Amo a mi ciudad.
He excavado en sus cimientos, he moldeado en el aire nuevas
edificaciones, le he ofrecido y ha acogido con calor de madre mis más
de cincuenta años de vida.
Así que,
perdonen, me resisto a mostrarme indiferente, me resisto acompañarla
solo en su dolor sin hacer algo por remediarlo. Aunque el remedio,
sé, no está en mi mano ni tal vez en la mano de nadie ajeno al
poder, a la política.
Nosotros, el
pueblo, somos la voz neutra, voz que no en su forma pero sí en su
fondo es apolítica, forma que
solo conlleva el enfrentamiento vano e
intrascendente. Voz de nuevo de criticar y quejarse, de unirse si
cabe cuando algo clame al cielo. Una voz neutra ininteligible entre
tantos murmullos. Una voz que ha perdido el único derecho a lo que
siempre ha estado debida: el trabajo. Una voz que, en su fondo, no
sabe qué decir, ni a quién. Que espera soluciones y cada vez más
impaciente.
Una ciudad incapaz
de dar trabajo a sus hijos está en una vía muerta, una ciudad
incapaz de proteger a los que siguen trabajando, soportando el peso
de los demás, se haya además en un estado de hibernación.
¿Pero qué ha
pasado?
Huelga responder a
eso, todos lo sabemos, una crisis paralela a la verdadera crisis,
consecuencia de ir por un camino festivo y equivocado, al que es
imposible regresar y absurdo el citar culpables o arrepentirse.
Ahora solo nos
vale ahondar en un futuro que no hay, en soluciones que no están ni
siquiera a la vista, en pedir a quienes nos gobiernan más compromiso
social y menos partidista, más dialogante, que piensen algo más en
nosotros y menos en ellos.
A mí me duele en
el alma decir que aquí se huele la ruina, se palpa la desolación,
la incapacidad de reaccionar, y lo que es peor amparado desde la más
inquietante apatía y desunión, desde el desabrigo más
inexplicable.
Duele decirlo pero
aquí va cada uno a lo suyo aunque lo suyo sea nada. Seguimos cayendo
uno a uno, uno tras otro, con sometida resignación, abrigados al
dicho: mal de muchos consuelo de tontos. Porque así nos consolamos:
así está la cosa, qué le vamos a hacer, antes me pasó a mí...
Una pena, una
vergüenza haber llegado a esto, y no solo a la ruina general sino a
la aceptación como algo natural de la propia ruina.
¿Y qué podemos
hacer?
Yo no lo sé, me
gustaría saberlo, y al menos cuelgo la pregunta en el aire por si
alguien decide responder...
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