Esa noche durmió vestido. No era
la primera vez. Le despertó una arcada. Pero no vomitó nada. Estaba mareado. Olía
a sudor, a alcohol, a ropa sucia. El humo de un cigarro nubló su cara y le hizo
toser y amagar algún que otro vómito.
-
Estás hecho un asco, chico
Se giró a la voz. No le era del
todo desconocida, aunque tuvo que secar varias veces sus ojos llorosos con la
manga de la chaqueta para lograr ver algo nítida la cara de una mujer. Una
mujer
madura, muy pintados sus ojos, empolvados sus carrillos, en sus labios vestigios
de rímel. Para bajar con sobresalto la mirada a su desnudez, a su ropa íntima:
un sujetador mínimo celando sus abultados pechos, la braga, incapaz de ocultar
la selva interior, y de reojo reparó en sus piernas, carnosas y algo velludas,
para regresar raudo a su rostro.
-
¡Pero qué demonios…!
Reconoció a su vecina del piso de
enfrente. La había visto un par de veces, de pasada, casi le doblaba la edad, y
su físico no le resultó especialmente llamativo. Una vez sí habló con ella,
recordó que la ayudó a subir las bolsas de la compra hasta el rellano.
-
“Gracias, muy amable, soy Conchi”
Un apretón de manos y poco más. Una
mirada tierna, y ahora la tenía casi en pelotas y mirándole con cara de haber
follado durante toda la noche.
-
¿Lo hacemos otra vez?- disipó la buena señora sus dudas
-
¿Qué, no sé…qué ha pasado? No recuerdo…perdone…
-
Vaya, vaya, con el señorito despistado
Conchi le mostró sus pechos y
empezó a hurgarle en la bragueta. Se subió encima y él no se resistió. Hacía tiempo
de lo de Elisa y la señora ponía de su parte. Disfrutó de ella a pesar de su
enorme resaca. Vivió momentos intensos y apasionados. Y que tras un rato de
silencio volvieron a repetir hasta quedar exhaustos.
Estaba relajado pero el mareo aún
persistía. Intentó pensar algo más allá de verse subir la escalera, casi a
gatas, borracho perdido, y ahí se quedaba en blanco. Miraba al techo
acariciando sus pechos, su sexo, y no entendía nada.
-
¿Cómo ocurrió?
-
¿El qué…? Una, que es tonta. Sentí un ruido, te caíste en
el rellano, te ayudé a acostarte, y ya ves…no, te miento, esperaba la primera
ocasión, me gustas, te eché el ojo el primer día…
-
Perdone si…
-
Los perdones sobran. Ha estado bien
-
¿Está casada? – preguntó sin pensar
-
De toda la vida
-
¿Cómo?
-
Sí, de esas que dicen estarlo como si eso fuese todo en
la vida
-
No la entiendo
-
Da igual, chico ¿qué más da?
-
No me llame chico. Parece usted una madre
Conchi rió un momento con ganas. Calló
de golpe. Ser madre era un sueño muy presente, demasiado presente. Volvió a
reír. Luego se miraron sin ninguna prisa hasta el fondo de los ojos.
-
¿Qué edad tienes, chico?
-
No le importa…madre – le espetó con ironía
-
No deberías beber de ese modo ¿por qué lo haces?
Pensó no contestarle. Mandarla a
paseo. Por culpa de una madre se sentía más solo e indefenso que una rata. Pero
empezaba a sentirse a gusto, acurrucado a sus pechos flácidos, a su cuerpo,
ahora, extrañamente frío.
-
Ayer me despidieron. Estoy solo en ésta ciudad, en ésta
y en cualquier parte. Me quedaban 50 euros y me bebí hasta el último céntimo…
-
Mi marido es un borracho. Le odio, también al alcohol. Beber
no remedia nada y además podrías tener 50 euros en el bolsillo, chico tonto
-
Gracias a eso está usted aquí ¿no? Lúcido no habría sido capaz. Me recuerda
usted a mi madre
Conchi sonrió, aunque ésta le
pareció una sonrisa triste, desangelada, ausente. La notó a la vez extraña,
retraída, muy lejana, cada vez más y más extraña y lejana. Y se notó cansado,
muy, muy cansado. No podía aguantar los ojos abiertos. Se quedó dormido.
Cuando despertó Conchi no estaba.
Estaba tirado sobre la cama y le extrañó que no estuviese desecha. La busco con
la mirada por la habitación y no había rastro de ella. “No pasa nada, pensó,
consiguió lo que quería, ya no me necesita”. Se sentó en el filo de la cama y
la cabeza aún le daba vueltas. Necesitaba un café pero recordó que no tenía ni
un solo euro. Un café solo y bien cargado le aliviaría. Se acercó a la ventana.
Hacía un día espléndido. El sol apuntaba al medio día y su reloj marcaba las
ocho. Zarandeó en vano su muñeca. Pensó en Conchi. “Por qué no, susurró, somos
vecinos, le pediré un café, nada tiene de extraño pedir un café, su marido no
tienen por qué sospechar nada”.
Dejó la puerta de su piso abierta
y salió al rellano. Pulsó el timbre pero no sonaba. Tocó entonces a la puerta. Insistió
varias veces. En vano.
Por la escalera, a duras penas,
subía un señor mayor.
-
Ahí no vive nadie, muchacho
-
¿Cómo dice…aquí no vive Conchi?
-
¿Conchi…qué Conchi…la Conchi?
-
…una señora mayor…sesenta…morena…no sé…
El hombre ascendió
al rellano resoplando y se detuvo frente a él. Tomó un respiro y frunció el
gesto.
-
Aquí vivía una Conchi, pero no puede ser la que buscas.
A ésta la mató su marido hace más de un año…a ella y a un joven. Temas de
cuernos…ésta planta está vacía desde entonces…nadie.., no logran alquilársela a
nadie
-
¿A un joven? – balbuceó
-
A un muchacho más o menos de tu edad. Los celos, los
cuernos…a veces se cometen locuras…en fin…
Se apartó para que
pasara. Bajó la mano por instinto y subió la cremallera de la bragueta. Se quedó
con la mente en blanco viendo al hombre subir la empinada escalera, quejándose,
a cada paso, y empezó a notar su cuerpo frío, rígido, helado, como un témpano.
Pero se toca. Y reacciona.
“Ha sido un mal sueño, se calma, esto no ha ocurrido”. Vuelve a notarse cansado.
Algo mareado todavía. Ansía su cama como a una isla un naufrago. Pero la puerta
de su piso está cerrada. Se lamenta. Hurga en sus bolsillos aunque recuerda que
no ha cogido la llave.
Caray!
ResponderEliminar¿También él está muerto?
Es espeluznante...
Ay que ver a dónde puede conducir la bebida sin control.
Muy bueno el relato,sí señor.
Un beso.
Gracias Marinel. Empecé a escribir sin saber qué ni por qué, y llegó un momento en que sólo necesitaba el final, un final valga la redundancia, ya que el relato no tenía interés alguno. Almas, yo lo creo, que quedan deambulando en el lugar donde inesperadamente claudicaron. Un abrazo
EliminarInquietante, desde luego. No quisiera estar en el pellejo del "chico" Un abrazo, Juan.
ResponderEliminarDesde luego que en su pellejo no, para nada, jeje. Gracias Marcos. Un abrazo
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