Ese era un día
normal. Todo transcurría normal y hacía todo con total normalidad.
Que esa disparatada idea rondara la cabeza no quería decir que
estuviese todo el tiempo pensando en ella, ni tenía por qué
interferir en ninguna tarea. Lo normal era lo de siempre. Otro día
sin un punto donde no era necesario, sin una coma fuera de lugar,
diciendo lo que tenía que decir, haciendo lo que tenía que hacer,
yendo a donde tenía que ir. Y no. seduce algo que lo joda. Y ser
artífice, además. Desde la puñetera sombra. Por eso, cuando la
elaborada y diaria estructura de naipes se vino abajo de un soplido,
mostró la indignación con una furia desmedida, gritó hasta
despellejarse, a pesar de haber sido él el Pepepótamo, el cruel
villano que se auto atacaba, el “destroyer” que debía volver a
construir el desaguisado, y solo, jeje, para huir unos metros de la
quietud, tirar de las orejas al hombre perfecto, decirse a sí mismo:
te has equivocado.
Eso es lo importante, buscar la perfección no implica que nunca nos equivoquemos, nadie es perfecto pero se debe buscar la perfección.
ResponderEliminarUn abrazo Juan.
Lo perfecto no existe, y errar a menudo nos lo demuestra. Otra cosa es intentar hacer todo lo mejor que sepamos, y siempre sin subirnos a la parra. Un abrazo Elena
ResponderEliminarLa vida es ensayo y error, nos caemos y nos levantamos, algunas veces erramos y otras acertamos, pero aun así seguimos intentando.
ResponderEliminarBesitos de mariposa, Juanito!
Lo peor es creernos diosecillos en lo nuestro, y está bien que de vez en cuando nos bajen a la tierra. Un abrazo Diana
ResponderEliminar