La abuela ha vuelto a sentarse en
un sillón de la cocina a las cinco de la mañana. Son las siete y aún deberá
esperar hasta las ocho u ocho y media para que su hija baje a asearla, vestirla
y prepararle el desayuno como todas las mañanas desde hace, asiente con
resignación, demasiado tiempo.
La abuela a las diez de la noche
ya está acostada y a las cinco abre los ojos como un reloj. Espera unos minutos
y toma rumbo al sillón de la cocina casi a oscuras. Son pasos medidos. No hay
estorbos. Tan solo pasa rozando el primer peldaño de la escalera al piso de
arriba donde duermen su hija, su yerno y su nieta. Sus pies y sus manos, su única
familia, piensa a menudo con rabia en los ojos.
Hoy vuelve a vivir los gemidos de
la noche, su lenta agonía hasta que la luz se erija reina de nuevo de las
mismas cosas. Momentos en los que pensar y pensar, y no
pensar.
La abuela vive en un paraíso un
silencioso infierno. No tiene la vida que quiere, no tiene al lado a quién
quiere. Lleva años sin ver a su hijo, a sus nietos. La verdadera razón de su
existencia. Y vuelve a preguntarse qué les ha hecho. Les dio todo lo que pudo,
también a escondidas. Todo el cariño del mundo y ni una visita, ni una llamada
de teléfono desde hace años. Hubo un tiempo en que quiso morirse, y hoy sabe
con firmeza lo que quiere: vivir, vivir, vivir para volver a verles.
Se siente culpable de muchas
cosas que nunca ha podido contar a nadie. Renegó de su hija. Su interior la
trató a patadas. Su lengua también. La tenía siempre sin pedírselo y nunca a
quién realmente necesitaba.
La abuela dibuja cada mañana la
silueta cada vez más difusa de su hijo y las casi imposibles de sus nietos, y
las besa y abraza entre rezos mudos. Y les imagina dirigiéndose a ella con
frases de cariño.
Empieza a amanecer y sus
recuerdos huyen con las sombras hasta que desaparecen. Se enfrenta a un nuevo
día. A otro día como todos los días. Su hija bajará y la sonreirá o gritará si
ha vuelto a quitarse el pañal y dejado un reguero de orines y heces. Hoy no
recuerda si lo tiene puesto o no. Hay cosas para las que no tiene memoria. Tal vez
sea este otro día en el que no ocurra nada. Transcurra sin hacer sufrir a los demás,
a los que sufren su frialdad y malos gestos. No le sale del corazón otra cosa. Es
su hija, sí, su yerno, su nieta, y los quiere, pero no es un cariño comparable.
Para nada.
El cariño es muy puñetero,
reconoce sin ningún atisbo de arrepentimiento.
Tu entrada de hoy, es la realidad de muchos ancianitos, a quienes poco a poco se les va dejando en el olvido, porque siempre hay tiempo para todo menos para ellos. Tal vez porque se les considera un estorbo, o una carga y es más cómodo ignorarlos que brindarles un poco de cariño y atención...
ResponderEliminarPero la vida da muchas vueltas, y es ahí cuando más los recordaremos, aunque tal vez sea ya un poco tarde.
Besitos y abrazos alados, Juanito!!!
Feliz Finde.
Hola Diana. Estos ancianitos como los llamas te digo que son un mal ejemplo para otros ancianitos que no tienen su suerte, ya que teniendo ayuda y cariño, viven con la mente lejos, ansiando una vida imposible, que no van a lograr nunca, y de paso haciendo sufrir. Un abrazo. Feliz domingo
ResponderEliminarY bueno, es verdad que no todos corren la misma suerte, pero no por ello son mal ejemplo, dudo mucho que sea su voluntad vivir en el olvido.
EliminarQuien no vive con la mente en aquellos que más se quiere? aunque no se lo merezcan, siempre será así.
Mi abuelita materna tuvo doce hijos, de los cuales solo dos se hicieron cargo de ella con esmero, paciencia y cariño cuando cayó enferma y ya no podía valerse por si sola; pero ella, hasta sus últimos días siempre estuvo pendiente de los demás hijos aunque ellos no tanto.
Besitos de mariposa, Juanito.
Linda semana!!!