juanitorisuelorente -

miércoles, 11 de abril de 2012

MIS MAESTROS


Yo aprendí de mis maestros.
Aprendí de mis abuelos, del valor de su compañía, de sus vivencias, historias del hambre y la maña.
Aprendí de mis padres, un buscavidas de la carretera unido a una peona de briega con sus cinco hijos, alma de la casa, alma de un cuerpo cincelado a golpes de la vida, alma unida a cada uno de sus hijos –la mía- de por vida.
Aprendí de mis maestros en la escuela, con especial cariño de D. José en las escuelas del Barrio Nuevo y en mi etapa de 3º a 5º de EGB, sólo dos años ya que hice 4º en el verano. Un maestro que supo ver entonces mi don –si así puede llamarse- para la escritura (leyó algunos de mis relatos), y así se lo hizo saber a mis padres: “¡Que no deje de escribir!” Afición que abandoné a los
diez años y retomé a los cuarenta y cinco. Un tesoro, quizá, para mí hibernado. Lástima.
Aprendí de mis profesores de instituto, Huarte de San Juan, 1º a 4º de bachiller desde mis diez a mis catorce años. De Adelaida, un cuerpo escultural, y de literatura, de La Loca o la Rotelmeyer, directora del centro y profesora de francés (cuatro diez con sus matrículas de honor en los cuatro cursos, creo que me tenía manía), y como no, con comedido cariño, por su rectitud, de Medio Metro -con perdón, aunque no medía mucho más- el profe de Mate, y también porque no me pasaba del ocho y en 4º me clavó un cinco raspado porque me pilló copiando en un examen (me puso un 0 al cubo, o sea x3, y anduve renqueando todo el curso para recuperarme. Se portó bien, en el examen  final un ocho lo rebajó a un cinco. Me enseñó a respetarle, y a aprender por mis propios medios.
Con mis catorce aprendí, ya en la obra, de mi maestro Juanito “El Sordillo” su amor al yeso –luego no compartido-, de Miguel Linarejos (mi padre en la obra) a no tener miedo a enfrentarme al reto que hiciese falta, con una paciencia, al principio infinita, y siempre orgulloso de creer, o saber, que conmigo había acertado, no había perdido su tiempo. Recuerdo que decía a clientes o amigos: “a éste lo he enseñado yo”, y era cierto. Descansa donde estés querido Miguel.  Aprendí de Antonio Almansa, gruñón, pero meticuloso, una cansina virtud pero que  enseña el valor del detalle, detalles que no obra por sí misma la experiencia.
De todos guardo un recuerdo imborrable, y en él rige mi respeto por todos y cada uno de ellos. Cada uno con su modo de entender la vida, con sus vicios y sus costumbres, su modo de hacer las cosas, su modo, en suma, de vivir. Y yo de cada uno de ello tallé la mía, sin acomodo ni copia.

Pasada la mili tomé el testigo, Testigo de marido, testigo de padre, testigo de alumno, porque de aprender nunca quise llegar a ser maestro, testigo de maestro albañil, sin falsa modestia, ya que para éste oficio de nada sirven las palabras, o se  sabe o no se sabe, porque a medias no se sabe.
De mí aprendieron el oficio mis hermanos, un cuñado, algún chaval. Ley de vida. El tiempo pasa y nos lleva de la mano. No deja rezagados. Es lo que hay. Y yo me alegro de ser, de haber sido, de haber elegido –porque lo elegí- mi destino, y en él buscar el sentido, que sí tiene el porqué de lo que hacemos.
A mí me enseñaron mis maestros a aprender, que es la regla nº 1, o sea, la actitud, la predisposición para entender, para hacer cosas. Regla muy unida, soldada diría, a la nº 2 que es el respeto hacia las personas y hacia uno mismo. A valorarse cada uno en lo que es.

Pero hete aquí, que los tiempos cambian, y con él esas dos simples virtudes básicas se tambalean (hay cimientos que no deberían tocarse), y en muchos casos se derrumban.

Hete aquí, que como  maestro (la mujer y la niña ya son maestras de lo suyo), sólo ejerzo de maestro albañil, un maestro que no puede enseñar a nadie (soy mi maestro y mi propio ayudante)

Y de esto no solo le echo la culpa a la crisis.

6 comentarios:

  1. Qué de cosas aprendidas en aquellos años de escuela. Qué huella tan profunda dejaron nuestros maestros, verdaderos artífices de lo que somos hoy.
    Pero ya ves, la vida nunca se para, sigue y nos hace avanzar. Ahora somos nosotros los adultos, los que enseñan y educan. A veces con más fallos que aciertos.

    Un abrazo Juan.

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  2. JUAN, de los bisabuelos,abuelos,madres,padres, siempre NOS QUEDA MUCHO, algo bueno y algo malo!
    me ENCANTO!
    un abrazo,gracias!
    lidia-la escriba

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  3. Es de biennacidos ser agradecidos. Bonito homenaje a tus mayores.Un saludo cariñoso

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  4. Entrañables recuerdos, Elena. Los fallos o los aciertos son circunstancias de la vida, y porque nadie es perfecto, ni yo creo que lo intente.

    un abrazo Elena

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  5. Pero Lidia, al final solo quedan los recuerdos buenos.
    Un abrazo amiga

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  6. Desde luego Pepi. Sus experiencias, sus enseñanzas tienen su espacio en nuestra vida, parte d eella.

    un abrazo

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