Yo aprendí de mis maestros.
Aprendí de mis abuelos, del valor
de su compañía, de sus vivencias, historias del hambre y la maña.
Aprendí de mis padres, un
buscavidas de la carretera unido a una peona de briega con sus cinco hijos,
alma de la casa, alma de un cuerpo cincelado a golpes de la vida, alma unida a
cada uno de sus hijos –la mía- de por vida.
Aprendí de mis maestros en la
escuela, con especial cariño de D. José en las escuelas del Barrio Nuevo y en
mi etapa de 3º a 5º de EGB, sólo dos años ya que hice 4º en el verano. Un
maestro que supo ver entonces mi don –si así puede llamarse- para la escritura
(leyó algunos de mis relatos), y así se lo hizo saber a mis padres: “¡Que no deje
de escribir!” Afición que abandoné a los
diez años y retomé a los cuarenta y
cinco. Un tesoro, quizá, para mí hibernado. Lástima.
Aprendí de mis profesores de
instituto, Huarte de San Juan, 1º a 4º de bachiller desde mis diez a mis
catorce años. De Adelaida, un cuerpo escultural, y de literatura, de La Loca o la Rotelmeyer , directora
del centro y profesora de francés (cuatro diez con sus matrículas de honor en
los cuatro cursos, creo que me tenía manía), y como no, con comedido cariño,
por su rectitud, de Medio Metro -con perdón, aunque no medía mucho más- el
profe de Mate, y también porque no me pasaba del ocho y en 4º me clavó un cinco
raspado porque me pilló copiando en un examen (me puso un 0 al cubo, o sea x3,
y anduve renqueando todo el curso para recuperarme. Se portó bien, en el examen
final un ocho lo rebajó a un cinco. Me enseñó
a respetarle, y a aprender por mis propios medios.
Con mis catorce aprendí, ya en la
obra, de mi maestro Juanito “El Sordillo” su amor al yeso –luego no
compartido-, de Miguel Linarejos (mi padre en la obra) a no tener miedo a
enfrentarme al reto que hiciese falta, con una paciencia, al principio infinita,
y siempre orgulloso de creer, o saber, que conmigo había acertado, no había
perdido su tiempo. Recuerdo que decía a clientes o amigos: “a éste lo he
enseñado yo”, y era cierto. Descansa donde estés querido Miguel. Aprendí de Antonio Almansa, gruñón, pero
meticuloso, una cansina virtud pero que enseña el valor del detalle, detalles que no
obra por sí misma la experiencia.
De todos guardo un recuerdo
imborrable, y en él rige mi respeto por todos y cada uno de ellos. Cada uno con
su modo de entender la vida, con sus vicios y sus costumbres, su modo de hacer
las cosas, su modo, en suma, de vivir. Y yo de cada uno de ello tallé la mía,
sin acomodo ni copia.
Pasada la mili tomé el testigo,
Testigo de marido, testigo de padre, testigo de alumno, porque de aprender
nunca quise llegar a ser maestro, testigo de maestro albañil, sin falsa
modestia, ya que para éste oficio de nada sirven las palabras, o se sabe o no se sabe, porque a medias no se
sabe.
De mí aprendieron el oficio mis
hermanos, un cuñado, algún chaval. Ley de vida. El tiempo pasa y nos lleva de
la mano. No deja rezagados. Es lo que hay. Y yo me alegro de ser, de haber
sido, de haber elegido –porque lo elegí- mi destino, y en él buscar el sentido,
que sí tiene el porqué de lo que hacemos.
A mí me enseñaron mis maestros a
aprender, que es la regla nº 1, o sea, la actitud, la predisposición para entender,
para hacer cosas. Regla muy unida, soldada diría, a la nº 2 que es el respeto hacia
las personas y hacia uno mismo. A valorarse cada uno en lo que es.
Pero hete aquí, que los tiempos
cambian, y con él esas dos simples virtudes básicas se tambalean (hay cimientos
que no deberían tocarse), y en muchos casos se derrumban.
Hete aquí, que como maestro (la mujer y la niña ya son maestras de
lo suyo), sólo ejerzo de maestro albañil, un maestro que no puede enseñar a
nadie (soy mi maestro y mi propio ayudante)
Y de esto no solo le echo la culpa
a la crisis.
Qué de cosas aprendidas en aquellos años de escuela. Qué huella tan profunda dejaron nuestros maestros, verdaderos artífices de lo que somos hoy.
ResponderEliminarPero ya ves, la vida nunca se para, sigue y nos hace avanzar. Ahora somos nosotros los adultos, los que enseñan y educan. A veces con más fallos que aciertos.
Un abrazo Juan.
JUAN, de los bisabuelos,abuelos,madres,padres, siempre NOS QUEDA MUCHO, algo bueno y algo malo!
ResponderEliminarme ENCANTO!
un abrazo,gracias!
lidia-la escriba
Es de biennacidos ser agradecidos. Bonito homenaje a tus mayores.Un saludo cariñoso
ResponderEliminarEntrañables recuerdos, Elena. Los fallos o los aciertos son circunstancias de la vida, y porque nadie es perfecto, ni yo creo que lo intente.
ResponderEliminarun abrazo Elena
Pero Lidia, al final solo quedan los recuerdos buenos.
ResponderEliminarUn abrazo amiga
Desde luego Pepi. Sus experiencias, sus enseñanzas tienen su espacio en nuestra vida, parte d eella.
ResponderEliminarun abrazo