Suele ocurrir que, tras pasar por una ruptura dolosa -no amorosa- y
como tal una nefasta experiencia, algunas plumas de las alas se
caigan por muy pájaro que siga siendo uno.
Esa confianza de tirarse al ruedo, ese ir a pecho descubierto sufre
así una mutación tal que impide fiarnos de momento de nosotros
mismos y de por vida ni de nuestro padre.
Duele haber sido un avispa y no haber sabido usar el aguijón, pero
el dicho está ahí así me lo sello en la frente: A lo hecho pecho.
Casi todo suele salir a flote en los naufragios, cuando ya no hay
modo de arreglar el barco, así que quién no se ha procurado una
balsa -un buen colchón en el argot- ha de agarrarse a una tabla y
esperar a que en el horizonte aparezca la dichosa isla para volver a
empezar a lo Robinson Crusoe.
Es curioso eso de volver a intentar conseguir hacer fuego frotando
dos palitos, tener que volver a demostrar que uno es capaz de
sobrevivir, y luego -el colmo- de vuelta a la civilización que se es
merecedor de nuevo de las jodidas confianzas.
Tiene guasa la vida...y en fin, encima hay que darle las gracias por
esa suerte que nos tiene vivos.
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