Ha pasado todo. Ha sido capaz. Pero
no en la cabeza, tampoco en el corazón, ni cerca. En el estómago. Tuvo un
instante de duda en el que quizá ha buscado un instante para pensar. Abre los
brazos y la pistola le cuelga de uno de sus dedos.
Para pensar…para pensar…y ahora
piensa que ya no hay nada que pensar. ¿Motivos? Bah, ¿impulso, bloqueo?, lo
clásico: un callejón sin salida, una noche oscura, ni un solo ruido, ni un solo
testigo…un disparo. Y ahora dolor
que va creciéndole en el pecho. Y la sangre
que va humedeciendo su ropa, la tela de este sillón confortable, al lado de
este gran ventanal donde ve difuminarse poco a poco las luces de una ciudad
adormecida. Aprieta el dolor. Es insoportable. Empieza a sudar. Intenta volver
a pensar. Nada. Intenta recordar algo de su vida, lo bueno, lo que ha hecho
mal, y no puede. Está bloqueado. O demasiado relajado. Sin asumir realmente lo
que ha hecho. Sin hacerse mucho menos a la idea. Cierra los ojos. Los abre. Es imposible. Así es imposible. Desiste, así
no se puede. No es lo mismo. Nadie puede morir sin estar muerto, haberse disparado
estando aún la pistola –de plástico- sin empuñar sobre la mesa.
Actualmente hacen los juegos de la consola tan relaes que si te dispara el enemigo sangras y todo. Yo no juego, me da miedo.
ResponderEliminarFeliz semana, Juanillo.Un abrazo
Sí, muchos suelen jugar a eso de matar y morirse -como esos juegos de las bolitas de pintura, el paint ball ¿lo he escrito bien?, da igual- pero primero y principal sin morirse.
EliminarUn abrazo amigo Juan. Semana esperada, por necesaria, y esperemos que al final halagüeña. Hasta hoy, miércoles, bien, bien.
Menos mal que era de plástico!
ResponderEliminarLos que pretenden hacer eso la suelen comprar de verdad y usarla, y no lo cuentan a nadie, así que yo no me hubiese enterado jeje
EliminarUn abrazo