juanitorisuelorente -

viernes, 31 de diciembre de 2010

JANITO


OTRO FELIZ AÑO NUEVO

Pensar que del 31 de diciembre al 1 de enero cambia algo –salvo los precios- es de ingenuos. Ingenuidad que, dada, hace un balance ilusorio donde la superficialidad se hace ama y señora del deseo.
“Lo pasado pasado está y para lo que venga aquí estamos” es un lema interior tan viejo como el mundo y que en mis treinta años de autonomo en mi profesión he vivido como unas treinta veces.
Nunca se espera que lo nuevo sea peor por mal que se deduzca, o incluso se tenga la completa seguridad.
La ilusión es una realidad futura. Un arma que nos tranquiliza. Un paréntesis entre el dardo y la diana donde la fe nos tiene.
Pensar en mañana no es malo si lo de hoy no queremos ni pensarlo. Aquel que esté a punto de caer intentará agarrarse a algo aunque sea a una utopía.
Soñar aún sigue siendo un don o un sufrimiento muy barato.
Que lo real es esto, que hoy nada tiene solución, que el pasado es como una nefasta u negra sombra, que no se ve luz a dos pasos, que no es lógico ni humano seguir soportando lo insoportable –cada uno en su escalón debido-, sí, pero qué hay de ese bebé pillo que pugna por salir a patadas de su madre muerta, de ese niño que veremos crecer aunque sea riéndose de nuestras desgracias en nuestras mismas narices, de ese otro adulto, llámese 2011 o como se llame, que tendrá sólo un año para ser venerado o repudiado hasta desaparecer.
Veremos a ver, que seguimos diciendo todos medio ciegos.

domingo, 26 de diciembre de 2010

LOS NOMBRES CORRECTOS

¿Soy pesimista porque sé de lo que digo?.

La felicidad tropieza
en su sencilla necesidad,
la risa, que no hay,
y ella sola se censura.

Es una sensación curiosa
intentar ver en vano
lo que ya he visto antes,
indagar en lo repetido
como conduciendo en dirección contraria.

¿Qué es necesario atender si se está solo,
aparte de lo elemental, pongo por caso?.

El caso es que nada tiene que ver contigo.
Ni contigo ni conmigo.

DE MANERA

Por su manera de existir
permanece,
y yo no le voy a decir
que así no vive, parece.

El miedo inconcreto
está arriba
y abajo la salida
que no hurga en su secreto.

Poco a poco,
de una vez por todas,
que me dice, le digo loco
a solas.

BOLA DE NIEVE

En navidad –no sé el porqué- miramos con ojos para adentro. No sé si reflexionamos sobre algo o no pero al menos esa mirada incisiva y cansina nos hace pensar con voz de dios y diablo en razones que importan de todo mucho, en sinrazones, si siguen sin importar de mucho nada.
Un año más, con más o menos, que descubrimos al ser lo mismo.
Y otro seguido que parece que atiende.
Y vamos a ver.

jueves, 23 de diciembre de 2010

JANITO


HORIZONTE DE GRANDEZA

Has perdido la alegría.
Se fue de la mano de alguien distinto.
Ese que quiere de ti la huella en lo absurdo
te lleva a su realidad silente,
a su razón de vida.
Ese que te quiere preciso,
indemne al recordarte,
mudo al ensañamiento,
te lleva abrigado
de futuros mañanas.
No sufras por ti. Por tu larga sombra.
Nada te obliga a arrastrar
lo definitivamente insostenido.
La relación en la distancia se diluye,
ya no son estos tus ojos.
Olvida así, sin más, lo descompuesto
y ve al tiempo prometido.
Se ya sólo tuyo.
Se ya sólo ese que navega solo, sin memoria.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

POETAS

Que hay muchas más personas que escriben poesía que personas que la leen habitualmente o compran incluso libros creo que es un tema que no tiene discusión alguna.
La poesía suele ser un muestrario más o menos sintetizado de los sentimientos de su autor, un fiel oído donde desahogan silencios, testamentos para uno o varios, donde delegan verdades despeñadas, muy pensadas, autenticas rarezas, verdades del montón.
La poesía para la mayoría son sólo impulsos que tienen como fin escuchar su propia voz, o como mucho mostrarla tímidamente, con escasa intensidad.
Escribirla como afición tardía es otra cosa.
Con los años lo autentico traspasa su propia frontera, anhela nuevos horizontes, ya no sirve lo guardado como tal, busca explicarse, opinar y ser opinado. Con los años los sentimientos se desangran como heridas abiertas. En ellos, como ecos, los viejos silencios anudan y anudan deseos, recuerdos, en su ansiosa fuga hacia la luz, hacia una nueva vida.
Escribirla como poeta la crea engrandecida, y necesita público, voces que la repitan y la recuerden. Llámense poetas los que despierten sensaciones, los que logren entrar en el mundo de lo nuestro.
La poesía siempre ha sido el hijo díscolo de la literatura, un hijo flacucho, a menudo enfermizo, ramplón, pero en quién sin embargo ha alcanzado, alcanza, su cumbre más alta la palabra.

lunes, 20 de diciembre de 2010

ARDE HÚMEDO

Ni una sola vez de tantas veces
ha sido suficiente.
No se ha colmado jamás de colmarse
la gana.
El vaso que la rebosa una y otra vez
vuelve a quedarse vacío
y no deja restos de líquido derramado.
Curioso éste fuego que provoca humedades.
Que arde y arde húmedo
hasta mojarnos encendidos.
Que nos deja rendidos,
exhaustos, muertos,
y aún así,
ansiamos pronto volver a provocarlo.

martes, 14 de diciembre de 2010

HUMOR QUE NO HACE NINGUNA GRACIA


METAMORFOSIS

No digas nada,
solo malgastarías tu existencia.
Pretendes restaurar el orden
que nos embriaga,
dulce como un pecado,
que nos hace crecer entre suelos
con vidrios rotos.
Nena, nada sobrevive aferrado al pasado.
Lo que buscas sirve como anestesia a un cuerpo sano,
de placer decente, concebido,
un rescoldo, sé, que todavía anidan tus huesos.
Cállate mejor,
no digas nada,
no desveles tu inocencia.
En las afueras de la ciudad luce ésta noche
ese clima de inquietud
que logra que el momento sea
una orografía inhóspita.
Déjate, si quieres, engañar por ese temblor efímero,
granuloso,
del desconcierto.
Los dieciocho son una edad proclive
a la curiosidad,
una mezcla de fascinación y hastío,
una forma de osadía.
Lo otro es una vida ya vivida,
un pasado ingrato, dependiente,
un reducto blando que celaba tu desnudez.
Por eso calla,
adhiérete a la duda.
El pudor de tus manos
será una presencia ajena.
Tu mente ebria de su destino,
tu mirada en la penumbra del horizonte,
así te imagino, con una mueca de triunfo
en tus labios,
anegada de ardor y luna.
Sal, nena, de tu exilio interior,
que rompa el iris tu mirada ciega,
tritura el pasado
y que caiga como arena
por los intersticios de tus dedos,
que quede inservible difuminado por la distancia.
Y no digas nada,
no hace falta,
préstame ahora solo una mirada neutra, sin matices.

(de "Olor a invierno", 2008)

lunes, 13 de diciembre de 2010

JANITO


RELATO: BLANCO Y NEGRO

Juan Angulo llega a su oficina exhausto. A su pequeña y vieja casa de la calle Obispo. No suele hacerlo pero repara en los montoncillos de tierra que destilan los desconchones de la pared de la fachada a ambos lados de la puerta de madera, descolgada, carcomida por la polilla, los años, las patadas para lograr abrirla. Las tejas del vuelo, algunas a punto de caer a la calle y que pueda haber una desgracia. Hoy está susceptible a esas cosas mientras respira hondo para recuperarse del cansancio por la caminata desde la vieja estación, más de un kilómetro en pronunciada cuesta, y busca la llave para iniciar el ritual hasta que la hoja abre lo suficiente y su corpachón logra acceder al interior. Empieza a anochecer. Son casi las nueve y María ya se habrá ido. “A su otro trabajo”, piensa con escozor en los ojos. Busca a tientas el interruptor de la luz y lo pulsa. Una de las cuatro bombillas de la lámpara proyecta una luz tenue y triste. Ilumina el corto pasillo que preside la puerta de cristales de su oficina. Juan Angulo se queda parado, pensativo, deletreando: “JUAN ANGULO DETECTIBE PRIBADO”, pintado en el cristal por su amada María, algo chapucero, reconoce por descoordinado, en nivel, en medida, por alguna falta de ortografía, pero entrañable por la fe y el amor que puso en hacerlo. Piensa con ansia en María, más al ver a su izquierda, en el dormitorio, la cama desecha, en tantos días sin trabajo en los que se consolaban mutuamente, también en que así no podía pagarle el sueldo, que así no era plan, ni podían tener futuro, que con suerte había caído un trabajillo, que estaba en ello, un trabajo cansino, aburrido hasta la nausea, mal pagado, pero al fin y al cabo algo, y siempre mejor que nada. La puerta de cristales cruje. Y llega a un ángulo en la que se atranca en las baldosas y hay que subirla. Son pasos medidos. Pura rutina. Su corazón comienza a sosegarse. No está acostumbrado a tanta caminata, a tanta ni a nada, siempre al volante de su Ford Fiesta
aunque tuviera que ir a dos pasos. Pero el Ford dijo basta, lleva un mes en el desguace, y no le queda otra. “Suerte que el trabajo está en la vieja estación, a poco más de un kilómetro”, se consuela ya algo más relajado. Saca el medio Farias del bolsillo de la camisa que apagó al iniciar la cuesta y lo enciende al tiempo que cae crucificado a su sillón de madera. Llena sus pulmones de humo y de reojo mira el cerro de papeles que hay sobre la mesa. Son los papeles de siempre, muchos amarillentos, la mayoría arrugados de tirarlos al suelo una y otra vez al poner los pies sobre la mesa y agacharse a cogerlos con cabreo, sin ninguna sutileza. El teléfono parpadea bajo una carpeta con recortes de portadas de Interviú. Es un mensaje. Rebobina la cinta. Una voz conocida, fina como el maquillaje a una bestia, susurra con silabeo: “Señor Angulo, soy Maruja, mañana quiero que me muestre las pruebas de la infidelidad de mi marido, el nombre de esa guarra, su dirección, si está casada, to-do. No admito excusas. No le pagaré ni un día más, ¿está claro?”.
- ¡Puerca miseria! – masculla entre dientes
Aún no tenía nada. Llevaba una semana con el caso. Una semana de guardia en la vieja estación de tren. Acechar a alguien y pasar inadvertido no es fácil, gruñe para sí maldiciendo a la vieja señora, “fea, arrugada, esquelética, sin un mísero bultillo de carne donde agarrarse”, la define ahora con justicia y rompe en pedazos su molde prefabricado de diosa, de celestial mecenas, “es un mal bicho y tiene el justo castigo”. Lo supone, intuye que un tal José Ramírez estará por ahí en brazos de otra. Lo intuye porque aún no sabe nada, porque ni siquiera lo ha visto. El tal señor trabaja en una fábrica de embutidos a 15 kilómetros de la capital y va y viene en un tren de cercanías. El tren sale temprano, a las siete de la mañana, y no ve sentido ir a esa hora sólo a verle la jeta, sí a partir de las nueve, en horario de oficina, memorizando su foto por si es una de las miles de caras que desciende de las decenas de trenes que cruzan el andén, un tránsito que requiere una habilidad visual importante. Y ahora empieza a pensar que se ha equivocado. Ha optado por una vigilancia pasiva, entre otras cosas porque no va a emplear los treinta miserables euros de paga diaria en comprar billetes de tren y convertirse en la sombra del sujeto, en averiguar por qué no regresa a la capital en el tren de cercanías de las ocho y sí en el Rápido de las doce, en qué demonios hace después del trabajo, a qué brazos corre a refugiarse. Ha tenido que rugir la horrible señora para hacerle pensar. La experiencia es un grado que él, sabe, no tiene. Tiempo al tiempo, se dice siempre. Se hizo detective bajo cuerda por casualidad (fue mozo en un taller mecánico hasta matarse el dueño con su Mercedes y echar el cierre), animado por su abuela (que en paz descanse), por Juancho, su único amigo y dueño del “Malena” (pub que frecuenta para comer y beber whisky), y por María, una puta que le fiaba, entre otras cosas por su imponente físico, por su rostro rudo e inexpresivo, un matón a primera vista aunque sea incapaz de espachurrar a una mosca cansina, y sólo ha tenido tres casos con éste, los dos anteriores de infausto recuerdo. Algún día cambiará todo. Lo sabe. A la gente le ocurre. Él, se dice, no va a ser menos. Echa una cabezada con los pies sobre la mesa. El estómago le despierta a las diez. Es hora de visitar el “Malena”. Al levantarse está a punto de pisar los papeles desperdigados por el suelo y se agacha a recogerlos de malos modos.
- ¡Puerca miseria! – ruge
Juancho está que trina. El pub está vacío. Soplan malos vientos.
- Me debes más de tres mil euros – le recuerda a Angulo
- Ya lo sé, campeón. No te preocupes. Ha caído un trabajillo pero apenas para cubrir gastos. Ya caerá algo bueno, algo que me hará rico, y famoso
Juancho se siente culpable. Por él se hizo detective. Para eso deben estar los amigos.
Angulo se ceba con el whisky. Apenas tiene hambre, aunque da cuenta de las tapas que le pone Juancho a regañadientes.
- Estoy pensando en cerrar el negocio – susurra Juancho con una pena infinita, con la mirada perdida – el edificio está en ruina. El Ayuntamiento me ha mandado una carta. Tienen razón. Cualquier día se me puede caer encima
Angulo se encoge de hombros. Le recorre un escalofrío. Mira las vigas agrietadas, algunas rajas considerables en las paredes. Apura el whisky y finge tener prisa.
- El tiempo se nos cae encima, amigo – le grita Juancho cuando ya se iba
Ésta noche no puede dormir. De pensar en el trabajo, en la estrategia a seguir para conseguir algo, para ofrecerle algo a esa mala bruja, para intentar que le amplíe el plazo y así arañarle otros pocos euros. Debería levantarse a las seis de la mañana, le da repelús el pensarlo, y subirse a las siete a ese tren de cercanías, pegarse a ese tío como una lapa, apretarle la yugular si hace falta, obligarle a que hable, a que escupa sus fechorías hasta que se le seque la boca. Ríe. Podría inventarse un nombre y una dirección, y así estar mañana todo el día tumbado a la bartola, revolcarse con María. Pero no. Soy un profesional, se afirma con rotundidad, me engañaría a mí mismo.
El despertador retumba con estrépito a las seis de la mañana una y otra vez. Angulo intenta amoldar su sonido estridente al sueño en el que está confortablemente sumido pero es inútil. Llena entonces su mente de haberes y deberes, de vergüenza profesional, y se levanta. Medio adormilado se viste y revisa lo necesario: la libreta y el bolígrafo, la cámara digital, la pistola en el costado, bajo la chaqueta. Comprueba el cargador. No tiene balas ni falta que le hacen. Sería incapaz de disparar a nadie y así evita un accidente. No. La triste realidad y en lo que jamás piensa es que la compró en un “Todo a cien”, que es de pasta dura aunque da el pego. En el espejo intenta alinear la selva de sus cejas, se peina en un pispás, revisa su perfil, y sale. La noche aún coquetea con un amanecer que augura caluroso. Angulo no ha sido testigo jamás de ésta lucha crepuscular (al menos no la recuerda, ni de coña), que hoy ve como en butaca preferente descendiendo la ancha y larga avenida hasta la vieja estación de tren que queda debajo de su mirada como un pie de foto o una firma de éste paisaje progresivamente hermoso. Son casi las siete y camina al paso de varias personas que se dirigen al mismo sitio que él. Es tarde. La mayoría fuerza el paso. Debe darse prisa. Pero correr le ahoga. El vaivén de la carne en su pecho le provoca que el corazón se acelere, que vuelva a recordar lo vivido de primera mano en el infarto de su abuela, y como consecuencia que se ponga muy nervioso, que le empiece a faltar el aire, que empiece a bufar como un toro. Llega a la cola de la taquilla tan rojo y asfixiado que la gente se vuelve preocupada. No es nada, se dirige a una cara que reconoce entre todas como la de José Ramírez, se me pasará en un minuto. En el andén se oye la primera llamada. El tren espera. A Angulo le toca el turno y maldice el euro y cincuenta céntimos que se aleja de sus manos para siempre. Un pequeño papelito a cambio. Y subirse a un tren, como al tren de la bruja que lo subía su abuela en la feria. No se ha calmado. Subir a ese tren también le da algo de yuyu, además de estar algo inquieto por no controlar la situación. Debería pasar desapercibido y no que cada uno de los pasajeros de este grande y único vagón, como un gran autobús, lo define, le pregunte cada minuto si se encuentra mejor. Agradece los gestos pero se siente como un gorila en un circo. Y sopla al ver que José Ramírez le chista para que se siente a su lado. Lo analiza mientras se acerca. Le cae bien. Es un hombre bajito, rechoncho, pancho a primera vista, y feliz, con una sonrisa constante, como si las comisuras de sus labios las tuviese cosidas al rabillo de los ojos.
- ¿Se encuentra mejor? – le pregunta lo de todos
- Sí, sí, gracias, algo…, yo es que padezco del corazón, ¿sabe? – sigue nervioso y miente sin venir a cuento
En el andén se oye la última llamada. El tren se mueve despacio. Empieza a mecerse, a sonar su traqueteo incesante. Angulo se abraza al asiento de delante.
- No tenga miedo – le dice José con algo de guasa
Le cuesta pero se relaja. Pronto ve desfilar los primeros olivos, la ciudad encogerse a su izquierda. El viaje, de no más de treinta minutos, se le hace largísimo. No cruza con su compañero de viaje más de dos palabras y vuelve a mentirle cuando se interesa por su nombre, por su trabajo.
- Me llamo Juan…Pérez – dijo el primer apellido que le vino a la cabeza – soy comercial, pero hoy viajo por placer…, como turista, ¿sabe?
Las facciones risueñas de José, con toda seguridad, camuflaron una carcajada. No tenía Angulo aspecto de comercial, por atuendo, arrugado y de mercadillo, por aseo, creciente la aureola de olores variopintos, a sudor, a ropa sucia, a los eructos disimulados de un batiburrillo a whisky nacional, jamón y queso. Decreció el ímpetu de la sonrisa de José y pasaron el resto del viaje sin decirse una sola palabra. La bocina sesgó el lápsus incómodo al avisar que entraban al andén de Menbijar, un pueblo pequeño, sobre una loma. Descendieron cinco personas al andén. Angulo esperó unos segundos hasta verles marcharse y siguió a José a una distancia prudente. Pero algo no hizo bien, José se vuelve y tiene que disimular. Mira una nube solitaria y su forma de caballito de mar. La señala y ríe. “No desesperes, Juan, lo peor está hecho”, intenta animarse. Los cuatro van en grupo y toman un carril que bordea el pueblo. La fábrica está sobre la loma. Angulo se gira. Percibe que la fábrica está en línea recta a la estación, que hay un banco a la sombra en un porche lateral, un lugar ideal para sentarse y de paso hacer su trabajo. El sol ha salido con brío. Empieza a hacer un calor de escándalo. Angulo se despanzurra en el banco y ve pasar las horas lentamente, con los ojos como platos. Se distrae oyendo el ambular de los pocos viajeros que entran y salen de la estación, viendo pasar los trenes. Empieza a picarle el sueño. Ésta noche ha dormido poco y el cuerpo lo necesita. La última vez que mira el reloj marca la una del mediodía. A las siete de la tarde alguien le despierta con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¡Menudas visitas turísticas hace usted, amigo!
Le cuesta despabilarse. Y no se corta delante del fulano estirando sus huesos, bostezando, eructando, tirándose algún que otro pedo.
- ¿Quiere unirse a nosotros?, ¿le gusta a usted jugar a las cartas?, Pánfilo no puede quedarse y necesito un compañero
Angulo disipa la niebla de sus ojos y reconoce a su interlocutor como un tal José Ramírez, alguien a quién debería estar vigilando. Se pone en pie con esfuerzo algo avergonzado.
- ¿Que qué, que cómo? – trastabilla
José le pone al corriente. Está ciego con el tute. Todas las tardes después del trabajo él y sus tres compañeros de trabajo echan sus partidas en la estación de tren en un pequeño trastero que limpiaron para tal menester, y a las que se suma el jefe de estación a partir de las ocho, cuando es prácticamente nulo el tránsito de trenes. Pero hoy Pánfilo tiene que irse. Son las siete. Y el jefe de estación aún no debe escabullirse.
- ¿Las cartas?, no, no, ni pensarlo – rechaza Angulo la oferta viendo peligrar su dinero
De todos modos le sigue. José suplica a Pánfilo en el andén que se quede.
Angulo no puede creer que todo sea tan fácil. Está apoyado en la puerta de un trastero en la estación de tren viendo jugar codo con codo a José y sus tres amigos a las cartas con las visitas esporádicas del jefe de estación y da por resuelto el caso de la manera más absurda imaginada. Sólo le queda seguir con su rol de turista y echarles una foto de recuerdo para mostrársela a la vieja señora, no sin antes cobrarle lo acordado (siete días a treinta euros) y rogándole algún plus, de rodillas si hace falta. Los cuatro posan risueños y Angulo pulsa la cámara una y otra vez. Misión cumplida. El trabajo está hecho. Se despide de ellos y se acerca a la taquilla para sacar el primer billete a la capital. Pasa a las ocho. Un Expreso que viene de Madrid. Faltan quince minutos y mientras pasea por un andén solitario. De fondo oye las risas retumbar en el trastero, a dos niños jugar con una pistola. Su mano va como un resorte al costado y maldice los infiernos.
- ¡Puerca miseria!
Se dirige a los zagales como un oso enfurecido y les da el susto de su vida. Recupera el arma y la coloca en su sitio. Y se siente bien. Satisfecho del día, del resultado final inesperado, aunque se haya gastado tres euros en billetes de tren y no haya probado ni agua. Piensa en el “Malena”, en que va a dar buena cuenta de la despensa de Juancho. Y mata el tiempo paseando cerca del banco donde ha pasado buena parte del día, bajo la ventana del trastero donde un tal José Ramírez engaña a su mujer con otra. Ríe y pone oído. No le parece que hablen sobre la partida sino con toda claridad sobre un detective imbécil que ha mordido el anzuelo. Oye a José dar las gracias, pedirles que no salgan hasta que el “gigante baboso” se marche, que les pagará un taxi, que no se preocupen. Angulo tarda pero capta lo ocurrido. Tiene en su cámara la prueba para dar esto por zanjado. Aunque sea falso. Pero ha pasado por un imbécil y eso no le gusta. Mal empieza su periplo profesional si le engañan como a un chino (los otros dos casos anteriores no quiere ni recordarlos). Se debate entre la dejadez y el orgullo. Vence por K.O. olvidarse del tema. Entre otras cosas porque tiene hambre, y sed. Pero resurge algo en su interior que ha notado pocas veces, cuando su amigo Pedro le robó los cromos, recuerda con genio. No, no va a consentir que un engendro risueño se ría de él. Perderá el tren, y el euro cincuenta. Ruge. La bocina del Expreso retumba a lo lejos. Vuelve a maldecir el dinero perdido viendo entrar el tren al andén y marcharse a los pocos segundos. Se centra. Necesita barrer la mente de jilipolleces y tener actitud. Respira hondo. Luego bufa. Se repite una y cien veces que es un detective, un detective y no un gigante baboso e imbécil hasta que alcanza el grado necesario de motivación. Su arma es la sorpresa. Se escurre a uno y otro lado del lateral de la estación como una sombra. No tarda en llegar un taxi. A él suben los compañeros de José. José se despide de ellos y vuelve a entrar en la estación. Le parece raro. En la estación no hay nadie, tampoco en el andén. Supone que esperará a alguien. A él también sólo le queda esperar. No demasiado. A los pocos minutos llega un tren de la capital. Vigila el andén. No baja nadie. Su sorpresa es mayúscula cuando José sube a él de un salto. El tren se mueve. No lo piensa y le sigue. Desde los escalones, bien sujeto a los laterales con los codos, no puede evitar sacar la lengua al jefe de estación que le mira atónito. Luego levanta la cabeza y otea el largo pasillo del vagón. José camina lentamente y entra a un departamento. Angulo espera unos minutos antes de seguir sus pasos. La mayoría de los departamentos están a oscuras, vacíos le parecen, alguna persona percibe apenas. El traqueteo le marea y tiene que agarrarse al resalte de las puertas, a las barandillas de las ventanas. Se acerca al departamento donde entró José. Quiere ser prudente. También está a oscuras. Pero alguien se mueve en el interior. Y jadea. Se queda un rato viendo a dos sombras abrazarse con una agitación desmesurada, caer al suelo uno encima del otro. Oye sus respiraciones hondas, sus besos. Le da pena interrumpirles pero tiene una bonita foto, una foto obscena por la que un mal bicho pagará lo que le pida. Algo le frena. No puede hacerlo. Prefiere esperar. Retrocede unos pasos y se distrae mirando por una ventana. Ha anochecido. Se ve reflejado en el cristal y se gusta. Al fin se siente detective. Ha resuelto un caso difícil. Y se siente orgulloso. También de sentirse persona, de no tener el impulso de entrar al departamento, encender la luz y fotografiarlos en pelotas, decirle a José que éste gigante baboso no es tan imbécil. No. Siente respeto por éste hombre que ha encontrado desahogo, tal vez amor, en un lugar atípico, quizá con alguien que trabaje en la capital y regrese a su casa a diario, quizá una mujer casada, con hijos, da igual, alguien necesitada de afecto. Piensa en María, en que va a centrarse en su trabajo y sacarla de la mala vida. Quiere luchar por ella. Como José por ésta mujer desconocida. ¡ El amor, ah, al amor!. Cree que debería irse y dejarles en paz. Pero siempre ronda en su cabeza como una alimaña el problema del dinero. Está tieso como un boquerón. Y puede jugar a dos bandas. La vida es dura y las oportunidades que se brindan no deben despreciarse. Se acerca al departamento. José sigue desollando los glúteos de su amada. Angulo no lo piensa, abre la puerta y palpa la pared hasta dar con el interruptor de la luz, como hace a diario en el pasillo de su casa. Ilumina a una pareja haciendo el amor con una fogosidad encomiable.
- Uy, perdonen, ustedes perdonen – se disculpa y apaga la luz cuando se da cuenta que José le ha visto
Cierra la puerta y sale. José no tarda en estar frente a él. Tiene los ojos desencajados, además de la camisa a medio abotonar y la bragueta desabrochada. Quiere decir algo, presumiblemente insultar a Angulo, pero se frena.
- Bueno, ya tiene lo que quería – acierta a decir tras un rato de silencio
- Depende – ironiza Angulo
- Escuche – le ruega – ella es una mujer casada, y decente
- Casada puede que sí, pero decente, no sé, no sé…
- No se meta con ella, puedo partirle la cara
- Debería pensar, amigo. No tengo demasiado interés en que su mujer se entere de esto. Tengo una comprometedoras fotos de un vicioso de las cartas y me basta
- Ya, ya – José se resigna - ¿Qué quiere?
- No volverá a verme jamás la jeta por …mil euros – le cuesta pronunciar la cantidad, por inusual
- Está usted loco
- Puede llamarme gigante baboso e imbécil
Regresaron a la capital en un Rápido sobre las doce. José no dejaba en paz el infinito. Angulo ponía cara de circunstancias aunque necesitaba gritar y que aflorara su inmensa alegría. Sin quitar la mano de su hombro le acompañó hasta el portal de su casa.
- Mi mujer es un mal bicho
- Ya, ya
- Espere. Le bajaré el dinero
Angulo escupió varias veces a su dedo gordo e impregnó la punta del resto de sus dedos. Notaba el peso de los billetes en sus manos, su sonido áspero, cortante, al desplegarse para contarlos. Pero José tarda. Y se desespera. Oye ruido en la escalera. Puertas que se abren. Un murmullo creciente. Las luces que se apagan y vuelven a encenderlas. Alguien sale a la calle, pulsa el portero del bloque de al lado, dice algo y regresa sofocado. Angulo le pregunta.
- La Maruja esa, la del Joselico, que se ha muerto. Dicen que se ha tomado pastillas, o no sé, no sé – le cuenta sin pararse una mujer en bata
La puerta del portal se cierra en sus narices. Se gira. Mira la calle solitaria a derecha e izquierda. Al cielo. Se mete las manos en los bolsillos y saca el forro para que le cuelgue.
- ¡Puerca miseria! – ruge como un animal herido, al tiempo que abre la boca como un galgo
No tarda en animarse pensando que tal vez Juancho no haya echado aún el cierre.

(de "En cierto sentido", 2008)

domingo, 12 de diciembre de 2010

JANITO


REALIDAD

Caminamos un tiempo
por donde llueve.
La desnudez ya no espera un paisaje,
pesadillas que la destruyan,
sin embargo anda sin pies ni cabeza
saltando en la lluvia
como en otra vida.
Para seguir siendo
hace el amor al galope
de la primera vez, siente orgasmos
de lentas vacilaciones,
para ser consciente vaga
por el sucio sendero del corazón,
abriendo caminos que nunca transita,
vacíos que aplastan los cuerpos
como pasillos siempre agonizantes.

Placer de tardes grises y noches claras a la vez.

Entonces no hay como subir
y bajar por la misma vida.

(de "Perro viejo", último poema)

IMAGINARIOS SECRETOS

A solas te adhieres al aire
que pasea cogido de mi mano.

Te piensas en mí
y todo se diluye
como el humo de un deseo.
Te crees en mí
y lo de fuera ocupa su lugar
como un sueño olvidado.

Como un río efímero crees
que a mí también me borras todo.

Memoria que nos acerque caricias
como temblorosos secretos desvelados.

Memoria que vuelva a hacernos el amor
con las mismas viejas historias
que nunca contaríamos a nadie.

FIEL TESTIGO

En tu precipitada huida
abandonaste una mirada
que me habla de ti
sin escucharte.

No vuelves la cabeza.

Atrás quedó en el falso adiós
tu loco gesto, palabras desvalidas
al amparo ya de mis ojos.

(de "Perro viejo")

viernes, 10 de diciembre de 2010

FELIZ NAVIDAD


CUERPO A CUERPO

Sombra que llega, me goza, y basta.

Cuerpo de mil guerreros
que batallan a tumba abierta.

Que aplastan, oprimen, maltratan.

Enemigo que soy, exhausto,
no baja los brazos ni rinde su alma.

Pues no regresaría
al hedor de la carne muerta
el arma que exige vigor
al suicida.

(de "Borrón y cuenta ajena", 2009)

AMORES SIN AIRE

De nosotros hay vida que vive sin nosotros,
hay mucho que nos tiene sin tenernos,
llámese amor como dunas de un desierto no cruzado,
llámese amor de años que quizá no cumpla nunca.

(de "Perro viejo")

miércoles, 8 de diciembre de 2010

JANITO


ALUMNOS DE HOY, PROFESORES DE MAÑANA

La pereza a causa de la falta de motivación hace tiempo que se extendió -se extiende- como la pólvora entre los jóvenes que creyeron –creen- una pérdida de tiempo estar frente a un profesor aprendiendo no sé qué.
Así que desde la perspectiva de estar haciendo algo pero sin hacer nada asientan la base de lo de luego, un futuro que ya les han dicho –les dicen- voces que no tienen.
Una aciaga visión de futuro que en forma de desidia les plantea la absurda tarea de memorizar si el Guadiana pasa por Toledo o si burro se escribe con uve.
Así aprender por aprender estando convencidos de que nunca van a llegar a nada lo dejan para cuatro jóvenes idiotas, un grupillo de empollones que aún beben del modo de muchos jóvenes de antes, esos que ya cincuentones o sesentones todavía se saben los ríos y capitales del mundo de carrerilla, las preposiciones de un tirón y con música, hacen las cuentas a boli y no tienen apenas -o ninguna- falta de ortografía, y lo que es peor, aspiraron a tener su propia empresa o a ser lo máximo posible en la que quiera que fuese.

“Hay que vivir la vida, eso para qué sirve, la culpa la tiene el profesor, el sistema, mi padre, Perico el de los palotes” son lemas de buena parte de una generación que sin darse cuenta se construye sin cimientos y con los muros de arena.

También es cierto que les atenaza el actual sistema, el cúmulo de libertades que les permite escaquearse, que se sigue gozando demasiado tarde aunque mucho y más de lo logrado y sufrido, que es más fácil ceder al rol de la mayoría, ser uno más de lo que hay.

¿Para qué, para qué?, se preguntan y vuelven a preguntarse sin darse cuenta que en forma de pescadilla que se muerde la cola.
Mal propio y de otros, si para colmo muchos de ellos –porque algo hay que hacer en la vida- serán profesores mañana.

lunes, 6 de diciembre de 2010

FELICIDADES, INMA


TU REINO, DE PASO

Continuamente asalto tu muro cristalino.

Tras él mueres quieto envejeciendo
y a mí me mata tanta vida.

Habitas un territorio de sombras sin ilusión,
un puerto de nubes negras con sol y mar de fondo,
juez ebrio de ti que condenas lo inocente.

A cubierto frenas mi cuerpo con tus manos
mientras mi mente corre los montes de tu oído.

(de "Perro viejo")

JANITO


domingo, 5 de diciembre de 2010

EN SOLITARIA COMPAÑÍA

El bullicio es una alfombra
donde acampan silencios nocturnos.

El ruido es sólo un testigo mudo.

La deseosa compañía primero está viva
entre los muslos. Y siempre habla
de callarse.

Luego, juntos a veces, hablan
de sed de vida,
de la deseada soledad en que amanecen
los cuerpos muertos.

(de "Perro viejo")

AULA

Te marchas a lo fácil,
ojos cómodos en la rama.

Los míos conducen al labio
y a tus respuestas.

En mí no está lo que provocas.

Dentro soy día hasta la noche,
luego noche toda la noche.

ARTIFICIO

Quién no es y sufre por no ser reconocido
continuamente ha de promocionarse,
saciarse en lo dicho. Quién desata sed de ser
anega sótanos desocupados, oídos
de cuerpos preparados para alejarse, rocía
cuando puede muchedumbres, gotea en gestos
que consentidos se sorprenden.
Pero discurre solo preguntándose siempre
por lo que cree haber dejado bien claro.
Incluso frente a frente crece su artificio
si quién sabe que es resuelve callarse.

sábado, 4 de diciembre de 2010

A TU PESAR

Donde acabe hoy tu dolor
acaso salte el muro, miserable,
donde dejes de temblar cariacontecida
quizá intente ser el héroe más villano.

Entre lágrimas permanece un beso solidario,
un momento íntimo desolado,
feo de hambrientos rostros fríos,
de sed que bebe derramada
donde beben multitudes sin notarse.

A tu morir despierto dejo unas palabras siempre
hostiles -infinito instante gozando su dureza-,
mordiendo besos, liberando sin ataduras
poder mirarte, colofón a un poema incierto,
adiós a caer por tus escaleras, rodando, tan humano.

(de "Perro viejo")

miércoles, 1 de diciembre de 2010

ESPÍRITU NAVIDEÑO

En Bailén, por suerte, aún trabajan cuatro gatos. Suerte, además, que por éstas fechas a causa de la campaña de la aceituna la estadística será provisionalmente algo más alentadora, eso si las lluvias empiezan a no dar un solo respiro como en el pasado año.
Datos positivos en lo negativo que animen a que despierte en una amplia mayoría un espíritu que sea o parezca navideño.
La navidad es una fiesta donde cada familia reúne a toda la familia posible y quizá por ello, por su rareza, nunca se ha reparado en gastos. Es un canto a la unidad, muy entrañable, pero al tiempo abocado a un exceso, soportable o no, muy mal entendido. Todos los gastos, a cualquier nivel, sobrepasan su castigada línea roja. ¡Pero qué navidad sería llamarse sin regalos desde el niño al abuelito, sin ponerse en sus días más señalados hasta las cejas de todo lo que haga falta!.
Son fechas de visitar comercios de Linares o Jaén en pos de llenar el frigorífico, el armario, o esa habitación ya atestada de nuevos juguetes para los niños. Llueve sobre mojado. Perdonen sres comerciantes de Bailén si yo también soy otro de esos tentados por una mayor variedad o por esa, siempre discutible, relación calidad-precio.
Alegra ésta puntual rebeldía del ser humano en saltarse sus propios límites y correr un tiempo a campo abierto, pase luego lo que pase.
Lo que pasa luego es que hay que afrontar la cuesta de enero, cuesta a modo de ocho mil, y luego el resto de meses de este nuevo y aciago año –vaticino- como inaccesible cordillera.

DE MUCHA VIDA

Siempre en contra de la mayoría
y a favor de la urgencia
no me sirve el espejo riguroso
que solo refleja edades de antes.

Hay razones que no buscan su sentido,
deseos que invaden postreros naufragios,
realidades agónicas que ya no buscan sanarse.

No me llama ciego el placer por lo oscuro,
arder tiene el fuego y el monte donde saciarse,
no daña hallarse lejos, en el confín del tiempo,
si se entrelazan el sueño y su ardor despierto,
si cede a veces el modo definido de lo plausible,

si la sangre exige su antojo:
formas rotundas que palpiten un secreto frío.

(de "Perro viejo")

lunes, 29 de noviembre de 2010

"HUMOR" VERÍDICO


BUENA VOLUNTAD

No ocurre lo que dices y bien que te lo digo.
Arrojas la voluntad contra un muro
con tan nulo convencimiento
que en lo que porfía ya no te vuelve nunca.
Y pronto vuelvo a oír las ganas húmedas
de otra ocurrencia. Otra ilusión
a otro alcance imposible,
a tenerme otro rato complacido,
a dejar hecho añicos otro bol de tiempo,
otro lapsus consumido. Esto no es así,
y bien que te lo repito con afecto:
si acaso regresaras de donde no haces
ninguna falta, hazme caso, conocerías
la diferencia entre lo hecho
y lo no hecho.

(de "Perro viejo")

domingo, 28 de noviembre de 2010

HUMOR MUY SERIO


AULLIDO

Dime que me quieres
atrapado en olores ardiendo
y haré el amor a ríos de pechos
y labios, enterraré al frío amarillo
y a su nuevo idioma en las páginas
que nunca se leen, las que ahora
sin ruido abran montañas
de voces quietas que dieron nuestros pasos,
olas gigantes que regresen por la misma calle
y nos aneguen otra vez sin tiempo a desnudarnos,
y soles, nuevos soles de tantos otros soles de antes.
¿Ves, amor, qué simple es que todo no sea
tan sabido, cuanto deja aullar ilusión al abismo
del recuerdo?

(de "Perro viejo")

LA VIDA QUE EXTINGUE

La vida se nos cierra anochecida.
No hacen ruido sus pasos, no sabe de tiempo
su niebla, de mañana ni de ayer mismo.
No hay espacio para la claridad ebria de luz,
para el agua apacible, no hay sitio para conocerse.
Son sus voces un ruido amargo,
su mar un horizonte de vuelta continua a la orilla,
son sus brazos un sueño inocente sobre la lluvia,
sobre otros cuerpos en nuestra ausencia.
En secreto contamos los días que esperan en la penumbra,
las horas dispersas sin aire,
los signos que nos conminan a vivir sin instantes.
Todo y nada.
Contamos todo para nada
mientras nuestro cielo yace sobre la tormenta
invasora, solidaria, que lenta pasa, que no regresará
jamás
ni nosotros seremos nunca aquellos bajo su sombra.

DESOLADA LLUVIA

Soy dado a mojarme,
empaparme de palabras secas de gracia,
de hechos muertos de costumbre.
Soy dado a la diana enfrentada
a sus enemigos, a un para qué infinito,
confín de la hora quieta y la herrumbre.
Soy dado a la pequeñez afanosa,
a los objetos entreabiertos, a la derrota
que indefenso me da el delirio.
Soy dado a la inesperada llama
de un rescoldo, a la púa que espera
el pie descalzo, también a tu vivir, sin embargo.
Soy dado a la plenitud y al ocaso,
a ser sendero acaso, y nada.

(de "Perro viejo")

viernes, 26 de noviembre de 2010

VELETA


UNA BALA AL VIENTO

Apunta el rifle a los ojos que le miran.
A solas están el castigo y la culpa,
palabras crueles que el silencio otorga.
En la distancia la bala es un verdugo sin alma.
Un inocente no llora nunca primero de miedo.
Suerte que un solo disparo no mata existir.

(de "Perro viejo")

JANITO


jueves, 25 de noviembre de 2010

DETALLE


AQUELLO

Ando por las calles, de la mano un poema,
diciendo que nada ocurre que no sea contra la nada,
de ceniza que vuelve a ser fuego y la cerilla que lo prende,
de ésta tarde, de ayer, de anteayer por la tarde,
del aire que queda de todo lo que pasa,
del sonido que abraza su silencio,
de donde aún sangra el recuerdo, por reciente,
palabras sobre palabras…

CALLEJÓN SIN SALIDA

Emana la locura silenciosamente.
Callejón sin salida con brochazos de cal
en la memoria. Llega con un ataúd
bajo el brazo sin pronunciar la palabra muerte.
Vampiro sigiloso a cualquier hora del día.
Puñal que rasga la última hoja en blanco.
Muñeco al que mueve su tiniebla.

(de "Perro viejo")

lunes, 22 de noviembre de 2010

POEMA

Me gustaría darte lo que guardo bien cerrado,
un mundo inhabitado de palabras.

(de "Perro viejo")

SILENCIO. PIENSO

Cerrado a cal y canto el silencio haya sus gritos,
cerrado en sí mismo encuentra su propia razón
de ser, la cerrazón donde muestra su sentido.
Voces luego por pensadas con ventaja.

(de "Perro viejo")

A-CO-MO-DO

De como te amo queda mi alma definida,
de como eres soy fiel convaleciente,
a modo de horizonte embistiendo las miradas,
a modo de apretura que no inmoviliza ni asfixia.

A como te tengo me acuño inseparable,
soy preso de aventuras,
a como te bebo padezco sed de más,
a como te doy no sufro falta alguna,
de modo desvalido a repararnos plenos,
de modo resumido; ya se sabe.

(de "Perro viejo")

domingo, 21 de noviembre de 2010

LUSTRO

Aque día que tu espíritu salió de mí
desperté a mí,
lustro aciago donde me faltaba vida,
lenta caída a tu misma altura,
a tu agónica espera, a tu- mi desesperada muerte.

(de "Perro viejo")

JANITO


LA GRÚA, EN MAL MOMENTO

Aparcar en Bailén viene a ser una insufrible odisea. Cito un día cualquiera de la semana, a las siete, por ejemplo, de la tarde en que tengo que llevar un papel a la gestoría de Juan Antonio en la calle Colón, cuestión de cinco, o menos, minutos. Día en el que comienzo a buscar aparcamiento por la plaza del Ayuntamiento, pasando por el parking que está cerrado -con esas limitaciones horarias que ya redactó el Sr. Cándido Lorite en un carta de esta sección-, así que sigo por la calle Torreaznar hasta la plaza del mercado, por la propia calle Colón, la calle Mª Bellido, giro hacia la calle Parada, nada a derecha e izquierda en el cruce de calles, y ¡oh!, sorpresa, la calle Parada está cortada por la policía municipal pues está la grúa llevándose a un coche, haciendo un recuperado agosto con algún conductor que como yo, harto de dar vueltas y más vueltas, no ha visto otra opción que dejar el coche –ya sé, mal- en una cochera donde quizá haya intuido que en cinco o diez minutos no va a entrar o salir nadie. Doscientos euros de multa + la tasa de la grúa que arruinan la semana a cualquier mileurista, no digamos a quién cobre ochocientos euros de paro, o ande ya en la ayuda de los cuatrocientos y algo, o no cobre ya nada y se haya agregado a la paga de sus padres, o haya “suerte” y sea uno de los pocos a los que les sobre el dinero y paguen sólo cien euros en el acto + la tasa de la grúa aunque de mala gana. Me paro a ver la escena y me da frío pensar que pueda pasarme a mí porque sigo buscando aparcamiento y ya no me fío de cualquier sitio. Pongo ojo avizor a las líneas amarillas casi borradas, las de minusválidos, incluso las de algunos pasos de peatones que sé que están de haberlas visto pintadas otras veces. Al fin encuentro uno ajustado y apegado a la pared de la cooperativa Virgen de Zocueca. Y empieza a llover ¡vaya!, y no tengo paraguas –ese sí es mi problema-, así que protejo bien el papel que tengo que entregar en la calle Colón y corro ½ Km de ida y de vuelta sorteando chorros de canalones y charcos.

EL GRAN SILENCIO

Hay silencios que son como losas,
lápidas no inscritas donde pretenden
a su vez silenciarnos. Respuestas
mudas a la palabra que osa preguntarse
a sí misma. Hay silencios
como infiernos en la mente de nieve,
incendios que terminan siendo agua,
o lágrimas, o lluvia, o vaho en los cristales.
Lucha de cuerpos dormidos bajo el sol
de sus noches, donde nace un grito, o un beso,
cuerpos que apagan o encienden el mundo,
de estarse quietos trabajando. Hay
silencios como puertas que comienzan a cerrarse,
como caminos, veredas cortadas,
como presas a intentar contener ríos.

(de "Perro viejo")

TENSA ESPERA

Se enfrenta la gente al peor momento de la crisis como puede. Se acabaron las reglas, el guardar la cara a amigos o conocidos. Es ahora una carrera de cada uno en conseguir lo básico para ir tirando hasta el punto aún imaginado del final del túnel donde aún no se ve la luz del día. Los hay que no necesitan la suerte, los hay con suerte, con alguna suerte, y luego están los desesperados, esa barbaridad de gente de la antigua clase media baja que ya ni siquiera busca lo que sabe que en ninguna parte hay para nadie.
Final largo aún y agónico. De arrimarse, realizar cosas impensables, rozando, vulnerando la ley, o haciendo de tripas corazón cosas que de ningún modo les saldría del corazón.
Mientras tanto el dinero agazapado en el bolsillo de aquellos que lo tienen, motor que arrancaría al menos la ilusión, cría entre fajo y fajo polvo y malvas esperando una mano en la que poder confiar.
Curiosa espera. El rico espera, el gobierno espera (por esperar), el pueblo espera, y la crisis pasea campeando a sus anchas.

jueves, 18 de noviembre de 2010

JANITO


ORIGEN

Correr hacia cualquier sitio sólo conlleva correr,
ir por ir allí conserva siempre recuerdos de aquí,
de donde somos hay parte de lo que somos.
Incluso ser libre tiene sólo sus ratos de serlo.

(de "Perro viejo")

miércoles, 17 de noviembre de 2010

JANITO


DE MUERTOS, Y NO TANTO

Ya no recuerdo la de veces que poco más de cuatro muertos me han matado. Morirse ha de ser tarea de cada uno y de corazón les digo que para ello necesito algo más que sus malintencionadas suposiciones. Entiendo que matar ha de ser fácil para un muerto pues ya no tiene nada que perder y en su ánimo andará llevarse a los que pueda por delante, más si en el camino que aún ando a ellos les vino su desgracia.
Por favor, un respeto a la memoria por escribir de los vivos.

CISMA

Llegando al lugar donde la mente rompe su monotonía
comienza el cisma del solitario.
Paraíso que sólo acoge a uno. Infierno
donde sólo arde uno.

(de "Perro viejo")

martes, 16 de noviembre de 2010

OFI


CUENTA ATRÁS (microchip)

1, 2, 3, 4, 5, 4, 3, 2, 1, muero.

microrelato

ADAN
DANA
AAND
NADA

El último hombre que quedaba sobre la tierra pronto imaginaba en cualquier cosa a una mujer

POBRE EVARISTO (mini relato)

Evaristo observa con estupor la única habitación de su chabola totalmente desvalijada, y recuerda uno a uno los cachivaches que la adornaban: un televisor que recogió de un basurero y que ya no sabrá nunca si funciona, una silla coja, un colchón, una manta, las cuatro tablas que va recogiendo a diario de los contenedores, el cubo de lata donde hacía fuego en las noches más frías.
Evaristo no es un pobre de toda la vida, lleva apenas un mes en la dura tarea de serlo, se marchó hace apenas una hora porque tenía hambre y con sólo un euro en el bolsillo, salió a robar un Bollycao en el primer supermercado que se le pusiera a tiro, pero después de cogerlo en lugar de echar a correr prefirió pagarlo. Noventa y nueve céntimos. Se lo comió con ganas y con la satisfacción de quién se come lo suyo. Ahora está indignado pero sabe que le durará poco. Piensa en el ladrón, y en que él al menos tiene una chabola y un céntimo en el bolsillo.

NEGRO (relato)

Agonizaba la gélida tarde del mes de enero. La calle Obispo estaba solitaria. Juan Angulo salía de su oficina y no podía creer que no hubiera ni un alma cuando ayer estuvo de bote en bote por la cabalgata de reyes. Se ajustó el gabán y obligó a María a que entrara a pedirle a su abuela su chaqueta de pana.
- Hace un frío de perros, María
Miró el reloj. Eran las siete y media. Tenía tiempo. La cita era a las ocho. Podía acercar a María a su casa, en la ladera del castillo y llegar con tiempo sobrado.
María salió con su chaqueta echada a modo de capa y se respingó a besarle.
- Hasta mañana
- Voy a acompañarte
- Tienes una cita. Ve. Rezaré para que sea un buen trabajo
- Es a las ocho, María, falta media hora
- Mejor que llegues pronto que tarde, anda, ve, ve
Angulo se quedó inmóvil viéndola alejarse. María se giró y él le lanzó un beso en un soplo.
- ¿Quieres irte de una vez?
- Te quiero – le gritó Angulo
- Vale, vale, ve, ve
María enfiló la cuesta mientras Angulo silbaba una canción navideña con las manos sumergidas en el gabán dando sus primeros pasos en dirección a la calle Saeta a remediar a una tal Juliana, intima amiga de su abuela. Pensaba en María. Llevaba trabajando un mes para él y le tenía loco. Aún no le había tocado un pelo ni le hacía falta. Se había enamorado como un colegial y su sola presencia le llenaba de gozo. Llevaban juntos un mes desde que dejó su trabajo de mozo en un taller mecánico para ser detective y éste era su primer trabajo.
Comprobó que no olvidaba nada. La pistola le colgaba en un costado, la libreta y el bolígrafo abultaban en el bolsillo de la camisa. Iba algo nervioso. Juliana no le había dado detalles por teléfono, sólo que no dijera ni una palabra a nadie y que fuera puntual, que no preguntara a nadie por ella, que ya se encargaría de dejarle abiertas las puertas del portal y de su piso.
Miró el reloj. Las siete y treinta y cinco. No se lo pensó y en dos zancadas llegó al “Malena”. Pensó que no hay nada mejor que un trago para calmar los nervios. A Juancho le extrañó verle tan temprano pero sabía lo que quería y se lo plantó en el mostrador, interesándose al tiempo si pensaba pagarlo.
- Tengo un trabajito entre manos. Te pagaré cuando cobre
- Ya va por los mil euros…
- Llevo un mes sin trabajar. Y tengo gastos. Ya sabes. No te preocupes, campeón.
Juancho confiaba en él. Una mala racha la tiene cualquiera. Para eso están los amigos.
Angulo se bebió dos whiskys a la carrera con tapa extra de jamón y queso y retomó la calle Obispo simulando deslizarse como en un tobogán hasta la Catedral. Se detuvo a mirarla. Siempre que pasaba la miraba aunque jamás ahondaba en detalles. Le fascinaba en su conjunto y le abrumaba al mismo tiempo. Con los focos vestía majestuosa. En la plaza varias parejas lucían sus abrigos y algunos niños corrían al amparo de sus gritos. Angulo sonrió. Volvió a pensar en María, también en los niños, esos diablillos que siempre miraba de lejos. Dejó la Catedral a su izquierda y miró el reloj de nuevo. Faltaban diez minutos y aceleró el paso rumbo a la calle Saeta. Hacía años que no pisaba ésta calle a pesar de su proximidad, que no pulía la suela de sus zapatos patinando por sus aceras. Hoy le mareaba la inclinación de la calle, el brillo de las baldosas por las luces porque le parecía que iba a escurrirse como entonces.
El bloque de pisos estaba mediada la cuesta. De niño venía a menudo con su abuela y pasaba muchos ratos jugando en la calle. Tenía un amigo, Julián, recordó mientras miraba de reojo la fachada del bloque de tres plantas, envejecido, abandonado a su suerte.
- “Como mi abuela - se sobrecogió, y sonrió - tal vez como Juliana”
La puerta del portal estaba abierta. Entró y a pesar de la penumbra vio restos de suciedad redondeando los rincones, ribeteando las pisadas en la escalera. El suelo estaba pegajoso y chancleteaban las suelas al despegarse. Olía a humedad. Es repugnante, pensó. En la planta baja, al final del pasillo estaba la puerta del piso de Juliana. Estaba entornada y la luz del interior encendida. Vio a una sombra moverse. Caminó con sigilo aunque en la caja de escaleras no se oía a nadie. Antes de alcanzar la puerta Juliana le abrió.
- Venga, venga, Juanito, date prisa – le siseó
Juliana vestía una bata negra corta y tenía las mangas arremangadas. Por eso le llamó la atención sus brazos y piernas blanquecinas, delgadísimas, también sus ojos saltones, su cara arrugada como surcada por un tenedor. Angulo se sobresaltó. Intentó envejecer a la Juliana que conoció hasta los doce años y no le cuadraba. Ni siquiera cotejándola con su abuela que sería de su edad. Dudó. Su sexto sentido le aconsejaba salir por piernas. Pero recordar las palabras de su abuela: “Pórtate bien con mi amiga, animal”, le frenaron. Debía quedarse por su abuela. No le quedaba otro remedio.
Juliana abrazó su cintura y apoyó la cabeza en su pecho.
- Dios, Juanito, cuanto tiempo, cómo has crecido
Olía a sudor y a ropa sucia. Angulo dio una arcada. Le pringó la espalda de un revoltillo con whisky, jamón y queso.
- Usted perdone – se disculpó azorado
- Tenía que lavarla, hijo, no te preocupes
Juliana se quitó la bata sin cortapisa y un camisón fucsia mugriento desmejoró más si cabe su físico.
- Te preguntarás para qué te he llamado
Se giró al largo pasillo. Pidió a Angulo que la siguiera.
Las luces tenues disimulaban la suciedad pero el hedor era insoportable. Analizó la situación mientras la seguía con cautela: vivienda caótica, vieja chiflada, trabajo basura. Sonrió al preguntarse: ¿Qué puede querer una vieja chiflada, cerda, de un detective?, y se respondió: puede que no esté chiflada, que sólo sea una cerda, que me haya llamado como al hijo de una amiga.
Juliana abrió la puerta de una salita. Fue como si destapara un contenedor de basura. Angulo vomitó de nuevo.
- Debe ser la cena, me habrá sentado mal
Juliana no se inmutó. En el pasillo brillaba una buena mancha.
- Tenía que fregar, ahora con más motivo. Pasa, anda, siéntate
Angulo se sonó la mocarrera e intentó respirar con la boca. Una lámpara envuelta de polvo y alguna telaraña, con la mayoría de las bombillas fundidas, iluminaba un ambiente tétrico. Entre los escasos muebles se amontonaban decenas de bolsas grandes de basura.
- La mayoría son de ropa vieja. Para los negritos – le aclaró al ver su gesto de asco – Eran de Alí, trabajaba en eso
Angulo le formuló la obligada pregunta pero sin hacer un gesto ni decir una palabra.
- Alí es mi marido
Angulo siguió con la boca abierta, respirando, de paso.
- Bueno, no marido marido pero como si lo hubiera sido. Para efectos igual. Hemos sido muy felices juntos
- ¿Hemos?
- De eso quiero hablarte. Ha muerto…
Gimoteó y tuvo un golpe de tos. Tan fuerte y prolongado que se le amorató la cara y Angulo se asustó.
- Hace una semana que no fumo pero ésta tos… - dijo carraspeando y escupiendo varias veces sobre las bolsas de basura - La edad, la edad, Juanito…
Se calmó y abrió el cajón de una cómoda. Puso una caja de latón sobre la mesa. La abrió y de un buen fajo de billetes sacó dos de quinientos euros.
- Toma, son para ti
Angulo puso cara de bobo y olvidó por un instante el infecto agujero donde estaba metido. Su visión perfumó el ambiente, desodorizó a la guapetona de Juliana, le parecía ahora entrañable, y cuerda, entrañablemente cuerda.
- ¿Qué hay que hacer? – preguntó con ánimo
Juliana colocó la caja con mimo en el fondo del cajón y la cubrió con unas sábanas. Después se giró despacio y tartamudeó al empezar a hablar.
- Primero quiero que sepas que con Alí he sido muy feliz. No te confundas. Dos semanas de mi vida que no cambiaría por nada. Siempre he estado sola, tú lo sabes. La soledad en la vejez es insoportable. Un día tocó a mi puerta vendiendo algo y no consentí que se fuera. Bueno, sí, sólo un día que había quedado con un amigo para recoger ropa usada. Creí que no volvería pero trajo todas éstas bolsas. Se pelearon, me dijo, y partieron la carga. Aquí la dejó, no sé bien para qué.
- ¿Era ilegal?
- ¿Eh?, claro, claro
- Está usted loca, Juliana
- Me alegró el cuerpo, hijo mío, que falta le hacía, y me hizo compañía que me hacía más falta
- Y ha muerto.., ¿de qué ha muerto?
- Le clavé algo…, nada…, un cuchillo…, un cuchillo…
Juliana lo confesó al fin con rabia, sin una leve muestra de arrepentimiento. A Angulo se le heló la sangre y no movió ni un músculo. Juliana continuó:
- ¡No soy una asesina, Juanito, por Dios!. Es largo de explicar. Me dijo que me quería…, confié en él…, ya sabes, le regalé mi cuerpo…, le conté mis secretos…, le mostré mi dinero…
Angulo reculó. Era un asunto turbio, nada de su incumbencia.
- Tiene que llamar a la policía
- ¡Y un cuerno! – se exaltó, luego gimoteó – ese hijoputa quería robarme y largarse, Juanito, no lo entiendes
Le dio otro golpe de tos. Con más fuerza que antes. Esputaba en cada berrido, los ojos entraban y salían de sus cuencas, el color de la piel se le puso feo. Pronto se le pasó.
- Esto es cosa de la policía – insistió Angulo
Juliana sacó con la rapidez de un rayo otro billete de quinientos.
- Te daré mil euros más a la vuelta
- ¿A la vuelta de qué? – preguntó temblando como un azogado
El dinero hacía milagros. Juliana no era tonta.
- Que conste que sólo lo haré por mi abuela – dijo Angulo, tomando brío y agarrando el nuevo billete - ¿otros mil? – se preguntó incrédulo
- Tenemos que llevarle a la sierra. Conozco un sitio. El pozo de mi tío será un lugar perfecto para que se pudran sus huesos - rumió
A Angulo el dinero le hizo dudar. Era lógico después de la racha que llevaba, de sacarle cada mes la paga a su abuela y poco a poco los ahorros. Qué remedio. Qué sería peor que estar sentado en la oficina cazando moscas, aderezado tan sólo por los descotes y los muslos de María. Tampoco olvidaba que María aún no ha visto ni un céntimo, que si seguía sin cobrar le dejaría plantado.
- “El dinero manda” - pensó resignándose a su suerte; también intentó animarse: “Esto es el comienzo, Juan, por algo tienes que empezar”.
Juliana le condujo a su dormitorio. El cadáver estaba sobre la cama. Hedía aunque lo disimulaba el sopor el ambiente.
- Lleva dos días muerto
Estaba encogido, con los ojos muy abiertos, y un gran cuchillo de cocina clavado justo en el corazón.
- “Se lo ha clavado cuando estaba durmiendo, seguro” - supuso al ver que la víctima no tenía signos de haber podido defenderse
- Era de Chad. Saltó en patera a Motril
Juliana parecía serena, miraba al muerto sin alterarse lo más mínimo. Angulo volvió a vomitar, ésta vez sobre un ángulo de la cama.
- ¡Voy a tener que hacer sábado, hijo mío!
- Hay que abrir la ventana. Esto no hay quién lo aguante
- ¡Ni hablar!
Pensar en el dinero le dio fuerzas. Se acercó al negro. Era un tipo enclenque, mancillado por el hambre, de un negro negrísimo, le vino a la cabeza que de esos que no se fiaba ni un pelo aunque parecieran buena gente, y es que recelaba de todo pero por motivos de peso (viene de lejos) de los negros y los maricas. Pero éste estaba muerto. De los muertos no temía. Por el contrario, le dio pena que un negro viniera a España a morirse, a echarle tres polvos a una vieja mugrosa, y a morirse.
- “A lo mejor un poquito de asco. Menudo final para una vida de perros” - largó para sí una frase lapidaria.
Se dejó de chácharas. Regresó a la cruda realidad.
- ¿Cómo lo sacamos de aquí?
- Tu abuela me dijo que tienes coche
- Lleva un mes aparcado en la calle. La batería estará jodida
- Pues búscate la vida
- Bueno. Ahora vuelvo
Salió a la calle como de un ataúd y respiró a boca llena como si se le fuera a acabar el aire aunque estaba helado. “¡Menudo trabajo!, ¡Dos mil quinientos euros!”, recordaba para soportarlo, también evocando su infame periplo de detective y el año de sueldo que le dejó colgado su jefe de taller y que pensaba pagarle, eso le prometió, la misma semana que se mató con su Mercedes. El trabajo se fue al garete y no cobró porque el tío estaba endeudado hasta las cejas. Tuvo depresión, luego Juancho le animó (por su corpulencia, por su perfil de matahombres), a hacerse detective bajo cuerda; le dijo que él correría la voz (también lo hizo su abuela), que algo saldría, y éste es el resultado: “¡Dos mil quinientos euros!”, silbó. Aunque fuera un trabajo abyecto, un delito a todas luces. Se recordó que un trabajo que aún estaba por hacer, cobrado sólo en parte.
Debía pensar. Su Ford Fiesta tal vez arrancara pero ahí no iba a meter a un muerto ni muerto…, y le vino a la mente el Renault 4 de Juancho.
- No tiene por qué enterarse
Subió la calle Obispo aliviando el paso. Entró como un ladrón en su casa y vació su tesoro en la soledad de su arquilla. Pero el oído de su abuela funcionaba perfectamente.
- Juanito, ¿eres tú?
Se acercó y la besó. Estaba cegada con la tele, sólo para las noticias, luego no había quién la hiciera sentarse.
- Tengo que irme, madre
- ¿Qué quería la Juliana?
- No era para ella. Es… para un vecino
- Bueno, ala, ve, hijo
Se embutió en la tele. Angulo la miraba. Observaba su figura encogida por la edad, su ropa negra (el vestido, las medias hasta las rodillas, el pañuelo en la cabeza) que lavaba todos los domingos (se quedaba en camisón mientras la secaba en la chimenea) y volvía a ponerse, elogiaba su vitalidad enorme aunque estaba en los puros huesos, y comenzó a notar, como otras veces, que su vacío interior se llenaba de la felicidad de tenerla como madre, aunque no fuera su madre, aunque no les ataba ningún vínculo, ni lejano de sangre. Para la gente era su abuela, para él su verdadera madre. “¡Paradojas del destino!”, rememoró como en un flash que le sacó recién nacido, llorando, de un contenedor de basura cuando el camión de disponía a engancharlo, que nadie la vio ni dijo nada, que inventó dos muertos para la gente: un marido y una hija, de paso su rol de abuela.
Angulo la tocó en el hombro y se dispuso a marcharse. Ella no se giró pero él no dejó de mirarla hasta que se interpuso la hoja de la puerta.
En la calle volvió a caer en el desánimo. De todos modos entró en el “Malena” con prepotencia. No quería que Juancho lo notara.
Dos corros de niñas animaban el local, también algún voyeur solitario. Fue directo a grano. Le pidió un whisky y las llaves del coche.
- ¿Para qué?. Se lo ha llevado mi hijo. Ha ido a por Coca-cola
- Es para el trabajo. El mío no arranca
- Sólo me falta prestarte a mi mujer
- ¿La Ramona?, no, gracias – rió – Será para un rato. Cuestión de media hora
El niño tardaba y se distrajo mirado a las chavalas, pidiendo un whisky tras otro.
- Mañana te daré cien euros – calmó a Juancho
Una hora después llegó el niño. Eran casi las once.
- Ten cuidado que frena poco – le gritó Juancho cuando se iba cagando leches
- Y la dirección tiene holgura – galleó el niño
Angulo amagó una postura tras otra para meterse en el coche. Un Renault 4 era complicado para él. Tuvo que desplazar el asiento a tope. Aún así quedó encajado y le costaba moverse. Arrancó y se santiguó. El coche se mecía por las calles empedradas como una carraca. Gruñían los amortiguadores, chirriaban los neumáticos, la dirección tenía un tac tac que presagiaba lo peor. Pero el motor sonaba bien.
- Algo es algo
Las calles estaban vacías. En la Catedral tampoco vio a nadie.
- Mejor, mejor
Aparcó encima de la acera e hizo de tripas corazón para volver a meterse en el infecto agujero. Juliana tenía la cabeza asomada a la puerta. Su visión y el respirar a inmundicia de golpe le dio nauseas pero se contuvo.
- Tengo varias bolsas grandes. Si alguien nos ve diré que has venido a visitarme y que me ayudas a sacar la basura
- Págueme lo que falta y así no tendré que volver – se le ocurrió decirle al notarla animosa
- ¡Ah, no!. No soy tonta, Juanito. Tu acaba y yo te pago – rechifló
Se puso a la faena. El negro estaba encogido y no le costó trabajo embutirlo en el plástico. Quería dejarle el cuchillo pero Juliana insistió.
- Joder, Juanito, es del ajuar. Yo no soy capaz
Vomitó dos o tres veces dejándolo todo perdido. Pesaba. A pesar de su fuerza tuvo que llevarle a rastras. Juliana se despatarró para ayudarle y empezó a toser como una tísica. Angulo esperó a que se le pasara y le dijo que fuera delante para avisarle si había alguien. Se escurrió por las sombras. Puso oído. No había nadie. Tampoco en la calle. Angulo le arrastró a tirones. Al llegar a la escalera se enganchó con la baranda y rajó las bolsas. El negro quedó tirado en medio del pasillo. Tuvo un instante de pánico, más de ver la cara descompuesta de Juliana. Entonces no lo pensó, lo abrazó como a un bebé y salió pitando al coche. Juliana no sabía abrir el maletero. Él tampoco atinaba con el negro en brazos. Entre otras razones porque estaba cerrado con llave. Maldijo a algún conocido. Dejó al negro en el suelo y la buscó en los bolsillos. Temblaba. Era un milagro que atinara a meter la llave en la cerradura. Pero lo hizo. Cogió al negro al tiempo que un coche enfilaba la calle. Los faros le deslumbraron. Entonces bajó los brazos creyéndose perdido y el negro cayó al suelo y rodó calle abajo. Juliana logró frenarle. Pero el coche pasó y no se detuvo. Vivieron unos segundos de silencio donde miraron en todas direcciones sin mover un músculo. No había nadie en la calle, ni en las ventanas, ni en los balcones. Reaccionaron. Angulo volvió a cogerle y con toda la rapidez que le permitía el temblor que le atenaza lo soltó como un bulto en el maletero. Misión cumplida. Aunque la cerradura no cerraba y sudó al oprimirla. Algo crujió en el interior. Y una mano asomaba en el cristal. Se quitó el gabán y por una puerta lateral la cubrió. Respiró. Juliana también. Lo peor está hecho.
- No tardaré en volver
- ¡Ah, no!. No creerás que voy a fiarme de ti. Serías capaz de tirarlo en una cuneta. Quiero que tenga un entierro digno
- ¿En el pozo de su tío?
- Siempre ha estado seco, no te preocupes
- No, si preocupado por él no estoy
- Pues sube al coche de una vez y haz tu trabajo
Juliana se escurrió al interior con soltura. A Angulo volvió a costarle.
- ¿Conoces el lugar?
- Sí. Fui una vez
Arrancó. Tanteó los frenos al descender la cuesta. Respondían. No había problema. El problema surgía cuando llaneaba o había una ligera pendiente. Entonces pisaba a tope el acelerador y el Renault 4 circulaba al límite de sus fuerzas. Y no habían comenzado los desniveles para ascender a la sierra. Angulo cambiaba continuamente de velocidad para darle brío. Pronto se alejaron de la ciudad y les envolvió la noche. Asomaron los primeros chales, una urbanización hacinada en una ladera.
- Ya sé cuando fuiste – recordó Juliana – Después de morir mi tío heredé la finca y fuimos a conocerla. Pero tú eras muy niño.., ¿aún te acuerdas?
- Más o menos
- Me llevé un chasco. Cincuenta cantacucos en un pedregal, una casucha hundida y un pozo seco. No he ido desde entonces
Angulo abrió la ventanilla. El hedor a difunto y el batiburrillo de Juliana comenzaba a incitarle a la vomitera. El whisky se agitaba en su estómago. No pudo evitarlo. Abrió la boca y procuró manchar a Juliana, de ningún modo al coche. Ella que estrenaba mandil intentó hacer de él una balsa. Pero Angulo seguía y no controlaba la dirección al no poder apartar la vista de la carretera. Al fin mermó y cuando las lágrimas dejaron de anegar sus ojos se dio cuenta del desastre. El interior del coche estaba pringado por todas partes salvo el perfil de Juliana. Maldijo todo lo inimaginable porque tendría que lavarlo.
- ¡Puerca miseria!
- ¡Sí, puerca, puerca, puerca, hijo mío! – gritó Juliana, luego calló, y empezó a toser
Juliana tenía estómago pero ya no se trataba sólo de tener estómago. Tosía, puede que por lo suyo, puede que porque el vómito le dio un asco de muerte, puede que porque el hedor de su amado Alí se había hecho dueño de la ridícula atmósfera del coche y le era insoportable. Lo cierto es que tosía, tosía como Angulo no la había oído antes, expectorando nuevos elementos a la lid, esputos amarillo verdosos que ametrallaban los cristales y provocaban que Angulo siguiera vomitando y dejara su estómago limpio como una patena.
Era un caos. Juliana tosía y tosía. Angulo maldecía y maldecía los infiernos.
Al tiempo el coche coronó en primera velocidad una pendiente muy empinada. En el cambio de rasante tenían que desviarse a la izquierda. Juliana gesticuló para avisarle porque la tos no remitía. Angulo estaba medio cegado por las lágrimas, por la rabia y se aceleró. Dio un volantazo al tuntún, sin importarle que todo se fuera al traste, con la inmensa suerte de que no venía nadie de frente y la entrada al carril era muy amplia.
No podía creerlo. El coche había enfilado el carril. Frenó. Y se bajó como pudo.
Hacía un frío de perros pero era aire, aire al fin y al cabo. Se puso ciego de aire e invitó a Juliana a bajarse. Juliana estaba callada, no tosía y no le contestó. “Que se joda”, pensó. Tenía que recuperarse. Esto no había acabado. Había sido un infierno pero aún le quedaban doscientos metros, un negro muerto y un pozo seco, además de bregar con una vieja chiflada.
Casi sin ganas miró la noche estrellada, la capital a sus pies como una burda copia (mención aparte la Catedral de sus amores), con recelo el carril sesgado por la oscuridad a pocos metros.
Se sintió muy pequeño y miserable. “Una victima”, rectificó para intentar justificar ésta tropelía injustificable. Volvió a decirse que no lo habría hecho si no le amenazara la indigencia, si tuviera un trabajo digno…, si no amara a María…,
- “¡María, María!, enamorarse es muy caro…, la boda…, los hijos!. Sí creo que lo hago por ella!.
Quería seguir pensando en María. Pero el runruneo del motor no le dejaba. Le conminaba a acabar el trabajo. Siguió respirando con ansia. Y sin demasiada convicción se fue acercando al coche. Mirándolo sólo de reojo. También a Juliana. Juliana no se movía. Le parecía raro.
- “A lo mejor está muerta”, murmuró tiritando
No. La vio moverse.
- “A lo mejor se ha dormido”, rectificó para tranquilizarse, y se contó un chiste: “Es una cerda, está en su ambiente, no me extrañaría”.
Las luces de un coche parpadeaban a lo lejos. No era un buen lugar para estar parados. Podría ser la policía. No quería ni pensar que pudiera ser la policía. Se metió en el coche todo lo rápido que pudo. Sin pensar. Le había cogido la medida. Pero no al olor. Vomitó. Pero no arrojó nada. El estómago estaba vacío. Miró a Juliana y al tiempo por el retrovisor. El resplandor de las luces del coche se acercaba. Giró la llave. El coche estaba arrancado y le dio dentera. Metió primera y Juliana se volcó sobre él. La codeó y cayó de cabeza al salpicadero. Los brazos le colgaban. Tuvo un instante de pánico. Los pies le temblaban. Caló el motor. Volvió a arrancarlo. Las luces del coche les iluminaron de lleno. Circulaba por una recta y estaban en su punto de mira. Fue un instante de sofoco. El coche pasó. Pero otras luces se acercaban. Tenían que salir de allí cuanto antes.
El coche salió a trompicones por el carril bacheado y, en los saltos, Juliana se movía como un títere. Uno de sus brazos se introdujo en el aro del volante. Angulo gritó como un oso y frenó. Estaban lejos de la carretera, a salvo, mediado el carril a la finca. Sopló. Sopló y resopló. La prioridad ahora era enterarse qué demonios estaba ocurriendo. Juliana tenía mala pinta. Él no querría ni mirarse. Tanteó buscando por el techo el interruptor de la luz. La luz del interior no funcionaba. Luz que no necesitaba para saber que Juliana estaba muerta. Muerta y bien muerta.
- ¡Jodida chalada! – bramó - ¡Puerca miseria!
Debía recapacitar. Estaba solo, sin testigos, sin prisa. Ahora sí podía pensar.
Desgranó el tema: el tema no había por donde cogerlo. Sopesó las opciones: no había opciones. Su mente sólo iluminaba en la oscuridad un pozo seco a cien metros. Un pozo al que tiró piedras de niño. Estrecho y no muy profundo. De seis a siete metros.
Su conciencia dio su opinión: Debería tirar al negro al pozo y llevar a Juliana a su casa. Ha sido una muerte natural. Nadie sospecharía nada. El problema será llegar hasta allí. Podrían verle. Sospecharían de él si le vieran. Podrían culparle de asesinato…
El sentido común se opuso: Daba igual que los vecinos la echaran de menos. Daba igual que la policía la buscara. Daba igual que algún día fondearan el pozo. Él estaría lejos de toda sospecha. ¿Quién podría involucrarle?. Juliana no tenía familia, no tenía amigos, no tenía a nadie. Sólo el aprecio de su abuela que llevaba años sin verla, el aprecio lejano, muy lejano, de un niño coaccionado por las chocolatinas y las pesetillas. Archivarían el caso a los pocos días. De eso estaba seguro.
Se decidió. Se puso en marcha agarrando el volante con una mano y sujetando a Juliana con la otra. Pronto las luces del Renault iluminaron la casa derruida (un pequeño cuchitril de piedra), los primeros acebuches (el resto recordaba que caían por una pendiente imposible de labrar), también el pozo, a la derecha, con el brocal desportillado, casi a ras del terreno.
Angulo apagó las luces, el motor, abrió las puertas para ventilar, estuvo unos minutos sin moverse. Lo tenía fácil. Pero no era fácil. Imaginó que se bajaba, que cogía al negro como a un balón, que lo arrojaba con puntería desde los 6,25 al cesto, que cogía con la punta de los dedos de una mano a la pringada Juliana mientras se pinzaba la nariz con la otra y la tiraba al fondo del pozo sin ningún reparo como quién suelta un pañuelo dando la salida a una carrera de barrio. Luego que palmeaba sus manos. Luego que se subía a un coche nuevo, a estrenar, fruto de la jugosa recompensa.
Despabiló. Sacudió la cabeza como un chucho recién bañado. Y tiritó, también de frío.
- ¡Joder!
Comprobó el pulso de Juliana, por si acaso. Si echaba vaho, si por halo del destino sólo tuviera algo que la hubiera dejado transpuesta.
- ¡Joder, joder y joder!
Se bajó. Dio una vuelta sobre sí mismo auscultando la oscuridad. Por aquellos parajes no resollaba ni un alma. Las luces de la ciudad eran su hilo umbilical con la vida. Un lugar al que debía volver cuanto antes. A su trabajo, a su abuela, al amor de María.
- ¡María, María! – gritó con brío acariciando y besando a su imagen materializada en sus brazos. Se desvaneció de golpe y masculló – Debo irme de aquí. Voy a volverme loco
Con ímpetu se acercó al maletero. Agarró la manivela y fue a girarla para subir la puerta cuando percibió que estaba abierta. Subió la puerta y allí no había nadie. Nadie. Gritó. Dio dos vueltas sobre sí mismo. No podía creerlo. La luz tenue iluminaba un maletero vacío. Su gabán colgaba del asiento. Tenía frío y se lo puso mientras arrojaba por su boca una perrería tras otra. Se giró al camino. Su mirada acuchilló la oscuridad y no percibió nada.
- ¡Puerca miseria!
Creyó que debió caerse con el traqueteo del camino, esperaba que no en medio de la carretera. ¿Qué hacer?. Juliana estaba muerta en el asiento delantero. Debía deshacerse de ella y luego buscar al negro. El frío o el miedo, o ambas cosas, habían petrificado sus huesos y presionaban su garganta. Estaba bloqueado, se movía como un autómata. Como programado para hacer lo iba a hacer. Se dirigió a Juliana. Abrió la puerta. Estaba regada de porquería. Al sacarla goteaba. La agarró por la espalda, de la ropa, para no rozarla y la izó evitando que sus miembros, como colgajos, arrastrasen. Pesaba a pesar de su extrema delgadez. Y olía a rayos. Deseaba soltarla y acabar de una vez con ésta pesadilla. Se acercó al brocal. A pasitos cortos. Sus pies tropezaron con la pared de piedra. Juliana ondeaba en el abismo. Sólo le quedaba aflojar sus dedos. Pero no pudo. Recibió una orden. Una voz interior que se impuso al ejército de grillos que pululaba en su cabeza. Entonces se giró como una grúa y la soltó. No era capaz, se gritaba. No era capaz de hacerlo y no se sentía mal por ello. Al contrario, renacía algo en él que le agradaba. Frunció el ceño, presionó sus músculos para reventar el hielo que le había petrificado como a una estatua sin alma. Se sintió mucho mejor. Volvió a coger a Juliana y la acercó a un acebuche. La sentó apoyada en su tronco enclenque, sujetó su cabeza y sus brazos con las ramas. Se alejó unos pasos. No parecía estar muerta sino dormida.
- Quién la encuentre que piense lo que quiera - se dijo - su muerte ha sido natural, no tiene signos de violencia
Redactó el supuesto informe policial:
- Seguro que le habrá dado un arranque de locura, habrá subido a pie desde su casa hasta aquí porque añoraba la finca, la pobre no ha podido resistir el esfuerzo
Eso le tranquilizó. No del todo porque donde encajaba el negro y su cuchillada en el corazón. Debía quitarlo del camino y tirarlo al pozo. A éste sí y sabía el porqué, voceó su vena racista. Se giró varias veces a Juliana antes de subir al coche. La iluminaban las luces y la miró durante un rato. Se despidió al fin, quizá con cariño.
Maniobró. El interior olía a leonera. Corrió las ventanillas. Enfiló el carril y su corazón redoblaba. Volver a coger al negro le daba repelús, un asco de muerte. Además de percibir el riesgo. Éste había sido asesinado. Él sería su asesino si le vieran. Debía ser rápido, tirarlo al pozo, dejarse de jilipolleces.
Desgranó el carril y sus orillas con lentitud. Se acercó a la carretera. No había nada. Del negro ni rastro. Empezó a pensar que pudo haberse caído en la carretera, quizá por las callejuelas de la ciudad. Sonrió. Le gustó la idea. Daba igual el lugar. Alguien le encontrará. La policía confirmará su asesinato. ¿Quién será?, se preguntarán. No tiene documentación. Les será imposible identificarlo. ¿Posible motivo?, ajuste de cuentas. Se alegró por él. Al menos tendría un entierro digno.
Angulo estaba frente a la carretera. Respiró con hondura sin importarle el qué. De uno u otro modo había acabado el trabajo. Su primer trabajo. Y había salido airoso. Era mucho visto lo visto. Pero debería olvidarlo, y no contárselo a nadie, consolarse con el dinero.
- ¡Dios, el dinero! – rugió - ¡Los mil euros, mis mil euros, son míos, me los he ganado!
Codeó con genio la chapa del coche. No veía derecho después de lo que había pasado. Él era un hombre de ley, de palabra. Las palabras dadas había que cumplirlas.
- ¡¡Los mil euros son míos, míos, me los he ganado!! – vociferó a la noche
Estuvo un instante callado.
- “La llave” - caviló
Bailó al pensarlo. Necesitaba la llave del piso de Juliana. Debía tenerla en el mandil. Sabía donde escondía la caja. Una caja atascada de billetes.
- “Sólo cogeré lo mío, que conste” – advirtió a su humilde avaricia
Maniobró otra vez para dar la vuelta. Con esperanzada resignación. Ya conocía el bacheado del carril. Por eso condujo con más sapiencia. Las luces volvieron a desvelar la casa derruida, al acebuche donde sentó a Juliana. Pero la noche no estaba para alegrías. Se llevó un sobresalto. Juliana no estaba sentada en el acebuche. Supuso que estaría en el de al lado. Giró el coche a derecha e izquierda enfocando toda la hilera.
- ¡¡¡Joder!!!
Percibió una sombra negrísima a su derecha. Era una figura arrodillada junto al brocal del pozo, una figura que se santiguaba una y otra vez, que giró hacia él su rostro cadavérico.
- “¡Es ella!, Dios, no es posible!”
Un escalofrío recorrió su cuerpo dejándole los pelos tiesos. Tembló con estrépito. Una fuente de calor de origen desconocido irradió su cabeza haciéndole sudar al tiempo como un cerdo. Presagiaba el colapso. Más cuando la vio acercarse con sus brazos caídos y sus palmas abiertas, su vestido percudido, con gesto lastimoso, con la mirada perdida, como pidiéndole cuentas. Era el fin. Cerró los ojos.
- ¿Dónde estabas, hijo mío?
- ¿Qué?
- Pobrecito. Pobre Alí…, le llevaré siempre en mi corazón…, me gustaría traerle flores ….¿Vendrás a traerme de vez en cuando, Juanito?..., te pagaré, claro
Alonso reacciona. No es un fantasma. Es ella, ella, sí, ella.
- “¡Uf, de nuevo!”- la huele al acercarse
Pero el negocio impera. Y el negocio es el negocio.
- Me debe mil euros
- Ya, ya
Juliana subió al coche, se acercó a Angulo y le besó. Recostó la cabeza en su pecho con ternura. Después se reclinó en su asiento y se arregló algo la ropa, se aplastó el pelo. Angulo no se movía y ella le suplicó:
- Vamos a casa, Juanito, hijo mío, que tengo el frío de la muerte

(de "En cierto sentido", 2008)

lunes, 15 de noviembre de 2010

HUMOR SERIO


AMOR INDIGENTE

Hundido en las sombras soy presa fácil de tus labios.
En estos huesos caben tus brazos y luego el olvido.
Sólo al sol tiemblo escuchando lo que me diste:
vigor y hambre de tus pechos engañados,
olores y llamas inhabitables,
pájaros esculpidos, amor bajo los puentes.

(de "Perro viejo")

domingo, 14 de noviembre de 2010

FELICIDADES, SERGIO


NI NI

Hoy ser joven no es tarea fácil para aquellos que no aceptan la situación y horizonte de su presente aciago. No hay modo natural de integrarse a la carrera de inicio en sus vidas al trabajo que suponen tener inclinación, y derivado de él a su propia independencia y capacidad propia de subsistir, y derivado de ello a formar una familia, tener hijos, a hacer lo que cualquiera ha soñado durante generaciones y generaciones.
Deambular en la edad, tener las manos atadas en la plenitud mental y física va dejando por el camino una legión de mocetones de mirada perdida y brazos caídos, mocetones que empiezan a vivir desde la dependencia, la indigencia personal, que caen en los excesos a que aboca la desidia por la perdida de demasiados valores básicos.
Ser joven sin aspirar a nada deja huellas en el deseo, voces deshechas de preguntarse, y al fin ante tan insalvable desgracia, la catástrofe de su destino, qué puede hacerse sino descender a ese frío mundo de cultivo al olvido.
La fe ha de tener origen, el ánimo se alimenta de ánimo, y a la desidia sólo le basta que no tengan nada en que pensar.

UNA PISTOLA

Una pistola cargada siempre espera disparar a alguien,
defendiendo la razón,
combatiendo el odio.

Una pistola cargada protege de un necio,
Una pistola cargada enseña poder a un necio.

MONEDAS VIEJAS

Produce fuerzas la necesidad de tenerlas,
una satisfacción enorme dedicarlas
con alegría a una labor que nace del corazón.
¿Necesita aceptación una decisión justa?
Hay soledades que lideran un ejército imaginario
y poderoso.
Inexpugnable.
No tienes, pues, nada que hacer, maledicencia.

Y además, no paga el dinero amores del alma;
el cariño sólo cobra en cariño,
y cuando no le basta de su propia conciencia.

Ríos al mar del olvido,
monedas viejas,
en acantilados del ser donde de ningún modo
arrojará sus raíces.

(de "Perro viejo")

OTRA VEZ OTRA

Siempre es nuevo lo repetido a diario
aunque nos parezca que nace viejo.

Hacer lo mismo no es lo mismo
que ya se hizo pero se hará hecho.

Rutina como adalid de sí misma.

Razones para ser en pos de haber sido.

(de "perro viejo")

viernes, 12 de noviembre de 2010

DE MONSTRUOS Y GUSANOS

“Soy el jefe y aquí mando yo” sería una frase correcta si el tono no rozase el grito y la intención no elevara al jerifalte a la categoría de monstruo en vía de pisar a un gusano.
La autoridad es un derecho del jefe y la escala de valores que le ofrece infinita. Queda pues a su buen criterio o memez andar del color blanco al gris –soportable- o al negro –negrero- o pasar la triste barrera que conduce al nivel rojo –hijodeputa-.
Situaciones creadas que, positivas, pronto hayan el advenimiento general y en teoría –del nivel blanco transparente se abusa- se lo premian con esa alegría de estar que resalta en modo productivo, o, en caso negativo, va derivando, por la tensión, el malestar, el sinsentido, a un paulatino enfrentamiento –en la sombra- y que sólo provoca el producir lo justo, y menos.
Las dos frases favoritas del dictador:
1.- “Tú no eres aquí nadie”. Ésta es un insulto que les pone sobre la mesa un espejo donde deberían ver la clara evidencia de quién es de verdad nadie para decir eso a nadie.
2.- “Si te interesa bien y si no ya sabes” . Mucho más común, este es otro insulto que normalmente va dirigido a los pollos del corral y nunca al gallo.
Mundo de Yupi, de padrino, de señorita Rotelmeyer para demasiado déspota, tirano, dios de pacotilla, y tiempo aciago –por la crisis- para la frase favorita, “métete la empresa por el culo”, de los que han de seguir soñando con el día de dar un puñetazo en la mesa.