juanitorisuelorente -

miércoles, 31 de julio de 2013

UNO Y UNO SUMAN UNO (Relato de mi libro "En cierto sentido")


(Imagen de la red)


                                                            












Uno y uno son tres, dice mi hijo y no hay quién se lo quite de la cabeza.

  • Uno y uno son tres, papá: Tú, mamá y yo

Es un cachondo y tiene su lógica. A mí me hace feliz pero también es un cabezota y el maestro se lamenta porque no logra ni de coña que diga el resultado correcto, o sea: dos.
Es así en todo y tiene a quién parecerse.

Mi mujer dice que tiene mejores cosas que hacer que escucharme a mí o al niño cuando la atosigamos con alguna urgencia y se escaquea con un morro de escándalo.
Somos una familia feliz a pesar de todo. Cada uno vive a su bola y es la mejor manera para no enfrentarse.
Mi padre decía: “Tú, Juanito, a las mujeres sólo dale si no te piden”, que puede que no venga al caso pero me acuerdo siempre y como a él le fue bien pues yo lo digo.
Guardo un buen recuerdo de mi padre y eso que no me hacía mucho caso y era como si no tuviera padre. Él iba a lo suyo y yo a lo mío, me tuvo y al fin y al cabo algo hizo por mí, después no hizo más y para qué darle más vueltas. Sé que era un buen hombre por lo que contaban, que quería mucho a mi madre los ratos de quererla, que quería con locura a su único hijo, o sea, a mí, ...más que…, un día decía una cosa y otro día se le ocurría otra. Yo también le quería aunque fuera de lejos. La cercanía conlleva conocerse y eso me pasaba con mi madre. Sentía lástima por ella, una pena enorme enmarcada de indiferencia. Es una persona débil y arraigada a su suerte, un ser inútil, con todas las virtudes posibles y ninguna de las que yo busqué en una mujer. Por eso me enamoró Pilar y ahora creo que buscaba en ella a mi padre y ahora sé que no pude elegir mejor. Soy así. Soy un ser deshabitado, vacío de esas cosas superfluas que proclama la gente y muy lleno de mí mismo, un ser que ama apasionadamente el rato de amar y luego se retira unos pasos para mirar a su amor y también poder mirar otras cosas.
A Pilar le ocurría lo mismo y yo al principio no me daba cuenta. Éramos dos seres solitarios, hambrientos de cariño, pero con una fortaleza amurallada a la que había que regresar a guarecerse. Pero lo intentamos, somos una familia y más cuando nació Javi. Él hizo que retozáramos largas tardes primaverales en el prado entre fortaleza y fortaleza. Nos entrelazó con un hilo de seda que nos permitía alejarnos lo suficiente. Ella asumió su rol de madre con un éxtasis comedido, yo el de sufridor padre, único trabajador y jefe de mi multi empresa de servicios para proporcionarle a esa criatura un amplio pedestal donde postularse. Fueron unos meses de: Pilar con un muñeco nuevo, yo con un juguete nuevo. Era lógico y sólo cuestión de tiempo que la balanza equilibrara el sentido común. Ella tenía un hijo, yo tenía un hijo, ¿y qué?, mucha gente tenía hijos y no les veíamos babeando y con la lengua a rastras. A Javi había que enseñarle y de pequeño que es cuando más se apegan las cosas a la cabeza. Éste mundo es para las personas fuertes y solitarias y eso no hay quién me lo ponga en duda, nada de ñoñerías, amistades vanas ni besos de Judas, había que enseñarle a ser duro y a mirar a su espalda, a no fiarse ni de su padre, aunque me quisiera que yo eso sí quería.
Volvimos cada uno a centrarnos en lo nuestro, en nuestra vida, en nuestro trabajo, mi Pilar en una tienda de ropa, creo, yo en mi multi empresa, popurrí la llamo con chonga, y el niño con una tata, una mujer mayor, que cobraba poco y de la que nunca recuerdo su nombre.

Javi ha crecido, es un tío grande, inteligente, tiene buenas notas en su primer curso según me cuenta la tata. Dice ella que nos quiere y eso me alegra. El otro día haciendo el amor a mi Pilar se lo comenté y se emocionó un momento. Es hermoso sentirse queridos, amados como nosotros nos amamos, saber que alguien en algún lugar, en algún momento puntual, nos quiere. No hay palabras para definirlo, yo al menos no las tengo, más cuando hace unos días me dijo papá.

  • Uno y uno son tres, papá: Tú, mamá y yo

Se me cae la baba, no estoy acostumbrado, lo reconozco, un hijo es…, no sé, y yo lo quiero, lo quiero…, ¡uf!
Pero los días pasan y entre la rutina ocurren cosas.
Ha muerto mi padre. Ayer vino alguien a decírmelo.
Hoy estoy sentado viendo un culebrón en la tele, un novelón de esos donde las tías lo enseñan casi todo, recién llegado de su entierro y aún no puedo creerlo, mi padre ha muerto, me repito, mi padre, mi padre, ya no volveré a verle.
Últimamente le veía poco, la verdad, y menos a mi madre; hacía años y la he visto hoy en el entierro. Le presenté a Pilar y a Javi, su nieto, su único nieto, claro, y lloró a moco caído. Está de pena, demasiado gorda y una chinita empuja su silla de ruedas. Le pregunté que como estaba y no pudo ni contestarme. Es normal y creo que la entiendo porque sé que quería mucho a mi padre.

  • ¿Quién es esa mujer, papá? – me cuchicheó Javi después de besarla
  • Es tu abuela, hijo – le dije con aplomo, para qué mentirle
  • ¿Mi qué? – preguntó con una mueca graciosa

Se lo expliqué más tarde. Se quedó pensativo un momento y luego no paró de hacer preguntas, ingenuas pero ninguna fácil de responder. Yo a su edad me las hice y yo tuve que contestarlas, mi hijo no iba a ser menos.
Ahora estoy aquí sentado y no logro centrarme en la tele y eso que la novela está en sus últimos capítulos que es donde se enreda más si cabe y donde está a punto de desvelarse todo. Pilar está a mi lado, cerca, y tampoco la sigue mordiéndose las uñas como acostumbra, en cambio mira nerviosa por la ventana. Yo miro la ventana y no hay nada, sólo espacio y cielo nuboso. Creo que intenta decirme algo. Hoy ha estado muy rara, muy pensativa, hace días que se lo noto, también que habla y se acerca a Javi, algo que pocas veces ha hecho.
La tata está con el niño. Le oigo jugar en el cuarto.
  • ¿Te ocurre algo? – le pregunto porque ella no arranca
  • Sí, claro que me ocurre algo – estalla como una bomba
Me quedo patidifuso. Espero un rato porque ha vuelto a quedarse muda.
  • Pero, Pilar – insisto – si no me lo cuentas cómo voy a saberlo
  • ¿Qué voy a contarte si nunca te cuento nada? – grita y vuelve a callarse

Tiene razón, que yo recuerde nunca me cuenta nada, que yo recuerde no sé mucho de ella, diez años juntos y sé cosas, sus gustos, sus vicios, pero no tengo ni idea de qué piensa, qué es lo que ansía de la vida, que es lo que desea ofrecerle. Somos dos seres extraños, lo sé, nuestro amor es atípico, eso está claro, es un amor puntual, gélido, a veces vaporoso, a veces, las más, entrañable; sí, nuestro amor es entrañablemente extraño, es así, raro, pero así.
Y todo fue bien hasta que nació Javi. Creo que él trastocó sus esquemas y no los míos como ya he dicho.

  • Quiero a mi hijo – susurra y me pilla de improviso – no quiero otra cosa, a nada ni a nadie, sólo quiero a mi hijo
  • Pilar, a tu hijo le tienes, nadie va a quitártelo – respondo balbuceando
  • No lo entiendes, me das igual tú, me da igual ésta casa, me da igual todo pero quiero a mi hijo
  • Vale, le quieres, pero ¿cómo?
  • Quiero quererle, no verte más a ti, no ver más a esa vieja gorda, quiero apretujarle contra mi pecho, irnos, irnos lejos, lejos, lejos

Vuelve a callarse. Mira por la ventana buscando algo. Ha sido un arrebato, le ha pasado otras veces, cuando compramos el coche rojo, el portátil de última generación, aquella botella de vino cosecha del 90; pataleó y no me importó dárselo, sólo son cosas, deseables o no pero todas prescindibles. Yo me apaño con el Ford Fiesta, con el ordenador mostrenco, con una Cruzcampo fresquita, pero ahora es el niño y no sabe lo que dice, un niño da compañía, demasiada compañía, y habla sin parar, habla demasiado …, y incordia. Un niño es posesivo si ve un resquicio por donde colarse, además de pidón, llorón, meón (ya menos), con esa maldad genuina escudada en su inocencia que nos hace reír por no romperle la crisma. Eso es parte del lado malo. Indudablemente hay algo bueno aunque ahora no caigo. Y ese lado bueno sabe bien si se bebe gota a gota, pero cuando anuncia riada está claro, un azote y con la tata. Así ha sido por mi parte y por parte de Pilar hasta ahora.
La miro y sigue con cara de mula.

  • Quiero a mi hijo, Juanito, quiero a mi hijo – me arroja otra andanada
  • Vale. ¿Le digo a la tata que te lo traiga? – sonrío con cara de malo
  • No, así no, así no – dice gimoteando para arrancarse a llorar como una loca

Es mejor dejarla, pero me irrito porque la novela se ha ido al traste y no sé si Mercedes ha logrado que la perdone Alberto por haberse acostado con su primo creyendo que era él al no distinguirlo por la oscuridad del cuarto. Le pregunto a Pilar por si ha pillado algo de rebote y no me responde, entonces enciendo un cigarro que sé que le molesta por si se levanta y se marcha y me deja en paz. No lo hace y soy yo quién se marcha.
Bajo a la calle y apuro el cigarro apoyado en el quicio de la puerta. Luego enciendo otro distrayéndome con la gente que pasa, con las mujeres por supuesto, no por nada.
Comienza a oscurecer y chispea. Mañana es sábado y voy a tomármelo con calma. Ha sido una semana agobiante en el trabajo y estoy cansado. Casi acaricio los cuarenta y lo noto, ya no soy el de antes ni me apetece serlo, para mí y para el niño sobra con lo que hago, más es gana de amargarse la vida y bastante tengo ahora con la manía de Pilar y con lo de mi padre que no se me va de la cabeza.
La lluvia aprieta y la gente corre a refugiarse, creo que voy a subir a ver cómo está el patio, retomaré un libro de Nietzsche o volveré a escrutar los DVD…, o los VHS por si hay alguno que no haya visto.., o me haré la cena…, o me acostaré sin más. No sé, desde hace un tiempo me aburro, mi vida es monótona y comienza a ser absurda, no sé qué quiero, no sé qué deseo, bueno sí, claro que lo sé pero no si lo quiero o lo deseo de veras; puede que me da igual, puede que hoy sea un bajón por haber perdido a mi padre aunque nunca haya tenido padre.
Voy a subir cuando oigo un golpe en la calle, el chirrido de los frenos de varios coches, el deslizamiento de los neumáticos por la lluvia.
Alguien grita.
Salgo y hay un cuerpo tirado sobre un charco creciente de sangre. Parece una mujer. Es una mujer. Es Pilar, mi Pilar.
No grito. No pienso. Me quedo en blanco pero me acerco y veo que está muerta. No hay duda. Está boca arriba y tiene los ojos abiertos. Me parece que miran lejos. Tiene el gesto ausente, los brazos en cruz como si estuviera crucificada a la calle, o dibujada con un fondo rojo y gris, brilloso por las luces de los faros. Me conmuevo, no sé, o no; puede que sienta lo mismo que ésta gente que la mira rodeándola; o puede que tenga gesto de sorpresa, de estupor supongo, aderezado por el hecho de ver a alguien conocido, alguien que ha pasado por mi vida, a veces cerca, siempre lejos. No sé por qué lo ha hecho pero estoy tranquilo. Dos meses visitando a un psiquiatra me liberan de toda sospecha. Estaba loca. Loca de atar. No sé si me importa, ¿puedo parecer un monstruo si no me importa?
Llegan dos guardias.

  • ¿Alguien la conoce? – dicen casi a la vez
  • Es mi mujer – respondo

La tata baja histérica con el niño de la mano. Grita y me abraza, también el niño. Balbucea y me dice cosas. Yo sé lo que ha pasado aunque no la entienda. Imagino que no se puede robar lo que no es tuyo. Nadie es de nadie pero el amor es como el estaño, el calor lo funde y se suelda formando una masa informe. Ella sabía que no podía soldarlo. Era tarde para eso. Yo no lo necesito de esa forma, de esa ni de ninguna forma.
La tata me aprieta y sin darme cuenta la noto como a una mujer. Noto su cuerpo convulso bajo la bata. Un cuerpo flojo pero abundoso, agraciado.
Se llama María, ahora me acuerdo.
Es mayor, no demasiado. Rebobino y recuerdo que es viuda y sin hijos. Que a veces me mira con cierta confianza. Quiere a Javi y eso se nota. Seguro que Javi la quiere a ella como a una madre.
Como a la madre que nunca ha tenido.
Pienso.
Pienso con la actitud del superviviente en una isla desierta. Hay que ceñirse a lo que hay. La soledad es dantesca. Yo no quiero estar solo.

María me atrae. No sé cómo no me he dado cuenta antes. Y puede ser una aceptable salida. Espero que acepte. Esperaré. Tampoco me importará si no intimamos. Si no nos casamos me dará igual, en serio. Si sólo me regala su compañía y cuida al niño. Creo que ella es realmente lo que siempre he ido buscando, alguien que esté sin estar, que me mire sin verme, que me cuide sin yo notarlo…   

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