Podría contarles varios casos pero siempre que pienso en ello vuela mi mente como una flecha a mis dieciocho años, a un domingo por la mañana en el que fui con mi tractor Barreiros y mi carnet de conducir rutilante a arar 50 olivos que teníamos en el paraje "Las minillas" en un límite del término de Bailén.
Bueno, pues, en un pequeño arroyo atasqué el tractor y no hallé el modo de sacarlo, así que paré el motor por si oía a alguien cerca y me pareció que un tractor trabajaba en la lejanía -2 km al menos- por el leve ruido y el polvo que levantaba. Allí me dirigí corriendo entre terrones y piedras, animando al cansancio por el ruido creciente del tractor y con la alegría final de conocer al tractorista aunque solo de vista. 1ª decepción: frunció el gesto aunque me dijo que iría a sacarme en cuanto acabara de arar el olivar, que me fuese hasta el tractor y que le esperase allí, 2ª decepción: haber de volver a recorrer mis pasos y esta vez cuesta arriba, y 3ª: la eterna espera, más de dos horas debajo de un olivo como un idiota y con la incertidumbre de si ese señor me dejaría plantado. Apareció, sí, serio como la bragueta de un antiguo viudo, brusco al enganchar el tractor con la cadena, agrio cuando tras mirarme como a un inútil se marchó sis esgrimir un saludo. Bueno, pensé, tiene que haber de todo, no le di más vueltas al asunto, acabé el olivar con especial cuidado e intenté olvidarlo.
Bien,les recuerdo que era domingo. Al día siguiente fui a arar otro olivar, este de 150 olivos, que aún tenemos -hoy son de mi hermana- en el paraje "Río Jabalquinto" en otro límite del término de Bailén pero en un polo opuesto al anterior. Llegué temprano para evitar la calor del mediodía que por mi tierra aprieta y con saña en el mes de julio y sobre las dos de la tarde ya tomaba el camino de vuelta. Cual no sería mi sorpresa cuando mediado el camino me encontré a pie al tractorista haciéndome señas. Por sus gestos yo más bien parecía un dios, o un santo, o bueno, vale, un ángel. Subido a mi tractor me condujo a donde estaba atascado el suyo, una gotera de un arroyuelo de un camino interior seco como un ripio, y me confesó que llevaba allí desde la nueve de la mañana y que no había pasado nadie,nadie, repetía con incredulidad, nadie, ni había oído un solo ruido de tractores en km a la redonda. No imaginan las incontables veces que me dío las gracias tras sacarle del barro.
¿Casualidad o causalidad? Ustedes juzguen.
Hoy mismo, 35 años después, me he cruzado con él por la ciudad y nuestras miradas siguen hablando de ello. Eso me ha hecho recordarlo, y escrito queda.
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