Me dirijo a ese prepotente, sí, a
ti, no a alguien en particular, sino a ti, prepotente entre tanto prepotente
ignorante que intenta aparentar no serlo, a ti que miras por encima del hombro
a los demás, que hablas despreciando, miras sin sensibilidad alguna, hiriendo, que
actúas avasallando, seguro que persona de baja estima, quizá por no saber muy
bien quién eres ni qué es lo que haces, y menos lo que sabes hacer, y adicto, por supuesto, a la manida frase: “Tú
de esto no entiendes”, o más subida de tono: “¡Pero tú que te has creído!”, o a
la clásica cuando te
hallas en un callejón sin salida: “Tú no sabes con quién
estás hablando”.
Prepotente absurdo y patético, que
aburres por insociable, por tu nula actitud para el dialogo, o sea prepotente de
libro.
Espárrago tieso, arrogante, bien
visible entre la gente corriente, humilde, gente consciente de quién es, de lo
que es. Gente que se calla y te deja hacer, decir, porque sabe de ti, te
conoce, y aunque te mira hacia arriba solo se limita a escucharte, sin
contradecirte, no por cobardía, sino por su inutilidad.
¿Pero quién eres, quién te crees
que eres, en realidad? ¿Estudioso, hábil, buen conocedor de todo y de todos,
buen orador, como pueda ser cualquiera…o acaso un listo que domina el arte, y
para ti solo, de ser listo? Pienso, conociéndote, que nada de eso, que solo
eres un producto de tu cerrada e limitada imaginación.
Nada comparable a ese otro tipo de
prepotente interior y correcto con los demás, que se sabe listo, y usa esa
prepotencia como fuerza que le ayude a seguir, en lo suyo, superándose. O ese
otro tipo de prepotente cuyo mérito potencial es su suerte en la vida y que se
cree –pues vale, allá él- unos escalones por encima del resto de los mortales. Prepotentes,
ambos, egoístas pero educados, orgullosos pero respetuosos, de una inteligencia
o estatus de vida, ya digo, superior a
la media, entendible en cualquier caso.
Pero tú, prepotente medio entre la clase media
¿se puede saber por qué vas tan tieso y a punto de darte un telele?, ¿por qué entiendes
de lo que no entiendes, o hablas de ti todo el rato, sin dejar hablar a nadie?
Me vienen a la mente varios nombres: un
escritor –son los peores para sí mismos ya que sus lectores también se suelen
hallar de ellos demasiado lejos-, un constructor que ha traducido su suerte en algunos
miles de euros, una casa y un BMW, una señora, cuyo mayor mérito para avasallar
es la chequera e ir de señora de…(como anécdota, ayer en el súper, lucía
pagando en la caja una risa radiante más falsa que un Lacoste de mercadillo, una
mirada panorámica para ver y ser vista –porque ser vista era lo que quería-,
con voz enérgica de “aquí estoy yo”, pero… al pulsar los números pin de su
tarjeta en la maquinita aireó con una tontura descontrolada los movimientos más
torpes de un oficinista cegato, viejuno y a punto de jubilarse), y a ti, prepotente a quién me dirijo –a tantos
en general-, especie que abunda y crece, que sueles poner la pierna encima a
quiénes a menudo te dan cuatro vueltas y te hacen cuatro nudos antes de que se
persigne un cura loco, y que tratas como insignificantes sujetos o boñigas.
Me haces gracia. Te observo a
veces, otras te miro con atención. Entre otras cosas porque no te entiendo.
¡Pero hombre de Dios, si desde lo
más bajo hacia arriba crecen maravillas…-“¿has visto algo que crezca de arriba
hacia abajo, infeliz?”- , si desde el sótano más oscuro y lúgubre de nuestro
interior pueden asentarse plantas y más plantas encima!, ¡si no hay nada más
normal y bonito que conversar y aprender, o preguntar, compartir, reconocer en
el mérito o simpleza de los demás tu propio mérito o simpleza! Brrrrrr… ¿qué
haces, entonces, flotando con todo ese lastre, esa nada que te rodea y en la que
te apoyas, sobre una nube? ¡Mírate en el espejo, joder, pero no para volver a
admirarte sino para recordar y liberar todo eso bueno, seguro que sencillo y normal,
que encarcelas!
Ya sé, ya se, que puede ser una etiqueta que quizá traigas
de fábrica, que antes muerto que sencillo… o que te hayas hecho, y ya hecho no
das tu brazo a torcer, que…pobrecito y equivocado, digo. Solitario, añado,
aunque te rodeen otros amigos prepotentes o de lengüeteo. En fin…prepotente de
poco o nulo remedio, y por tanto de dejarte como caso perdido.
Aquí solemos nombrarte como a ese
que se ha subido a la parra, ay… ¡y con lo fácil que es comerse, y cuando
apetezcan, las uvas desde abajo subiéndonos a una silla, o a lo que sea, como unos vulgares humanos, pero astutos zorros!
De fábula ¿sabes?
Desde luego, un texto, desde la rabia, muy bien pero que muy bien ilustrado con ese fotograma. Abrazos.
ResponderEliminarYo considero a la prepotencia un grave error, Marcos, no hace bueno a nadie. Demasiada gente infeliz por esa absurda, obcecada, irremediable...-y para qué seguir- memez.
ResponderEliminarY al tiempo, por el propio peso de su tontería, se doblan, caen, como porras. Un prepotente, para mí, sólo es un infeliz, aunque da sobradas muestras de lo contrario. Un abrazo