Román no cabía en sí de gozo. Julieta era la musa de
todos sus sueños, suspiraba convencido. Tantos años de espera, de
búsqueda infructuosa, y la tenía frente a él, al fin y como justo
premio, como final de una constante pesadilla. Julieta cumplía con
creces, y no solo por su físico, impresionante para él, ciego a
todos sus defectos -“como yo, como cualquiera”, solía repetirse
al mirarla- sino porque estaba a punto de contestarle, intuía que
correctamente, a la cuarta y obligada pregunta. Preguntas, cuatro,
que empezaron como una broma a sus dieciocho años y hoy, brincados
los cincuenta, seguía, cabezón, en pos de una chica que
acertara
con exactitud, que ajustase su media naranja a la suya con un
ensamblaje perfecto. Sus padres estuvieron juntos toda la vida y le
confiaron su secreto: tenían exactamente los mismos gustos, así que
se dijo que si alguna vez se unía alguien para siempre tenía que
cumplirse esa simple condición, y seguía firme, erre que erre, en
lo que solo era un mínimo examen previo. Estaba convencido que tras
esas insignificantes respuestas le esperaba el amor. El de Julieta,
que ya se encontraba en el justo instante de delegar de su mente la
palabra misteriosa a los labios. Apenas unos minutos antes no sentía
nada por ella, ni siquiera al escuchar -ya le ocurrió infinitas
veces- su primera respuesta acertada: “Tres hijos”. Bien, y su
edad no cercana a la treintena se lo permitiría. Mostró algo de
interés hacia ella tras su segunda afirmación: “ No me gusta
viajar”...-y remató incluso la faena- ”nada de nada”. Así que
casi al instante Román le formuló la tercera. La tercera que era
donde siempre se habían esfumado tantas y tantas candidatas.
“Casablanca”, fue su respuesta y un escalofrío le recorrió
entero. Dios, ¿sería posible? Román la miró entonces detenida y
profundamente a los ojos, luego la recorrió entera, su pecho
mediano, su cuerpo obeso, de baja estatura, su ropa apretada y
exigua, sus piernas macizas, dulces y blancas como el azúcar...antes
de pronunciar la pregunta a una respuesta imposible, sabía, para una
persona de su edad, una chica joven que seguro adoraría a Alejandro
Sanz, o al Justin Bieber, o se pirraría por Pablo Alborán. Ésta
era tarea imposible y lamentó hoy más que nunca su autentica
gilipollez, una autentica memez, sí, pero que era lo que se había
prometido, y con vehemencia, a sí mismo. Y más lo lamentó porque
Julieta era una raya en el agua. Se habían acabado aquellos años de
agobio, de dos o tres exámenes diarios; ya no atraía su patrimonio
ni este castillo de la Riviera Francesa, era un candidato imposible y
hacía tiempo que se había corrido la voz. Pero Julieta tocó a su
puerta, y ahí estaba, abriendo ya los labios para arrojar al aire la
palabra mágica. “Satisfaction, Satisfaction”, le sopló Román
mentalmente al oído, e imaginaba que sería el puente que le
conduciría por fin en sus brazos.- ¿Rocket man? - susurró la infeliz, temblando, tal vez por ser la única respuesta que no traía aprendida, la única que no pudo confiarle una amiga que había logrado adivinar hacia años la terceraRomán quedó pálido. Luego enrojeció. Pero se repuso. Miró de nuevo a Julieta. Recorrió su cuerpo menudo y explosivo. ¿Rocket man...Rocket man...Rocket man?...¿y por qué no? En cierto modo, pensó, pensó y pensó, que lo que verdaderamente necesitaba, lo que realmente necesitaba, lo que necesariamente necesitaba, era sentirse de una jodida vez, de una puñetera vez, de una puta vez, dichoso, feliz, pleno...¡¡¡SATISFECHO!!!, gritó con furia de años retenida.
jajajajajja genial Juanito.Tremendamente original el relato de hoy.Es que...a veces es lo que tiene esperar y esperar y buscar lo perfecto.
ResponderEliminarMil besitos
Una pequeña salida de madre, por variar, Midala. Y sí, más de uno o de una se ha quedado por eso para vestir santos jeje. Me alegra que te guste. Un abrazo
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