A esa altura de andamio ya me obligaban a mí a llevar casco y cinturón de seguridad en los Astilleros.Un centenar de delegados sindicales se habían enchufado para vigilar el cumplimiento de las normas y cobrar más que yo sin doblar la espalda.Con razón los pedidos de buques se fueron todos a Corea. Esperanza... qué bonito nombre. Un abrazo
Ah, no era sólo llevar el cinturón puesto: había que engancharlo, y como las paredes son lisas debíamos soldar anillas cada dos metros e ir enganchando el extremo del cinto a medida que nos desplazábamos.. Y luego había que quitarlas y dejarlas pulida para no dejar marcas.
A una isla desierta el naufrago en su delirio de muerte la llama esperanza jejejeje Delante de la muerte, lo único que hay es esperanza o pozo donde no se sale jamas. Es cuestión de elección. Este naufrago a la deriva me hizo pensar en algo que siempre tengo muy presente. Muy ingenioso tu chiste.
Pues en ésta obra ya hemos tenido tres inspecciones y en lo que más se fijan, aparte de en los papeles, en el tema eléctrico y en las barandillas de todos los huecos y la cubierta. Curiosamente con los cascos no se meten, bueno, preguntan por ellos, los ven colgados en la alcayata, y ya está. Pero en caso de necesidad -que nunca se sabe cuando- sí nos lo ponemos. Sólo nos faltaba en la empresa un delegado sindical para tener que cerrarla. Es sin él y ya veremos lo que pasa porque tirar así no se puede.
Yo entiendo, Juan, que la seguridad en una empresa grande, de lo que sea, es mucho más necesaria que en una tan pequeña porque está todo menos controlado. Nosotros estamos tres hermanos al frente y no tenemos ningún trabajador, el último lo despedimos a final de año. Así están las cosas. El teléfono de la oficina hace más de tres meses que no suena si no es la mujer de alguno de nosotros para decirnos que se enfría la cena.
La esperanza siempre es relativa, Marian. Agarrarse a un clavo ardiendo no es muy esperanzador pero sí algo. Una isla desierta llámese esperanza o hasta aquí hemos llegado al menos permite respirar en tierra.
A más de uno nos gustaría perdernos en una isla desierta -con abundante comida y agua, y sin bichitos- mejor que pedir que nos trague la tierra. No es lo mismo que se nos recuerde como otro Robinson Crusoe que como otro Pedro Páramo. Mejor incluso que pelear a lo general Custer. ¡Una islita llamada esperanza, por favor!jeje
A esa altura de andamio ya me obligaban a mí a llevar casco y cinturón de seguridad en los Astilleros.Un centenar de delegados sindicales se habían enchufado para vigilar el cumplimiento de las normas y cobrar más que yo sin doblar la espalda.Con razón los pedidos de buques se fueron todos a Corea. Esperanza... qué bonito nombre. Un abrazo
ResponderEliminarAh, no era sólo llevar el cinturón puesto: había que engancharlo, y como las paredes son lisas debíamos soldar anillas cada dos metros e ir enganchando el extremo del cinto a medida que nos desplazábamos.. Y luego había que quitarlas y dejarlas pulida para no dejar marcas.
ResponderEliminarA una isla desierta el naufrago en su delirio de muerte la llama esperanza jejejeje
ResponderEliminarDelante de la muerte, lo único que hay es esperanza o pozo donde no se sale jamas.
Es cuestión de elección.
Este naufrago a la deriva me hizo pensar en algo que siempre tengo muy presente.
Muy ingenioso tu chiste.
Sí, así debe ser el lugar donde huir, esa esperanza. UIn abrazo.
ResponderEliminarPues en ésta obra ya hemos tenido tres inspecciones y en lo que más se fijan, aparte de en los papeles, en el tema eléctrico y en las barandillas de todos los huecos y la cubierta. Curiosamente con los cascos no se meten, bueno, preguntan por ellos, los ven colgados en la alcayata, y ya está. Pero en caso de necesidad -que nunca se sabe cuando- sí nos lo ponemos. Sólo nos faltaba en la empresa un delegado sindical para tener que cerrarla. Es sin él y ya veremos lo que pasa porque tirar así no se puede.
ResponderEliminarDe ahí el chistecito que todo hay que decirlo.
Un abrazo Juan
Yo entiendo, Juan, que la seguridad en una empresa grande, de lo que sea, es mucho más necesaria que en una tan pequeña porque está todo menos controlado. Nosotros estamos tres hermanos al frente y no tenemos ningún trabajador, el último lo despedimos a final de año. Así están las cosas. El teléfono de la oficina hace más de tres meses que no suena si no es la mujer de alguno de nosotros para decirnos que se enfría la cena.
ResponderEliminarLa esperanza siempre es relativa, Marian. Agarrarse a un clavo ardiendo no es muy esperanzador pero sí algo. Una isla desierta llámese esperanza o hasta aquí hemos llegado al menos permite respirar en tierra.
ResponderEliminarUn abrazo
A más de uno nos gustaría perdernos en una isla desierta -con abundante comida y agua, y sin bichitos- mejor que pedir que nos trague la tierra.
ResponderEliminarNo es lo mismo que se nos recuerde como otro Robinson Crusoe que como otro Pedro Páramo.
Mejor incluso que pelear a lo general Custer.
¡Una islita llamada esperanza, por favor!jeje
Un abrazo Marcos