juanitorisuelorente -

lunes, 19 de marzo de 2012

VIENTO Y ARENA (R)


Estás tendido sobre la cama. Oyes el rumor de la lluvia en las chapas del porche y estás a punto de confesarme que tampoco puedes dormir ésta noche, sin tener motivo, aunque estás muy cansado. Ayer tuviste un día de trabajo duro y lo normal es que duermas de un tirón hasta las siete de la mañana. Pero no. Tu cabeza no ha parado de dar vueltas y vueltas sin saber por qué (sí lo sabes, sólo que no te desvelaba lo que tú querías)  creando un clima de nerviosismo que ha enfrentado como dos feroces enemigos al ansia y al cansancio. Tu mujer ronca a tu lado. No te molesta que ronque. O te has
acostumbrado. Ronca a veces como si hubiera tormenta. Y ésta noche que la lluvia ha arreciado a ratos vas a decirme que te ha hecho gracia. Te reirás al confiarme que le presionas los pechos cuando empieza a  molestarte y eso la hace callarse unos segundos para volver a arrancar mas bajito el ronroneo (sabes que da igual darle con el codo en un costado pero sé que quieres volver a mostrarme lo morboso que eres). Has apoyado  la cabeza en tus manos tras ver parpadear  las dos con el rabillo del ojo en el reloj de la mesita e intentado concentrar tu cabeza en algo antes de despertarme. No es que no sepas lo que quieres, lo que ocurre es que no puedes. Incluso  me dirás que, para centrarte, pensaste en algo que te ocurrió ayer. Eso sí lo tenías claro. En el trabajo lo hiciste bien, como siempre. Hace tiempo que nadie espera de ti otra cosa. Ya no dudas en nada de lo que haces, aunque tengas días tontos como todo el mundo. Ayer no. Fue un día normal como otros muchos. Demasiados. Un día  que  gritaste (a lo mejor con razón) al chaval que no va a espabilarse por mucho que lo hagas. No entiendes a la juventud. No es un caso aislado. Has tenido varios ayudantes de su edad y con todos te ha pasado lo mismo. Cuando tú eras joven…, le dices contándole esto o aquello… (pero de eso ya no hay, Federico, tontos cono tú trabajando como burros por nada no hay), y le explicas su fallo una y otra vez, y vas a contarme que vuelve a equivocarse una y mil veces en lo mismo. También reconoces que te hace gracia, y que te acorta el día,  que da para contarlo y así tienes conversación con tu mujer, conmigo,  en el bar de Jose,  en la barbería donde  sueles ir a afeitarte dos veces por semana. Pero no era eso en lo que querías pensar aunque te haya servido para barrer la cabeza de esa incómoda espiral de cosas indescifrables e inútiles. Llevas un tiempo raro. Ya no te satisface lo que te satisfacía antes. Lo sé aunque no me lo digas. Te has vuelto reservado. Tu mujer también  lo ha notado. La he oído reprochártelo muchas veces. Que ya no hablas con ella de tus cosas, que estás distraído, como ausente. Conmigo sí hablas y no te lo he dicho para no herirte pero noto la envidia, o el rencor (no sé como llamarlo), que te produce lo que yo hago que no es otra cosa que lo que tú has deseado siempre. Nada es un camino de rosas, Federico. Te lo digo de corazón. No hay peor cosa que ser una espora de uno mismo. Algo que sólo usas cuando no tienes otra carta con la que quedarte. Yo lo he asumido. Tú sé que no. Y ahí andas a la greña entre dos tierras. También vas a decirme que tienes problemas, que algunos no pueden confesarse. Yo los sé, Federico, ya sabes, aunque no me lo digas. Pero si lo hicieras te serviría para desahogarte, para tener la satisfacción de presumir de algún amigo (de los de verdad), además de no tenerlo guardado todo y para nada (para joderte el alma, si acaso). Ya sé que lo de Luisa no es un tema para contarlo. Con ella has ido demasiado lejos. Un escape necesario, has pensado infinitas veces para justificarlo. Un polvo puntual, todos los domingos por la tarde, con la excusa de ir al ver el fútbol al bar de Jose. Y ha ocurrido lo que no querías. Luisa te quiere. Se ha enamorado de ti como una chiquilla. Yo creo que la soledad, que sabemos, la confunde. Que tiene una edad en la que necesita agarrarse a algo. Has sido tú como podría haber sido otro. Y te ama, cree, como no ha amado nunca a nadie. Pero tú no quieres de ella más de lo que ya tienes. Y le dices cosas bonitas, alientas su cariño, sólo para que siga comiendo en tu mano. Es lógico que te sientas culpable. Y confuso. Porque ahora quiere acaparar otros momentos de la semana y tu mujer no es tonta. Algo tonta sí pero no tonta como a ti te haría falta. No es mala mujer, me has dicho cien veces, también que el sexo le apetece de tarde en tarde y la mayoría de las veces cuando no hay más remedio (por lo cansino que te pones), que cuando no le duele una pierna es otra cosa, que cuando no le duele nada corta por lo sano y te dice por las claras que no porque no y basta. Pero no. Esa sensación entre necesidad y culpa tampoco te tiene en vela ésta noche. Tampoco la niña. La dichosa niña, la llamas. Una niña que ha crecido demasiado rápido y le ha dado por ponerse novia como a todo el mundo, que tiene una edad en la que se ha empeñado en casarse, que ha concertado la fecha en la iglesia y en el salón de bodas sin consultarte, dentro de nada, de unos meses, que tendrás que ayudarla en todo lo que puedas, que sigues sin un duro, una situación que te ha acompañado toda tu vida.  Tu negocio da para comer, para vivir bien y poco más. Para pagarte la casa, pequeña pero mona, el Mondeo nuevo de fábrica, las vacaciones, quince días en julio, a un pueblo u otro de la costa granadina. Permíteme que te repita que no es un negocio el que tiene un solo pilar (el tuyo en amenaza de derribo) que lo sustenta. Tú y el nene ese que no te sirve para nada. Pierdes el tiempo en enseñarle, también te lo digo. Toño cobra la semana y se pierde. Huye lejos del mundo que tú crees normal. Los fines de semana engloban su mundo. Y los lunes regresa resignado con el espíritu y la mentalidad, como mínimo, de sus catorce años. Le aburre pensar de un día para otro. Mañana Dios dirá, es uno de sus lemas, y el más sabio. Para qué malgastar sus huesos por una ínfima paga y sin estar dado de alta en la Seguridad Social.  Así los oficios se pierden. Así el tuyo no interesa a nadie. Nadie desea ser así albañil. Es un trabajo digno, necesario, pero así los jóvenes sólo pasan por él como único recurso o como trampolín para otras cosas. Qué ilusión les puede dar verte chapuceando a tu edad, sudoroso, sucio, cediendo a los caprichos de tantos y tantos abusadores. Un artista en tu trabajo y un desastre en pedir lo que merece ese trabajo. La vida está muy cara, ruges, los impuestos te comen,  ya no te avisan más que los cuatro clientes fijos de toda la vida, normal, y suerte tienes si te avisa alguien, insistes en que hay muchas empresas que lo abaratan todo, que te quedan tres días para jubilarte, que hace poco has pagado la hipoteca de la casa, que estás tranquilo aunque ahora se case la niña. Todo se arreglará, Fede, sueles decirme, de una manera u otra. Y me repites como te casaste, sin un duro, sin vivienda, enfrentado a tus padres porque sólo tenías veintiséis años, y que para colmo elegiste a Maruja (por su físico y sus maravillosos ojos verdes, me susurras cuando está cerca, para que no te oiga y se deprima), una veinteañera que había logrado escapar (con lo puesto) de un hogar caótico. Es gana de consolarte y lógico que la niña que se te revuelva como una bicha cuando le cuentas esas gilipolleces. Y te grita. Y grita a tu mujer. Y grita al mundo (también al novio, a ese pobre chico…, Felipe). Y aquí estoy yo, en medio de todo éste caos que es tu vida. Intentando remediar lo irremediable. Intentando comprenderte para saber lo que no debo hacer. Dándole un giro nuevo y esperanzador al resto de ti que ha logrado salvarse, restos de algún sueño, algún deseo juvenil que aún flota en tu mente. También como un amigo fiel, de los que ya no quedan. Y no tienes bastante y ahora vas a pedirme que escriba. Un deseo frustrado del instituto. Vas a despertarme para decírmelo. A las tres de la madrugada. Dentro de un instante. Ya. En éste mismo instante.  No puedo creerlo. Deseo matarte (no, no es cierto). Son las tres de la madrugada y estoy despierto, como tú (gracias a ti), y me pides que escriba, argumentando que tienes ese deseo hibernado, que ya no te satisfacen las cosas que te satisfacían antes, que estás harto de todo, hasta de un tema del que no quieres hablar. Que la niña ya no es una niña. Que tu tiempo en el trabajo se acaba y algo tendrás que hacer cuando te jubiles. Que lo has pensado mucho y decidido esto como un clavo ardiendo al que agarrarte. Y recurres a mí. Tu álter ego conformista. Aquel, te recuerdo, que afronta el trabajo (últimamente sólo en algún momento puntual) con la ilusión de tus comienzos, afrontando los retos con seguridad y dinamismo, el que hace el amor a Maruja con una pasión y fogosidad que ni en tu mejores días, el que intenta acariciar a la niña entre sus manotazos y le pregunta cosas que tú nunca serías capaz de preguntarle. Me lo agradeces. No esperaba menos. Sin estridencias. Me dices que a la imagen fabricada de tipo duro, de capricornio en estado puro, no le va cierto sentimentalismo, cierta blandenguería. Estás aquí para eso, me dices sin ningún atisbo de reflexión y arrepentimiento. Te necesito, pero yo soy así, me gusta ser así, ¿entiendes?, te aceleras, incluso, dejándome las cosas claras. Claro que te entiendo, Federico, dejémoslo, no tienes arreglo, le espeto muy serio. Quiero que escribas un relato, comienzas a desvelarme, un relato para un certamen, diez páginas como mínimo, hasta veinte si te son necesarias; a los catorce, en el instituto, escribía poemas y relatos cortos, ¿te acuerdas?. Vagamente, le digo, nunca lo has deseado realmente. Y sigue:  Maruja escribe, ¿lo sabías?. Sí, claro que sí. Ayer estuve revolviendo su armario, confiesa sin rubor, y leí sus cosas; lo hace bien, me he propuesto ayudarla. Ya sé, continúa, que escribir es algo personal, que no debe interferirse, pero está embarrancada en algo serio, un certamen de Cabra del Santo Cristo, escribe en una agenda y he leído, al menos, cuatro o cinco inicios tachados, más o menos extensos, de un relato que debe tratar sobre una foto de Cerda y Rico, una foto que está en el cajón de su mesita. Percibe mi cara de circunstancias e intenta hacerme comprender: lo que intento explicarte es que descubrir esto me ha hecho regresar al pasado, a aquella ilusión de mis catorce años. Éste, mi primer relato, quiero que sea para ella; quiero darle algo, Fede, nada de palabras vacías, de gruñidos y malos modos, quiero darle algo autentico, algo que ella pueda agradecerme ya que no quiere nada de mí, sólo dinero para la niña y no hay, un poco, sí, pero no lo suficiente.  Nunca has pensado en ella, le recrimino, y ésta idea es absurda; no es por ella, no vas a hacer esto por ella, tú nunca has hecho nada por nadie, utilizas a la gente, y ahora que te sientes culpable buscas una excusa para utilizarme a mí. Tienes razón, Fede, soy un hijo de puta, y tú lo único bueno que tengo. Me da algo de pena, ya menos, pero qué hacer. Al menos mientras esté presente puedo mitigar el daño inconsciente que hace a la gente que quiere, a la gente que quiero. Darle otro aire aunque pronto me patee al ostracismo. Me cuenta que no puede dormir. Todo lo que he relatado antes. Luego calla. No tiene más que decirme. Se acomoda. Se aleja. Noto que se abandona a mí. Es como un pitido que despierta mi salida a la vida. No sé por cuanto tiempo (¡la última vez hace tanto!). Unas horas. Unos días. Tal vez mientras escriba el relato. Me levanto con ímpetu. Abro el cajón de la mesita y cojo varias hojas dobladas por la mitad. Maruja ronca. Ronca con fuerza y cuando vuelvo a acostarme deslizo un brazo bajo las sábanas para abrazarla y presionar un pecho suavemente, con ternura. No se despierta aunque no ronca durante unos instantes. No quiero despertarla todavía y me centro en mi cometido. No me fío de Federico. Desdoblo las hojas y miro la foto, leo los datos del certamen, información sobre Sierra Mágina, de cortijos cercanos a Cabra, algunas fotos de pequeño tamaño, algo borrosas, de Cerda y Rico, algún dicho popular de entonces (me fijo en uno: “Haces la visita del tío Miguel Rodríguez”, y me río pues me recuerda las visitas de mi cuñado en la larga agonía de mi suegra). Me centro en la foto, tema central del relato. Una foto de primeros del siglo pasado. En un cortijo, en su habitación principal,  al lado de la chimenea. Ésta está apagada, presumiblemente es primavera, quizá principios de verano. Plasma una escena familiar alrededor de una visita, puede que habitual, simulando naturalidad cuando aquella foto debió ser todo un acontecimiento. No parece tener nada de especial. Sí como indudable muestra de la cultura  y costumbres de ese lugar en el tiempo, para cotejar la precaria vida que padecían con la bonanza que disfrutamos hoy, a la vez que nos agobia. Me gusta la foto. Su simpleza la hace grande, su aparente naturalidad logra que mi mente cambie la cara a los personajes y fluya en mi memoria. Que se aleje a mis seis o siete años. A un fin de semana que visité con mis abuelos a mi tío José, por entonces capataz de un cortijo en el que vivía con su familia. Un fin de semana que conviví con ellos. Que jugué con mis primos por todos los rincones del cortijo, también en la habitación principal, con una chimenea similar a la de la foto. Continúa lloviendo. La lluvia tamborilea con intensidad en las chapas de aluminio del porche. En la calle  las ruedas de los coches que pasan parecen chapotear en los charcos. Es como un fondo mágico que ameniza el silencio nocturno, junto a los ronquidos de Maruja. Empiezo a centrarme. Y a pensar. Noto ese estado que debe encontrar un escritor (no sé si llamarme así) para construir sus versos. Aunque aún no tengo la trama. Porque creo que no debe haberla. Imagino que la chimenea es el decorado de un teatro, que mi mirada es una más de cientos de miradas en una sala abarrotada de público, mientras, ellos permanecen en su pose inmóvil esperando un gesto mío para continuar con su vida,  hablando lo que ellos quisieron hablar, haciendo lo que en ese momento les apeteció hacer. Sería hermoso poder bucear en el tiempo. No me parece justo dotarles de un nombre, de una historia, de un léxico que no les corresponda; idear una trama amable, rocambolesca, o dramática para avivar más el interés y así tener alguna oportunidad (impensable en cualquier caso) en el certamen. No lo haré. No inventaré la historia de estos personajes (entrañables ya me parecen). Tampoco contar, como una historia paralela, lo acontecido en aquella visita al cortijo de mi tío. Aunque ocurrieron algunas cosas que merezcan ser contadas: el espectro de una antigua dueña del cortijo y sus paseos por la madrugada (yo no vi nada, lo juro), los motivos sentimentales de un vecino para provocar una pelea a navaja con dos gitanos  y la mediación de mi tío y mi abuelo para solventarlo, el descubrir un mundo nuevo, distinto para mí, hecho sólo a la masificación y el asfalto. No. Creo que no. Debe ser su historia. La que ellos solo sabrían contar, o relatar para ser contada.  Para mí el pensar, desde mi mirada lejana, que no me sería posible vivir de ese modo, ser feliz de ese modo. Y pienso en mí, en qué tengo que me haga sentirme más afortunado que ellos, en qué he logrado. Nada. Estoy doblegado a lo que no quiero, a ser siervo de mí mismo, de un ser amargo que no quiero ser, porque sé ser de otra manera, un flash que acogen con entusiasmo los míos, por inusual, un rayo de luz que sosiega a los clientes tras el calvario que soportan con su actitud prepotente y arbitraria, la presumible sorpresa de Luisa al comprobar (mientras dure mi estado) que no deseo nada con ella. No voy a acostarme con ella aunque provoquen mi ansia sus pechos excesivos, su físico agraciado. Prefiero a mi Maruja aunque ronque a mi lado, ahora como una mula. Aunque su carne esté floja y dispersa, aunque esté gorda, demasiado gorda. Abandonada, quizá, por mí culpa, sin ser, en el fondo, culpable de nada. Y ahora escribe como un desahogo lógico, inmersa en su soledad, atrapada en la edad y la monotonía. Poco podré hacer para remediar una relación ruinosa. El amor está muerto y enterrado. Lo he vivido preso en mi atalaya. Como mucho celebraré su afecto, con suerte alguna relación sexual satisfactoria, con toda seguridad sus gritos y reproches. Suerte que de lo de Luisa aún no está enterada. No lo merece. Tampoco los desaires de la niña, una presuntuosa que se cree el ombligo del mundo. No la siento como mi hija. No fui yo quién la concibió, no la he educado, salvo algunos días esporádicos, tal vez con suerte como mañana. No puedo evitar estar melancólico, ni comenzar a escribir lo que me ocurre aunque no sea importante. Escribo todo lo que se me ocurre; lo que pienso, lo que siento, sin tener muy claro qué ni por qué lo hago. Son casi las cuatro de la madrugada cuando llego al punto en que me encuentro ahora. He escrito en el reverso de las hojas fotocopiadas de Maruja, luego en los espacios en blanco entre líneas, entre las fotografías de Cerdá y Rico. Aún me queda espacio. Quiero llenarlo, no sé bien  para qué. Maruja ronca. Yo estoy sentado en la cama oyendo la lluvia, algo más débil, chupando el bolígrafo para distraerme. Debería escribir sobre la foto. Pero ya he dicho que no lo voy a hacer. Mañana es domingo. Federico suele levantarse a las siete aunque sea domingo, despierta a Maruja y le hace el amor si se deja, se asea rápido para ir al bar de Jose a por el café y la copa de sol y sombra. Yo no. Bueno, sí. Despertaré a Maruja (antes de las siete) y le haré el amor como siempre le he hecho. Con una pasión y entrega que la hará dudar si soy yo realmente. Luego hablaré con ella. Mostraré interés por sus cosas, por su afición tardía a la escritura, su idea acerca del certamen de Cabra del Santo Cristo, y sobre esa idea la ayudaré si ella quiere, sea lo que sea, fabulando si le apetece. Pensar en ella me arrebata. No puedo evitar abrazarla y presionar sus pechos, deslizar mi mano a su pubis. Hace tiempo que no lo hago. Recuerdo que fue otra madrugada de domingo. Para solucionar un tema. La pelea originada a consecuencia de la compra del Mondeo, como siempre sin avisar y disponiendo del dinero a su antojo. Mi recompensa fue profundamente sexual. Un par de días de una complicidad maravillosa, además de un viaje relámpago con el coche. Una familia feliz. Luego el Federico de siempre. Nada que me agrade recordar. El regreso del orgullo, de la prisa, de la amargura de vivir, la soledad, la presencia semanal de Luisa como ansiada salvadora, y para los suyos la lejanía, la apatía, el ambular por el desierto. Y estoy aquí de nuevo. Y estoy empezando a excitarme. Maruja al fin se mueve. Estira sus huesos. Y cede a mis caricias. La amo. Amo a ésta inmensa mujer. Y la deseo. La deseo con todas mis fuerzas, con toda la presión de mis huesos.  Mis manos aprietan sus pechos. Me recreo en sus aureolas granulosas, en sus pezones dormidos deseando como nunca que resurjan en mi boca. Maruja gruñe sin llegar a despertarse. Noto que su cuerpo se distiende y desciendo de nuevo a su sexo, sin prisa, anunciándole mi llegada, formando círculos más y más pequeños, acosándola antes de atacar, como a ella sé que le gusta, algo, le dice, que casi nunca le hace aunque le gusta con locura, ese cosquilleo que la deja muerta, a merced de mí, inmóvil, esperando que me acople para iniciar su vaivén como un barco a la deriva en una tormenta. Cierro los ojos. Es un momento mágico. Me abandono a su luz a pesar de la hora intempestiva, a esa luz que ilumina de alegría tan pocos y tantos retazos  de mi vida. Que merece la pena por tan añorada. Por tan soñada, por tan suplicada. De pronto el desastre. Lo escribo ahora, a posteriori. Cuando ha pasado todo y he logrado calmarme.  No he podido reaccionar. Intentaba que se girase, que se pusiera boca arriba para continuar con mis juegos preliminares al coito cuando abrió los ojos. Me miró como a él, como a un monstruo. La rabia, el odio anidaban en sus ojos. Codeó con fuerza mi cara para zafarse de mí antes de gritarme: ¡Tú a mí ni me toques, olvídate de mí, jamás vuelvas a tocarme!. Volvió a girarse. Me dejó con el sabor agridulce de la derrota, saboreando el regusto amargo de la sangre de mis narices reventadas. No sé por qué le comenté lo del certamen de Cabra. ¡Vete a la mierda, rugió como una bestia, no tienes vergüenza, con Luisa, con mi mejor amiga, cerdo, no te lo perdonaré nunca!. Lloró y me partió el alma. Yo también lloré. Estaba allí como escudo, como siempre, recibiendo los golpes, mientras él yacía hibernado en su sueño dulce, cual inofensiva serpiente. Ya no lloro, ahora intento pensar. Remediar lo irremediable. Sigo escribiendo compulsivamente, como un dislate, todo lo ocurrido, todo lo que me está ocurriendo. Son las cinco y media de la madrugada. Maruja vuelve a roncar. Creo que ha dejado de llover. En las hojas no cabe ni una sola línea. Debo acabar esto (no sé como llamarlo), añadir, acaso, que mi sangre vuelve a gotear en las sábanas, y que, abatido, la recojo en las hojas. Que goteo en la foto donde una familia de apariencia normal refleja un instante de su vida normal, y que yo miro con extraña atención cien años después, una foto que impregno del color rojo, intenso de mi sangre, un fondo que parece darle un aire crepuscular,  como este nuevo amanecer para mí, un nuevo amanecer que ahora ilumina un paisaje tétrico, desolador, donde debo lograr (no me asusta, ya lo he hecho otras veces) que vuelva la emoción, que en su larga huida vuelva a mirar aún sea de reojo el amor, conciliar lo irreconciliable, ayudar en lo posible a la niña, la niña…, esa niña…, mi hija...  (Escribo sobre lo ya escrito. Iré a buscar más hojas. Pienso. Ahora me toca a mí. No me das miedo. Sólo el hecho de no poder estar viviendo la vida que necesito y quiero. Necesito tiempo. Pero debo tener cuidado. Debo idear un largo, extenso relato para Maruja. Escribir es lo único, lo más sensato que en éste momento puedo hacer).

(de "En cierto sentido". Relato presentado al certamen Cerdayrico 2008, el cual debía versar sobre la foto que os muestro)


2 comentarios:

  1. me es grato sacar el 0 y dedirte que no me he desprendido aùn de tu relato. _Me gustó , muy bien armado, y te lleva sin darte cuenta por esos caminos vividos, amores mentiras piedosas en definitiva la vida. un gusto Juan. siempre mi cariño!

    ResponderEliminar
  2. Explorando en la doble personalidad del personaje, algo no tan ficticio pero camaleónico, y por tanto difícil de atisbar. Disfruté mucho al escribirlo, aunque entiendo que es un relato complicado, no muy ameno si se lee superficialmente, o a la ligera.

    El placer por tu visita es mío, querida Susana. Un beso

    ResponderEliminar