Me gustaría volver a viajar en tren
Expreso.
Algo quizá imposible pues he oído que
ya no circulan y así fuese no tendrían el encanto de antes, tan
robustos, tan convulsos, tan entrañables.
-En tren Expreso – matizo -
nada de Talgos o Aves.
Hubo un tiempo en que lo hacía a
menudo, cuando trabajaba en La Palma del Condado a mis catorce años.
Aquellos eran trenes de sobremesa, de
temblores provocados por manos gigantes y ruidos con la boca. No eran
juguetes de niño pero sí vivía mis aventuras de niño como en un
juguete. Construía en cada viaje una aventura distinta con
magnánimos héroes y pérfidos villanos, y por supuesto la chica,
cualquier chica anónima atrapada en el influjo familiar con la
mirada perdida y que atrapaba sin esfuerzo con mis poses de lobo.
Después he viajado poco en tren, quizá
un par de veces en sillón reclinatorio con vistas panorámicas,
oscilaciones contenidas y zumbido ininteligible. No era lo mismo,
para nada, que aquel atiborrado Expreso Madrid – Cádiz del 72 en
que compartí pasillo y noche desde la estación Linares – Baeza
con una patulea variopinta de cuerpos temblorosos agarrados a las
barandillas de las ventanas con las miradas soldadas a un paisaje
inútil, con cuerpos tumbados en los pasillos como muertos, dibujando
líneas con sus piernas que incitaban a saltarlas a la pata coja, un
tren abarrotado de gente silenciosa, ensimismada en sus pensamientos
o sueños de afirmaciones constantes, para mí y entonces una
sucesión de caras amoldadas a mi bol mental de rasgos conocidos o
dibujados de películas y libros, pérfidos villanos, encantadoras
jovencitas asustadizas y esperanzadas, y un interminable ejército de
personajes secundarios, y yo entre ellos, un espectador ansioso
emborronando el tebeo de mis sueños.
Allí conocí a María.
Salía de un departamento e intuí que
intentaba abrirse paso hasta el servicio. Entró en mi vida, en mi
mente con un golpe de efecto, al abrir la puerta como una foto en
color entre rollos y rollos de horas en blanco y negro, al abrir la
puerta como una artista a la que descorren el telón a una masa
enfervorecida. Estaba frente a mí a un palmo y tuvo que codearme
para poder salir. Olía a sudor y a colonia Nenuco, la misma con la
que anegaba mi madre a mi hermana de meses y que respiraba hondamente
junto a su risa de nieve.
- Me llamo Juanito – le dije
No me contestó pero me lanzó en sus
ojos un anzuelo con cebo afectuoso. Fue un flechazo mutuo, en pleno
corazón y a veinte centímetros aunque bien es cierto que yo en esos
tiempos llevaba preparado un arco con un buen arsenal de flechas y en
mi corazón dibujada una diana, por si acaso. Así y todo María era
distinta a las otras, primero y primordial porque allí y en ese
momento no había otra y segundo porque lo nuestro no fue un
ametrallamiento de miradas huidizas y tontorronas con sonrisas de
disco rallado, fue algo que aún hoy me estremece cuando lo pienso,
me idiotiza cuando intento perfilar su imagen cada vez más
desdibujada.
Sin pensarlo me puse de un salto
delante de ella y desenfundé mi machete para abrirle camino en un
zarzal de cuerpos deshilachados.
- No hace falta – me dijo su voz dulce, en su cara de princesa atrapada en un hechizo, que oteaba el mundo sobre una estructura sólida, muy proporcionada, vestida con jersey de cuello alto y falda hasta las rodillas - Sé ir sola – siguió algo más seria como acuchillándome en la espalda con un puñal flojo, como una lengua vaporosa
Sorteamos a una señora gorda y pisamos
una guirnalda de piernas. María reía. No una risa abierta para
todos, para nadie, era una risa contenida que estallaba sólo al
unirse con la mía. Brillaban sus ojos, brillaban mis ojos, la cogí
de la mano. Su temblor y frialdad aprietan todavía la torpeza y
grosura de mis dedos, su mano sigue blanca como la harina, su cuerpo
emerge de la nada, si lo pienso, como una diosa…, su risa fresca…
- como un mirlo blanco… -
- Me llamo María – dijo apretujando mi mano con todas sus fuerzas
- Yo Juanito – volví a repetirle
La esperé en la puerta del servicio
junto a la señora gorda. La pobre hacía guiños risibles y se le
oían bullir las tripas.
Recuerdo que estaba muy alterado,
Boris Karloff había girado la cabeza y me miraba con cara
adormecida, mientras, Frankestein, un mocetón con la cabeza
atornillada al cuello, dormía a pierna suelta y roncaba con
estruendo. Seguí mi ronda y creí reconocer a John Silver, imaginé
que con el capitán Flint en su hombro y estaba seguro que con las
pistolas dispuestas en los bolsillos del gabán y la pata de palo
camuflada bajo la tela del pantalón; a su lado un John Wayne con
ropa atípica equilibraba un tanto mi consuelo mental y algún otro
que lograba que respirara con cierta holgura.
Oí la cisterna y resoplé, también la
señora gorda que estaba a punto de derramarse.
- María, ven, huyamos de aquí – le dije al salir
- ¿Adonde, loco? – sonrió dándome la mano
Cambiamos de vagón y buscamos un lugar
tranquilo arropado de caras inexpresivas e insustanciales.
- Tienes que confiar en mí, María – le cuchicheé al oído algo alterado – este tren a lo mejor no es el que dicen que es y quizá no vamos al lugar que dicen que vamos
Sabía que no me creería, que debía
confiárselo todo.
- ¿Sabes que hay trenes que no van a ninguna parte, que dan vueltas y vueltas y no paran nunca?
- No soy una niña, Juanito, no lograrás asustarme
- No digo que sea éste aunque he visto cosas muy raras
- ¿El qué? – dijo bajando los brazos resignada
- ¿Te has fijado que el revisor es tuerto?, alguien me dijo que eso era un mal augurio, que tuviera cuidado de no subir nunca a un tren con un revisor tuerto
- ¿Alguien?
- Y eso no es todo, ¿te has fijado que en las últimas cinco o seis estaciones ha subido gente pero no ha bajado nadie?, en éste tren no baja nadie, María, por eso va tan lleno porque no baja nadie
- ¿Eso no será porque vamos todos a los mismos sitios? – preguntó algo pensativa
- ¿Sí?, qué casualidad, no seas idiota, en éste tren pasa algo, te lo aseguro, ¿cuántas veces has viajado en tren?
- Ésta es mi primera vez…
- ¿Lo ves?, no puedes saberlo; ¿y no te has fijado que en nuestro vagón hay mucha gente que hemos visto antes en otra parte?
- Pues…
- ¿Y no te has dado cuenta que ésta noche es más oscura que otras noches, como si viajáramos dentro de un túnel?
María apegó los ojos al cristal de la
ventana y descubrió esperanzada las luces de una aldea.
- Eso a lo mejor no existe – dije con rotundidad – estás asustada y esa imagen la ha dibujado tu mente
- Es una aldea, Juanito, y hay luna, ¿la ves?
- ¿Llena?
- No
Resoplé con fuerza, sólo hubiera
faltado eso, la espoleta de la bomba.
- Tenemos que estar preparados
- ¿Para qué, qué puede ocurrir?
- Ojalá lo supiera pero seguro que es algo malo, terrible
Yo estaba muy nervioso y María parecía
tranquilizarse.
- Ojalá pase algo en éste tren – dijo abriendo unos ojos enormes a la oscuridad de la ventana – ojalá ocurra todo eso que estás diciendo
- ¿Pero qué dices, estás loca?, podrían secuestrarnos, llevarnos a un lugar remoto, a una cueva secreta, arrancarnos nuestros órganos para traficar con ellos, violarnos, cosas horribles, María, ¿no lo entiendes?
- Nada me importaría, te lo aseguro, yo ya estoy muerta
Di un salto. No podía creer que María
fuera uno de ellos, que en aquel rincón oscuro, rodeado de caras
aburridas, circunspectas, estuviera hablando con un fantasma, con un
fantasma tierno, hermoso, pero no por ello menos fantasma. María,
al verme turbado, rió.
- No, todavía no estoy muerta, tonto, pero sí que voy a estarlo pronto – bajó la voz y me susurró al oído – sé que quieren matarme y que lo harán con disimulo, sin que nadie lo note
- ¿Quién, quienes? – estallé con una rabia alocada
Ella me siseó para que bajara la voz,
para que nadie pudiera oírnos.
- Tengo miedo, Juanito, mi madre murió hace una semana y fue asesinada – dos lagrimones pugnaron por alcanzar su barbilla – ahora voy a casa de una tía en Cádiz que sé que no es mi tía porque mi tía murió hace años; a ella no la vi nunca y la persona que me espera allí puede ser cualquiera…
- ¿Pero viajarás con alguien?, ¿quién te acompaña?
- En el departamento está mi padre;... está dormido…, y tampoco es mi padre
Me hacía un lío atando cabos sin
cuerda.
- ¿Vas a casa de una tía que no es tu tía y viajas con un padre que no es tu padre?
- Sí
- ¡Joder!
- Lleva un cuchillo y una pistola en los bolsillos de la chaqueta, lo sé aunque no los he visto
- ¿Joder, joder! – soplé como una moto - ¿y ahora qué hacemos?
- Estoy muy asustada, quieren matarme, sé que quieren matarme
- ¿Pero, por qué?
- Tengo el dinero, soy la única heredera de las fincas y del dinero de mi madre. Mi padre…, ese hombre..., se casó hace poco con ella, parece bueno, no se le nota pero yo sé quién es, sé que mató a mi madre, poco a poco, con unas pastillas que disolvía en la leche, yo le vi pero no dije nada, tuve miedo, no creí que fuera a matarla, ahora sé que irá a por mí, no pruebo la leche pero dará igual, ya buscará algo
- No te preocupes, María, no te pasará nada, te lo juro, yo te ayudaré
Nos abrazamos; nuestros corazones
agitados golpeaban uno en el pecho del otro, nuestras lágrimas
saltaban a un abismo y chapoteaban en un charco de aguas negras,
nuestros brazos eran como unas cuerdas fuertes de esparto que nos
entrelazaban a un destino incierto.
- Cruza los dedos, María, así, mira
Crucé los dedos índices y los besé
con pasión.
- Cruza los dedos y bésalos como yo hago, alguien me dijo que es el lazo más fuerte que puede unir a dos personas, que es como una puerta que se abre para poder penetrar en el cuerpo del otro
- ¿Alguien, quién es ese alguien?
- ¿Vas a hacerlo?, sellaremos nuestra amistad para siempre
María cruzó sus dedos, los besó y
noté un escalofrío, y ahora, y siempre que lo recuerdo.
- El mundo es extraño, María, hace un rato no nos conocíamos y ahora nada logrará separarnos
- Me gustaría estar siempre contigo, Juanito, ahora que no tengo a nadie – calló un momento y siguió - ¿Y tú, tienes a alguien?
- Bueno..., sí, pero eso es lo de menos. ¿Te has dado cuenta de que yo también estoy solo?
- ¿Me salvarás de mi padre y me llevarás contigo? – preguntó con una inocencia que entró a saco en el portal de mi alma
Se me ocurrió un plan pero no quise
decírselo, lo había leído en un libro que habían bordado en una
preciosa película, aunque no recordaba el título ni el autor del
libro ni la película, tal era el cacao mental que me embargaba
entonces. En ese momento yo ya no era yo, no podía serlo sino un tal
Jack y mi misión no era un viaje insulso hacia un trabajo rutinario
sino una causa noble y justa. Tenía ante mí a un conejo asustado
con forma de hermosa y celestial jovencita y no podía ni pensar que
alguien quisiera hacerle daño.
- ¡Por Dios, María, vaya susto que nos has dado!
Me pilló de improviso una voz recia,
puntiaguda. Alcé la vista a un hombre fuerte, de complexión
mediana, barba de dos días al menos, ojos de muerto. Aquel hombre se
agachó a cogerla del brazo y me rozó con la chaqueta. En el
bolsillo me golpeó algo metálico y me quedé blanco como la harina,
inmóvil como una estatua.
- Estaba jugando con él, papi. Se llama Juanito
- Vale pero no vuelvas a hacerlo. Vamos – le gritó muy enfadado
La vi alejarse con aquel ser
despreciable, con aquel monstruo, con aquel asesino y no hice nada.
María se soltó de él para girarse y cruzó los dedos. Los besó y
yo hice lo mismo, algo que arrancó aunque petardeando el motor de mi
sangre.
Me sentí ruin, despreciable, algo
transitorio pues respiré hondo para remediarlo.
Fui tras ellos y presioné mi nariz en
la puerta del departamento. La veía a través del cristal y nos
hacíamos señas mientras su padre cabeceaba con los ojos abiertos.
Despuntaba el alba cuando paramos unos
minutos en la estación de Carmona. Los muermos comenzaban a
espabilarse y a erguirse atiborrando el pasillo de un ejército
abyecto, con un hedor pestilente a sudor y a derrota.
Subió más gente a un tren abarrotado
y no bajó nadie. Mi cabeza era un caos y sólo la visión de María
me ayudaba a sobrellevarlo, ¿qué hacer?, la próxima estación era
Sevilla, también mi destino porque allí debía hacer trasbordo para
Huelva. No iba a hacerlo, ¿cómo iba a hacerlo?, no me lo hubiera
perdonado nunca.
Y regresé a Jack. El tal Jack era un
tipo singular, un descerebrado pero un héroe simpático y guapo que
siempre aplastaba el mal y ganaba a la chica.
Sin pensarlo abrí la puerta del
departamento y me puse frente al fulano.
- Soy Jack, ha llegado tu hora, pelotudo – era su lema y tenía que decirlo
Puse los brazos en jarras, era
suficiente para intimidarle, para que se arrojase a mis pies y de
rodillas pidiera perdón por su crimen. Recuerdo que me miró con una
cara que no despertaba ningún síntoma. Yo intentaba recordar qué
hacía Jack cuando el sujeto se quedaba indiferente, importándole un
bledo estar frente al gran Jack y a punto de ser convertido en
papilla cuando se interpuso María.
- Papi, tengo que hablar con él. No me moveré del pasillo, te lo prometo
- Vale – refunfuñó detrás de ella
Salimos y nos instalamos a codazos en
una ventana.
- Eres un caso, Juanito. ¿Ese Jack es ese alguien?
- Sólo quería salvarte
- ¿Y a ti?, ¿quién te salvará a ti?
Cacé al vuelo lo que quiso decirme.
Callamos. Miramos los esbozos del paisaje que dibujaba de color el
nuevo día y sólo de vez en cuando uníamos nuestras miradas para
volver a perderlas en un mar de tierra boyante y jubilosa. La cogí
de la mano y no hizo ninguna intención de quitarla, incluso me la
apretaba con fuerza y hondura.
Llegamos a Sevilla, a mi destino. El
tren se detuvo entre resoplidos y pronto el pasillo quedó vacío
como absorbido por el sifón de una alcantarilla. Los departamentos
también se oxigenaron y el andén hervía de viajeros y familiares
en la hora de encuentros o despedidas.
Llamaron a María y me quede solo en
aquel pasillo, solo como tantas veces en mi vida me había visto y
sentido, quizá demasiadas, (a pesar de que vivían mis padres y era
el quinto de siete hermanos), solo, más solo que nunca porque no
había conocido a nadie como ella, solo, terriblemente solo porque
tenía la sensación de que no conocería jamás a nadie como ella y
que recordaría estos momentos durante toda mi vida, mi vida, vida
que iba en otra dirección, así de dura y cruel, y me resistía a
aceptarlo con uñas y dientes.
El tren arrancó con estrépito
solemne, con un corto silbido, mientras yo seguía agarrado a la
ventana sin lograr mover un músculo. Pasábamos por la estación de
Dos Hermanas cuando empecé a reaccionar. Entré al departamento de
María y un matrimonio mayor, que la arropaba, me miró con cierto
interés.
María se levantó.
- Juanito, éstos son Felipe y Andrea, mis padres
- Quiero disculparme..., tienen que perdonarme..., yo... – balbuceé – también despedirme, María, me bajaré en la próxima estación
- ¿Es usted de Utrera? – me preguntó la señora con agrado
- No, no, voy a la Palma del Condado..., está en Huelva..., trabajo en una cerámica...
- ¿Pero no debería haberse bajado en Sevilla, criatura?
- Sí, ya, ya sé..., perdonen…
No tuve valor de despedirme, ni
siquiera de mirarla a la cara. Salí de allí al pasillo fustigándome
con toda la rabia de mi mente.
El tren paró un instante en Utrera.
Bajé cabizbajo a un andén vacío. Estaba a punto de llorar cuando
oí mi nombre a la vez que el tren pitaba para marcharse. Me giré a
la voz de María.
- Adiós, Juanito – me gritó y cruzó sus dedos besándolos con ternura
Besé los míos con fuerza y rabia.
- ¡Adiós, María! – le grité cuando ya no podía oírme.
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