Cada
día cae a un mar de piedras
mi
idea del mar.
Antes
de que amanezca
ya
está fría la voz que me despierta.
Mis
manos se estiran y esperan otra voz
del
pasado, hasta abrirse y cerrarse
como
todas las noches.
Entonces
siento
que mi presencia sale a
la calle
y
sigue su camino, se une a la lluvia
de
ruidos motrices y retoma el sentido
de
la utilidad, lo propio a sus años.
Luego
vienen las manos cálidas
que
aprietan mis manos.
El
silencio que cae
evitando
palabras repetidas.
Y
pronto la luz que invade mis alas,
y
a través de la ventana el cielo,
otra
vez desolado.
Es sensacional el comienzo de este poema, Juan. Enghorabuena. Abrazos.
ResponderEliminarDemasiado cercano el horizonte, demasiado a la mano, rozando la nariz...y por tanto nulo recorrido. Gracias Marcos
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