Ha
enterrado
a
ese hombre solitario
el río seco,
algunas noches de vida,
mentiras
de amor entre los charcos,
un
hijo que huele a quemado.
Se
quejaba de verme bailar
con
la luna -creía-,
mientras
él con la más fea
-la
eterna espera-.
Entonces
llegó.
Llegó la lluvia tardía
al
campo muerto,
llenó
sus ojos
de
verde esperanza,
le
recordó aquello
que
a mí me hizo temblar la edad...
Llegó
golpeada y madura
de
abriles a renacer en su tierra
de
color inocente,
de ansia llena...
Hoy
luce en la lápida
el
nombre de los torturados
-¡gotas
de vida y tanta muerte!-,
hoy
ha muerto sin nacer la vieja pregunta.
Vuelve a estar solo,
aunque en sus
noches
duerma con él -de por vida-
otro
tipo de silencio.
Es la triste realidad, que plasmada en esta obra, luce bella y el silencio es otro, si. Paz.
ResponderEliminarA veces se añora una compañía que luego nos jode la vida. Mil veces mejor solo que mal acompañado. Gracias Luz María, por tus palabras y tu visita
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