Me basta mirar la niebla de luces,
la intermitencia grotesca de cuerpos mutilados.
La joven se acerca a mí.
No sabe andar con tacones.
Se tambalea.
La joven me sonríe como mujer,
luce pechos con trampa,
viste ropa de hermana menor,
piernas completas, brillantes
-de alguna crema
o medias transparentes-.
La joven saca el hacha de guerra,
o sea: humedece sus labios.
Usa sus brazos como cepo.
Inmóvil me hundo allí un rato
como si me derritiera
y fuera su boca la que succionara
mi jugo, mi esencia.
Un trasvase plácido, reconocido de otras,
a su paraíso interior, dejando visibles
como arquetipo bobo a mis denostados huesos.
Luego, asido, ya solo puedo seguirla
como autómata, volver a comprobar
cuanto, qué poco restituye su instante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario