Éste silencio hiela.
Es denso. Se mastica.
Puede cortarse en rodajas.
Es un silencio de sepulcro, pero
enterrado vivo.
Curiosa
contradicción.
Y lo evidente es una realidad visible,
palpable, una verdad que se expresa con palabras, palabras que construyen su
hito.
Intentar negar la evidencia,
intentar
callarla con silencio, con trampas que la dejen en evidencia, con
indiferencia, la cubre de un deseo
fullero, oscuro, pero no la frena. Porque ya anda sola por otros caminos.
Caminos de paz y manos tendidas. Manos que no inclinan la balanza por el descrédito,
el efecto de la influencia.
El que niega lo probable desprecia
la incertidumbre, estorba, se pone delante sin más argumento que su presencia,
sin más voz que la repetida en consenso: lo repudiado en ciernes, y por ende
luego.
El que niega lo probable puede
negar lo plausible, o nada, es cierto. Pero nadie es apto para eso, a no ser
que ande por encima, y en lo que merezca la pena apoyarse.
En ésta ciudad tan sobrada de todo
y tan falta de mucho prolifera el creído, el listo, el suficiente… y el servil.
Prolifera lo impuesto como canon teledirigido por la labor abnegada, el
sacrificio des/interesado.
En ésta ciudad tan sobrada de
mucho y tan falta de todo bulle el amiguismo para aupar la estima y de paso los
méritos, si los hubiere. Bulle la ojeriza, la malquerencia: ese señalar con el
dedo, ese mutismo que abate paciencias, excita a la desidia, abre la puerta al
mundo primitivo.
O añade fuerza innecesaria.
Valga esta apología de lo evidente
para primar a los ir/responsables de ironía. Para regalarles una sonrisa de
oreja a oreja con mi más realista saludo. Con mis deseos más flemáticos.
Y siga este silencio frío, que
bien está para mayo.
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