Me acurruco al
pasado. Y desnudo un episodio de mis dieciocho años. Penetro en él,
en un otoño del setenta y seis, en un año de trabajo esporádico,
de una crisis soportable, cuando me proponen una oferta inesperada,
el revestimiento interior de un chalet en el campo, que no dudé en
aceptar pese a que había acabados que no había ejecutado nunca, y
ni siquiera visto hacer, o sea de los que no tenía ni idea.
A mi favor las
ganas de aprender y esa decisión que se ganaba sin duda las
confianzas; también, como no, la suerte, y en particular la que tuve
en lo que voy a relatar: la construcción de
la chimenea.- Quiero una chimenea francesa – me espetó el dueño casi a última hora de la tarde y cuando me disponía a hacerla
- Vale
- ¿Las has hecho francesas alguna vez?
- Claro, he hecho varias – contesté sin pararme a pensar y sin que me crecieran la nariz y las orejas
- Vamos a ir, si quieres, a ver la de un vecino, porque la quiero como esa, pero que no se parezca en nada a esa, y que sea mucho más bonita que esa
- Vale
Vi el cielo
abierto. Viendo la chimenea del vecino, y sin acercarme a ella, usé
la computadora mirándola de reojo mientras los tres hablábamos ya
de otras cosas: “Mmmm... once macizos de altura...2,5 de fondo, un
metro aproximadamente de ancho...el tabique se vuelca a partir de la
quinta fila...la campana tiene treinta cms de anchura...”
Solo faltaba un
detalle pequeño pero crucial: la anchura de la salida de humos.
- ¿Gasta mucha leña? - le pregunté
- Pues sí, sí gasta
- Seguro que le han dejado la salida de humos demasiado ancha
- No sé, mira a ver
¡Uf! Quince
centímetros. Lo memoricé todo, y en el coche mientras se despedían
anoté lo que pude.
A pesar de todo
dudaba -normal-, y esa tarde tras dejar en la ciudad a Pedro, mi
ayudante, me desplacé a Linares para comprar un libro sobre
chimeneas. Nada, solo lo podía conseguir bajo pedido y no tenía
tiempo. De internet, entonces, aún ni rastro.
Así que, al
día siguiente y con el dueño asomado a mi cogote, empecé a
construirla como si las hubiese hecho toda la vida.
Quedó preciosa
-y no solo lo digo yo-, original, y lo más importante, que es por lo
que eluden la mayoría su ejecución, funcionaba de maravilla. Y aún
hoy, me cuentan -treinta y siete años después-.
- ¡Artista! - gritó el dueño eufórico al prender la paja y comprobar que el humo seguía el camino que debía- ¡si ya sabía yo que tú entendías de estas cosas...!
- Claro Juan (se llamaba como yo), esto es pan comido
Ya ven. Encendí
una vela a la suerte. Y salió bien. Y esa chimenea trajo otra, y
otra, y así hasta firmar cientos junto a las obras correspondientes.
Al inicio de mi andadura empresarial yo era llamado Juanito el de las
chimeneas. A muchos les he hecho obras de envergadura por ellas.
Otros solo me han llamado, y me siguen llamando, para que por favor
-por lo que valga, suelen decir- les diga qué demonios les pasa a la
suya, mascullando todo el rato que en qué mala hora no me llamaron a
mí. Tiene guasa la vida... y gracia la cosa. Y es fácil, no crean,
aunque más ahora que ya sé.
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