Ésta sociedad nos da facilidades para hacer el
amor,
pero no para enamorarnos.
Antonio
Gala
Nicolás apura el whisky y
pide otro. Fuerza la memoria y no recuerda si es el cuarto o el quinto. Desiste
y no le importa porque cuando salta la línea en el tercero pierde el sabor y su
cabeza lo suele ignorar más pendiente de otras cosas. De todos modos sorbe la esencia antes de que
el hielo la diluya y tampoco percibe si es Dyc o le han metido la gamba. Le da
igual. Ruge Nirvana y balancea su cabeza
con la mirada fija en el núcleo claustrofóbico
de luces y sombras. Dentro está
Elvira, bailando con un pavo, en una pista
hacinada. Ella no es nadie para él pero hoy, por descarte, es la que más
le atrae. Su mirada ávida la sigue a todas partes. Imagina cosas, que está a su
lado, que le habla, y cuando el niñato le mete mano hasta le estremece un
ligero cosquilleo.
A su lado Luis cambia
continuamente de color.
-
¿Oye Luis, ¿cómo lo llevas? – le grita
-
De puta madre, tío
Son amigos desde niños,
vestigio de un nutrido grupo que se han ido casando o marchado lejos, “A vivir
lo mismo a otra parte”, suele decir Nicolás cuando les recuerda, en el fondo
con pesar porque él tuvo ocasión de irse de cocinero a Málaga. No lo hizo. Tenía
a sus padres, a sus hermanos, pero hoy está solo. Sus hermanos se fueron de la
mano de sus cuñadas, sus padres al cementerio y él se quedó en casa velando los
recuerdos. Es tímido y con un corazón grande que de poco o nada sirve en una
pequeña ciudad donde casi nadie se fía de un solterón en la berrea.
Suerte que tiene a Luis, otro
descastado de lo tradicional, tímido con las mujeres hasta el escándalo, y
resignado, como él, a estar solo.
-
¿Has visto las
brevas de la Sampe ?
-
Prefiero las
piernas de la Elvira ,
¡qué muslazos, tío!
Elvira sale de la maraña de
cuerpos entrelazados y Nicolás recupera, absorto, a su musa. Sigue su vaivén
ladino, de hembra experta en ofertar las fronteras sinuosas de su carne, a
pesar de ser bajita, entrada en años, no demasiado agraciada con según qué
atuendo, pero aquí, en la discoteca, desnuda lo que puede y atrae algunas
miradas que echan tierra al resto. Es
chica de fin de semana, de un solo niño y por riguroso orden.
Nicolás y Luis nunca lo han
hecho con ella. Con ella ni con nadie pero con ella imposible porque sólo le
van los jovencitos con solvencia y coche, nada que ver con la Mobylette Campera
de Nicolás, que adora y que le lleva a todas partes pero de nulo gancho para
las chicas. “Peor está mi amigo Luis, dice a quién se lo recuerda, que va al
tejar en la bicicleta que heredó de su abuelo”. Saben que no tienen remedio. Acarician
los cincuenta y el carácter, cerrado,
agrio, impide los aires nuevos que por temor o acomodo ya no saben respirarse.
Están atrapados en sí mismos con un
trasfondo tremebundo de ansiedad, esa
ansiedad que les hace ser un poco brutos con las chicas, porque hablan
constantemente de desollar esos cuerpos que se les resisten con sus manos, de abrirles
con furor esas negadas entrepiernas y enrojecerlas de darle empellones, sin
decir una palabra, por tanto sin entrar al trapo con esas frases cursilonas que
lo enredan todo, una trivialidad que no va con ellos, un ritual que no
necesitan para nada. “Si alguna quiere
follar aquí estamos”, dicen cuando el alcohol se les sube a la parra. De todos
modos no es así como piensan y si no lo dicen es, sencillamente, porque no lo
han hecho nunca y temen caer en el más espantoso de los ridículos. Tampoco han
ido de putas y no saben el porqué. Más de una vez lo han pensado y han estado
en un tris para rajarse por mil razones
convincentes: “Cuesta mucho ahorrar treinta euros para soltarlos así, ¡ala!,
“¿Y si no estamos a la altura?”, ¿Y si nos pegan una infección, recuerdas cómo
se le puso aquello a Jaime?”. Y se consuelan respondiéndose: “¿Es que no hay
mujeres dispuestas por nada?”, “Mujeres hacendosas, de su casa, como debe ser”,
“No esos coños sebosos como latas de grasa”. Y al fin, totalmente convencidos: “Follar debe ser como hacerse
una paja, chispa más, chispa menos”.
Elvira multiplica sus piernas
y sus pechos crecen hasta desdibujarse en el paisaje nebuloso. La discoteca es
el epicentro de un terremoto y poco a poco va intensificando sus grados de
movimiento. Nicolás cree que debe irse.
-
Oye, Luis, estoy
un poco tarumba, ¿por qué no nos vamos?
-
Yo estoy bien,
tío
-
Pues yo no. Esto
sube como una bala y no me sostienen las piernas
-
Bueno, nos vamos
si quieres
Nicolás se despide del camarero. Un chico
nuevo que no le hace mucho caso. Al bajarse del taburete se tambalea. Luis lo
coge por la cintura para que su amigo tenga una salida airosa.
-
¿Cuántos whiskys has tomado, animal?
-
Yo que sé. Me he
cegado con Elvira, está buenísima, la tía
-
Sí, ya sé que es
un pendón
Salen de aquel antro tedioso
y la luz nocturna les reconforta. La música machacona y martilleante se ahoga
tras la puerta y la larga Avenida les ofrece su sosa perspectiva. Tienen más de
un kilómetro hasta sus casas y Nicolás es un bulto algo pesado por lo que Luis
prefiere remojarle la cabeza en la fuente de un parque aledaño. Surte efecto y
parece despabilarse.
-
¿Qué te ha
pasado?, no es normal, tío – le recrimina
Nicolás sacude el agua de su
cabeza y se sienta allí mismo, en el suelo, apoyando su cabeza en el borde de
la fuente buscando entre las copas un trozo de cielo estrellado.
-
No soy una
persona normal, amigo - dice
-
Eso ya lo sé
-
Tengo cuarenta y
cinco años y no soy como quiero ser
-
¡Toma, ni yo, no
te jode, el tío!
-
¿Y por qué no hacemos
algo para remediarlo, capullo?
Nicolás estalla de rabia. Hoy
le ahoga. Luis le mira pesaroso. Va a remolque. No por nada, quizá porque así
se siente cómodo. Se queda inmóvil, sin
saber qué hacer.
La noche invita a quedarse.
Están un buen rato callados. Pero es tarde y mañana es lunes, a las ocho deben
estar en el tajo.
-
La cabeza me da
vueltas – sopla Alberto
Luis reacciona y estira de él
para levantarle.
-
Vamos, tío, vamos
a casa
(2006)
(2006)
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