juanitorisuelorente -

martes, 12 de junio de 2012

EL CUPÓN (relato)


Pasa un vendedor de cupones. Recuerdo, entonces, que tengo un cupón del lunes            -hoy es jueves-,  un número raro que me gusta –no sé el porqué- y que compro de vez en cuando: el 02.222. Lo he comprado muchas veces y para nada.
Lo paro porque me suena que el lunes acabó el número en dos, para cambiarlo por otros cuatro patitos que es como lo llamo.
El vendedor se alegra más que yo, al menos en la primera impresión.
-          Señor, tiene 36.000  euros

-          Vale, gracias –le digo aún en tono serio
¿36.000 euros?, empiezo a pensar. Estoy cerca del bar de Jose. Pido el café de siempre: descafeinado de máquina cortado, y no comento de eso ni una sola palabra. Debo ser prudente. Lo que sí hago es pensar. Tengo un agujero que esa cantidad no cubriría ni el fondo con billetes de cinco euros. Y sonrío al imaginar la fila en la puerta de mi casa de tantos que se han hecho a la idea que no cobrarán ni un solo céntimo. Así que, a pensar. El café quema, y con los nervios me olvido de soplar. Toso.
-          ¿Estás nervioso, Paco?, te veo raro – me suelta Jose, así, como la que te conoce de haberte parido
-          No, hombre, no, sería la primera vez- respondo, y con razón
Se aleja a lo suyo. Y vuelvo a pensar. Hummm, no puedo ingresarlo en cuenta. Hacienda, o el propio banco,  se tiraría como un lobo a no dejar ni el pellejo de este tierno hijo de puta que todos dicen que soy, aunque yo me diga que no. Ya sé, ya sé, que me dejarían la parte de mi mujer, el 50%, pero yo a esos no les regalo 18.000 euros “ni harto de migas”, susurro…
-          ¿Qué?- pregunta Jose que está con una oreja en la vida de todos menos en la suya, que aquí nos conocemos todos
-          Nada, nada- le digo
Sigo. Ni de coña voy a contárselo a la Pepi, que sé que me tiene ganas. Razón tiene pues, y debido a mi mala situación las está pasando canutas, advierto que un día sí y el otro también está pensando en dejarme. No tenemos hijos, entre unos y otros me han dejado solo el apellido, y porque no vale ni un euro; tenemos solo este piso de alquiler y los cuatro muebles que lo adornan y que por cierto tampoco he pagado, piso del que ya debemos algunos meses, así que decirme: por aquí un toro, por allí una vaca, le sería fácil. Hacerme ella misma la maleta y cerrarme la puerta en las narices. No hay nada que partir, si acaso la cara -la mía, porque la Pepi es mucha Pepi-.
En fin, que a la Pepi ni agua, más porque me la está pegando con mi primo el Julián, gordito, solterón y feo, pero con pasta, que es lo que ahora nos estaba haciendo falta, y la que en cierto modo nos está manteniendo. Sigo pensando. No puedo decírselo a nadie, ni ingresarlo en al banco. Uf. Pero el vendedor de cupones lo sabe y si no tomo medidas se lo contará a medio barrio, y ese medio al otro. Apuro el café y salgo a buscarlo. Sigue en su esquina, bajo un balcón, a la sombra. Le explico algo por encima   -un rollo que me invento- y me dice que vale, que no me preocupe, que esté tranquilo, pero no me fío.
-          Si no lo cuentas cuando lo cobre te doy 200 euros – le digo jurándoselo por mis muertos, mintiendo, claro, como un cosaco
-          ¿Quiere que sea negro? – me susurra tras asegurarse que no le escucha nadie – conozco a alguien…
-          ¿Negro?- exclamo como en un haz de luz- negro, pero negro como el carbón…
-          Puede sacarle 40.000 – los ojos se le agrandan para seguir-  38.000 para usted y 2.000 para mí
-          ¿Quién es?
-          Eso no se lo puedo decir
Le miro de arriba abajo. Espero con impaciencia que me cuente.
-          Venga mañana. Tengo que hablar con él

Hecho.

Al día siguiente, sobre las once, tengo en mi bolsillo 38.000 euros en billetes de 500. Estoy eufórico. Ya no me importa que anoche haya tenido que dormir solo, que mi mujer me llamara por teléfono a media noche para decirme que estaba en el cumpleaños de una amiga cuando yo sabía que estaba con mi primo. Más horas más pasta. Ya sé que hacía falta, o que a lo mejor se está enamorando de él, quién sabe. A mí ya no me importa, así que ya puede quedarse con él también ésta noche y todas las noches, y de día si quiere.
Vuelvo a casa y le digo que se acabó, que se quede con el piso, con los muebles,  con todo lo que tenemos. Sonríe. Y no se sorprende. Ya he dicho que ella iba a decírmelo y al adelantarme le he hecho un favor. No le importa. No me importa. Palpo el bulto en el bolsillo. Salgo a la calle y respiro. Son las doce y media. Voy al bar de Jose y pido mi café. En los servicios saco del fajo un billete de 500 para cambiarlo en el primer banco donde no me conozcan. Hummm, va a ser que no. Pienso. Hay una administración de loterías en las afueras a la que no he ido nunca. Compro dos billetes para navidad y arreglado. Así ya tengo efectivo para empezar a encauzar mi vida. Me marcharé a otra ciudad. Ya sé que no es mucho dinero pero menos tenía antes, así que procuraré estirarlo lo que pueda y luego dios dirá.
En la administración me atiende un chico desgarbado pero muy amable y le pido dos números acabados en dos porque los 4 patitos no los tiene. Le doy el billete de 500 y me pide que espere a que un chico más joven, que está a su lado, vaya a buscar cambio.
Cinco, diez, quince minutos. Me impaciento.

Entran dos policías locales.
-          ¿Es este?- preguntan al chico desgarbado, que asiente con la cabeza
Uno me sujeta los brazos, los pone a mi espalda y me esposa. Luego me registra los bolsillos y saca el sobre abultado con el resto de billetes de 500, imagino que más falsos que este polo que visto, un Lacaste que me compró la Pepi por 3 euros en el mercadillo.
      

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