juanitorisuelorente -

lunes, 10 de diciembre de 2012

UN PASEO


Salgo de mi casa sobre las diez. El cielo luce un azul inmaculado. Pero hace frío. Normal en diciembre. Desciendo mi calle unos metros para girar a la calle El Oro, una calle irregular, estrecha y sinuosa. Otrora tal vez haría honor a su nombre y hoy cada vez más a otros metales de mucho menos brillo. Saludo a un vecino, un chaval a lo lejos va en mi misma dirección, que no es otra que a
bocar a la plaza El Reloj, plaza moderna sobre un parking, de reciente construcción, diáfana, como un campo de fútbol, sosa e impersonal, presidida por el edificio del ayuntamiento, y que cada vez me parece más un testigo ciego y mudo. Tres, cuatro personas la cruzan. De reojo
cuento en distintas personas el número de siempre a las puertas del Inem en la estrecha calle Nuestro Padre Jesús, también a mi izquierda las que hay apoyadas en la barra del bar del Cojo; hoy hay tres y será fiesta. Continúo mis pasos hacia la calle Real por la calle Iglesia. La Encarnación ofrece a esta altura una imagen magnífica. No dejo de mirarla hasta que giro en el callejón. La calle de adoquines de granito le hace justicia, no así el suelo de la calle Real y adyacentes, de buen material pero mal colocado para cualquier mirada exigente. La calle Real es la arteria de la ciudad y aquí me cruzo con la mayor cantidad de gente, una treintena de personas que pudiera parecer aceptable sin la soledad casi insolente del resto del recorrido. En esta calle se halla la única obra de envergadura que se construye en este momento. Será por eso que aviva ánimos. Nadie esgrime una queja al paso de los camiones, o cuando la cortan y obliga a dar un rodeo considerable para retomarla unos metros más adelante por los callejones del bar de Piñero. Al fondo está el Paseo, una plaza emblemática, lugar de reunión por excelencia, antes de viejos y jubilados, hoy acompañados de savia nueva desgraciadamente. Hace frío y aun así hay numerosos grupos en apática charla. Saludo a los conocidos, pero paso de largo. Me da grima que sea El Paseo mi destino diario, que mi conversación más amena solo verse sobre cosas que ya me han pasado. Prefiero pasar como si tuviera algo que hacer, algún lugar donde ir. Lugar que creo a modo de café aunque a veces no me apetezca ya que enfilo la calle Las Eras en dirección a la cafetería Las Cigüeñas, lugar que frecuento casi a diario desde que la vi nacer con mis manos en dos mil dos. En la calle Las Eras se acentúa de nuevo la falta de movimiento, el silencio generalizado, alterado apenas por el paso de algún vehículo o alguna persona. Yo he vivido todo lo contrario, el bullicio, el tráfico más o menos intenso a cualquier hora del día, la prisa, y por eso lo noto con más fuerza, con más tristeza, y no tanto como voz crítica que testimonial. En la plaza Las Cigüeñas, un lugar acogedor, de tránsito intermitente pero frecuente, no hay un alma, y apenas cuatro personas me acompañan tomando mi descafeinado de máquina cortado en la cafetería. Es una suerte que los negocios se mantengan. Estamos bajo mínimos, comenta Antonio, uno de los dueños y que lleva toda su vida en la hostelería. El paseo Las Palmeras es ahora mi destino de paso, así que asciendo por la avenida de Málaga. Hay algo de tráfico y poco tránsito. Me cruzo con mi amigo Pedro, que también pasea, y hablamos un rato sobre el trabajo y poesía, esta hermosa dedicación que me está salvando de la rutina y el ahogo. A él le gusta leer y me dice que está con el nuevo libro de María Dueñas. Nos despedimos. En este estado de inanición es vital buscar un modo de ocupar el tiempo, además de andar, o sea activar los músculos y la sangre. Llego a Las Palmeras, un paseo precioso para mi gusto, innecesaria pero gratamente revestido con el tristemente despilfarro del plan E. Paseo de considerable longitud al que acompañan dos filas de palmeras bien alineadas, con el monumento a la batalla al fondo, llamativo y al fin adecuado tras varios fiascos. Aquí el sol sí logra que el frío sea más soportable y numerosas personas pasean y ocupan sus bancos. Subo hasta la fuente que lo preside y cruzo por el semáforo a la ermita de San Juan. En un lateral de la ermita colocan las esquelas. Hoy solo cuelga una misa de una octogenaria. Mejor así. Subo la pequeña cuesta hasta la papelería de Rafael Moga. Hoy es viernes y tengo apartado el periódico. En sus estanterías luce mi libro “Del alma”. Es bonito que algunos de mis pensamientos estén ahí plasmados, al alcance de cualquiera. Hay cosas, temas, que no se pueden confiar a nadie y sí se pueden escribir. La poesía es un milagro. Y además un desahogo. Salgo y vuelvo a bajar por la misma calle en dirección a la calle El Santo, calle que conduce a la plaza El Paseo. En ella vivo la misma sensación de abatimiento, negocios que no acogen casi a nadie, y el museo, un lugar que me agrada visitar si hay algo, como ahora, una pequeña exposición de fotografía y pintura. Un edificio amplio, original, y al que solo le falta la esencia de todo museo: contenido. Una pena. Pero bueno, estar está, y de llenarlo siempre hay tiempo, que se suele decir. Y ya sin dilación bajo y cruzo el Paseo de nuevo, no sin antes, ahora sí, pararme con el cuponero y comprobar la suerte del día. Ayer acabó en dos, tengo el reintegro, así que lo cambio por otro para el próximo lunes por ser del mismo precio. En la plaza siguen los mismos, y su misma apatía. Saludo a alguno pero tampoco me detengo. Son más de las once y seguro que mi mujer me espera con la lista de los recados.

2 comentarios:

  1. ¡Hola, Juan!Hermoso recorrido el que nos haces por las calles de tu pueblo. Fíjate que he pasado veces por Bailén y nunca me ha dado por salirme de la travesía. Nada hace pensar que haya ese bonito lugar que describes cuando la gente se detiene en los restaurantes que hay al fondo, junto al cruce para Linares y las gasolineras, en los cuales se detenían a repostar sus coches y estómagos todos los que venían o se dirigían al levante español. Ahora con el desvío de la autovía supongo que entrarán menos visitantes, y si además está la Guardai Civil en la entrada Sur deteniendo a todo el que entra y obligándole a abrir las maletas y a soportar un interrogatorio de adónde va, para qué, de dónde viene etc.. como me hicieron a mí el años pasado cuando me desvié de la NIV para desayunar en el restaurante que hay a la izquierda, se te quitan las ganas de volver a entrar.Desde entonces, paso de largo.Pero leyendote me han entrado ganas de conocer ese pueblo y no descarto hacerlo algún día.

    Los pueblos están tristes por el desempleo y la nula esperanza en un futuro mejor.Creo que te refieres al libro "Misión Olvido", pero no es de nuestra amiga Mercedes Dueñas, sino de María . Un placer leerte, amigo. Abrazos.

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  2. Yo estoy andando ahora lo que no está escrito, jeje, siempre en coche hasta para ir a la esquina a por tabaco, ya no, porque no fumo. Y sabes que gusta, más trabajar claro, ya que me fijo en muchas cosas que antes se me pasaban por alto, hablo más con la gente, me acerco un poco más a los problemas personales y generales. En fin, otro modo de entender la vida, espero que cambie pronto pues con 54 aún debería quedarme un empujón. Gracias Juan, pro cierto ya he rectificado lo de la Dueñas, a quién no he leído y dicen que al menos su primer libro entre costuras merece la pena. Nada, un abrazo

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