, abriendo su alma pero guardando algo por si acaso. 


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-          ¿Crees, Mariano, que baste con arrepentirme?
-          De arrepentidos ya está el mundo harto, Julián,  pero algo es algo – me contesta enfundado en un rol que aún no he pensado

-          ¿Con contar todo lo que ya sabes?
-          Que yo sepa todavía no sé nada
Me mira, le miro, no sé qué decirle.


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Cree de ley asomarse a una postal de su ciudad, “no hay que renegar de las raíces”, se recuerda siempre, aunque sea un lastre para una literatura de masas, un trasfondo nada sugerente para cualquier trama efectista. Es un lugar monótono y nada romántico, un lugar rugoso y abrasivo, baúl sin embargo de sus deseos, de su memoria.



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-          ¿Recuerdas el caso de las aceitunas? - le digo
-          Fue uno de mis mejores, sin duda
-          Por ahí quiero entrar, ahora sería incapaz , no sé el porqué
-          La edad limita el trasiego y la mente va a remolque
-          Ya sé, ya sé



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Julián salta la reja sin dar cuenta a nadie y sube de dos en dos la escalera circular que le lleva al campanario de ésta iglesia centenaria. Mariano, que le espera arriba, ríe de verle con la lengua a rastras.
-          Ya no estás para estos trotes, Julián
-          No me toques los güevos, Mariano – le responde casi ahogado
La ciudad se transforma, esconde su cara acicalada y muestra su plano diáfano de guirnaldas, sus reductos más íntimos y desaliñados. Al fondo los cerros rotos, los primeros olivos, borde de un manto verde, infinito.



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-          ¿Ves, Mariano?, en aquella casa de dos plantas encontraste el cadáver de la rubia, y allí, ¿ves?, en una esquina de aquella plazoleta, está tu oficina
-          No la reconozco, la verdad
-          Haz memoria, conoces palmo a palmo la ciudad, sólo tienes que retroceder medio siglo, descender la calle Silera desde tu casa y en la esquina con la calle Colón verás el cartel de tu zapatería sobre la puerta de cristales: ZAPATERÍA MEDINA, una tapadera perfecta para tu gran pasión, investigador privado
-          Ahórrate los detalles, sólo digo que ahora no la reconozco
-           La ciudad ha cambiado, yo he cambiado – suspiro con hondura
-          Y yo rondaré probablemente los 118 años – ironiza Mariano con una pregunta obligada en sus labios
-          ¿Que qué estás haciendo aquí?, pronto te pondré al corriente, ningún caso que reclame tu perspicacia o sí, quizá sí
-          ¿Y no podrías traer a María?, me aburres
-          No seas gilipollas



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Un monaguillo rubio, espigado y pecoso, aparece en el campanario y le da a Julián un susto de muerte. Ha subido la escalera, presuntamente, al galope y no puede casi articular palabra.
-          ¿Qué hace usted aquí? – tartajea entre profundas aspiraciones y espasmos
-          No te asustes, chico – Julián intenta calmarle todavía con el corazón agitado -  sólo estoy mirando la ciudad y hablando con mi amigo
-          ¿Con quién? – aúlla el rubio rotando la mirada una y otra vez en aquella superficie de poco más de dos metros de diámetro
Mariano se da cuenta de la metedura de pata y sonríe mientras Julián intenta justificarse. El rubio duda entre enfrentar la situación o bajar las escaleras de cuatro en cuatro.
-          Me ha dicho el cura que baje usted – acierta a decir con claridad – para subir hay que pedirle permiso
-          Dile que me perdone, por favor pídele permiso en mi nombre – dice Julián con solemnidad – no, no, mi intención no es tirarme, ¿eso cree?, dile mejor que necesito inspirarme, que sólo necesito este maravilloso paisaje para inspirarme
El rubio recula y está a punto de despeñarse. Julián intenta cogerle y sólo logra que salga como perseguido por el diablo.



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-          No he escogido éste lugar al azar, Mariano. Aquí, hace tiempo, viví un sueño muy revelador. ¿Crees en la reencarnación?
-          ¡Hombre!, dadas las circunstancias, pues sí, no me queda otro remedio
-          ¿Ves?,  en esa escuela frente al ayuntamiento estaba el castillo, ¿recuerdas a Pepón? – divago sin ton ni son
-          ¡Hombre!,  “Pepón” me soplaba mucha información a espaldas de “Cohete”. Es mi mejor amigo. ¿Qué le ha ocurrido?
-          Nada, no te preocupes, sigue vivo y coleando en mi memoria
-          Te hemos dado mucho chance juntos, podrías traerle, él era realmente quién...
-          No, no, vendrá en cierto modo. Tú asumirás su papel. Yo haré el tuyo, por una vez yo seré yo
-          ¿Vas a quitarte la máscara?, ¿para qué?, ya me tienes a mí para eso
-          No sé quién soy, Mariano, llevo años viviendo perdido. Creo que hubo un tiempo en que fui normal, una persona como tú
El cielo es como un pliego azul, sin una mancha; el perfil de los cerros, garabatos de un niño.
-          ¿Sabes que mi mujer está a punto de dejarme..., que quizá ya se haya ido..., que va a llevarse a la niña?..., ¿sabes que amigos quedan pocos..., que ya no me quedan?
-          ¿Cómo voy a saberlo, Julián?. Estoy soltero, no sabría aconsejarte y de amigos, ya sabes
-          Estoy cerrado, Mariano, tanto que no logro verme; me he cegado con mis libros y lo he pateado todo alrededor, lo de mi mujer no tiene solución, ya viene de lejos, me importa aunque sabré superarlo pero no logro centrarme, no sé qué escribir y eso no, eso sí que no
-          Has escrito demasiado, Julián, demasiado sobre lo mismo. Tienes tu público pero también existen otras cosas. Tú no me sacaste de ésta ciudad pero me enseñaste a estrujar los libros, el mundo está en ellos, un mundo que no se está quieto, que es como una bola de nieve que no para de rodar y crecer



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Julián lo sabe pero le cuesta reconocerlo; Mariano ha sido una mina a cielo abierto, un hallazgo tan poco imaginativo como efectivo en las ventas. Toda su literatura ha girado en torno a él y cuando quiere evitarlo no puede o no sabe hacerlo. A lo mejor nunca ha sido un buen escritor y lo descubre ahora que necesita demostrárselo a sí mismo.



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Miro a lo lejos sin mirar nada.
-          Tengo un encargo – digo con gravedad – bueno, no realmente un encargo, es un reto, quizá no demasiado importante después de lo que hemos vivido juntos pero sí muy importante por eso mismo. Es diferente, algo que no disfruto, o sí, porque me hace pensar. Lo nuestro nacía sin esfuerzo, sin guión previo, pensaba en ti, recreaba mi pueblo de niño y desvirtuaba a mi antojo cualquier suceso que aparecía en El Caso. Era fácil, como un fruto que sólo tienes que agacharte a cogerlo. Esto no, hay un patrón pero no es una historia, hay que crearla y no logro dar un paso firme, es otra época, reciente pero que no he vivido, y personajes reales, tres personajes como tres caminos a seguir, también una mujer – suspiro -  un personaje anónimo, enigmático
Mariano queda pensativo. Yo resoplo, liberada parte de mi carga, y enfoco un paisaje distorsionado para centrarme en la densa humareda de dos cerámicas que se entrecruza creando  divertidas formas. Río y espabilo a Mariano de su hipnosis.
-          No sé qué hago aquí – susurra pesaroso – no te diré nada que no sepas
-          Para empezar me das compañía y eso no puedo pagártelo  
Sé lo que le ocurre, le conozco bien, no le gusta verse relegado, pero yo me cuestiono y me aguanto, cada palo que aguante su vela.
-          ¿Y qué es eso, esa base de la que debes partir? – me dice, sé que sin ganas
-          Una foto, Mariano, una foto



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Julián oye un tropel de voces y pisotones en el hueco de la escalera y se asoma.
Mediada la subida ve varias manos aferrándose a la baranda de obra y una de ellas con la inconfundible manga negra. Es Don Manuel, el cura, que grita y los monaguillos que detrás de él  le empujan ayudándole a subir.
Don Manuel está gordo, muy gordo. Se le sale el corazón cuando cruza de punta a punta el plano a nivel de la iglesia y en ésta escalera de caracol, claustrofóbica, de cincuenta escalones sin un sólo rellano, está a punto de saltarle en pedazos.
Julián le conoce, le casó, bautizó y dio la comunión a sus hijos, tuvo una estrecha relación hace años cuando censuró abiertamente uno de sus libros en que Mariano desvelaba el enigma de las decenas de nichos de recién nacidos que hay en los sótanos de la iglesia, poniéndole nombre y apellidos a las madres, ficticio claro, y a algún padre,  es un cascarrabias, está anclado al tronco más radical  de la institución, y lo demostró de la manera más inexplicable: voceando en su púlpito como un verdulero.
Al final se dieron la mano, una mano fría y fofa, y se ofrecieron una falsa sonrisa. El libro estaba publicado y tuvo que tragar aunque siguió alentando a los fieles a apretujarlo al ostracismo. Logró el efecto contrario porque la fibra más sensible y a la vez punzante de la gente está en el morbo y, como en este caso, en destapar la olla de un pasado vergonzoso.
La novela fue un éxito aunque no ha sido, ni de lejos, uno de sus mejores casos.



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En el bolsillo de la camisa tengo doblada la carta.
Saco el folleto del interior, lo abro y vuelvo a leer las bases del certamen, vuelvo a mirar la foto impresa, observando gestos, a la modelo, impávida, cabizbaja, hermosa, a los pintores, expectantes, pacientes ante su amigo, un maestro en plasmar  la sencillez más realista. Me recreo en el claroscuro del estudio, en el diván, en los trajes de época, en la fijeza del maestro buscando el plano perfecto, y pienso en el maravilloso doble sentido de la foto, en esa foto que muestra los entresijos de la verdadera foto para ser ella en sí el más importante y valioso documento histórico. Entonces vuelvo a pensar en el verdadero motivo que me ha traído aquí, a éste campanario de ésta ciudad, mi ciudad, que a lo mejor no es la que debiera ser pero sí la que siempre ha sido y quiero que siga siendo.
Mariano frena en la modelo, le encantan las mujeres, siempre ha sido un salido, por eso no le he casado, bueno, reconozco que también porque yo ya sé lo que es estar casado.
-          El tiempo se detiene en el estudio del pintor granadino  Jose María Mezquita mientras observa junto a Jose Mª Rodríguez Acosta como Arturo Cerdá, inclinado tras su cámara fotográfica a la modelo; ella posa sentada en un diván, desnuda, cubierta con unos velos ... – lee y se eclipsa de nuevo – ... me recuerda a María
-          Quizá lo sea..., puede serlo... – me animo al verle involucrarse
-          ¿Para qué? – me corta – que diga me recuerda no quiere decir que desee que sea ella en otras circunstancias
-          Podría ser otro bonito principio para una historia; ella podría ser tu hermana, una vecina, o un amor platónico como consecuencia de las sesiones de pintura y fotos en el estudio de tu maestro Jose María, donde trabajaste hasta los doce años
Me estoy mintiendo y sonrío.
-          ¿Eso es lo que tienes?, joder, Julián, no logro digerirlo. Quieres quitarme de en medio pero no me sueltas, quieres huir de mí y te acercas con los brazos abiertos; yo te ayudaría, ya sabes, por ti haría lo que fuera, te lo debo todo, pero tengo mi prestigio, no puedo exponerlo en una aventurilla sin ninguna garantía de éxito
-          El acomodo es un cáncer siniestro – resoplo
-          El acomodo es una cama tras un largo viaje, como un botín de guerra, un tesoro para el conquistador. Yo me lo he ganado, ¿qué sentido tiene volver a andar lo andado?
-          La disyuntiva es la misma, yo tampoco lo deseo pero sí lo necesito
-          Es un terreno farragoso..., no tienes por qué hacerlo
Espero. Estoy un momento en silencio antes de continuar.
-          Tengo la historia, he pensado mucho en ello, no una historia al uso ni esa tontería que te acabo de decir, ni necesito tu presencia en ella, y sí la mía. Es una historia sobre los entresijos de una historia, como la foto, como plasmar la cotidianidad, lo natural o absurdo que conlleva a veces crear una historia
-          Vas a volverme loco
-          Cerdá fue un genio en eso, en plasmar la cruda realidad, mostrarla sin palabras. Sus fotos hablan, no hay paisajes hermosos y deshabitados, hay personas en ellos, familiares, amigos, personas laboriosas y empobrecidas, todas amoldadas a su suerte, retratos fidedignos, sin poses risueñas; él percibía la belleza en el devenir cotidiano de las gentes y lo copiaba sin interferirse, pero no en ésta foto y es lo que me hace pensar, no sé si me entiendes
-          Pues no, la verdad
-          Tengo la historia y de algún modo estoy presente en ella, por eso debo escribirla, y debo estar presente, quizá sólo como escritor, tal vez como protagonista indirecto, eso espero, y contigo Mariano, mi buen y único amigo cerca, sólo por si acaso
-          ¿Y quién necesita verte?, un escritor es lo que escribe, ¿a quién le importa el resto,  tus problemas, si te abandona tu mujer, si estás deprimido y solo, si no tienes a nadie?
-          Algo tira de uno y obliga a regresar a esa puerta que quedó cerrada
-          Lo pasado pasado está para lo bueno o lo malo
-          Aún no lo entiendes, busco un clavo ardiendo, un motivo que me haga desistir de la idea macabra que ronda en mi cabeza, también del deber que me he impuesto,  y necesito verme, ver si queda algo que salvar, mostrar la bondad o la miseria que encierro, crear mi aciago personaje, vivirlo o mostrarlo,  intentar averiguar qué o quién soy, en qué me he convertido, si mi vida merece la pena
-          Creo que has olvidado vivir. Vivir, Julián, así de simple y de terrible  – dice mirándome con una pena muy honda – vivir, Julián, vivir  



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Don Manuel asciende al campanario bufando como un toro. El monaguillo rubio que está blanco y ojeroso después de dos subidas extenuantes se escuda en él  porque no ve el tema muy claro, por el contrario el otro, un jovenzuelo moreno y pequeñajo, ríe tomándolo a guasa.
Don Manuel acompaña cada sílaba de una ventisca disonante y un genio de mil demonios.
-          ¡No, no, no lo harás en mi iglesia!
Julián percibe el color amoratado de sus párpados, la cara roja como un tomate e intenta calmarle. Intuye que está a punto de darle un síncope. Ha dejado de gritar y es mala señal. Julián agarra sus brazos abiertos y le abraza para sentarle. Forcejean y el rubio huye escaleras abajo temiendo lo peor. El moreno mira y calla. Mariano tampoco dice una palabra. Al fin logra sentarle y le abanica con la carta. No es suficiente. Parece algo serio.
-          Corre y avisa al médico – le dice al chico moreno
-          Don Manuel ha avisado a los municipales – grita el rubio a una distancia prudente – no tardarán en llegar
-          No, el médico, el medico – grita Julián
-          No vas a hacerlo en mi iglesia, en mi iglesia no, en mi iglesia no – sigue resoplando el cura
El monaguillo moreno sale a la carrera,  el rubio mira de lejos.
-          ¿En serio has subido aquí para tirarte? – le pregunta Mariano
-           No - responde Julián – eso sólo era un posibilidad, un último recurso; también un reclamo
-          ¿Cómo dices? – pregunta el cura con un hilo de voz
-          No le hablo a usted, es a Mariano
-          ¿Mariano, qué Mariano?
-          Sí, Mariano. Le conoce. Fue  quién destapó el tomate, el personaje de todas mis novelas, hoy mi mejor y único amigo
Don Manuel apoya la cabeza en la baranda de piedra  y afloja sus brazos, el rubio baja unos cuantos escalones más por si acaso.


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-          De todos  los ingredientes sólo falta la historia – me insiste Mariano
-          La historia, sí, claro – digo regresando a lo mío – La tengo aunque no sé, no sé..., por otra parte ¿qué puedes decirme para que no intente lo que quizá también he venido a hacer?
-          Ya sabes que no me gustan los finales tristes. Que yo recuerde a ti tampoco
-          Te mentiría si no te dijera que tengo un as en la manga, que al mismo tiempo estoy a verlas venir
-          ¿Lías más la madeja?, ¿estás sin estar, quizá lo hagas sin hacerlo, tienes una historia que no es una historia?
-          Sí, tranquilízate. ¿Conociste a tu padre?
-          ¿Mi padre? – se desespera -  no recuerdo que ese dato haya aparecido, o sí, sí, levemente en la primera o la segunda novela, decías que era un maltratador, que destrozó la vida  a mi madre, que marcó mi agrio carácter y mi aversión a la figura del padre, de cualquier padre
-          Algo así. Creo que es hora de conocerle. A él no te importará cederle el puesto
-          Sigues sin alejarte de mí
-          ¿Acaso crees que puedo?, ¿crees que no lo intento?, no es fácil, ese es el verdadero problema, has sido todo para mí,  tanto que cuando he regresado a mí no logro centrarme, estoy tan disperso que no logro unir mis trozos
-          ¿Y quieres tirarte para que alguien ponga cara a tu nombre?
-          Por una vez yo podría ser yo aunque ya he dicho que sólo es una posibilidad y que tiene un doble sentido
-          Y bien, mi padre, ¿qué pasa con mi padre?
-          Tu padre es el personaje central de ésta historia, el personaje para el que construiré una trama, una trama real, una historia real que sólo bulle por el subconsciente, una historia intemporal, hermosa, absurda, terriblemente hermosa y absurda



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Lápiz y Bolilla hacen buena pareja. Quince años pateando las calles han logrado, como en la obra cumbre cervantina, que dos físicos tan dispares y atípicos sea imposible imaginarlos por separado. Ambos son solteros e inseparables en su vida privada  para mayor énfasis en el concepto pareja.
Julián les conoce desde siempre, por eso no le sorprende  sino le alegra – ya le había avisado el rubio – ver a Lápiz entrar en  escena dando un salto como un galgo al coronar el campanario mientras Bolilla anda  por los primeros escalones resoplando.
Lápiz no es tan efusivo con Julián y frunce el ceño al ver K.O. a Don Manuel sopesando al tiempo sus dos facetas posibles,  y acorrala e intenta reducirle antes de que también le ponga a él patas arriba.
-          ¿El cura está vivo o muerto? – grita con la mano hurgando en la funda de la pistola – ¿El cura está vivo o muerto?, ¡Eh, eh, eh!
-          No te equivoques, Lápiz – gruñe Julián intentando en vano zafarse de aquel esqueleto con uniforme
-          No ha sido él, le ha dado un ataque – dice el monaguillo rubio y pecoso asomando la cabeza pero con el cuerpo mirando para el otro lado
Lápiz frena su ímpetu, mira con algo de asco a Julián – el normal – y se acerca a auscultar al cura. Don Manuel tiene los ojos abiertos y no puede mover un músculo.
-          ¡Joder, joder, joder! – grita Lápiz dando dos o tres vueltas sobre sí mismo - ¡Un médico, un médico!
-          Ya, ya, ha ido a avisar el monaguillo – le dice Julián dándole unos golpecitos en el hombro - ¿Y Bolilla?
Bolilla está llegando pero de qué manera. El rubio le ayuda a coronar, saluda acongojado y maniobra para sentarse al lado del cura. Tiene los párpados amoratados, la cara roja como un tomate; quiere hablar pero sólo sopla, sopla, sopla...
-          ¡Otro médico..., un médico, joder, Bolilla, joder, joder!, ¿tú también? – se desespera Lápiz y corre escaleras abajo porque no se fía del monaguillo moreno que es su primo y sabe que se emboba en el escaparate de la esquina mirando los juegos para la Play
El monaguillo rubio recula.
-          Dios mío, Julián – revienta Mariano – esto es para partirse el culo


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Apoyo los codos en la baranda de piedra,  saco medio cuerpo fuera meciéndome, mirando a plomo la alfombra empedrada donde podría estampar mis sesos si llegara el caso.
Mariano se acerca y me codea.
-          No lo hagas, Julián, morir es demasiado fácil  – me suplica
-          No sería capaz – digo volviendo adentro, a pisar terreno firme – creo que sólo lo he dicho como acicate para lo otro, ya sabes, tenía que asustarme por si movía algún resorte oxidado
-          No lo necesitas, donde ha habido algo quedará
-          ¿Tú crees?
-          ¡Hombre!, eres Julián Sánchez, el creador de Mariano Medina, ciento diez novelas que se han vendido como rosquillas, a lo mejor no en el ámbito deseado pero sí a pie de calle, en el boca a boca, sin artificio, anegando la comarca, la imprenta de Manolo sin parar de hacer ediciones y Josico, el loco, vendiendo de puerta en puerta, y de eso, Julián, no puede presumir cualquier escritor por muy bueno que sea. Se escribe para vender y les has dado un buen baño
-          Si, ya, pero...
-          Quieres enterrarte y regresar reencarnado en no sé qué cosa, no puedes, Julián. Julián Sánchez sólo puede ser Julián Sánchez, no engañarías a nadie
-          Ya veo que yo tampoco he picado el anzuelo...., ¿entonces, tu padre...?
-          Déjale, era un maltratador, mejor no resucitarle
-          Pero no puedo. No me place resucitar a los muertos pero en éste caso no tengo otro remedio, todo está relacionado, todos estamos involucrados, pero ¿qué hacer?, tengo dos opciones, una ligada al azar, y otra que no quiero ni pensarla
-          El número ciento once me gusta, hace tres meses que no publicas nada, piensa, no te será difícil, para qué marearte
-          No. Voy a alejarme de ti por un tiempo pero no me iré del todo, estarás sin remedio cuando hurgue en mi pasado, no es fácil destapar el pasado para nadie, más si es doloroso, por eso necesitaba pensar, encontrarme contigo, buscar un motivo para atraer a mis principales personajes, a los reales porque es a la realidad a la que debo enfrentarme
-          ¿Quiénes?, ¿éste guirigay?
-          Os necesitaba; pobláis el intríngulis de mi vida, la necesitaba incluso a ella, a ese amor enigmático, ese amor que aún hoy cosquillea en mi corazón
-          ¿Viva?, ¿está viva? – pregunta jubiloso
-          No te alteres, sólo en cierto modo



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Bolilla parece despabilarse.
Bolilla es la antítesis de Lápiz. Es un tipo tranquilo, afable, bonachón, defensor del orden si se deja; recto, íntegro, inflexible en su profesión en la medida en que pueda  serlo pero sin meterse con nadie, pasando siempre de soslayo, sin profundizar en los temas que de eso ya se encarga Lápiz y su afán belicista. Es feliz y procura hacer a la gente feliz para así ser, si cabe, más feliz.
Sólo a veces  es gruñón y  tiene fobia a los curas  aunque Don Manuel sea caso aparte, “Éste tiene de cura lo que yo de municipal”, suele decir cuando llega su hermana Felisa  cachonda del confesionario (dos o tres veces por semana). Le aprecia aunque sólo sea por ver a su hermana, “La Machorra”, la llama con cariño, un ratito feliz.
Por eso da un respingo al ver la sotana, pero se relaja al ver quién la habita.
-          ¿Qué le ocurre? – le pregunta a Julián – tiene la boca torcida
-          No sé, han llamado al médico
-          ¿Y tú, qué haces aquí? – pregunta comenzando a recordar el motivo de su nefasta escalada – nos llamaron diciendo que pensabas tirarte
-          No, no, eso era antes, ya no
-          Mejor, despanzurrarse es absurdo, debes tener paciencia, todo llegará por su propio pie –  dice con cachazas, luego pone cara de alucine y pregunta: ¿Y para cuando la próxima novela?, ya he desollado la última, amigo, las he comprado todas, bueno, sin más remedio que hay que ver lo pesado que se pone “Josico el loco”, no, en serio, me gustan
-          Gracias
-          Aunque para los municipales más tontos de la galaxia, “Cohete y Pepón”, sé quienes te hemos servido de modelo, y sé que a Don Antonio el cura le tengo aquí sentado a mi lado, y que Mariano Medina eres tú calcado, vamos, sin dudarlo, y María, ¿María?, ahí es donde no me cuadra..., porque ella no es tu mujer ni de coña
-          María, María – suspira Julián alejándose por el matorral de la memoria
-          ¿No será aquella de la foto, aquella que me enseñaste hace años, que no se le adivinaba la cara, que estaba desnuda y de buena que te cagas?
-          La foto, la foto – recuerda Julián extasiado, perdido en el horizonte – esa foto, Bolilla, que me enseñó mi padre antes de morir. Estaba solo con él en su lecho de muerte y me pidió que abriera su cartera y se la mostrara, quería verla por última vez, me dijo que estaba enamorado de ella
-          ¡Vaya con Don Anselmo!
-          Era un amor platónico del que no pudo o no quiso zafarse, esa foto, me dijo, era como una alfombra mágica que le llevaba a los recónditos lugares de sus sueños. Se obsesionó con ella aunque nunca intentó averiguar quién era, aunque nunca supo su nombre.  Mi padre fue un maltratador, Bolilla, un hijo de puta que obligó a mi madre a suicidarse, quién marcó mi vida para siempre, aquel a quién mato en cada entrega, a quién pateo las tripas en cada novela. Ahora debo resucitarle, resucitar un amor que también a mí me ha hechizado..., que sigue vivo en mí, un amor que no pasa ni un solo día en que no le dedique un pensamiento
-          Curiosa herencia – apostilla
-           ¡Mi padre, mi padre!, ¡joder!, y para colmo me juró que había amado mucho a mi madre, supongo que a su manera. Me dijo que eran dos amores diferentes, que no se interfirieron nunca
Julián abre su cartera y saca una foto destrozada por el tiempo.
-          La llamé María, tu eres el primero en saberlo
Luego abre la carta y le muestra emocionado la foto del folleto.
-          Es ella, Bolilla, es María, mi María, estoy seguro
Bolilla coteja las fotos y mueve la cabeza corroborándolo.
-          ¿Vas a escribir realmente sobre ella?
-          ¿Crees que debo despertar de mi hechizo?
-          Desde luego.  Y no lo harás por tu padre, te lo debes a ti mismo

Vuelve a saltar Lápiz a escena. Lanza una mirada felina a Julián, entrañable a Bolilla y se centra en Don Manuel y en el médico, Don Luciano, y su ayudante Manolín que andan renqueando por el último tramo.
Don Luciano corona sus más de cien kilos soplando con el corazón desbocado mientras Manolín  se vanagloria de su juvenil vitalidad.
Le da una pastilla con rapidez a la vez que grita a los camilleros, dos nenes a los que parece pesarles el culo. Suben al fin y arrastran a los dos monaguillos con ellos.  El monaguillo moreno ríe, el rubio  por nada del mundo se acerca a Julián aunque allí nadie puede moverse porque ya no coge ni un alma. Al cura hay que bajarle pero la camilla no puede abrirse.
-          ¡Una manta, le bajaremos con una manta! – grita Don Luciano y salen los monaguillos a la carrera  a buscarla y Lápiz tras ellos con un afán encomiable
Al sacristán, que ha subido a ayudar y asoma la cabeza como una bicha, le empujan en la carrera y cae escaleras abajo. Es un caos. A los gritos de Lápiz y la algarabía de los monaguillos, el lamento del sacristán que cree haberse roto una pierna, se une el vozarrón de Don Luciano y el cacareo de Bolilla. Julián mira y calla, y sisea a Mariano para que guarde algo de compostura.

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