Pasaron
las fiestas y volví al trabajo a
primeros de agosto. Aprendía deprisa confiándome mi maestro, José el padre de
“El Flecha”, trabajos cada vez más complicados. Se palpaba mi interés y no me
afectaba equivocarme, tampoco resarcirlo regalando esfuerzo y tiempo. No quería
desperdiciar ninguna opción en cada
oferta de mi vida por si fuera al fin el camino a seguir. Me aficioné en mis
momentos de soledad a escribir poesía y relatos cortos que repasaba constantemente
y guardaba como un tesoro. También a
pesar de pintar fielmente la dimensión de mi mirada creaba intrincados mensajes
de mi mente retorcida y retadora.
Mordía
mi orgullo cuando el ansia me ahogaba recorriendo en vano los lugares que María
Teresa solía frecuentar con sus amigos los fines de semana para intentar arrancarle
una mirada, una palabra de afecto.
Fue
con Mariola con quién me crucé una tarde de sábado y me obligó a pararme.
- ¡Vaya, el pintor
albañil! – dijo con abierta sonrisa cogiéndome la mano
- No te rías de mí
- No es insulto ni ironía.
En cualquier trabajo se puede ser un genio
- Bueno,
tengo que irme
- Cuando quieras mi
opinión sobre algún cuadro llámame
- Lo haré. Gracias. Adiós
Frenaba
mi horizonte el Servicio Militar obligándome a aparcarlo todo. Catorce meses
alejado, hibernando mi mente para despertarla al fin como de un largo sueño.
Sólo pude centrarme en leer y escribir y fue en la poesía donde puse más
énfasis. Nació en los primeros días de instrucción en Alicante el primer poema
“Máscara”, obviando los principios lacrados, para mi primer libro.
Ni un leve gesto,
hálito de vida;
necesariamente muerto,
deliberadamente muerto.
Nada que le delate
porque no existe,
porque ciegan la luz
sus inmensos ojos
y aunque en sus hábitos
radique la costumbre
hierven síntomas,
desarraigados ímpetus.
También “Huida” para un amor imposible.
Se aleja mi voz hacia
lo hondo
y sabe en ti a
tierra a espejo enterrado
para recordarte el
brillo de tus ojos
aquellas palabras
callado.
Del abismo que
desciendo espero tu mano
sed de tus palabras
nuevas
de tus labios, aún
lejanos, el mar.
Vista de pájaro que me reconforta, recordando
personas que merecían la pena resbalando como yo en la férrea disciplina y en
la absurda miseria humana. Creo que no cambiaría nada salvo algún amigo que
ahora no me entendería. Todo me vale y no pienso más en ello. Beneficiado sin
duda mi libro que cerré con cuarenta y cinco poemas escribiendo el último,
“Nada mío, todo de nadie” en el tren de
regreso a casa.
/////////////////////////////
No podía creerlo pero mi
libro estaba logrando obsesionarme. Me sentía absurdo cuando en cualquier
momento del día perdía la noción del tiempo quedándome pusilánime en cualquier
circunstancia atrayendo retales de recuerdos, briznas de pensamientos fugaces
que huyeron de mis manos llenas, muertos con vida para poderles restituir la
apatía y el tiempo que creía eterno, sentimiento en miradas que no supe entender a
tiempo. Los inicios con Mariola descubriendo un fresco, intenso, envolvente y
avaricioso amor que hoy me parece que sigue siendo sólo amor. Amor de un hechizo
que estaba flexible en sus efectos, feliz en mi dulce tela de araña explorando sus
límites y sopesando el salto al vacío.
Era insufrible hacer el amor
a Mariola, sentirla y devolverle todo el cariño posible besando a la vez los labios de María Teresa,
acariciando su cuerpo imaginando en ella formas que nunca había visto, sentir crecer su pecho en mi boca, envolverme sus nalgas rellenas, penetrándola cada vez,
siempre, por primera vez.
Me martirizaba mintiéndome y
me sentía otoño, tarde fría y desapacible y a la vez cielo, tierra extensa y
libre, universo inexplorado. ¿Qué debía hacer? Era incongruente huir del amor a
la locura y el delirio pero más si cabe mirar mi vida de cerca como un
espectador. Me sentía atrapado, drogado consciente y sin poder moverme, algo
que ve, oye, camina y sigue lo que ya sabe. ¿Qué importa lo que ya tengo
si me ofrece felicidad pero no alegría,
qué me importa el amor que ofrece sólo amor y no deseo de amar, qué importa la
vida que ofrece días o minutos y no
instantes?. María Teresa ha llenado mi vida de instantes y recordarlos lo borra
todo como si nada fuera importante. Creo
que soy un loco y que haga lo que haga nadie logrará entenderme. Debo pensar.
Continuar la novela y esperar. Poco tiempo. Unos días a lo sumo. Después no me
importará lo que ocurra y sea lo que sea lo aceptaré.
Estoy en la cocina con la
comida preparada para calentarla esperando a Mariola que se retrasa. Son las
dos y quince minutos y no suele tardar tanto. Desde el mando a distancia
conecto el televisor sintonizando la cadena que a ella le gusta. Cotilleos de famosos. Muchos son
como de la familia y demasiadas conversaciones giran en torno a ellos. Sabemos
sus gustos y caprichos, asistimos a sus bodas, al bautizo de sus hijos, a sus
aventuras o divorcios. Otra excusa para
olvidar el tiempo pues nada influye en nuestro animo.
Miro el reloj. No puedo evitar
estar preocupado. Son casi las dos y media y temo que haya ocurrido algo. Se
encoge mi estómago y tiemblo. Estoy nervioso y no sé qué hacer con mis manos.
Suena el móvil y mi corazón se acelera. Es Mariola.
- Cariño, no te preocupes. He tenido un pinchazo pero
está arreglado. Tardaré quince minutos
- ¿Estás bien?
- Sí, tranquilo. Hasta luego
////////////////////////////////////////
Es
junio, domingo. Termina la mili. Llevo dos días en casa y creo cerrado el
recorrido de besos y abrazos. Vuelvo a estar como si no me hubiese marchado
pero algo ha cambiado, también en mí porque lucharé con todas mis fuerzas por
lo que más deseo de éste mundo.
Mi
madre derrite su fachada de iceberg y me anima en los comienzos, también mi
hermana, eremita de sus libros.
Visito
a José y ha caído enfermo. Problemas de huesos le impiden seguir con su empresa
y la ha cerrado. Mi amigo “El Flecha” trabaja en otra constructora y me anima a
solicitar mi entrada. No es lo que deseo, es una empresa de obras demasiado
grandes y me diluiría por sus recónditos pasillos.
Prefiero
aceptar las pequeñas reformas que me han pedido algunos vecinos y comenzar en
solitario. Así lo hago y después de unas semanas, donde encuentro a Josito un chaval de diecisiete años dispuesto a
trabajar, me hago autónomo y regularizo la situación. De esto espero ahora
estar suelto de tiempo e ideas y acertar de mis errores.
Entretanto
desempolvo los lienzos y pinceles buscando alguna idea que me seduzca y también
intento informarme de algún concurso donde enviar mi libro. Parezco demasiado
ocupado para pensar en otra cosa pero nada más lejos de la realidad. En el amor
tanteo mi apoyo en la salida y busco el momento adecuado para pisar firme y no
retroceder un milímetro. Busco ahora la antítesis de uno de mis poemas “
Isla” nacido de la soledad y la
distancia:
Soy agua donde sobra
agua
Viento que golpea las
ventanas cerradas
Monte que arde y nadie
apaga
Necesitaban
volver a arder mis cenizas para dar calor a un cariño que enfriaba la apatía y
el orgullo. No podía mover tanto peso hacia mí pero sí acercarme a él y
intentar abordarlo. Decidí buscarla y enfrentarme a ella y a su ejército. Me vestí
con ropa de moda y me acerqué a su casa. Su madre puso gesto agrio al abrirme
la puerta.
- ¿Qué desea? – me
reconoció sin duda y por su mirada de desprecio entendí la nueva muralla que nos separaba
- Quiero hablar con su
hija. Es importante
- No está. Se fue al
campo esta mañana con unos amigos de su facultad – dijo enfatizando las sílabas
de “facultad” como puñaladas
Cerró
la puerta sin esperar que dijera nada. Desde el centro de la calle me giré a
mirar la vetusta casa y vi a María Teresa que me observaba desde una de
sus ventanas. Le lancé un beso al aire y
no hizo ni un solo gesto. Me quedé como un tonto, mirándola, hasta que huyó al
interior.
Vagué
por buena parte de la ciudad sin rumbo con los ojos entornados para que no se
diluyera su imagen. Iba tan absorto que tropecé con algo.
- ¡Qué te ocurre, te pasa
algo?- me dijo Mariola
- ¡Ah, hola, Mariola!, no,
nada, me escuecen un poco los ojos. no es nada
- ¿Puedo verlos?. Si quieres
vamos a mi casa. Tengo unas gotas y son
muy buenas para eso
- No, gracias – abrí los
ojos de par en par haciendo algo de teatro - ¡Vaya, ya no me molestan!
- Bueno, me alegro. Oye, Agustín, tenía ganas de verte para
invitarte a una fiesta
- ¿Una fiesta? – temía
mirarla pues estallaría mi defensa en pedazos. Sabía que era tierna, dócil como
un gatito siamés, hermosa como una diosa
- Es de estudiantes pero
puedes venir conmigo. Muchos son antiguos amigos tuyos del instituto
- ¿En serio no te importa
que vaya contigo un aficionado a escribir, pintar y hacer chapuzas?
- No sabía que escribieras
- En la mili escribí algunos poemas. Puede que cribando tenga para
un libro
- Me gusta la poesía y
creo que podría ser un buen crítico – dijo alzándome la barbilla para que la
mirase
- Te los dejaré si no te
importa. Me serviría de ayuda tu opinión – me perdía en ella y me costaba salir
- Vamos entonces a tu
casa. ¿Lo has titulado?
- Sí. “Vida, túnel hacia
la luz”. Te aburrirá mi lucha interior buscando una salida
- ¿Una salida hacia qué?
Te veo bien y muy seguro en todo lo que haces
- No soy lo que ves..
Estoy aquí de nuevo buscando un amor no correspondido – no buscaba herirla y sí
plantear la situación
- Puedo ayudarte aunque
debes explicarme qué quieres decir con
“de nuevo”
- Te sorprendería. Todo
esto ya lo he vivido antes pero no en las mismas circunstancias. Ahora vivo lo
que deseo pero no me rodea lo que quiero. Tú estás hoy aquí conmigo y no ansío
acercarme más a ti porque ya te tengo
- ¿Eso es el resumen de
algún poema? – me miró aturdida – no entiendo nada
- Quiero que sepas que
quiero a María Teresa y he vuelto a luchar por su amor para entender o romper
la vida que vivo lejos
- Debería verte un
médico, Agustín – a pesar de todo intentaba desmadejar el hilo – ¿me estás
diciendo que desde otro tiempo y situación has vuelto a iniciar tu vida de otra
manera distinta?
- Aciertas de pleno
- Estás loco. Entendería
que soñaras tu futuro pero no que vuelvas de él. Es absurdo
- ¿En serio crees que
estoy loco?
- No, claro que no
- Esto que vives no es
real. Eres protagonista de una novela
donde intento recuperar mis deseos olvidados y no sé qué ocurre que actúas sin
que pueda controlarte
- ¿Y en eso que dices
cual es mi papel? – dijo con abierta ironía
- Eres mi mujer. Llevamos
casados dieciséis años
- ¿Y allí, en el futuro
ese, quién es María Teresa?
- Es una buena amiga pero
nada más. Respeta mucho nuestra relación
- Pero tú no eres feliz
conmigo. Por eso has vuelto
- Nos queremos y tú no
tienes la culpa – caminábamos lentamente y le cogí la mano que no rechazó –
somos dos maestros acomodados y yo me resisto a morir con vida
- ¿Eres maestro?, ¿Entonces,
todo esto?
- Llevo escribiendo ésta
novela un mes y antes no había sentido ninguna inclinación, tampoco por la
construcción y la pintura que sólo eran deseos frustrados de niño – me paré y
vi una expresión en su cara desconocida para mí – entendería que me dijeras
todo lo que sientes. Toda la rabia que puedan producirte mis palabras deberías
descargarlas contra mí que soy el único culpable
- Aprovecharé para
decirte abiertamente que me gustas – su voz era grave pero firme – aunque eso
imagino que ya lo sabes. ¡ Por Dios, Agustín, todo esto es idiota y absurdo!
- Ocurre como lo siento y
así lo escribo. Tus palabras nacen de tus labios y son las mías y mi actitud la
que difiere en todo el entorno que se enfrenta a mí. Me costaría muy poco ceder
en ti porque ya ha ocurrido
- ¿Tan mal nos ha ido? –
mezclaba en su rostro gestos de tristeza y incredulidad, derrota e ironía
- Al contrario. Te amo
como más no se puede amar y siento como el corte de una espada el daño que te
hago. Te quiero, Mariola, y no solamente allá lejos sino aquí y ahora y eso no
lo borrará nada ni nadie
- ¿Entonces?
- María Teresa es una
senda de espinas, sangre a borbotones que no puede cortarse, como un monte que
ardió en la soledad de una noche. No sé si podrá ofrecerme algo que no tenga,
si será un paraíso de dolor
Fue
ella la que reflotó con su abrazo mi cuerpo hundido, quién besó mis labios
huidizos y limpió alguna lágrima desertora, la que me dijo que me ayudaría sin
marcharse de mi lado.
- Vamos a tu casa que
quiero ver tu libro – cogió mi mano apretándola con fuerza andando deprisa
estirando de mí - me ayudará a
entenderte
La
presenté a mi madre y hermana y como ya
sabía les cayó bien desde un primer momento. Subimos al piso de arriba donde
tenía una habitación dedicada a la pintura, en ella un lienzo en blanco en el
caballete esperaba los primeros trazos. Le di en una carpeta los poemas y le
mostré algunos cuadros que ya había visto en la exposición y el boceto de un
paisaje que no pude terminar, mi ciudad envuelta de un manto de humo y polvo de las chimeneas
de las cerámicas representando en él a un monstruo sanguinario.
- Estoy segura que este lienzo terminado no te dejarán exponerlo al publico –
reía Mariola observándolo
- Es la cruda realidad y
alguien debería tomar medidas
- Siempre nos quedará
marcharnos a otro lugar
- ¡Pero no podemos huir
de nosotros mismos! Aquí está todo lo que somos. Nuestra vida – me irrité
- ¡Vaya, como te
contradices!. Yo creo profundamente que
el destino de las personas está escrito
y sé que el lugar o la situación es lo menos trascendente
- Me resisto con uñas y
dientes....
- Yo estoy aquí a pesar
de todo...
- Sí. Ya lo sé
///////////////////////////////
Estrenaba un ordenador
portátil y me sentí mucho más tranquilo cuando, después de copiarlo todo y
encerrado tras una clave, destruí cualquier vestigio como si fuesen las pruebas
de un crimen.
Cerré el portátil y desperté
a la vida a las dos de la madrugada. Mariola dormía en el sillón y la llamé
para acostarnos.
- ¿Te has dormido? – me dijo sin poder abrir los ojos
- No he podido dejar de escribir hasta ahora, lo siento
- Esta novela te tiene abstraído. No deberías
obsesionarte tanto – me abrazó al levantarse para no caer - ¿cuándo vas a
decirme de qué trata?
- Ya la leerás terminada. Vamos a la cama
Dormía profundamente cuando
no había terminado de arroparla. Me desvestí con parsimonia con todo lo escrito
latente en mi cabeza sin dejar de mirarla en su sueño plácido y dulce. Ni un
atisbo de inquietud en su rostro, ni sombra de mueca que muestre un alma sombría. Todo en ella era
diáfano y entrañablemente luminoso. Ni un solo hueco lóbrego que guarde un
secreto, ni enojo que no muestre franca a la cara. Lo daba todo y ésta noche en
mi subconsciente pude corroborarlo hasta
el punto de no importarle ayudarme en
mis deseos indignos. Me sentía ruin por haberle confiado mi secreto, un
miserable. No tenía ningún derecho a abusar de su amor resignado pero crecía un
ansia superior a mis fuerzas y me resbalaba el modo porque pensaba descargando
culpa que no era real, que sólo quería vivirlo mi mente y así entender si equivoqué
el camino y me atrevería a atajar el tiempo y oprimirlo. No podía conciliar el
sueño y retomaba el inicio para comenzar a primera hora de la mañana. Delante
un fin de semana esperaba que definitivo. Me sentía un monstruo pero así era
yo, visible e invisible.
////////////////////////////////
Sin
duda sabía atacarme. Todos sus encantos maravillosamente limitados en un bonito
traje azul, maquillada y peinada como siempre he amado y ganándose a mi madre y
hermana con su añorada charla ágil y deliciosa. Yo tampoco debí parecerle mal con una chaqueta beige y pantalón negro
vaquero por el brillo de su mirada. Las sonrisas soportaron un largo silencio
porque delante de mi madre y hermana sobraba cualquier comentario. Todo estaba
claro y sus deseos evidentes. Los míos en éste momento, algo difusos, abrían en
vano sus ojos entre la niebla porque
este momento maravilloso prefería vivirlo en toda su intensidad y nitidez
y al doblar la esquina le cogí la mano y me detuve a besarla en la cara
recordándole su belleza y su sacrificio por mí. No dijo nada.
- Mi hermana se está
convirtiendo en una solitaria – dije con rabia – he insistido para que venga
con nosotros pero ha sido en vano
- A mí tampoco me ha
hecho mucho caso – dijo Mariola
La
fiesta estaba en una cochera al lado de una ermita en el paseo “las Palmeras” y
acercándonos oíamos creciendo en intensidad a cada paso, “The balroom blitz”.
Cogidos
de la mano devolvimos saludos a muchos conocidos que no disimulaban su
extrañeza de verme. Muchas bombillas dispersas de colores, una mesa larga donde
apoyar los vasos y algunas sillas, todas desocupadas, eran el innecesario
mobiliario ya que multitud de grupos de chicos trajeados y chicas de gala
debatían sus animadas charlas con los vasos en la mano. En un rincón había una
pequeña barra donde estaba mi amigo Marianico, al que saludé y presenté a
Mariola y otro chico
que
había visto alguna vez, sirviendo bebidas y ganándose unas pesetillas. La cochera
estaba abarrotada aunque pocos bailaban. Invité a Mariola a un refresco y “
Noches de blanco satén” nos sedujo a bailar. Respiré su olor, entre el perfume,
en su cuello. Rocé su pelo rubio suave con mis labios. Me hundí, comentándole
algún absurdo, en el abismo dulce de sus ojos. Percibí sin acercarme el aroma
de su boca. Sentí la presión de su pecho despierto y nos abrazamos hasta arrugarnos
devolviéndonos susurrando entrecortadas palabras de amor. No pude evitarlo
porque ésta noche sólo era nuestra y aunque ya la había vivido me
comportaba como si la descubriese de nuevo. No podía cambiar nada porque no me
apetecía hacerlo y no podía mirar a otra porque esa noche sólo amé a Mariola en
sus esplendidos dieciocho años y hay
recuerdos grabados a fuego en el corazón.
Bailábamos
y no nos rodeaba nadie. La música descendía del cielo sólo para nosotros y era
noche en el jardín donde crujían las hojas al ritmo de nuestros pies en el
baile. Donde reflejaba la luna llena las
siluetas de nuestras sombras entre las hojas en el estanque y una ligera brisa tecleaba sonidos
que embriagaban nuestros corazones.
Unimos nuestros labios hasta el último
acorde cortando como un hacha “ My Baby left me” nuestro sueño. Mis ojos volvieron
a la fiesta y en uno de los giros se detuvieron en los azules de María Teresa que desde un ángulo no nos
perdía detalle. Respiré hondo su hermosura pero hoy no era importante.
- No me importa si
quieres estar con ella – me dijo Mariola al notarme algo abstraído
- Ésta noche sólo es nuestra
– dije besándola de nuevo – no la cambiaría por nada
Bailamos
solos, entre la multitud, hasta caer rendidos.
Como dos enamorados salimos de allí a dar un paseo sin alejarnos.
Reconocía a través del vestido azul cada
tesoro de su piel sumergida. Recordaba cada gesto aún no desatado cuando le
hacía el amor y así en ella buceaba alejándome de las palabras y gestos que me
ofrecía hacía todo lo que sabía darme.
- Nunca olvidaré esta
noche – me dijo susurrándome al oído – venía muy preparada para no llorar ocurriese
lo que ocurriese y creo que no voy a poder evitarlo
- No puedo decirte que
sea una sorpresa para mí pero sí que ha
sido un sueño. Aquel día que no olvidaré contuvo el deseo de abrazarte y
besarte como hoy he hecho
Nos
sentamos en un banco del paseo “Las Palmeras” por donde aún paseaban bastantes
personas aunque era cerca de medianoche. Apreté su hombro y apoyó la cabeza en
el mío.
- ¿Sabes? – le dije – a
partir de hoy no importaría lo que hiciésemos porque no podríamos mejorar nada.
Todo fue muy hermoso y emotivo. Cerré tras de ti todas las puertas y nada de
fuera tuvo sentido
- Si todo esto fuese real
podría cambiar la situación que te oprime tomando una distinta dirección nuestra vida. No me importa ser maestra o
cualquier otra cosa, vivir aquí o donde tú quieras. Estaría en casa, cuidaría a
los niños, esperaría cada día tu regreso
- No tendremos hijos.
Tuviste un problema después de un aborto
- Bueno, no me importa
- ¿Y tú, después de lo
que te dije, qué piensas de mí? – sentía por dentro ganas de odiarme – no me
perdono el decírtelo
- Un amor como me cuentas
no puede destruirlo una ilusión. Estoy segura. Creo que la mejor manera ya que
estás aquí es que lo descubras por ti mismo. Acércate a ella y piensa en mí
sólo como una amiga – sonrió ocultando su dolor – ¡pero no pienses que voy a
alejarme! – rió - te visitaré durante
este verano todas las tardes y te animaré a pintar y escribir
- Me gustaría pintarte
- Trato hecho – me
ofreció la mano pero después de unir las
miradas nos besamos arrojándonos en la
oscuridad del abismo del tiempo.
La acerqué a su casa. Después, no sé por qué,
volví a la fiesta con unas ganas locas de emborracharme.
////////////////////////////////////
Siento que he liberado el
caos. Tiñe de gris mi vida transparente y me refugio tras su manto. De repente
siento necesidad de hablar y comunicarme con la mujer que ha unido su vida a la
mía y no me merezco. Dejo de escribir y desde la cristalera del salón observo
sus movimientos entre las flores sin dejar de ver sus gestos en la ficción de
la novela amándome a pesar de todo.
Me sonrió al notar que la
miraba y me animó a bajar. Disfruté de su charla sobre sus flores y vi en su madurez a esa niña de dieciocho
años que hacía un momento había amado entre mis dudas y la levanté de su tarea para besarla ante su extrañeza.
- Perdóname, Mariola. Dime que me perdonas
- ¿Pero... por qué, qué ocurre?
- No voy a explicártelo. Sólo dime si me perdonas
- De acuerdo – fingió ponerse seria y levantó la palma
de su mano derecha – yo te perdono de cualquier culpa sobre cualquier cosa.
¿Contento? – sonrió
- Gracias, cariño. Te quiero
Frenó un nuevo beso con un
dedo en mis labios.
- No quiero ser indiscreta pero deberías explicármelo,
¿No crees?
- No te preocupes. Pronto lo haré
//////////////////////////////////////
Pasa
por mi mente un año. Un año insulso donde no me detengo en nada relevante. Ha
sido impuesto y yo obedezco sin ahondar en sus oscuros entresijos. Vuelve a ser
agosto, varios días tras la fiesta, un año después.
Disfrutaba
de mi trabajo aunque los días resultaban interminables hasta el ansiado fin de
semana.
Acababa
demasiado tarde y cansado para intentar acercarme a María Teresa y dedicaba el
ocio a dar alguna vuelta con mis amigos, normalmente a emborracharnos y a
acabar manoseando a alguna chica del grupo, también a escribir algún poema y
sobre todo, en las visitas esporádicas de Mariola, a trazar los primeros
bocetos para su cuadro. Nos acompañaba mi hermana a veces y se hicieron buenas
amigas. Mariola se comportaba muy discreta conmigo y no volvimos a besarnos
desde la fiesta. Tampoco cambió su gesto cuando le dije que lo intentaría con
María Teresa el sábado por la tarde.
El
sábado llegué sobre las cinco y preferí sentarme a esperarla en la pared baja
de la plaza frente a su casa. Recorrí la fachada descuidada de dos plantas y me
asombré sabiendo que resistió bien el paso del tiempo sin ninguna reforma hasta
centrarme en la oscuridad interior que me ofrecía la ventana de su habitación
esperando alguna leve sombra de su silueta que me ayudase a respirar hondo los
nervios y la incertidumbre. Fue sobre las seis cuando se acercó a la ventana y al asomarse advirtió extrañada
mi presencia.
Salió
sobre las siete, sin mirarme y tuve que frenar su huida.
- ¡Espera! – me levanté
de un salto y salí tras ella hasta ponerme a su altura - ¡Hola!
- ¡Hola! – balbuceó la
voz añorada que hablaba a mis sueños - ¿Qué haces aquí?
- Quería hablarte – me
alteraba su presencia, no podía evitarlo
- ¿Hablarme, sobre qué? –
cerró su puerta en mis narices y su voz era ahora firme y seca
- No sé, hablarte, no hemos
hablado a solas desde aquel día que huiste de mí, ¿recuerdas? – miraba sus
pasos y continué hablando luchando con mis nervios
- Claro que lo recuerdo y
qué
- Quiero recuperar todo
el tiempo perdido. Todo lo que no hemos hecho juntos, las palabras que no nos
hemos dicho
- No te entiendo,
Agustín, no sé que me estás queriendo decir
- Lucho por recuperar mis
deseos. Todos los que no supe ver a
tiempo
- ¿Quieres recuperar en
mí a un deseo? – dijo con gesto de incredulidad - ¿Es eso?
- No lo entiendes. Quiero
conocerte, saber cómo eres y volver a ser tu amigo como lo fuimos hace tiempo
- ¡Eres un idiota – al
fin liberó a su furia contenida -
¡escucha, te besas con otra chica y ahora me buscas a mí! ¿A qué estás
jugando, Agustín?. ¡Son demasiado serios los sentimientos para no tenerles un
mínimo respeto!
- Esa chica es mi mujer,
llevamos casados dieciséis años. Puedo explicártelo todo. Desde el principio
- ¡Está rematadamente
loco! – gritó y la gente que pasaba se volvía a mirarnos
- Vengo desde muy lejos
para estar contigo – su reacción de sorpresa la hizo detenerse – De otro tiempo
- Ignoraba que estuvieses
mal de la cabeza – dijo ya sin contener
su enfado - ¡Eres un idiota! – mezclaba ahora la rabia y la resignación – aún
no me has dicho nada que deseara oír
- Quiero conocerte, deseo
amarte y saber en qué sería distinta mi vida a tu lado
- ¡No sé qué gilipollez me estás contando! – dijo en
tono grave para reponerse en su armadura
y gritarme como una loca - ¡yo no quiero amar a nadie, no puedo amar a nadie! –
quiso marcharse pero no la dejé
- No dejaré que te vayas
otra vez
- No tenemos nada de qué
hablar
- Tenemos muchísimo,
María Teresa – intenté calmarla – por favor, sigamos paseando. No pierdes nada
escuchándome
- De acuerdo. No me
importará escuchar idioteces que sirvan para destruir una imagen que ocupa un lugar inútil
- Puedes confiarme lo que
te ocurre. Soy tu mejor amigo, aquel niño del Instituto y éste hombre maduro
que ahora no ves en mí
- No te adelantes en el
tiempo. El futuro aún habrá que escribirlo
- Es presente y pasado lo
que vivo ahora
- Yo sólo veo una vida
que odio y una persona que apreciaba y huyó de mí
- ¿Fuiste tú...? – dije
sorprendido
- Podrías haber sido algo
en la vida. Me dejaste sola, me abandonaste
- Yo nunca te he
abandonado
- No podía animarte a ser
un fracasado – me miró mostrándome toda su rabia
- Me mira tu ira y no tu corazón. Ahora soy feliz porque hago
lo que me gusta, algo sin una puerta cerrada que me impida moverme
- Todos somos presos de
nuestros errores. Nadie es libre en ninguna circunstancia. Ni tú, ni yo, ni
nadie que conozca
- No me negarás que
escogerías un espacio abierto antes que estar atada con cadenas. Yo sé lo que
es estar atado. Soy maestro como lo serás tú. Damos clase en un colegio que aún
no han construido, cerca de la carretera, a diez minutos a pie hasta mi casa.
Una bonita casa que construimos Mariola y yo antes de casarnos. Mi trabajo y mi
casa son mis cadenas, tú la esperanza de librarme de ellas – me escuchaba
atónita y aturdida pero imponiéndose su interés entre lo que creía absurdo
- ¿Quieres explicarme en
serio qué ocurre?, no te creo un enfermo – bajó al fin los brazos vencida –
cuéntamelo todo y te juro que no me reiré
- Estoy escribiendo una
novela y he vuelto a mi pasado a recuperar un sueño. Soy como deseo porque siempre
quise construir algo que pudiera verse y tocarse, crearlo a mi propia
personalidad a pesar del proyecto de
otro. Siempre deseé escribir y pintar pero estudiar no me dejaba tiempo. Ahora
que conseguí en mi vida todo siento que no tengo nada. Tengo un trabajo cómodo
y estable, tengo dinero, una casa, una mujer a la que amo con toda mi alma y siento que no tengo nada. Estoy vacío por
dentro. Te tengo a ti como amiga y compartimos nuestra soledad encerrando el deseo tras una muralla que día a
día se derrumba.. Te amé en el
instituto y te amo a tus treinta y nueve años. Por eso
he vuelto a amarte todo el tiempo
que te he perdido
- Es demasiado tarde
– su vista vagaba perdida, incapaz de
mirarme
- Creo que no lo entiendes.
No puede ser demasiado tarde, no tengo nada, no soy nada de lo que fui, ni
siquiera estoy casado
- Debes creerme – dijo
secando alguna lágrima – yo estoy destinada a estar sola. No puedo enamorarme
de nadie, ni casarme con nadie
- ¿Pero, por qué? – le
cogí la cara y se resistía
- Porque no deseo mentir.
Ya te dije que todos somos presos de nuestros errores y yo no cobijaré el
mío en nadie, ni siquiera en ti
- Confía en mí
- No puedo. Déjame sola,
por favor. ¡Márchate!
Huí
a mi casa. Descargué mi rabia en el aire, también en un lienzo que coloqué en
el caballete. Mi mirada era un relámpago que caía por una zigzagueante carretera descendente de un claro día hacia
el núcleo de una tormenta.
//////////////////////////////
- ¿Preparo la cena? – dijo Mariola despertándome de mi
hipnosis.
Miré el reloj y eran casi las
nueve.
- Te ayudo – contesté cerrando el portátil y levantándome de un salto para estirar las piernas
- Has estado más de dos horas sin moverte. ¡No sé como
puedes!
- Escribir es como soñar, trabaja la mente con el cuerpo
dormido..., salvo las manos
- Me tienes intrigada. Ésta fiebre repentina que te ha
dado no es lógica – ironizaba pero pinchaba con una aguja
- A lo mejor los cuarenta obligan a cerrar la puerta con
una única llave
- Esa llave de tu secreta novela...
- ¡No seas tonta!. No es que quiera ocultarte algo sino
que aún no sé cómo contártelo. Es un boceto, que tal vez continúe, tal vez
nunca vea la luz, no sé...
- Podría ayudarte si te sirve mi opinión – dijo abriendo el frigorífico y pensando en la cena
- ¿Tortilla de jamón?
- ¿Eh?, sí – respondí dispuesto a ayudarla mientras pensaba que quizá, con matices, no
fuese mala idea. Busqué palabras inocentes en los límites obviando mi tormento
- puedo decirte que estoy redescribiendo el pasado
- ¿Biográfica? . Pásame los huevos y la sal
- Sí. Es la biografía de mis sueños y mis deseos
- ¿Yo soy tu cruda realidad? – sonrió temiendo mi
respuesta - ¿me encerraste para que nadie supiera de mi?
- Tú luchas con uñas y dientes por lo que quieres a pesar
de la aparente candidez
- Soy pacífica
pero me transformaría ante una amenaza – dijo con aparente calma –
podría convertirme cándidamente Jack el destripador – se acercó para darme un
mordisco en la cara y después un beso – debes ponerme al corriente, es tu
obligación. ¡ No puedes tenerme en ascuas! – ahora me miraba como una gatita –
no se lo contaré a nadie. Puedo jurártelo
- Humm..., a ver…, tienes treinta y siete años, eres
maestra, estás casada, y parece que enamorada aún – sonreí la ironía - ¡seguro
de eso, tus ojos te delatan!. Humm... vives en una bonita casa, no necesitas
dinero, te aman tus flores y no parece importarte el tamaño del jardín, tampoco
el de la casa que parece suficiente,
tampoco parece importarte que en tu
trabajo seas como el encargado de una noria, habituado a ver pasar caras nuevas
en tu vida inamovible. Tampoco parece importarte la edad que día a día destruye tu
figura...
- No creas que
eso lo engloba todo... – se puso seria – todo eso es lo superficial
- Vivimos en un balcón privilegiado y la vida pasea allá
abajo su incertidumbre. Nosotros envejecemos de brazos cruzados
- Me duele que pienses así. No sabía que dudases del
sentido de tu vida.¡Escucha, nadie nos ayudo a estudiar ni ha dado un paso por
nosotros!. Yo perdí a mis padres siendo niña, me quedé sola en casa de mi tía
con doce años y no me fue fácil convivir entre mis primos, ya lo sabes. Desde
niña me enamoré de ti y te seguí buscando el amor que nadie sabía darme. Fui
muy feliz cuando me quedé embarazada y me hundí cuando se malogró. Nada ha sido
fácil. Todos tenemos en nuestra vida un lado feliz y mucho de qué lamentarnos
- No niego que soy feliz, es más, creo que demasiado
- Eso no puede ser cierto porque nadie es demasiado
feliz
- ¿Tú no lo eres? – dije pisando terreno cenagoso
- Sufro de ver cómo has cambiado. Me haces ver que todo
está como siempre pero es obvia la tristeza que ocultas
La cena estaba lista y lo
recogimos todo para llevarlo a la mesa del salón donde curiosamente estaba el televisor apagado.
- Creo – continuó – que deberías rellenar el vacío de tu
tiempo libre con alguna afición que te relacione con otras personas. Recuerdo
que te gustaba pintar, no sé, piensa, piensa en algo, porque escribir una
novela con el tema que me dices no creo que sea lo más adecuado para tu estado
de animo
- Me encuentro bien y es lo que quiero ahora. No me
importa el daño que pueda hacerme – descargué injusta rabia en mis palabras
- Ya veo lo que te importo. Eres injusto conmigo – tenía
razón en irritarse - ¿por qué no me dices de una vez lo que te ocurre?
-
Es difícil de explicar. Simple y muy
complicado
- ¿Es otra mujer? – dijo arrojando los cubiertos sobre
la mesa - ¿Di, es eso?- continuó ante mi silencio - ¿Esa solterona, ese loro
insoportable?, ¿Hay algo entre vosotros, dime?. ¡Agustín, mírame, no soporto tu silencio!
- No hay nada entre María Teresa y yo. Ese no es el
problema – balbuceé con la mirada perdida
- ¡Te exijo que me lo digas! – dijo gritando como nunca
había hecho
- Pero no ahora. Necesito terminar mi novela y con ella
espero que acabe mi pesadilla. Tranquilízate, por favor, no me ayuda tu actitud que comprendo – no
podía decirle nada porque entonces sería incapaz de continuar escribiendo y el
ansia me cegaba, ese ansia irresponsable que preguntó por mi: Hay algo que no
recuerdo de la etapa de la universidad. Tú estuviste en Granada aunque tres
años después que María Teresa – se irritó más si cabe al oír su nombre -
¿recuerdas algo que le ocurriera, algún desengaño grave con algún chico...?
- Claro. Toda la ciudad lo sabe – se levantó bruscamente
sin terminar la cena, conectó el televisor y se sentó en su sillón. Desde allí
dijo con rabia – tuvo una relación con un profesor casado, ¿No lo sabías?
Sentí que me tragaba la
tierra, ¿cómo iba a saberlo?. Tengo unos tíos en Sevilla y mi madre se empeñó
que fuese allí a la universidad y alojarme con ellos. En esos años solo veía y
hablaba a los libros, vivía en mi mundo, sin noticias del mundo exterior.
////////////////////////////
María
Teresa dudó si volver a entrar a su casa al verme esperarla, el domingo
por la tarde.
- Eres un pesado – dijo
airada – no quiero volver a hablar contigo
- Perdóname. No habría
venido de no ser importante. Si quieres nos sentamos en la plaza
- No. He quedado con una
amiga y es tarde
- Bueno, te acompaño –
hoy ni siquiera reparé en su aspecto y temía las respuestas que podría darme
- ¿Qué es tan importante?
– a veces sabía ponerse inexpugnable
- Me...me he enterado de
lo que te ocurrió en Granada
- ¿Sí?, ¡qué sorpresa!.
¿Todo el mundo lo sabe menos tú?
- No lo sabía y quiero
que sepas como lo siento
- Vives en otro mundo y
ya ves que el mío no te conviene
- De eso quería hablarte.
No me importa lo que haya ocurrido. No puedes amargar toda una vida...
- No estoy amargada
aunque sí muy dolida
- Yo te quiero y un error
no moverá eso – dije firme y decidido
- ¡Eres un idiota y no entiendes nada! – creo que por primera
vez la vi llorar – no ha sido ningún error, yo le quiero. Se llama Marcos
¿sabes? Y le quiero, le quiero con toda mi alma, le quiero, y le quiero a él,
¿sabes? - cubrió la cara con sus manos y frenó sus pasos para llorar en mi pecho. Yo aturdido la abracé
sin saber qué decirle. Se calmó y continuó – Yo te aprecio, Agustín. Hubo un
tiempo que me hubiese arrojado a tus brazos con solo acercarte pero apareció
Marcos cuando me sentía más sola para arrancarme todo el amor que te guardaba a
ti. Ahora todo está con él
- ¿Y por qué no...?
- Han ocurrido demasiadas
cosas, además tiene hijos, posición, una mujer agradable, una vida estable...
- Yo sé algo de eso –
dije reconociéndome
- Mi familia ha sido mi
verdugo – dijo como una sentencia
- Es lógico que se hayan
opuesto
- Te diré algo que nadie
sabe – apretó mi mano temblorosa y
recordé otros tiempos – es algo muy fuerte
- Puedes confiar en mí,
ya lo sabes
- Me quedé embarazada y
tuve…, tuve un niño - balbuceó
- ¡Vaya, pero...! – bajé
los brazos; cayeron como una estructura de naipes
- Durante el embarazo
estuve encerrada en mi casa todo el tiempo asistiéndome un familiar que es
médico. Nadie supo nada porque mi madre inventó un viaje a la casa de mis tíos
en Málaga por motivos de salud. Nadie en la ciudad sabe nada, ni siquiera
Marcos al que se enfrentaron para que me olvidara. Tuve el niño en mi casa. Me
lo arrancaron sin poder abrazarlo – volvió a llorar desconsolada refugiándose
en mí – después me dijeron que había muerto, ¡Dios!, no sé qué pasó, si vive,
si está enterrado en alguna parte…
- Cómo podía imaginar...
nunca me dijiste nada…, nadie me dijo… – susurré con incredulidad rescatando gestos y detalles
inapreciables en el tiempo
- Nadie sabe… – despegó
la cara de mi pecho y el maquillaje corría sus mejillas pero se sobrepuso con
rabia – ¡Óyeme!, debes centrarte en esa
chica y casarte con ella. No puedes cambiar tu destino, idiota
- Ya estoy casado con
ella. He vuelto para quererte a ti y no me importa si has tenido un hijo o diez.
Le buscaremos y formaremos una familia
- Siempre seré tu mejor
amiga. Acepta eso
- No es suficiente
- No puedo amarte porque
amo al padre de mi hijo. Es más fuerte que yo. Nunca amaré a nadie. Lo siento.
¿Pero por qué te cuesta entenderlo?
- Te quedarás soltera...
- Me alegra saber que
estarás cerca de mi – besó débilmente mis labios como despedida
Me
quedé mirando su caminar tambaleante paso a paso desde la luz, atenuándose,
hacia la oscuridad absoluta.
Asomé,
entonces, la cabeza por la alcantarilla
de mis sueños a una calle solitaria de mi ciudad, una calle oscura y triste, y
paseé por ella sintiéndome vacío, impotente, terriblemente vacío e impotente.
Volví
a mi casa irritado, con ganas de enfrentarme a todo, pero mi madre y mi hermana
no me dieron ningún motivo y subí veloz a mi cuarto.
Repasé
algunos rasgos del lienzo de Mariola pero ante el temor por mis nervios de
estropearlo preferí alumbrar un poema que nació casi ilegible
entre tachaduras:
Libres
y atrapados,
inocentes
y presos.
Somos libres y estamos
atrapados,
somos inocentes y
estamos condenados.
Libres
y atrapados,
inocentes
y presos
Pasaba
a limpio el poema cuando oí a mi madre gritar mi nombre. Venía Mariola a visitarme. Como siempre hundía mi
tristeza y sacaba a flote lo bueno de mí.
- ¡Estás preciosa! – no
mentía ni era reiterativo al repetírselo
- No seas tonto
- Sabes que es verdad –
doblé la hoja con el poema para guardarla en un bolsillo
- ¿Qué es eso, puedo
verlo?
- Es un poema a medio
hacer, una bobada
- Estás triste, ¿qué ha
ocurrido?
- No deseo hablar de eso
ahora. Prefiero estar contigo, continuar el cuadro si quieres, besarte si me
dejas...
- Uno inocente – se acercó a besarme en la cara -
Debes definir la situación antes de...
- Estoy en un callejón
sin salida, sin ninguna esperanza. Es más, dudo si la podré querer como te
quiero a ti. Es distinto, son otras sensaciones, otro mundo, nada que pueda
afrontar
- Creo que no debo aconsejarte
nada
- Ahora que el aire me
asfixia y el dolor me hace retorcerme siento que me acerco más a ti y a la vida
que no deseo
- Los deseos son a veces
irrealizables, como los sueños
///////////////////////
Desperté tarde y Mariola ya
se había levantado. No nos habíamos rozado esta noche y adivinaba su enfado. Me
sentía ruin y un farsante sin argumentos para calmarme. No tenía ningún derecho
a arrastrarla a esta farsa y jugar con ella como si fuera su amo. La amaba y
podía perderla. Creo que en este momento de vaivén mental aceptaría pensar que
estoy enfermo, tal vez deprimido, depresivo o hundido que es igual a enfermo,
un hombrecillo acomodado y aburrido manipulando el mundo real, irreal a su conveniencia. Golpeaba mi cabeza en un
muro invisible pidiendo a gritos una puerta hacia un camino de luz y armonía
que me hiciese mantener viva la llama en mis cenizas dispersas. Había llegado
al final y sólo podía regresar a encontrarme a mí mismo, a saber qué podía
recuperar para ver diáfano mi horizonte, derruir el muro y caminar amando algo
desconocido que me haga volver a soñar, a volver a amar todo lo que tengo y escapa herido de mis manos. Me extraño de
verme llorar pero estoy llorando, huyen mis lágrimas y no deseo frenarlas, creo
que es la primera vez que me apetece llorar y lloro con ira, con una rabia que me obliga desgarradamente a llorar, como
un imbécil, como un niño que necesita el calor de unos brazos para calmarse y
grito con mis brazos abiertos llamando a Mariola, llamando a su imagen que se
aleja de mí diluyéndose sin importarle
mi llanto.
- ¿Qué te pasa, qué ocurre, Agustín? – se acercó a la
cama a mis gritos con angustia
- ¡Abrázame, abrázame, abrázame!, ¡no te vayas, no te
vayas! – no sabía lo que ocurría, lo que decía pero sí lo que quería,
abrazarla, abrazarla hasta hacerle daño
Provocamos un silencio grato hasta que logré calmarme.
Nada era lo mismo robándole calor, embriagándome su olor, mirando en mis ojos
sus ojos y quedé atrapado e indefenso como un bebé prematuro que abraza la
vida.
Me relajó una ducha muy caliente y la visión
del paisaje desde la cristalera, un día gris y gélido que cubría el verde de un
manto de escarcha y ofrecía en la carretera un mar embravecido para algún
navegante solitario.
Entonces , como no recordaba desde
hacía tiempo amé una compañía, una situación, un lugar para sentir lástima de
la parte de mí que resistía lejos acunando el tiempo para amar una quimera.
Se acercó Mariola a la
cristalera buscando mi mirada en la lejanía, reconociendo el motivo de la
abstracción y desde el vértice del
horizonte ofrecerme en su mano el silencio de sus palabras para traerme
delicadamente de regreso a casa.
Unimos al fin las miradas
para descubrirnos, como hacía tiempo, por primera vez.
////////////////////////
Mariola
se fue a las nueve. Demasiado pronto, hoy que estaba disfrutando de su figura
en la postura para el lienzo, de sus
ojos brillosos que seguían todos mis gestos y movimientos porque su tía estaba
enferma y se sentía intranquila. Se despidió con un leve abrazo y un beso en la
cara a pesar de mi forcejeo porque así, dijo, se deben despedir los buenos
amigos. No importa ya que en mi vida tengo muy presentes sus labios y sé
esperar. Bajo con ella y se despide de mi madre y mi hermana que hacían piña
frente al televisor para volver a
abducirse a él, sin hacerme ningún caso.
No
sé qué me pasa esta noche, no estoy mal pero no me apetece quedarme. Me cambio
de ropa y salgo a la calle a dar una vuelta. Es algo tarde para buscar a los
amigos que no tienen un lugar fijo de reunión y desisto de buscarlos. Creo que
me apetece beber algo y me dirijo con mi SIMCA 1200 a la cafetería que está
frente al paseo “las Palmeras” y del mismo nombre a pesar de que está muy lejos
de mi casa. No sé por qué siempre voy allí, puede que me guste el ambiente, el
trato correcto de Antonio, el dueño del local y influya en su justo termino
María, la menuda pero muy atractiva y simpática camarera. Lo cierto es que la
visito a diario para tomar café antes de dirigirme al trabajo y aunque es algo
caro emborracharse más de una vez con mi grupo de amigos la he visto moverse
como en un terremoto. Está abarrotada de gente y saludo a algunos conocidos.
Retransmiten un partido de fútbol, Real Madrid y Albacete y por la fiesta no
hace falta preguntar el resultado. Murmuran mis labios a María que pronto
regresa a mi rincón apretado en la barra con un vaso y la botella de Dyc.
Se
acerca Antonio al verme y me saluda.
- Quería verte, Agustín.
Tenemos que hablar. ¿Puedes esperar?
No
tenía prisa. Me apetecía estar observando a la gente desnudando sus estados de
ánimo sin pensar en nada mío. Esta noche neutra no movía el pensamiento hacia
ninguna dirección que me hiciese estar
triste o alegre por nadie y entre vaso y vaso de whisky encontré ese remanso de
paz que ahoga la voluntad y reflota la alegría.
Volaron en la mente las horas y sobre las doce
se acercó Antonio con un proyecto de obras.
- Hemos comprado un local
en la plaza “ Los Cisnes”para una nueva cafetería. Me gustaría que estudies el
proyecto para presupuestarlo
- De acuerdo. Gracias,
Antonio
La
semana transcurría en el trabajo con normalidad, era monótono lo que me
permitía pensar, quizá demasiado, en esa situación a la que debía enfrentarme.
Comenzó a obsesionarme la idea que
martilleaba mi cabeza sin compasión, tal vez una locura pero no podía dejar a
María Teresa a su suerte como un animal abandonado y apaleado.
Mariola
me visitó el miércoles y pensé que debía aconsejarme. A su presencia de nuevo,
como en un hechizo, golpeaban su techo mis emociones.
- Debes darte prisa – me
dijo diligente tras el saludo militar buscando la postura archisabida – dentro
de dos semanas empieza el curso y me gustaría verlo terminado
- Está casi acabado. Unos
ligeros retoques y podrás verlo
- ¡Eres un golfo!. Me
obligas a estar como una estatua y no es necesario – puso gesto de enfado
inocente
- Es muy necesario para
mi porque disfruto mirándote – me reí de ver sus mohines – ¡no, mujer, es
broma!. Continúa sin moverte – me miraba incrédula – es por las sombras de la
cara, en serio
- De acuerdo, un ratito más
pero no te rías de mí
- Está quedando muy bien
– puse gesto de artista satisfecho – El fondo es perfecto. Me he decantado por
una cristalera que ofrece la visión de un jardín muy cuidado en un pequeño
invernadero exagonal, una valla baja de
piedra, cerca de la casa una carretera solitaria y a lo lejos un cerro
que resalta entre un manto de olivos. Estas sentada y me miras, llevas puesto
el vestido azul de la fiesta, todo perfecto salvo tu cara...
- ¿Qué le pasa a mi cara?
- Sencillamente que no se
te parece – la miré con gesto serio – lo he intentado todo y ahora creo ver la
cara de mi hermana o de una vecina que creo que conoces...
- ¡Qué tonto eres! – se
levantó de un salto y se puso a mi lado para verlo - ¡Qué pedazo de monstruo! –
era incapaz de cerrar la boca – ¡Parece una fotografía!. ¡Alucino contigo,
Agustín!
- ¿Merezco al fin un
beso?
- Pero sólo por el cuadro
– el débil amago lo tomé como un insulto y podríamos haber ganado una apuesta.
Al fin pudo despegarse de mi - ¡No está bien, Agustín, sólo somos amigos!
- Siento decirte que no
podrás librarte nunca de mí., que tendrás que llevar esa carga
- Intentaré soportarla –
rió pero frenó mi gesto de abrazarla – aunque creo que antes deberías
explicarme algo
- ¿La situación? – caí a
una silla abatido – mi viaje al pasado es como una apisonadora que sólo me ha permitido reparar algunos
trozos, nada gratificante. Tampoco logro
ser distinto porque todas estas tendencias, esos impulsos son parte de mí.
Podría hacerlo todo en mi vida si tuviese interés, sólo con un cambio de
actitud. Y inamovible el amor y me alegro de haber vuelto a comprobarlo
- ¿Y predomina el color
negro?, porque en la vida hay otros colores
- Bueno, ya sabes que soy
capricornio – sabía a lo que se refería - . ¿Lo dices por mis poemas?
- Me dan rabia porque en
ellos está lo que no me gusta de ti. Abres heridas y las dejas a su suerte
- No todos son así
- Pero se diluyen. Leer
“mujer de ojos tristes” asola todo lo que se ha leído antes
- ¿Por qué ese en
particular?
- Da igual, es sólo un
ejemplo. “Mira, busca tu profunda tristeza/ lo más triste, otros seres/ a los
que asfixia el dolor/ para llorar amarga y doblemente/ nadie repare tu
hermosura/ y no exista en el mundo/ ningún consuelo”. ¡Es terrible, Agustín!,
¿Quién puede identificarse con semejante poema?
- No nació al azar y esos
ojos existen aunque su aspecto manifestaba normalidad. ¿Quién?, qué importa. Lo
escribí como repulsa al dolor como refugio o paraíso
- De todos modos prefiero
la poesía que eleva el alma y no la que la hunde
- Fui sincero al
escribirlo y siento que no te guste
- No es cierto. No es que
no me guste sino que odio verte así
- Sería incapaz de
escribir ahora algo así si te sirve de consuelo
- ¡Óyeme! – me levantaron
de la silla sus palabras de ánimo - ¡Quiero verte reír y reír contigo, que seas
feliz y serlo contigo, que el amor sea más fuerte que el dolor!
- Puedo repetirte todo lo
que ya sabes – abracé en ella todo lo que en ese momento podía ofrecerle
- No hace falta. Sellemos
con un beso el final de una amistad absurda
No
nos importó la llegada de mi hermana que tampoco se sorprendió al vernos.
///////////////////////
“Ni un leve gesto, halito de vida” como
arrancaba uno de mis poemas en la expresión de Mariola deslizando páginas en la
pantalla del portátil que parecían caer como hojas secas huyendo a la indefensión
y el olvido.
No pestañeó al llegar al
final que era este mismo instante.
- ¿Estás pensando lo que creo que estás pensando? – dijo
al fin tras un leve silencio que me pareció irrespirable
- Sí y estoy decidido, pero no debe ser real para que no
arrastre ninguna consecuencia
- ¿Y a qué esperas para continuar escribiendo?. Yo prepararé la cena – besó mi
frente al levantarse y respiré aliviado
///////////////////////////
Tenía frente a mí la casa. Miré atrás para ver el serpenteante sendero elevado entre abismos que iluminaba una tenebrosa luna llena
y al enfrentarme de nuevo a la visión de la fachada ennegrecida y a la
débil luz de una ventana entre cortinas
de telarañas temblé como un niño. Recordé la cara de la bruja y desperté mis
argumentos para atacarla desprevenida antes de que me convirtiera en un sapo, ¿por qué no en
príncipe?, al fin sonreí, me acerqué a la puerta decidido y levanté el puño de
acero para golpearlo como si la bola sufridora fuese su cabeza.
Tardó en abrir y intentó, al verme, cerrar la
puerta pero mi pie se lo impidió.
- Mi hija está en la
universidad. ¿Qué quiere?
- Hablar con usted
- Con usted no tengo nada
de qué hablar
- Si no me deja entrar
gritaré a la ciudad que María Teresa tuvo un hijo – lo dije bajando el tono e
intentando esquivar los puñales de sus ojos
Cedió
en su empuje y me abrió la puerta, mirando antes de cerrarla, si alguien había visto u
oído algo. Me condujo a una salita y me invitó a sentarme.
- ¿Qué sabe usted?
- Sé todo lo que ocurrió
– dije firme, intentando dominar la situación
- ¿Puede decirme qué hay
entre usted y mi hija? – su tono educado era un jarro de agua fría a mi batalla
preparada
- Sólo amistad. Entre su
hija y yo siempre habrá una hermosa amistad y no aspiro a otra cosa, puede
creerme
- ¿Y qué derecho tiene
usted para presentarse ante mí y con qué propósito?
- El derecho a la
felicidad de su hija
- Ese sentimiento no fue
posible
- En ese hijo estaba el
fruto de ese sentimiento y para su hija
hubiera sido suficiente
- Mi hija se enamorará de
alguien que la hará feliz y lo olvidará todo
- Quiero saber qué fue de
ese niño – volví a un tono frío, amenazante
- Ese niño murió
- No es cierto. Sé que
vive
- Ese niño murió – se
levantó muy enfadada – y ahora váyase o me obligará a llamar a alguien
- No logrará doblegarme.
Estoy dispuesto a todo, a visitar a Marcos si es preciso – en su gesto la vi
decidida a echarme – por favor, no se
altere, déjeme explicarle. Mi intención no es decírselo a su hija, puedo
jurarle por lo más sagrado que guardaré el secreto veinte largos años, y si
ella rehace su vida y forma una familia no lo sabrá nunca
- No le entiendo a usted.
¿Por qué veinte años?
- Sólo si vive sola, si
vive una vida solitaria aferrada a los recuerdos será mi derecho decírselo
- Me confunde usted. Una
amistad no parece motivo suficiente
- Me siento culpable,
señora. Amé a su hija, me alejé de ella y me siento culpable de todo esto. Yo
encontré el amor y ella desgraciadamente a la persona equivocada. Usted ya es
mayor y no tiene ningún derecho a llevarse su secreto a la tumba
- Su recuerdo hiere mi
corazón – susurró frenado alguna lágrima – …nadie sabe nada y sin embargo me
siguen voces y sombras. Creo que voy a volverme loca. La carga me hunde, no
puedo soportarla, es demasiado pesada, no puedo estirar de ella yo sola… –
dirigió sus ojos húmedos fijamente hacia mí - Debe jurarme...
- Se lo juro, señora. Le
doy mi palabra. Veinte años de silencio, pase lo que pase
Se
quedó un instante dudosa pero algo la empujaba en su interior. Habló
pausadamente, me pareció que desde muy hondo:
- Sufro desde entonces la
frialdad de mi hija. No me habla ni me cuenta nada. Somos dos extrañas
condenadas a vivir bajo el mismo techo pero es el justo castigo
- ¿Qué ocurrió con el
niño? – estaba impaciente y no podía
evitarlo
- Nació una niña, una
niña preciosa, rubita; pesó casi cuatro kilos y nació sana y briosa, con unos
hermosos ojos azules…
- Como los de su madre –
susurré y grité: ¿Y bien, qué fue de ella, qué hizo con esa niña?
- Esa
hermosa criatura – continuó entre sollozos – es la única hija de un matrimonio
amigo de mi hermano. Viven en Hornos y
perdieron el hijo que esperaban; la asistió mi hermano y nadie se enteró de la
muerte ni del cambio
- ¡Dígame el nombre de
ese amigo! – grité ansioso
- Recuerdo sólo el apodo.
Siempre que se refería a él le llamaba “Lechuga”. Sé que tiene una tienda de
comestibles y …, ya es suficiente, ¡por favor, márchese!, ya es suficiente, por
favor, ya es suficiente…. ¡márchese, márchese!
////////////////////////
Mostré las nuevas páginas a
Mariola y se sentó cómodamente a leerlas mientras yo calentaba la cena en el
microondas.
- Hay más de cien kilómetros – me dijo con gesto de
satisfacción confirmándolo en un mapa –
iremos el próximo sábado
- Prefiero ir solo
- Nada de eso. Quiero ayudarte
Cenamos en silencio. Después
nos recostamos en el sofá, sin conectar el televisor, sin decirnos una sola
palabra.
Amaneció un día distinto. Yo
era un hombre nuevo y mi ansia me elevaba como si fuese volátil y no me pesase
el esfuerzo que antes me ahogaba. Mariola notó al despertarse mi cambio de
ánimo y disfrutó observándome. Me sentía feliz, algo que había olvidado.
Nada pasó inadvertido a María
Teresa al ver mi llegada a la escuela y me lo recordó al esperarme en la
salida. Hermosísima, como no podía verla de otra manera aunque ahora hurgaba en
su interior.
- No te reconozco, Agustín. ¿Eres tú?
- Espero que sí. Puedes tocarme si quieres
- Me alegra ver sentido en el brillo de tus ojos
- ¿Sí?, no me
había fijado
- ¡Tonto!, me parece que puedo hablarles con sinceridad
sin que parezca una proposición
- Es verdad, al fin he cambiado y sé lo que quiero.
También tengo muy claro la diferencia entre amor y amistad – paramos al llegar
al cruce de calles de direcciones divergentes
- No sabes cuanto me alegro por Mariola y también por mí
que me sentía incómoda. ¿Se lo debemos a tu novela?
- Soy incapaz de llamarla novela. Es algo irreal tan
real que no hay palabra que la defina
- No importa si sea lo que sea te ha mostrado la luz
- Tal vez sea vida como titulé un poemario apócrifo,
“Túnel hacia la luz”
- ¿Escribes poemas?
- Bueno, sí y no. Es largo de explicar. Puedo mostrarte
sólo uno que ha nacido en clase mientras estaban los chicos en el recreo. No es
el primero pero sí en mi vida real. Te lo mostraré. Lo he llamado “Elevación” –
saqué de un bolsillo una hoja arrugada.
Desde el puente observo
la bravía mocedad del río
y la senda luminosa
que me elevará a las montañas
abajo en el valle
mi vagar sombrío
y cayendo al oscuro abismo
derrotados y humillados, mis fantasmas.
- ¡Vaya, eres una caja de sorpresas! – cogió la hoja y
estirando las arrugas volvió a leerla varias veces, luego la guardó en el bolso
– me cuesta entender los poemas pero este es evidente. Bueno es tarde y debemos
separarnos. Dame un beso – me acercó la cara – me alegro de veras que seas feliz
- ¿Y tú como estás?, ni siquiera te he preguntado
- Estoy bien, no te preocupes por mí
- ¿Y tu madre? – se extrañó y recordé que nunca me había interesado por
ella
- Como una niña – buscaba en mis ojos el motivo de
la pregunta y la convenció la cortesía –
lucha por recuperarse de su segunda trombosis. Disparata y no me reconoce. Una
pena. Me ayuda una chica y lo llevo bien – me sonrió desde la profunda
resignación – bueno, hasta mañana
- Hasta mañana
Se giró varias veces al ver
que observaba, inmóvil, como se alejaba,
pensé que recorriendo los últimos pasos de su mundo cerrado de heridas
abiertas.
///////////////////////////////
Me
apetecía en estos días de tránsito regresar a hacer las maletas para
apropiarme, frenado el tiempo, de algún gesto, alguna imagen. La de mi madre
que aún no luchaba por sobrevivir a su enfermedad, firme en sus actos como una
roca – rellena de merengue – educando a su hijo rebelde y refugio equivocado de
mi hermana que quedó a la deriva tras su muerte. Redescribir
el resto de poemas de mi supuesto libro leyendo de mi memoria las
secuencias de mi asalto al tiempo y de algunos sentimientos paralelos para enfrentarlo
a la luz, también revisar lienzos por si decidiese emularme. Observar trabajos
logrados con mi habilidad y esfuerzo, vistiendo mi ciudad, con la idea
preconcebida y errónea de la perpetuidad. Nada es eterno y dentro de tres o
cuatro décadas no quedará nada salvo algún resto anticuado. Todo pasa y cambia,
afortunadamente o no y es irremediable. He aprendido que la vida es otra cosa
muy distinta al afán ciego que la mueve. Prefiero no amar la soledad, que
alguien ría en mi risa y consuele mis lágrimas, me ofrezca su mano si me hundo
y me lleve sin rencor a casa.
Era
un privilegiado pero tuve que dudar y sumergirlo todo en el fango para saberlo.
No era tarde, afortunadamente.
Era la despedida pero aún me costaba abrir los
ojos y alejarme. Paseo hacia ninguna parte por mi ciudad, sin gente,
mostrándole mi amor y mi odio poblando sólo algunos lugares, en las escenas que
recuerdo del instante grabado en la memoria. Ando callejas de piedras y asfalto
mirando casas, desaparecidas y que hoy nadie recuerda, otras en su esplendor
que aún soportan el tiempo, la de María
Teresa, la iglesia de la Encarnación inalterable. Miro sin nostalgia la fachada del
local para “los Cisnes” aún sin construir y salgo al exterior donde el humo de
las cerámicas y el polvo es más evidente, asfixiante a veces, otras invisible
pero aire no menos irrespirable. Es el
precio que cobra esta buena tierra que nos da de comer, oro que mancha de
sangre, paraíso y dolor que ofrece y pide su precio. Me alejo por un camino y
subo al cerro “Jarosa”- iniciada su herida – allí me siento en una piedra y
observo la ciudad que me inspira un poema:
Desde la mas alta cima
cercana te veo
entre la bruma. Nubes
blancas y negras pasan,
suben y se diluyen
formando una atmósfera propia
que te hace distinta,
como cubierta por un velo.
Tierra de polvo fino
que el mínimo aire eleva,
pulmones de todo un
pueblo que pierden su pureza,
trabajo que no falta y
que no compensa,
barro que se hace arte
o cobijo que sangre lleva.
Aire fresco y puro
alrededor en todas las sierras
y cañada dónde al
cruzar el velo tiene sabor
a tabaco que no fumo o
humo de chimenea
que siento como un
vicio y a mis pulmones da color.
Días que son noches y
noches mas negras.
Aire viciado. Vicio que
he dejado
y de nada sirve. Lluvia
y viento que a ratos deja.
Ciudad de fumadores que
nunca han fumado.
Abro
al fin los ojos al presente y no estoy triste ni siento nostalgia.
//////////////////////////
Tomamos café en Villanueva
del Arzobispo, siendo aún noche cerrada, para ver amanecer por la descendente y
sinuosa carretera que nos acercaba a El Tranco. Conducía Mariola y yo me
recreaba en el hermoso paisaje, las cascadas de agua, el río veloz corriendo la
pendiente, el pantano al fin en parte de
su extensión entre la foresta
como un trozo de cielo.
Lo habíamos pensado,
preparándolo todo, como una salida de fin de semana pero no era cierto.
Teníamos fija la idea que nos conducía y a pesar de la cautela que prometíamos
nos costaba contenernos. También había un finísimo espacio para la duda al
aceptar y derivar del subconsciente una escena continuada en la vida real pero
no podía pensar que todo fuese una novela barata con final feliz, no habría
bajado a mis abismos sólo para eso.
Hornos me pareció al verlo a lo
lejos un balcón al pantano. Limitado, blanquísimo entre el castillo y el resto
de sus murallas. Guardaba el epilogo o
el inicio de una ilusión. El pueblo es pequeño, de calles estrechas y sinuosas,
y callejeamos con el coche por donde nos fue posible como unos turistas
despistados.
Aparcamos en una calle sin
salida que se ensanchaba frente a un torreón y bajamos a estirar las piernas.
Algo de viento hacía al frío seco de esta hora temprana mostrarse altivo y
revoltoso. Había que abrigarse aunque despuntaba un día magnífico de invierno
soleado.
- ¿Qué hacemos? – Mariola con un grueso abrigo marrón y
guantes a juego estaba dispuesta
- Primero desayunar - dije
Nos dirigimos a un bar que
habíamos visto antes de girar en la última esquina, pequeño, húmedo, con varios
hombres asegurando su estabilidad contra la barra y que despertaron su atonía
al vernos.
- Buenos días – dije al camarero, de mediana edad y con
ojos de haber madrugado- ¿Puede hacernos unas tostadas?
- Desde luego. Pasen al final de la barra que hay más
espacio – continuó hablando ante el silencio que provocamos – si buscan bonitas
vistas sobre esta zona del pantano están en el lugar adecuado. Al lado de la
iglesia hay un mirador
- Nuestra visita no es sólo turística – se adelantó
Mariola obviando mis gestos de prudencia – los antepasados de mi marido
proceden de este lugar
- Si nos dice sus nombres a lo mejor podría ayudarles
- Le dice algo el apodo “Lechuga” – noté ansiedad en las
palabras de Mariola y yo deseé que me
tragara la tierra
- ¡Naturalmente! – dijo el camarero con aire satisfecho
y asentían al unísono con la cabeza los presentes – precisamente aquí se
encuentra uno de ellos. ¡Acércate, Manuel!
Creí que me daba un ataque al
corazón. No podía ser todo tan rápido, tan directo.
Un hombre sexagenario,
bonachón y algo abandonado en su aspecto se acercó a saludarnos.
- Me llamo Manuel Hernández, señores, “Lechuga” para
éste pueblo donde no sirven los apellidos más que para ir al banco a cobrar la
paga y para la lápida. Que digo que no
creo ser quién buscan pues mi familia es corta y nadie que recuerde se ha
movido de este lugar
- Fue el bisabuelo de mi marido, de apellidos Sánchez
Merino quién nació en este pueblo – Mariola observó que todos negaban con la
cabeza su trola – o puede que en algún otro
pueblo cercano
- Quizá de alguna pedanía – dijo Manuel - ¿De donde son
ustedes?
- Somos de Bailén
- Aquí en Hornos sólo vivimos mi hermano José y yo y no
hay ningún otro “Lechuga”. A mi hermano pueden preguntarle por si tiene mejor memoria. Tiene una tienda
a la vuelta de la esquina
Temblé al oírle y la tostada se escapó de
entre mis dedos planeando en el suelo.
- No se preocupe que le hago otra – me dijo el camarero
al notarme turbado
- Muchas gracias, Manuel – agradeció Mariola su amabilidad – tenemos mucha ilusión por
encontrar las raíces, quizá algún primo lejano y ojalá fuese de aquí que es un
pueblo muy bonito
- Y muy tranquilo – se despidió Manuel
- ¡Tranquilízate, hombre! – me susurró Mariola – ya
tenemos lo que temíamos
- ¿Qué quieres decir? – tuve que respirar hondo para
liberar mis palabras
- Que no fuese cierto. Esto no puede ser una
coincidencia
Salieron de allí, entre una
despedida generalizada, la euforia de Mariola y mi silencio. Ya en la calle mi
corazón trotaba desbocado y tuvimos que esperar un buen rato hasta lograr
calmarme.
- Debemos entrar a comprar cualquier cosa sin hacer
preguntas, ¿de acuerdo? – repetí a Mariola una docena de veces
Giramos en la esquina y el
rótulo “Comestibles Diana” sobre un pequeño escaparate nos indicó el lugar.
Entramos y sonó una campanilla. Era un bajo pequeño con estrechos pasillos entre
las estanterías de artículos. No parecía
haber nadie. Al fin un señor que nos recordó a Manuel – algo más alto y joven a
primera vista - se hizo visible detrás
de un mostrador al fondo.
- ¿Qué desean?
- Varias cosas. ¿Podemos cogerlas? – dijo Mariola
- Aquí hay cestas. Cuando lo tengan todo me avisan y les
cobro
Abrió una puerta y entró a
una habitación donde lo oíamos hablar con alguien. Nada claro. Apoyábamos la
cesta sobre el mostrador cuando se oyó de nuevo la campanilla. Salió de nuevo
el hombre con aire resuelto.
- ¡Buenos días, José! – le saludo una señora que se
acercaba con varios artículos sobre el pecho
- ¡Buenos días, señora Antonia! – nos miró a nosotros -
¿Les cobro? – y ahora dirigiéndose al interior - ¡Diana, cóbrale a Antonia!
Quedamos atónitos,
boquiabiertos ante la imagen de una aparición, ignorando la mirada de José que
no dejó de observarnos. Recorrimos la silueta de una joven de mediana estatura,
algo rellenita, de cara agradable sin reconocer ningún rasgo salvo en sus ojos.
La delataron sus ojos. Azules, profundos y vi por un instante a María Teresa en
ellos.
- ¿Le ocurre algo? – dijo José al notarme tambaleante –
son quince euros y veinte céntimos. ¿No son de por aquí?
- Venimos desde Bailén – dijo Mariola cogiendo las
bolsas y golpeándome con el codo para
que saliéramos – Gracias, buenos días
- Buenos días
Giré la vista al mostrador varias
veces hasta la salida mirando la figura inerte de José como una estatua.
- ¡Era ella, Mariola, era ella! – no pude contenerme al
salir a la calle
- ¡Cálmate, hombre, cálmate!
- ¡Eran sus ojos, eran sus ojos, estoy seguro!. ¡Debo
entrar y decírselo!. ¿Qué hacemos?. Soy un manojo de nervios. Su padre ha
notado algo. Lo sé
- ¡Relájate. Agustín, por Dios! – se enfrentó a mí con
aplomo – Suerte que he venido. ¡Escúchame!, demos un paseo, visitemos la ciudad
y ya pensaremos algo. Piensa que no van a irse, nuestro fin de semana comienza
ahora, nos sobra tiempo, ¿entiendes?, tiempo
Con el corazón golpeándome el
pecho enloquecido seguí a Mariola al mirador de detrás de la iglesia y poco a
poco logré centrarme. La vista era hermosa y respiré muy honda la alegría que inundaba
la realidad de un sueño.
Sentí que volaba entre los
pinares sin rozarlos, que cruzaba nadando el pantano, feliz como un enano
amando a Cenicienta, enamorado del paisaje, abrazando a Mariola y besándola
como unos novios furtivos.
- No seas impulsivo. Pueden vernos – me decía sonriente devolviéndome todos mis
besos
- Tengo claro lo que vamos a hacer – dije muy seguro –
lo tengo decidido
- ¡ Qué tonto y qué niño eres!, tienes mucha disposición pero en el bar y la
tienda te has quedado muerto
- Entiende que me enfrentaba a la realidad o a la
ficción. Vivía el presente o quizá un sueño
- Lo que vivimos siempre es presente
- No digas idioteces. La vida es pasado. El presente son
instantes que atrapa el pasado como una apisonadora. Cualquier cosa importante,
aunque acabe de ocurrirnos, es pasado
- ¡Qué descubrimiento! – rió – bueno, vale, pero mañana
aún no ha ocurrido, tonto, y tendremos que descubrirlo para hundirlo en el
recuerdo, ¿no crees?, enfrentémonos a mañana y así podremos disfrutar algo el
presente, ¿te parece bien así?
- Tienes razón. Me abruma la pesadumbre. Debemos
centrarnos. Primero comeremos en el Hotel que hay en las afueras del pueblo y
sobre las seis visitaremos al señor José “Lechuga” y con total tranquilidad le
contaremos una historia. La historia real de una novela
- Y a las seis y cinco minutos estaremos en la calle con
un puntapié en el trasero – rió Mariola
- Bailén está lejos y no se lo contaremos a nadie –
continué la broma – inventaré un final feliz para mi novela, al fin y al cabo
es sólo una novela
- Pero no sería justo si no lo intentáramos
- Son sus ojos, estoy seguro. He soñado con ellos
demasiadas veces – Mariola apartó la mirada – lo siento, no quería ofenderte
- Yo nunca la he odiado y mis celos son lógicos – volvió
a posar su candidez sobre mí – confío en ti, Agustín
- Puedes hacerlo – la apreté con fuerza – todo esto se
lo debo sólo a una amiga
Nos gustó el hotel y
alquilamos una habitación. Después de un buen plato de cordero y buen vino
ahogado con un delicioso postre casero subimos a descansar un rato. Era una
primera planta con vistas sobre el
pueblo, el pantano y los pinares. Hermoso lugar para despertar al amor y
regalarle un espacio en la memoria.
- Amarte es lo único que deseo ahora – dije
- Puedo jurarte que los fines de semana serán, a partir
de ahora, nuestra batalla a la monotonía
Nos desnudamos frente a
frente, uno a otro, lentamente, besando cada trozo de piel que brotaba a la
luz. Nos oprimía el ansia por poseer un cuerpo que no recordábamos, nos
decíamos, haber visto antes aunque conocíamos cada resalte, cada hendidura,
aunque sabíamos frenar al borde del abismo y detener el tiempo gozoso, sentirlo
intenso como un instante fugaz pero irrepetible. Improvisamos miradas nuevas,
palabras no escuchadas, actitudes distintas y no hacía falta. No necesitaba un enredado enfoque un amor transparente y fogoso.
- ¿Sabes? – Mariola jugaba con un dedo a marcar líneas
invisibles en mi pecho desnudo – creo que soy una tonta cegada por el amor.
Pienso ahora en tu actitud si María
Teresa te hubiese abierto sus brazos
- ¿Ahora dudas del destino?. Las huidas son aleteos que,
a lo mejor, nos hacen sentirnos libres pero
no podemos huir de nosotros mismos. Yo he estado todo este tiempo huyendo sólo
de mí y no he ido a ninguna parte. He encontrado felicidad o dolor y he
aprendido que no hay que hurgar en el tiempo para eso.
- No me importará lo que tenga que afrontar. Será leve
si estoy contigo
- Ahora sé realmente quién soy y quién eres. También sé
que te quiero
Caía la tarde cuando salimos
del hotel hacia el ansia y el miedo. No lo pensé dos veces para no arrepentirme
y golpeé la puerta decidido. Lo que no podía imaginar era la sorpresa que nos
esperaba.
- Pasen, les estaba esperando
José aplastó de un golpe
nuestras frases hechas para ganar su confianza calmando nuestro temor. Subimos perplejos tras
él a la primera planta por una estrecha
escalera y nos condujo a un salón con numerosos muebles antiguos, cuadros y
figuras.
En un sofá frente a un televisor estaba Diana
y se levantó a saludarnos. La vi tensa y muy nerviosa.
- Me llamo Agustín y mi mujer Mariola
- Siéntense, por favor – dijo José – Yo soy José y mi hija Diana. Somos toda la familia. Mi mujer murió
hace tres años
- Lo siento – dijimos casi al tiempo
- Quizá se sorprendan si les digo que yo no – dijo José
respirando hondo y cogiendo la mano a Diana que estaba sentada a su lado –
vivimos desde que ella se fue. Una pesadilla de la que al fin nos liberamos –
me miró al notar mi asombro – no se sorprendan si les cuento esto porque tiene
que ver con su visita, ¿no creen?
- Nuestra visita tiene que ver con una historia del
pasado – dije liberando nervios
- ¿Exactamente veintiún años? – preguntó José – supe por la manera de mirar a Diana y
por su procedencia quienes eran
- Puede que no quiénes desearía – dije al notarlo
confundido – Somos unos buenos amigos de ella. Ella es soltera y se llama María
Teresa
- La señorita Maria Teresa Casado…
Esa afirmación fue un
puñetazo en pleno rostro que me dejó noqueado.
- ¿Pero, cómo, la conocen?
- Ella es la madre de Diana. Viene poco, mejor dicho
sólo vino una vez, aunque bien es cierto que siempre la llama por su cumpleaños
Diana cubrió las lágrimas
refugiándose en su padre y apretaron como un nudo nuestra garganta.
- ¿Entonces? – no podía creer los que estaba oyendo
- Creo que no
saben muy bien a qué han venido y que debería comenzar por contarles una
historia – José, sereno ante nuestro desconcierto apoyó la cabeza en el sillón
y removió las cenizas de su dolor – Mi mujer se llamaba Diana y no sé por qué su belleza y su mente inquieta se
fijaron en un hombre de campo como yo. Para mí fue una aparición, una mujer de
mundo que alegraba mi soledad. Y a lo
mejor yo para ella fui un refugio cálido para su tormentosa vida, que yo no
sabía ni quería saber. Fue todo muy rápido, nos casamos y tras unas semanas de
tranquilidad, comenzó a hacer cortos
viajes a la capital con la excusa de ver a sus amistades. Yo no podía dejar la
tienda y confiaba en ella. Tenía treinta y un años cuando nos casamos y al año
se quedó embarazada. Fue un embarazo problemático
y visitaba a un médico de la capital. En
una de sus visitas la acompañé y conocí al “prestigioso doctor Casado”. Al
instante comprendí que había algo entre ellos
y dudé de mi paternidad. Pero no dije nada y lo sufrí en silencio. Los
últimos días antes del parto estuvimos en una clínica privada de la que yo no pagué ni una factura. Hubo problemas
y el niño nació muerto. Sorprendentemente dos días después, cuando estaba
recuperada y a punto de regresar al pueblo, apareció el doctor Casado con una niña y comenzó mi calvario, aunque a ella no la cambiaría por
nada – acarició la cara de Diana que
parecía algo más tranquila – yo me opuse a lo que creía una aberración y me
amenazó con contar al pueblo que era un cornudo,
con divorciarse y llevarse la mitad del dinero. Yo sólo tenía la tienda y una
pequeña huerta y me estaba encariñando con la niña. Volqué todo mi amor en ella
y olvidé a mi mujer que vivía entre nosotros dando órdenes como una reina
y visitando a menudo a su amigo. No
sentí su muerte y que Dios me perdone
- ¿Diana no supo nada? – preguntó Mariola
- Ella sabía que nuestro matrimonio no funcionaba y
sospechaba cosas. No se sorprendió cuando le conté todo tras su muerte
- ¿Y no sospechó usted quién podía ser su madre? – dijo
Mariola
- Supe que el doctor Casado procedía de Bailén y un día
fui a visitarlo a su clínica en la capital. Fue un grosero y llegamos a las
manos. Llamó a la policía y fue muy embarazoso – recordar su impotencia le
hacía daño – Bailén es una ciudad grande y no sé, quizá no me apetecía
enfrentarme a la verdad...
- Le entiendo – dije intentando calmar su angustia y el
vaivén de mi mente
- Y un día, de improviso, tocó a nuestra puerta una
señora que se presentó como María Teresa Casado y mostrándose fría y distante
nos contó su increíble historia
Me quedé sin palabras y
temblaba sin poder controlar los nervios. Mariola cogió mi mano y animó a José,
entre balbuceos, a continuar.
- Yo siento rabia por el dolor que nos toca y también
una enorme pena por esa señora. No le guardo rencor, es la madre de Diana pero
hubiera preferido no conocerla. Aún no entiendo su impulso de acercarse aquí
para nada, para traer su dolor, restregárnoslo
en la cara y marcharse aunque levantó una leve brizna de esperanza y
pido al cielo que ella sea la presencia de ustedes
- No entiendo qué quiere decir con eso – acerté a decir
- Por favor, continúe – insistió Mariola
- Diana fue fruto de un amor desgraciado, correspondido
solo desde la inconsciencia. Un amor desde niña a un chico de su edad que por
crueldad o fatalidad del destino no
logró iniciarse. Hubo una fiesta y él se fijó en otra. Despechada y tras
marcharse la chica, mezclada entre el grupo de amigos, él se emborrachó animado
por la euforia de su conquista y entonces ella buscó el modo de dejarse seducir
sin que él fuera realmente consciente de sus actos...
- ¿Yo? – dije estupefacto - ¿con María Teresa?, ¿pero cómo...?,
yo no recuerdo…
- Fue como una
venganza, un arrebato. Pero se quedó embarazada, después vino el miedo. Nos
contaba entre lágrimas que no podía acusarle y tenerle por la fuerza, destruir
su vida por su vileza y orgullo. Barajó varias salidas, el suicidio entre
ellas, y sólo tuvo que ceder al ímpetu de un profesor chiflado por sus huesos e
irresponsable y al que cargó con la culpa
- ¿Es usted mi padre? - Diana dirigió a mí sus hermosos
ojos azules
- No lo sé. No sé que decir. Vine... vine aquí con la
ilusión de recuperar una hija para una gran amiga a la que quiero con el alma.
Sólo me movía esa idea. Resarcirla en lo posible del daño que le hubiese hecho
al amar a otra persona. No esperaba nada de esto. Estoy muy aturdido
- Agustín – Mariola me apretaba la mano con fuerza sin
poder disimular su pesar por lo que estaba oyendo – esto no cambiará nada entre
nosotros. Ni siquiera pienso mal de ella. Ocurrió hace demasiado tiempo. Esto
no cambiará nada. Te lo aseguro
- Lo espero de veras. Amé mucho a María Teresa pero hoy
sé que nada comparado a lo que te quiero a ti
- Pedías a gritos viajar los fines de semana y ahora ya
tenemos un verdadero motivo
- Es cierto
- Ella nos dijo que usted jamás se enteraría – siguió
José - Nos hizo jurar que nunca
intentaríamos buscarle, pisar Bailén bajo ningún concepto
- ¿Entonces, les habló de mí?
- Todo el tiempo. Usted se llama Agustín Sánchez Pérez,
maestro de escuela, casado, sin hijos con esta señora que le acompaña. Nos
habló muy bien de ustedes y esa fue la puerta que dejó entreabierta nuestra esperanza. A Diana le roía la
incertidumbre. Después del desengaño tras conocer a su madre le quedaba hacer
realidad el sueño de conocerle a usted. Tenía la certeza de que usted se
comportaría como un verdadero padre ofreciéndole lo único que ella pedía que
era cariño. Pedía con todas las fuerzas que la mirada de usted se girase hacia
ella. Yo por Diana daría mi vida pero un
juramento es sagrado. Sólo nos quedaba la posibilidad remota que usted viniese
a buscarla
- Yo no vine aquí buscando una hija, sólo la de una
amiga, ya lo sabe – dije levantándome al sentir el fuerte impulso de abrazar a
Diana
- ¿Agustín, de verdad es usted mi padre? – dijo emocionada
- No sé, Diana, tal vez
- Lo que no entiendo – José arrugaba su barbilla con los
dedos– es que si María Teresa, ni nadie,
le ha dicho nada como es que han llegado hasta aquí
- Es una extraña historia – dije al fin respirando hondo
y abrazando también a Mariola que se
había levantado
- Que nos contará mientras cenamos – rió José y nos
contagió levemente – espero que no sea tan triste como la mía
- Es cuanto menos sorprendente, sin ninguna duda
/////////////////////////
EPILOGO.- Estoy aquí de nuevo. Se
equivocaron al pensar que me había convertido en un sumiso y obediente de mi
tesis de origen. Síntesis sensata y congruente en la que no tiene cabida y sólo
merodea mi resto singular. No puedo evitar ser un niño revoltoso y malo que quiere
ver cumplidos sus más despreciables o lógicos deseos. No es nada lo que pido.
Sólo huyo en mí pisando los restos del pasado y ofreciendo mi mano amiga –
ustedes ya me entienden – a quienes acurrucaron en su deserción a la vida el
miedo y la desconfianza. Ahora juego sucio y las voluntades las acerco si me
conviene. Ahora no busco un cambio en mi vida que no necesito sino vibraciones
y intensas emociones de cualquier género como un activo protagonista o un animoso
espectador. Entiéndanme, solo es una novela.
POST-EPILOGO.- He vuelto.
La vida me mece con su melodiosa brisa y yo me dejo llevar, simplemente. Miro
hacia atrás, hacia adelante y no veo nada pero el presente estalla en mis manos
de luz y color y me sigue en cada paso que doy. Es lógico que no pida más. Vivo
lo que veo y sueño lo que siento, nada nuevo ni más necesario. Soy feliz y me
rodea gente feliz, atrincherada y unida
a la felicidad y al admisible dolor. Todo es entrañablemente plausible y no me
apetece quitarme la máscara. Jamás.
Rescato un poema de mi
cruda e insultante realidad:
En
cielo y infierno estoy,
pleno
y roto,
porque
soy dos y ansío,
no
el que entiendo
y
no me sorprende,
sino
el que soy lejos,
aquel
que desea
lo
que no debo darle
Bailén, febrero 2005
No hay comentarios:
Publicar un comentario