Estoy metido en camisa de once varas. De nuevo. En un embote
de órdago. Lo que empezó como una broma a alguien singular ahora no puedo
pararlo. Siempre me ocurre. Aunque con otras cosas. Yo soy una persona seria.
La culpa la tiene la
Macrocefalosis , “Síndrome de cabezonería peliaguda y
progresiva”, la llamó un psiquiatra un poco pavo. Aunque otro más fiable dijo
Agniosis, “Manía obsesiva transitoria”. No sé a qué agarrarme. No, no crean que
estoy loco. Lo de visitar a tanto psiquiatra - y eso después de escudriñar en
vano en la Seguridad
Social toda
opción
posible – fue obra de mi padre. Y es que se regocijaba cuando me daba por
trabajar sin parar –aunque tuviera que
zalearme para que parase a comer o dormir de vez en cuando, poco- y no tenía
consuelo cuando mi único afán era tirarme en una cama. Soy así. A lo mejor no
soy un caso normal. Lo sé. Para muchas cosas de las que hago es bueno, sobre
todo para el trabajo que nunca me ha faltado. Luego pues, a ver, cosas
agradables y cosas menos agradables. Yo sólo puedo contarles que me ocurre de
improviso, que no es siempre ni en todo lo que hago, por eso no puedo elegir o
discernir. Siempre aparece por algo en particular y con un estado de ánimo en particular.
Como si en mi cabeza chispearan los cables y me importara un rábano todo, menos
lo que tengo delante. Valga el ejemplo de cuando, aunque conduzco a menudo, me
subí al coche y tras llenar el depósito, me agarré al volante y no pude soltarlo
hasta que se acabó la gasolina en una sierra solitaria a quinientos kilómetros de mi casa, o un día que
me dio por escribir y acabados todos los papeles que encontré seguí por las
paredes, hasta que se dio cuenta mi madre. Y así todo. Suerte que sólo es a
veces y cada vez más espaciado. Más espaciado porque ya casi lo controlo, porque
cuando veo que el pensamiento se aleja para dejarme la cabeza en blanco -si no ha
ido demasiado lejos- lo agarro de vuelta y lo callo. Eso, y nunca relajarme y dejarme llevar como acaba de
pasarme hace un rato. Creo que el bofetón
de una horrible señora – me estoy recuperando – ha hecho de insospechado
antídoto. Ni de coña se lo diré a nadie, por si ese fuese el remedio, y menos a
mi padre que me tiene ganas. De todos modos me he alejado de la ciudad y estoy
sentado bajo un olivo, por si acaso. Debo no estar mal porque acierto a contarles
otra metedura de pata –hasta el corvejón- lo que quiere decir que pienso y si
pienso quiere decir que el guaseo ha pasado. ¿Guaseo de qué?, dirán ustedes.
Pues eso, guaseo, guaseo. Todo empezó por un adefesio con una verruga en la
nariz al lado de un pearcing. No he podido remediarlo. He reventado de risa en
sus bigotes – también tenía -, y cuando
he regresado a la cordura el pensamiento ya estaba inmerso en
ESPERO ESTEIS TODOS BIEN... DEL SUSTO PRODUCIDO POR EL TERREMOTO, ...su razón tienen , pero nunca por mucho que empeñen deberán decicir por nosotros.
ResponderEliminarUN FUERTE ABRAZO JUAN:
j.r.s.
Ha sido a las 3,40. Estaba en el aseo lavándome las manos para irme al trabajo y no he notado nada. Sí mi mujer que estaba sentada y ha gritado diciendo que le habían movido el sillón. Luego me han comentado que ha sido una sacudida muy pequeña y rápida precedida de un ruido como si pasara un camión por la calle. Da yuyu, aunque ésta no sea una zona en teoría proclive a grandes terremotos. Un susto.
ResponderEliminarUn abrazo amigo Jose
Juan, he disfrutado con tu relato y he reído.Que no es facil en literatura.
ResponderEliminarEl relato me ha enganchado, lo mire y dije uf que largo, despues de la curiosidad vino el enganche.
Realmente bueno, para mi gusto!!
Es ficticio, claro, pero a más de uno deberían quitarle la Agniosis de un buen guantazo.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado. Yo, en su día, me reí también escribiéndolo.
Un abrazo