En el camino recto lo
inesperado estorba.
De forma drástica dilucida el
tema la mayoría..., así empieza un poema de título homónimo, ya publicado en
este blog, y que verá la luz, Dios mediante, en el próximo número de la revista
Bailén al día.
España no es un país para
viejos. Duele decirlo. "Es mi vida, no puedo, no puedo", es una frase
con buena dosis de balbuceo, incluso con algo de mea culpa, que elude toda
responsabilidad, seguida de el "para eso están las residencias, asuntos
sociales, donde van a estar mejor que en sus manos, no será el primero ni el
último..."
Es cierto. Pero qué triste es
llegar a viejo. Y más a viejo solo o enfermo.
Aún sin generalizar porque en
esta vida tan deshumanizada humanidad queda aunque parezca ir camino a su
pronta desaparición.
Un viejo al que la familia -o
alguno de su familia- cuide con respeto y cariño, de corazón, tiene un tesoro,
independiente del tesoro o no que tenga.
Hoy, cuidar a los viejos
cuestiona en demasía su necesidad, y cada vez menos el buen o mal pago que
siempre se les ha dado por su buena o mala siembra.
Pongámonos en su lugar. Seguro
que cambiaría nuestra actitud, nuestra forma de pensar, si nada nos funcionara
como antes, si ya no se pudiera en lo que se quisiera, si la vida nos cupiera
apenas guardada en un frasco.
Es ley de vida, dirán. Sí, y
cuidarlos nada fácil. Responsabilidad que desemboca con inusitada frecuencia en
el cansancio mental y físico, ya que conlleva un sacrificio importante en lo
personal y que a sí mismo repercute sin remisión en las relaciones sociales. El
cuidador ha de ser una persona emocionalmente fuerte y sobre todo tener claro
que el hacerlo solo tenga como única explicación el querer hacerlo. Porque se
ame o se sea agradecido.
Un viejo se aferra a su casa, a
sus cosas, y sacarlo de su ambiente para ponerle en manos extrañas en muchos
casos lo desestabiliza y deteriora, lo cierra con siete llaves a un estado de
total aislamiento, lo enfrenta a un horizonte cuajado de amargura.
No busca este escrito la
crítica a los que no lo hacen, a los que piensan que lo mejor es buscarles un
lugar donde les atiendan adecuadamente personas que de eso entiendan. Muchos lo
harán porque por fuerza mayor en verdad no puedan, otros por fuerza menor, otros por falta de fuerzas. Todos son motivos
convincentes, y respetables. La vida nos conduce demasiado deprisa y bajarse en
marcha, o apearse en una estación solitaria, nos aleja de todo a lo que nos
tiene acostumbrados. Y a esa vida moderna qué aporta un viejo sino momentos o
situaciones que ya no le sirven de mucho, momentos tan solo enfermos de tiempo
y de pena.
Con veinte y pocos años vi en
la tele (la 2 de entonces) una película japonesa de título “La balada del
Narayama” que ganó La Palma de oro en 1983 y me impactó sobremanera
independiente de ser una gran película por el tema basado en una costumbre,
imagino que erradicada hoy día, de una sociedad campesina de Japón, en que a
una cierta edad –creo recordar que setenta años- los viejos se iban a morir a
las gélidas cumbres del Narayama. Viejos que solo aportaban una boca más que
alimentar y de ese modo liberaban a sus familias de una carga. Ésta película
trataba sobre una mujer que a esa edad estaba en perfecto estado y que aún así,
y a pesar de la resistencia de su hijo, hubo de seguir la costumbre. Una auténtica
aberración, pero real de hace uno o dos siglos.
Costumbre que aunque no tenga
comparación con lo anterior escrito, ni pueda de ningún modo producirse, ahí
queda para al menos reflexionar sobre el humano y justificado desamor, sobre la
molesta presencia, sobre la ausencia de la memoria, sobre el disfraz de la
propia tristeza, sobre la silenciosa despedida, sobre el necesario abandono.
Para reflexionar sobre quienes
piensan de diferente modo, antiguo, eso sí. Para pensar en que existen vidas dedicadas
de fondo a alguien. Para dudar al menos si una vida tiene o no más valor si se
comparte.
Hola, tengo problemas con el ordenador, otra vez, por eso no me paso más a menudo.
ResponderEliminarHoy tu entrada me ha emocionado, y mucho, ya que no hace mucho, bueno año y medio, para mi ayer, faltó mi madre y la tuve en mi casa, que ella siempre consideró la suya, y me costó mucho pero, sus deseos, pude hecer que se cumplieran, morir en su cama y rodeada de los suyos.
Ahora, al recordarlo, no sé como pude aguantar, sin embargo lo hice.
Y si lo hice yo, creo que es la prueba de que con un poco o un mucho de sacrificio, depende de como lo vea cada uno, se puede hacer.
La vejez si estás rodead@ de las personas que quieres, no tiene porque ser mala.
Un abrazo
Hace seis meses enterramos a mi suegro tras una larga y penosa enfermedad. Ahora tenemos a mi suegra que va bandeando como puede sus varias trombosis. Mi mujer tiene solo un hermano pero para esto es hija única. Yo le ayudo en lo que puedo, y mi hija. Antes me ayudó ella a enterrar a los míos.
ResponderEliminarNo nos importa estar un tiempo sacrificados. Hasta el final hay que tratarles como ellos nos han tratado a nosotros siempre. Quién no lo entienda así es su problema.
Un abrazo Isis
El cuidar a nuestros mayores es una realidad manifiesta donde la familia tiene un formato de 2 trabajando para poder vivir, creo que cada familia tiene sus propias circunstancias y a veces las personas mayores estàn mejor cuidada en una residencia que con su familia.En mi caso mi padre estuvo con nosotros hasta sus ùltimos dias igual que mi suegro.
ResponderEliminarun fuerte saludo fus
Es cierto, Fus, que muchas familias no pueden pero yo te aseguro que son mayoría las que no quieren.
ResponderEliminarLos mayores -repito mucho viejos en el escrito para acentuar esa palabra agria con que demasiados les nombran- quizá estén mejor atendidos en una residencia pero ninguno cambiaría -estoy seguro- su casa por ella, salvo hallarse en una soledad manifiesta, aún con compañía. Nos criaron de pequeños y debemos hacer lo que podamos por ellos, si podemos.
Un abrazo