No
amenaza tormenta la suerte
que
quedó echada. Despejado el cielo
es
un esfuerzo baldío correr a refugiarse
en
lo que ya no tiene remedio. Clavará
su
silencio de por vida, pero el presente
ha
de darle sepultura.
Solo
se crece olvidando.
Pisando
la cumbre de nuestros propios restos.
Somos,
antes que nada, luz a lo lejos,
siempre
inalcanzable, siempre camino...
y
sin darnos cuenta, linde,
hito a solas.
A
todo lo iniciado hoy la noche
le
cierra los ojos. También a lo sólido.
Al
fracaso que a todos atormente.
Nos
enseñaron a correr en el tiempo parado.
Agobiados
porque se acaba.
Pero
él no se vuelve viejo.
De
nada sirve devanarse los sesos.
Incluso
lo peor de nosotros vive de paso.
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