juanitorisuelorente -

martes, 14 de febrero de 2012

CELOSÍA (RELATO CORTO, 1er capítulo)


 Ésta sociedad nos da facilidades para hacer el amor,
                                       pero no para enamorarnos.
                                             Antonio Gala


Nicolás apura el whisky y pide otro. Fuerza la memoria y no recuerda si es el cuarto o el quinto. Desiste y no le importa porque cuando salta la línea en el tercero pierde el sabor y su cabeza lo suele ignorar más pendiente de otras cosas.  De todos modos sorbe la esencia antes de que el hielo la diluya y tampoco percibe si es Dyc o le han metido la gamba. Le da igual. Ruge Nirvana  y balancea su cabeza con la mirada fija en el núcleo claustrofóbico
de luces y sombras. Dentro está Elvira, bailando con un pavo, en una pista  hacinada. Ella no es nadie para él pero hoy, por descarte, es la que más le atrae. Su mirada ávida la sigue a todas partes. Imagina cosas, que está a su lado, que le habla, y cuando el niñato le mete mano hasta le estremece un ligero cosquilleo.
A su lado Luis cambia continuamente de color.
   -      ¿Oye Luis, ¿cómo lo llevas? – le grita
   -       De puta madre, tío
Son amigos desde niños, vestigio de un nutrido grupo que se han ido casando o marchado lejos, “A vivir lo mismo a otra parte”, suele decir Nicolás cuando les recuerda, en el fondo con pesar porque él tuvo ocasión de irse de cocinero a Málaga. No lo hizo. Tenía a sus padres, a sus hermanos, pero hoy está solo. Sus hermanos se fueron de la mano de sus cuñadas, sus padres al cementerio y él se quedó en casa velando los recuerdos. Es tímido y con un corazón grande que de poco o nada sirve en una pequeña ciudad donde casi nadie se fía de un solterón en la berrea.
Suerte que tiene a Luis, otro descastado de lo tradicional, tímido con las mujeres hasta el escándalo, y resignado, como él, a estar solo.
-         ¿Has visto las brevas de la Sampe?
-         Prefiero las piernas de la Elvira, ¡qué muslazos, tío!
Elvira sale de la maraña de cuerpos entrelazados y Nicolás recupera, absorto, a su musa. Sigue su vaivén ladino, de hembra experta en ofertar las fronteras sinuosas de su carne, a pesar de ser bajita, entrada en años, no demasiado agraciada con según qué atuendo, pero aquí, en la discoteca, desnuda lo que puede y atrae algunas miradas que echan tierra al resto. Es  chica de fin de semana, de un solo niño y por riguroso orden.
Nicolás y Luis nunca lo han hecho con ella. Con ella ni con nadie pero con ella imposible porque sólo le van los jovencitos con solvencia y coche, nada que ver con la Mobylette Campera de Nicolás, que adora y que le lleva a todas partes pero de nulo gancho para las chicas. “Peor está mi amigo Luis, dice a quién se lo recuerda, que va al tejar en la bicicleta que heredó de su abuelo”. Saben que no tienen remedio. Acarician los cincuenta y el carácter,  cerrado, agrio, impide los aires nuevos que por temor o acomodo ya no saben respirarse. Están atrapados en sí mismos con  un trasfondo  tremebundo de ansiedad, esa ansiedad que les hace ser un poco brutos con las chicas, porque hablan constantemente de desollar esos cuerpos que se les resisten con sus manos, de abrirles con furor esas negadas entrepiernas y enrojecerlas de darle empellones, sin decir una palabra, por tanto sin entrar al trapo con esas frases cursilonas que lo enredan todo, una trivialidad que no va con ellos, un ritual que no necesitan para nada.  “Si alguna quiere follar aquí estamos”, dicen cuando el alcohol se les sube a la parra. De todos modos no es así como piensan y si no lo dicen es, sencillamente, porque no lo han hecho nunca y temen caer en el más espantoso de los ridículos. Tampoco han ido de putas y no saben el porqué. Más de una vez lo han pensado y han estado en un tris para rajarse por mil razones  convincentes: “Cuesta mucho ahorrar treinta euros para soltarlos así, ¡ala!, “¿Y si no estamos a la altura?”, ¿Y si nos pegan una infección, recuerdas cómo se le puso aquello a Jaime?”. Y se consuelan respondiéndose: “¿Es que no hay mujeres dispuestas por nada?”, “Mujeres hacendosas, de su casa, como debe ser”, “No esos coños sebosos como latas de grasa”. Y al fin, totalmente  convencidos: “Follar debe ser como hacerse una paja, chispa más, chispa menos”.
Elvira multiplica sus piernas y sus pechos crecen hasta desdibujarse en el paisaje nebuloso. La discoteca es el epicentro de un terremoto y poco a poco va intensificando sus grados de movimiento. Nicolás cree que debe irse.
-         Oye, Luis, estoy un poco tarumba, ¿por qué no nos vamos?
-         Yo estoy bien, tío
-         Pues yo no. Esto sube como una bala y no me sostienen las piernas
-         Bueno, nos vamos si quieres
 Nicolás se despide del camarero. Un chico nuevo que no le hace mucho caso. Al bajarse del taburete se tambalea. Luis lo coge por la cintura para que su amigo tenga una salida airosa.
-         ¿Cuántos whiskys  has tomado, animal?
-         Yo que sé. Me he cegado con Elvira, está buenísima, la tía
-         Sí, ya sé que es un pendón
Salen de aquel antro tedioso y la luz nocturna les reconforta. La música machacona y martilleante se ahoga tras la puerta y la larga Avenida les ofrece su sosa perspectiva. Tienen más de un kilómetro hasta sus casas y Nicolás es un bulto algo pesado por lo que Luis prefiere remojarle la cabeza en la fuente de un parque aledaño. Surte efecto y parece despabilarse.
-         ¿Qué te ha pasado?, no es normal, tío – le recrimina
Nicolás sacude el agua de su cabeza y se sienta allí mismo, en el suelo, apoyando su cabeza en el borde de la fuente buscando entre las copas un trozo de cielo estrellado.
-         No soy una persona normal, amigo - dice
-         Eso ya lo sé
-         Tengo cuarenta y cinco años y no soy como quiero ser
-         ¡Toma, ni yo, no te jode, el tío!
-         ¿Y por qué no hacemos algo para remediarlo, capullo?
Nicolás estalla de rabia. Hoy le ahoga. Luis le mira pesaroso. Va a remolque. No por nada, quizá porque así se siente cómodo.  Se queda inmóvil, sin saber qué hacer.   
La noche invita a quedarse. Están un buen rato callados. Pero es tarde y mañana es lunes, a las ocho deben estar en el tajo.
-         La cabeza me da vueltas – sopla Alberto
Luis reacciona y estira de él para levantarle.
-         Vamos, tío, vamos a casa


(2006)

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