Por
tu sangre arder no es necesario
-nadie
ha conquistado tu amor en cautiverio,
la
prisa solo alienta su extravío-.
Cruza
tu corazón una y otra vez
con
el entusiasmo intacto, antes dolor
por
costumbre.
Recorre
los rincones de tu nombre
y
no escribe hambre al descuido.
No
te inmuta en el quicio del intento,
aunque
parezca que los ojos declinen
y
el pensamiento trace rostros con soltura.
Tu
sangre lleva en sí tus soles cerrados,
tu
blanca apatía que nada dice.
No hay comentarios:
Publicar un comentario