“Que no
se te suba la tontería a la cabeza”, son palabras cercanas,
repetidas cuando llega algún reconocimiento o vuela hacia otras
manos algún diario sentimiento; palabras que no necesito ya que me
tengo por consecuente con mis posibilidades y limitaciones.
Me tomo en
serio mi trabajo, porque así llamo a escribir, e intento superarme y
no ser reiterativo, y aunque por ahora el beneficio solo sea
interior, tampoco me imagino por otros horizontes aunque vista
zapatos de pisarlos.
Suelo ser
comprensivo y cercano con personas con mis mismas inquietudes,
consolidados o no, y no ando en ninguna guerra con nadie por dominar
territorios de la nada, sino que abogo por lugares comunes donde cada
uno ofrezca, comparta, lo mejor que sepa hacer.
Una amiga ya me
ha advertido: “Juan, te vas a quedar ciego, en este mundo hay muy
mala leche, salvo los amigos de verdad nadie va a alegrarse de lo que
logres”.
Y algunos días,
como hoy, le doy absolutamente la razón, y por alguna gilipollez que
ya debería haber superado.
Entiendo la
lealtad entre amiguetes, su toma y dame, es viejo como la naturaleza
humana, pero sigo sin lograr tragar esa indiferencia al resto, ese
público y deliberado olvido o desinterés.
Más si no hay
nada por lo que tirar cohetes.
En fin, tal vez
mi fallo siga siendo no bailar el agua, no ser otro más de lo mismo.
Y me ciño a
Chaplin: “El tiempo es el mejor autor, siempre encuentra un final
perfecto”.
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