juanitorisuelorente -

lunes, 31 de diciembre de 2012

TARDE DE CINE (Un relatillo intrascendente, como el año que se va)

(Imagen de la red)


Salgo del cine. De una de esas que invita desde ya a pensar en otra cosa. He estado solo y en la sala no había más de cuatro gatos. Omito el título de semejante bodrio y sobre todo por si alguno de ustedes la tiene en mente, y así pasa el mismo rato que yo, jeje, soy un cabronazo, perdonen...
Justo en la acera de enfrente está Petri mirando un escaparate de bolsos. Está de espaldas así que pongo disimulamente tierra de por medio. Pero se gira la puñetera.
- ¡¡¡Emilio!!! - vocea dando saltitos con los morritos de pato
Aborto el despegue. Y sonrío a esta devoradora de ratos que podría dejarme dedicar a cualquier otra cosa.

- ¿Te gusta el azul?
Es una obsesa. Cuando va de un color lo lleva todo a juego. No les digo más. Solo una vez hicimos el amor, bueno amor amor por llamarlo así, y me llevé la gran sorpresa. Nunca había visto esa cosa de ese color. En fin, ya digo, Petri es de ideas fijas, y por eso tal vez una chica solitaria, de ahí su pesadez, su querer agradar con tanto énfasis que solo logra el efecto contrario. Fue el mismo día de conocerla cuando nos enrollamos y pasó aquello que solo duró un telediario. Quedamos como amigos, amigos de esto, de joderme, como hoy, el resto de una tarde.
- Tengo prisa, Petri, voy a... - lo intento al menos
- Pero no ves que bolso más bonito, Emilito...lo que pasa es que vale treinta
euros...si al menos fuesen veinticinco
Y sigue hablando con su voz aniñada y mascando chicle aunque dejo de oírla. Hoy va muy apretada pero no la miro. No me fío de mí no sea que vuelva a caer como un morcillo.
- Anda, ven, que voy a preguntar dentro por si tiene descuento ¿cómo ha estado la
peli?
Para qué me la recuerda. Doble sufrimiento. Me sumerjo en mis pensamientos mientras voy tras ella como por un corredor de la ...mala suerte. Ay madre de mi vida, creo que dije alguna vez entre soplido y soplido. Creo, porque ya no sé ni lo que dije, ni lo que hilo.

Y de pronto alguien tropieza conmigo, con tanto ímpetu que estampo mi rostro contra la luna del escaparate. Al tiempo que noto aliviado el bolsillo de atrás del pantalón vaquero. Alguien que corre calle arriba como un descerebrado y con mi cartera en la mano. No lo pienso. Salgo tras él. Oigo, y me animan, los gritos de Petri a intentar alcanzar a este ratero, largo y seco como un guisado de alambre. La calle es una larga cuesta que conduce hasta la Catedral y está muy transitada. Eso le frena. Unido a que hago honor a ser de los primeros en las carreras de mi barrio. Nunca les había visto mérito pues corríamos los justos para los trofeos, y a veces hasta sobraba alguno, pero al menos a este me lo estaba merendando. Puede que se uniera la rabia, la gana de alejarme de Petri, y la de hinchar a ostias a este secajo para que pagara el pato de la suerte de esta tarde de cine.
Casi llegando a la Catedral toco una de sus piernas y se trastabilla. Cae, y con tan mala fortuna que se da un golpe seco contra una farola. Mi cartera vuela hacia mi mano y me siento feliz aunque esté a punto de echar el corazón y el hígado por la boca. La gente se acerca. Empieza a manar sangre de la cabeza del pelanas. Un reguero que provoca una considerable mancha. Se le está poniendo cara de muerto. Madre mía, y me quejaba de esta tarde tediosa.
- ¡¡¡Llamen a una ambulancia, a la policía!!! - grito a la multitud
Estoy nervioso, empiezo a pensar lo que me espera entre preguntas y papeleos.
- Yo a este le conozco...es el Culebra, tío – grita uno señalándole. Luego se dirige
a mí- lo tienes crudo chaval, cuando se enteren sus hermanos te abren en canal
¿El Culebra?, pienso...¡claro, seis hermanos, seis serpientes...y una de ellas el Anaconda, el aprieta pescuezos que le dicen, con razón! Entonces me acojono, noto el cuerpo descomponerse y no me he puesto los dodotis. Al tiempo que noto el impulso irrefrenable de salir de allí cagando leches, más porque percibo, por los gritos, la cercanía de Petri. El problema es que si huyo la policía puede echarme el muerto. El muerto, el muerto, y qué más da si pronto seré otro fiambre. La gente forma casi un iglú pero sudo como en una sauna. No lo pienso más y me escabullo como otra pero inofensiva bicha mientras voy pensando donde enterrarme vivo. Solo un tiempo. Ya está. Es ideal el trastero de la casa de mis abuelos. Tengo llave y están medio sordos. Así que entro con sigilo y me encierro allí poniendo todo lo que puedo atrancando la puerta. Luego recuerdo que no tengo comida ni agua pero por ahora no me entra ni el aire por la boca. Intento relajarme. Me vence el cansancio.
- ¡¡¡Abre, abre a la policía o echamos la puerta abajo!!!

Doy un salto de una hamaca con los ojos quintuplicados, o más. Pero un brazo me frena. No entiendo nada. O sí. Empiezo a entender. Respiro. Respiro hondo. Y soplo. También soplo. De todo lo malo, bufo, me quedo con esto. Cojo la mano y tiene las uñas pintadas de azul con pintas amarillas. Luego giro la mirada recorriendo el brazo poco a poco hasta el cuerpo desnudo de Petri. Está boca abajo y en el cachete advierto un tatuaje nuevo con el nombre de un fulano.
- ¿¿¿Emilio??? - compruebo con espanto
Petri está medio dormida y me echa la pierna encima. Imagino entonces el color de las pelambreras que empiezan a anidar en mi entrepierna...


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