Bonifacio, Boni, calza un 28 de
buen cilindro, pero solo de boca para adentro.
Su mujer está encantada cuando
tiene ganas que poco a poco ocurre casi nunca, siendo en frío un sufrimiento
añadido, una tortura que deja sus íntimos lugares como un tomate.
Boni roza los sesenta y aún pone
firme ese mástil sin bandera casi a diario con la consiguiente resignada
amargura de Rosa, su mujer.
Ni siquiera el despido inesperado
de su empresa tras toda la vida en ella le ha bajado el ánimo aunque sobrevuele
en su mente la incertidumbre por deber adaptarse a un subsidio que divide casi
por cuatro sus anteriores ingresos.
Boni ha empezado a pensar. En su
oficio y con su edad lo tiene crudo, y aquello, tal vez por la inactividad
laboral, abulta en el pantalón como despierto, como queriendo
decirle algo.
decirle algo.
Atrapa entonces su mente a Rosa,
y la ve con las piernas cerradas como un cepo para osos, con la actitud abierta
solo a una vida plácida. Y a él el hierve la sangre. Pocas veces le ha sido
infiel, no hace mucho con una de sus amigas, curiosa tal vez por la indiscreta
confidencia sobre el sufrimiento ante su dilatada hombría. Y muy raras veces,
junto a su amigo Pascual, acababa en un club cercano donde daba rienda suelta a
tanto sexo reprimido.
Pensando en eso se animó a hacer
lo que, en principio, parecía una tontería. Tomó una foto agraciada del miembro
y la envió a una página de contactos de un diario local de buena tirada. En una
escueta nota ponía un precio simbólico a
la relación: 20 euros, y la dirigía en particular a mujeres de cierta edad
sumidas, o en el umbral, de la soledad.
Hoy Boni está feliz. Tiene que
rechazar algunos mensajes porque se ha puesto un tope diario.
Y Rosa está encantada. Cree que
ese desfallecimiento es propio de la edad, y que tantas salidas de casa son
consecuencia lógica de su nueva vida, de una persona que ha de distraer su
tiempo.
Bueno, una distracción es, al fin y al cabo. Un abrazo, Juan.
ResponderEliminarSea en lo que sea no se acaba el mundo para nadie. Solo basta desearlo. Un abrazo Marcos
ResponderEliminarQué historia tan poco romántica y sin embargo tan dulce...
ResponderEliminarUn abrazo, Juan.