juanitorisuelorente -

sábado, 24 de agosto de 2019

LAPSO

(Imagen de la red)

















Aunque siga prisionero
soy de seis de la mañana,
cuando todo es disiparse,
no hay regreso ni batalla,
cuando un sueño se resiste
a plegarse hacia la nada
y mi luz es de la noche
y mi corazón del agua.
Son momentos de oro viejo,
de una irrealidad esclava,
de sentirme navegando
por un mar de vida en calma,
si sentir no tiene cuerpo,
anda sorda la mirada,
y todo es de juventud,
de comienzo y carta blanca.
Esa paz que abre mis ojos
tiene en la conciencia el arma,
el sello del perdedor
incluso en grandes hazañas,
y en esa mínima estancia
en que los colores granan,
ese mar de regocijo
sin mal viento ni ola amarga,
deshace al mundo real
toda la carga que arrastra,
y me siento sin memoria,
sin futuro ni esperanza,
como una isla muy perdida,
como un punto en la distancia
-paréntesis que soterra
toda la inquietud del alba-.

domingo, 18 de agosto de 2019

NUESTRAS ENTRAÑAS (Del 1 al 10 (R))
















(1)
El tiempo camina.
Subebaja
e imita la infancia de una calle
en blanco y negro. Y hace de ella
un flash de identidad, un instante
perdido que exhibe su nombre
con alma dentro. Como un río de orillas
blancas con cuerpos de piedra
que miran lejos: la espalda de luto,
la constante conversación con el guardia civil,
la niña distraída, el perro
que duerme para siempre, el burro,
chuleando al empedrado,
y la iglesia,
al fondo,
firme, indemne,
-ella sí-
hacia lo eterno.



















(2)
A las sombras y al agua
las añora un desierto,
y a los viejos
las una de la tarde.
A la primavera de una plaza,
reducida
a un suelo de ceniza,
no le crecerá la hierba.
La tierra tiene coche
y el cielo pasa hambre.
Es lo moderno,
aparcado de por vida
en la memoria,
en otro triste y gran adiós

al hombro/e.
























(3)
Aquí bebemos por la tapa.
Comer es, por tanto,
el que bebe. Aquí
todo bar tiene de tapa
su historia, si tiene historia.
Somos así.
Si llena los ojos
alegra el vaso y llena y llena
cuerpos de luna eterna.
De aquellos que fueron
aún ronda el alma
por la carne que despunta
en abundancia. Y a esos, les damos
apreturas, ruido, suciedad,
y los cuerpos muertos como cultura
del abandono (sabemos morirnos).





















(4)

Nuestra alma es de barro.

De barro nos moldean
el nombre nuestras raíces.

De barro es la bonanza,
nuestro as de corazones.

Barro que,
si construye y decora
amamanta soplos
de rutilante eternidad,

pero solo es tierra,
si no llueve.















(5)

Es nuestro lienzo,
insigne, verde,
que la noche madura.
Que extiende el paisaje
hasta que el puño lo oprime
y los ojos se derrumban.
Un largo Paseo que habla
al tiempo despacio,
palmera tras palmera,
de las paredes del mundo,
y viste de calle o fiesta
a un apacible quietud de horas.
Va-y-ven, hasta que al azul
que acoge la luna desaloja,
quedando apenas una sombra,
alguna mano prendida
al silencio diáfano del granito,
entre los lejanos gemidos del agua
y el monumento a la memoria
presente,
si la paz que enarbola
es antesala de la noche.

















(6)

Reina en su pedestal
o peregrina sobre la luz
que nuestros ojos sostienen.
La esperanza le late
de los mundos que abre
-las secretas conciencias
son de gritos sin aire-,
ella sabe de reinos
que sustenta el alambre,
de las manos que la izan presa
de sus aires celestes,
de tantos y tantos besos de carne,
de diamante siempre,
de las manos mudas
que por amor se mueven,
ella sabe de mares
y de sueños de nieve,
del lugar del corazón
donde nadie es transparente,
si somos hijos del sol
y del cielo más verde,
de la sed que apuñala,
de la sangre que muerde,
y ella de todos la madre
que casi nadie merece.

Pero a todos, sin excepción,
a todos el alma yergue.






















(7)
Julio llama a la calor
para gustarse en el espejo,
volver a los cuarenta y pocos
con un lento batir de alas.
Julio hace el amor a la playa
y aquí nos besa con luz materna.
Por todas partes luce desnudos
y gemidos a la sombra.
Bebe en botijo y abanica
rostros de cera.
Al trabajo va cayendo
hasta ser un carbón en la siesta,
o lo hacina al aire
de sus zonas muertas.
Julio tiene en su batalla
unos días de ser de luna
para volver a ser oro en plata
y del cuerpo a la deriva.
Luego vive como siempre,
con la sangre mordida,
en el mar acaso
o ardiendo de la dicha,
hasta que renazca el nombre
de otro agosto aplicado
en su doctrina, pero nunca sombra
del mes más nuestro.



















(8)

Hay calles apretadas entre los muslos
y otras abiertas al mundo,
calles para cuatro
y otras donde el cuerpo se prolonga
luciendo adioses bien pintados.
Hay calles de mecida rutina
donde morirse temprano,
y otras de solteros mudos
y noviazgos bien cantados
-desde el helado al yeyé
los corazones en blanco-,
calles de da igual el nombre
y otras de secar los labios
si están al pie del aire
con nuestros mejores años.
Calles de piel y arena
y otras de tacón y traje,
donde verse
y volverse a ver
tras los caminos al hambre.




























(9)

Quienes la llaman tonta
y se ríen
son los/las que lo hacen,

si ese ser que tuvo su origen
en la luz de la inocencia,
y alcanzó solo el mundo
que le ofrecieron las sombras,
vive bajo tierra en libertad
por andar sin alas.

Ser así enarbola ese veneno
y ni a sus vacíos pregunta
como mostrar su lucidez.

Su historia, del/contra el mundo real,
ignora que integra nuestra historia
y con un nombre
que por tonta no atiende.



















(10)

A una ciudad
se le quiere el nombre
y se le ama un barrio.
En los olvidos del hombre
viven los siempres de niño.
La raíz se lleva a cuestas
y otro árbol es del aire.
Así, en todo lo que nazca grande,
estará lo diminuto,
y en mí:
cuatro calles, una fachada blanca,
un veintinueve,
mi madre,
la plaza... y en ella la fuente,
el cantarico...
roto...





miércoles, 7 de agosto de 2019

A MI MANERA

























He vivido tus poemas
una, y millones de veces,
la misma sangre encendida,
los mismos latidos fieles.
Da igual quién escriba, Madre,
si vuelve el labio a su fuente,
a beber los mismos versos
que tanto y siempre conmueven.
Cánones de tu belleza
que no admiten que diserten,
que te hablen con desabrigo
y que en algo te molesten.
Ya sé, Madre, que versan
con el amor que te tienen,
que nace de lo más hondo
hasta el cantar más inerme.
Y que tú guardas silencio
porque la fe resplandece
y prefieres su constancia
aunque lo usual la gobierne.
Madre, sabes que ando al aire
donde el aplauso no crece,
que prefiero el laberinto
a los delirios celestes,
pero que mi amor es grande
lo sabes sin que lo verse,
que ardes en mi corazón
aunque parezca de nieve.

sábado, 3 de agosto de 2019

LA POESÍA

(Imagen de la red)













Comencé a una edad madura
sin tomarla muy en serio,
sin saltar alegremente
a la patria de los genios.
Fue un inicio compulsivo
de arrojar hojas al fuego,
de escribir por los tejados
sin paredes ni cimientos,
con las palabras aladas,
sin nacer de los silencios.
Tiempo de pasos  atrás
a mirarme en los espejos,
y decirme: “Juan, tranquilo,
escucha a la voz de adentro,
deja libre al corazón
y aletea por los sueños”.
Al cribar las sensaciones
y exprimirles el aliento
recogía gota a gota
solo esencia con mi sello.
E inicié la singladura
con una barca de remos,
sin meta en el horizonte,
con el mar bajo mis dedos.
Corrigiendo mis errores
y el empuje de algún premio
diluyeron a las sombras
que rehuían ser del verso.
Ella es parte de mi vida
y en el corazón la llevo,
me atrae su sencillez,
no la busco por el cielo.