Curro Fernández vive al revés desde ésta mañana.
Ya lo intentó una vez.
Un día, de pequeño, hizo el pino
y se sintió tan a gusto que no quería darse la vuelta. A sus padres les hizo
gracia para luego darles un ataque al no poder lograr que entrara en razón.
Corretearon tras él durante horas intentando convencerle de que el cuerpo
humano, la sociedad, no estaban preparados para eso, que cómo iba a ir así a la
escuela, o a comer, a hacer sus necesidades, que así era un lío para todo.
Currito era muy cabezón pero también sensible y el verles tan histéricos le
hizo desistir.
Curro tuvo ese deseo hibernado durante muchos años aunque en
la soledad de su habitación lo practicaba a menudo, ejercitando sus piernas y,
sobre todo, los dedos de sus pies como si fueran sus manos.
Hoy a sus cuarenta y nueve años recién cumplidos, casado
hace veinticinco con Irene, una buena mujer que ha forjado últimamente con sus
amigas un mundo paralelo, con sus cuatro hijos bien casados y tras tres décadas
en el mismo puesto de una fábrica de zapatos, un trabajo aburrido y bien
remunerado, que no necesita porque le comunicaron ayer que es el único
beneficiario de la jugosa herencia de su tío Carlos, ha vuelto a pensar en
ello.
Su mujer roncaba a su lado y la despertó para que fuera la
primera en enterarse.
-
Voy a hacer el pino
-
¿No estás algo mayor para eso? – le preguntó medio
adormilada
-
Va a ser para siempre
Irene se dio la vuelta para seguir durmiendo. Curro no podía
esperar, así que se levantó y se recreó en el salto. No era igual que otras
veces, éste salto suponía un cambio
radical en su vida, en sus hábitos, a partir de ahora todo sería diferente,
como vivir otra vida, esa vida negada que siempre quiso.
Lo hizo y recorrió con algarabía todas las habitaciones. Se
enfrentó de sopetón con su gata Missi. La pobre hinchó el lomo y salió de
estampida con los pelos tiesos. Curro siguió a lo suyo, bajó las escaleras y
salió al jardín. La sensación era inimaginable, “¡Las cosas al revés son tan
hermosas, tan distintas siendo las mismas!, todo mira al cielo, ¡tan raro, tan
original!”
-
Mis pies son ahora mis manos – grita jubiloso
Su vecino Mario está regando el jardín y le mira atónito. No
puede creer que aguante tanto en esa postura y suelta la goma del agua
zigzagueando sin control para aplaudirle a rabiar.
-
¡Curro, eres un monstruo! – le anima y se pone
chorreando al coger la goma para seguir a lo suyo
Curro percibe detalles y fotografía las cosas como si
abriera los ojos por primera vez. No sabe por qué extraño fenómeno no se cansa
ni se le sube, como dicen, la sangre a la cabeza. Se siente feliz y a gusto,
como si ésta fuera la postura correcta, la que debería haber adoptado siempre.
-
“¿Quién legisló las normas, quién dictó la conducta
correcta a seguir?, hay personas que viven como desean porque todo les importa
un carajo” - postula para sí
Curro tuvo presente siempre su anormalidad, pero le aplastó
el sistema. Se zambulló en una bola de nieve que no paraba de rodar y crecer,
de donde le fue imposible escabullirse, sólo en esos ratos en la soledad de su
cuarto, pero hoy no es lo mismo, todo ha cambiado, puede hacerlo, Irene y sus
hijos están cerca pero los siente muy lejos. La bola de nieve chocó contra algo
y diseminó sus trozos. Curro ha vuelto a erguirse y no le apetece volver a
recogerlos, todos viven a lo suyo, tienen vida propia, por qué él no. “Ya es
hora, proclama, de desempolvar mi santa
voluntad”. Otro tema será adaptarse a las cosas que le gustan y de las que no
desea prescindir: escribir, ver la tele, conducir, algo que le parece harto
complicado.
-
No importa – exclama con ánimo - ¡Que se vaya todo al
diablo!, ya he dedicado demasiado tiempo a ésta comedia, ya he fingido demasiado lo que no soy – para
venirle a la cabeza algunos flases de la cruda realidad que se le avecina y
ponerse algo triste - ¡Seré un hazmerreir!, ¡me ladrarán los perros y me
seguirán los niños!, ¡todos mis amigos se avergonzarán de verme!, ¿y Irene?...,
Irene, Irene, ¿qué pensará de mí?
Le entró pánico y subió las escaleras a toda prisa para
parapetarse en el cuarto de baño. Corrió
el cerrojo. Insultó a su repentina cobardía. También la justificó argumentando
que todos los cambios necesitan un tiempo de adaptación..., tiempo…, tiempo...,
tiempo también de aceptación, qué remedio.
-
¿De verdad quieres hacerlo, Curro? – se preguntó
exigiendo una respuesta contundente e inmediata – ¡Quiero hacerlo! – se
respondió como un juez en una sentencia
Eso estaba claro. El siguiente paso, el más jodido, era
enfrentarse a Irene. Ella era buena, modosita, entregada a su marido y sus
hijos el tiempo que hizo falta, ahora obcecada con las tertulias, el cafecito y
las siete y media, al menos es lo que ella le cuenta y para qué bucear en ello;
nunca han tenido un enfado relevante, tampoco, (revelaron a sus amigos) lo suyo ha sido un amor apasionado, siempre
comentan que son y han sido una pareja que, como tantas, han sabido adaptarse y
conformarse con lo que tenían a la mano.
Curro la conoce bien y también desconoce cosas, el origen de
ese pronto que se la come durante dos o
tres minutos, ese que le hace temblar
porque se comporta como una descerebrada y cuya solución es esperar a que poco
a poco entre en razón. Por eso está
seguro que le dará una patada en el culo aunque después se arrepienta.
Debe esperar. Hoy es sábado y aún tardará un rato en
despertarse. Mientras tanto puede aprovechar para asearse e ir al váter como
todas las mañanas antes de ir al trabajo.
Con parsimonia y seguridad comienzan a maniobrar sus
piernas. Con una facilidad asombrosa cierra sus rodillas y baja los pies hasta
su cara con un giro inusual, a derecha e izquierda, de 180 grados. Se rasca la
nariz y las orejas. Los dedos puede moverlos individualmente en cualquier
dirección y aunque no ha practicado su aseo de manera específica sí ha pensado
demasiado en ello y sabe todos los pasos a seguir. Necesita tiempo y eso es lo
que ahora va a sobrarle. “¡Al diablo las prisas!”.
Se orina e hinca los codos frente a la taza del váter, apoya
un pie en la pared y con el otro ladea el pijama, sujeta el pene y controla la
dirección del chorro. “¡Nada más fácil!”, bulle. De todos modos el váter está
algo bajo y piensa que debería adaptar parte de la casa a su nueva situación.
En su cuarto orinaba en la escupidera y le era mucho más cómodo, también se atusaba sus cuatro pelos locos con
un peine que guardaba en su mesita junto a un bote de colonia.
Aquí, en el baño, hurga en los cajones y se conforma con un
cepillo del pelo de su Irene y se moja el pelo con agua del grifo. Para
cepillarse los dientes no encuentra la crema, ni un cuenco para enjuagarse, ni
la palangana para lavarse la cara y las manos. Lamenta no haber dispuesto las
cosas antes de girarse. El ansia le pudo al sentido común. Sólo le queda
aguantarse.
Acaba y medita durante un rato. Los pasos de Irene le traen
a éste mundo.
Irene gira la manivela de la puerta y no espera encontrarla
cerrada.
-
Curro, ¿estás ahí?
Curro tarda unos segundos en contestar.
-
Curro, ¿te pasa algo?
-
No…, no…, cariño
Irene zarandea la puerta y a Curro le entra el pánico.
-
¿Recuerdas lo que te dije ésta mañana, cariño?
-
¿Qué, cuando, el qué? – pregunta impaciente
-
Eso del pino…
-
¿De qué?
-
Si, eso, que iba a hacer el pino
-
¡Curro, déjate de chorradas!. Tengo retortijones, no
aguanto…
-
No voy a abrir hasta que me digas qué piensas
-
¡Curro, por favor! – grita como una loca
La oye alejarse y bajar chancleteando las escaleras. Supone
que irá al otro cuarto de baño.
Resopla y da por bueno el primer round. Pero Irene regresó
rápido y muy enfadada.
-
¡¡¡ Curro!!!
-
Cariño, tranquilízate. He hecho el pino, va a ser para
siempre
-
¿Que, qué, qué, qué?
-
Es mi postura natural, tienes que entenderlo
-
…¿quieres decir que estás con las piernas para arriba y
que así piensas quedarte?…
-
Eso es, cariño
-
¡¡¡Curro!!! – grita histérica - ¡¡¡abre la puerta!!!
-
No hasta que me digas que lo aceptas
La oye alejarse de nuevo. Ésta vez hacia el dormitorio. Pone
oído y le parece que se cambia de ropa y de calzado. La oye marcar el teléfono
de la mesita, nombrar a Jaime, su hijo mayor, un chico estupendo con el que
sintonizaba hasta que se convirtió en el perrito faldero de Marta, su nuera. La
oye marcar de nuevo y nombra a Julio, es policía, casado con Julia, una maciza
y salidilla morena con la que tuvo un lío una sola vez y anda a la ocasión de
la segunda, pareja con la que comparten salidas y cenas. Irene marca de nuevo y
nombra a Mario, el vecino de al lado.
Mario es el primero en llegar y le cuenta a Irene que le ha
visto en el jardín y le ha parecido muy gracioso, que no se explica como puede
aguantar tanto rato en esa postura.
-
Me pareció muy natural – apostilla
-
¡Por Dios, Mario, como broma ya vale! – brama Irene
-
No es ninguna broma – les interrumpe Curro arrimándose
a la puerta – me ocurre desde pequeño…, entonces lo hice pero me dieron pena
mis padres…, ahora por nada del mundo volveré a girarme
-
¿Pero no oyes, Mario, no oyes a éste loco? – se
desespera Irene
-
¿Cómo vas a estar así siempre? – le replica Mario – eso
no puede ser
-
Es mi estado natural, así es como estoy a gusto
-
¡Dios mío, está loco! – implora Irene al infinito
-
¿Qué ocurre, madre? – dice Jaime que llega a la carrera
-
¡Hijo mío! – se le abraza llorando - ¡Tu padre ha hecho
el pino..., se ha encerrado en el baño..., no quiere darse la vuelta!
-
¿El pino?, ¡pero, papá! – le recrimina con incredulidad
-
Es mi estado
natural, hijo – argumenta Curro de nuevo
– desde pequeño…
-
Lo hace muy bien – asegura Mario – es muy gracioso
-
No trato de hacer gracia – dice Curro – quiero que
entendáis que es así como quiero estar, que no voy a girarme nunca
-
Padre, por favor, abre la puerta – se altera Jaime
-
Antes tenéis que aceptarlo
-
¡Por Dios, Curro! – gime Irene
-
¿Qué hacemos? – le susurra Jaime a su madre – ya sabes
que papá es un cabezota, donde la mete la clava
-
Yo opino que si él quiere estar así hay que dejarle,
estamos en un país libre – dice Mario
-
¡Mario, joder!, ¿para eso has venido? – le increpa
Irene
-
¿Y si derribamos la puerta? – dice Mario cambiando
radicalmente de actitud
Jaime le pide silencio y acerca su cara a la puerta.
-
Papá – dice con buen modo - ¿Acaso deseas llamar
nuestra atención?, ¿te sientes solo y es tu manera de decírnoslo?, ¿hacernos
ver que tienes una virtud que no habíamos sospechado?. Todos tenemos algo
especial, a mí me encanta el billar, ya lo sabes, dicen que soy un maestro, yo
sé que sólo dentro de lo que cabe...
-
Yo riego el jardín con lo ojos cerrados, cocino de
maravilla – le interrumpe Mario
-
¿Lo ves?, tú haces el pino sin cansarte y me parece
fantástico, podrás demostrarnos esa habilidad siempre que quieras, seguro que
lo pasaremos bien, tus nietos se divertirán, nosotros nos divertiremos, de eso
se trata, ¿no?
Curro, harto de escuchar gilipolleces, escurrió alguna
lágrima. No era fácil, más diría, tarea imposible encontrar el arropo que
necesita en éstos momentos. Unas palabras como: “Bueno, vamos a esperar a ver
qué pasa”, le consolaría; o “vamos a dejarle como cosa perdida” o “me importa
un rábano, no tengo tiempo para éstas tonterías, que haga lo que le de la
gana”, serían darle un margen de libertad para que pueda enfrentar las
vicisitudes de su nuevo estado. Sería genial que hicieran su vida normal y
pasaran de él como entreviendo que no será capaz de soportarlo. Que ha sido un
arrebato y como tal se derrumbará más pronto o más tarde como un castillo de
arena. Curro sabe de sobra que no, que ha sido algo latente durante toda su
vida y no lo ha ejecutado antes por no encontrar el momento adecuado. Que puede parecer absurdo. Claro que
cualquier cosa que se sale un milímetro de madre parece absurda y de ellas
suele partir siempre el calificativo “loco”. Que, al ser absurda por salirse de
madre, puede parecer un loco, que puede que a lo mejor lo sea...
-
Papá – sigue Jaime - ¿Recuerdas cuando me llevabas al
cine a cualquier película de Bruce Willis?. Acaban de estrenar “La jungla 4” . Me han dicho que es
impresionante. Podemos ir a verla si quieres
Los tres ponen oído y esperan expectantes.
-
Papá, ¿estás bien?
-
¡Pues claro que estoy bien! – estalla Curro - ¡Me
encuentro perfectamente!
-
¿Y bien?
-
¿Y bien qué? – gruñe con genio
Los tres deliberan. Nada importante. No saben qué hacer.
Mario insiste en derribar la puerta pero Irene le suplica que busquen otra
solución, que hace nada las han lacado y les ha salido por un ojo de la cara. Y
les recuerda, como una brillante idea, que una de las ramas del almendro del
jardín casi roza la ventana del baño.
-
Madre, no estamos para eso
-
Pues yo de pequeña... – insiste Irene para caer casi en
la desesperación
-
¡Curro! – grita Mario - ¿recuerdas cuando íbamos tras
las muchachas antes de que conocieras a tu mujer?
-
Mario, por favor, ¿a qué viene eso ahora? – le corta
Irene
-
Yo es por ayudar...
-
Tú llevabas la manija, yo era más cortado – le contesta
Curro con nostalgia - ¿Por qué no te casaste?, siempre quise preguntártelo
-
Elegí a quién no
debía... – responde, hollando en la mirada de Irene, recorriendo su rostro,
rojo como un tomate
-
Bueno, bueno – tose Jaime echando con rapidez tierra al asunto
Alguien llama abajo e Irene se asoma a la escalera.
-
Es Julio – dice girándose a su hijo, después grita
abajo - ¡Sube, Julio! – vuelve a girarse a su hijo y le cuchichea con pesar– También viene Julia
Irene se ilumina. Como siempre, la pone fosforescente su
andar homínido, su aspecto de policía rudo, su voz aparatosa y prepotente que
fuerza al galleo como réplica o al maúllo, en su caso, como adoración. También
esboza una sonrisa forzada a Julia. No la soporta. No soporta, por ejemplo, que esté obcecada en rizar el rizo reduciendo
al límite la tela en el descote y la falda, que, por ejemplo, para mal de
males, sea tonta de remate.
Julio viene de paisano y les comenta que es su día libre,
que estaba durmiendo cuando le llamó Irene, que ha venido lo antes posible pero
que con las mujeres ya se sabe.
Se besan con todos en
una ceremonia enrevesada, incluso con Mario, por cortesía.
-
Estamos desesperados, Julio – lloriquea Irene en su
hombro – no sabemos qué hacer
-
No te apures que a éste, si hace falta, le arranco los
huevos – la consuela ajustándose el
cinto
-
¿Es verdad que está con las piernas para arriba? –
pregunta Julia con algo de pavo
-
Sí – le contesta Jaime a la vez que contempla su físico
con un equilibrio más o menos decoroso
-
Es un monstruo – le defiende Mario desnudando sin tapujos a Julia – lleva así
más de dos horas
-
¡Curro, soy tu amigo Julio! – vocea el sujeto y retumba como si estallase una
granada - ¿Tú eres gilipollas o qué?. ¿No te da vergüenza montar éste
espectáculo?. ¡Ya estás saliendo de ahí cagando leches, mamarracho!
-
¡No insultes a mi padre! – le espeta Jaime
Irene se interpone.
-
Déjale, hijo, él tiene sus métodos
-
¡No quiero que éste tío insulte a mi padre! – advierte
con genio
-
Vale, vale, chaval – le calma Julio
-
No soy un chaval – puntualiza
-
Curro puede hacer lo que quiera, éste es un país libre
– vuelve a incidir Mario tomando claramente partido por su amigo
-
Vale, vale – Julio frunce el gesto con sarcasmo
aceptando de mal grado ambas posturas, luego mira a Irene.
Ésta se subleva.
-
¿Pero qué decís, pretendéis que viva junto a un hombre así?...,¿Qué
dirían mis amigas?, ¡no, no, no!, ¡ya he perdido lo mejor de mi vida criando
cuatro hijos, soportando sus manías, las manías de éste cabezota, de éste idiota
perdido!, pero se acabó, esto se acabó, ¡jamás volveré a ser el lazarillo de
nadie!
Julia se le acerca e Irene la codea de malos modos para
refugiarse en Julio.
-
¡Dejadme, dejadme! – llora en sus brazos sin consuelo
Julio se irrita más si cabe pero respira hondo.
-
¡Muchachos,
replanteemos la situación! – propone – ahí dentro está Curro violentando las
leyes de la naturaleza, repateando el sentido común, poniendo al borde del
infarto a su buena señora, pegándole a nuestra buena amistad una patada en los
huevos, ¿y qué hacemos nosotros?:
DIS-CU-TIR CO-MO NE-NA-ZAS. ¡Señores, tenemos que entrar a
saco y reducirle, no queda otro remedio!
-
¡Váyase a la mierda! – le enfrenta Jaime - ¡inténtelo y
se las verá conmigo!
-
Yo opino – se interpone Mario – que Curro es una
persona que ha tomado una decisión y que a lo mejor hay que respetarla
-
¡¡Joder!! – brama Julio dirigiéndose a Irene - ¿Para
esto me has llamado?, ¡me cago en la democracia!, ¿es que nadie respeta a la autoridad?,
¡Ay, Irene, Irene… - le abre sus brazos y ella vuelve a refugiarse diligente -
¡la vida es una puta mierda!
Mientras tanto, Julia combina sus continuos estiramientos a
la exigua tela con pensar. Vislumbra que éste caos no va a solucionarlo la fuerza, mucho menos las
lamentaciones. Ha ocurrido y lo primero
es saber por qué ha ocurrido. Conoce bien a Curro. Nadie va a lograr que cambie
de opinión. Es un cabezota redomado. De esos que toman una decisión y no la
cambian aunque truene. Le tiene aprecio y le duele en el alma lo que ocurre.
Sabe que estará sufriendo de oír tanta sandez, y es posible que un vis a vis
con ella, aparte de alegrarle la vista, le permitiría desahogarse, como tantas
veces. Han hablado mucho, incluso en una ocasión le permitió meterle mano,
aunque aquello tenía el sentido de pagarle a su marido y a Irene con la misma
moneda. Un arrebato que no desdibujó una profunda amistad. Esa amistad que no
hay más remedio que poner a prueba.
Por eso está decidida a entrar. Por eso aprovecha el
desmadre para acercarse a la puerta del baño y ponerse de espaldas a ella,
golpearla con suavidad y cuchichear:
-
Abre, Curro, soy Julia
Curro descorre el cerrojo y Julia entra con la rapidez de un
rayo y vuelve a echarlo.
Está de espaldas a él y se gira temerosa. Afuera comienza un
alboroto y golpean la puerta. Julio grita como si se hubiera metido en la cueva
de un oso y vuelve a insultar a Curro. Jaime le increpa y se oye una trifulca.
-
Déjales – dice Curro al ver que Julia hace el amago de
querer salir – son como niños
Julia se santigua mentalmente, traga saliva y le afrenta. En
un segundo pasa del terror a la sonrisa, luego de la curiosidad a la
desesperación. Lo esperaba pero no así, se hacía una idea pero no logra hacerse
a la idea.
Curro permanece inmóvil mientras ella se despabila de la
impresión, recreándose un instante en un cuerpo que conoce bien y que desea con
todas sus fuerzas conocer mejor. No es el momento pero no evita pensarlo. Sus
piernas le parecen infinitas, le excita su tanga rosado, al tiempo que le
espanta su cara demasiado lejana e impávida.
Reconoce que ahora es otro el tema, todo ha dado un giro de
ciento ochenta grados, esa confianza morbosa, cualquier atisbo fehaciente de
pasado ha quedado con el culo al aire, reducido a nada. Nada sirve, nada de
antes tiene demasiado sentido, nada ve firme donde agarrarse. Así no puede
penetrar a cuchillo en sus ojos, zambullir la nariz en su escote, abrazarla con
fuerza y recorrer con sus manos una y otra vez su espalda hasta la curva de su
trasero. Así no puede pero ni eso, cree, le importa.
-
¿Te has quedado muda? – la inquiere – no es normal en
ti
-
¡Huff! – Julia sopla y distiende el ánimo – te
imaginaba pero verte no es lo mismo
-
¿Y bien?. Di lo que piensas, necesito saber lo que
piensas – duda y sigue – ...sólo como referencia, ya sabes, la decisión está
tomada y no voy a ceder un ápice. Dime con el corazón, sin aspavientos, ¿te
parezco ridículo, qué te parezco, Julia?
-
No sé, Curro, no es tan fácil – suspira con una oreja
pendiente del griterío – reconoce que esto tiene guasa, y no guasa de guasa
sino de la otra guasa...
-
No pretendo haceros reír, sé que no tiene maldita la
gracia
-
Pero vamos a ver, vamos a ver... – recapitula
sentándose en el suelo para estar más o menos a su altura - ¿Tendrás que
comer?, lavarte, no sé..., ir al baño, a asearte... y esas cosas...,hablar con
la gente...; no, no puedes aislarte, Curro, no lo consentiría, no te
convertirás en un bicho raro, sería capaz de arrancarle los ojos a quién se ría
de verte..., ¿por qué lo haces?, di, dilo fácil, algo que pueda digerir...
Curro comienza a mover sus piernas como tentáculos, sus
pies, sus dedos con una movilidad insólita. Se acerca a Julia y le desabrocha
con facilidad los tres botones de su top, ladea un tirante del sujetador, saca
durante unos segundos un pecho a la luz y juguetea con él.
Julia se deja hacer
movida por el asombro, más cuando con una enorme sensibilidad acaricia su cara
con los dedos, juega a estirar su pelo..., le besa las piernas hasta las
ingles...
-
Llevo haciéndolo toda la vida – exclama con
satisfacción – Desde hace tres años con más tiempo. Irene se marcha tres o cuatro horas todas las
tardes y aprovecho para entrenarme. Hago cualquier cosa en ésta postura, salvo
dormir y cagar, es obvio, y si algo no puedo hacer no me importa, así soy
feliz, estoy convencido que es mi postura natural, puede que sea una
malformación, no sé como llamarlo, mis brazos no tiemblan, no sufren, en cambio
siempre he padecido de debilidad en mis piernas, me caía con facilidad, no
soportaba una larga caminata. Soy distinto, Julia, no soy igual que el resto de
la gente...
-
No voy a decirte que lo entienda porque no lo entiendo.
Creo que me quedaré con la parte positiva, algo hermoso, que no es otra cosa que hacer lo que nos
venga en gana, aunque...
-
Aunque, qué...
-
Nada, yo, ya ves, también hago lo que quiero, visto
provocativa, no tengo que dar explicaciones
si me compro esto o lo otro, pero hay un límite, ya conoces a Julio. Me
deja en paz, pero sólo para que yo le deje a él. Me muevo con libertad en un
espacio grande, a veces muy pequeño. Somos una pareja muy extraña, bueno yo
diría que ni siquiera somos pareja, estamos juntos, no sé bien para qué
-
Yo podría escribir un libro sobre eso. ¿Por qué
elegimos parejas tan dispares, Julia, por qué elegimos parejas tan
distintas a nosotros?, contigo sé que me
iría de maravilla
-
A mí no me importaría estar contigo si te dieras la
vuelta – sonríe
-
Eso no va a ocurrir, pero ya sabes el dicho: si la
montaña no viene a mí...
-
¡Ah, no, no, de eso nada!
-
Sería maravilloso, Julia, ¿imaginas que abran la puerta
y te vean haciendo el pino?
-
No me hagas reír, Julio me mataría. – Julia se calla un
instante, piensa y al fin desbarra - Además, no voy a ser cómplice de ésta
locura
-
¡Vaya! – exclama con pesar - te ha costado pero al fin me has dicho
realmente lo que piensas
-
¿En serio pensabas que saldría contigo así a la calle?,
Curro, por favor, que una tiene su amor propio, yo te aprecio pero de eso a
darte alas hay un mundo. Te he seguido la corriente, me pareces gracioso, pero ¡se acabó, se acabó! – se ofusca y
estalla – ¡Me pareces un imbécil, un tarado, un impresentable!
Curro recula hasta tropezar con la mampara de la ducha. Sus
palabras son una puñalada inesperada, traicionera.
-
¡Sal, vete de aquí, largo, fuera de mi vista!
Julia no se inmuta. Con tranquilidad se mira en el espejo
del lavabo, se ajusta la ropa, le hace un gesto rancio y se da la vuelta,
descorre el cerrojo y sale.
Deja la puerta de par en par y Curro se enfrenta a un cúmulo
de miradas al asalto. Julio gallea.
-
¿Te ha hecho algo ese mierda, entro y le parto la cara?
-
Déjale, cariño, no merece la pena. ¿Nos vamos?. Es tu
día libre, ¿recuerdas?
Irene se ha quedado petrificada. Ni siquiera percibe que
Julio y Julia se marchan. Su cabeza proyecta imágenes, hurga en las vomitivas,
en los momentos más caóticos, y no relaciona nada parecido. ¿Qué ocurre, qué
pasa por la cabeza de un hombre trabajador, padre ejemplar, marido aprobado
justito, pero aprobado, para iniciar ésta cruzada suicida?. No es un loco,
quién mejor que ella para afirmarlo, ¿por qué esto, por qué así, por qué
ahora?. No entiende una palabra y el verle patas arriba, mirarle profundamente
a los ojos sólo ahonda su rabia y humillación.
Y debate entre la huida y la comprensión sin saber a qué aferrarse.
Mario alucina, Jaime, por el contrario, está algo ausente.
Su enfrentamiento con Julio ha desinflado su ánimo. No es que no le importe ver
así a su padre, que no sienta el impulso de agarrarlo por la cintura y girarle
como a un reloj de arena, darle unos azotes acompañados de, por ejemplo:
“¡Papá, ya está bien, compórtate, no seas niño!”, sacudirse las manos, darle un
beso a su madre y marcharse a sumergirse en sus problemas, numerosos y
variopintos, no, no, le importa, sólo que (le ocurre a menudo cuando se
desfonda tras una discursión) se ve incapaz de ordenar sus ideas y mucho menos
de iniciar otro monólogo con él, interrumpido como siempre con lindezas tales
como: “Tonto, ¿tú que te has creído?, un respeto a tu padre, ya llegarás a mis
años”, o el último recurso y efectivo: “¿por qué no le gritas a tu mujer?”,
algo que sabe que le duele por mil diversas razones.
Al tiempo, Curro sonríe a Mario, que le jalea, e intenta
mostrar entereza frente a su mujer y su hijo. Que Irene haya frenado su
verborrea le tranquiliza algo, que Jaime permanezca impávido le importa un
pimiento. Debe convivir con Irene y es ella quién más le preocupa, ya ha
capeado el primer y primordial arrebato, ahora, lo sabe, no le queda otra que
paso firme y mano derecha para rematar la faena. Tarea ardua pero más
soportable.
-
Llevo haciendo esto toda la vida – se dirige a su mujer
rompiendo un silencio tonto, sólo edulcorado por Mario – últimamente lo hago
todas las tardes cuando te marchas..., lo hago desde pequeño..., me siento muy
a gusto..., ésta es mi postura natural, Irene
Las miradas chocan y resbalan. Jaime se gira, confundido.
-
¡Eres un maestro, podrías salir en la tele, ganarías un
pastón! – farfulla Mario
-
¡Por favor, Mario, amigo, déjalo ya, no entiendes nada,
te lo agradezco de veras pero no me ayuda tu actitud!, más te diría, estás
empezando a estomagarme
Irene reacciona. Empieza a pensar que ha sido un error
airearlo. Podría suponer el fin de la relación con Julio, un palo muy duro para
esa ilusión advenediza, quizá fantasiosa (sabe que no es para tanto), pero que
hacía soportable el declive de la edad. Un juego de importancia relativa,
reconoce al fin. Su vida son sus nietos,
sus hijos y su marido, y aunque con él está algo distante sabe que lo otro es
una breve (ansiosa) salida de parva.
Mira a Curro y poco a poco cede a ese afán que ha colmado su
vida en tantos buenos y otros momentos: la manga ancha y el diálogo ante los
avatares, propios y ajenos, cada uno de su pelo y su lana, de sus seres
queridos. Pero algo ha cambiado. Tantas
idas y venidas, dares y tomares, tantas cabezonerías furibundas de Curro por
cosas razonables o absurdas, como para sentirse de nuevo una víctima. “Ya no,
de ningún modo”, se socorre a sí misma. “Y sin escándalos, lo tengo claro, nada
de separaciones a mi edad”. Esa actitud
le proporciona la solución más
coherente: “Si yo hago lo que me da la gana, que él haga lo que le de la gana”.
Y apostilla: “Estaré a su lado, pero que conste, como una mo-mi-a”.
Las miradas traducen las palabras y Curro se tranquiliza. En
sólo unos segundos capta que la tormenta amaina, que despuntan temerosos en su
horizonte nuevos paisajes, algunos descubiertos, muchos por descubrir.
-
Hijo, Mario, por favor, marcharos – les suplica Irene –
dejadnos a solas. No preocuparos, ya os llamaré
Jaime se ve liberado. Mario no se fía de ésta gritona venida
a menos y espera a que Curro también se lo pida.
-
Márchate, amigo. Adiós, hijo – les dice con hondura
Se marchan. Mario, algo reticente. Y se quedan frente a
frente, callados, desnudando sus nuevas figuras sin ningún reparo.
Irene no evita proferir una ruidosa carcajada.
-
¡Estás ridículo! – le señala de arriba a abajo - ¿no te
has mirado a un espejo?
-
Están demasiado altos – le responde Curro con ironía –
además, ya me tengo muy visto
-
¡Uy, hijo, perdona, no recordaba que lo haces desde
pequeño! – sigue sin poder controlar la risa
Curro avanza, la roza con el pie en la cara y se dirige al
dormitorio a mirarse de cuerpo entero en el espejo del armario. Irene le sigue
haciendo mohines.
-
¿De verdad me ves ridículo?
-
También diría que algo más bajito – responde sarcástica
-
La vida es un cúmulo de sorpresas, Irene
-
Desde luego ésta no me la esperaba – dice más serena –
has sido muy reservado, las cosas poco a poco no surten el mismo efecto, se
aceptan de otra manera
-
¿Poco a poco lo hubieras aceptado de otra manera? – la
pavonea
-
Es inaceptable, tienes razón
-
¿Entonces?
-
No sé, no sé lo que haré contigo. Puede que te exhiba
en el jardín y ganemos una pasta
-
Ya oíste ayer al notario, no nos va a hacer falta
-
Ya, ya, no se me va de la cabeza. Tendremos dinero a
espuertas ahora que no lo necesitamos
-
Lo necesitan los chicos...
-
Siempre quise viajar. Ir a Egipto es mi sueño. Y ahora
esto...
-
Puedes ir si quieres. Seamos realistas, Irene. Estaremos
juntos sin necesidad de estar juntos. Contratemos a una chica que asuma todas
las obligaciones de la casa. Podremos hacer lo que queramos, cultivar una buena
amistad, ¿no te parece?
Salen del dormitorio y caminan lentamente por el pasillo
hacia la escalera.
-
La hija de una amiga está buscando un empleo, es buena
gente – recuerda Irene
-
Tú decides
-
¿Hoy te apetecen unos huevos? – pregunta y se queda
parada, cavilando - ¿pero así puedes comer?
-
Claro, mujer
Llegan a la escalera y ella se aparta. Curro baja con
alborozo la escalera y hace varias cabriolas en el recibidor ante las risas de
Irene.
Hombre,como que muy cómodo no iría,¿no?
ResponderEliminarSobre todo lo de ir al baño...
En fin,menos mal que le pudo la sensibilidad.
Un beso.
un poco desesperado debe de estar para tomar esa decisiòn, por lo tiempos que corren pudiera ser un Indignado o una persona que haya perdido su trabajo.
ResponderEliminarun fuerte saludo
fus
A él le gusta, Marinel. Y ha tenido suerte en que en este mundo ahora a nadie le importe nadie. Ahora vemos a un burro volando y decimos: será así.
ResponderEliminarUn abrazo
Salvando lo básico, la decisión de elegir el modo de vida es nuestra. Indignado o no, Curro está como un niño con unas castañuelas. Y de intentar ser felices trata esto.
ResponderEliminarSaludos Fus