Habitualmente la
distancia es insalvable. Pero cuando ellos, como en este caso, nos
necesitan, o nosotros creemos necesitarlos a ellos, ha de haber un
pequeño avance y un gran retroceso.
O sea, ellos deben
bajar bastantes escalones y nosotros subir unos cuantos para poder
encontrarnos, nivelar posturas, y desde allí, desde la misma altura,
entonar la misma proclama. Algo que solo es, o parece, bonito
mientras dura, ya que pronto regresa cada uno a su estatus de lujo o
de pobreza.
A nosotros nos va
la vida en intentar que esto sirva para algo, y a ellos tan solo el
intentar hacer creer que siguen estando para algo.
O sea, la lucha
por nuestra supervivencia, o por la de su propia supervivencia, o
sea, un ejercicio de absoluta desesperación, o un ardid para seguir
con sus vidas golfas y ostentosas.
Ellos se acercan a
nosotros, a los que decidimos arroparles, pero no son de los
nuestros, gritan lo mismo que nosotros, a nuestro lado, pero no para
pedir lo que nosotros ya que ellos lo que piden es solo para ellos.
Y los ensalzamos
sometidos sin darnos cuenta , nos volvemos violentos contra otros de
los nuestros, aquellos que no nos siguen porque no piensan como
nosotros. Y destrozamos lo nuestro, nuestras cosas, una tienda, un
contenedor, un cajero, que tal vez necesitemos usar mañana.
Luego todo acaba.
Hay que volver a casa. Ellos a celebrarlo, en su sede con un buen
jamón, o al final con una buena cena en un restaurante de lujo con
entrante de buen marisco, y nosotros a lo nuestro, a la mesa de
siempre, con la comida de siempre, porque no tenemos nada que
celebrar.
Y para colmo nos
sentimos satisfechos, nos han utilizado y nos sentimos libres y
rebeldes, con la sensación del deber cumplido.
Detrás quedan los
destrozos, los detenidos, los heridos, pero ellos ya han logrado lo
que querían, aún a costa de nuestro propio enfrentamiento, de la
ojeriza que criaremos hacia este o aquel que ya sabemos que piensan y
actúan de distinto modo, aunque saben que lo hecho solo ha servido
para sangrar un poco más a un país en quiebra, aunque sabían a
ciencia exacta que a las leyes no van a cambiarles ni una sola coma,
pues sí, y a pesar de ello celebraron esa misma noche su victoria
-la de ellos- a lo grande.
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