Son las tres quince de la
madrugada. Y otra vez la misma historia. Ya está cansada, pero qué
puede hacer. Mil veces repetida. Agarra con fuerza el volante y
vuelve a respirar hondo. El coche se ha parado. No sabe por qué. Y
es lo de menos. Las luces iluminan unos metros hasta que la carretera
se pierde en una curva muy cerrada. No pasa nadie. Debe volver a
bajarse. Ya no hay marcha atrás. Aunque conoce todos sus pasos. Las
palabras pronunciadas de rabia. Aquella ofuscación que la hizo
bajarse del coche y clamar al cielo en mitad de la carretera sin
pensar que aquel maldito camión destrozaría sus huesos. Vuelve a
estar preparada. Y vuelven a cegarla las luces. Vuelve a encogerse de
hombros y a cerrar los ojos. Aunque un segundo antes se fije en la
matrícula. Pero ya es lo de menos.
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