Los cuerpos que viven sin dignidad visten almas que
mendigan furiosas por las esquinas.
Hacen por hacer lo que hacen, son misterios sin pies
ni cabeza, ideas al pie de la escalera, ríen o rompen a llorar, nada que sea
contagioso.
Tuvieron su
cita en un momento en que no tembló la llama de una vela, fueron fuertes
olvidando, dejando desnudos en las bocas sorprendidas, arena subiendo en
cerradas habitaciones, torturas escribiendo madrugadas; luego tuvieron sonrisas
que duraban apenas un adiós emocionado.
No saben medir distancias, evitar estar de boca en
boca, no tienen camino de regreso, su horizonte es un silencio cruel, su
pensamiento callejones sin salida.
Vivir sin dignidad hace libre y preso, libre de
nada, preso de la nada. Leve risa y llanto.
Pero eso es lo que quieren.
Lo malo es la duda, no saber si se hace lo correcto porque... quién lo sabe.
ResponderEliminarErrar es tan humano como acertar por casualidad.
Un abrazo Juan.
Elena, en este corto, algo enrevesado arrebato podría llamarlo y que publico por segunda a tercera vez, más adelante quizá habrá una cuarta, trato un tema que a mí me pone de los nervios, y entre otras cosas porque no lo entiendo. Quizá lo adivines sin tener que contestar a ésta pregunta porque aunque no te conozco personalmente sé que tú no eres así -basta leer el amor que profesas a los tuyos, a los que están y a los que no-: ¿Puede alguien conscientemente hacer daño a una persona mayor, indefensa? No daño físico. Indigno es una palabra demasiado superficial. Perdona Elena si a veces os trasmito mis problemas, pero quién escribe suele hacerlo de lo que vive. Tú lo sabes.
ResponderEliminarUn abrazo Elena