juanitorisuelorente -

sábado, 22 de octubre de 2011

CUIDAR A LOS VIEJOS


En el camino recto lo inesperado estorba.

De forma drástica dilucida el tema la mayoría..., así empieza un poema de título homónimo, ya publicado en este blog, y que verá la luz, Dios mediante, en el próximo número de la revista Bailén al día.
España no es un país para viejos. Duele decirlo. "Es mi vida, no puedo, no puedo", es una frase con buena dosis de balbuceo, incluso con algo de mea culpa, que elude toda responsabilidad, seguida de el "para eso están las residencias, asuntos sociales, donde van a estar mejor que en sus manos, no será el primero ni el último..."
Es cierto. Pero qué triste es llegar a viejo. Y más a viejo solo o enfermo.
Aún sin generalizar porque en esta vida tan deshumanizada humanidad queda aunque parezca ir camino a su pronta desaparición.
Un viejo al que la familia -o alguno de su familia- cuide con respeto y cariño, de corazón, tiene un tesoro, independiente del tesoro o no que tenga.
Hoy, cuidar a los viejos cuestiona en demasía su necesidad, y cada vez menos el buen o mal pago que siempre se les ha dado por su buena o mala siembra.
Pongámonos en su lugar. Seguro que cambiaría nuestra actitud, nuestra forma de pensar, si nada nos funcionara como antes, si ya no se pudiera en lo que se quisiera, si la vida nos cupiera apenas guardada en un frasco.
Es ley de vida, dirán. Sí, y cuidarlos nada fácil. Responsabilidad que desemboca con inusitada frecuencia en el cansancio mental y físico, ya que conlleva un sacrificio importante en lo personal y que a sí mismo repercute sin remisión en las relaciones sociales. El cuidador ha de ser una persona emocionalmente fuerte y sobre todo tener claro que el hacerlo solo tenga como única explicación el querer hacerlo. Porque se ame o se sea agradecido.
Un viejo se aferra a su casa, a sus cosas, y sacarlo de su ambiente para ponerle en manos extrañas en muchos casos lo desestabiliza y deteriora, lo cierra con siete llaves a un estado de total aislamiento, lo enfrenta a un horizonte cuajado de amargura.
No busca este escrito la crítica a los que no lo hacen, a los que piensan que lo mejor es buscarles un lugar donde les atiendan adecuadamente personas que de eso entiendan. Muchos lo harán porque por fuerza mayor en verdad no puedan, otros por fuerza menor, otros  por falta de fuerzas. Todos son motivos convincentes, y respetables. La vida nos conduce demasiado deprisa y bajarse en marcha, o apearse en una estación solitaria, nos aleja de todo a lo que nos tiene acostumbrados. Y a esa vida moderna qué aporta un viejo sino momentos o situaciones que ya no le sirven de mucho, momentos tan solo enfermos de tiempo y de pena.

Con veinte y pocos años vi en la tele (la 2 de entonces) una película japonesa de título “La balada del Narayama” que ganó La Palma de oro en 1983 y me impactó sobremanera independiente de ser una gran película por el tema basado en una costumbre, imagino que erradicada hoy día, de una sociedad campesina de Japón, en que a una cierta edad –creo recordar que setenta años- los viejos se iban a morir a las gélidas cumbres del Narayama. Viejos que solo aportaban una boca más que alimentar y de ese modo liberaban a sus familias de una carga. Ésta película trataba sobre una mujer que a esa edad estaba en perfecto estado y que aún así, y a pesar de la resistencia de su hijo, hubo de seguir la costumbre. Una auténtica aberración, pero real de hace uno o dos siglos.
Costumbre que aunque no tenga comparación con lo anterior escrito, ni pueda de ningún modo producirse, ahí queda para al menos reflexionar sobre el humano y justificado desamor, sobre la molesta presencia, sobre la ausencia de la memoria, sobre el disfraz de la propia tristeza, sobre la silenciosa despedida, sobre el necesario abandono.
Para reflexionar sobre quienes piensan de diferente modo, antiguo, eso sí. Para pensar en que existen vidas dedicadas de fondo a alguien. Para dudar al menos si una vida tiene o no más valor si se comparte.



4 comentarios:

  1. Hola, tengo problemas con el ordenador, otra vez, por eso no me paso más a menudo.
    Hoy tu entrada me ha emocionado, y mucho, ya que no hace mucho, bueno año y medio, para mi ayer, faltó mi madre y la tuve en mi casa, que ella siempre consideró la suya, y me costó mucho pero, sus deseos, pude hecer que se cumplieran, morir en su cama y rodeada de los suyos.

    Ahora, al recordarlo, no sé como pude aguantar, sin embargo lo hice.
    Y si lo hice yo, creo que es la prueba de que con un poco o un mucho de sacrificio, depende de como lo vea cada uno, se puede hacer.
    La vejez si estás rodead@ de las personas que quieres, no tiene porque ser mala.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Hace seis meses enterramos a mi suegro tras una larga y penosa enfermedad. Ahora tenemos a mi suegra que va bandeando como puede sus varias trombosis. Mi mujer tiene solo un hermano pero para esto es hija única. Yo le ayudo en lo que puedo, y mi hija. Antes me ayudó ella a enterrar a los míos.
    No nos importa estar un tiempo sacrificados. Hasta el final hay que tratarles como ellos nos han tratado a nosotros siempre. Quién no lo entienda así es su problema.

    Un abrazo Isis

    ResponderEliminar
  3. El cuidar a nuestros mayores es una realidad manifiesta donde la familia tiene un formato de 2 trabajando para poder vivir, creo que cada familia tiene sus propias circunstancias y a veces las personas mayores estàn mejor cuidada en una residencia que con su familia.En mi caso mi padre estuvo con nosotros hasta sus ùltimos dias igual que mi suegro.

    un fuerte saludo fus

    ResponderEliminar
  4. Es cierto, Fus, que muchas familias no pueden pero yo te aseguro que son mayoría las que no quieren.
    Los mayores -repito mucho viejos en el escrito para acentuar esa palabra agria con que demasiados les nombran- quizá estén mejor atendidos en una residencia pero ninguno cambiaría -estoy seguro- su casa por ella, salvo hallarse en una soledad manifiesta, aún con compañía. Nos criaron de pequeños y debemos hacer lo que podamos por ellos, si podemos.

    Un abrazo

    ResponderEliminar