Mis
cielos no están quietos,
y
así se comprenden mis sudores.
No
recuerdo ni una sola calle
donde
a mi paso ya hubiese ceniza,
ni
nada en mis manos
robado
a sí mismo,
ningún
peldaño tan alto
en
el que al menos no pudiese
apoyar
los brazos.
Mis
imposibles presumían
de
no tener pasado,
siempre
rodeados de cemento.
Sin
imágenes prestadas
-esbozando
el futuro en el aire,
aprendiendo
solo de seguir siendo,
viendo
la luz un mundo de pájaros
y
música inaudibles-,
ese
era su trigo, su madura
y
constante inocencia.
Cerca
del ahora inútil
conservo
el hilo, sus cientos de nudos,
todas
sus ganas de hacer.
Pero
la vida hace de fiera dormida,
y
permite lucirse a algún viejo desorden,
oír
otras músicas,
ver
volar nuevos pájaros.
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