Nuestras
miradas entrelazadas,
suspendidas
en el aire, hablan
-ajenas
a nosotros-.
Por
ellas sé
con
toda desnudez -pues hablan de dentro-,
lo
que tu cuerpo simula, pronuncia
a
su alrededor.
Allí
mismo, en medio de la nada
aprietas
mi mano y las sumergimos
a
la espera de un fuego no encendido.
Pero
no hay impaciencia,
polizones
aún
-cómplices-
y
rumbo a lo desconocido...
Que la impaciencia no mate nuestro viaje. Muy bueno, Juan. Un abrazo.
ResponderEliminarSi no hay impaciencia se acepta lo que hay, o lo que pueda no ser nunca. Un abrazo
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