A Manuela se le
apaga otro día,
y en silencio,
cansada, aún porfía.
Manolo juega al
fútbol bien sentado.
Pide otra cerveza.
¡Gol! Ha marcado.
Está feliz.
Treinta años a su lado.
La buena esposa,
el recién jubilado.
A ser princesa le
echaron las redes,
en un castillo de
cuatro paredes.
¡Sueños de
joven, la vida que ardía.
Romances de
ciegos. Tiempo golpeado
una y mil veces.
La vida que agredes!
Hoy, Manuela
arrastra firmes cadenas,
la fe perdida, de
vacío llenas.
Manolo acaso no
tenga remedio,
del tajo a la
casa, siempre al asedio,
le hace el amor
con exacto promedio,
luego el hombre a
la mesa, ella a su medio.
“¿Por qué el
tiempo se me ha vuelto viejo,
esta niña es así
en el espejo?”
Viste en su piel
pasadas azucenas,
de amplia sonrisa
sus labios de tedio,
de hermoso perfil
su falso reflejo.
Manolo grita:
¡Nena, la cerveza!
“¡Ay, esta
mujer de mala cabeza...
antes, de joven,
era más atenta,
a primera vista un
poco sargenta,
reina de su casa,
siempre contenta,
ya no me sirve ni
para sirvienta”.
Manuela sigue niña
en su memoria,
cientos de
nombres, amores de gloria.
Y vuelve a su idea
con fijeza.
¡Mañana,
mañana...-inspira sedienta-
haré la
maleta...nace mi historia.
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