juanitorisuelorente -

lunes, 10 de diciembre de 2012

FU, FU, FU...

(Imagen de la red)


La magnitud de cualquier problema no disminuye en navidad pero sí parece edulcorarse. Fechas que parecen liberar un poco la presión mental del día a día para conducirla a un impasse  donde respirar una mezcla de armonía, paz y esperanza. Fechas dadas a la reunión familiar, a los regalos, a contagiarse de la fiesta, de la felicidad de mayores y pequeños.
Fiestas que preside la fe a modo ornamental, como sobregasto rutinario, sentido y nunca obligado, sensible el corazón tradicional y el respeto debido, y que queda pronto como telón de fondo en el escenario de lo realmente prioritario.
 La navidad es una fiesta de exceso, de gasto, de exaltación de la alegría sobre un paréntesis de olvido.
Una fiesta ostentosa con hermosas dosis de generosidad, con alardes de cercanía y equilibrio.
Pero una fiesta de canto a una fe con poca hondura, presente en todo, sí, abarcándolo todo, arrancando sentimientos afines y no habituales, pero sin llegar a calar, acercarse siquiera a tantos vacíos en que están sumidos en tantos interiores tantos corazones.
Fiesta también simbólica de despedida e inicio, de un nuevo número que oculta al anterior, de un nuevo primer día, de un nuevo impulso a la necesidad sana de vivir o a la innata necesidad de sobrevivir.
Son días que nos visten, visten las ciudades, visten al mundo, nos abren los ojos y encienden nuestras manos, aunque nada nos cambie y solo demos vueltas a lo mismo de siempre.

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