(Imagen de la red)
Ándate
listo, amigo
Me
follaré a tu mujer
Desnudaré
tu casa
Y
me buscarás para que te ayude
A
encontrar a ese hijo de puta
¡¡Yeahhhhhhhhhhhhhhhhhh!!
Mauri gritaba la
letra entre el sonido estridente de su guitarra eléctrica. El
estribillo era maullar, un maullido lastimero interminable hasta
quedarse afónico.
Era la una de la
madrugada y a través de la ventana pudo ver la huerta y el puente
gracias a la luna llena. Luego abrió el balcón de la fachada y
observó la solitaria calle principal y única de la aldea, pedanía
de Torreancha, en los límites de la Sierra Morena jiennense.
Reinaba un
silencio enternecedor tan sólo alterado por la carretera nacional en
la lejanía.
Aquí nadie se quejaba de sus ruidos, solía cantar y
tocar la guitarra todas las noches hasta la una o dos de la madrugada
y a nadie parecía importarle.
Tres cubitos de
hielo en un vaso de Dyc hasta el borde refrescaron su garganta
maltrecha mientras cuidadosamente dobló su traje de color rosa
pálido de Elvis.
Gritando
con Black Sabbath
aullando
con ACDC
con
Curt Cobain
Escondido
en mi madriguera
Embutido
en mi traje de Elvis
Componía y
tarareaba alguna idea dándose una ducha antes de acostarse.
Soltero, cuarenta
y dos años, alto, fuerte, decían que guapo y él también lo creía,
su vida era aburrida hasta la nausea. Policía municipal en la
pedanía de trescientas almas donde no ocurría nada importante de
qué preocuparse, algún paseo por la calle vacía, alguna ronda por
las casas de campo, abrir y cerrar la iglesia prácticamente sola
toda la semana hasta la misa de domingo que oficiaba un cura de la
ciudad, las mismas caras, los mismos gestos, en un destino en su
segundo año.
Un día le
pidieron que repartiera el correo y ahora es una tarea que hace con
agrado.
Tarea con la que
ha entrado casi sin darse cuenta en la vida de algunas personas de la
aldea, confianza que ha derivado a tratarle como a uno más de la
familia.
Ésta confianza le
llevó a hacer el amor a Carmela, cuarentona aburrida.
Carmela, de baja
estatura, algo gordita, nada atractiva, pero para Mauri fue un leve
despertar de la rutina, sin riesgo ya que el marido, un constructor
llamado Felipe, trabaja en la ciudad.
- Oye, Mauri – le dijo Carmela una mañana – mi vecina María sabe lo nuestro... su marido se va temprano al campo y no vuelve hasta la tarde...dice que...si tú quieres...
- ¿María? - Mauri no se sorprendió, ya había pensado en ella. Serena belleza, físico agraciado, con una mirada profunda y triste – debo llevarle una carta pero lo haré mañana.
El encuentro fue
vibrante. María reverdeció viejos años de juventud, tiempos en que
su marido, Alberto, no estaba aún ciego con la bebida.
Mauri las
alternaba con ansia lenta y reiterativa, y a las que pronto se sumó
Mariana, sesentona, dueña de la única tienda de comestibles en la
aldea, monstruosamente gorda, terriblemente aburrida y hambrienta de
savia nueva.
- Cantas muy bien – le dijo abordándole Adolfina cuando Mauri hacía la ronda cerca del canal, en una ladera en la entrada a la aldea. Era una hermosa muchacha un tanto sucia y mal vestida de diecisiete años
- ¿ Como lo sabes? A esas horas deberías estar durmiendo, ¿sabe tu padre que me espías?
Al padre de
Adolfina le apodan “Capa Negra”, un borrachín y conflictivo
sujeto, viudo desde hace muchos años, y que vive con ella en la
huerta que Mauri divisa desde su ventana.
Adolfina sonrió,
le sacó la lengua, y se subió la falda por encima de sus rodillas
mostrándole la tersura y blancura de sus muslos.
- ¡Anda, lárgate y que no te vea espiarme, mocosa! - le espetó observando su contoneo al alejarse
Pasaron las
semanas, y Mauri, sin saber el porqué, empezó a sustraer pequeñas
cosas de las casas de sus amantes, una foto, una pequeña figura,
nada de valor, tal vez como un recuerdo, tal vez como un trofeo,
hasta que en casa de Mariana, la dueña de la tienda de comestibles,
se atrevió por primera vez a coger dinero.
- El martes pasado me robaron dos mil pesetas de la caja de la tienda – le confesó Mariana algo alterada
- ¿Dejaste la puerta abierta? ¡Qué raro!, no sé, pudo entrar alguien mientras hacíamos el amor -le susurró Mauri entre besos a sus pechos
- No he dicho nada a mi marido. Todas las semanas repasa las cuentas, seguro que lo notará
- ¿Sospechas de alguien? – susurró Mauri al tiempo que intentaba acoplarse sobre ella
Mariana respondió
con ahogo:
- Mi amor... sólo puede ser el “Capa Negra”... o esa niña sucia mandada por él. Hace unos días vino el padre a que le fiara.... naturalmente dije que no....son basura, una deshonra para la aldea...hummmm... mi niño...como me pones....
Pensó al acabar
de satisfacer a aquella mole que su etapa de ladronzuelo había
acabado, pero que su esfuerzo no debía ser gratuito.
Ninguna de sus
amantes era una mujer con la que lo hacía ya con gozo salvada la
novedad y si querían seguir acostándose con él deberían pagarle.
Creyó que era
justo tasar a quinientas pesetas el encuentro, y así lo expuso con
claridad. María se negó en redondo, pero con ella tras un tira y
afloja quedaron en doscientas, aunque a ella se lo hubiese seguido
haciendo gratis.
- Me gustaría poder pagarte – Adolfina, insinuante, le abordó de nuevo
- ¿Cómo lo sabes? ¡ Jodida espía! A ti te lo haré gratis cuando cumplas los dieciocho. Anda, mocosa, lárgate!
Algunas noches
hasta la hora de la cena jugaba una partida de cartas en la tienda de
Mariana que hacía las veces de taberna. Unos vasos de vino peleón y
buenas tapas de jamón y queso y algunas apuestas que a veces se
salían de madre.
Felipe, el
constructor pujaba fuerte y a Mauri no le importaba seguirle.
- Ésta ha sido una buena semana. Todo ha salido sobre ruedas y además he cobrado una deuda que no esperaba – dijo Felipe alardeando de suerte, y Mauri lamentó el precio irrisorio por tirarse a su Carmela
- Mi trabajo nunca es mejor o peor – replicó Mauri – haga lo que haga cobro lo mismo
- No te quejes – dijo Marcos, el marido de Mariana – los funcionarios vivís de puta madre. Un negocio como el mío es ruinoso, abierto a todas horas, todos los días de la semana, y sólo da para comer
- Sois privilegiados – el cuarto compañero de ronda era Alberto, agricultor, marido de María – el campo éste año está de pena, los fríos se lo han llevado casi todo
- ¡Sois patéticos! – Mariana, desde la barra, entró en la conversación – ninguno deberíais quejaros...
- ¡Tú, cállate! – le espetó Marcos con malos modos - ¿No tienes nada que hacer por ahí dentro?
- ¿Y tu afición por la música? – Felipe sonrió a Mauri – nos vuelves locos
- Es sólo un hobby para vaciarme. Me gusta y me relaja.
Sois
idiotas
Os
despiden con un simple beso
Y
para mi se quitan las bragas
me
acuesto en vuestras camas
Y
me limpio en vuestras toallas
Yeah,
yeah, yeah.......
Acabó tarareando
esa noche, observando en un gran espejo sus poses con la guitarra,
enamorado de si mismo, resuelto cantante de Heavy o grunge, embutido
en un atractivo traje de color rosa pálido de Elvis.
Una mañana tras
desahogar a Carmela, hizo la ronda por la ribera del arroyo que
lindaba con la huerta del “Capa Negra”, y se acercó a saludarle.
- ¡Buenos días, Francisco! – Mauri levantó su mano saludando al hombre que agachado labraba el cantero de patatas al otro lado del arroyo
Se volvió a
mirarle, con gesto de contenida rabia, un hombre de ropa harapienta
que disimulaba su extrema delgadez, de cara envejecida, grandes
orejas y ojos hinchados y enrojecidos.
No contestó al
saludo y dándose la vuelta continuó con su labor. Mauri cruzó el
arroyo por unas piedras y se acercó.
- ¿Cómo se encuentra? – insistió Mauri en iniciar el dialogo - ¿Necesita algo?
- Déjeme en paz. No lo he llamado – su voz era titubeante pero firme y seca
- Sólo he pasado a saludarle. ¿ Y su hija, como está?
Se puso de pie
como por un resorte y le miró desafiante aireando la almocafre.
- Eso a usted no le importa. No se acerque a ella
- Es una buena chica. Trátela bien
- ¿Sí?, ¡pues búsquela, llevo una semana sin verla! – gritó el “Capa Negra” enarbolando desafiante el almocafre
Mauri siguió su ronda sin dejar de pensar en el calvario que vivía
Adolfina con semejante sujeto. Cruzó por encima del puente al verla
en el sendero que conducía a la presa. Estaba sentada en el borde
del canal acariciando el agua con sus pies descalzos.
- Puedes caerte, mocosa
- No le importaría a nadie
- Me importa a mi...supongo que también a tu padre...
- ¿Mi padre...ese cabrón hijo de puta? – rugió frunciendo el gesto. Luego dio un salto y se alejó llorando sin que Mauri pudiera frenarla
- ¡Espera, cuéntame qué te ocurre! – le gritó en vano
Al día siguiente,
trás un insufrible encuentro con Mariana, y fingiendo ir al baño
cogió del cajón de la tienda un billete de cinco mil pesetas.
- Ésta no tiene con qué pagarme – pensó, aún sabiendo que cometía una torpeza
Esa noche jugando a la ronda pudo corroborarlo.
- Hoy tenía ganas de verte – Felipe se dirigió a Mauri – me parece extraño pero creo que hay un ladrón en la aldea. Tenía un fondo en mi casa de treinta mil pesetas y no aparece. Mi mujer no sabe explicarme qué ha ocurrido
- ¡¡Ha sido el “Capa Negra”!! – gritó Mariana desde el mostrador con irrefrenable ímpetu
- ¡Tú, cállate, mujer! – le gritó Marcos, luego se dirigió a Mauri– es cierto, a mí últimamente tampoco me cuadran las cuentas de la tienda. En el inventario algo falla y mi gorda no sale de aquí para gastarlo. Aún no lo sé pero parece una cantidad importante
- Ésta es una aldea tranquila – Mauri intentaba buscar alguna justificación – todos nos conocemos. No creo que nadie os robe sin ser visto y el “Capa Negra no pasaría inadvertido
- ¡Lo hace su hija mandada por él! – gritó Mariana furiosa - ¡esa niña asquerosa!
Marcos
hizo ademán de levantarse de malos modos para callarla, y Mauri le
sujetó.
- No creo que tengas razón – dijo Mauri – hablo a menudo con ella y es una buena chica
- El otro día vi a unos gitanos acampados en el río – dijo Pedrote, un solterón que se apipaba de vino peleón todas las noches
- ¿Lo veis? – les calmó Mauri – puede ser cualquiera. Quién menos podáis imaginar. Bueno, continuemos, Felipe, tú tenías ronda...
- Busca y encuentra a ese hijo de puta – le dijo Marcos – es tu trabajo
No
os preocupéis, amados míos
Sabré
hacer mi trabajo
Encontraré
a ese hijo de puta
El
que se folla a vuestras mujeres
Y
le pagan con vuestro dinero
Yeahhhhhhhhhhhhhhh
Adolfina huyó al
verle acercarse pero era demasiado tarde. La chica olía a lumbre y a
ropa sucia, repugnaba acercarse.
- Quiero hablar contigo – Mauri le cogió la mano – cuéntame por qué no vas por tu casa. He hablado con tu padre...
- ¿Y qué te ha dicho ese viejo asqueroso? – preguntó con rabia
- No hables así de tu padre
- Es un cerdo
- ¿Qué te ha ocurrido con él?
- Nada
- Vamos...te llevaré a tu casa
- Ni lo sueñes. Yo allí no vuelvo
- Tendrás que darme un buen motivo. No puedes estar por ahí tirada sin lavarte y sin comer
- No te importa, yo hago lo que quiero...déjame...
- No puedo dejarte así
Mauri la arrastró
hasta su casa y preparó el cuarto de baño.
- Métete ahí dentro y restriégate hasta hacerte daño. Y dame toda esa ropa...te prepararé algo de comer para cuando salgas.
Recordó que María
tenía una hija casada en la ciudad más o menos de su edad y se
acercó a su casa.
- ¿ De mi hija? Si, creo que tengo algo de lo que se le ha quedado pequeño. No sé si le servirá – sacó dos vestidos, uno de ellos rosa, el color preferido de Mauri, un traje de reina para Alfonsina, pensó.
- Gracias María -la besó- te debo uno gratis
- Eres un autentico cabroncete...pero te deseo
Adolfina estaba
desnuda bajo una toalla al calor de la chimenea que Mauri había
dejado encendida.
- Ten, pruébate esto. Son de una amiga
Adolfina se
levantó y dejó caer la toalla. Mauri recordó los desnudos de sus
amantes, incluso el de María y no eran nada parecido. Una
hermosísima hembra le mostraba todo su esplendor pero pensó que de
sólo diecisiete años y apartó la mirada.
- Te he traído unas bragas y dos vestidos. El sujetador no era de tu talla
- No te preocupes, no lo he usado nunca
- Pruébate éste vestido
- No sé cómo puedes acostarte con esas viejas gordas – no le encajaba mal, algo pequeño, el primer vestido rosa – tú eres un hombre muy atractivo, me gustas
- Espero ansioso tus dieciocho años
- Nadie sabe la edad que tengo. Estoy muy crecida. Y no me falta de nada
- Pero yo sí lo sé. Aún eres una niña
- ¿Y sí puede hacerlo mi padre? – de nuevo la rabia en sus palabras, en sus ojos llorosos
- ¿Tu padre te ha hecho eso? – le preguntó cogiéndola de los hombros
- No – Adolfina bajó la cabeza – pero quiso hacerlo, por eso me fui. Siempre está borracho y me daba pena lo solo que está por eso le dejaba que me tocara y algunas veces, demasiadas, lo tocaba yo. Era asqueroso pero lo otro no, él quería hacerlo y cuando lo intentó me fui. Eso no
- Tu padre es un cerdo. Allí no debes volver. Le denunciaré. Ésta noche te quedarás aquí conmigo y mañana pensaré algo – la besó en la cara – ponte cómoda, conmigo estarás segura
- Me gustaría poder ser tu hija, tu hermana, tu novia o tu mujer, lo que tú quieras para poder estar aquí contigo. Deseo tanto amar a alguien
- Primero debes amarte a ti misma. Sentirte una mujer y el amor sólo será cuestión de tiempo, encontrarás a un chico que te quiera
- Yo te quiero a ti
- Es lo que crees pero no es cierto, sólo me deseas porque no tienes a otro
- ¿Cómo tú deseas a esas viejas cacatúas? No es lo mismo
- Eso es diferente. Lo hago por dinero o por hacerlo, sin más. Experiencias, explorar el lado prohibido de las cosas
- No te has casado...
- Me gusta ser libre...como un pararillo...
- Ésta noche quiero oírte cantar viéndote de cerca en tu traje rosa
- Es un traje de Elvis
- ¿Elvis, eso qué es?
- Fue un cantante de Rock, pero no me gusta su música, prefiero el Heavy o el Grunge, me transportan a otros lugares
- No me importa lo que sea – dijo Adolfina emocionada – yo sólo escucharé tu voz, disfrutaré al mirarte
Como cada noche
sobre las once Mauri lo preparó todo. Se colocó su traje rosa
pálido de Elvis, se colgó al hombro su guitarra y accionó el CD
Karaoke y el televisor para comenzar entrelazando los sonidos de su
guitarra con You shook me all nigth long de ACDC, y seguir con Led
Zeppelin, Black Sabbath, hasta acabar siendo el único protagonista.
No
te enfades contigo, Mauri
No
es culpa tuya
Exploras
todos los caminos
No
debes sentirte culpable
si
aún no sabes quién eres
Sobre la una dobló
cuidadosamente el traje rosa pálido de Elvis, y se dispuso a
ducharse.
- Me gustaría verte desnudo, cómo te duchas -le susurró Adolfina- No me acercaré
- De acuerdo. Haz lo que quieras
Al día siguiente,
y tras pedirle a Adolfina que no se moviese de su casa, empezó su
ronda por la aldea, y hoy, al ser jueves, era el día dedicado a
Mariana. Ésta, expectante, le hizo a través de los cristales el
gesto conocido de que estaba sola.
Mauri subió
lentamente la chirriante escalera de madera y respiró resignado al
ver sobre la cama su desnudez solícita. Mauri, antes de desnudarse,
metió en su cartera las quinientas pesetas que estaban sobre la
mesita. Luego intentó centrarse, que su miembro se elevara ajeno a
su mente.
El golpe seco de
la puerta del cuarto al abrirse frenó todos sus fríos impulsos.
Era Marcos que no podía creer lo que ofrecían sus ojos.
- ¿Mauri? No es posible – balbuceó – esperaba escondido al ladrón, a ese Capa Negra, he visto subir a alguien. ¿De verdad eres tú, Mauri? ¿Te estás follando a mi gorda? ¡Maldito seas! – tenía en la mano un cuchillo de cocina pero al ver que Mauri cogió de un salto su pistola corrió gritando hacia la calle - ¡¡Socorro, he encontrado al ladrón, venid todos, es Mauri....!! – su voz se ahogó al darle Mauri un empujón en la espalda y zancadillearle cuando cruzaba la tienda
Al caer el
cuchillo se le clavó en el pecho, aún así gritaba, así que Mauri
le tapó la boca con una mano y con la otra cogió el cuchillo y se
lo clavó en el corazón.
Mariana
descompuesta observó la escena ahogando sus gritos. Mauri se le
acercó e intentó calmarla.
- Escucha – le susurró Mauri- tengo una idea, pero debemos darnos prisa. Cierra todas las ventanas y la puerta de la tienda sin hacer ruido para que nadie pueda ver nada
- Son las once y a ésta hora ya no suele venir nadie
- Dame las llaves del coche de tu marido, un rollo de esparadrapo y un saco grande de la aceituna. No toques nada y vístete. Cuando llegue abres la puerta del patio de atrás para que no tenga que detenerme
- ¿Qué vas a hacer?
- Sé lo que hago - Mauri besó en la cara a la mole, que se derrumbaba por momentos
Mauri se vistió y
salió a la calle. No había nadie. Se subió al coche, aparcado en
la parte trasera y tomó dirección a la huerta.
Francisco, el
“Capa Negra” estaba sobre la cama en la casa semiderruida y solo
despertó de la borrachera al fuerte puñetazo de Mauro en pleno
rostro.
- ¡No tienes vergüenza, asqueroso! - le espetó Mauri con inusitada rabia
- ¿Yo... qué he hecho?... yo no he hecho nada, hijoputa...
- ¡Querer acostarte con tu hija, pedazo de cabrón...!
- ¿Qué?, eso es mentira. Es ella... es ella....
Volvió a
golpearle en el rostro hasta dejarle inconsciente. Luego le puso las
esposas con las manos en la espalda, colocó esparadrapo en su boca y
sus pies y le introdujo el saco por la cabeza. Apenas sin esfuerzo lo
llevó al maletero del coche después de observar detenidamente que
no le veía nadie.
Subió hasta la
aldea y Mariana le estaba esperando con la puerta trasera abierta. La
cerró con rapidez. Siguió a Mauri hasta la tienda y no dio crédito
al ver al “Capa Negra” tirado en el suelo junto al cadáver de su
marido.
- Escúchame con atención – Mauri la miró a los ojos con aplomo – ya está hecho y tú también eres culpable. Si haces lo que te digo no nos pasará nada. Abre las ventanas y la puerta. Yo le quitaré los esparadrapos y las esposas y saldré a la calle. Haré como que vengo haciendo la ronda, entonces tú grita con todas tus fuerzas y no te asustes por lo que yo haga ¿te has enterado bien?
Mariana asintió,
no totalmente convencida.
Entonces, Mauri
salió y al comprobar la calle vacía le hizo una seña.
- ¡¡¡¡¡Socorro, socorro, han matado a mi marido, que alguien me ayude!!!!! -gritó como una posesa
Mauri entró en la
tienda con rapidez, y en el silencio de la mañana se oyeron tres
disparos.
Mauri fue
felicitado por el alcalde de la ciudad y los compañeros del cuerpo,
también por los agentes desplazados de la Guardia Civil. Todo estaba
claro, había cumplido con su obligación. Marcos sorprendió robando
al Capa Negra y hubo un forcejeo muriendo con su propio cuchillo,
Mauri oyó los gritos, entró y disparó al “Capa Negra” en
defensa propia al intentar también acuchillarle.
El entierro fue
muy emotivo, asistió numerosa gente, incluso prensa y algún canal
de T.V.. Todos los conocidos se volcaron con Mariana que exteriorizó
con resuelto protagonismo su pena.
Mauri se extrañó
de no ver en ningún momento a Adolfina incluso en la exequias con
él, único acompañante de su padre.
Fue el lunes, de
vuelta a la normalidad, cuando al regresar a casa de su ronda la
encontró sentada cómodamente en la chimenea.
- ¿Dónde has estado?
- Por ahí
- No fuiste al entierro de tu padre
- Estuve y te vi. Sólo fui para verte
- ¿Sabes lo que pasó?
- Claro, igual que tú
- ¿Qué quieres decir?
- Tú mataste a mi padre y a ese otro hombre. Estabas acostado con esa gordinflona y os pilló. No te preocupes, no diré nada. No me importa que hayas matado a mi padre, yo lo hubiera hecho
- ¿Cómo logras estar en todos los sitios y que no pueda verte?
- Sé muchas cosas de ti pero no me importan. Te quiero como eres aunque a veces hagas cosas muy raras
- ¿Cómo qué, por ejemplo?
- Acostarte con viejas y no aceptar a una verdadera mujer
- Eso ya se acabó
- Eso espero
Abrió sus piernas
y no llevaba bragas. Adolfina le mostró entre el tupido bosque sus
pétalos de rosa.
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