(Imagen de la red)
No había nadie y son un montón.
Eran llamadas de teléfono, preguntas
en la calle, visitas de cinco minutos
y ahora todas vienen, se sientan
a esperar a la muerte. Hemos
dejado la puerta abierta para que todas
entren y salgan como de su casa.
Y hablan, gimen, lloran, opinan o callan,
incluso hacen llorar. Se les ofrece
magdalenas, vasos de leche, de agua,
Nolotil, o lo que quieran,
aunque esto no sea una fiesta.
Se les pone la tele bajita,
se les chista para que bajen la voz
una y otra vez. La mayoría
logran rememorar recuerdos,
y sin darse cuenta dolores de cabeza.
La mayoría mira su reloj con disimulo
y piensa en la excusa, la frase idónea
para marcharse. Luego,
al caer la tarde, volvemos a quedarnos los justos,
y completamente solos para pasar la noche.
Tengo pánico a los velatorios, la gente se muestra irrespetuosa. Nunca he ido a una casa a ver aun difunto, las últimas veces he ido a los tanatorios, es mejor. En cualquier caso, es un duro trago para la familia perder a alguien para que encima vengan a chismorrear delante del cuerpo.
ResponderEliminarUn abrazo, Juan
Yo solo voy a los justos, prefiero ir a dar el pésame a la iglesia y no martirizar a la familia, como muchos que suelen darlo tres y cuatro veces. En cuanto al poema se refiere más a los días u horas previas, en que aparecen algunos -desaparecidos en combate- como si hubiesen estado cargando con el mochuelo todo el tiempo.
ResponderEliminarSomos así, unos tanto y otros tan poco. Un abrazo amigo Juan