Hay jaleo
en la 204.
Carlos me
contó que María tuvo que contarle a su marido que había una mujer. Era la
salida más airosa ya que, dentro de lo malo, los cuernos parecen redondear sus
puntas con esa situación, sin duda escabrosa pero peor hubiera sido si aparece
mi nombre. Permítanme, me llamo Juan y soy íntimo amigo de Carlos, mi
confidente, también de Luis, el marido de María, aunque
Oigo
gritos. Estoy en la 203 y los tabiques transpiran. Son como orejas gigantes.
Parece ser que la supuesta amante de María ha olvidado algo en el cuarto, algo
que aún no dicen pero sí que no es precisamente femenino. Intento recordar si
me falta algo y no caigo y menos, acabo de oír el motivo, un mechero grabado
pues no fumo. No sé, María se vincula pero me parece un poco petarda, por otra parte eso es lo que me tiene loco, parece una
mosquita muerta y de eso nada. Se ve a
una legua que le gusta, que lo que hace le gusta y no se corta un pelo. No me
imagino casado con una fulana semejante, ni con esa ni con ninguna porque
prefiero poner los cuernos que cargar con ellos. No dudo que esto tiene sus
riesgos pero más un morbazo y un suspense que ni en la mejor película, es
emocionante, para qué voy a negarlo, demasiado, diría, porque cualquier sonido
ambiente, cualquier chasquido nos parecen las llaves de Luis girando en la
puerta, es un placer terrible, un placer inmenso, al límite del infarto. A mí me pasa que alucino, que no siento lo
mismo con otras mujeres si están libres, soy como un ladrón, en cierto modo,
bueno, ustedes pensarán que soy un miserable y tienen razón, pero a ella no la
he obligado y eso que conste. Lo nuestro ocurrió pues como ocurre todo, sin
pensar, miraditas, deditos bajo la mesa, achuchones, apretones, situaciones que
me dejaban sin aire y sin poder pensar. Y ocurrió, qué remedio, y desde el
primer día desde hace quince en esta isla, y aún nos quedan otros quince días
de vacaciones, y ahora viene lo peor porque me dice y me repite que me quiere,
que quiere dejarle (creo que de eso discuten ahora), yo la calmo y no le sigo
en ese rollo pero tampoco la corto por si se acaba esto que todavía no quiero. María está jamón y no he visto a ninguna por aquí
que me plantee el cambio. Ya sé, Carlos
está harto de decirme la mala
leche que gasta Luis. Cualquiera en su lugar
reventaría al descubrir que se ha casado con una guarrilla; tampoco es
culpa mía, que si no estuviera yo ya tendría a otro; hay que entenderla, yo la
entiendo, si eso le gusta como yo sé que le gusta pues lo hace y en paz, ahora
soy yo y quién sabe mañana.
Gritan. Luis insiste en lo del mechero y el
mechero no es mío aunque tenga la serigrafía de una taberna de mi pueblo, y
Carlos tampoco fuma. Esta, creo, tiene más carreras que un galgo, nada malo
para un mocetón como yo al que tienen calado las tías en el pueblo y sólo mojo
de tarde en tarde con Marta, una maestra viuda algo pava, y con Flora cuando
rara vez su marido hace algún viaje de trabajo, dos o tres veces al año, porque
de putas nada de nada, me dan un asco tremendo, aunque las respeto, pobrecitas.
Mis amigos lo saben, ellos son asiduos y están siempre empecinados en liarme
pero yo ni de coña. Mención aparte es María, una mujer respetablemente casada
que puede tener un desliz, o varios, pero no esas que están siempre dale que te
pego, uno entra y otro sale, que no, que
no, que por ahí no paso, me doy al placer solitario si hace falta pero putas,
¡qué horror!, no puedo, no puedo, y que conste que una vez lo intenté y salí de
allí dando arcadas, blanco como la harina, soy así, prefiero poco y bueno, o
regular como María, ¡Dios, cómo le chilla ahora a Luis la jodida!. Oigo un golpe seco y parece ser la puerta de
la habitación que se cierra. Corro a la mirilla y veo a Luis alejarse por el
pasillo dando patadas al aire. No tardo en oír
golpes en el tabique, ¿será posible que tenga ganas después de eso?, es
una cerda, no hay duda. Murmura mi nombre, pero no, no me fío, ni esto ahora se
me levanta. La oigo llorar. No me importa, eso le limpiará los humos. Creo que
voy a irme abajo, seguro que una copa me sentará bien y de paso me verá Luis
cerca de él, ahora que sospechará de todo el mundo. Así lo hago y aunque ella
al oírme abrir la puerta sale al pasillo medio desnuda logro desembarazarme de
la idea que vuelve a rondarme que no es otra que darle un revolcón. Así pues
bajo a la cafetería y me sorprende ver a Luis en animada charla con Carlos,
charla que corta de raíz al verme. Se queda mudo, sólo un instante, después
cambia como si no pasara nada y comienza a preguntarme no se qué, que si esto o
aquello, nada relacionado, Carlos ríe mucho, no sé bien de qué, puede que de
algo que hubieran hablado antes porque el tema que tenemos no es motivo. Pido
un JB con hielo, hace tiempo que no tengo la necesidad, hoy sí y cómo tardaré
en bebérmelo no me picará el gusanillo de irme con ella que es en lo que vuelvo
a pensar ahora visto el patio. Bebo y toso, estoy poco acostumbrado. La
situación es tonta, tenemos poca conversación, parece mentira que, sí, que con
Carlos quizá sea normal porque en el pueblo nos vemos todos los días, pero con
Luis estoy cortado aunque no sé nada de
él desde hace algunos años; se marchó a trabajar a la capital, después su repentina boda, nada, no se me ocurren
preguntarle cosas y me cuesta mirarle a los ojos, debe ser normal. Lo que de
verdad no comprendo es que ese cabreo monumental se haya diluido, está tan
relajado que no le entiendo, y Carlos sin dejar de reír, ,sí, le pregunto y me
responde que hoy está contento, que no sabe el porqué, Luis también ríe ahora,
sube la broma y se carcajean los dos y
yo serio como un gilipollas. Me dicen, al fin, que les han dicho que hay un
lugar nudista a pocos kilómetros, que si me voy con ellos, que después irán de
putas, que ya es hora de echar aquí una cana al aire. Pregunto a Luis por su
mujer, dice con sarcasmo que la follen, creo que sí, que eso es lo que voy a
hacer. Me hago el remolón con el whisky y les digo que en un lugar de esos nada
de pasearme en pelotas y que las putas, ya saben, me dan un asco que no puedo,
no puedo, que ya lo saben y para qué insisten, y si no mojo aquí ya lo haré
cuando vuelva con Marta y Flora, cuando me dejen, que no es tanta la necesidad.
Se van y yo intento apurar el whisky para ir a calmar a María y a este estado
de ansiedad que comienza a ahogarme cuando pienso en ella y en lo que voy a
hacerle, cosas que invento sobre la marcha y que ella me jura por sus muertos
que nunca nadie le ha hecho mientras gime y gime como una condenada puta. Lo
apuro, me ha costado trabajo pero lo apuro. Mi cabeza lo nota. Tiene un estado
de felicidad supremo y en mi cuerpo comienza el ajetreo. María me pone y voy al
galope como un energúmeno a desollarla viva, también preparado para soportar
sus envites de amor, aunque de eso nada, que para eso tiene a su marido. Yo
sólo beberé la parte que él no sabe exprimir, la esencia externa de esta
maravillosa hembra, este monumento a la mujer que ya empieza a hechizarme.
Tampoco olvido las palabras que me dijo Carlos que le había dicho Luis: Mataré
a esa hija de puta si la pillo acostada con mi mujer. Imagino que esa
amenaza abarcará a un hombre hasta con
más saña pero no sé, a lo mejor soy raro porque todo esto me pone cachondo, ya
lo dije antes, aunque a veces se me encoja el alma. Subo los escalones de tres
en tres (no tengo paciencia para esperar al ascensor), y vuelo por el pasillo.
Pienso en sus ojos de gata, en sus labios vueltos a la vez que hurgo en el
bolsillo-monedero de mi pantalón vaquero buscando la llave de la 204, una copia
como habrán imaginado. La presiono con dos dedos a nivel con la cerradura
varios metros antes para no perder tiempo. Mi corazón comienza su redoble.
Estoy ansioso, exultante, eufórico. Introduzco la llave y antes de girarla me
contengo. Soplo y caigo como un castillo de naipes. Oigo gemidos y son de
María, no hay duda. Esa campanita que acciona la i en la cima del ahogo me
indica que está a punto de correrse, ¿pero cómo, quién?. Carlos y Luis se han marchado. Los he visto
subirse al taxi y a este enfilar la carretera. No son ellos, estoy seguro, ni
María ha tenido tiempo libre para enrollarse con nadie en esta isla perdida del Indico. No sé qué
hacer pero no me agrada irme. No puede ser Luis y sea quién sea me dará igual,
¿será posible una mujer?, ¿o un nativo de estos de órdago?, ¿qué puedo
encontrarme si giro la llave?. Deseo irme pero más decirle a ésta cerda cuatro
frescas, a ésta burda embustera que sigue vocalizando con retintín como si la
estuvieran matando, a éste ángel lascivo que anoche me dijo con inusitada
ternura que me quería, que estaba harta de Luis, de los hombres, que sólo
quería hacerlo conmigo, ser mi amante, mi mujer, mi amiga, mi esclava, mi
sombra, y la oigo rugir tras la puerta como una loca, abrazada a algo que no
soy yo. Esto me pasa por idiota, por esperar lealtad de una tiparraca que
engaña a su marido en el viaje de novios, y bueno está que lo haga conmigo pero no, no, no es bastante y a saber
qué sorpresa me deparará esta puerta. Debería decírselo a Luis, me da pena,
tanto dárselas de listo y chulo para acabar de cabestro, aunque no, porque en
estas cosas delicadas suele ocurrir que siempre pagan justos por pecadores y seguro
que, encima, la toma conmigo. Que se joda y abra los ojos el muy imbécil.
Parece que se ha callado la ninfómana. No me lo pienso, tomo brío y entro.
María
grita, yo grito, Alberto grita.
No puedo
creer que sea mi amigo Alberto, ese pedazo de semental, soltero como yo, que
duerme todas las noches en la casa de putas del pueblo como si fuera su casa,
peludo como un oso, guarro como un cerdo. Están los dos en pelotas encima de la
cama y ella recula al verme. Intenta cubrirse con la sabana, yo le digo que para
qué, que ya conozco todos sus vericuetos.
-
¡Por
Dios, Juan, Luis no debe enterarse de esto, yo....!
Alberto nos mira con asombro.
-
¿Luis? - dice sorprendido y me mira más
sorprendido aún repitiendo a María como un loro: ¡Por Dios, Juan...! - para preguntarme ahora con tono más acorde:
¿puedes explicarme qué cojones estás haciendo aquí, tío? - para seguir preguntándose también a sí mismo:
¿pero tú no decías que no te gustaban las putas?
-
¿Putas, qué putas?, pregunto y me pregunto y
respondo: ella es María
-
Sí,
ya, ya, María - chufla Alberto
María calla
y me parece que sonríe, la verdad es que no entiendo una sola palabra. Alberto
se levanta a abrazarme a pesar de todo y yo le digo que con aquello colgando
no, que al menos se ponga los calzoncillos. La guarra ríe con ganas y sin
cortapisas. ¡Madre mía, qué panorama!. Cumplida la premisa Alberto me aprieta
con fuerza y me dice que qué pequeño es el mundo, que vio ésta oferta en la
agencia de viajes de la esquina y no se lo pensó, que reside en un hotel cercano
que está de puta madre y que ayer dando un paseo vio a la Pepa asomada al balcón de
este apartamento y que vino como un desesperado a arrimarle yesca al ascua que
para eso está y que aunque no está mal cambiar de vez en cuando y aquí parece
que hay buenas tías dispuestas, a ella ya la conoce y sabe como pajea.
-
¿Pero cómo, tú y María, esta María?
Y va y responde:
-
Yo la llamo Pepa pero si es María bien está.
Me giro a
ella, tengo infinidad de preguntas que no sé si podrá contestarme, empiezo por
la más latente:
-
¿Luis
sabe que tú...?
-
Claro, tonto, ¿no lo va a saber?
No puedo creerlo, Luis casado con una puta,
con un historial que ni el Real Madrid en la copa de Europa y ha caído como un
guiñapo al cesto, “¿y yo, pienso para mí, cómo es que no me he dado cuenta?”,
de todos modos me consuela pensar que una mujer casada es una mujer casada
aunque haya sido una puta porque, en cierto modo, al casarse deben dejar de
serlo aunque esta me huele a que no.
-
¿Cómo
has podido, digo, cómo puedes...?
María se encoge de hombros.
-
Pareces
tonto, tío - dice Alberto - deja a la Pepa en paz, si vas a tirártela me salgo y te
espero en el bar, esto hay que celebrarlo, amigo
-
¿Pero cómo voy a hacer eso después de esto? -
contesto
-
Entonces vamos a emborracharnos, mamón
María aploma su rutilante desnudez y pone los
brazos en jarras increpando a Alberto:
-
¡Oye,
tú!, ¿no te irás sin pagarme?
-
No, claro, mujer, perdona - responde Alberto
azorado y rápidamente hurgando en su cartera
saca veinte euros que le pone en su mano extendida.
Y yo
boquiabierto a punto de darme un ataque. No puedo consentirlo y reviento.
Alberto me sujeta, ella ríe, lo que me pone más histérico y como colofón me
atiza el golpe de gracia:
-
Oye,
que yo he venido aquí a trabajar, ¿o es que crees que contigo lo hago gratis?
No puedo ni hablar.
-
¿pero, cómo? – resoplo- ¿pagarte, yo?
-
Veinte euros cada vez que te corres, cuarenta
y ocho veces apuntadas en la libreta, nueve cientos sesenta euros que tengo en
la talega
-
Me dejas de piedra, tío, ¿tú?, exclama Alberto
y sigue: si no podíamos llevarte de putas ni a rastras, si decías que antes
muerto que ir con ellas, joder tío, qué pasada
-
Que está loca, Alberto – grito - que no es una puta, bueno, a lo mejor sí pero
no porque está casada
-
¿Ésta, casada?, no me jodas
-
Que sí, hombre, que sí, que está casada con mi
amigo Luis
Alberto duda y la mira, yo también. Pasan unos
segundos donde sólo se oye el rechinar de mis dientes. Ella se muerde el labio
y se bambolea como una bailarina antes de contestar en un tono un poco tonto:
-
Me llamo Josefa y sí, soy puta, no estoy
casada con Luis
Me mira ahora con ojitos tiernos antes de
seguir:
-
Perdóname Juan pero esto ha sido una broma
Alberto
rechifla:
-
Casi cincuenta polvos no son ninguna broma
Yo estoy mudo con la boca como el brocal de un
pozo. Ella sigue:
-
Entiéndeme,
me pagasteis el viaje a este sitio maravilloso y sólo tenía que hacer lo que
hago siempre, además con gusto porque tú me pones mucho, Juan, en serio, no has
sido uno más, de verdad, puedes creerme, ya sé, hombre, a ver, que después de
esto ya nada será lo mismo
-
Desde luego, digo en un arranque descontrolado
-
¿En serio, Juan, te doy asco?
-
Sí, por supuesto que sí – contesto
-
No le digas eso a la chiquilla - dice Alberto
Me quedo pensando, mirando a todos los lados
como si tuviera bisagras en el cuello, analizando la situación a golpe de
calculadora, sin perderle reojo a María, o la Pepa , a su cuerpo abundoso, sudoroso aún de la
briega con el cerdo de mi amigo, algo que me retrae pero nada que no pueda
solucionarse con un buen baño de espuma. Me giro a Alberto y le digo:
-
Perdona
amigo pero te agradeceré que vuelvas a tu hotel y que te encierres en él
No le grito
pero el tono es el propio para estos casos, él lo entiende a la primera.
-
Bueno,
tío, ya nos veremos en el pueblo
Nos damos un abrazo, se va y miro a María,
digo a la Pepa ,
cara a cara y no sé ni cómo empiezo a
relajarme y le digo:
-
Así que no estás casada con Luis y sólo has
venido aquí, a esta isla paradisíaca, a joder conmigo
-
Ese ha sido el trato - dice sin ningún rubor -
¿te parece mal?
-
¿Y
Alberto?
-
Es un cliente fijo, no podía negarme
-
¿Y se puede saber quién te paga esto que yo
hago?
-
Tú
-
¿Sí, cómo?
-
No sé
Giro y giro la mente como en un tiovivo,
retrocediendo imágenes, situaciones, y me detengo en unas semanas antes de
venir aquí, en un préstamo de tres mil euros que me pidió Carlos para este
viaje porque, insistía, tenía el dinero a plazo fijo en el banco y no le
interesaba sacarlo antes de la fecha de vencimiento.
-
No
importa – digo - hecho está
Pienso en los quince días que quedan y digo a la Pepa :
-
¿Y no
podrías echarme un porreteo?
-
¿Y eso que es? - pregunta la infeliz
-
Un presupuesto para los días que nos quedan,
tonta.
(de "En cierto sentido, 2008)
Creo que debería haberlo titulado La Pepa. Hay palabras que aún siendo hieren, aunque yo soy de los que cree que cuando se relata a una serie de personajes hay que dejarles hablar como saben, en su idioma, y esto es lo que ha salido por esas bocazas.
ResponderEliminarSaludos