juanitorisuelorente -

sábado, 21 de abril de 2012

HUIDA (Novela corta, 2ª parte, y final)


Pasaron las fiestas  y volví al trabajo a primeros de agosto. Aprendía deprisa confiándome mi maestro, José el padre de “El Flecha”, trabajos cada vez más complicados. Se palpaba mi interés y no me afectaba equivocarme, tampoco resarcirlo regalando esfuerzo y tiempo. No quería desperdiciar  ninguna opción en cada oferta de mi vida por si fuera al fin el camino a seguir. Me aficioné en mis momentos de soledad a escribir poesía y relatos cortos que repasaba constantemente y guardaba como un tesoro.  También a pesar de pintar fielmente la dimensión de mi mirada creaba intrincados mensajes de mi mente retorcida y retadora.


Mordía mi orgullo cuando el ansia me ahogaba recorriendo en vano los lugares que María Teresa solía frecuentar con sus amigos los fines de semana para intentar arrancarle una mirada, una palabra de afecto.

Fue con Mariola con quién me crucé una tarde de sábado y me obligó a pararme.
-   ¡Vaya, el pintor albañil! – dijo con abierta sonrisa cogiéndome la mano
-   No te rías de mí 
-   No es insulto ni ironía. En cualquier trabajo se puede ser un genio
-     Bueno, tengo que irme
-   Cuando quieras mi opinión sobre algún cuadro llámame
-   Lo haré. Gracias. Adiós

Frenaba mi horizonte el Servicio Militar obligándome a aparcarlo todo. Catorce meses alejado, hibernando mi mente para despertarla al fin como de un largo sueño. Sólo pude centrarme en leer y escribir y fue en la poesía donde puse más énfasis. Nació en los primeros días de instrucción en Alicante el primer poema “Máscara”, obviando los principios lacrados, para mi primer libro.

Ni un leve gesto, hálito de vida;
necesariamente muerto, deliberadamente muerto.
Nada que le delate porque no existe,
porque ciegan la luz sus inmensos ojos
y aunque en sus hábitos radique la costumbre
hierven síntomas, desarraigados ímpetus.

También “Huida” para un amor imposible.

Se aleja mi voz hacia lo hondo
y sabe en ti a tierra  a espejo enterrado
para recordarte el brillo de tus ojos
aquellas palabras callado.
Del abismo que desciendo espero tu mano
sed de tus palabras nuevas
de tus labios, aún lejanos, el mar.

Vista de pájaro que me reconforta, recordando personas que merecían la pena resbalando como yo en la férrea disciplina y en la absurda miseria humana. Creo que no cambiaría nada salvo algún amigo que ahora no me entendería. Todo me vale y no pienso más en ello. Beneficiado sin duda mi libro que cerré con cuarenta y cinco poemas escribiendo el último, “Nada mío, todo de nadie”  en el tren de regreso a casa.



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No podía creerlo pero mi libro estaba logrando obsesionarme. Me sentía absurdo cuando en cualquier momento del día perdía la noción del tiempo quedándome pusilánime en cualquier circunstancia atrayendo retales de recuerdos, briznas de pensamientos fugaces que huyeron de mis manos llenas, muertos con vida para poderles restituir la apatía y el tiempo que creía eterno,  sentimiento en miradas que no supe entender a tiempo. Los inicios con Mariola descubriendo un fresco, intenso, envolvente y avaricioso amor que hoy me parece que sigue siendo sólo amor. Amor de un hechizo que estaba flexible en sus efectos, feliz  en mi dulce tela de araña explorando sus límites y sopesando el salto al vacío.
Era insufrible hacer el amor a Mariola, sentirla y devolverle todo el cariño posible besando  a la vez los labios de María Teresa, acariciando su cuerpo imaginando en ella  formas que nunca había visto,  sentir crecer su pecho en mi boca, envolverme  sus nalgas rellenas, penetrándola cada vez, siempre, por primera vez.
Me martirizaba mintiéndome y me sentía otoño, tarde fría y desapacible y a la vez cielo, tierra extensa y libre, universo inexplorado. ¿Qué debía hacer? Era incongruente huir del amor a la locura y el delirio pero más si cabe mirar mi vida de cerca como un espectador. Me sentía atrapado, drogado consciente y sin poder moverme, algo que ve, oye, camina y sigue lo que ya sabe. ¿Qué importa lo que ya tengo si  me ofrece felicidad pero no alegría, qué me importa el amor que ofrece sólo amor y no deseo de amar, qué importa la vida que ofrece días o minutos  y no instantes?. María Teresa ha llenado mi vida de instantes y recordarlos lo borra todo como si  nada fuera importante. Creo que soy un loco y que haga lo que haga nadie logrará entenderme. Debo pensar. Continuar la novela y esperar. Poco tiempo. Unos días a lo sumo. Después no me importará lo que ocurra y sea lo que sea lo aceptaré.

Estoy en la cocina con la comida preparada para calentarla esperando a Mariola que se retrasa. Son las dos y quince minutos y no suele tardar tanto. Desde el mando a distancia conecto el televisor sintonizando la cadena que a ella  le gusta. Cotilleos de famosos. Muchos son como de la familia y demasiadas conversaciones giran en torno a ellos. Sabemos sus gustos y caprichos, asistimos a sus bodas, al bautizo de sus hijos, a sus aventuras o divorcios. Otra  excusa para olvidar el tiempo pues nada influye en nuestro animo.
Miro el reloj. No puedo evitar estar preocupado. Son casi las dos y media y temo que haya ocurrido algo. Se encoge mi estómago y tiemblo. Estoy nervioso y no sé qué hacer con mis manos. Suena el móvil y mi corazón se acelera. Es Mariola.
-   Cariño, no te preocupes. He tenido un pinchazo pero está arreglado. Tardaré quince minutos
-   ¿Estás bien?
-   Sí, tranquilo. Hasta luego



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Es junio, domingo. Termina la mili. Llevo dos días en casa y creo cerrado el recorrido de besos y abrazos. Vuelvo a estar como si no me hubiese marchado pero algo ha cambiado, también en mí porque lucharé con todas mis fuerzas por lo que más deseo de éste mundo.
Mi madre derrite su fachada de iceberg y me anima en los comienzos, también mi hermana, eremita de sus libros.
Visito a José y ha caído enfermo. Problemas de huesos le impiden seguir con su empresa y la ha cerrado. Mi amigo “El Flecha” trabaja en otra constructora y me anima a solicitar mi entrada. No es lo que deseo, es una empresa de obras demasiado grandes y me diluiría por sus recónditos pasillos.
Prefiero aceptar las pequeñas reformas que me han pedido algunos vecinos y comenzar en solitario. Así lo hago y después de unas semanas, donde encuentro a Josito  un chaval de diecisiete años dispuesto a trabajar, me hago autónomo y regularizo la situación. De esto espero ahora estar suelto de tiempo e ideas y acertar de mis errores.
Entretanto desempolvo los lienzos y pinceles buscando alguna idea que me seduzca y también intento informarme de algún concurso donde enviar mi libro. Parezco demasiado ocupado para pensar en otra cosa pero nada más lejos de la realidad. En el amor tanteo mi apoyo en la salida y busco el momento adecuado para pisar firme y no retroceder un milímetro. Busco ahora la antítesis de uno de mis poemas “ Isla”  nacido de la soledad y la distancia:
Soy agua donde sobra agua
Viento que golpea las ventanas cerradas
Monte que arde y nadie apaga

Necesitaban volver a arder mis cenizas para dar calor a un cariño que enfriaba la apatía y el orgullo. No podía mover tanto peso hacia mí pero sí acercarme a él y intentar abordarlo. Decidí buscarla y enfrentarme a ella y a su ejército. Me vestí con ropa de moda y me acerqué a su casa. Su madre puso gesto agrio al abrirme la puerta.
-   ¿Qué desea? – me reconoció sin duda y por su mirada de desprecio entendí  la nueva muralla que nos separaba
-   Quiero hablar con su hija. Es importante
-   No está. Se fue al campo esta mañana con unos amigos de su facultad – dijo enfatizando las sílabas de “facultad” como puñaladas
Cerró la puerta sin esperar que dijera nada. Desde el centro de la calle me giré a mirar la vetusta casa y vi a María Teresa que me observaba desde una de sus  ventanas. Le lancé un beso al aire y no hizo ni un solo gesto. Me quedé como un tonto, mirándola, hasta que huyó al interior.
Vagué por buena parte de la ciudad sin rumbo con los ojos entornados para que no se diluyera su imagen. Iba tan absorto que tropecé con algo.
-   ¡Qué te ocurre, te pasa algo?- me dijo Mariola
-   ¡Ah, hola, Mariola!, no, nada, me escuecen un poco los ojos. no es nada
-   ¿Puedo verlos?. Si quieres vamos a mi casa. Tengo  unas gotas y son muy buenas para eso
-   No, gracias – abrí los ojos de par en par haciendo algo de teatro - ¡Vaya,  ya no me molestan!
-   Bueno, me alegro.  Oye, Agustín, tenía ganas de verte para invitarte a una fiesta
-   ¿Una fiesta? – temía mirarla pues estallaría mi defensa en pedazos. Sabía que era tierna, dócil como un gatito siamés, hermosa como una diosa
-   Es de estudiantes pero puedes venir conmigo. Muchos son antiguos amigos tuyos del instituto   
-   ¿En serio no te importa que vaya contigo un aficionado a escribir, pintar y  hacer chapuzas?
-   No sabía que escribieras
-   En la mili escribí  algunos poemas. Puede que cribando tenga para un libro
-   Me gusta la poesía y creo que podría ser un buen crítico – dijo alzándome la barbilla para que la mirase
-   Te los dejaré si no te importa. Me serviría de ayuda tu opinión – me perdía en ella y me costaba salir
-   Vamos entonces a tu casa. ¿Lo has titulado?
-   Sí. “Vida, túnel hacia la luz”. Te aburrirá mi lucha interior buscando una salida
-   ¿Una salida hacia qué? Te veo bien y muy seguro en todo lo que haces
-   No soy lo que ves.. Estoy aquí de nuevo buscando un amor no correspondido – no buscaba herirla y sí plantear la situación
-   Puedo ayudarte aunque debes  explicarme qué quieres decir con “de nuevo”
-   Te sorprendería. Todo esto ya lo he vivido antes pero no en las mismas circunstancias. Ahora vivo lo que deseo pero no me rodea lo que quiero. Tú estás hoy aquí conmigo y no ansío acercarme más a ti porque ya te tengo
-   ¿Eso es el resumen de algún poema? – me miró aturdida – no entiendo nada
-   Quiero que sepas que quiero a María Teresa y he vuelto a luchar por su amor para entender o romper la vida que vivo lejos
-   Debería verte un médico, Agustín – a pesar de todo intentaba desmadejar el hilo – ¿me estás diciendo que desde otro tiempo y situación has vuelto a iniciar tu vida de otra manera distinta?
-   Aciertas de pleno
-   Estás loco. Entendería que soñaras tu futuro pero no que vuelvas de él. Es absurdo
-   ¿En serio crees que estoy loco?
-   No, claro que no
-   Esto que vives no es real. Eres protagonista  de una novela donde intento recuperar mis deseos olvidados y no sé qué ocurre que actúas sin que pueda controlarte
-   ¿Y en eso que dices cual es mi papel? – dijo con abierta ironía
-   Eres mi mujer. Llevamos casados dieciséis años
-   ¿Y allí, en el futuro ese, quién es María Teresa?
-   Es una buena amiga pero nada más. Respeta mucho nuestra relación
-   Pero tú no eres feliz conmigo. Por eso has vuelto
-   Nos queremos y tú no tienes la culpa – caminábamos lentamente y le cogí la mano que no rechazó – somos dos maestros acomodados y yo me resisto a morir con vida
-   ¿Eres maestro?, ¿Entonces, todo esto?
-   Llevo escribiendo ésta novela un mes y antes no había sentido ninguna inclinación, tampoco por la construcción y la pintura que sólo eran deseos frustrados de niño – me paré y vi una expresión en su cara desconocida para mí – entendería que me dijeras todo lo que sientes. Toda la rabia que puedan producirte mis palabras deberías descargarlas contra mí que soy el único culpable
-   Aprovecharé para decirte abiertamente que me gustas – su voz era grave pero firme – aunque eso imagino que ya lo sabes. ¡ Por Dios, Agustín, todo esto es idiota y absurdo!
-   Ocurre como lo siento y así lo escribo. Tus palabras nacen de tus labios y son las mías y mi actitud la que difiere en todo el entorno que se enfrenta a mí. Me costaría muy poco ceder en ti porque ya ha ocurrido
-   ¿Tan mal nos ha ido? – mezclaba en su rostro gestos de tristeza y incredulidad, derrota e ironía
-   Al contrario. Te amo como más no se puede amar y siento como el corte de una espada el daño que te hago. Te quiero, Mariola, y no solamente allá lejos sino aquí y ahora y eso no lo borrará nada ni nadie
-   ¿Entonces?
-   María Teresa es una senda de espinas, sangre a borbotones que no puede cortarse, como un monte que ardió en la soledad de una noche. No sé si podrá ofrecerme algo que no tenga, si será un paraíso de dolor

Fue ella la que reflotó con su abrazo mi cuerpo hundido, quién besó mis labios huidizos y limpió alguna lágrima desertora, la que me dijo que me ayudaría sin marcharse de mi lado.
-   Vamos a tu casa que quiero ver tu libro – cogió mi mano apretándola con fuerza andando deprisa estirando de mí -  me ayudará a entenderte

La presenté a mi madre y  hermana y como ya sabía les cayó bien desde un primer momento. Subimos al piso de arriba donde tenía una habitación dedicada a la pintura, en ella un lienzo en blanco en el caballete esperaba los primeros trazos. Le di en una carpeta los poemas y le mostré algunos cuadros que ya había visto en la exposición y el boceto de un paisaje que no pude terminar, mi ciudad envuelta  de un manto de humo y polvo de las chimeneas de las cerámicas representando en él a un monstruo sanguinario.

-   Estoy  segura que este lienzo  terminado no te dejarán exponerlo al publico – reía  Mariola observándolo
-   Es la cruda realidad y alguien debería tomar medidas
-   Siempre nos quedará marcharnos a otro lugar
-   ¡Pero no podemos huir de nosotros mismos! Aquí está todo lo que somos. Nuestra vida – me irrité
-   ¡Vaya, como te contradices!. Yo creo profundamente  que el  destino de las personas está escrito y sé que el lugar o la situación es lo menos trascendente
-   Me resisto con uñas y dientes....
-   Yo estoy aquí a pesar de todo...
-   Sí. Ya lo sé


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Estrenaba un ordenador portátil y me sentí mucho más tranquilo cuando, después de copiarlo todo y encerrado tras una clave, destruí cualquier vestigio como si fuesen las pruebas de un crimen.
Cerré el portátil y desperté a la vida a las dos de la madrugada. Mariola dormía en el sillón y la llamé para acostarnos.
-   ¿Te has dormido? – me dijo sin poder abrir los ojos
-   No he podido dejar de escribir hasta ahora, lo siento
-   Esta novela te tiene abstraído. No deberías obsesionarte tanto – me abrazó al levantarse para no caer - ¿cuándo vas a decirme de qué trata?
-   Ya la leerás terminada. Vamos a la cama

Dormía profundamente cuando no había terminado de arroparla. Me desvestí con parsimonia con todo lo escrito latente en mi cabeza sin dejar de mirarla en su sueño plácido y dulce. Ni un atisbo de inquietud en su rostro, ni sombra de mueca  que muestre un alma sombría. Todo en ella era diáfano y entrañablemente luminoso. Ni un solo hueco lóbrego que guarde un secreto, ni enojo que no muestre franca a la cara. Lo daba todo y ésta noche en mi subconsciente  pude corroborarlo hasta el punto  de no importarle ayudarme en mis deseos indignos. Me sentía ruin por haberle confiado mi secreto, un miserable. No tenía ningún derecho a abusar de su amor resignado pero crecía un ansia superior a mis fuerzas y me resbalaba el modo porque pensaba descargando culpa que no era real, que sólo quería vivirlo mi mente y así entender si equivoqué el camino y me atrevería a atajar el tiempo y oprimirlo. No podía conciliar el sueño y retomaba el inicio para comenzar a primera hora de la mañana. Delante un fin de semana esperaba que definitivo. Me sentía un monstruo pero así era yo, visible e invisible.



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Sin duda sabía atacarme. Todos sus encantos maravillosamente limitados en un bonito traje azul, maquillada y peinada como siempre he amado y ganándose a mi madre y hermana con su añorada charla ágil y deliciosa. Yo tampoco debí parecerle  mal con una chaqueta beige y pantalón negro vaquero por el brillo de su mirada. Las sonrisas soportaron un largo silencio porque delante de mi madre y hermana sobraba cualquier comentario. Todo estaba claro y sus deseos evidentes. Los míos en éste momento, algo difusos, abrían en vano sus ojos entre la niebla porque  este momento maravilloso prefería vivirlo en toda su intensidad y nitidez y al doblar la esquina le cogí la mano y me detuve a besarla en la cara recordándole su belleza y su sacrificio por mí. No dijo nada.
-   Mi hermana se está convirtiendo en una solitaria – dije con rabia – he insistido para que venga con nosotros pero ha sido en vano
-   A mí tampoco me ha hecho mucho caso – dijo Mariola   
La fiesta estaba en una cochera al lado de una ermita en el paseo “las Palmeras” y acercándonos oíamos creciendo en intensidad a cada paso,  “The balroom blitz”.
Cogidos de la mano devolvimos saludos a muchos conocidos que no disimulaban su extrañeza de verme. Muchas bombillas dispersas de colores, una mesa larga donde apoyar los vasos y algunas sillas, todas desocupadas, eran el innecesario mobiliario ya que multitud de grupos de chicos trajeados y chicas de gala debatían sus animadas charlas con los vasos en la mano. En un rincón había una pequeña barra donde estaba mi amigo Marianico, al que saludé y presenté a Mariola y otro chico
que había visto alguna vez, sirviendo bebidas y ganándose unas pesetillas. La cochera estaba abarrotada aunque pocos bailaban. Invité a Mariola a un refresco y “ Noches de blanco satén” nos sedujo a bailar. Respiré su olor, entre el perfume, en su cuello. Rocé su pelo rubio suave con mis labios. Me hundí, comentándole algún absurdo, en el abismo dulce de sus ojos. Percibí sin acercarme el aroma de su boca. Sentí la presión de su pecho  despierto y nos abrazamos hasta arrugarnos devolviéndonos susurrando entrecortadas palabras de amor. No pude evitarlo porque ésta noche sólo era nuestra y aunque ya la había vivido   me comportaba como si la descubriese de nuevo. No podía cambiar nada porque no me apetecía hacerlo y no podía mirar a otra porque esa noche sólo amé a Mariola en sus esplendidos dieciocho años  y hay recuerdos grabados a fuego en el corazón.
Bailábamos y no nos rodeaba nadie. La música descendía del cielo sólo para nosotros y era noche en el jardín donde crujían las hojas al ritmo de nuestros pies en el baile. Donde reflejaba  la luna llena las siluetas de nuestras sombras entre las hojas en el  estanque y una ligera brisa tecleaba sonidos que embriagaban nuestros corazones.
  Unimos nuestros labios hasta el último acorde  cortando como un hacha “  My Baby left me” nuestro sueño. Mis ojos volvieron a la fiesta y en uno de los giros se detuvieron en los azules  de María Teresa que desde un ángulo no nos perdía detalle. Respiré hondo su hermosura pero hoy no era importante.
-   No me importa si quieres estar con ella – me dijo Mariola al notarme algo abstraído
-   Ésta noche sólo es nuestra – dije besándola de nuevo – no la cambiaría por nada
Bailamos solos, entre la multitud, hasta caer rendidos.  Como dos enamorados salimos de allí a dar un paseo sin alejarnos. Reconocía a través del vestido  azul cada tesoro de su piel sumergida. Recordaba cada gesto aún no desatado cuando le hacía el amor y así en ella buceaba alejándome de las palabras y gestos que me ofrecía hacía todo lo que sabía darme.

-   Nunca olvidaré esta noche – me dijo susurrándome al oído – venía muy preparada para no llorar ocurriese lo que ocurriese y creo que no voy a poder evitarlo
-   No puedo decirte que sea una sorpresa para mí pero sí que  ha sido un sueño. Aquel día que no olvidaré contuvo el deseo de abrazarte y besarte como hoy he hecho
Nos sentamos en un banco del paseo “Las Palmeras” por donde aún paseaban bastantes personas aunque era cerca de medianoche. Apreté su hombro y apoyó la cabeza en el mío.
-   ¿Sabes? – le dije – a partir de hoy no importaría lo que hiciésemos porque no podríamos mejorar nada. Todo fue muy hermoso y emotivo. Cerré tras de ti todas las puertas y nada de fuera tuvo sentido
-   Si todo esto fuese real podría cambiar la situación que te oprime tomando una distinta dirección  nuestra vida. No me importa ser maestra o cualquier otra cosa, vivir aquí o donde tú quieras. Estaría en casa, cuidaría a los niños,  esperaría cada día tu regreso
-   No tendremos hijos. Tuviste un problema después de un aborto
-   Bueno, no me importa
-   ¿Y tú, después de lo que te dije, qué piensas de mí? – sentía por dentro ganas de odiarme – no me perdono el decírtelo
-   Un amor como me cuentas no puede destruirlo una ilusión. Estoy segura. Creo que la mejor manera ya que estás aquí es que lo descubras por ti mismo. Acércate a ella y piensa en mí sólo como una amiga – sonrió ocultando su dolor – ¡pero no pienses que voy a alejarme! – rió -  te visitaré durante este verano todas las tardes y te animaré a pintar y escribir
-   Me gustaría pintarte
-   Trato hecho – me ofreció la mano pero después de unir  las miradas  nos besamos arrojándonos en la oscuridad  del abismo del tiempo.

La acerqué a su casa. Después, no sé por qué, volví a la fiesta con unas ganas locas de emborracharme.


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Siento que he liberado el caos. Tiñe de gris mi vida transparente y me refugio tras su manto. De repente siento necesidad de hablar y comunicarme con la mujer que ha unido su vida a la mía y no me merezco. Dejo de escribir y desde la cristalera del salón observo sus movimientos entre las flores sin dejar de ver sus gestos en la ficción de la novela amándome a pesar de todo.
Me sonrió al notar que la miraba y me animó a bajar. Disfruté de su charla sobre sus flores  y vi en su madurez a esa niña de dieciocho años que hacía un momento había amado entre mis dudas  y la levanté de su tarea  para besarla ante su extrañeza.
-   Perdóname, Mariola. Dime que me perdonas
-   ¿Pero... por qué, qué ocurre?
-   No voy a explicártelo. Sólo dime si me perdonas
-   De acuerdo – fingió ponerse seria y levantó la palma de su mano derecha – yo te perdono de cualquier culpa sobre cualquier cosa. ¿Contento? – sonrió
-   Gracias, cariño. Te quiero
Frenó un nuevo beso con un dedo en mis labios.
-   No quiero ser indiscreta pero deberías explicármelo, ¿No crees?
-   No te preocupes. Pronto lo haré


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Pasa por mi mente un año. Un año insulso donde no me detengo en nada relevante. Ha sido impuesto y yo obedezco sin ahondar en sus oscuros entresijos. Vuelve a ser agosto, varios días tras la fiesta, un año después.

Disfrutaba de mi trabajo aunque los días resultaban interminables hasta el ansiado fin de semana.
Acababa demasiado tarde y cansado para intentar acercarme a María Teresa y dedicaba el ocio a dar alguna vuelta con mis amigos, normalmente a emborracharnos y a acabar manoseando a alguna chica del grupo, también a escribir algún poema y sobre todo, en las visitas esporádicas de Mariola, a trazar los primeros bocetos para su cuadro. Nos acompañaba mi hermana a veces y se hicieron buenas amigas. Mariola se comportaba muy discreta conmigo y no volvimos a besarnos desde la fiesta. Tampoco cambió su gesto cuando le dije que lo intentaría con María Teresa el sábado por la tarde.

El sábado llegué sobre las cinco y preferí sentarme a esperarla en la pared baja de la plaza frente a su casa. Recorrí la fachada descuidada de dos plantas y me asombré sabiendo que resistió bien el paso del tiempo sin ninguna reforma hasta centrarme en la oscuridad interior que me ofrecía la ventana de su habitación esperando alguna leve sombra de su silueta que me ayudase a respirar hondo los nervios y la incertidumbre. Fue sobre las seis cuando se acercó a  la ventana y al asomarse advirtió extrañada mi presencia.
Salió sobre las siete, sin mirarme y tuve que frenar su huida.
-   ¡Espera! – me levanté de un salto y salí tras ella hasta ponerme a su altura - ¡Hola!
-   ¡Hola! – balbuceó la voz añorada que hablaba a mis sueños - ¿Qué haces aquí?
-   Quería hablarte – me alteraba su presencia, no podía evitarlo
-   ¿Hablarme, sobre qué? – cerró su puerta en mis narices y su voz era ahora firme y seca  
-   No sé, hablarte, no hemos hablado a solas desde aquel día que huiste de mí, ¿recuerdas? – miraba sus pasos  y continué  hablando luchando con mis nervios
-   Claro que lo recuerdo y qué
-   Quiero recuperar todo el tiempo perdido. Todo lo que no hemos hecho juntos, las palabras que no nos hemos dicho
-   No te entiendo, Agustín, no sé que me estás queriendo decir
-   Lucho por recuperar mis deseos. Todos  los que no supe ver a tiempo
-   ¿Quieres recuperar en mí a un deseo? – dijo con gesto de incredulidad - ¿Es eso?
-   No lo entiendes. Quiero conocerte, saber cómo eres y volver a ser tu amigo como lo fuimos hace tiempo
-   ¡Eres un idiota – al fin liberó a su furia contenida -       ¡escucha, te besas con otra chica y ahora me buscas a mí! ¿A qué estás jugando, Agustín?. ¡Son demasiado serios los sentimientos para no tenerles un mínimo respeto!
-   Esa chica es mi mujer, llevamos casados dieciséis años. Puedo explicártelo todo. Desde el principio
-   ¡Está rematadamente loco! – gritó y la gente que pasaba se volvía a mirarnos
-   Vengo desde muy lejos para estar contigo – su reacción de sorpresa la hizo detenerse – De otro tiempo
-   Ignoraba que estuvieses mal de la cabeza – dijo  ya sin contener su enfado - ¡Eres un idiota! – mezclaba ahora la rabia y la resignación – aún no me has dicho nada que deseara oír
-   Quiero conocerte, deseo amarte y saber en qué sería distinta mi vida a tu lado
-   ¡No sé  qué gilipollez me estás contando! – dijo en tono grave para reponerse  en su armadura y gritarme como una loca - ¡yo no quiero amar a nadie, no puedo amar a nadie! – quiso marcharse pero no la dejé
-   No dejaré que te vayas otra vez
-   No tenemos nada de qué hablar
-   Tenemos muchísimo, María Teresa – intenté calmarla – por favor, sigamos paseando. No pierdes nada escuchándome
-   De acuerdo. No me importará  escuchar idioteces que  sirvan para destruir una imagen que  ocupa un lugar inútil
-   Puedes confiarme lo que te ocurre. Soy tu mejor amigo, aquel niño del Instituto y éste hombre maduro que ahora no ves en mí
-   No te adelantes en el tiempo. El futuro aún habrá que escribirlo
-   Es presente y pasado lo que vivo ahora
-   Yo sólo veo una vida que odio y una persona que apreciaba y huyó de mí
-   ¿Fuiste tú...? – dije sorprendido
-   Podrías haber sido algo en la vida. Me dejaste sola, me abandonaste
-   Yo nunca te he abandonado
-   No podía animarte a ser un fracasado – me miró mostrándome toda su rabia
-   Me mira tu ira  y no tu corazón. Ahora soy feliz porque hago lo que me gusta, algo sin una puerta cerrada que me impida moverme
-   Todos somos presos de nuestros errores. Nadie es libre en ninguna circunstancia. Ni tú, ni  yo,  ni nadie que conozca
-   No me negarás que escogerías un espacio abierto antes que estar atada con cadenas. Yo sé lo que es estar atado. Soy maestro como lo serás tú. Damos clase en un colegio que aún no han construido, cerca de la carretera, a diez minutos a pie hasta mi casa. Una bonita casa que construimos Mariola y yo antes de casarnos. Mi trabajo y mi casa son mis cadenas, tú la esperanza de librarme de ellas – me escuchaba atónita y aturdida pero imponiéndose su interés entre lo que creía absurdo
-   ¿Quieres explicarme en serio qué ocurre?, no te creo un enfermo – bajó al fin los brazos vencida – cuéntamelo todo y te juro que no me reiré
-   Estoy escribiendo una novela y he vuelto a mi pasado a recuperar un sueño. Soy como deseo porque siempre quise construir algo que pudiera verse y tocarse, crearlo a mi propia personalidad  a pesar del proyecto de otro. Siempre deseé escribir y pintar pero estudiar no me dejaba tiempo. Ahora que conseguí en mi vida todo siento que no tengo nada. Tengo un trabajo cómodo y estable, tengo dinero, una casa, una mujer a la que amo con toda mi alma y  siento que no tengo nada. Estoy vacío por dentro. Te tengo a ti como amiga y compartimos nuestra soledad  encerrando el deseo tras una muralla que día a día se derrumba.. Te amé en el    
            instituto y te amo  a tus treinta y nueve años. Por eso   
           he vuelto a amarte todo el tiempo que te he perdido
-   Es demasiado tarde –  su vista vagaba perdida, incapaz de mirarme
-   Creo que no lo entiendes. No puede ser demasiado tarde, no tengo nada, no soy nada de lo que fui, ni siquiera estoy casado
-   Debes creerme – dijo secando alguna lágrima – yo estoy destinada a estar sola. No puedo enamorarme de nadie, ni casarme con nadie
-   ¿Pero, por qué? – le cogí la cara y se resistía
-   Porque no deseo mentir. Ya te dije que todos somos presos de nuestros errores y yo no cobijaré el mío  en nadie, ni siquiera en ti
-   Confía en mí
-   No puedo. Déjame sola, por favor. ¡Márchate!

Huí a mi casa. Descargué mi rabia en el aire, también en un lienzo que coloqué en el caballete. Mi mirada era un relámpago que caía por una zigzagueante  carretera descendente de un claro día hacia el núcleo de una tormenta.


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-   ¿Preparo la cena? – dijo Mariola despertándome de mi hipnosis.
Miré el reloj y eran casi las nueve.
-   Te ayudo – contesté cerrando el portátil y levantándome  de un salto para estirar las piernas
-   Has estado más de dos horas sin moverte. ¡No sé como puedes!
-   Escribir es como soñar, trabaja la mente con el cuerpo dormido..., salvo las manos
-   Me tienes intrigada. Ésta fiebre repentina que te ha dado no es lógica – ironizaba pero pinchaba con una aguja
-   A lo mejor los cuarenta obligan a cerrar la puerta con una única llave
-   Esa llave de tu secreta novela...
-   ¡No seas tonta!. No es que quiera ocultarte algo sino que aún no sé cómo contártelo. Es un boceto, que tal vez continúe, tal vez nunca vea la luz, no sé...
-   Podría ayudarte si te sirve mi opinión – dijo  abriendo el frigorífico y pensando en la cena - ¿Tortilla de jamón?
-   ¿Eh?, sí – respondí dispuesto a ayudarla  mientras pensaba que quizá, con matices, no fuese mala idea. Busqué palabras inocentes en los límites obviando mi tormento - puedo decirte que estoy redescribiendo el pasado
-   ¿Biográfica? . Pásame los huevos y la sal
-   Sí. Es la biografía de mis sueños y mis deseos
-   ¿Yo soy tu cruda realidad? – sonrió temiendo mi respuesta - ¿me encerraste para que nadie supiera de mi?
-   Tú luchas con uñas y dientes por lo que quieres a pesar de la aparente candidez
-   Soy pacífica  pero me transformaría ante una amenaza – dijo con aparente calma – podría convertirme cándidamente Jack el destripador – se acercó para darme un mordisco en la cara y después un beso – debes ponerme al corriente, es tu obligación. ¡ No puedes tenerme en ascuas! – ahora me miraba como una gatita – no se lo contaré a nadie. Puedo jurártelo
-   Humm..., a ver…, tienes treinta y siete años, eres maestra, estás casada, y parece que enamorada aún – sonreí la ironía - ¡seguro de eso, tus ojos te delatan!. Humm... vives en una bonita casa, no necesitas dinero, te aman tus flores y no parece importarte el tamaño del jardín, tampoco el de  la casa que parece suficiente, tampoco  parece importarte que en tu trabajo seas como el encargado de una noria, habituado a ver pasar caras nuevas en tu vida inamovible. Tampoco parece  importarte la edad que día a día destruye tu figura...
-   No creas  que eso lo engloba todo... – se puso seria – todo eso es lo superficial
-   Vivimos en un balcón privilegiado y la vida pasea allá abajo su incertidumbre. Nosotros envejecemos de brazos cruzados
-   Me duele que pienses así. No sabía que dudases del sentido de tu vida.¡Escucha, nadie nos ayudo a estudiar ni ha dado un paso por nosotros!. Yo perdí a mis padres siendo niña, me quedé sola en casa de mi tía con doce años y no me fue fácil convivir entre mis primos, ya lo sabes. Desde niña me enamoré de ti y te seguí buscando el amor que nadie sabía darme. Fui muy feliz cuando me quedé embarazada y me hundí cuando se malogró. Nada ha sido fácil. Todos tenemos en nuestra vida un lado feliz y mucho de qué lamentarnos
-   No niego que soy feliz, es más, creo que demasiado
-   Eso no puede ser cierto porque nadie es demasiado feliz
-   ¿Tú no lo eres? – dije pisando terreno cenagoso
-   Sufro de ver cómo has cambiado. Me haces ver que todo está como siempre pero es obvia la tristeza que ocultas

La cena estaba lista y lo recogimos todo para llevarlo a la mesa del salón donde  curiosamente estaba el televisor apagado.

-   Creo – continuó – que deberías rellenar el vacío de tu tiempo libre con alguna afición que te relacione con otras personas. Recuerdo que te gustaba pintar, no sé, piensa, piensa en algo, porque escribir una novela con el tema que me dices no creo que sea lo más adecuado para tu estado de animo
-   Me encuentro bien y es lo que quiero ahora. No me importa el daño que pueda hacerme – descargué injusta rabia en mis palabras
-   Ya veo lo que te importo. Eres injusto conmigo – tenía razón en irritarse - ¿por qué no me dices de una vez lo que te ocurre?
       -    Es difícil de explicar. Simple y muy     
           complicado
-   ¿Es otra mujer? – dijo arrojando los cubiertos sobre la mesa - ¿Di, es eso?- continuó ante mi silencio - ¿Esa solterona, ese loro insoportable?, ¿Hay algo entre vosotros, dime?. ¡Agustín, mírame,  no soporto tu silencio!
-   No hay nada entre María Teresa y yo. Ese no es el problema – balbuceé con la mirada perdida
-   ¡Te exijo que me lo digas! – dijo gritando como nunca había hecho
-   Pero no ahora. Necesito terminar mi novela y con ella espero que acabe mi pesadilla. Tranquilízate, por favor,  no me ayuda tu actitud que comprendo – no podía decirle nada porque entonces sería incapaz de continuar escribiendo y el ansia me cegaba, ese ansia irresponsable que preguntó por mi: Hay algo que no recuerdo de la etapa de la universidad. Tú estuviste en Granada aunque tres años después que María Teresa – se irritó más si cabe al oír su nombre - ¿recuerdas algo que le ocurriera, algún desengaño grave con algún chico...?
-   Claro. Toda la ciudad lo sabe – se levantó bruscamente sin terminar la cena, conectó el televisor y se sentó en su sillón. Desde allí dijo con rabia – tuvo una relación con un profesor casado, ¿No lo sabías?
Sentí que me tragaba la tierra, ¿cómo iba a saberlo?. Tengo unos tíos en Sevilla y mi madre se empeñó que fuese allí a la universidad y alojarme con ellos. En esos años solo veía y hablaba a los libros, vivía en mi mundo, sin noticias del mundo exterior.


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María Teresa dudó si volver a entrar a su casa al verme esperarla,  el  domingo por la tarde.
-   Eres un pesado – dijo airada – no quiero volver a hablar contigo
-   Perdóname. No habría venido de no ser importante. Si quieres nos sentamos en la plaza
-   No. He quedado con una amiga y es tarde
-   Bueno, te acompaño – hoy ni siquiera reparé en su aspecto y temía las respuestas que podría darme
-   ¿Qué es tan importante? – a veces sabía ponerse inexpugnable
-   Me...me he enterado de lo que te ocurrió en Granada
-   ¿Sí?, ¡qué sorpresa!. ¿Todo el mundo lo sabe menos tú?
-   No lo sabía y quiero que sepas como lo siento
-   Vives en otro mundo y ya ves que el mío no te conviene
-   De eso quería hablarte. No me importa lo que haya ocurrido. No puedes amargar toda una vida...
-   No estoy amargada aunque sí muy dolida
-   Yo te quiero y un error no moverá eso – dije firme y decidido
-   ¡Eres un idiota  y no entiendes nada! – creo que por primera vez la vi llorar – no ha sido ningún error, yo le quiero. Se llama Marcos ¿sabes? Y le quiero, le quiero con toda mi alma, le quiero, y le quiero a él, ¿sabes? - cubrió la cara con sus manos y frenó sus pasos  para llorar en mi pecho. Yo aturdido la abracé sin saber qué decirle. Se calmó y continuó – Yo te aprecio, Agustín. Hubo un tiempo que me hubiese arrojado a tus brazos con solo acercarte pero apareció Marcos cuando me sentía más sola para arrancarme todo el amor que te guardaba a ti. Ahora todo está con él
-   ¿Y por qué no...?
-   Han ocurrido demasiadas cosas, además tiene hijos, posición, una mujer agradable, una vida estable...
-   Yo sé algo de eso – dije reconociéndome
-   Mi familia ha sido mi verdugo – dijo como una sentencia
-   Es lógico que se hayan opuesto
-   Te diré algo que nadie sabe  – apretó mi mano temblorosa y recordé otros tiempos – es algo muy fuerte
-   Puedes confiar en mí, ya lo sabes
-   Me quedé embarazada y tuve…, tuve un niño - balbuceó
-   ¡Vaya, pero...! – bajé los brazos; cayeron como una estructura de naipes
-   Durante el embarazo estuve encerrada en mi casa todo el tiempo asistiéndome un familiar que es médico. Nadie supo nada porque mi madre inventó un viaje a la casa de mis tíos en Málaga por motivos de salud. Nadie en la ciudad sabe nada, ni siquiera Marcos al que se enfrentaron para que me olvidara. Tuve el niño en mi casa. Me lo arrancaron sin poder abrazarlo – volvió a llorar desconsolada refugiándose en mí – después me dijeron que había muerto, ¡Dios!, no sé qué pasó, si vive, si está enterrado en alguna parte…
-   Cómo podía imaginar... nunca me dijiste nada…, nadie me dijo… – susurré  con incredulidad rescatando gestos y detalles inapreciables en el tiempo
-   Nadie sabe… – despegó la cara de mi pecho y el maquillaje corría sus mejillas pero se sobrepuso con rabia – ¡Óyeme!,  debes centrarte en esa chica y casarte con ella. No puedes cambiar tu destino, idiota
-   Ya estoy casado con ella. He vuelto para quererte a ti y no me importa si has tenido un hijo o diez. Le buscaremos y formaremos una familia
-   Siempre seré tu mejor amiga. Acepta eso
-   No es suficiente
-   No puedo amarte porque amo al padre de mi hijo. Es más fuerte que yo. Nunca amaré a nadie. Lo siento. ¿Pero por qué te cuesta entenderlo?
-   Te quedarás soltera...
-   Me alegra saber que estarás cerca de mi – besó débilmente mis labios  como despedida

Me quedé mirando su caminar tambaleante paso a paso desde la luz, atenuándose, hacia la oscuridad absoluta.
Asomé, entonces,  la cabeza por la alcantarilla de mis sueños a una calle solitaria de mi ciudad, una calle oscura y triste, y paseé por ella sintiéndome vacío, impotente, terriblemente vacío e impotente.
Volví a mi casa irritado, con ganas de enfrentarme a todo, pero mi madre y mi hermana no me dieron ningún motivo y subí veloz a mi cuarto.
Repasé algunos rasgos del lienzo de Mariola pero ante el temor por mis nervios de estropearlo  preferí  alumbrar un poema que nació casi ilegible entre tachaduras:

Libres
y atrapados,
inocentes
y presos.

Somos libres y estamos atrapados,
somos inocentes y estamos condenados.

Libres
y atrapados,
inocentes
y presos

Pasaba a limpio el poema cuando oí a mi madre gritar mi nombre. Venía  Mariola a visitarme. Como siempre hundía mi tristeza y sacaba a flote lo bueno de mí.
-   ¡Estás preciosa! – no mentía ni era reiterativo al repetírselo
-   No seas tonto
-   Sabes que es verdad – doblé la hoja con el poema para guardarla en un bolsillo
-   ¿Qué es eso, puedo verlo?
-   Es un poema a medio hacer, una bobada
-   Estás triste, ¿qué ha ocurrido?
-   No deseo hablar de eso ahora. Prefiero estar contigo, continuar el cuadro si quieres, besarte si me dejas...
-     Uno inocente – se acercó a besarme  en la cara -  Debes definir la situación antes de...
-   Estoy en un callejón sin salida, sin ninguna esperanza. Es más, dudo si la podré querer como te quiero a ti. Es distinto, son otras sensaciones, otro mundo, nada que pueda afrontar
-   Creo que no debo aconsejarte nada
-   Ahora que el aire me asfixia y el dolor me hace retorcerme siento que me acerco más a ti y a la vida que no deseo
-   Los deseos son a veces irrealizables,  como los sueños

  
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Desperté tarde y Mariola ya se había levantado. No nos habíamos rozado esta noche y adivinaba su enfado. Me sentía ruin y un farsante sin argumentos para calmarme. No tenía ningún derecho a arrastrarla a esta farsa y jugar con ella como si fuera su amo. La amaba y podía perderla. Creo que en este momento de vaivén mental aceptaría pensar que estoy enfermo, tal vez deprimido, depresivo o hundido que es igual a enfermo, un hombrecillo acomodado y aburrido manipulando el mundo real, irreal  a su conveniencia. Golpeaba mi cabeza en un muro invisible pidiendo a gritos una puerta hacia un camino de luz y armonía que me hiciese mantener viva la llama en mis cenizas dispersas. Había llegado al final y sólo podía regresar a encontrarme a mí mismo, a saber qué podía recuperar para ver diáfano mi horizonte, derruir el muro y caminar amando algo desconocido que me haga volver a soñar, a volver a amar todo lo que tengo y  escapa herido de mis manos. Me extraño de verme llorar pero estoy llorando, huyen mis lágrimas y no deseo frenarlas, creo que es la primera vez que me apetece llorar y lloro con ira, con una rabia  que me obliga desgarradamente a llorar, como un imbécil, como un niño que necesita el calor de unos brazos para calmarse y grito con mis brazos abiertos llamando a Mariola, llamando a su imagen que se aleja de mí diluyéndose  sin importarle mi llanto.
-   ¿Qué te pasa, qué ocurre, Agustín? – se acercó a la cama a mis gritos con angustia
-   ¡Abrázame, abrázame, abrázame!, ¡no te vayas, no te vayas! – no sabía lo que ocurría, lo que decía pero sí lo que quería, abrazarla, abrazarla hasta hacerle daño
Provocamos  un silencio grato hasta que logré calmarme. Nada era lo mismo robándole calor, embriagándome su olor, mirando en mis ojos sus ojos y quedé atrapado e indefenso como un bebé prematuro que abraza la vida.
 Me relajó una ducha muy caliente y la visión del paisaje desde la cristalera, un día gris y gélido que cubría el verde de un manto de escarcha y ofrecía en la carretera un mar embravecido para algún navegante solitario.
Entonces , como no recordaba desde hacía tiempo amé una compañía, una situación, un lugar para sentir lástima de la parte de mí que resistía lejos acunando el tiempo para amar una quimera.
Se acercó Mariola a la cristalera buscando mi mirada en la lejanía, reconociendo el motivo de la abstracción  y desde el vértice del horizonte ofrecerme en su mano el silencio de sus palabras para traerme delicadamente de regreso a casa.
Unimos al fin las miradas para descubrirnos, como hacía tiempo, por primera vez.



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Mariola se fue a las nueve. Demasiado pronto, hoy que estaba disfrutando de su figura en la postura  para el lienzo, de sus ojos brillosos que seguían todos mis gestos y movimientos porque su tía estaba enferma y se sentía intranquila. Se despidió con un leve abrazo y un beso en la cara a pesar de mi forcejeo porque así, dijo, se deben despedir los buenos amigos. No importa ya que en mi vida tengo muy presentes sus labios y sé esperar. Bajo con ella y se despide de mi madre y mi hermana que hacían piña frente al televisor para volver  a abducirse a él,  sin hacerme ningún caso.
No sé qué me pasa esta noche, no estoy mal pero no me apetece quedarme. Me cambio de ropa y salgo a la calle a dar una vuelta. Es algo tarde para buscar a los amigos que no tienen un lugar fijo de reunión y desisto de buscarlos. Creo que me apetece beber algo y me dirijo con mi SIMCA 1200 a la cafetería que está frente al paseo “las Palmeras” y del mismo nombre a pesar de que está muy lejos de mi casa. No sé por qué siempre voy allí, puede que me guste el ambiente, el trato correcto de Antonio, el dueño del local y influya en su justo termino María, la menuda pero muy atractiva y simpática camarera. Lo cierto es que la visito a diario para tomar café antes de dirigirme al trabajo y aunque es algo caro emborracharse más de una vez con mi grupo de amigos la he visto moverse como en un terremoto. Está abarrotada de gente y saludo a algunos conocidos. Retransmiten un partido de fútbol, Real Madrid y Albacete y por la fiesta no hace falta preguntar el resultado. Murmuran mis labios a María que pronto regresa a mi rincón apretado en la barra con un vaso y la botella de Dyc.
Se acerca Antonio al verme y me saluda.
-   Quería verte, Agustín. Tenemos que hablar. ¿Puedes esperar?
No tenía prisa. Me apetecía estar observando a la gente desnudando sus estados de ánimo sin pensar en nada mío. Esta noche neutra no movía el pensamiento hacia ninguna dirección que me  hiciese estar triste o alegre por nadie y entre vaso y vaso de whisky encontré ese remanso de paz que ahoga la voluntad y reflota la alegría.
 Volaron en la mente las horas y sobre las doce se acercó Antonio con un proyecto de obras.
-   Hemos comprado un local en la plaza “ Los Cisnes”para una nueva cafetería. Me gustaría que estudies el proyecto para presupuestarlo
-   De acuerdo. Gracias, Antonio

La semana transcurría en el trabajo con normalidad, era monótono lo que me permitía pensar, quizá demasiado, en esa situación a la que debía enfrentarme. Comenzó  a obsesionarme la idea que martilleaba mi cabeza sin compasión, tal vez una locura pero no podía dejar a María Teresa a su suerte como un animal abandonado y apaleado.

Mariola me visitó el miércoles y pensé que debía aconsejarme. A su presencia de nuevo, como en un hechizo,  golpeaban  su techo  mis emociones.
-   Debes darte prisa – me dijo diligente tras el saludo militar buscando la postura archisabida – dentro de dos semanas empieza el curso y me gustaría verlo terminado
-   Está casi acabado. Unos ligeros retoques y podrás verlo
-   ¡Eres un golfo!. Me obligas a estar como una estatua y no es necesario – puso gesto de enfado inocente
-   Es muy necesario para mi porque disfruto mirándote – me reí de ver sus mohines – ¡no, mujer, es broma!. Continúa sin moverte – me miraba incrédula – es por las sombras de la cara, en serio
-   De acuerdo, un ratito más pero no te rías de mí
-   Está quedando muy bien – puse gesto de artista satisfecho – El fondo es perfecto. Me he decantado por una cristalera que ofrece la visión de un jardín muy cuidado en un pequeño invernadero exagonal,  una valla baja de piedra,  cerca de la casa  una carretera solitaria y a lo lejos un cerro que resalta entre un manto de olivos. Estas sentada y me miras, llevas puesto el vestido azul de la fiesta, todo perfecto salvo tu cara...
-   ¿Qué le pasa a mi cara?
-   Sencillamente que no se te parece – la miré con gesto serio – lo he intentado todo y ahora creo ver la cara de mi hermana o de una vecina que creo que conoces...
-   ¡Qué tonto eres! – se levantó de un salto y se puso a mi lado para verlo - ¡Qué pedazo de monstruo! – era incapaz de cerrar la boca – ¡Parece una fotografía!. ¡Alucino contigo, Agustín!
-   ¿Merezco al fin un beso?
-   Pero sólo por el cuadro – el débil amago lo tomé como un insulto y podríamos haber ganado una apuesta. Al fin pudo despegarse de mi - ¡No está bien, Agustín,  sólo somos amigos!
-   Siento decirte que no podrás librarte nunca de mí., que tendrás que llevar esa carga
-   Intentaré soportarla – rió pero frenó mi gesto de abrazarla – aunque creo que antes deberías explicarme algo
-   ¿La situación? – caí a una silla abatido – mi viaje al pasado es como una apisonadora  que sólo me ha permitido reparar algunos trozos, nada gratificante.  Tampoco logro ser distinto porque todas estas tendencias, esos impulsos son parte de mí. Podría hacerlo todo en mi vida si tuviese interés, sólo con un cambio de actitud. Y inamovible el amor y me alegro de haber vuelto a comprobarlo
-   ¿Y predomina el color negro?, porque en la vida hay otros colores
-   Bueno, ya sabes que soy capricornio – sabía a lo que se refería - . ¿Lo dices por mis poemas?
-   Me dan rabia porque en ellos está lo que no me gusta de ti. Abres heridas y las dejas a su suerte
-   No todos son así
-   Pero se diluyen. Leer “mujer de ojos tristes” asola todo lo que se ha leído antes
-   ¿Por qué ese en particular?
-   Da igual, es sólo un ejemplo. “Mira, busca tu profunda tristeza/ lo más triste, otros seres/ a los que asfixia el dolor/ para llorar amarga y doblemente/ nadie repare tu hermosura/ y no exista en el mundo/ ningún consuelo”. ¡Es terrible, Agustín!, ¿Quién puede identificarse con semejante poema?
-   No nació al azar y esos ojos existen aunque su aspecto manifestaba normalidad. ¿Quién?, qué importa. Lo escribí como repulsa al dolor como refugio o paraíso
-   De todos modos prefiero la poesía que eleva el alma y no la que la hunde
-   Fui sincero al escribirlo y siento que no te guste
-   No es cierto. No es que no me guste sino que odio verte así
-   Sería incapaz de escribir ahora algo así si te sirve de consuelo
-   ¡Óyeme! – me levantaron de la silla sus palabras de ánimo - ¡Quiero verte reír y reír contigo, que seas feliz y serlo contigo, que el amor sea más fuerte que el dolor!
-   Puedo repetirte todo lo que ya sabes – abracé en ella todo lo que en ese momento podía ofrecerle
-   No hace falta. Sellemos con un beso el final de una amistad absurda   

No nos importó la llegada de mi hermana que tampoco se sorprendió al vernos.


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 “Ni un leve gesto, halito de vida” como arrancaba uno de mis poemas en la expresión de Mariola deslizando páginas en la pantalla del portátil que parecían caer como hojas secas huyendo a la indefensión y el olvido.
No pestañeó al llegar al final que era este mismo instante.

-   ¿Estás pensando lo que creo que estás pensando? – dijo al fin tras un leve silencio que me pareció irrespirable
-   Sí y estoy decidido, pero no debe ser real para que no arrastre ninguna consecuencia
-   ¿Y a qué esperas para continuar  escribiendo?. Yo prepararé la cena – besó mi frente al levantarse y respiré aliviado



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Tenía frente a mí  la casa. Miré atrás para ver el serpenteante  sendero elevado entre  abismos que iluminaba una tenebrosa luna llena y al enfrentarme de nuevo a la visión de la fachada ennegrecida y a la débil  luz de una ventana entre cortinas de telarañas temblé como un niño. Recordé la cara de la bruja y desperté mis argumentos para atacarla desprevenida antes de que me  convirtiera en un sapo, ¿por qué no en príncipe?, al fin sonreí, me acerqué a la puerta decidido y levanté el puño de acero para golpearlo como si la bola sufridora fuese su cabeza.
Tardó en abrir y intentó, al verme, cerrar la puerta pero mi pie se lo impidió.
-   Mi hija está en la universidad. ¿Qué quiere?
-   Hablar con usted
-   Con usted no tengo nada de qué hablar
-   Si no me deja entrar gritaré a la ciudad que María Teresa tuvo un hijo – lo dije bajando el tono e intentando esquivar los puñales de sus ojos

Cedió en su empuje y me abrió la puerta, mirando  antes de cerrarla, si alguien había visto u oído algo. Me condujo a una salita y me invitó a sentarme.
-   ¿Qué sabe usted?
-   Sé todo lo que ocurrió – dije firme, intentando dominar la situación
-   ¿Puede decirme qué hay entre usted y mi hija? – su tono educado era un jarro de agua fría a mi batalla preparada
-   Sólo amistad. Entre su hija y yo siempre habrá una hermosa amistad y no aspiro a otra cosa, puede creerme
-   ¿Y qué derecho tiene usted para presentarse ante mí y con qué propósito?
-   El derecho a la felicidad de su hija
-   Ese sentimiento no fue posible
-   En ese hijo estaba el fruto de ese sentimiento  y para su hija hubiera sido suficiente
-   Mi hija se enamorará de alguien que la hará feliz y lo olvidará todo
-   Quiero saber qué fue de ese niño – volví a un tono frío, amenazante
-   Ese niño murió
-   No es cierto. Sé que vive
-   Ese niño murió – se levantó muy enfadada – y ahora váyase o me obligará a llamar a alguien
-   No logrará doblegarme. Estoy dispuesto a todo, a visitar a Marcos si es preciso – en su gesto la vi decidida a echarme –  por favor, no se altere, déjeme explicarle. Mi intención no es decírselo a su hija, puedo jurarle por lo más sagrado que guardaré el secreto veinte largos años, y si ella rehace su vida y forma una familia no lo sabrá nunca
-   No le entiendo a usted. ¿Por qué veinte años?
-   Sólo si vive sola, si vive una vida solitaria aferrada a los recuerdos será mi derecho decírselo
-   Me confunde usted. Una amistad no parece motivo suficiente
-   Me siento culpable, señora. Amé a su hija, me alejé de ella y me siento culpable de todo esto. Yo encontré el amor y ella desgraciadamente a la persona equivocada. Usted ya es mayor y no tiene ningún derecho a llevarse su secreto a la tumba
-   Su recuerdo hiere mi corazón – susurró frenado alguna lágrima – …nadie sabe nada y sin embargo me siguen voces y sombras. Creo que voy a volverme loca. La carga me hunde, no puedo soportarla, es demasiado pesada, no puedo estirar de ella yo sola… – dirigió sus ojos húmedos fijamente hacia mí - Debe jurarme...
-   Se lo juro, señora. Le doy mi palabra. Veinte años de silencio, pase lo que pase
Se quedó un instante dudosa pero algo la empujaba en su interior. Habló pausadamente, me pareció que desde muy hondo:
-   Sufro desde entonces la frialdad de mi hija. No me habla ni me cuenta nada. Somos dos extrañas condenadas a vivir bajo el mismo techo pero es el justo castigo
-   ¿Qué ocurrió con el niño? – estaba impaciente y no  podía evitarlo
-   Nació una niña, una niña preciosa, rubita; pesó casi cuatro kilos y nació sana y briosa, con unos hermosos ojos azules…
-   Como los de su madre – susurré y grité: ¿Y bien, qué fue de ella, qué hizo con esa niña?
-     Esa hermosa criatura – continuó entre sollozos – es la única hija de un matrimonio amigo de mi hermano. Viven en  Hornos y perdieron el hijo que esperaban; la asistió mi hermano y nadie se enteró de la muerte ni del cambio
-   ¡Dígame el nombre de ese amigo! – grité ansioso
-   Recuerdo sólo el apodo. Siempre que se refería a él le llamaba “Lechuga”. Sé que tiene una tienda de comestibles y …, ya es suficiente, ¡por favor, márchese!, ya es suficiente, por favor, ya es suficiente…. ¡márchese, márchese!



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Mostré las nuevas páginas a Mariola y se sentó cómodamente a leerlas mientras yo calentaba la cena en el microondas.
-   Hay más de cien kilómetros – me dijo con gesto de satisfacción confirmándolo en un mapa  – iremos el próximo sábado
-   Prefiero ir solo
-   Nada de eso. Quiero ayudarte

Cenamos en silencio. Después nos recostamos en el sofá, sin conectar el televisor, sin decirnos una sola palabra.

Amaneció un día distinto. Yo era un hombre nuevo y mi ansia me elevaba como si fuese volátil y no me pesase el esfuerzo que antes me ahogaba. Mariola notó al despertarse mi cambio de ánimo y disfrutó observándome. Me sentía feliz, algo que había olvidado.

Nada pasó inadvertido a María Teresa al ver mi llegada a la escuela y me lo recordó al esperarme en la salida. Hermosísima, como no podía verla de otra manera aunque ahora hurgaba en su interior.

-   No te reconozco, Agustín. ¿Eres tú?
-   Espero que sí. Puedes tocarme si quieres
-   Me alegra ver sentido en el brillo de tus ojos
-    ¿Sí?, no me había fijado
-   ¡Tonto!, me parece que puedo hablarles con sinceridad sin que parezca una proposición
-   Es verdad, al fin he cambiado y sé lo que quiero. También tengo muy claro la diferencia entre amor y amistad – paramos al llegar al cruce de calles de direcciones divergentes
-   No sabes cuanto me alegro por Mariola y también por mí que me sentía incómoda. ¿Se lo debemos a tu novela?
-   Soy incapaz de llamarla novela. Es algo irreal tan real que no hay palabra que la defina
-   No importa si sea lo que sea te ha mostrado la luz
-   Tal vez sea vida como titulé un poemario apócrifo, “Túnel hacia la luz”
-   ¿Escribes poemas?
-   Bueno, sí y no. Es largo de explicar. Puedo mostrarte sólo uno que ha nacido en clase mientras estaban los chicos en el recreo. No es el primero pero sí en mi vida real. Te lo mostraré. Lo he llamado “Elevación” – saqué de un bolsillo una hoja arrugada.

Desde el puente observo
la bravía mocedad del río
y la senda luminosa
que me elevará a las montañas
abajo en el valle
mi vagar sombrío
y cayendo al oscuro abismo
derrotados y humillados, mis fantasmas.

-   ¡Vaya, eres una caja de sorpresas! – cogió la hoja y estirando las arrugas volvió a leerla varias veces, luego la guardó en el bolso – me cuesta entender los poemas pero este es evidente. Bueno es tarde y debemos separarnos. Dame un beso – me acercó la cara – me alegro de veras  que seas feliz
-   ¿Y tú como estás?, ni siquiera te he preguntado
-   Estoy bien, no te preocupes por mí
-   ¿Y tu madre? – se extrañó  y recordé que nunca me había interesado por ella
-   Como una niña – buscaba en mis ojos el motivo de la  pregunta y la convenció la cortesía – lucha por recuperarse de su segunda trombosis. Disparata y no me reconoce. Una pena. Me ayuda una chica y lo llevo bien – me sonrió desde la profunda resignación – bueno, hasta mañana
-   Hasta mañana
Se giró varias veces al ver que observaba, inmóvil,  como se alejaba, pensé que recorriendo los últimos pasos de su mundo cerrado de heridas abiertas.



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Me apetecía en estos días de tránsito regresar a hacer las maletas para apropiarme, frenado el tiempo, de algún gesto, alguna imagen. La de mi madre que aún no luchaba por sobrevivir a su enfermedad, firme en sus actos como una roca – rellena de merengue – educando a su hijo rebelde y refugio equivocado de mi hermana que quedó a la deriva tras su muerte.  Redescribir  el resto de poemas de mi supuesto libro leyendo de mi memoria las secuencias de mi asalto al tiempo y de algunos sentimientos paralelos para enfrentarlo a la luz, también revisar lienzos por si decidiese emularme. Observar trabajos logrados con mi habilidad y esfuerzo, vistiendo mi ciudad, con la idea preconcebida y errónea de la perpetuidad. Nada es eterno y dentro de tres o cuatro décadas no quedará nada salvo algún resto anticuado. Todo pasa y cambia, afortunadamente o no y es irremediable. He aprendido que la vida es otra cosa muy distinta al afán ciego que la mueve. Prefiero no amar la soledad, que alguien ría en mi risa y consuele mis lágrimas, me ofrezca su mano si me hundo y me lleve sin rencor a casa.
Era un privilegiado pero tuve que dudar y sumergirlo todo en el fango para saberlo. No era tarde, afortunadamente.
 Era la despedida pero aún me costaba abrir los ojos y alejarme. Paseo hacia ninguna parte por mi ciudad, sin gente, mostrándole mi amor y mi odio poblando sólo algunos lugares, en las escenas que recuerdo del instante grabado en la memoria. Ando callejas de piedras y asfalto mirando casas, desaparecidas y que hoy nadie recuerda, otras en su esplendor que aún  soportan el tiempo, la de María Teresa, la iglesia de la Encarnación  inalterable. Miro sin nostalgia la fachada del local para “los Cisnes” aún sin construir y salgo al exterior donde el humo de las cerámicas y el polvo es más evidente, asfixiante a veces, otras invisible pero  aire no menos irrespirable. Es el precio que cobra esta buena tierra que nos da de comer, oro que mancha de sangre, paraíso y dolor que ofrece y pide su precio. Me alejo por un camino y subo al cerro “Jarosa”- iniciada su herida – allí me siento en una piedra y observo la ciudad que me inspira un poema:

Desde la mas alta cima cercana te veo
entre la bruma. Nubes blancas y negras  pasan,
suben y se diluyen formando una atmósfera propia
que te hace distinta, como cubierta por un velo.

Tierra de polvo fino que el mínimo aire eleva,
pulmones de todo un pueblo que pierden su pureza,
trabajo que no falta y que no compensa,
barro que se hace arte o cobijo que sangre lleva.

Aire fresco y puro alrededor en todas las sierras
y cañada dónde al cruzar el velo tiene sabor
a tabaco que no fumo o humo de chimenea
que siento como un vicio y a mis pulmones da color.

Días que son noches y noches mas negras.
Aire viciado. Vicio que he dejado
y de nada sirve. Lluvia y viento que a ratos deja.
Ciudad de fumadores que nunca han fumado.

Abro al fin los ojos al presente y no estoy triste ni siento nostalgia.


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Tomamos café en Villanueva del Arzobispo, siendo aún noche cerrada, para ver amanecer por la descendente y sinuosa carretera que nos acercaba a El Tranco. Conducía Mariola y yo me recreaba en el hermoso paisaje, las cascadas de agua, el río veloz corriendo la pendiente, el pantano al fin en parte de  su extensión  entre la foresta como un trozo de cielo.
Lo habíamos pensado, preparándolo todo, como una salida de fin de semana pero no era cierto. Teníamos fija la idea que nos conducía y a pesar de la cautela que prometíamos nos costaba contenernos. También había un finísimo espacio para la duda al aceptar y derivar del subconsciente una escena continuada en la vida real pero no podía pensar que todo fuese una novela barata con final feliz, no habría bajado a mis abismos sólo para eso.
Hornos me pareció al verlo a lo lejos un balcón al pantano. Limitado, blanquísimo entre el castillo y el resto de sus murallas.  Guardaba el epilogo o el inicio de una ilusión. El pueblo es pequeño, de calles estrechas y sinuosas, y callejeamos con el coche por donde nos fue posible como unos turistas despistados.
Aparcamos en una calle sin salida que se ensanchaba frente a un torreón y bajamos a estirar las piernas. Algo de viento hacía al frío seco de esta hora temprana mostrarse altivo y revoltoso. Había que abrigarse aunque despuntaba un día magnífico de invierno soleado.
-   ¿Qué hacemos? – Mariola con un grueso abrigo marrón y guantes a juego estaba dispuesta
-   Primero desayunar - dije
Nos dirigimos a un bar que habíamos visto antes de girar en la última esquina, pequeño, húmedo, con varios hombres asegurando su estabilidad contra la barra y que despertaron su atonía al vernos.
-   Buenos días – dije al camarero, de mediana edad y con ojos de haber madrugado- ¿Puede hacernos unas tostadas?
-   Desde luego. Pasen al final de la barra que hay más espacio – continuó hablando ante el silencio que provocamos – si buscan bonitas vistas sobre esta zona del pantano están en el lugar adecuado. Al lado de la iglesia hay un mirador
-   Nuestra visita no es sólo turística – se adelantó Mariola obviando mis gestos de prudencia – los antepasados de mi marido proceden de este lugar
-   Si nos dice sus nombres a lo mejor podría ayudarles
-   Le dice algo el apodo “Lechuga” – noté ansiedad en las palabras de Mariola  y yo deseé que me tragara la tierra
-   ¡Naturalmente! – dijo el camarero con aire satisfecho y asentían al unísono con la cabeza los presentes – precisamente aquí se encuentra uno de ellos. ¡Acércate, Manuel!
Creí que me daba un ataque al corazón. No podía ser todo tan rápido, tan directo.
Un hombre sexagenario, bonachón y algo abandonado en su aspecto se acercó a saludarnos.
-   Me llamo Manuel Hernández, señores, “Lechuga” para éste pueblo donde no sirven los apellidos más que para ir al banco a cobrar la paga y para la lápida.  Que digo que no creo ser quién buscan pues mi familia es corta y nadie que recuerde se ha movido de este lugar
-   Fue el bisabuelo de mi marido, de apellidos Sánchez Merino quién nació en este pueblo  –  Mariola observó que todos negaban con la cabeza su trola – o puede que en algún otro  pueblo cercano
-   Quizá de alguna pedanía – dijo Manuel - ¿De donde son ustedes?
-   Somos de Bailén
-   Aquí en Hornos sólo vivimos mi hermano José y yo y no hay ningún otro “Lechuga”. A mi hermano pueden preguntarle  por si tiene mejor memoria. Tiene una tienda a la vuelta de la esquina
 Temblé al oírle y la tostada se escapó de entre mis dedos planeando en el suelo.
-   No se preocupe que le hago otra – me dijo el camarero al notarme turbado
-   Muchas gracias, Manuel – agradeció Mariola  su amabilidad – tenemos mucha ilusión por encontrar las raíces, quizá algún primo lejano y ojalá fuese de aquí que es un pueblo muy bonito
-   Y muy tranquilo – se despidió Manuel

-   ¡Tranquilízate, hombre! – me susurró Mariola – ya tenemos lo que temíamos
-   ¿Qué quieres decir? – tuve que respirar hondo para liberar mis palabras
-   Que no fuese cierto. Esto no puede ser una coincidencia

Salieron de allí, entre una despedida generalizada, la euforia de Mariola y mi silencio. Ya en la calle mi corazón trotaba desbocado y tuvimos que esperar un buen rato hasta lograr calmarme.

-   Debemos entrar a comprar cualquier cosa sin hacer preguntas, ¿de acuerdo? – repetí a Mariola una docena de veces

Giramos en la esquina y el rótulo “Comestibles Diana” sobre un pequeño escaparate nos indicó el lugar. Entramos y sonó una campanilla. Era un bajo pequeño con estrechos pasillos entre las estanterías de artículos.  No parecía haber nadie. Al fin un señor que nos recordó a Manuel – algo más alto y joven a primera vista -  se hizo visible detrás de un mostrador al fondo.
-   ¿Qué desean?
-   Varias cosas. ¿Podemos cogerlas? – dijo Mariola
-   Aquí hay cestas. Cuando lo tengan todo me avisan y les cobro
Abrió una puerta y entró a una habitación donde lo oíamos hablar con alguien. Nada claro. Apoyábamos la cesta sobre el mostrador cuando se oyó de nuevo la campanilla. Salió de nuevo el hombre con aire resuelto.
-   ¡Buenos días, José! – le saludo una señora que se acercaba con varios artículos sobre el pecho
-   ¡Buenos días, señora Antonia! – nos miró a nosotros - ¿Les cobro? – y ahora dirigiéndose al interior - ¡Diana, cóbrale a Antonia!
Quedamos atónitos, boquiabiertos ante la imagen de una aparición, ignorando la mirada de José que no dejó de observarnos. Recorrimos la silueta de una joven de mediana estatura, algo rellenita, de cara agradable sin reconocer ningún rasgo salvo en sus ojos. La delataron sus ojos. Azules, profundos y vi por un instante a María Teresa en ellos.   
-   ¿Le ocurre algo? – dijo José al notarme tambaleante – son quince euros y veinte céntimos. ¿No son de por aquí?
-   Venimos desde Bailén – dijo Mariola cogiendo las bolsas  y golpeándome con el codo para que saliéramos – Gracias, buenos días
-   Buenos días
Giré la vista al mostrador varias veces hasta la salida mirando la figura inerte de José como una estatua.

-   ¡Era ella, Mariola, era ella! – no pude contenerme al salir a la calle
-   ¡Cálmate, hombre, cálmate!
-   ¡Eran sus ojos, eran sus ojos, estoy seguro!. ¡Debo entrar y decírselo!. ¿Qué hacemos?. Soy un manojo de nervios. Su padre ha notado algo. Lo sé
-   ¡Relájate. Agustín, por Dios! – se enfrentó a mí con aplomo – Suerte que he venido. ¡Escúchame!, demos un paseo, visitemos la ciudad y ya pensaremos algo. Piensa que no van a irse, nuestro fin de semana comienza ahora, nos sobra tiempo, ¿entiendes?, tiempo
Con el corazón golpeándome el pecho enloquecido seguí a Mariola al mirador de detrás de la iglesia y poco a poco logré centrarme. La vista era hermosa y respiré muy honda la alegría que inundaba la realidad de un sueño.
Sentí que volaba entre los pinares sin rozarlos, que cruzaba nadando el pantano, feliz como un enano amando a Cenicienta, enamorado del paisaje, abrazando a Mariola y besándola como unos novios furtivos.
-   No seas impulsivo. Pueden vernos –  me decía sonriente devolviéndome todos mis besos
-   Tengo claro lo que vamos a hacer – dije muy seguro – lo tengo decidido
-   ¡ Qué tonto y qué niño eres!,  tienes mucha disposición pero en el bar y la tienda te has quedado muerto
-   Entiende que me enfrentaba a la realidad o a la ficción. Vivía el presente o quizá un sueño
-   Lo que vivimos siempre es presente
-   No digas idioteces. La vida es pasado. El presente son instantes que atrapa el pasado como una apisonadora. Cualquier cosa importante, aunque acabe de ocurrirnos, es pasado
-   ¡Qué descubrimiento! – rió – bueno, vale, pero mañana aún no ha ocurrido, tonto, y tendremos que descubrirlo para hundirlo en el recuerdo, ¿no crees?, enfrentémonos a mañana y así podremos disfrutar algo el presente, ¿te parece bien así?
-   Tienes razón. Me abruma la pesadumbre. Debemos centrarnos. Primero comeremos en el Hotel que hay en las afueras del pueblo y sobre las seis visitaremos al señor José “Lechuga” y con total tranquilidad le contaremos una historia. La historia real de una novela
-   Y a las seis y cinco minutos estaremos en la calle con un puntapié en el trasero – rió Mariola
-   Bailén está lejos y no se lo contaremos a nadie – continué la broma – inventaré un final feliz para mi novela, al fin y al cabo es sólo una novela
-   Pero no sería justo si no lo intentáramos
-   Son sus ojos, estoy seguro. He soñado con ellos demasiadas veces – Mariola apartó la mirada – lo siento, no quería ofenderte
-   Yo nunca la he odiado y mis celos son lógicos – volvió a posar su candidez sobre mí – confío en ti, Agustín
-   Puedes hacerlo – la apreté con fuerza – todo esto se lo debo sólo a una amiga

Nos gustó el hotel y alquilamos una habitación. Después de un buen plato de cordero y buen vino ahogado con un delicioso postre casero subimos a descansar un rato. Era una primera  planta con vistas sobre el pueblo, el pantano y los pinares. Hermoso lugar para despertar al amor y regalarle un espacio en la memoria.
-   Amarte es lo único que deseo ahora – dije
-   Puedo jurarte que los fines de semana serán, a partir de ahora, nuestra batalla a la monotonía

Nos desnudamos frente a frente, uno a otro, lentamente, besando cada trozo de piel que brotaba a la luz. Nos oprimía el ansia por poseer un cuerpo que no recordábamos, nos decíamos, haber visto antes aunque conocíamos cada resalte, cada hendidura, aunque sabíamos frenar al borde del abismo y detener el tiempo gozoso, sentirlo intenso como un instante fugaz pero irrepetible. Improvisamos miradas nuevas, palabras no escuchadas, actitudes distintas y no hacía falta. No necesitaba un  enredado enfoque un amor transparente y fogoso.

-   ¿Sabes? – Mariola jugaba con un dedo a marcar líneas invisibles en mi pecho desnudo – creo que soy una tonta cegada por el amor. Pienso ahora en tu actitud  si María Teresa te hubiese abierto sus brazos
-   ¿Ahora dudas del destino?. Las huidas son aleteos que, a lo mejor,  nos hacen sentirnos libres pero no podemos huir de nosotros mismos. Yo he estado todo este tiempo huyendo sólo de mí y no he ido a ninguna parte. He encontrado felicidad o dolor y he aprendido que no hay que hurgar en el tiempo para eso.
-   No me importará lo que tenga que afrontar. Será leve si estoy contigo
-   Ahora sé realmente quién soy y quién eres. También sé que te quiero

Caía la tarde cuando salimos del hotel hacia el ansia y el miedo. No lo pensé dos veces para no arrepentirme y golpeé la puerta decidido. Lo que no podía imaginar era la sorpresa que nos esperaba.
-   Pasen, les estaba esperando
José aplastó de un golpe nuestras frases hechas para ganar su confianza  calmando nuestro temor. Subimos perplejos tras él a la primera  planta por una estrecha escalera y nos condujo a un salón con numerosos muebles antiguos, cuadros y figuras.
 En un sofá frente a un televisor estaba Diana y se levantó a saludarnos. La vi tensa y muy nerviosa.
-   Me llamo Agustín y mi mujer Mariola
-   Siéntense, por favor – dijo José – Yo soy  José y mi hija  Diana. Somos toda la familia. Mi mujer murió hace tres años
-   Lo siento – dijimos casi al tiempo
-   Quizá se sorprendan si les digo que yo no – dijo José respirando hondo y cogiendo la mano a Diana que estaba sentada a su lado – vivimos desde que ella se fue. Una pesadilla de la que al fin nos liberamos – me miró al notar mi asombro – no se sorprendan si les cuento esto porque tiene que ver con su visita,  ¿no creen?
-   Nuestra visita tiene que ver con una historia del pasado – dije liberando nervios
-   ¿Exactamente veintiún años? – preguntó  José – supe por la manera de mirar a Diana y por su procedencia quienes eran
-   Puede que no quiénes desearía – dije al notarlo confundido – Somos unos buenos amigos de ella. Ella es soltera y se llama María Teresa
-   La señorita Maria Teresa Casado…
Esa afirmación fue un puñetazo en pleno rostro que me dejó noqueado.
-   ¿Pero, cómo, la conocen?
-   Ella es la madre de Diana. Viene poco, mejor dicho sólo vino una vez, aunque bien es cierto que siempre la llama por su cumpleaños
Diana cubrió las lágrimas refugiándose en su padre y apretaron  como un nudo nuestra garganta.
-   ¿Entonces? – no podía creer los que estaba oyendo
-    Creo que no saben muy bien a qué han venido y que debería comenzar por contarles una historia – José, sereno ante nuestro desconcierto apoyó la cabeza en el sillón y removió las cenizas de su dolor – Mi mujer se llamaba Diana y  no sé por qué su belleza y su mente inquieta se fijaron en un hombre de campo como yo. Para mí fue una aparición, una mujer de mundo que alegraba mi soledad.  Y a lo mejor yo para ella fui un refugio cálido para su tormentosa vida, que yo no sabía ni quería saber. Fue todo muy rápido, nos casamos y tras unas semanas de tranquilidad, comenzó a hacer  cortos viajes a la capital con la excusa de ver a sus amistades. Yo no podía dejar la tienda y confiaba en ella. Tenía treinta y un años cuando nos casamos y al año se quedó embarazada. Fue  un embarazo problemático y visitaba a  un médico de la capital. En una de sus visitas la acompañé y conocí al “prestigioso doctor Casado”. Al instante comprendí que había algo entre ellos  y dudé de mi paternidad. Pero no dije nada y lo sufrí en silencio. Los últimos días antes del parto estuvimos en una clínica privada  de la que yo no pagué ni una factura. Hubo problemas y el niño nació muerto. Sorprendentemente dos días después, cuando estaba recuperada y a punto de regresar al pueblo, apareció el doctor Casado  con una niña y comenzó  mi calvario, aunque a ella no la cambiaría por nada – acarició  la cara de Diana que parecía algo más tranquila – yo me opuse a lo que creía una aberración y me amenazó con contar al  pueblo que era un cornudo, con divorciarse y llevarse la mitad del dinero. Yo sólo tenía la tienda y una pequeña huerta y me estaba encariñando con la niña. Volqué todo mi amor en ella y olvidé a mi mujer que vivía entre nosotros dando órdenes como una reina y  visitando a menudo a su amigo. No sentí su muerte y que Dios me perdone
-   ¿Diana no supo nada? – preguntó  Mariola
-   Ella sabía que nuestro matrimonio no funcionaba y sospechaba cosas. No se sorprendió cuando le conté todo tras su muerte
-   ¿Y no sospechó usted quién podía ser su madre? – dijo Mariola
-   Supe que el doctor Casado procedía de Bailén y un día fui a visitarlo a su clínica en la capital. Fue un grosero y llegamos a las manos. Llamó a la policía y fue muy embarazoso – recordar su impotencia le hacía daño – Bailén es una ciudad grande y no sé, quizá no me apetecía enfrentarme a la verdad...
-   Le entiendo – dije intentando calmar su angustia y el vaivén de mi mente
-   Y un día, de improviso, tocó a nuestra puerta una señora que se presentó como María Teresa Casado y mostrándose fría y distante nos contó su increíble historia
Me quedé sin palabras y temblaba sin poder controlar los nervios. Mariola cogió mi mano y animó a José, entre balbuceos, a continuar.
-   Yo siento rabia por el dolor que nos toca y también una enorme pena por esa señora. No le guardo rencor, es la madre de Diana pero hubiera preferido no conocerla. Aún no entiendo su impulso de acercarse aquí para nada, para traer su dolor, restregárnoslo  en la cara y marcharse aunque levantó una leve brizna de esperanza y pido al cielo que ella sea la presencia de ustedes
-   No entiendo qué quiere decir con eso – acerté a decir
-   Por favor, continúe – insistió Mariola
-   Diana fue fruto de un amor desgraciado, correspondido solo desde la inconsciencia. Un amor desde niña a un chico de su edad que por crueldad o fatalidad  del destino no logró iniciarse. Hubo una fiesta y él se fijó en otra. Despechada y tras marcharse la chica, mezclada entre el grupo de amigos, él se emborrachó animado por la euforia de su conquista y entonces ella buscó el modo de dejarse seducir sin que él fuera realmente consciente de sus actos...
-   ¿Yo? – dije estupefacto - ¿con María Teresa?, ¿pero cómo...?, yo no recuerdo…
-    Fue como una venganza, un arrebato. Pero se quedó embarazada, después vino el miedo. Nos contaba entre lágrimas que no podía acusarle y tenerle por la fuerza, destruir su vida por su vileza y orgullo. Barajó varias salidas, el suicidio entre ellas, y sólo tuvo que ceder al ímpetu de un profesor chiflado por sus huesos e irresponsable y al que cargó con la culpa
-   ¿Es usted mi padre? - Diana dirigió a mí sus hermosos ojos azules
-   No lo sé. No sé que decir. Vine... vine aquí con la ilusión de recuperar una hija para una gran amiga a la que quiero con el alma. Sólo me movía esa idea. Resarcirla en lo posible del daño que le hubiese hecho al amar a otra persona. No esperaba nada de esto. Estoy muy aturdido
-   Agustín – Mariola me apretaba la mano con fuerza sin poder disimular su pesar por lo que estaba oyendo – esto no cambiará nada entre nosotros. Ni siquiera pienso mal de ella. Ocurrió hace demasiado tiempo. Esto no cambiará nada. Te lo aseguro
-   Lo espero de veras. Amé mucho a María Teresa pero hoy sé que nada comparado a lo que te quiero a ti
-   Pedías a gritos viajar los fines de semana y ahora ya tenemos un verdadero motivo
-   Es cierto
-   Ella nos dijo que usted jamás se enteraría – siguió José -  Nos hizo jurar que nunca intentaríamos buscarle, pisar Bailén bajo ningún concepto
-   ¿Entonces, les habló de mí?
-   Todo el tiempo. Usted se llama Agustín Sánchez Pérez, maestro de escuela, casado, sin hijos con esta señora que le acompaña. Nos habló muy bien de ustedes y esa fue la puerta que dejó entreabierta  nuestra esperanza. A Diana le roía la incertidumbre. Después del desengaño tras conocer a su madre le quedaba hacer realidad el sueño de conocerle a usted. Tenía la certeza de que usted se comportaría como un verdadero padre ofreciéndole lo único que ella pedía que era cariño. Pedía con todas las fuerzas que la mirada de usted se girase hacia ella. Yo por Diana daría mi vida  pero un juramento es sagrado. Sólo nos quedaba la posibilidad remota que usted viniese a buscarla
-   Yo no vine aquí buscando una hija, sólo la de una amiga, ya lo sabe – dije levantándome al sentir el fuerte impulso de abrazar a Diana
-   ¿Agustín, de verdad es usted mi padre? – dijo emocionada
-   No sé, Diana, tal vez
-   Lo que no entiendo – José arrugaba su barbilla con los dedos– es que si María Teresa, ni nadie,  le ha dicho nada como es que han llegado hasta aquí
-   Es una extraña historia – dije al fin respirando hondo y abrazando también  a Mariola que se había levantado
-   Que nos contará mientras cenamos – rió José y nos contagió levemente – espero que no sea tan triste como la mía
-   Es cuanto menos sorprendente, sin ninguna duda



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EPILOGO.- Estoy aquí de nuevo. Se equivocaron al pensar que me había convertido en un sumiso y obediente de mi tesis de origen. Síntesis sensata y congruente en la que no tiene cabida y sólo merodea mi resto singular. No puedo evitar ser un niño revoltoso y malo que quiere ver cumplidos sus más despreciables o lógicos deseos. No es nada lo que pido. Sólo huyo en mí pisando los restos del pasado y ofreciendo mi mano amiga – ustedes ya me entienden – a quienes acurrucaron en su deserción a la vida el miedo y la desconfianza. Ahora juego sucio y las voluntades las acerco si me conviene. Ahora no busco un cambio en mi vida que no necesito sino vibraciones y intensas emociones de cualquier género como un activo protagonista o un animoso espectador. Entiéndanme,  solo es una novela.





POST-EPILOGO.- He vuelto. La vida me mece con su melodiosa brisa y yo me dejo llevar, simplemente. Miro hacia atrás, hacia adelante y no veo nada pero el presente estalla en mis manos de luz y color y me sigue en cada paso que doy. Es lógico que no pida más. Vivo lo que veo y sueño lo que siento, nada nuevo ni más necesario. Soy feliz y me rodea gente feliz, atrincherada  y unida a la felicidad y al admisible dolor. Todo es entrañablemente plausible y no me apetece quitarme la máscara. Jamás.
Rescato un poema de mi cruda e insultante realidad:

En cielo y infierno estoy,
pleno y roto,
porque soy dos y ansío,
no el que entiendo
y no me sorprende,
sino el que soy lejos,
aquel que desea
lo que no debo darle















Bailén, febrero 2005






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