Ando en muchos caminos,
también en remotos dones
que despiertan sin hastío,
vivo las horas del día tan lejos como
viven,
y al regresar otra vez las tardes
que las acarician y humean.
De nuevo
hay infinitos instantes en cada paso
que no le acompañan,
una caprichosa canción que cambia el
ritmo
por momentos
al monótono silbido, a su paz de
décadas,
hay un discurrir lento
y preciso que conduce al ser
por donde tiembla de frío,
a pesar de su aspecto riguroso,
un quererse inexplicable,
una nueva tela de araña.
Ya no ando al modo que acaso sepa,
ya no al de tanto tiempo complacido,
no al del monstruo cazado,
ni al de su furia encantada,
ya no al de los sueños,
que cedí a los que me siguen y sueñan,
sino al de la llama confusa
que, según la dirección del aire,
vuelve a quemarte,
vuelve a quemarme,
o vuelve a quemar a nadie.
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