juanitorisuelorente -

viernes, 31 de diciembre de 2010

JANITO


OTRO FELIZ AÑO NUEVO

Pensar que del 31 de diciembre al 1 de enero cambia algo –salvo los precios- es de ingenuos. Ingenuidad que, dada, hace un balance ilusorio donde la superficialidad se hace ama y señora del deseo.
“Lo pasado pasado está y para lo que venga aquí estamos” es un lema interior tan viejo como el mundo y que en mis treinta años de autonomo en mi profesión he vivido como unas treinta veces.
Nunca se espera que lo nuevo sea peor por mal que se deduzca, o incluso se tenga la completa seguridad.
La ilusión es una realidad futura. Un arma que nos tranquiliza. Un paréntesis entre el dardo y la diana donde la fe nos tiene.
Pensar en mañana no es malo si lo de hoy no queremos ni pensarlo. Aquel que esté a punto de caer intentará agarrarse a algo aunque sea a una utopía.
Soñar aún sigue siendo un don o un sufrimiento muy barato.
Que lo real es esto, que hoy nada tiene solución, que el pasado es como una nefasta u negra sombra, que no se ve luz a dos pasos, que no es lógico ni humano seguir soportando lo insoportable –cada uno en su escalón debido-, sí, pero qué hay de ese bebé pillo que pugna por salir a patadas de su madre muerta, de ese niño que veremos crecer aunque sea riéndose de nuestras desgracias en nuestras mismas narices, de ese otro adulto, llámese 2011 o como se llame, que tendrá sólo un año para ser venerado o repudiado hasta desaparecer.
Veremos a ver, que seguimos diciendo todos medio ciegos.

domingo, 26 de diciembre de 2010

LOS NOMBRES CORRECTOS

¿Soy pesimista porque sé de lo que digo?.

La felicidad tropieza
en su sencilla necesidad,
la risa, que no hay,
y ella sola se censura.

Es una sensación curiosa
intentar ver en vano
lo que ya he visto antes,
indagar en lo repetido
como conduciendo en dirección contraria.

¿Qué es necesario atender si se está solo,
aparte de lo elemental, pongo por caso?.

El caso es que nada tiene que ver contigo.
Ni contigo ni conmigo.

DE MANERA

Por su manera de existir
permanece,
y yo no le voy a decir
que así no vive, parece.

El miedo inconcreto
está arriba
y abajo la salida
que no hurga en su secreto.

Poco a poco,
de una vez por todas,
que me dice, le digo loco
a solas.

BOLA DE NIEVE

En navidad –no sé el porqué- miramos con ojos para adentro. No sé si reflexionamos sobre algo o no pero al menos esa mirada incisiva y cansina nos hace pensar con voz de dios y diablo en razones que importan de todo mucho, en sinrazones, si siguen sin importar de mucho nada.
Un año más, con más o menos, que descubrimos al ser lo mismo.
Y otro seguido que parece que atiende.
Y vamos a ver.

jueves, 23 de diciembre de 2010

JANITO


HORIZONTE DE GRANDEZA

Has perdido la alegría.
Se fue de la mano de alguien distinto.
Ese que quiere de ti la huella en lo absurdo
te lleva a su realidad silente,
a su razón de vida.
Ese que te quiere preciso,
indemne al recordarte,
mudo al ensañamiento,
te lleva abrigado
de futuros mañanas.
No sufras por ti. Por tu larga sombra.
Nada te obliga a arrastrar
lo definitivamente insostenido.
La relación en la distancia se diluye,
ya no son estos tus ojos.
Olvida así, sin más, lo descompuesto
y ve al tiempo prometido.
Se ya sólo tuyo.
Se ya sólo ese que navega solo, sin memoria.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

POETAS

Que hay muchas más personas que escriben poesía que personas que la leen habitualmente o compran incluso libros creo que es un tema que no tiene discusión alguna.
La poesía suele ser un muestrario más o menos sintetizado de los sentimientos de su autor, un fiel oído donde desahogan silencios, testamentos para uno o varios, donde delegan verdades despeñadas, muy pensadas, autenticas rarezas, verdades del montón.
La poesía para la mayoría son sólo impulsos que tienen como fin escuchar su propia voz, o como mucho mostrarla tímidamente, con escasa intensidad.
Escribirla como afición tardía es otra cosa.
Con los años lo autentico traspasa su propia frontera, anhela nuevos horizontes, ya no sirve lo guardado como tal, busca explicarse, opinar y ser opinado. Con los años los sentimientos se desangran como heridas abiertas. En ellos, como ecos, los viejos silencios anudan y anudan deseos, recuerdos, en su ansiosa fuga hacia la luz, hacia una nueva vida.
Escribirla como poeta la crea engrandecida, y necesita público, voces que la repitan y la recuerden. Llámense poetas los que despierten sensaciones, los que logren entrar en el mundo de lo nuestro.
La poesía siempre ha sido el hijo díscolo de la literatura, un hijo flacucho, a menudo enfermizo, ramplón, pero en quién sin embargo ha alcanzado, alcanza, su cumbre más alta la palabra.

lunes, 20 de diciembre de 2010

ARDE HÚMEDO

Ni una sola vez de tantas veces
ha sido suficiente.
No se ha colmado jamás de colmarse
la gana.
El vaso que la rebosa una y otra vez
vuelve a quedarse vacío
y no deja restos de líquido derramado.
Curioso éste fuego que provoca humedades.
Que arde y arde húmedo
hasta mojarnos encendidos.
Que nos deja rendidos,
exhaustos, muertos,
y aún así,
ansiamos pronto volver a provocarlo.

martes, 14 de diciembre de 2010

HUMOR QUE NO HACE NINGUNA GRACIA


METAMORFOSIS

No digas nada,
solo malgastarías tu existencia.
Pretendes restaurar el orden
que nos embriaga,
dulce como un pecado,
que nos hace crecer entre suelos
con vidrios rotos.
Nena, nada sobrevive aferrado al pasado.
Lo que buscas sirve como anestesia a un cuerpo sano,
de placer decente, concebido,
un rescoldo, sé, que todavía anidan tus huesos.
Cállate mejor,
no digas nada,
no desveles tu inocencia.
En las afueras de la ciudad luce ésta noche
ese clima de inquietud
que logra que el momento sea
una orografía inhóspita.
Déjate, si quieres, engañar por ese temblor efímero,
granuloso,
del desconcierto.
Los dieciocho son una edad proclive
a la curiosidad,
una mezcla de fascinación y hastío,
una forma de osadía.
Lo otro es una vida ya vivida,
un pasado ingrato, dependiente,
un reducto blando que celaba tu desnudez.
Por eso calla,
adhiérete a la duda.
El pudor de tus manos
será una presencia ajena.
Tu mente ebria de su destino,
tu mirada en la penumbra del horizonte,
así te imagino, con una mueca de triunfo
en tus labios,
anegada de ardor y luna.
Sal, nena, de tu exilio interior,
que rompa el iris tu mirada ciega,
tritura el pasado
y que caiga como arena
por los intersticios de tus dedos,
que quede inservible difuminado por la distancia.
Y no digas nada,
no hace falta,
préstame ahora solo una mirada neutra, sin matices.

(de "Olor a invierno", 2008)

lunes, 13 de diciembre de 2010

JANITO


RELATO: BLANCO Y NEGRO

Juan Angulo llega a su oficina exhausto. A su pequeña y vieja casa de la calle Obispo. No suele hacerlo pero repara en los montoncillos de tierra que destilan los desconchones de la pared de la fachada a ambos lados de la puerta de madera, descolgada, carcomida por la polilla, los años, las patadas para lograr abrirla. Las tejas del vuelo, algunas a punto de caer a la calle y que pueda haber una desgracia. Hoy está susceptible a esas cosas mientras respira hondo para recuperarse del cansancio por la caminata desde la vieja estación, más de un kilómetro en pronunciada cuesta, y busca la llave para iniciar el ritual hasta que la hoja abre lo suficiente y su corpachón logra acceder al interior. Empieza a anochecer. Son casi las nueve y María ya se habrá ido. “A su otro trabajo”, piensa con escozor en los ojos. Busca a tientas el interruptor de la luz y lo pulsa. Una de las cuatro bombillas de la lámpara proyecta una luz tenue y triste. Ilumina el corto pasillo que preside la puerta de cristales de su oficina. Juan Angulo se queda parado, pensativo, deletreando: “JUAN ANGULO DETECTIBE PRIBADO”, pintado en el cristal por su amada María, algo chapucero, reconoce por descoordinado, en nivel, en medida, por alguna falta de ortografía, pero entrañable por la fe y el amor que puso en hacerlo. Piensa con ansia en María, más al ver a su izquierda, en el dormitorio, la cama desecha, en tantos días sin trabajo en los que se consolaban mutuamente, también en que así no podía pagarle el sueldo, que así no era plan, ni podían tener futuro, que con suerte había caído un trabajillo, que estaba en ello, un trabajo cansino, aburrido hasta la nausea, mal pagado, pero al fin y al cabo algo, y siempre mejor que nada. La puerta de cristales cruje. Y llega a un ángulo en la que se atranca en las baldosas y hay que subirla. Son pasos medidos. Pura rutina. Su corazón comienza a sosegarse. No está acostumbrado a tanta caminata, a tanta ni a nada, siempre al volante de su Ford Fiesta
aunque tuviera que ir a dos pasos. Pero el Ford dijo basta, lleva un mes en el desguace, y no le queda otra. “Suerte que el trabajo está en la vieja estación, a poco más de un kilómetro”, se consuela ya algo más relajado. Saca el medio Farias del bolsillo de la camisa que apagó al iniciar la cuesta y lo enciende al tiempo que cae crucificado a su sillón de madera. Llena sus pulmones de humo y de reojo mira el cerro de papeles que hay sobre la mesa. Son los papeles de siempre, muchos amarillentos, la mayoría arrugados de tirarlos al suelo una y otra vez al poner los pies sobre la mesa y agacharse a cogerlos con cabreo, sin ninguna sutileza. El teléfono parpadea bajo una carpeta con recortes de portadas de Interviú. Es un mensaje. Rebobina la cinta. Una voz conocida, fina como el maquillaje a una bestia, susurra con silabeo: “Señor Angulo, soy Maruja, mañana quiero que me muestre las pruebas de la infidelidad de mi marido, el nombre de esa guarra, su dirección, si está casada, to-do. No admito excusas. No le pagaré ni un día más, ¿está claro?”.
- ¡Puerca miseria! – masculla entre dientes
Aún no tenía nada. Llevaba una semana con el caso. Una semana de guardia en la vieja estación de tren. Acechar a alguien y pasar inadvertido no es fácil, gruñe para sí maldiciendo a la vieja señora, “fea, arrugada, esquelética, sin un mísero bultillo de carne donde agarrarse”, la define ahora con justicia y rompe en pedazos su molde prefabricado de diosa, de celestial mecenas, “es un mal bicho y tiene el justo castigo”. Lo supone, intuye que un tal José Ramírez estará por ahí en brazos de otra. Lo intuye porque aún no sabe nada, porque ni siquiera lo ha visto. El tal señor trabaja en una fábrica de embutidos a 15 kilómetros de la capital y va y viene en un tren de cercanías. El tren sale temprano, a las siete de la mañana, y no ve sentido ir a esa hora sólo a verle la jeta, sí a partir de las nueve, en horario de oficina, memorizando su foto por si es una de las miles de caras que desciende de las decenas de trenes que cruzan el andén, un tránsito que requiere una habilidad visual importante. Y ahora empieza a pensar que se ha equivocado. Ha optado por una vigilancia pasiva, entre otras cosas porque no va a emplear los treinta miserables euros de paga diaria en comprar billetes de tren y convertirse en la sombra del sujeto, en averiguar por qué no regresa a la capital en el tren de cercanías de las ocho y sí en el Rápido de las doce, en qué demonios hace después del trabajo, a qué brazos corre a refugiarse. Ha tenido que rugir la horrible señora para hacerle pensar. La experiencia es un grado que él, sabe, no tiene. Tiempo al tiempo, se dice siempre. Se hizo detective bajo cuerda por casualidad (fue mozo en un taller mecánico hasta matarse el dueño con su Mercedes y echar el cierre), animado por su abuela (que en paz descanse), por Juancho, su único amigo y dueño del “Malena” (pub que frecuenta para comer y beber whisky), y por María, una puta que le fiaba, entre otras cosas por su imponente físico, por su rostro rudo e inexpresivo, un matón a primera vista aunque sea incapaz de espachurrar a una mosca cansina, y sólo ha tenido tres casos con éste, los dos anteriores de infausto recuerdo. Algún día cambiará todo. Lo sabe. A la gente le ocurre. Él, se dice, no va a ser menos. Echa una cabezada con los pies sobre la mesa. El estómago le despierta a las diez. Es hora de visitar el “Malena”. Al levantarse está a punto de pisar los papeles desperdigados por el suelo y se agacha a recogerlos de malos modos.
- ¡Puerca miseria! – ruge
Juancho está que trina. El pub está vacío. Soplan malos vientos.
- Me debes más de tres mil euros – le recuerda a Angulo
- Ya lo sé, campeón. No te preocupes. Ha caído un trabajillo pero apenas para cubrir gastos. Ya caerá algo bueno, algo que me hará rico, y famoso
Juancho se siente culpable. Por él se hizo detective. Para eso deben estar los amigos.
Angulo se ceba con el whisky. Apenas tiene hambre, aunque da cuenta de las tapas que le pone Juancho a regañadientes.
- Estoy pensando en cerrar el negocio – susurra Juancho con una pena infinita, con la mirada perdida – el edificio está en ruina. El Ayuntamiento me ha mandado una carta. Tienen razón. Cualquier día se me puede caer encima
Angulo se encoge de hombros. Le recorre un escalofrío. Mira las vigas agrietadas, algunas rajas considerables en las paredes. Apura el whisky y finge tener prisa.
- El tiempo se nos cae encima, amigo – le grita Juancho cuando ya se iba
Ésta noche no puede dormir. De pensar en el trabajo, en la estrategia a seguir para conseguir algo, para ofrecerle algo a esa mala bruja, para intentar que le amplíe el plazo y así arañarle otros pocos euros. Debería levantarse a las seis de la mañana, le da repelús el pensarlo, y subirse a las siete a ese tren de cercanías, pegarse a ese tío como una lapa, apretarle la yugular si hace falta, obligarle a que hable, a que escupa sus fechorías hasta que se le seque la boca. Ríe. Podría inventarse un nombre y una dirección, y así estar mañana todo el día tumbado a la bartola, revolcarse con María. Pero no. Soy un profesional, se afirma con rotundidad, me engañaría a mí mismo.
El despertador retumba con estrépito a las seis de la mañana una y otra vez. Angulo intenta amoldar su sonido estridente al sueño en el que está confortablemente sumido pero es inútil. Llena entonces su mente de haberes y deberes, de vergüenza profesional, y se levanta. Medio adormilado se viste y revisa lo necesario: la libreta y el bolígrafo, la cámara digital, la pistola en el costado, bajo la chaqueta. Comprueba el cargador. No tiene balas ni falta que le hacen. Sería incapaz de disparar a nadie y así evita un accidente. No. La triste realidad y en lo que jamás piensa es que la compró en un “Todo a cien”, que es de pasta dura aunque da el pego. En el espejo intenta alinear la selva de sus cejas, se peina en un pispás, revisa su perfil, y sale. La noche aún coquetea con un amanecer que augura caluroso. Angulo no ha sido testigo jamás de ésta lucha crepuscular (al menos no la recuerda, ni de coña), que hoy ve como en butaca preferente descendiendo la ancha y larga avenida hasta la vieja estación de tren que queda debajo de su mirada como un pie de foto o una firma de éste paisaje progresivamente hermoso. Son casi las siete y camina al paso de varias personas que se dirigen al mismo sitio que él. Es tarde. La mayoría fuerza el paso. Debe darse prisa. Pero correr le ahoga. El vaivén de la carne en su pecho le provoca que el corazón se acelere, que vuelva a recordar lo vivido de primera mano en el infarto de su abuela, y como consecuencia que se ponga muy nervioso, que le empiece a faltar el aire, que empiece a bufar como un toro. Llega a la cola de la taquilla tan rojo y asfixiado que la gente se vuelve preocupada. No es nada, se dirige a una cara que reconoce entre todas como la de José Ramírez, se me pasará en un minuto. En el andén se oye la primera llamada. El tren espera. A Angulo le toca el turno y maldice el euro y cincuenta céntimos que se aleja de sus manos para siempre. Un pequeño papelito a cambio. Y subirse a un tren, como al tren de la bruja que lo subía su abuela en la feria. No se ha calmado. Subir a ese tren también le da algo de yuyu, además de estar algo inquieto por no controlar la situación. Debería pasar desapercibido y no que cada uno de los pasajeros de este grande y único vagón, como un gran autobús, lo define, le pregunte cada minuto si se encuentra mejor. Agradece los gestos pero se siente como un gorila en un circo. Y sopla al ver que José Ramírez le chista para que se siente a su lado. Lo analiza mientras se acerca. Le cae bien. Es un hombre bajito, rechoncho, pancho a primera vista, y feliz, con una sonrisa constante, como si las comisuras de sus labios las tuviese cosidas al rabillo de los ojos.
- ¿Se encuentra mejor? – le pregunta lo de todos
- Sí, sí, gracias, algo…, yo es que padezco del corazón, ¿sabe? – sigue nervioso y miente sin venir a cuento
En el andén se oye la última llamada. El tren se mueve despacio. Empieza a mecerse, a sonar su traqueteo incesante. Angulo se abraza al asiento de delante.
- No tenga miedo – le dice José con algo de guasa
Le cuesta pero se relaja. Pronto ve desfilar los primeros olivos, la ciudad encogerse a su izquierda. El viaje, de no más de treinta minutos, se le hace largísimo. No cruza con su compañero de viaje más de dos palabras y vuelve a mentirle cuando se interesa por su nombre, por su trabajo.
- Me llamo Juan…Pérez – dijo el primer apellido que le vino a la cabeza – soy comercial, pero hoy viajo por placer…, como turista, ¿sabe?
Las facciones risueñas de José, con toda seguridad, camuflaron una carcajada. No tenía Angulo aspecto de comercial, por atuendo, arrugado y de mercadillo, por aseo, creciente la aureola de olores variopintos, a sudor, a ropa sucia, a los eructos disimulados de un batiburrillo a whisky nacional, jamón y queso. Decreció el ímpetu de la sonrisa de José y pasaron el resto del viaje sin decirse una sola palabra. La bocina sesgó el lápsus incómodo al avisar que entraban al andén de Menbijar, un pueblo pequeño, sobre una loma. Descendieron cinco personas al andén. Angulo esperó unos segundos hasta verles marcharse y siguió a José a una distancia prudente. Pero algo no hizo bien, José se vuelve y tiene que disimular. Mira una nube solitaria y su forma de caballito de mar. La señala y ríe. “No desesperes, Juan, lo peor está hecho”, intenta animarse. Los cuatro van en grupo y toman un carril que bordea el pueblo. La fábrica está sobre la loma. Angulo se gira. Percibe que la fábrica está en línea recta a la estación, que hay un banco a la sombra en un porche lateral, un lugar ideal para sentarse y de paso hacer su trabajo. El sol ha salido con brío. Empieza a hacer un calor de escándalo. Angulo se despanzurra en el banco y ve pasar las horas lentamente, con los ojos como platos. Se distrae oyendo el ambular de los pocos viajeros que entran y salen de la estación, viendo pasar los trenes. Empieza a picarle el sueño. Ésta noche ha dormido poco y el cuerpo lo necesita. La última vez que mira el reloj marca la una del mediodía. A las siete de la tarde alguien le despierta con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¡Menudas visitas turísticas hace usted, amigo!
Le cuesta despabilarse. Y no se corta delante del fulano estirando sus huesos, bostezando, eructando, tirándose algún que otro pedo.
- ¿Quiere unirse a nosotros?, ¿le gusta a usted jugar a las cartas?, Pánfilo no puede quedarse y necesito un compañero
Angulo disipa la niebla de sus ojos y reconoce a su interlocutor como un tal José Ramírez, alguien a quién debería estar vigilando. Se pone en pie con esfuerzo algo avergonzado.
- ¿Que qué, que cómo? – trastabilla
José le pone al corriente. Está ciego con el tute. Todas las tardes después del trabajo él y sus tres compañeros de trabajo echan sus partidas en la estación de tren en un pequeño trastero que limpiaron para tal menester, y a las que se suma el jefe de estación a partir de las ocho, cuando es prácticamente nulo el tránsito de trenes. Pero hoy Pánfilo tiene que irse. Son las siete. Y el jefe de estación aún no debe escabullirse.
- ¿Las cartas?, no, no, ni pensarlo – rechaza Angulo la oferta viendo peligrar su dinero
De todos modos le sigue. José suplica a Pánfilo en el andén que se quede.
Angulo no puede creer que todo sea tan fácil. Está apoyado en la puerta de un trastero en la estación de tren viendo jugar codo con codo a José y sus tres amigos a las cartas con las visitas esporádicas del jefe de estación y da por resuelto el caso de la manera más absurda imaginada. Sólo le queda seguir con su rol de turista y echarles una foto de recuerdo para mostrársela a la vieja señora, no sin antes cobrarle lo acordado (siete días a treinta euros) y rogándole algún plus, de rodillas si hace falta. Los cuatro posan risueños y Angulo pulsa la cámara una y otra vez. Misión cumplida. El trabajo está hecho. Se despide de ellos y se acerca a la taquilla para sacar el primer billete a la capital. Pasa a las ocho. Un Expreso que viene de Madrid. Faltan quince minutos y mientras pasea por un andén solitario. De fondo oye las risas retumbar en el trastero, a dos niños jugar con una pistola. Su mano va como un resorte al costado y maldice los infiernos.
- ¡Puerca miseria!
Se dirige a los zagales como un oso enfurecido y les da el susto de su vida. Recupera el arma y la coloca en su sitio. Y se siente bien. Satisfecho del día, del resultado final inesperado, aunque se haya gastado tres euros en billetes de tren y no haya probado ni agua. Piensa en el “Malena”, en que va a dar buena cuenta de la despensa de Juancho. Y mata el tiempo paseando cerca del banco donde ha pasado buena parte del día, bajo la ventana del trastero donde un tal José Ramírez engaña a su mujer con otra. Ríe y pone oído. No le parece que hablen sobre la partida sino con toda claridad sobre un detective imbécil que ha mordido el anzuelo. Oye a José dar las gracias, pedirles que no salgan hasta que el “gigante baboso” se marche, que les pagará un taxi, que no se preocupen. Angulo tarda pero capta lo ocurrido. Tiene en su cámara la prueba para dar esto por zanjado. Aunque sea falso. Pero ha pasado por un imbécil y eso no le gusta. Mal empieza su periplo profesional si le engañan como a un chino (los otros dos casos anteriores no quiere ni recordarlos). Se debate entre la dejadez y el orgullo. Vence por K.O. olvidarse del tema. Entre otras cosas porque tiene hambre, y sed. Pero resurge algo en su interior que ha notado pocas veces, cuando su amigo Pedro le robó los cromos, recuerda con genio. No, no va a consentir que un engendro risueño se ría de él. Perderá el tren, y el euro cincuenta. Ruge. La bocina del Expreso retumba a lo lejos. Vuelve a maldecir el dinero perdido viendo entrar el tren al andén y marcharse a los pocos segundos. Se centra. Necesita barrer la mente de jilipolleces y tener actitud. Respira hondo. Luego bufa. Se repite una y cien veces que es un detective, un detective y no un gigante baboso e imbécil hasta que alcanza el grado necesario de motivación. Su arma es la sorpresa. Se escurre a uno y otro lado del lateral de la estación como una sombra. No tarda en llegar un taxi. A él suben los compañeros de José. José se despide de ellos y vuelve a entrar en la estación. Le parece raro. En la estación no hay nadie, tampoco en el andén. Supone que esperará a alguien. A él también sólo le queda esperar. No demasiado. A los pocos minutos llega un tren de la capital. Vigila el andén. No baja nadie. Su sorpresa es mayúscula cuando José sube a él de un salto. El tren se mueve. No lo piensa y le sigue. Desde los escalones, bien sujeto a los laterales con los codos, no puede evitar sacar la lengua al jefe de estación que le mira atónito. Luego levanta la cabeza y otea el largo pasillo del vagón. José camina lentamente y entra a un departamento. Angulo espera unos minutos antes de seguir sus pasos. La mayoría de los departamentos están a oscuras, vacíos le parecen, alguna persona percibe apenas. El traqueteo le marea y tiene que agarrarse al resalte de las puertas, a las barandillas de las ventanas. Se acerca al departamento donde entró José. Quiere ser prudente. También está a oscuras. Pero alguien se mueve en el interior. Y jadea. Se queda un rato viendo a dos sombras abrazarse con una agitación desmesurada, caer al suelo uno encima del otro. Oye sus respiraciones hondas, sus besos. Le da pena interrumpirles pero tiene una bonita foto, una foto obscena por la que un mal bicho pagará lo que le pida. Algo le frena. No puede hacerlo. Prefiere esperar. Retrocede unos pasos y se distrae mirando por una ventana. Ha anochecido. Se ve reflejado en el cristal y se gusta. Al fin se siente detective. Ha resuelto un caso difícil. Y se siente orgulloso. También de sentirse persona, de no tener el impulso de entrar al departamento, encender la luz y fotografiarlos en pelotas, decirle a José que éste gigante baboso no es tan imbécil. No. Siente respeto por éste hombre que ha encontrado desahogo, tal vez amor, en un lugar atípico, quizá con alguien que trabaje en la capital y regrese a su casa a diario, quizá una mujer casada, con hijos, da igual, alguien necesitada de afecto. Piensa en María, en que va a centrarse en su trabajo y sacarla de la mala vida. Quiere luchar por ella. Como José por ésta mujer desconocida. ¡ El amor, ah, al amor!. Cree que debería irse y dejarles en paz. Pero siempre ronda en su cabeza como una alimaña el problema del dinero. Está tieso como un boquerón. Y puede jugar a dos bandas. La vida es dura y las oportunidades que se brindan no deben despreciarse. Se acerca al departamento. José sigue desollando los glúteos de su amada. Angulo no lo piensa, abre la puerta y palpa la pared hasta dar con el interruptor de la luz, como hace a diario en el pasillo de su casa. Ilumina a una pareja haciendo el amor con una fogosidad encomiable.
- Uy, perdonen, ustedes perdonen – se disculpa y apaga la luz cuando se da cuenta que José le ha visto
Cierra la puerta y sale. José no tarda en estar frente a él. Tiene los ojos desencajados, además de la camisa a medio abotonar y la bragueta desabrochada. Quiere decir algo, presumiblemente insultar a Angulo, pero se frena.
- Bueno, ya tiene lo que quería – acierta a decir tras un rato de silencio
- Depende – ironiza Angulo
- Escuche – le ruega – ella es una mujer casada, y decente
- Casada puede que sí, pero decente, no sé, no sé…
- No se meta con ella, puedo partirle la cara
- Debería pensar, amigo. No tengo demasiado interés en que su mujer se entere de esto. Tengo una comprometedoras fotos de un vicioso de las cartas y me basta
- Ya, ya – José se resigna - ¿Qué quiere?
- No volverá a verme jamás la jeta por …mil euros – le cuesta pronunciar la cantidad, por inusual
- Está usted loco
- Puede llamarme gigante baboso e imbécil
Regresaron a la capital en un Rápido sobre las doce. José no dejaba en paz el infinito. Angulo ponía cara de circunstancias aunque necesitaba gritar y que aflorara su inmensa alegría. Sin quitar la mano de su hombro le acompañó hasta el portal de su casa.
- Mi mujer es un mal bicho
- Ya, ya
- Espere. Le bajaré el dinero
Angulo escupió varias veces a su dedo gordo e impregnó la punta del resto de sus dedos. Notaba el peso de los billetes en sus manos, su sonido áspero, cortante, al desplegarse para contarlos. Pero José tarda. Y se desespera. Oye ruido en la escalera. Puertas que se abren. Un murmullo creciente. Las luces que se apagan y vuelven a encenderlas. Alguien sale a la calle, pulsa el portero del bloque de al lado, dice algo y regresa sofocado. Angulo le pregunta.
- La Maruja esa, la del Joselico, que se ha muerto. Dicen que se ha tomado pastillas, o no sé, no sé – le cuenta sin pararse una mujer en bata
La puerta del portal se cierra en sus narices. Se gira. Mira la calle solitaria a derecha e izquierda. Al cielo. Se mete las manos en los bolsillos y saca el forro para que le cuelgue.
- ¡Puerca miseria! – ruge como un animal herido, al tiempo que abre la boca como un galgo
No tarda en animarse pensando que tal vez Juancho no haya echado aún el cierre.

(de "En cierto sentido", 2008)

domingo, 12 de diciembre de 2010

JANITO


REALIDAD

Caminamos un tiempo
por donde llueve.
La desnudez ya no espera un paisaje,
pesadillas que la destruyan,
sin embargo anda sin pies ni cabeza
saltando en la lluvia
como en otra vida.
Para seguir siendo
hace el amor al galope
de la primera vez, siente orgasmos
de lentas vacilaciones,
para ser consciente vaga
por el sucio sendero del corazón,
abriendo caminos que nunca transita,
vacíos que aplastan los cuerpos
como pasillos siempre agonizantes.

Placer de tardes grises y noches claras a la vez.

Entonces no hay como subir
y bajar por la misma vida.

(de "Perro viejo", último poema)

IMAGINARIOS SECRETOS

A solas te adhieres al aire
que pasea cogido de mi mano.

Te piensas en mí
y todo se diluye
como el humo de un deseo.
Te crees en mí
y lo de fuera ocupa su lugar
como un sueño olvidado.

Como un río efímero crees
que a mí también me borras todo.

Memoria que nos acerque caricias
como temblorosos secretos desvelados.

Memoria que vuelva a hacernos el amor
con las mismas viejas historias
que nunca contaríamos a nadie.

FIEL TESTIGO

En tu precipitada huida
abandonaste una mirada
que me habla de ti
sin escucharte.

No vuelves la cabeza.

Atrás quedó en el falso adiós
tu loco gesto, palabras desvalidas
al amparo ya de mis ojos.

(de "Perro viejo")

viernes, 10 de diciembre de 2010

FELIZ NAVIDAD


CUERPO A CUERPO

Sombra que llega, me goza, y basta.

Cuerpo de mil guerreros
que batallan a tumba abierta.

Que aplastan, oprimen, maltratan.

Enemigo que soy, exhausto,
no baja los brazos ni rinde su alma.

Pues no regresaría
al hedor de la carne muerta
el arma que exige vigor
al suicida.

(de "Borrón y cuenta ajena", 2009)

AMORES SIN AIRE

De nosotros hay vida que vive sin nosotros,
hay mucho que nos tiene sin tenernos,
llámese amor como dunas de un desierto no cruzado,
llámese amor de años que quizá no cumpla nunca.

(de "Perro viejo")

miércoles, 8 de diciembre de 2010

JANITO


ALUMNOS DE HOY, PROFESORES DE MAÑANA

La pereza a causa de la falta de motivación hace tiempo que se extendió -se extiende- como la pólvora entre los jóvenes que creyeron –creen- una pérdida de tiempo estar frente a un profesor aprendiendo no sé qué.
Así que desde la perspectiva de estar haciendo algo pero sin hacer nada asientan la base de lo de luego, un futuro que ya les han dicho –les dicen- voces que no tienen.
Una aciaga visión de futuro que en forma de desidia les plantea la absurda tarea de memorizar si el Guadiana pasa por Toledo o si burro se escribe con uve.
Así aprender por aprender estando convencidos de que nunca van a llegar a nada lo dejan para cuatro jóvenes idiotas, un grupillo de empollones que aún beben del modo de muchos jóvenes de antes, esos que ya cincuentones o sesentones todavía se saben los ríos y capitales del mundo de carrerilla, las preposiciones de un tirón y con música, hacen las cuentas a boli y no tienen apenas -o ninguna- falta de ortografía, y lo que es peor, aspiraron a tener su propia empresa o a ser lo máximo posible en la que quiera que fuese.

“Hay que vivir la vida, eso para qué sirve, la culpa la tiene el profesor, el sistema, mi padre, Perico el de los palotes” son lemas de buena parte de una generación que sin darse cuenta se construye sin cimientos y con los muros de arena.

También es cierto que les atenaza el actual sistema, el cúmulo de libertades que les permite escaquearse, que se sigue gozando demasiado tarde aunque mucho y más de lo logrado y sufrido, que es más fácil ceder al rol de la mayoría, ser uno más de lo que hay.

¿Para qué, para qué?, se preguntan y vuelven a preguntarse sin darse cuenta que en forma de pescadilla que se muerde la cola.
Mal propio y de otros, si para colmo muchos de ellos –porque algo hay que hacer en la vida- serán profesores mañana.

lunes, 6 de diciembre de 2010

FELICIDADES, INMA


TU REINO, DE PASO

Continuamente asalto tu muro cristalino.

Tras él mueres quieto envejeciendo
y a mí me mata tanta vida.

Habitas un territorio de sombras sin ilusión,
un puerto de nubes negras con sol y mar de fondo,
juez ebrio de ti que condenas lo inocente.

A cubierto frenas mi cuerpo con tus manos
mientras mi mente corre los montes de tu oído.

(de "Perro viejo")

JANITO


domingo, 5 de diciembre de 2010

EN SOLITARIA COMPAÑÍA

El bullicio es una alfombra
donde acampan silencios nocturnos.

El ruido es sólo un testigo mudo.

La deseosa compañía primero está viva
entre los muslos. Y siempre habla
de callarse.

Luego, juntos a veces, hablan
de sed de vida,
de la deseada soledad en que amanecen
los cuerpos muertos.

(de "Perro viejo")

AULA

Te marchas a lo fácil,
ojos cómodos en la rama.

Los míos conducen al labio
y a tus respuestas.

En mí no está lo que provocas.

Dentro soy día hasta la noche,
luego noche toda la noche.

ARTIFICIO

Quién no es y sufre por no ser reconocido
continuamente ha de promocionarse,
saciarse en lo dicho. Quién desata sed de ser
anega sótanos desocupados, oídos
de cuerpos preparados para alejarse, rocía
cuando puede muchedumbres, gotea en gestos
que consentidos se sorprenden.
Pero discurre solo preguntándose siempre
por lo que cree haber dejado bien claro.
Incluso frente a frente crece su artificio
si quién sabe que es resuelve callarse.

sábado, 4 de diciembre de 2010

A TU PESAR

Donde acabe hoy tu dolor
acaso salte el muro, miserable,
donde dejes de temblar cariacontecida
quizá intente ser el héroe más villano.

Entre lágrimas permanece un beso solidario,
un momento íntimo desolado,
feo de hambrientos rostros fríos,
de sed que bebe derramada
donde beben multitudes sin notarse.

A tu morir despierto dejo unas palabras siempre
hostiles -infinito instante gozando su dureza-,
mordiendo besos, liberando sin ataduras
poder mirarte, colofón a un poema incierto,
adiós a caer por tus escaleras, rodando, tan humano.

(de "Perro viejo")

miércoles, 1 de diciembre de 2010

ESPÍRITU NAVIDEÑO

En Bailén, por suerte, aún trabajan cuatro gatos. Suerte, además, que por éstas fechas a causa de la campaña de la aceituna la estadística será provisionalmente algo más alentadora, eso si las lluvias empiezan a no dar un solo respiro como en el pasado año.
Datos positivos en lo negativo que animen a que despierte en una amplia mayoría un espíritu que sea o parezca navideño.
La navidad es una fiesta donde cada familia reúne a toda la familia posible y quizá por ello, por su rareza, nunca se ha reparado en gastos. Es un canto a la unidad, muy entrañable, pero al tiempo abocado a un exceso, soportable o no, muy mal entendido. Todos los gastos, a cualquier nivel, sobrepasan su castigada línea roja. ¡Pero qué navidad sería llamarse sin regalos desde el niño al abuelito, sin ponerse en sus días más señalados hasta las cejas de todo lo que haga falta!.
Son fechas de visitar comercios de Linares o Jaén en pos de llenar el frigorífico, el armario, o esa habitación ya atestada de nuevos juguetes para los niños. Llueve sobre mojado. Perdonen sres comerciantes de Bailén si yo también soy otro de esos tentados por una mayor variedad o por esa, siempre discutible, relación calidad-precio.
Alegra ésta puntual rebeldía del ser humano en saltarse sus propios límites y correr un tiempo a campo abierto, pase luego lo que pase.
Lo que pasa luego es que hay que afrontar la cuesta de enero, cuesta a modo de ocho mil, y luego el resto de meses de este nuevo y aciago año –vaticino- como inaccesible cordillera.

DE MUCHA VIDA

Siempre en contra de la mayoría
y a favor de la urgencia
no me sirve el espejo riguroso
que solo refleja edades de antes.

Hay razones que no buscan su sentido,
deseos que invaden postreros naufragios,
realidades agónicas que ya no buscan sanarse.

No me llama ciego el placer por lo oscuro,
arder tiene el fuego y el monte donde saciarse,
no daña hallarse lejos, en el confín del tiempo,
si se entrelazan el sueño y su ardor despierto,
si cede a veces el modo definido de lo plausible,

si la sangre exige su antojo:
formas rotundas que palpiten un secreto frío.

(de "Perro viejo")