De niño, joven, y hasta las
puertas de la madurez he sido muy tímido; me daba todo mucha vergüenza.
Vergüenza de los de qué pensará la
gente de mí, de los de salir a la pizarra en clase aunque supiera de sobra lo que
el profe fuera a preguntarme, de los de vergüenza a acercarme a alguna chica
que me gustara, qué digo vergüenza, mudo, y siempre con un baile de palabras
perplejas, sobradas, atadas a la lengua,
de los de tener pocos amigos -algunos buenos,
que hoy perduran-, tal vez por estar en otra onda, y no en la de sus juegos o
tropelías.
Un chico con un mundo poco
habitado –no solitario- en constante erupción y creatividad.
Dicen, digo, que cosas de la edad,
aunque me haya pasado tres pueblos.
¡Ay, vergüenza, vergüenza!, ¿pero
qué es la vergüenza?, me pregunto hoy viendo tan lejos ese muro ajeno -que a
modo de trasero en pompa me pidió a gritos y de una vez por todas darle una
buena patada-, ese trabazón que me tuvo sumido en la impotencia externa, atado
a nada.
De aquellas vergüenzas hoy no
queda rastro. Salió afuera todo lo que dentro no tenía vergüenza alguna y con
toda naturalidad tomó las riendas, diciendo, haciendo, lo que siempre para sí
había dicho, hecho.
Vergüenza de sentir vergüenza y no
de sentirse avergonzado es sólo una máscara mudable.
Si el tiempo reboza exteriores cuando
el interior está hecho no debería
llamarse obra nueva lo que ha sido, es, una leve reforma, un din con el don.
Hoy, sí, quedan lo nervios. Ese
nerviosismo intermitente que en todo humano aflora por los avatares leoninos, a
veces críticos, del día a día. Pero que en mí no son, en absoluto, ¡ya era
hora! sinónimo de vergüenza.
De aquella rigidez, apocamiento,
que un buen día saltó en mil pedazos, tomó el testigo la soltura, las ganas de
compartir, de mostrar al mundo la verdadera cara de mis huesos, la desnudez de mi alma harta de vestir, y
para nadie, de fiesta o de trapillo.
“Este no es mi Juanito, me lo han cambiado”, va
siendo una frase que el boca a boca repite menos sorprendida y en un círculo
cada vez de menos diámetro.
Pero bueno…dejemos el agua pasada…,
ya sé que vergüenza tiene otro sentidos…y sólo
de su sentido más tímido he querido dejarles un breve monólogo…,
del otro, del amor propio, del sentimiento de culpa, de su lado más crudo e indignante, incluso
del de vergüenza ajena, ya hablaré otro
día. Espero acontecimientos para cortarme el pelo sin un trasquilón.
Pero esa será otra de mi misma
historia.
...hermoso relato JUAN es una constante que metieron al elevar la verguenza a rango de pecado capital...j.r.
ResponderEliminarLa vitola de tímido algunos no la consideran una máscara, en según qué casos.La timidez enraizada sí es de por vida, y un serio problema.
ResponderEliminarUn abrazo amigo Jose
La vergüenza es un estado de inseguridad que experimentamos todos alguna vez en muchos episodios de nuestras vidas, principalmente en la infancia y adolescencia, algunos la superan y otros conviven con ella todo el tiempo.
ResponderEliminarSolo cuenta, agradarnos nosotros mismos tal como somos, no esperar agradar a los demás.
Excelente entrada, Juanito!
La vergüenza que no echa raíces es solo una máscara, Diana. Sólo hay que quitarla y mostrar la que no hay detrás.
ResponderEliminarUn abrazo