Ya sé que no es así. Pero cuando
uno lleva demasiado tiempo –treinta años- en la misma empresa se puede abrigar
la sensación de estar en tu propia casa. Es lógico que si se mantiene el puesto
es porque se rinde, si hay una relación cordial con jefes y compañeros es
porque se es una persona normal y con buena predisposición para ello. Yo así me
he sentido hasta hace unos minutos en que uno de los hijos del jefe -jefes
todos- me ha dicho en tono seco éstas palabras:
-
A partir de ahora tu trabajo lo voy a hacer yo
-
¿Cómo?
-
Que a partir de este momento no tocas un papel más de ésta
empresa
Son las trece y cincuenta
minutos, me faltan diez minutos para acabar mi jornada -trabajo
solo de mañanas- y solo tengo tiempo de apagar el ordenador, meter
mis cosas en la maricona y disponerme a marcharme, todo bajo su atenta mirada.
-
¿Vas a darme alguna explicación? -le pregunto mirándole
a los ojos
-
No
-
¿Y así sin más…?
-
Sí
Estoy sentado en el coche, respirando
a duras penas. Treinta años en la basura, de administrativo en ésta empresa,
como mi casa (maldigo ahora eso), habiendo trabajado sábados, y algunos
domingos en tiempos de ebullición, cobrando quinientos míseros euros y sin
estar dado de alta en la Seguridad Social. Suerte que lo compenso con otro
trabajo por la tarde, ese sí, con todos mis papeles en regla. Me desespero. Me entran
ganas de volver a subir los cuatro escalones de la oficina y que me separan de
ese desgraciado hijo de puta, que me ha tratado como una rata, y retorcerle el
cuello. Una rata. Así me siento. Como una puta rata. ¿Qué puedo hacer? Primero
pensar. Y no de rata a hijo de puta sino de hijo de puta a hijo de puta. Abro los
ojos. Y me subo por las paredes. De ésta injusticia nace fuerza y rabia de un
lugar que no hubiera querido abrir nunca. Esa frialdad con que ese viejo amigo
(señor) ha roto una, llamémosle relación, ya no amistad, de toda la vida, de
tomar a veces cervezas, haber compartido algún veraneo, no va a quedar impune. He
sido un gilipollas por aceptar una situación laboral anómala y ahora no tener
donde agarrarme. Pero ahora soy un hijo de puta, otro como él, y empiezo a
recordar que tengo datos, que sé cosas de él, de su empresa, como para que
empiece a cagarse en los pantalones, para que en un futuro no muy lejano
empiece a mentar a todos mis muertos…que pobrecitos.
-
¡¡¡Aggggg…!!! -grito y grito con desesperación
¡Ah, el ser humano y la maldita
miseria que acojona el alma!, ¡las viles razones que serán de justicia por
viles razones! Me entran ganas de vomitar. Pero me controlo e intento
serenarme. Poco a poco. Espero un buen rato. En silencio. Mi mente aterriza a lo que soy.
Y me entristece aunque me relaja
pensar que de nuevo vuelvo a pensar como una rata…como una puta rata…
Cuántassss historias encontramos a lo largo del día iguales....es una pena y una desgracia la epoca que estamos pasando,porque los que nos creimos con un trabajo estable ahora...temblamos...y los que tenían un trabajo que creían bueno ahora muchos no lo tienen.Un asco. A las ratas...nuncaaa les falta la comida.Mil besitos Juanito
ResponderEliminarPero hay modos y modos, Midala, que ésta historia tiene poco de ficción. Demasiado hijo de puta tienen suerte ya que no encuantran la respuesta adecuada. Un abrazo
EliminarDe nuevo por tu casa, amigo.
ResponderEliminarSaludos y un abrazo.
Tienes la llave así que entra cuando quieras, jeje, y sírvete, ponte cómodo.
EliminarÉsta semana algo más ligerita de calor. Saludos Antonio